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domingo, 22 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 20: Mi muerto en Barracas


 

CAPÍTULO 20

Mi muerto en Barracas


Los que mueren por la vida

no pueden llamarse muertos.

Y a partir de este momento

es prohibido llorarlos.

Que se callen los redobles

en todos los campanarios.

 

¡Vamos, cumpa, carajo!

Que para amanecer

no hacen falta gallinas

sino cantar de gallos.

 

Ellos no serán bandera

para abrazarnos con ella.

Y el que no la pueda alzar

que abandone la pelea.

 

No es tiempo de recular,

ni de vivir de leyendas.

 

Canta, canta, compañero

que tu voz sea disparo.

Que con las manos del pueblo

no habrá canto desarmado


 

Alí Primera

1978, Caracas

 

No puede ser, es un sueño entonces. No, no es un sueño, fue acá, es acá. Pero no puede ser, es demasiada coincidencia, parece inventado, es imposible.

¿Imposible, qué? ¿Acaso no nos vienen matando hace quinientos años acá? ¿Acaso este río no tiene nombre de Matanza? Estuvimos acá hace una semana, entonces.

Pero… claro, ¡si acá empezó todo! ¿Me tuve que perder después de seis años de venir religiosamente? De dejar lo que estuviera haciendo -laburo o militancia- para venirme hasta acá, para mirar los murales nuevos, saludar a los compañeros y compañeras, hacer el minuto de silencio a la una y media, mirar algún adoquín parado en el centro de la bocacalle y pensar que su sangre todavía podía estar ahí, debajo de la piedra, aguantada cariñosamente por la tierra barrosa del río, sintiéndolo todavía vivo en mis pies, mis músculos, mis luchas, mis dolores y amores.

Y sí, te tuviste que perder en el Toro y pasarte de dar la vuelta en Pedro de Luján a la izquierda, enganchado como ibas en la secuencia de carteles: Osvaldo Cruz, Cruz del Sur y te pasaste hasta que se terminó la Vélez Szársfield y antes que cruzarte por el viejo puente de hierro a Lanús, tuviste que dar la vuelta por la costa del Riachuelo, y ahí fue que reconocimos la curva, el meandro y la isla, y paraste el auto y nos bajamos porque era un flash y estábamos re pasados del viaje y la reunión en lo de Alicia y Ulises, y entonces viste la cancha de Victoriano Arenas y fue como un Eureka.

Y sí, Jose, si le llaman así por los barracones que vimos cargados de cuerpos negros como vacas esperando al marronero, vacas y negrada, ¿o no aprendiste nada?

Y ahora son éstos, sus descendientes -claro que aprendí-, el pueblo aprendió, ¿te acordás? Y el pueblo aprendió y ahora son éstos con sus trenes y sus negociados, trenes que siguen transportando vacas y granos de plantas y cosas inventadas afuera, pasando el río y el océano. Trenes que llevan tanto tiempo haciendo lo mismo y transportando mercancías, humanas también, de las que todavía laburan para alquilarse la libertad, de las que sirven para usarse y después se tiran en un zanjón para que se la coman los perros y puteen las buenas costumbres. Trenes que no van más a ningún lado, que yiran y yiran sobre una cinta de moebius, aburridos y grises trenes sin poesía que nos vacían el tiempo.

Esos mismos trenes.

Y son los mismos dueños que vinieron y no se bancaron el corte de vías, la rebeldía del que se supone tiene que vivir domado, aunque le paguen tres veces menos por el mismo laburo que hace el de la planta permanente, el que está blanqueado, que sigue siendo una especie de privilegio para deshauciados, y encima tenés que irte a la cucha contenta o contento. O contente.

Qué se lo van a bancar, Jose, si estos mierdas siguen viviendo de nuestro sufrimiento, se esfuerzan para seguirnos teniendo mansitos y aplaudiendo. A los Mariano los tienen que parar con balas cobardes porque de otra froma no pueden, no lo pueden engañar más, no lo pueden engatusar con sus promesas y sus regalos y su boludeces y la tele y los recitales y el festilindo.

Nos tienen que matar así, a traición, después de haber perdido el mano a mano, después de haberse comido un chico abajo por un envido cerrado, ahí vienen los traicioneros a meterle bala a un cordón de desocupados, a gente que lucha por laburo.

Pero entonces no es un sueño, no estamos soñando. Entonces por qué me parece hace un rato, desde que empezó a hablar El Viejo, que entre los paraguas y las tacuaras de las banderas rojo gualda, lo veo al Leo.

-Pensé que me lo estaba imaginando.

-No, Negra, lo veo. Ahí adelante, mirando fijo el suelo.

-Es otro, nos confundimos.

-Es él mismo, con una barba de meses y una pipa corta. Volvió con nosotros. Lo invocamos.

-La pipa bolsillera, la campera también se parece a la que usaba. No puede ser, estamos pasados de sueño, pasades, digo, pasadas. Las tres.

-Es él, te digo.

-Perá, no hagás bondi ahora que está hablando El Viejo y están les compañeres todo emocionades.

-Dejame acercarme un poco por lo menos. No, desde este ángulo parece que se fue. No está, lo perdí entre los otros cuerpos.

-Nunca estuvo. Estás deseando. Proyectás. Quedate piola que ya lo vamos a poder rescatar. La máquina funciona, una buena rebelión popular contra este sorete de Macri y lo traemos de vuelta a él y hasta a mi Orisha.

-Ahí lo ví de nuevo, yo no estoy cansade, Negra, es él, es Leo. Ahí apareció, está lagrimeando detrás del humo del tabaco.

-No seas lanzado, esperá, Jose, esperame!

 

-¡Leo! ¡Leo! ¡Leooooooo!

CAPÍTULO 19: La leyenda de la Ka'aguiresá




 

CAPÍTULO 19

La leyenda de Ka’aguiresá

 

 

La caridad del universo es falsa, falsa.
La tempestad recogerá nidos.

Nunca cesará la causa
de la voz de la leyenda.
Para mí que la laguna
lleva su venganza a cabo

 

El monstruo de la laguna,

Luis Alberto Spinetta

y Osvaldo Frascino,

Pescado Rabioso,

1972

 

 

Después de saludarse con afecto, el círculo rompió filas. Nelly ya tenía que fichar en la fábrica, Alicia iba a sacar a pasear a Ulises por Combatientes de Malvinas como siempre, Denise tenía que firmar en su pabellón, y la pareja de viajeros del tiempo encaró para el depto que alquilaba Santos Capobianco devenido Xosé Covián cruzando la Plaza Malaver.

-Me voy a dar un bañazo, ¿puedo?

-Mi casa fue tu casa, Vicky, obvio que podés. Fijate si hay toallas y eso porque hace mil que no vengo.

-Ya lo sé, tranqui. ¿Vos qué onda, te vas a apolillar o te preparás un café?

-Antes que nada me voy a armar uno, no doy más. Después veo.

-Dale.

-Ahí le tiré por wasap a la Gaviota y el Viejo Alejo a ver qué onda si apareció Leo.

-Ya nos hubiera mensajeado, ¿no te parece?

-Andá a saber. Por ahí llegó y está perdido entre la lluvia y la cantidad de gente. Por ahí está sin celu. Qué se yo.

-Dios. El agua caliente. La ducha. Qué sencillos son mis lujos.

-Un inodoro, amiga.

-El bidet.

-Claramente. Ahí contestó.

-Hablame más fuerte. Qué dice.

-Perá que entro y te pongo el audio.

-Dale, pero no pispiés que vengo de prender fuego una ciudad y estoy horrible.

-Qué boluda sos. Ahí va.

-¡Hola, Santos! ¡Qué alegría escuchar tu voz! Te mando un audio porque estoy en el bondi para arrancar con la escuela de la mañana, querido. Mirá, de Leo lamentablemente no sabemos nada hasta ahora, pero puede andar por ahí buscando su casa, o durmiendo. Pero si es por la máquina yo creo que tendría que haber aparecido, che. Fijate que funcionó de maravilla para traerlos a ustedes. Y me dijo la Negra que vinieron con alguien más, o sea que el poder de la movilización de las mujeres fue suficiente.

-Contestale que ya no sos más Santos.

-Perá un poco, Negra, que hay cosas más importantes primero. Oíme, macanudo, Gavy, pero ¿por qué decís que el poder de la movilización fue suficiente?, ¿cómo sabés?

-Boludo, seguro estuvo en los controles maniobrando. Me dijo que la movilización de hoy se viene preparando desde el sábado, que se sabía que iba a ser fuerte. Hasta yo creo que se deben haber sorprendido, ¿viste la cantidad de gente que había?

-Sí, impresionante. Les decía a las chicas, creo que desde el Argentinazo no había tanta gente en Plaza de Mayo.

-Eso ya lo dijiste antes. Cualquiera, José, cualquiera. En el Argentinazo no había tanta gente. Hubiéramos tomado la Rosada con las minas que había hoy.

-Perá que contestó.

-“Porque lo intentamos varias veces en el año, amor. No sé cuánto tiempo estuvieron ustedes en el pasado, pero nosotres probamos varias veces en estos cinco meses. [ruido de bondis] El niunamenos del 3 de junio fue grande pero más disperso que el del año pasado, en julio se armaron cacerolazos y asambleas populares contra los tarifazos de los servicios, el más preparado y contundente fue el del 14 de julio, como la Revolución Francesa, jaja. [gente hablando en segundo plano] Pero no dio la fuerza para traerles, o ustedes no tendrían prendidos los waky tokys. En agosto hubo una marcha contra el ajuste del Sutna, les ferroviaries del Sarmiento, la AGD y la izquierda que fue re linda, pero no dio para más que llenar la Diagonal Norte; hubo luchas de tabacaleros en Salta y Jujuy, estatales en Neuquén y un parazo docente pero nada. En setiembre tuvimos una marcha federal de las dos CTAs y La Bancaria y también nos ilusionamos, pero se ve que no movió el amperímetro de la máquina. [bocinazos, amenazas entre machos] Muchas luchas pero fragmentadas. Bueno, nene, viste cómo es, salimos las mujeres empoderadas a reventar las calles y volvieron. Le estamos enseñando a los forros de la CGT cómo se tiene que luchar.”

-Esa piba es una copada. No te mandaste ninguna cagada ahí, quiero creer.

-Avisá que salías, boluda. No me jodás, Gavy es una compañera de un equipo re bizarro, además ni nos conocemos.

-Bueno, che, no te pongás de culo, era una joda. Este bañazo me hizo bárbaro. Tenés que probar.

-Ahora voy.

-A ver… yo también tengo el celu saturado de mensajes y notificaciones. Va a ser una paja revisar todo esto.

-Estoy mirando Wikipedia. ¿Sabías que la South Sea Company fue la primer empresa por acciones que hizo quebrar la bolsa de Londres en 1720?

-Me jodés. Eso no lo leí.

-Parece ser que los ingleses se ilusionaron con los negocios que iban a hacer en el sur, no sé qué se imaginaban. Ahí va, claro, les habían dado el monopolio de la importación de africanos esclavizados a las colonias españolas en América en 1713, y todo el mundo vió el negocio. Inflaron las acciones de la Compañía muy por encima del capital real y de paso inflaron por contagio las de otras compañías. Cuando empezaron a llegar los dividendos se dieron cuenta que entre el Río de la Plata y Potosí no había tanta gente. Qué pedazos de mierda, boluda. Estos tipos pasaron a la historia como la nación que encabezó la lucha contra el tráfico negrero y son los que más guita habrán hecho en el pico del genocidio. Qué hijos de puta.

-Hijos de la mierda, decí, o de yuta, como dicen ahora las pibas. Las putas no tienen nada que ver y no son malas mujeres por serlo.

-Tenés razón. Perdoná. Y no sé si esta compañía del Mar del Sur no habrá sido también la que empezó la explotación de aceite de ballenas y lobos marinos en las Malvinas. Acá hay mapas ingleses del siglo dieciocho de todas las costas del sur y aparecen las Falkland Iles…

-Che, Malvinas... Oíme otra cosa.

-¿Algo más para corregirme? ¿Tengo que hablar en inclusivo como la Gavy?

-Podrías. Podríamos, a mí también me cuesta un montón. Este idioma de mierda no se hizo para el neutro. No, te quería contar algo que no les dije en la casa de Alicia…

-Decime.

-Pará, pará. Me llegó el mensaje de una compañera militante de la juventud barrial. Denunció al hijo de un dirigente importante.

-¿Quién? ¿De qué?

-Por violador. Lo vio marchando ayer y estalló. Se decidió a denunciarlo ante El Partido.

-Tenía que pasar, carajo. Tenemos la juventud podrida. La prebenda del Estado financia las urgencias del aparato, la camarilla electoralera necesita su propia patota, el patotero tiene carta libre. Todo se justifica por la revolución y estos soretes la degradan a tapadera de sus perversidades.

-Una cofradía de machos violadores. La tenemos adentro, carajo. Agreden a compañeras de militancia. Imperdonable. Tenemos que revisar todo de nuevo, como Marx en el 52, como Luxemburgo en cana.

-Hay que castigar a los autores materiales y los intelectuales, los promotores, los dealers de la prebenda estatal, los encubridores y cómplices silenciosos. Hay que exponer la red, extirparla hacia la luz pública. Cambiar al Partido. Superarlo.

-Lo primero es proteger a las compañeras, ayudarlas, asistirlas. Reparar con amor y asistencia profesional el dolor que no les pudimos evitar a tiempo. Hacerse cargo. ¿Seguís chateando con ella? ¿Qué más te dice? ¿Quién fue?

-Son mensajitos viejos. De la madrugada. Debe estar durmiendo a esta hora. No da jedearla. Le escribo para decirle que cuando pueda paso por la casa y me pongo a su disposición. Esta va a ser una lucha larga y cruel.

-Se puede llevar puesto al Partido entero, Negra.

-Espero que no, negrito. Que no me agarre ahora, justo.

-¿Por?

-Lo que te quería contar.

-Contame entonces.

-Bueno, no sé, no es tan sencillo. Volví cambiada.

-Yo también lo pensaba eso, Vicky. Fijate que viajamos por el tiempo usando la energía de las emociones de miles de personas. Y las nuestras propias. ¿Cuánto había hoy, quinientas mil mujeres? Todas angustiadas, llenas de bronca, con todas sus propias historias de dolor a flor de piel peleando juntas por la misma piba, la misma mirada tierna. Eso nos tiene que cambiar, nos tiene que revolucionar por dentro. No te digo como en las pelis yanquis, que nos cambian las moléculas y esa gilada. No, emocionalmente nos tiene que cambiar. ¿No te parece?

-Ponele. Pero a mí me pasó algo más concreto allá. Me cambió físicamente también.

-Ya sé. Te enamoraste del negro y lo extrañás. Ya me dí cuenta allá. Y no hacía falta tanto misterio, las chicas seguro se dieron cuenta también por tu relato.

-Tenía razón el jesuita, te las sabés todas vos.

-Acerté, era eso. Y bueno, qué se yo amiga, los amores son así, van y vienen.

-No es eso, pelotudo. Estoy embarazada.

-¿Qué? Pero, ¿cómo?

-Como siempre, tarado, el método tradicional.

-No, digo, cómo lo sabés, llevás una semana en la colonia… ¿lo pensás por los dolores de hoy? Quedate tranquila que deben ser los efectos del viaje en el tiempo. Yo también me siento raro…

-No, boludo, no. Lo sé. La última vez que nos metimos al baño, Denise trajo un test descartable del hospital. Siempre hay que esperar la confirmación, pero por lo general estos bichitos no mienten. Me embaracé allá.

-¿Allá, allá?

-Con mi Bangboshé allá.

-No te puedo creer.

-¿Qué no me podés creer? Vos mismo lo acabás de decir. Me enamoré hasta el caracú, como decía mi tía. Hasta el fondo del fondo, amigo. Ya cuando lo ví en la asamblea del quilombo la primera noche me flashó mal.

-¿Pero no era que habías decidido terminar tu historial de fracasos con los chongos?

-Pero qué pedazo de chongo, hermano. Está bien, tenía un carácter de mierda en la intimidad, como todos, el tipo quería ser mi dueño. Pero esa noche que me sacó en hombros de la podrida con la yuta, era un sueño. Me había mojado toda ya cuando lo ví plantado diciendo que había que terminar con los demonios blancos y la esclavitud; estaba re al palo cuando lo vi combatir conmigo en el cordón contra los soldados, la adrenalina esa, vos la conocés, combatir juntos, juntes ponele. Y ta, que cuando me alzó le sentí toda esa fuerza en el cuerpo, yo creo que ya estábamos garchando cuando corríamos.

Cuestión que llegamos a su choza y le comí la boca de una, esa bocaza, Santos… perdón Shosé, José, esa bocaza era un mar, esa cara ancha para abrazarla, le fui viendo los tatuajes con la lengua, porque ni habíamos prendido la vela, estaba como drogada y me llegaban flashes de su cuerpo con el brillo de los fogones alrededor. El sudor a mí me pone toda gata, me abre, me lubrica toda la piel. Nos agarramos como en una grecorromana, a los palazos, fui una de esas boas constrictoras que se quieren triturar un árbol duro, de quebracho, pura fibra, de piedra, pero palpitándole cada músculo, y tenía una pija hermosa, de ébano, labrada por artesanos celestiales, te juro. Enorme, durísima, ancha y azul por todos lados menos la cabeza, que se tornasolaba. Hasta eso, boludo, los detalles de matices de colores de la piel del chabón en la pija me tenían fascinada onda caleidoscopio, hipnotizada. Se la comí para el campeonato, me hubiese quedado a vivir chupando esa bendición, ese miembro del dios del trueno y la guerra, ese martillo de Thor. Por favor, que pedazo de pija. Lejos la mejor pija que me comí en la vida.

Así que lo cabalgué furiosa, toda abierta, expandida, todo mi cuerpo haciéndole la segunda a la concha, me lo engullí por la concha, me lo fui tragando un cacho más en cada sacudida, le dejé moretones en la ingle de tanto que lo mastiqué toda furiosa, toda muslos y piernas apretándole el culo para mí, tipo las mandíbulas de la mamboretá, metiéndomelo bien profundo hasta el alma, y el negro comiéndome las tetas como si fueran maná del cielo, como si fuera la diosa que el tipo estuvo esperando toda su vida, levantándome por el aire con la fuerza de un torazo, la pija daba para tomar distancia y pegarle una vuelta al universo. No sé, una fiesta de clítoris completa.

Yo creo que esa misma noche me quedé embarazada. Aunque le dimos todas las noches después. Fue una adicción, no lo podía dejar, me lo monté todas y cada una de las veces que pude, me daba abstinencia cuando no estábamos cogiendo. Y re paki todo, sí, sí. Nunca me chupó la concha el desgraciado, culeamos, se la chupé en todas las geometrías que pudimos hacer, pero el tipo nunca bajó a dar sus respetos al templo, maldito macho.

-¿Y qué pensás hacer?

-No sé.

-Sos conciente que ese tipo se murió hace doscientos años.

-No voy a ser la primer madre sola de mi estirpe, si lo decís por eso.

-Ni en los libros de historia va a aparecer ese chabón.

-Imaginate cómo estoy, no me voy a poder comer más ese terrible dios.

-Al final vas a ser la virgen María, boluda.

-Posta. Oyá completa, la diosa que pare sin padre que la domine. Jurame que le contamos eso al pibe, o piba, o lo que decida ser. Eso mismo, que es “hije” de un Orisha, del mismísmo Shangó.

-Como vos quieras. Te confieso que yo también me guardé una historia con las compañeras.

-Epa. Y por qué lo decís con esa cara, amigo. Qué bueno todo. Gran aventura y pegamos garche, decime si no es genial.

-No sé.

-¿Cómo no sé? ¿No te gustó? Te violaron. Decime que no te violaron en la cárcel esa.

-No, no, nada que ver. Yo lo quise todo. Pero… no sé, no sé ni cómo contarlo.

-Dale, boludo, yo te conté.

-No sé, Vicky, te juro, me cambió todo.

-Vos no te podés embarazar, no jodás.

-Pero me cambió también. Y no sé si la voy a poder superar.

-¿Tanto te pegó?

-Es algo más.

-¿Qué más? Dale, boludo, relajate. Como mucho habrá que aguantarte un par de noches para atrás, pero ya vas a conocer a alguien más y…

-No como ella, bueno, si era ella.

-¿Cómo?

-Es que era una mujer, sí, pero no me cogió como una mujer.

-Qué era, ¿una travesti? ¿En la colonia? ¿Cómo fue?

-El último domingo antes de Reyes, después del laburo, en la iglesia de Santo Domingo.

-¿Te cogió una trava dentro de una iglesia? ¿Encima tu primera vez con una chica especial? No te podía pasar nada más flashero, Santos, perdón, José.

-Eso también. Lo del nombre, mi identidad. Estoy muy confundido, Negra.

-Pará, no llorés. Vení. Bueno, sí, qué no ni no, llorá boludo, llorate todo, dale. Yo te acompaño. Estamos muy sensibles. Hicimos un viaje re bizarro. Cómo no vamos a estar así.

-Es que. Gracias, gracias. No sé, Negra, no sé qué me pasa.

-Tranquilizate y respirá. Y contame.

-Ya el primer día que fuimos a laburar ahí la había visto y me había flechado. Tiene una mirada peor que magnética. Es dura. Te mira con sabiduría, como si ya supiera todo de vos, como si no le pudieras ocultar nada de lo que hiciste o de lo que estás pensando.

-¿Pero qué hacía ahí, era la esposa de algún laburante?

-Era de la delegación de guaraníes que el jesuita había bajado de las misiones. Estaba sola. Al segundo día que caimos a laburar ahí, cuando Shosé todavía era Shosé y me empezaba a mostrar un poco más de confianza, ví que hablaba con los laburantes en el mismo idioma, re fluido, yo todavía no sabía que él también había vivido en las misiones, ni la tragedia de sus amores, le pregunté si sabía quién era. Me dijo que se llamaba Ka`aguiresá, o eso entendí yo. Así, Ka, con un espacio como si fuese una letra más y aguiresá que termina fuerte.

Estaba laburando con ellos y vivía en la parte del Convento que ya tenía techo, aunque eso y nada más. Había viajado bajo las condiciones que ella había exigido, era la más especializada del grupo en textiles finos y había puesto condiciones. No sólo le pagaban con guita posta, le permitieron llevarse con ella a sus cinco hijos. Bueno, cuatro, porque el más chiquito, un bebé recién nacido, no le aguantó el viaje. Así que hacía de nodriza también para pibitos de las familias aristocráticas que le decía el jesuita.

-Imagino que el sorete cobraba de todos lados.

-Seguro. Cuestión que cada día me embobaba más. Y me empezó a encontrar ella. Cada tanto se aparecía detrás de las filas de laburantes en los andamios o detrás de las tablas, como si pasara por ahí, pero mirándome fijo, como llamándome. Me miraban esos dos ojos de piedra de jade, de basalto, desde arriba de dos pómulos salientes como barrancas de tierra barrosa. Una piel hermosa, de cobre, de barro dorado, no sé cómo decirte.

-Y la encaraste.

-Nunca. Traté de esquivarla, de dedicarme al laburo, a la misión, de estar concentrado. Cualquier novedad o cambio fortuito podía mandar todo a la mierda o devolvernos acá. Estaba muy metido en el viaje, enfocado en que estábamos jugando fuerte a doscientos años de distancia, sin Partido ni nada, sin red.

-Re tenso.

-Ponele.

-Entonces ¿cómo terminaron garchando?

-No fue un garche.

-Bueno, no quise minimizarlo. Te pregunto cómo se encontraron.

-Ese domingo Cuervo me llevó a almorzar con el resto de los guaraníes a la obra. Ella cocinó. Nos presentaron y todo. Cuervo me hacía de lenguaraz porque ella sólo hablaba su lengua materna y hasta parecía que no escuchaba otra cosa que no sea su idioma. Tenía un desprecio absoluto por todo lo español. De hecho se la pasó hablando mierda de todos los europeos, de los criollos de Asunción y Corrientes, de los encomenderos que les seguían tratando como esclavos, de los portugueses que lo hacían sin ninguna vuelta, hasta de los jesuitas, que eran iguales.

De la ronda de albañiles salieron varios a pararle el carro, a defender a los jesuitas y la vida en las reducciones. Lo de siempre, que les daban tierras y un laburo, que les enseñaron oficios.

-Todas esas tierras, y estas de acá, son nuestras y de nadie. –me dice que dijo en un momento sin levantar la vista del fuego que estaba manejando a voluntad. –Y los oficios los aprendemos nosotros, porque somos hijas e hijos de la luna y el sol, de la selva y los ríos, del yaguareté y el lapacho. Al jesuita le debemos trabajar como mulas y vivir encerrados. Nada más. Ellos nos deben toda la riqueza que les hicimos. Parásitos.

-La tenía re clara.

-No se comía ningún chamuyo. Y era más menuda de cuerpo que el resto de los laburantes, pero estaba clavada firme en el fogón imponiendo respeto cuando hablaba, la cara y el cuello tenso, los gestos justos. También Cuervo me contaba que la respetaban porque venía de una familia de brujos, o hechiceros, no sé si es la traducción de Cuervo o que Cuervo cree que las encargadas de la medicina y los ancestros en los clanes guaraníes son brujas. Me revienta no saber, tengo que aprender guaraní.

-Tranqui, che, no es que la vas a volver a ver para hablarle. Pero, no te pongas así… vení, perdoname, soy una torpe. No te quise poner así.

-Posta que pensé eso mismo. Perdoname vos, tenés razón, para qué aprender si no le voy a poder hablar más. En realidad nunca le hablé, sabés. Sentí que no había que decirle nada, que me leía la mente. Durante todo el almuerzo y la sobremesa que los capataces nos permitieron por ser domingo, no me buscó la mirada una sola vez, como si no estuviera, aunque la tuviera enfrente. Pero cuando todos se fueron mandando de vuelta a sus puestos de trabajo, abrió los ojos hacia mí de repente, no sé en qué estaba yo pero sentí que un puma me había marcado, fue una sensación de esas de sexto sentido, viste, cuando sabes que algo te va a pasar. Y por primera vez desde que nos conocíamos dio tres pasos directo hacia donde yo estaba y con un movimiento sutil, que nadie vio, me enganchó la muñeca derecha con su mano. Sentí unas esposas, unas garras, y con la muñeca tiró y me trajo para ella, dio medio giro y me llevó hasta la habitación donde dejábamos las bolsas de materiales, las tejas y eso, esquivó los bultos exactamente por el único hueco donde se podía pisar, abrió una cortina en una esquina de la pared que yo nunca había visto y me metió en un enorme salón, cerrado y vacío, donde el techo había quedado sólo la base de la bóveda, sin terminar, con un hueco que dejaba ver una elipse de cielo azul, ya tirando al turquesa de la tardecita.

Me sentó sobre mis piernas, como estaba ella, en el centro de ese atrio silencioso, de paredes tan anchas que no entraba ningún sonido de la obra ni la calle. Sólo mi corazón pechándome las costillas a martillazos se escuchaba rebotar en el eco de las paredes.

Estuvo todo un rato mirándome y hablándome y yo no entendía nada de lo que estaba pasando ni de lo que decía. Empezó a acariciarme con unos dedos largos y fuertes, decididos, aunque las caricias eran suaves y amorosas. Me fue dibujando la cara con las yemas, y cada tanto se sonreía. Sobre la comisura izquierda, sonrió; sobre la única arruga continua arriba de mis cejas, sonrío; en la curva de la nariz, sonrió.

Después sacó unos yuyos del bolso que tenía debajo de la falda, se frotó las manos, que le quedaron brillosas, me sacó la camisa y empezó a frotarme un aceite con olor a flores que no conozco, jazmines o azaleas pero más intensos, mezclados con aromáticas de las sierras, sabores dulzones y también amargos. Me iba aflojando cada contractura y cada nervio y creo que me estaba drogando, también, porque me relajé y me fui poniendo en un estado mental zen, y empecé a percibir los matices de los colores que nos rodeaban y las formas dejaron de parecerme líneas para ser sólo contornos, y luces, y sombras, y creo que sentí que flotaba en ese cielo que ya empezaba a trazar unos lilas con la refrexión y hasta se cruzaron esas nubes que tienen un nombre, que son así como tubitos pero enrulados y todos parejitos y paralelos, que una parte está brillante de sol blanca y la otra esponjadita en gris, después violeta, después naranja… y entonces, la siento en la boca, siento que me respira adentro mío, que me busca la lengua con su lengua, que juega toda serpiente en mi lengua blandita y húmeda. Siento eso, siento que con las manos aceitosas me va ablandando la carne, me va haciendo todo líquido, todo sangre, que me ablanda los huesos.

Te juro Negra, que no te miento, yo sé distinguir la realidad de un viaje narcótico. Esto no lo hacían las hierbas ni los hongos con los que había armado el potaje, esto era todo muy real, muy concreto.

Con un movimiento de sus hombros debajo de los míos me impulsó y me hizo abrazarla y ahí me enamoré de lo que miraba con mis manos, entendí cada pedazo de historia que había en sus contracturas, sus arrugas, sus pliegues, su carne y su sangre. Cada vez que abría los ojos veía los suyos, amplios, anchos y agudos, encastrados como piedras mágicas detrás de esos pómulos como balcones, sentía lo mismo que subido a las rocas, mirando el horizonte sobre el mar, pero con el mar mirándome adentro. Y no era mar porque era un carey casi oscuro, con vetas de miel, de canela, de piedra marrón cristalina, de volcán apagado.

Entonces, me sentó encima suyo, con mis piernas sobre sus anchas gambas, ancas de puma, y cerré mis piernas alrededor de su torso, que me pareció duro y flexible a la vez, como si estuviera abrazando una enorme serpiente y entonces sus manos se empezaron a mover frenéticamente, con vida propia, pequeñas serpientes en cuerpo de araña, sabias; una me tomó fuerte la nuca para zambullirme en un chupón que duró la vida entera, respiraba dentro suyo, sacaba oxígeno de su saliva, de su sudor; la otra empezó a buscarme la pija desde las nalgas, me la trabajó hasta que empezó a gotear, y cuando creí que me iba a tomar desde la base para arriba, con el pulgar y el índice rozándome los huevos, se deslizó más adentro, y mientras empujaba muy suavecito la punta del índice y el mayor por el círculo de piel arrugada de mi culo, virgen de penetraciones, mi culo, mi ano, mi pequeño anillo, me empujó para su pubis y encastró su pulgar contra su clítoris -lo sé porque le sentí el gemido dentro de la garganta- y me empezó a coger como si ella tuviera pija. Yo fusionándome en su pecho, los vientres latiendo sincopados, a todo ritmo, y así, sentada arriba de ella empecé a torcer las piernas más fuerte, acompasadamente, como si toda la vida hubiera deseado que me cogieran así, y ella marcaba el paso con su cadera como un pistón, me estaba penetrando: me hizo conocer un grado de orgasmo pélvico y cerebral como nunca sentí en toda mi vida. Acabé por el culo y por la espalda y por los muslos y por las neuronas, acabé por todos lados con un espasmo eléctrico y eso que nunca había eyaculado, y mi pija seguía ahí tan dura y tan distinta como si fuera una parte más y no la única parte que importaba en esa situación.

Hasta que dejó de moverse para quedarse toda tensa y encorvada. Estaba remontando su propio orgasmo desde la raíz hasta la erupción, a conciencia. Y en una, corcoveó con la mano que tenía dentro mío y empujó en sentido contrario a la que me sostenía la nuca, y me hizo acabarle toda la leche por el universo y al mismo tiempo que me liberaba las compuertas empecé a reirme a carcajadas, sentí un glaciar que se quebraba en mis costillas, por la espalda, y que se me abría el pecho en una bandada de calandrias cantoras que llenaban todo el atrio donde iban a poner el altar principal y volaban por los muros y los silencios, a carcajadas de cristal por donde iban a rebotar en el futuro las ondas rítmicas de los órganos de cobre y los sermones y que salían por el vitreaux hermoso de grises, celestes, turquesas, lilas, violetas, indigo, amarillos, rosas y anaranjados que teníamos en la inconsumable bóveda celestial encima nuestro.

-Wow.

-Te lo juro. Fue así. Así fue.

-Me morí y renací, boluda.

-¿Perdón?

-Tuviste un orgasmo de mina.

-Fue increíble.

-Eso es lo que no podés creer. Tuviste lo más parecido a un orgasmo de mina que podés tener. Todavía.

-Qué decís.

-Que esto recién empieza, Jose. Así te voy a decir, Jose, en grave. Que puede ser José o

-Sí, eso lo entiendo, qué queres decir te pregunto.

-Que la bruja te hizo mujer, amigo. Que eso es lo que te flashea tanto. ¿Nunca te habían penetrado?

-Nunca. Estuve en tríos con chabones, chupé algunas pijas y tuve sexo gay, pero esto no me había pasado nunca.

-Es eso.

-Lo que más me jode de lo que decís es que yo vengo pensando lo mismo desde que pasó. Después de coger hermoso nos acurrucamos, entre sus polleras y mi chiripá, y me hablaba al oído y me comía las lágrimas con los labios, bebiéndolas directo del lagrimal, besándome al pasar los párpados, con una dulzura infinita y eterna. Te juro Vicky que entendía todo lo que me decía, me decía que éramos hermanas, que no tuviera miedo, que ya estaba lista, que me faltaba sólo una bienvenida, que iba a ser lo mejor para las dos que me haya liberado, que ahora le permitiera a mi espíritu interior salir y gobernar mi vida.

-Eso dicen los yoruba. La Negra Tomasa me explicó que los yoruba piensan que más de un orisha puede metérsenos dentro y ser nuestro guía. Me decía que después del secuestro y la vida en las estancias o las casas de señoritos, los roles de mujer y varón, y la familia y el matrimonio no tenían ningún sentido, y que así como habían tenido que inventarse todo de nuevo para seguir vivos, también se habían inventado nuevas formas de quererse, de armarse en familias nuevas, nuevos cuerpos. Me dijo, incluso, que mi Shangó tenía novios a quienes trataba como hermanos, que ella prefería quedarse siempre con mujeres pero que no le parecía malo que un chabón quisiera amarla. Me dijo que había personas que podían estar influidas por espíritus de diosas y de dioses al mismo tiempo y que todo el asunto era que no se pelearan entre ellos, que no se rechazaran o quisieran imponerse uno encima del otro.

Y me hiciste acordar algo, Jose, Ka’aguiresá es un nombre que significa ojo de la selva o algo así como espíritu de la selva que sale por la mirada. Hay una leyenda antigua de los guaraníes que viene dentro de una leyenda falsa de los guaraníes.

Me contaban unas tías de la rama de mi viejo, que vienen bajando por allá por los litorales, en la villa, que en la iglesia siempre les contaban la falsa leyenda del Mburucuyá. ¿Viste la flor esa hermosa, que a veces aparece en los alambrados al costado de las vías del Sarmiento o del Roca? Es una enredadera muy finita, que nunca te dice nada, ni siquiera es robusta de verde como la madreselva o la enamorada del muro. Pero en primavera saca esas flores azules y lilas con pétalos en círculo y adentro otro círculo de finitos pelitos y adentro unos tres estambres gordos y largos, amarillos. Y en verano da esos frutos anaranjaditos y dulzones, como el del níspero.

Las viejas me contaban que en la iglesia les decían que los estambres eran los tres clavos de la cruz de Cristo, los que le clavaron en las muñecas y los pies. Que es un chamuyo, te acordás que nos contaba Pablo, porque eso de la pasión y el dolor de la carne lo inventaron después para meter toda la teología de la pasón de Cristo, del necesario sufrimiento y abandono del placer corporal para liberar al espíritu y también para que los pobres se jodieran y aceptaran su miseria con la zanahoria del Paraíso. Ese chamuyo les metían a las pibitas en la iglesia, hallá en Paraguay, y les decían que habían salido en esas flores porque un indio de la reservación de los jesuitas se había enamorado tanto de la hija de un criollo estanciero, que iba todas las noches a la vera de la ventana a cantarle y recitarle hasta que el padre de la gurisa se avivó y lo cago matando. No sé si a lonjazos o de un tiro. Ellas tampoco sabían. Se cagaban de la risa porque mirá si el padre no se iba a avivar con el pelotudo cantando como un salame en la calle.

Las gurisas no se comían ese chamuyo del amor romántico. Nunca lo habían vivido de esa forma.

Entonces, dice mi tía que una tarde de mucho calor, con el tereré en ronda bajo la sombra del alero de paja y barro de la casa de su abuela, en Pilar creo o Villa Rica, no sé bien, le contó en burla lo que le habían dicho los curas sobre la flor del Mburucuyá y que tenían dibujado los clavos por todo lo que cuesta sufrir el amor verdadero. Medio para ver qué decía la abuela, viste. Y dice mi tía que la vieja se puso seria y le dijo que eso era Una mentira, que no había sido así, que ella había estado o que le habían dicho unos parientes que habían estado. Que nunca puede ser eso, porque Mburucuyá se llama el frutito naranja de la planta, porque siempre se llena de moscas y avispas, que eso es lo que significa y que la flor se llama Ka`aguiresá porque cuando andás por el monte toda preocupada por seguir la senda que abrieron los machetes, la picada, entre los tacurales y los bichos, que no ves nada más allá de tu espacio personal inmediato, porque la selva te tapa el horizonte y el cielo, aparece la flor Ka`aguiresá y te mira adentro, te paraliza un tiempo que puede ser la eternidad o un suspiro y si sos buena persona, te ayuda para salir, y si sos una persona mala, o amargada, te emboba y hasta te puede dejar paralizada ahí para siempre, pero en paz, re tranquilita, como sedada. En una de esas te topaste a la Ka´aguiresá para encontrar tu camino para afuera, Elegguá. ¿Viste que Shangó te decía Elegguá? ¿Te acordás?

-Me acuerdo, cómo no me voy a acordar si fue hace cuatro días, o cinco. Me acuerdo, no paro de acordarme. Después de esa tarde en la iglesia en obra no paran de aparecerme recuerdos que creía haber olvidado hace veinte años. Me acordé de tantas cosas, después de eso. Pensé que siempre me sentí más cómodo en los círculos con obreras que con chabones. Ta bien que yo conocí más obreras que obreros, y en todas las barriadas son ellas las que primero se animan a ir a las asambleas… pero no paro de acordarme miles de cosas de mi vieja todo el tiempo, y de los juegos con mis hermanas… y…

-Lo podés decir, Jose, ¿también jugabas a vestirte distinto?

-¿Cómo sabés?

-Porque no sos la única, aunque seas única. Únique si preferís.

-No entiendo.

-Porque es así, Jose, porque siempre el espíritu que querés encerrar termina encontrando la forma de salir a la superficie. Porque le ha pasado a muches antes que vos y le va a seguir pasando. Uy. ¿Viste? Si lo practicás, el inclusivo te sale.

-No sé, Vicky, estoy muy… con… fun-di…

-De. Con, fun, di, de. Dale. Animate, decilo.

CAPÍTULO 18: Alborada nocturna

ÚLTIMA PARADA

LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL


  

“Es asunto propio de la mitología y de los cuentos de hadas revelar los peligros específicos y las técnicas del oscuro camino interior que va de la tragedia a la comedia. Por ello los incidentes son fantásticos, “irreales”: representan triunfos psicológicos, no físicos. Aún cuando la leyenda trate de un personaje histórico, los hechos de su victoria se manifiestan, no en forma acorde con la realidad de la vida, sino en visiones como las de los sueños; porque no se trata de que tal y tal hazaña se hayan realizado en la Tierra; se trata de que antes de que dicha hazaña se haya verificado en la Tierra, hay otra cosa primaria y de mayor importancia que ha tenido que pasar por el laberinto que todos conocemos y visitamos en sueños.

La travesía del héroe mitológico puede ser, incidentalmente, concreta, pero fundamentalmente es interior, en profundidades donde se vencen oscuras resistencias, donde reviven fuerzas olvidadas y perdidas por largo tiempo que se preparan para la transfiguración del mundo. Cuando esta hazaña se realiza, la vida ya no sufre desesperadamente bajo las terribles mutilaciones del desastre ubicuo, agravado por el tiempo, terrible a través del espacio; sino que, todavía invisible en su horror, con gritos de angustia todavía tumultuosos, queda penetrada con el conocimiento de un amor que todo lo invade y todo lo alimenta y con el conocimiento también de su propia fuerza conquistada.”

Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, 1949. Según traducción de Luisa Josefina Hernández para la edición de 1998 del Fondo de Cultura Económica (FCE) de Argentina.

 

 

  

CAPÍTULO 18

Alborada nocturna

 


Amazing Grace,

how sweet the sound

that saved a wretch

like me.

 

I once was lost,

but now am found
T'was blind

but now

I see

 

John Newton,

1779



 

 

Hacía rato ya que las últimas gotas de la sudestada del miércoles negro habían dejado de golpear la chapa de plástico duro que cierra el patio interior del pehache que alquila Alicia enfrente del Tornú. Por sus pliegues amarillentos ahora se colaban las primeras luces del amanecer que ya entraba a carretear el sexto aniversario del asesinato de su compañero, Mariano Ferreyra.

Parecían inundar también los ojos colorados del cansancio en los rostros del círculo de camaradas que velaron la lucha de millones de mujeres por Lucía Pérez y que, en la pausa del relato fantástico, comenzaban a prepararse para velar el luto del joven combatiente de Sarandí.

Nelly y Alicia levantaban los platos y los vasos usados en la cena y con Xosé Covián, rebautizado, los lavaban en silencio, mientras esperaban bullir el agua en la pava. Denise auscultaba con más detenimiento el origen de los dolores que seguían aquejando a la Negra Vicky en el baño.

Ulises, cuidaba todas sus almas, alerta entre sueños, mientras dormía en paz, al pie de la mesa ratona que transformaba -ella sola- el antiguo patio interior en falso living comedor.

-¿Cómo estás? –preguntó Xosé a su amiga cuando comenzaron la ronda de dulces y amargos.

-Mejor, mejor. Denise, sos un amor de persona, mil gracias. A ustedes también, compañeras, siento que me rearmaron, mis nuevas eternas amigas del alma.

-Madres y abuelas, querrás decir, querida, ya estamos grandes.

-Viejos son los trapos, Alicia.

-No dije viejas, dije grandes. Dale, Santos… o José, o como te quieras llamar, nene. Terminá de contar que me muero de intriga.

-Pero, Alice querida, toda la noche dudando de la historia que te contaba y ahora que ya sabes el final… ¿qué es lo que te intriga?

-Quiero saber cómo lo hicieron cagar a ese sorete.

-Y si cayó la sudestada.

-Claro, tiene razón Nelly, si hubo diluvio… es como las telenovelas, botija hermoso, una ya sabe cómo van, pero igual quiere ver los besos del final.

-Ustedes son increíbles compañeras. Okey, macanudo. Ayudame acá Negra.

-No, nene, vos te metiste solito ahora sacate. Yo te escucho.

-Bueno. Todavía tenía que esperar una semana casi para la Noche de Reyes y el jesuita me tuvo de sparring otras dos tardes más. El primero de enero nos dejó dormir lo que él suponía la borrachera del año nuevo. Pero el viernes dos, ya me volvió a convocar después de su almuerzo bacán y nuestro frugal encuentro de guiso y mollejas en el patio del fondo, antes de despacharnos a la Iglesia de Santo Domingo como todas esas tardes, que trabajamos peor que bestias.

Hacía un calor jede, que no aflojaba la soga ni por la noche. El aire estaba paralizado, no se veía una sola nube en un horizonte infinito. La gente que te cruzabas en las calles estaba del ojete, se peleaba por cualquier boludez que, con otro clima, con sólo una brisita del río, hubiese dejado pasar. El olor a barro podrido, mierda y meo, sangre coagulada, bosta y sebo de vacas, se te pegaba primero a la piel y después a la nariz. Yo andaba por el segundo cambio de piel laburando al sol sin capa de smog que me protegiera, ni agua para humedecerla.

En ese estado, el cura quería que le reflexione sobre las meditaciones de los cuatro reyes, que son tres al fin de cuentas, el terrenal, el diablo y Jesús.

Sabía que estaba físicamente en peores condiciones que el cura, así que empecé como para nockearlo en las primeras rutinas de piernas, antes que se me vencieran del todo.

-Creo haber comprendido que la Compañía de Jesús se piensa como una empresa comercial, productiva y militar y que configura un partido político con una estrategia internacional. –le tiré de una- Loyola reivindica el trabajo del rey terrenal, siempre que sea católico y aliado del Vaticano, incluso llama a imitarle en el ejército del cielo. Habilita que se calquen sus métodos de construcción, pero recuerda siempre que ustedes sirven al otro ejército. Luego, la comparación de los ejércitos del diablo y de nuevo de Jesús, muestra que la base del reclutamiento de la Orden son soldados que recibirán paga y sustento pero que no tienen que soñar con acumular cargos, honores ni riquezas materiales a modo individual sino colectivamente, para la Orden y para el Papa. Si funciona, ustedes construyeron la utopía del partido político moderno, aunque usando una filosofía arcaica, medieval. ¿Me equivoco mucho?

-Aquí no tratamos de juzgar a la Compañía, maestranza Covián, sino de salvar su alma.

-Mi alma no es la que está más sucia acá, estimado carcelero –le dije, con toda la sorna que fui capaz.

-Usted sigue sin asumir los graves infortunios que le tienen complicado en nuestra humilde contención, maestranza.

-Y usted es dueño y señor de la vida de otros seres humanos. Yo actué en defensa propia contra un servidor del Estado Terrenal que laburaba de matar semejantes de mi clase social. Yo soy culpable de ser un buen soldado, usted es un negrero.

-Se esmera en vano por lastimarme. Su ignorancia de los usos y costumbres de esta época lo exime de mejores esfuerzos, maestranza. En primer lugar, porque como bien ha dicho, los sirvientes de esta casa no son de mi propiedad personal, sino de la Compañía, incluso si en los papeles, ante el reino terrenal, figurasen a mi nombre, o el de cualquier otra persona.

-Pero a Xosé Cuervo lo tiene como esclavo personal desde que era un niño, lo obligó a acompañarlo a donde sea que fue, como un perrito faldero. Eso no hay papelito ni juramento que lo desmienta. Usted le cagó la vida, hágase cargo.

-Yo le salvé la vida, maestranza, y varias veces. Xosé es la prueba más acabada del poder de la Voluntad Divina y de la sabiduría de la Compañía de Jesús para llevarla a cabo.

-Usted es un cínico. Le vendría bien volver a los ejercicios del primer día y confesarse, padre. Si hay un infierno, los traficantes de negros y negras tendrían que sufrir la eternidad en uno de los principales salones.

-Es tan cierto que el infierno existe como que Xosé es el hombre negro más libre que existe en el mundo.

-¿Libre? ¿Un hombre que no puede decidir en qué ciudad vivir, ni a qué dedicarse, que no puede decidir cómo criar a sus hijas, ni puede defenderlas, y que cualquier día un amo u otro deciden llevárselas de su lado para siempre? Qué libertad de mierda vende su Compañía, padre.

-Usted no tiene remota imaginación de lo que es la vida de un negro en esta época, maestranza Covián. Cuando lo ví por primera vez, era un crío con los pies en carne viva, ya que los ingleses tratan a sus esclavos peor que a sus caballos y los mestizos troperos tratan mucho mejor a sus perros. Rescaté a ese crío de una muerte segura antes de llegar a Salta, no le digo al Potosí. Y si hubiese llegado, ¿cuántos meses le quedarían de vida a ese cuerpito destruido en las minas de plata y estaño, en los fornos de azogue? Y si hubiera aguantado la carne, cómo habrían dañado su espíritu todavía vacío del conocimiento de Cristo y su Palabra ante las jaurías de baquianos y encomenderos que le habrían torturado sexualmente para grandeza de Gomorra.

No, maestranza Covián, yo salvé a ese chiquillo y le dí salud y educación que ningún otro negro habría tenido nunca. Qué decirlle negro, si ni cristiano hay en esta pampa que conozca las artes del calzado, del textil y la carpintería de madera y fierro, la siderurgia y el arte más bello de la palabra, en escribiéndola y sabiéndola entender del papel. En las Misiones del Alto Paraná ese chiquillo floreció como un verdadero hombre de Cristo, confirmóse y entabló sus nupcias, con total libertad de elección como ningún esclavo de anglos y portugueses puede hoy todavía en estos condenados lares.

-Pero en ningún momento eligió todo eso, y cuando encontró algo de felicidad usted se la arrancó. Sí, usted, su rey terrenal, su otro rey del Vaticano entregaron la defensa de las misiones a los portugueses y acataron órdenes cagándose en la defensa de miles de guaraníes. Usted es tan responsable de esas muertes como el bandeirante que las violó y mutiló.

-Nadie puede alcanzar el poder necesario para detener a la Divina Providencia, maestranza. Lamenté mucho la suerte de la familia de Xosé, eran buenas indias, educadas y cristianas. Nadie puede acusarme de no contar con el poder para frenar la diplomacia de las naciones. Los padres de la Compañía fuimos víctimas también, como ya le diz. Sería pecar de orgullo acomplejarme por el destino de tantos seres, no llevo ese poder conmigo.

-¿La Voluntad Divina no es la voluntad de dios? ¿Usted vende un dios que tiene el deseo de violar y torturar nenas? ¿Y eso tampoco sería un pecado?

-Dios no tiene tales deseos, Dios es Amor, el Único y Verdadero Amor. Allí está todo su problema, maestranza. Entre todos los dones de este vasto mundo, Nuestro Señor nos ha dado también el Libre Albedrío, una vez que sus grandes obras quedaron establecidas y fundadas, Nuestro Señor deja que nos conduzcamos con libertad de entendimiento y acción. Espera, claro, de nosotros, sus criaturas más preciadas, que lle sigamos, que prosperemos en su Gracia para poder cobijarnos en el Paraíso a su diestra y amparo eternos, y en su omnipotencia ha decidido que seamos nosotros quienes lleguemos a él por nuestra propia voluntad y ahínco, sin forzarnos a ello. Esa sabiduría es la que han perdido las tan llamadas ciencias de los protestantes y francmasones. Se pueden estudiar y comprender cada una de las miles y miles de pequeñas parcelas del universo, cómo funcionan en sí mismas, como se relacionan entre ellas, pero esa búsqueda es totalmente ínutil si se pierde de vista lo fundamental: que todas ellas son expresiones de una Voluntad Única y superior, que si no se estudia, si no se comprende y, lo que es todavía mucho peor, si no se la persigue y adora en su debida forma, los caminos se estrellan sin salida.

-Pero en ningún lado se ha demostrado la existencia de ese tal ser supremo. ¿Cómo se puede estudiar la ciencia sin creer en sus pruebas?

-Porque, en última instancia, maestranza, el motor de todas las cosas sólo puede ser visto por la Fé. Ahí donde fracasa una ciencia que busca la acumulación de beneficios terrenales y de mundanos placeres, con sus reinos y compañías en guerra permanente, dilapidando esfuerzos, perdiendo colonias y territorios como Europa toda cristiana siempre fragmentada, ahí donde flaquece su pecado de avaricia y orgullo, la Compañía les saca ventaja, porque además de asimilar todo descubrimiento de la Gloria Divina, también nos dedicamos a cultivar y comprender la Voluntad Última y Primera. Fíjese usted en la obra que ha fecho la Compañía en cien años a esta parte. Las mismas Misiones del Paraná y el Uruguay, como ficimos almas cristianas de indios que se comían entre ellos, bestias que trabajaban sólo algunas temporadas del año, cuando no estaban en guerras fratricidas.

En poco tiempo les ficimos artesanos y artistas, les educamos en todos los más avanzados oficios. Hemos fecho de esos salvajes los mejores constructores de los edificios de esta gobernación ingrata, les cuidamos la espalda a los mismos encomenderos y contrabandistas de Asunción, Corrientes, Sancta Fe, Buenos Aires y hasta Montevideo del avance permanente y sistemático de los portugueses, cagándose en todo tratado internacional pre existente e incluso en las bulas papales. Y así nos agradecieron. Todo será cobrado al final, maestranza Covián, todo se paga.

-Eso son, al final, una empresa, una sociedad anónima o de responsabilidad limitada. Puros explotadores del trabajo de los guaraníes. Además de traficantes, esclavistas.

-Los indios reciben un salario y se les permite trabajar sus propias tierras.

-¿No es que trabajan para ustedes?

-A cambio de su educación y de la protección de sus almas, por supuesto. ¿O se olvida que en Asunción y Corrientes les quieren de encomendados y yanaconas y en las facendas bandeirantes de puras bestias de labrantío?

-Acá y en China eso se llama explotación del trabajo ajeno. Se aprovechan de la presión portuguesa con un sistema de plantación romano y la agricultura de servidumbre feudal española, para imponerles una especie de aparcería o medianería forzada, con algún retoque salarial.

-El sistema más avanzado del mundo hoy, maestranza. El propio Xosé está pagando su libertad a plazos, con trabajos que face independientemente de la Compañía.

-¿A eso le llama usted libertad? ¿Pagarse su muerte en cómodas cuotas?

-¿Acaso la humanidad puede ofrecerle algo mejor?

-Claro que sí, el verdadero trabajo libre y asociado, con pleno dominio de las decisiones financieras y políticas fundamentales, sin explotación de privados, ni competencia ni Estado que garantice la explotación de una minoría sobre otra.

-¡Si es eso lo que hemos hecho en las Misiones! Un comunismo ilustrado, una empresa colectiva sin acumulación en manos mezquinas, sin más Rey que el Nuestro Señor.

-Su Señor no sé dónde tendrá domicilio legal, pero no me joda, la Compañía rinde sus boletas en Roma.

-El Rey de lo Eterno necesita su Virrey en el mundo, maestranza. De lo contrario el diablo y sus secuaces, árabes o protestantes, masones o carbonieri, pueden arrebatarle los que es Suyo por Gracia Divina.

-¿Y su dios permite que sus enemigos triunfen? ¿Y su Sancta Iglesia que anda torturando y quemando gente por pensar distinto? ¿Qué clase de rey celestial tienen ustedes que se va justo cuando empieza la bronca y teniendo el poder para evitarlo, deja que los maten sus enemigos? Además de manipulador emocional, su dios es un padre abandónico, padre. Un perverso de cabo a rabo.

-Sus blasfemias no pueden ofender a un espíritu cultivado, maestranza, por más groserías que siga intentando. Nuestro Señor confía en sus fieles vasallos para que además de su Amor y su Divina Benevolencia esparzamos también el castigo y la libertad a las almas corrompidas por la Mentira del Infiel y la Codicia del Judío. Las almas descarriadas por el amor al oro y los honores del Diablo, la acumulación de ganancias para el goce del cuerpo, se liberan bajo tortura, se limpian con el fuego de los pecados que la carne obliga y ascienden limpias y puras al Purgatorio, donde los ángeles les ayudarán a reparar sus faltas y, si son buenos y pacientes cristianos, a encontrar su camino al Paraíso.

Por lo demás, los caminos de los mortales son sinuosos, usted mismo sabe, o eso me ha dicho, que la Compañía finalmente cruzará la Piazza de San Pietrus para ocupar el trono del Sancto Padre. En doscientos años. Pues bien, ¿qué son doscientos años para la eterna paciencia de Nuestro Señor? Deberemos hacer el recorrido de nuestro camino para aprender cómo llegar allí, pero ahora más convencidos que nuestra Fe triunfará.

-Quizás no aprendan tan rápido y terminen agarrando un fruto podrido, o seco.

-Por eso es que necesitamos que sus servicios sean más concretos, maestranza. Verá, mis superiores están disgustados. Me han dicho que desconfían de esas pinturas que me ha mostrado, que aunque les juré son fidedignas, mi corta vista puede jugarme un mal rato. Sabidas son las capacidades del Maléfico para obrar espejismos que turben al más sancto varón. El mismo Jesús Cristo fue llevado a ver ilusiones y castillos en la arena del Desierto. Usted ha sugerido que los planes del Rey Carlos III y su Virrey Don Cevallos se verán truncados. Pero los preparativos para la Campaña a Tierra Adentro, hacia el sur, y el avance sobre Sâo Paulo siguen marchando, no se ha recibido ninguna noticia que haga pensar en que Cevallos no sea el mejor hombre para tales proezas. Mis superiores empiezan a desconfiar de sus historias.

El tipo me estaba acorralando de nuevo y el calor me estaba cagando a palos. El guiso repetido y el viajecito inter-espacio-temporal me estaban dejando entre la diarrea y la sequedad de vientre como para bancarle los quince rounds al jesuita. Pensé que si le largaba algo de bofe quizá pudiese ir ganando días hasta que funcionara el plan.

Antes, lo tantié un poquito para ver si me estaba vacilando con la amenaza. Le pregunté por qué si su disciplina era tan firme no hacía lo que decían sus superiores y me entregaba al Virrey sin más ni más. Y me salió con un flash que me hizo acordar al boludo de Moctezuma y al ingenuo de Atawallpa, pero esta vez, el pillo que manipulaba las señales del universo a su favor, no era Cortés ni Pizarro, era yo.

-Verá, maestranza Covián, en mi temporada a prueba en la Provincia de Sezuán, como le he contado, pude traducir al alemán la filosofía de este milenario pueblo, que a diferencia de nuestros europeos, estudia su ciencia sin desprenderse de la inspiración divina, por más que se equivoquen de dioses, en su barbarismo se esfuerzan por comprender Su Mensaje. Para ello han inventado un sistema muy novedoso, un juego de azar con varillas de juncos que allí crecen como peste, el milenrama, que lle dicen absentya en el Mediterráneo y le van tomando por grupos de distintas cantidades y con los números hacen su ábaco de cuentas y dibujan seis líneas horizontales, quebradas para los pares y continuas para los nones. Les traducen luego a sus letras, que son ideogramas, dibujos que pueden ser torres o montañas, lagos o viento y también personas de nobleza o simples vulgares. Como los árabes, creen que los números son la inspiración de Dios que se mete en las inteligencias de los hombres para decirnos qué hacer.

Es su oráculo, el I Ching, que me he tomado la libertad de seguir estudiando estos treinta años, un poco para matar las horas muertas entre la oración y mis quehaceres, que con la edad, el cuerpo necesita menos dormir, y otro poco para recrearme esos lugares que tanto me asombraron en mis años mozos.

Incluso creo haberlo perfeccionado, si me permite la falta de modestia, para poder utilizarlle aquí, en el Hemisferio Sud del planeta. Verá, el oráculo de los chinos se basa en una acumulación de calendarios: el lunar, el solar, el de Venus, el de Marte y el de Júpiter y toman como brújula de base los cuatro puntos cardinales y sus cuatro intermedios, como en la rosa de los vientos de ustedes los navegantes, donde colocan las principales fuerzas y elementos que ayudan a comprender el destino de cada hombre.

Como creen que su Emperador es el verdadero Virrey del Dios Celestial, ubican el centro de su brújula en el mismo palacio real, en Beijín, el lugar dorado. Así, en el Este, que para ellos es la Bahía del Mar Amarillo, antesala de la inmensa Océano Pacífico, queda representado por la madera que usan las naos para atravesalle; el Sudeste trae los vientos monzones y al Sur colocan el inicio del verano, claro, y del fuego que todo quema y aclara, puesto que al Sur están, desde su perspectiva, los calores sofocantes de los trópicos y el Ecuador; hacia el Sudoeste está la Tierra Adentro de do vinieron sus ancestros a conquistar los ríos bajantes y las llanuras de arroz; hacia el Oeste se figuran los grandes lagos en las alturas del Himalaya y por lo tanto al Noroeste, los techos más altos del mundo los hacen poner allí su pensamiento de imaginería el Cielo, la morada de los dioses creadores y de la justicia divina; al Norte ubican el agua abismal y el frío del invierno, con toda su connotación de mal augurio y al Noreste, las montañas de do acechan siempre los mongoles pero de do vienen también, los manchures.

Como verá, maestranza, para poderlle ajustar a nuestras realidades en queste otro lado del planeta, no podemos ubicar al fuego en el Sud, que aquí nos trae en cambio los fríos gélidos del polo, por lo que he pensado arriesgar y tomar mis lecturas ubicándolo al Norte, en mirando hacia los trópicos y las selvas, colocando al agua y los abismos apuntando hacia el profundo sur de los patagones y tegüelches, de las bestias gigantes que colman los mares más fríos y asesinos; he decidido también que al no haber montañas de importancia en nuestro Noreste, y en estando viniendo los fundadores del puerto de Santa María de los Buenos Ayres dende aquéllas tierras nodrizas de los reinos castellanos y vizcaínos, correspondía dejar allí al elemento Tierra y colocar las montañas en señalando los volcanes y grandes picos del Ande Meridional, en el Sudoeste. Como las alturas más cercanas al cielo y los primitivos dioses de aquestos sitios moran en el Altiplano, yendo por todo el Tucumán cada vez más empinados los bueyes hacia las provincias arribeñas, he decidido que Chién, el Cielo, quede allí, en el Noroeste; lo mismo que Tui, el Lago, al Oeste, bien puede incluir aquéllos detrás y alrededor de Mendoza. El Este, aquí también en Buenos Ayres tan capital tan nueva de este futuro Imperio jovencísimo, es puerto de barcos para dar y recibir el comercio y la conquista del mundo entero, como en la vieja capital del milenario imperio. Finalmente, ningún viejo indio o africano, mucho menos un navegante europeo, podrá discutir que los vientos más monzónicos y destructores, les recibe Buenos Ayres por el Sudeste, así que allí también le dejé.

Esas modificaciones en la brújula del oráculo me han permitido vislumbrar que algo muy importante iba a cambiar mi destino en este año de 1778, algo llegado desde el Cielo pero en verano, algún mensaje de que mi quinta revolución jupiteriana está presagiando. Cinco veces doce años, el ciclo de una vida al servicio del Señor Nuestro Cristo, coronado al fin con la máxima de las virtudes. La vuelta triunfante de Don Cevallos, la conquista del portugués y la promesa de cumplir por una vez el sueño de una Gran Provincia Paraquaria, como diseñaron nuestros Padres Generales y Superiores hace ciento setenta años, al fin viene a hacerse realidad.

Lo fabuloso e increíble de su aparición, maestranza Covián, señalando la venida de mejores futuros para la Compañía, no hacen más que certificar este destino glorioso.

-El tipo estaba subido en un cumpleaños. Andá a saber si era cierto que tenía superiores, con esta señora cheta a pata, o actuaba sólo como loco malo o si realmente se había vuelto senil, pero yo no le iba a pinchar ningún globo. Eso sí, decidí mejorar mi mano y tirar un siete de oros para empardarla y llegar al miércoles sin bardo con la guardia real.

-Estuve revisando la información que traje de nuestros historiadores del futuro, en el artefacto que usted me devolvió, y le puedo confirmar que ya está en camino por barco la carta del Rey donde se informa de un nuevo pacto con Portugal en San Idelfonso, firmado el 12 de octubre pasado. España se queda con Colonia pero entrega desde Santa Catarina hasta Montevideo a Portugal, de nuevo. Cevallos es hombre de guerras y no de diplomacias, su trabajo aquí está terminado. En otoño estará embarcando para Madrid con honores y ustedes tendrán a Vértiz como nuevo Virrey.

No le dije lo de las islas de la costa africana para no entusiasmar al esclavista debajo de la sotana y que escogiera esa solución a las otras posibles. Y creo que lo enganché, porque cuando nombré al nuevo coso, la cara se le puso gris ceniza, como si hubiese masticado mierda.

Se compuso en la silla y determinó el fin de la reunión. Me despachó a laburar toda la semana por las tardes al servicio de Don Lezica con los guaraníes de la Santo Domingo y me dío una copia del librito de ejercicios espirituales y una Biblia para que me dedique a meditar en cada paso de la vida de Jebús, porque mi problema era según él que no lograba poner mis manos en sus manos, mis pies en sus huellas y por eso no podía desarrollar mi fé, ni salvarme. El tipo me mandaba a aburrirme con una historia mediocre y yo lo único que necesitaba para salvarme era el resto del morral que tenía encanutado en su cajonera: los walkie tolkies y la bocona.

Me dijo que tenía cosas importantes que hacer el sábado, y sobre todo el domingo, y que después de Reyes me iba a dar una nueva audiencia. El tiempo suficiente para que me estudiara los no sé cuántos misterios de los evangelios. Sí, claro, vuelva prontos.

A Cuervo no le pareció mal que le entregara esa info si nos daba tiempo para armar la porquería. Todos esos días se la pasó yendo y viniendo por el Barrio del Tambor y la Casa de Ejercicios donde estaba preso, juntando pólvora. Cada negro, mulato y pardo de Buenos Aires se jugó el cuero a los azotes choriándose puñaditos de polvo negro de las alforjas de sus amos, como un río seco y poderoso se iba armando Santos Cuervo, el viejo Xosé, en algún lado secreto, con todos esos diminutos arroyitos afluentes. Incluso aportaron los negros usté, los que querían transar con el Virrey por mejores condiciones de vida integrados al sistema, los reformistas, porque suponían que cualquier amenaza de revuelta podía ayudarles a negociar una paz de castas.

-Nosotras hicimos la misma porquería toda esa semana. Y es cierto que hacía un calor de selva, de cuerpos sudados estallando, oliéndose a kilómetros los jugos, una hermosura de sol sobre los cielos celestes brillantes.

-Carajo.

-Te estás aporteñando, pibe. El calor es hermoso, es vida en su máxima expresión, es fuego, es libertad y claridad, es lujuria, multiplicación, festejo. Cuestión que mi Bangboshé también activó a full por el quilombo desde que tuvimos la reunión en año nuevo. Entró a cada choza, visitó a los negros mondongueros en los mataderos del borde del Riachuelo, se jugó a charlar con los negros tirados en las barracas al costado del río, de noche, a escondidas de los vigilantes.

A todos les repetía que su madre Yemanyá estaba mandando al océano a meterse en Buenos Ayres para limpiarla de blancos, que los negros que habían cambiado sus dioses y olvidado los huesos de los ancestros en la madre tierra iban a ser engullidos también con los diablos blancos, que sólo se iban a salvar quienes llamaran a sus ancestros y convocaran a sus orishás, caminando detrás del Orishá Rey, el propio Shangó, o sea él, y su Orishá Reina, Oiá, o sea, yo.

En los momentos que podíamos, me enseñaba las danzas propias del patakie de Oiá y Shangó, para que recordara, me decía el amoroso, mi verdadero origen. Y a mí se me soltaron todos los años de mandarme de chica al Medio Mundo del Palermo de Montevideo, a bailar candomblé en las llamadas por la Tristán Narvaja con la negrada linda y el Bangboshé se reía a carcajadas, festejaba su acierto, sabía que yo era Oiá, o sea, yo misma.

También hice mi tarea, ojo. Me fabriqué un mapita con un poco de madera carbonizada del fuego del mate de lápiz sobre una corteza seca, donde la Tomasa me iba haciendo anotar las Iglesias, las calles y los arroyos y me pude ir ubicando lo que íbamos a hacer. Tomasa estaba re anotada en la llamada de Bangboshé para destrozar el San Baltazar de los blancos y con ella fuimos a organizar a las lavanderas de la tosca para que cuidaran de ir juntando bien las cosas importantes que necesitaran salvar de la inundación, y cómo acomodar a las guagüitas para que no tengan miedo ni se pierdan. Tenía varias inundaciones en el lomo, me supo y quiso contarlas todas, y estaba segura de que venía tormentaza, más por los quejidos de su cuerpo y el camino de las hormigas negras hacia las partes más altas de la ciudad, que demostraban que la humedad de la napa venía creciendo.

-Él sabrá por Orishá –me decía Tomasa- pero yo sé por vieja.

Y así fue, compañeras, que el día de Reyes me dí el grandísimo lujo de la vida, patearme todo desde Constitución hasta la Plaza del Congreso, como cuando bajábamos del Puente Pueyrredón con el Bloque Piquetero, cuatro mil o cinco mil personas, tres o cuatro cuadras bien cargadas de hombres y mujeres, piberío, botijas y gurisada, de las más recias y curtidas caras y cuerpos que haya visto en mi vida, azulados, color dulce de leche, con el color del Río de la Plata en la piel y la selva africana en toda la pupila, al son de los tambores y tamboriles, con los pies encadenados en un ritmo conmovedor, charlando de hilera a hilera con los repiqueteos y compases, contándose de dónde venía cada uno y cada una por el rulo particular que le daban al parche, entonando centenares de coplas que decían y contestaban, dándose ánimos, recordándose quiénes eran y de dónde venían, que no habían nacido para ser carne de buque ni de estancia, que nada ni nadie les podía quitar la máxima libertad posible, la de escoger su muerte, por lo tanto, su decisión de luchar.

Esperamos que las familias se juntaran en la parte alta del pozo de Plaza España donde se hizo la asamblea, hicimos unas cuadras y encaramos la Iglesia de la Concepción por detrás, todo derechito por Tacuarí, desde la altura del Parque Lezama hasta la avenida principal, el Camino Real, encaramos un cachito para descansar y saludar a los parientes fallecidos en la placita Roberto Arlt, detrás de la San Miguel y ya pasando el mediodía, con la vianda calentita en el estómago, le metimos pura juerga y candombe para estallar todo Buenos Aires hasta la Iglesia de La Piedad, en Bartolomé Mitre y Paraná.

Una entrada triunfal de la negrada más pobre y sufrida, que hizo saltar los ojos de los pocos blancos que nos miraban pasar desde adentro de los postigos y las persianas de madera, y ni te cuento los curas y funcionarios del Cabildo que llenaban el atrio de la Iglesia, organizando y dirigiendo la procesión de las Cofradías. Hasta los negros usté, organizados por naciones, vestidos de cajetillas y bien peinaditos, miraban asombrados la fuerza enorme que se les venía encima debajo de una nube de polvo que le ponía más misterio al carnaval de bombos y tambores que se comía todo sonido que hubiera en la ciudad, que nos daba el monopolio de los sentidos, el centro del universo.

Delante de todo iba un viejo con bastón ceremonial y los colores de Shangó y Oyá y Yemanyá, y Bangboshé y yo bailando frenéticos, verdaderamente poseídos de adrenalina y serotonina, y de cachimba de macoña y aguardiente, y del agua fresca que nos traían las sirvientas de los aljibes de las casas de sus amos, mucho más fresquitas y sin sabor que la mierda líquida que nos obligaban a tomar a sus esclavos;  y fui yo, y fuimos nosotros, y les inundamos de barrio negro la ciudad, y les amargamos su fiesta careta.

Cuando terminamos de entrar al predio frente a la iglesia donde se concentraban todos, Bangboshé empezó a hablar como si el viento del sudeste lo estuviera usando, todo su cuerpo hecho tubo con cuerdas, todo trompeta o saxofón, sus dioses hablaban a través suyo y su voz tronaba antes en los espíritus cobardes que teníamos enfrente que en sus oídos y cerebros. El coro de cinco mil almas detrás suyo y alrededor suyo y desde adentro suyo bramaba para aseverar cada frase, se movía encima de una lomita de barro que parecía tres metros más gigante de lo que ya era, cada músculo azulado de su cuerpo latía y martillaba el compás de las palabras.

-Escuchadme bien, neglos usté. Escuchadme bien. Acá estamos tu pueblo, tu gente. Abandonád los falsos dioses del blanco, del diablo español. En medio de esta ciudad del Infierno somos aislados. Nunca les van a amal a ustedes como a sus plopios filios, el Obispo miente. Hasta do adolan a su dios chongo nuestras mamás, nuestlas filias son insultadas. Somos mielda pa ellos. No os confundáis, amigos míos. Carne de mi calne. No se nace Santo Baltazar, se nace neglo nomás. Se nace blanco y se llega a Santo, pelo pala el neglo no hay santos, hay látigo y palo.

No hay un Ley Baltazar, hay un Ley Calos telcelo y hay un Viley Ceballos –gritaba como cantando, la negrada repetía –Neglo nunca selá Ley de nada mandando los blancos, el único Ley es Shangó y su madle Yemanyá -estaba diciendo y después del primer trueno posta, que lo segundeó desde el cielo, una muralla de agua dulce de gotas espesas y frías entró a caer de todos lados, el cielo más negro que las negras cabezas que tapábamos el suelo.

Pintó la desbandada horrorizada de los otros y estalló de nuevo el repique de tambores y la alegría de los nuestros. Ordenadamente nos fuimos metiendo en las casas de libertos y esclavos que pagaban sus ranchitos en toda la parte llana que va desde Belgrano y Entre Ríos hasta los Corrales de Miserere, por todo Balvanera nos fuimos metiendo a acampar hasta que escampara, mientras curas y funcionarios corrían empapados y enchastrados hasta las rodillas, o en carruajes torpes que no podían avanzar por la crecida de la lagunita esa del Hueco de Lorea y el Arroyo del Medio que crecía con la furia de los arroyos de Traslasierra en verano.

En esa, nos emponchamos por encima de las ropas rituales para ir a encontrarnos con ustedes y la carreta mágica, ahí nomás, ¿no cierto?

-Sí, nos perdimos toda la movilización, pero porque estábamos cumpliendo con tareas inesperadas.

-Dale, che, no tiren chistes privados a esta hora de la matina, ¿de qué se ríen?

-Perdoná, Nelly, pero lo que le pasó a este pibe no estaba en los planes de nadie y también es un sueño hecho realidad, ¿no?

-Claramente.

-Piola. Contalo vos, entonces.

-Resulta que el cura no había pintado por la Casa de Ejercicios desde el sábado. Eso y sumado que todo el domingo aparecieron un grupo de nubes altas y negras, escupiendo rayos y centellas por toda la costa, desde la mañana hasta la noche, nos puso de buen ánimo a Cuervo y a mí. La profecía parecía cumplirse y el raje del jesuita nos dejaba laburar a piaccere en la Casa. Pero el lunes 5, a eso de la medianoche, mientras yo estaba tratando de dormir con la manija de que me rajaba de la cárcel y ese calorón húmedo de la tormenta que pasa de largo, cayó el jesuita todo sacado, que casi atropella a los negros de las caballerizas, y todo re encabronado se mete a su despacho pegando gritos por toda la casa, llamándome a mí o pidiéndoles a todos que me vayan a buscar y me lleven con él. Yo estaba vestido y preparado para la fuga, pero Cuervo vino a buscarme y me convenció de ir y ver qué onda, para que el plan no se nos arrebate antes de poner la primera brasa.

Así que le caímos juntos a la oficina y el tipo, medio sacado, medio tratando de componer el personaje de siempre, nos tiró que había confirmado mis profecías, que yo no podía ser otra cosa que un emisario de la Providencia, que quería agradecerle y que se comprometía a hacer no sé qué viaje a pata hasta Alta Gracia o Catamarca para agradecerle a Cristo y a la Virgen del Valle…

-…el haberme enviado tan caro mensaje con tan esforzado y maravilloso mensajero. El propio Virrey Cevallos me ha reconocido en su confesión que ya le habían informado hace un par de meses que Madrid anda parlamentando con Portugal y la Inglaterra desde junio un nuevo acuerdo de amistad. Que las noticias llegáronlle cuando preparaba la expedición de Colonia al norte de Santa Catarina y que por eso decidió entrar a Buenos Aires, acceder al cargo de Virrey y acelerar todo lo posible los planes previos, antes que el pacto se firmase.

El cura delirante resultó ser el confesor del Primer Virrey. Y lo más loco de todo, es que con la info que le tiré lo fue a apretar en confesión. Andáte a saber si no estaba la Mamá Antula esa rosqueándolo también en la capilla. Cuestión que Don Istéfan estaba sacado pero entusiasmado, y nos prometía de todo para que le diga cuándo y cómo estaba preparado el complot para asesinar al Virrey, que mi misión era evitar que se hundiera el primer proyecto de nación independiente de la historia, que como decían mis superiores eso iba a permitir acelerarse el desarrollo económico y social de las gentes, que…

-¿Que no lo ves, enviado Covián, de una nación poderosa se pueden construir todos los paraísos que tu quieras, mientras que de un conjunto de aldeas abandonadas a la rapiña del contrabando entre ingleses y gaditanos no se iba a construir nada más que un país de bosta y coágulo?

-Ya le dije, Don Istéfan, que yo personalmente no creo que la Historia funcione así, primero una etapa, que permite la otra y eso.

-Pero tus superiores así lo piensan. Tu y yo somos hombres de disciplina, maestranza Covián. Tu honra es la obediencia de tu misión.

-Tendré que presentar un informe, lo discutirán, lleva tiempo, total después viajamos de nuevo. Incluso podríamos mandar batallones enteros de soldados con armas de última tecnología y tomar la Casa Rosada si fuera necesario…

-…el Fuerte…

-…perdón, qué… ah, sí, qué boludo, el Fuerte, podríamos tomar el mismísimo Fuerte cuando quisiéramos.

-No hay necesidad de informes ni más detenimientos, puedes decidir ahora mismo, bajo este candelabro, el destino de tu nación, y su futuro.

Y como veía que yo no le aflojaba, lo encaró a Cuervo y subió la apuesta.

-Te concedo la plena libertad esta misma madrugada, Xosé. Si éste enviado aquí presente nos brinda toda la información necesaria para desbaratar la azonada contra el Virrey, hoy mismo eres libre, sin más ni más. Aquí tengo los papeles y los sellos. Ustedes deciden.

-Recién ahí lo ví al negro Cuervo. Estaba firme, en su cara no se notaba ni la ansiedad ni el cansancio, como si se le hubieran ensamblado todas las piezas. Sin mirarme, le contestó al cura:

-Ese no es más mi nombre. Me conseguí uno mío, Santos, por mis Santas Inocentes. Usted no me puede nombrar más. Usted no me puede dar libertad, porque aquí adentro siempre soy libre. Casi toda mi vida lo seguí, siempre esperando la mejor oportunidad. Ahora la tengo. Desde que sus sucias manos me tocaron en las noches del Colegio en Córdoba, ¿se acuerda? Yo sí me acuerdo, viejo sucio y pecador. Pero esto, hoy se acaba.

Y cuando peló una faca larga y angosta debajo de la camisa blanca, yo hice lo que había querido hacer desde el primer momento que me sentaron con este cura.

¡Es tan lindo cuando finalmente concretás un deseo de violencia y odio que te obligaron a reprimirte! En un salto pasé por encima de la mesa de madera, como lo había fantaseado en cada entrevista, midiéndole el salto siempre, como un gato, milimétricamente, en un relámpago estuve encima del viejo jesuita y le puse una llave para inmovilizarlo. Porque lo que fuera a pasar allí, el golpe o el tajo, eran el único privilegio de su principal víctima, Santos Cuervo, no mío.

El viejo era robusto y corcoveaba, pero lejos de tajearlo, el negro Santos, relajado, midiendo cada movimiento, primero reventó el cajón de la mesa haciendo palanca con la faca en la cerradura y sacó mi morral entero, revisó que estuvieran los walkie tolkies y la boqueadora y se los puso al hombro.

-Espera aquí, Xosé –me dijo, y salió campechano de la sala.

-No comprendo nada, maestranza… enviado Covián, teníamos un acuerdo… lle he salvado de las manos de la milicia Real, fue guarecido y alimentado… lle he tratado con hospitalidad.- Luego, en un último intento de compostura- Los acuerdos internacionales exigen…

-Ya se terminó la farsa, Don Istefán, deje de chamuyo.- le paré el carro, harto de todo el palabrerío de la semana- ustedes son una empresa de explotadores de hombres y mujeres de las más soretes que vi en mi vida, enmascarados de dogma y teología, pero viles y miserables patrones, como todos en la historia. Su querido Cevallos está viejo y agotado. Otra vez como hace diez años, mientras celebraba su coronación como Virrey, el 12 de octubre lo estaban cagando de nuevo en San Idelfonso. No hay sueño de Paraquaria y van a tardar cien años en poder juntar la guita para conquistar la Patagonia, y dentro de doscientos años todavía habrán mapuches con garra y coraje de los dos lados de la Cordillera para disputarles las tierras palmo a palmo. Su querido Papa jesuita llegó al Vaticano en su peor momento, la Iglesia Católica colapsa en todo el mundo por los chanchuyos de corrupción, venta de armas y pedofilia. Sí, saltan en todas partes los abusos sexuales que ustedes cometieron en todo el planeta. Nunca tuvieron peor desprestigio y se acercan al fin de su milenario poder.

Ya nacieron y juegan por las calles de barro de esta mugrosa ciudad los revolucionarios que van a empezar con el fin del Imperio Español y el mundo va a ser un revuelo de guerras y revoluciones obreras y campesinas los próximos doscientos años. Pase lo que pase cuando mi amigo Cuervo vuelva por esa puerta, quiero que, si el negro quiere que siga vivo, tenga usted esta imagen del futuro en su cabeza, para que todos los días que le quedan por vivir se pregunte si le miento o le digo la verdad. Su dios no existe, viejo sorete. Los negros y los pobres de esta Tierra se van a alzar en armas hasta que no quede un cura ni un militar vivo.

Entró Santos Cuervo de nuevo a la sala. Venía sonriendo como el niño que le arrancaron de su niñez, con un juego de cadenas y una barra de hierro viejo muy larga que terminaba en una especie de círculo, también de hierro.

Las cadenas terminaban en brazaletes muy pequeños, que le ajustaban las muñecas en la espalda al cura, con bastante roce.

-¿Las recuerda, pa`í? –le dijo después de mostrárselas. Antes que le respondiera le calzó una mordaza en la boca y se la ató firme al cráneo. Me pidió ayuda y lo atamos a la silla de respaldo enorme y lo acostamos sobre el suelo. Aunque forcejeara, el cura no podía moverse. Santos hizo un fueguito en el brasero de invierno que tenía el cura en la oficina y se puso a calentar el extremo del fierro largo con la paciencia de quien calienta el agua para un rico matecito a la mañana, o de quien saborea su venganza.

Cuando ví al rojo vivo las tres letras mayúsculas de Iesus Hristo Salvatore, el sol de treinta y seis puntas que se parece tanto al de la bandera de Belgrano y los tres clavos del logo de la Compañía de Jesús, entendí todo.

-Usted dice que es un esclavo de la Compañía, Don Esteban –comenzó a explicarse Santos Cuervo- Los esclavos llevan carimbado el cuello, Don Esteban, para que los vean y les cuenten los impuestos a sus amos. Usted no lleva carimbado ninguno. Eso no está bien. Ahora vamos a hacer justicia.

El cura ya estaba pasando del rojo al violeta mientras los ojos se le saltaban directo al fierro candente en las manos sabias de Santos, y yo le decía al oído.

-Tranquilo Don Istéfan, relájese que le vamos a ayudar a desprenderse del placer del cuerpo y liberar las virtudes del espíritu. Eso sí, usted ya no va a poder andar por ahí encubriendo su verdadera identidad, todo el mundo va a saber para quién labura. Su fachada está al descubierto.

Como si nos hubiéramos entendido de antes, Cuervo lo marcó en la mejilla, para que ni el pelo ni la barba que no tenía ni podía llegar a tener le taparan la marca de su identidad.

Lo dejamos bien amurado en su oficina, que también cerramos con llave y candado, para que le cueste salir y darnos el tiempo mínimo que necesitábamos para nuestro plan de escape. Cuervo charló con los otros esclavos de la Casa y les explicó la situación, les dijo que eran libres para hacer lo que quisieran, les aconsejó un par de direcciones donde podían rajar (después reconocí que una de ellas era su propio taller de zapatos) pero cuando volvió del tercer patio vi que la mayoría se quedaba en su lugar, algunos sentados, otros metiendo mano a la pava.

-Es difícil escapar de acá. –me dijo, cuando pasó al lado mío yendo para la puerta exterior. Se señalaba la cabeza.

Ahí me dio el morral y salimos por los baldíos al oeste de la Casa de Ejercicios Espirituales por la que sería la calle Salta de ahora, pasamos la Iglesía de Montserrat y mientras crecía la mañana sin sombras ni naranjas o violetas, tapadísimo el cielo de Buenos Aires con nubarrones negros como estaba, fuimos bordeando el Barrio del Tambor hasta que llegamos al hueco de Lorea, que ya estaba vestido de fiesta, con montones de negros y mulatas vendiendo cosas, hasta había aborígenes que no se vestían como los guaraníes con los que laburaba en la Santo Domingo, sino que más de poncho y plumas.

En el atrio de la Iglesia, como dijo la Negra, había muchos curas y españoles y criollos. Los grupos de negros bien vestidos y trajeados iban con un orden. Cuervo me fue mostrando cuáles eran los estandartes de las distintas Cofradías. Los de la Virgen del Rosario, me dijo, eran los que se juntaban con los dominicos de la iglesia donde laburábamos, era una de las más antiguas y llenas de comerciantes vizcaínos. Todas tenían una jerarquía de puestos que organizaban las actividades, pero sobre todo, manejaban la guita que ponían los miembros. La nueva Cofradía que el Obispo había fundado para meter a los negros usté libertos y poder sacarlos de sus rituales para meterlos en la vida del calendario católico era la Cofradía de San Baltazar, que tenía sede en la Iglesia de La Piedad.

-Los negros usté quieren mostrar que son buenitos y no muerden la mano del amo. Quieren que los dejen ser parte de la vida de los blancos. Pero son buena gente, marinero. Todos sufrieron, como yo. No los juzgués, mal, Xosé –me dijo y era raro que su nombre fuera ahora mío- los esclavos no tenemos opciones. Sobrevivimos como podemos.

Comimos algún pastelito caliente en el mercadito del Hueco de Lorea hasta que llegaron ustedes y después del discurso de Bangboshé y la estampida de la tormenta, bueno, todo eso lo hicimos juntos.

-Pero nosotras no estuvimos, che, no nos dejen afuera.

-Ta, Denise, ta. Ahí cuando se largó el diluvio nos cambiamos y salimos para el taller de Shosé, bueno, de Santos, de Cuervo. Éste me codeó cuando Cuervo nos dijo que vivía cerquita de la primer iglesia de la esquina nor-oeste de la ciudad. Reconoció el nombre de San Nicola di Bari de algún lado, yo busqué mi mapita de madera y corcho quemado y nos dimos cuenta que estaba donde ahora está el Obelisco. Por eso nunca entendimos que ese barrio se llame San Nicolás, porque demolieron la parroquia que le daba nombre.

-No contemos boludeces, Negra, que ya pinta la mañana, dale.

-Bueno, si no te gusta contala vos como quieras.

-Es lo mismo, che, no se peleen ahora.

-Bueno, sigo. Cuestión que Santos -el negro- se había preparado una carreta  chiquitita, como la de los cartoneros, un sulky para un solo caballo, y le había metido toda la pólvora que había encanutado en la semana, bien escondida debajo de muchas lonas y cueros desparejos, que se notaba también había cirujeado, porque no había uno que tuviera el mismo tamaño que otro. Igual, estaba bastante arreglada para que no se moje la carga.

-Era impresionante lo que llovía.

-Típica tormenta de verano en Baires, amigo, no jodas. Así que nos costó un ovario llegar hasta El Castillo de los Ingleses en El Retiro. Tuvimos que ponerlo a Bangboshé al frente, porque era el más fuerte y los tres empujábamos para mantenerla sobre las huellas que quedaban afuera de los charcos. La ciudad se iba llenando de agua de adentro para afuera, como si el barro ese que estuvo seco durante un mes no fuera capaz de impermeabilizar nada, la napa y los arroyos bajaban y subían por todos lados, las casas que nos cruzábamos recibían olas, se los juro, compañeras, olas que les laburaban los riñones como un buen boxeador, como el mar cuando le pega con rabia a los acantilados.

-Lo más difícil fue cruzar el zanjón… cómo era…

-La Zanja de Matorras, que vendría a ser Córdoba, entre Esmeralda y Maipú, según mi mapita de madera.

-¿Lo tenés acá?

-No mi amor, se me perdió en el incendio del final. Porque, bueno, costó, costó, pero le metimos fuego a esa mierda.

-¿Cómo hicieron para prenderlo fuego con esa lluvia?

-Eso veníamos discutiendo después que pudimos pasar el zanjón ese endemoniado, con el barro hasta el cogote. Le expliqué a los amigos que con suerte tenía cinco balas más en la .45 y que no iban a alcanzar para bajarse una guardia entera, si es que había. Y que con la lluvia, la pólvora no iba a terminar de prender fuego todo.

Cuando llegamos al Castillo mi pesimismo escaló. Si no era el edificio más grande que había visto en ese Buenos Aires de casas bajas pegaba en el palo. Muros de ladrillo y revoque, dos pisos y muy largo. Ocupaba toda la barranca mirando al río.

-Perá, perá que no me ubico.

-Ni vos ni nadie, Alicia. No hay una sola plaqueta en toda la Plaza San Martín que indique que ahí funcionó durante casi cien años un campo de concentración para africanos regimentado por los ingleses. Debajo de esos hermosos jacarandás que la alfombran de lila en noviembre, debajo de las familias que hacen picnic, de la juventud que se ama a escondidas y de los empleados de oficina que se sientan a leer a la sombra de las tipas, hay un cementerio del horror que bien valdría montarse un Museo de la Memoria como los del Holocausto.

-Bueno, los ingleses tuvieron el sarcasmo y el cinismo de marcarlo con la Torre que le regalaron a Roca para el Centenario, digamos todo.

-No entiendo, che.

-En el lugar donde está la Torre de los Ingleses, en Retiro, estaba el embarcadero que usaban desde 1713 los barcos de la South Sea Company para desembarcar entre otras cosas los miles de africanos y africanas que traían esclavizados desde el Congo o de Brasil.

¿Viste las terminales del puerto de Retiro que íbamos a piquetear la prensa con el Partido a las cinco de la matina? Ahí, del otro lado de la 31. Esa parte de la costa de Buenos Aires, la norte, da a un pozo enorme en el río que hace que sea más fácil pasar un barco de gran porte. La costa detrás de la Casa Rosada es muy baja, por eso ahí tenían puesto un largo muelle y hasta que hicieron los canales de Puerto Madero en el 900 casi no se podían meter buques. Por lo general esperaban más adentro del estuario y mandaban barcazas con los pasajeros o las mercancías. Pero en Retiro se podía maniobrar mejor.

-Es más, Alice, Cuervo nos contó que le pusieron El Retiro porque El Castillo ese imitaba al palacio que tienen los reyes en esa zona de Madrid, aunque mucho más chiquito, claro. Por el lado que llegamos nosotros, como viniendo por Esmeralda para el lado de Santa Fé, había muros de un piso, sin construcciones, protegiendo potreros para cultivos y cosas así; después un par de galpones y, para el lado de la barranca, bien al norte y con la vista entera del río, estaba el caserón.

-Se vé que la tormenta obligó a la mayor parte de la guardia armada a preocuparse por el embarcadero y los barcos y barcazas que tenían encalladas, seguro zamarreadas por la sudestada, porque cuando nos acercamos al edificio sólo había dos soldados de rifle arriba y otros dos cagándose de frío en la planta baja. Decidimos que la Negra y yo nos íbamos a quedar afuera mientras Cuervo y Bangboshé reducían a los guardias y una vez adentro prendíamos fuego la Santa Bárbara con nuestro sulky de Troya y por lo menos liberábamos a los negros que encontrásemos.

-Sí, siempre es más fácil decirlo que hacerlo, ¿no?

-Posta, Negra, aunque los muchachos se portaron literalmente como panteras. Nunca había visto degollar tan rápido y maquinalmente a otro tipo como cuando Cuervo sorprendió a los guardias de la planta baja, de a uno y en silencio, ni un quejido se les escuchó.

-Y mi Bangboshé trepándose por los travesaños de madera del balcón hasta la planta alta, qué bello. Pero adentro me impresioné, boludo, ¿viste lo que era eso?

-Como una mansión pero establo.

-Eran como cuarenta cuartos usados como pabellones, con paja en el suelo, llenos de olor a meo y mierda y sangre coagulada y vómitos. Llenos de gente desnuda, amontonada detrás de las rejas con costras pustulentas y mugre sobre la piel. Algunos se ve que los usaban de calabozos para los más rebeldes, había tipos y mujeres con cadenas en los cuellos, otros dos tenían unos collares de hierro gruesos en el cuello de los que salían unos pinches re largos que les apuntaban a la cara y la nuca, para que no pudieran dormir. Horrible.

-Yo no los pude ver mucho porque subí a parapetarme de cara al río en lo más alto, donde estaban las oficinas y los cuartos más arregladitos. Con la .45 esperando por si caía la caballería.

-Yo sí, los ví, los olí, los miré, los sentí. Me agarraron ganas de saber degollar a mí también, pedazos de soretes. Los internos nos fueron señalando donde estaban las llaves y yo me puse a liberar hermanos y hermanas mientras Cuervo y Bangboshé buscaban la Santa Bárbara y acomodaban el sulky con la pólvora. Era un jolgorio. La gente te abrazaba llorando, me contaban todo su viaje, lo que les habían hecho, como si yo fuera a entenderlos, pero sabía lo que me decían. No sé cómo, pero les entendía. También hubo mujeres que ni se movieron cuando les saqué las cadenas, minas de mi edad o menos, que me quedaban mirando como si hubiera un profundo pozo delante de ellas, vacías sus almas carajo con lo que habían vivido. Otras lloraban agarrándose el vientre por los hijos que habían perdido. Había tipos que reaccionaban empezando a romper todo lo que encontraban, muebles, paredes, lo que sea, alienados pero libres.

Costó convencerlos de irse de ahí, explicarles lo que íbamos a hacer, pero los fuimos acompañando por los corredores hasta la calle, les señalamos que nos esperasen para el lado oeste, de donde habíamos venido. Bangboshé los iba a llevar por los barrios de la periferia de la ciudad hasta el quilombo de Constitución y ahí verían qué onda. O al menos ese era el plan.

-Y lo habrá hecho, por qué pensar otra cosa. Cuestión que ya estaba entrada la medianoche cuando la Santa Bárbara que guardaba todas las provisiones de pólvora del Castillo y los buques estacionados, más la que juntaron los negros de Buenos Ayres en esa semana, estallaron por los aires. Al principio pensamos que no iba a servir de nada, pero como si los elementos del universo se entendieran, a medida que las lenguas de fuego iban comiéndose las paredes y ganando los techos, después del tronazo de las primeras explosiones, la lluvia empezó a ceder, lloviznando un poco, garuando finito, finito, hasta que, les juro, decí si no es verdad Negra, cuando llegamos a la desembocadura del Arroyo del Medio, ahí donde está ahora la cortada del Tercio de Gallegos, en la puerta trasera del Cavanagh y la basílica del Sagrado Sacramento, sobre Reconquista ponele, ¿viste donde escabian los días de San Patricio los yuppies y los chetos? Desde ese bajío  veíamos en contrapicado como una especie de bola de fuego inmensa sobre la barranca elevada, que se debe haber visto en toda la ciudad, hasta los barrios de los negros en el otro extremo sur.

-Un faro, amigo, un faro.

-Un faro, Negra, posta.

-Cuando nos abrazamos para apretar los walkie tokies los tres al borde del arroyo, lo pudimos ver todavía al Bangboshé Shangó parado a los pies del Castillo en llamas, recortado todo en sus dos metros como saliendo del fuego, gritaba en su idioma natal, arengaba a los suyos recién liberados como Moisés en el Mar Rojo. Hablaba como si lo escucharan los miles de negros, negras, negritas y negritos de todo Buenos Ayres.

-¿Qué diría, no?

-No sé, Nelly, no sé. Pero seguro hablaba de libertad.