CAPÍTULO 20
Mi muerto en Barracas
Los que
mueren por la vida
no pueden
llamarse muertos.
Y a
partir de este momento
es
prohibido llorarlos.
Que se
callen los redobles
en todos
los campanarios.
¡Vamos, cumpa,
carajo!
Que para
amanecer
no hacen
falta gallinas
sino
cantar de gallos.
Ellos no
serán bandera
para
abrazarnos con ella.
Y el que
no la pueda alzar
que
abandone la pelea.
No es
tiempo de recular,
ni de
vivir de leyendas.
Canta,
canta, compañero
que tu
voz sea disparo.
Que con
las manos del pueblo
no habrá
canto desarmado
Alí
Primera
1978, Caracas
No puede ser, es un sueño entonces. No, no es un sueño, fue
acá, es acá. Pero no puede ser, es demasiada coincidencia, parece inventado, es
imposible.
¿Imposible, qué? ¿Acaso no nos vienen matando hace
quinientos años acá? ¿Acaso este río no tiene nombre de Matanza? Estuvimos acá
hace una semana, entonces.
Pero… claro, ¡si acá empezó todo! ¿Me tuve que perder
después de seis años de venir religiosamente? De dejar lo que estuviera
haciendo -laburo o militancia- para venirme hasta acá, para mirar los murales
nuevos, saludar a los compañeros y compañeras, hacer el minuto de silencio a la
una y media, mirar algún adoquín parado en el centro de la bocacalle y pensar
que su sangre todavía podía estar ahí, debajo de la piedra, aguantada
cariñosamente por la tierra barrosa del río, sintiéndolo todavía vivo en mis
pies, mis músculos, mis luchas, mis dolores y amores.
Y sí, te tuviste que perder en el Toro y pasarte de dar la
vuelta en Pedro de Luján a la izquierda, enganchado como ibas en la secuencia
de carteles: Osvaldo Cruz, Cruz del Sur y te pasaste hasta que se terminó la
Vélez Szársfield y antes que cruzarte por el viejo puente de hierro a Lanús,
tuviste que dar la vuelta por la costa del Riachuelo, y ahí fue que reconocimos
la curva, el meandro y la isla, y paraste el auto y nos bajamos porque era un
flash y estábamos re pasados del viaje y la reunión en lo de Alicia y Ulises, y
entonces viste la cancha de Victoriano Arenas y fue como un Eureka.
Y sí, Jose, si le llaman así por los barracones que vimos
cargados de cuerpos negros como vacas esperando al marronero, vacas y negrada,
¿o no aprendiste nada?
Y ahora son éstos, sus descendientes -claro que aprendí-, el
pueblo aprendió, ¿te acordás? Y el pueblo
aprendió y ahora son éstos con sus trenes y sus negociados, trenes que
siguen transportando vacas y granos de plantas y cosas inventadas afuera,
pasando el río y el océano. Trenes que llevan tanto tiempo haciendo lo mismo y
transportando mercancías, humanas también, de las que todavía laburan para
alquilarse la libertad, de las que sirven para usarse y después se tiran en un
zanjón para que se la coman los perros y puteen las buenas costumbres. Trenes
que no van más a ningún lado, que yiran y yiran sobre una cinta de moebius,
aburridos y grises trenes sin poesía que nos vacían el tiempo.
Esos mismos trenes.
Y son los mismos dueños que vinieron y no se bancaron el
corte de vías, la rebeldía del que se supone tiene que vivir domado, aunque le
paguen tres veces menos por el mismo laburo que hace el de la planta
permanente, el que está blanqueado,
que sigue siendo una especie de privilegio para deshauciados, y encima tenés
que irte a la cucha contenta o contento. O contente.
Qué se lo van a bancar, Jose, si estos mierdas siguen
viviendo de nuestro sufrimiento, se esfuerzan para seguirnos teniendo mansitos
y aplaudiendo. A los Mariano los tienen que parar con balas cobardes porque de
otra froma no pueden, no lo pueden engañar más, no lo pueden engatusar con sus
promesas y sus regalos y su boludeces y la tele y los recitales y el
festilindo.
Nos tienen que matar así, a traición, después de haber
perdido el mano a mano, después de haberse comido un chico abajo por un envido
cerrado, ahí vienen los traicioneros a meterle bala a un cordón de desocupados,
a gente que lucha por laburo.
Pero entonces no es un sueño, no estamos soñando. Entonces
por qué me parece hace un rato, desde que empezó a hablar El Viejo, que entre
los paraguas y las tacuaras de las banderas rojo gualda, lo veo al Leo.
-Pensé que me lo estaba imaginando.
-No, Negra, lo veo. Ahí adelante, mirando fijo el suelo.
-Es otro, nos confundimos.
-Es él mismo, con una barba de meses y una pipa corta.
Volvió con nosotros. Lo invocamos.
-La pipa bolsillera, la campera también se parece a la que
usaba. No puede ser, estamos pasados de sueño, pasades, digo, pasadas. Las
tres.
-Es él, te digo.
-Perá, no hagás bondi ahora que está hablando El Viejo y están
les compañeres todo emocionades.
-Dejame acercarme un poco por lo menos. No, desde este
ángulo parece que se fue. No está, lo perdí entre los otros cuerpos.
-Nunca estuvo. Estás deseando. Proyectás. Quedate piola que
ya lo vamos a poder rescatar. La máquina funciona, una buena rebelión popular contra
este sorete de Macri y lo traemos de vuelta a él y hasta a mi Orisha.
-Ahí lo ví de nuevo, yo no estoy cansade, Negra, es él, es
Leo. Ahí apareció, está lagrimeando detrás del humo del tabaco.
-No seas lanzado, esperá, Jose, esperame!
-¡Leo! ¡Leo! ¡Leooooooo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario