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domingo, 22 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 20: Mi muerto en Barracas


 

CAPÍTULO 20

Mi muerto en Barracas


Los que mueren por la vida

no pueden llamarse muertos.

Y a partir de este momento

es prohibido llorarlos.

Que se callen los redobles

en todos los campanarios.

 

¡Vamos, cumpa, carajo!

Que para amanecer

no hacen falta gallinas

sino cantar de gallos.

 

Ellos no serán bandera

para abrazarnos con ella.

Y el que no la pueda alzar

que abandone la pelea.

 

No es tiempo de recular,

ni de vivir de leyendas.

 

Canta, canta, compañero

que tu voz sea disparo.

Que con las manos del pueblo

no habrá canto desarmado


 

Alí Primera

1978, Caracas

 

No puede ser, es un sueño entonces. No, no es un sueño, fue acá, es acá. Pero no puede ser, es demasiada coincidencia, parece inventado, es imposible.

¿Imposible, qué? ¿Acaso no nos vienen matando hace quinientos años acá? ¿Acaso este río no tiene nombre de Matanza? Estuvimos acá hace una semana, entonces.

Pero… claro, ¡si acá empezó todo! ¿Me tuve que perder después de seis años de venir religiosamente? De dejar lo que estuviera haciendo -laburo o militancia- para venirme hasta acá, para mirar los murales nuevos, saludar a los compañeros y compañeras, hacer el minuto de silencio a la una y media, mirar algún adoquín parado en el centro de la bocacalle y pensar que su sangre todavía podía estar ahí, debajo de la piedra, aguantada cariñosamente por la tierra barrosa del río, sintiéndolo todavía vivo en mis pies, mis músculos, mis luchas, mis dolores y amores.

Y sí, te tuviste que perder en el Toro y pasarte de dar la vuelta en Pedro de Luján a la izquierda, enganchado como ibas en la secuencia de carteles: Osvaldo Cruz, Cruz del Sur y te pasaste hasta que se terminó la Vélez Szársfield y antes que cruzarte por el viejo puente de hierro a Lanús, tuviste que dar la vuelta por la costa del Riachuelo, y ahí fue que reconocimos la curva, el meandro y la isla, y paraste el auto y nos bajamos porque era un flash y estábamos re pasados del viaje y la reunión en lo de Alicia y Ulises, y entonces viste la cancha de Victoriano Arenas y fue como un Eureka.

Y sí, Jose, si le llaman así por los barracones que vimos cargados de cuerpos negros como vacas esperando al marronero, vacas y negrada, ¿o no aprendiste nada?

Y ahora son éstos, sus descendientes -claro que aprendí-, el pueblo aprendió, ¿te acordás? Y el pueblo aprendió y ahora son éstos con sus trenes y sus negociados, trenes que siguen transportando vacas y granos de plantas y cosas inventadas afuera, pasando el río y el océano. Trenes que llevan tanto tiempo haciendo lo mismo y transportando mercancías, humanas también, de las que todavía laburan para alquilarse la libertad, de las que sirven para usarse y después se tiran en un zanjón para que se la coman los perros y puteen las buenas costumbres. Trenes que no van más a ningún lado, que yiran y yiran sobre una cinta de moebius, aburridos y grises trenes sin poesía que nos vacían el tiempo.

Esos mismos trenes.

Y son los mismos dueños que vinieron y no se bancaron el corte de vías, la rebeldía del que se supone tiene que vivir domado, aunque le paguen tres veces menos por el mismo laburo que hace el de la planta permanente, el que está blanqueado, que sigue siendo una especie de privilegio para deshauciados, y encima tenés que irte a la cucha contenta o contento. O contente.

Qué se lo van a bancar, Jose, si estos mierdas siguen viviendo de nuestro sufrimiento, se esfuerzan para seguirnos teniendo mansitos y aplaudiendo. A los Mariano los tienen que parar con balas cobardes porque de otra froma no pueden, no lo pueden engañar más, no lo pueden engatusar con sus promesas y sus regalos y su boludeces y la tele y los recitales y el festilindo.

Nos tienen que matar así, a traición, después de haber perdido el mano a mano, después de haberse comido un chico abajo por un envido cerrado, ahí vienen los traicioneros a meterle bala a un cordón de desocupados, a gente que lucha por laburo.

Pero entonces no es un sueño, no estamos soñando. Entonces por qué me parece hace un rato, desde que empezó a hablar El Viejo, que entre los paraguas y las tacuaras de las banderas rojo gualda, lo veo al Leo.

-Pensé que me lo estaba imaginando.

-No, Negra, lo veo. Ahí adelante, mirando fijo el suelo.

-Es otro, nos confundimos.

-Es él mismo, con una barba de meses y una pipa corta. Volvió con nosotros. Lo invocamos.

-La pipa bolsillera, la campera también se parece a la que usaba. No puede ser, estamos pasados de sueño, pasades, digo, pasadas. Las tres.

-Es él, te digo.

-Perá, no hagás bondi ahora que está hablando El Viejo y están les compañeres todo emocionades.

-Dejame acercarme un poco por lo menos. No, desde este ángulo parece que se fue. No está, lo perdí entre los otros cuerpos.

-Nunca estuvo. Estás deseando. Proyectás. Quedate piola que ya lo vamos a poder rescatar. La máquina funciona, una buena rebelión popular contra este sorete de Macri y lo traemos de vuelta a él y hasta a mi Orisha.

-Ahí lo ví de nuevo, yo no estoy cansade, Negra, es él, es Leo. Ahí apareció, está lagrimeando detrás del humo del tabaco.

-No seas lanzado, esperá, Jose, esperame!

 

-¡Leo! ¡Leo! ¡Leooooooo!

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