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viernes, 26 de junio de 2020

Da 5 bloods en el pantano del nacionalismo afronorteamericano

Una crítica a fondo de la última película del genial Spike Lee

(publicado en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2020/06/25/da-5-bloods-en-el-pantano-del-nacionalismo-afronorteamericano/?fbclid=IwAR2SKca-pH0Civ8iKEK-gisOGukQ8F9zyDF61mqaQtgD_zZermZDt_XAsiY)

La última peli de Spike Lee decepciona a quienes nos habíamos ilusionado con Blackkklansman hace dos años. Ambas son manifiestos contra el discurso fascista del presidente republicano Donald Trump pero mientras aquélla sirvió para ampliar su registro fílmico de las tendencias políticas de la comunidad afronorteamericana hacia el comunismo, ésta queda empantanada en los límites del nacionalismo.

Ni chicha ni limonada, Spike Lee pretende enfrentarse a la mirada de la gran industria de Hollywood sobre los veteranos y la Guerra de Vietnam de sagas muy taquilleras en los años 80, Rambo de Sylvester Stallone y Missing in action protagonizadas por Chuk Norris, reivindicando la tradición anti-imperialista de Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola en 1979 pero su mirada política, restringida al debate electoral entre un capitalismo malo, republicano y otro bueno, demócrata, lo hacen quedarse dando manotazos en las aguas estancadas del pantano de Vietnam.

La principal virtud de la película, no obstante, es su intención de interpelar al arquetipo del discurso derechista y reaccionario al interior de la propia comunidad afroamericana, revisando su obra previa en la que rechazaba esta posición sin mayores argumentos. También que esta revisión de su propia obra nos permite un balance sobre quizás la mirada estética y política más avanzada que nos puede ofrecer la gran industria del cine que domina el planeta.

Entre Rambo y Apocalypse Now

El nombre de la película sugiere la polémica con la saga de Stallone, cuya primer peli de 1980 se llamó First blood /Primera sangre y la última de 2019 Last blood/ Última sangre. Lee se vale de la jerga del barrio, donde bloods es el nombre que designa fraternalmente a los camaradas del mismo grupo de amigos, pandilla de gangsta o camaradas de armas, como entre los méxiconorteamericanos el término de mi sangre. La peli sigue el viaje de cuatro veteranos de la guerra al Vietnam actual para buscar y recuperar dos registros materiales del pasado de distinto valor: los restos del quinto blood, el capitán Stormin Norman, caído en combate cincuenta años antes, quien fuera su amigo y líder; y lingotes de oro por valor de más de 20 millones de dólares que el grupo de amigos chorió a la CIA ese mismo año, en la batalla que murió Norman.

La metáfora de este viaje de descubrimiento que permite ampliar la conciencia y desenterrar una verdad oculta y reprimida es el homenaje de Spike Lee a la obra más importante de Coppola. Las referencias son obvias a lo largo del film: el nombre del boliche de la capital de Vietnam (Ho-Chi-Minh desde la victoria comunista, Saigón hasta 1975) donde se escabian los bloods la primera noche y que existe en la realidad; la banda sonora de La cabalgata de las Walkirias de Wagner para marcar el momento bisagra del viaje de los bloods; y los gestos corporales de Paul (excelente interpretación de uno de los actores fetiche del director, el Delroy Lindo que hiciera de esforzado padre en Crooklyn, de 1994 y de padre maldito de una pandilla de vendedores de falopa en Clockers, de 1995) a medida que va perdiendo la cordura en el corazón de la herida de su pasado que se vuelve a abrir y que imita la particular forma que tenía el Coronel Kurtz (la interpretación más maravillosa de la vida de Marlon Brando) de secarse el sudor de la frente cada vez que se esforzaba en pensar los argumentos en situaciones clave.

Pero el clásico de Coppola apuntaba a denunciar los argumentos que las generaciones de los 40 y los 50, la de sus padres, usaban para defender la participación en las campañas militares a las que los convocaba su Estado. En todas ellas la ideología oficial justificaba incursiones en territorios extranjeros con el doble argumento según el cual una victoria militar garantizaría sociedades democráticas en lugar de tiranos autoritarios afuera y la defensa del acceso al bienestar material del Sueño Americano para las familias obreras y de clase media en el propio país.

Coppolla logró consumar en una de las óperas épicas más bellas del cine los argumentos contra la guerra de la generación juvenil que protagonizó la movilización popular más revolucionaria de la historia de EE UU desde comienzos de los años 60 hasta el retiro de las tropas yanquis y la caída de Saigón en 1975. Si la Segunda Guerra enmascaró la avaricia imperialista de los EE.UU. bajo la importancia humanitaria de terminar con el Estado genocida Nazi y el fascismo italiano y japonés, Vietnam vino a mostrar hasta qué punto los nuevos nazis y genocidas de la posguerra eran los EE.UU. El Coronel Kurtz, un sádico psicópata que pretende colonizar los territorios conquistados en Vietnam instalando una especie de feudo absolutista y un culto a su divinidad, se justifica como consecuencia lógica de los intereses imperialistas yankees, no como un “exceso”.

Ese es el concepto nodal que Coppolla tomó de la novela del escritor polaco-británico Joseph Conrad de 1899 El corazón de las tinieblas / Heart of darkness en la que se denuncian los crímenes de lesa humanidad del colonialismo belga en un viaje por el río Congo hacia el corazón de la selva tropical africana. Coppolla imita el mismo viaje tortuoso por ese río encajonado en el que un crédulo capitán del ejército, Benjamin Willard (Martin Sheen) pierde la cordura y descubre que la de Vietnam no era una campaña heroica para libertar a les pobres campesinos del yugo autoritario del comunismo sino que todos los buenos norteamericanos mutarían en el sadismo genocida de Kurt naturalmente.

Aquí la diferencia y el límite de Spike Lee con la herencia política que reclama en Coppolla. Porque a diferencia del arquetipo de Willard/Kurtz, el enfrentamiento de Paul y su alter ego Otis (interpretado por Clark Peters, que encarnó al sacerdote baptista pedófilo de Red Hook Summer en 2012) no muestra esa degeneración del Sueño Americano en delirio megalómano del imperialista psicópata sino que pretende ofrecer una salida que reponga las ilusiones en la democracia estadounidense construida gracias a sus genocidios.

Paul o el Coronel Kurtz

Quienes no conocen la totalidad de la prolífica obra fílmica de Spike Lee (más de treinta películas, documentales y series en 35 años de carrera) se sorprendieron con esta película bélica, pero en realidad es la tercera referencia del director a este subgénero. La primera fue su magistral epopeya épica Miracle at St. Anna/Milagro en Santa Ana de 2008 y la otra está incluida en la sátira Chi-raq de 2015. En la peli de 2008 se narra la aventura de otro pelotón de soldados afronorteamericanos, pero esta vez en la campaña militar de los EE.UU. en el territorio italiano en el verano de 1944 que atacó la retirada del ejército nazi. En la de 2015, las protagonistas ocupan la sede de la Guardia Nacional del Ejército en un edificio icónico de la ciudad de Chicago, que fuera la sede del primer arsenal militar de un destacamento de soldados negros de la historia militar estadounidense fundado en 1874 para intervenir en la Guerra de Secesión contra el esclavismo de los Estados del Sur.

Las dos referencias tienen como objetivo demostrar que la población afrodescendiente puso cuerpos y vidas para contribuir a forjar el poder imperial de la nación estadounidense desde sus mismos comienzos, lo que funcionaría como argumento político para reclamar un trato de igualdad en el acceso a los derechos económicos y políticos de los ciudadanos blancos y de otras nacionalidades. Este argumento es el que encadena la potencialidad política de las películas bélicas de Spike Lee, porque si reivindica la participación de la población afrodescendiente en las campañas militares yankees le impide ejercer la denuncia contra los intereses imperialistas y los genocidios de esas campañas.

Esta contradicción insalvable se puede esconder mejor, repetimos, en las películas contra los nazis, pero nunca en Vietnam. Todavía más, en Miracle, Spike Lee usa los mismos recursos narrativos del romanticismo hollywoodense para denunciar uno de los crímenes de guerra más atroces de la Segunda Guerra, la masacre de Santa Ana de Stazzema, un pequeño poblado campesino de los Apeninos italianos que fue fusilado por el ejército nazi en 1944 como represalia contra los ataques de las guerrillas partisanas, caso que fue juzgado recién en 2006. Salvado el objetivo heroico de los bloods del 44, el director se permite introducir un flashback que no existía en la novela original, donde nuestros héroes recuerdan el maltrato racista del dueño de la cafetería vecina de la base militar donde se entrenaban en el segregado Kansas.

Así, Spike Lee coloca el drama trágico en que se mueven los dos sargentos del pequeño pelotón, Stamps y Cummings, el primero representando el optimismo ingenuo de un soldado que lucha en el ejército blanco para que le reconozcan sus derechos en su propio país a las piñas contra el segundo, que no cree que nada vaya a cambiar después de la guerra. En la presentación de la peli en Cannes en 2008 Spike Lee fue explícito al argumentar que la injusticia del Estado yankke de los años 50 y 60, que le siguió negando el acceso a la ciudadanía plena a la población africano-norteamericana, podría revertirse con el ascenso del primer presidente afrodescendiente de su historia, el demócrata Barack Obama que había ganado las primarias y se encaminaba a la presidencia en ese mismo año.

Doce años después, y con un presidente que no sólo retoma lo peor del neoliberalismo del partido Republicano sino que reinstala en la Casa Blanca el discurso fascista del supremacismo blanco, Spike Lee vuelve a enfrentar las ilusiones en la democracia norteamericana, encarnadas por Otis, contra la decepción en el sistema encarnada en Paul. Los dos estuvieron en la misma guerra, pero mientras Otis pudo volver a su país y reconstruirse gracias a su trabajo de doctor, armar una familia exitosa, Paul se queja de haber fracasado en todo lo que intentó, marginado por una sociedad que lo acusó de asesino de bebés y le negó apoyo económico y simbólico.

En el personaje de Paul Spike Lee pretende construir el arquetipo del apoyo popular al discurso fascista del establishment yankee, pero lejos de encarnar un Coronel Kurtz que expresa el camino inevitable al que conduce la degeneración del nacionalismo imperialista, interpela a un Rambo que muestra su peor cara, pero al que no eleva a la categoría de nuevo héroe nacional como hizo Stallone, sino que pretende su redención, que abandone su fascismo y vuelva a conectarse con lo mejor de su pasado, el que le arrancaron la guerra y las frustraciones a las que condenó el sistema racista.

Aquí cabe señalar que Spike Lee avanza varios casilleros de su postura original contra los republicanos afrodescendientes. En su Get on the bus/La Marcha del Millón de Hombres de 1996 en la que narra otro viaje de autoconciencia, esta vez de una veintena de hombres negros de distintas edades y capas sociales que viajan desde Los Ángeles hacia Washington DC, convocados por el sacerdote musulmán Louis Farrakhan en octubre de 1995, un intento desesperado por dirigir políticamente la bronca racial que estalló después del caso de Rodney King. Allí muestra las contradicciones generacionales, de género y culturales de la población negra frente a los dramas que le impone el racismo estructural. Estos personajes se unen sin embargo en un solo bloque para echar a patadas al único que sostiene un discurso meritocrático neoliberal que niega el racismo, un vendedor de autos de lujo. “You are a nigger, you are a nigger, you are a nigger” les escupe el insulto más racista de los amos blancos a cada uno de los pasajeros del micro, igualito que hace Paul en un momento del viaje en lancha con sus compañeros. Spike Lee parece arrepentirse de no haberle dado un lugar para rebatir sus argumentos a la derecha afro hace veinticinco años y en Da 5 bloods le regala el protagonismo de la peli.

Las Panteras Negras y el nacionalismo afro

El personaje arquetípico que resume las contradicciones del planteo político en el que milita Spike Lee es el sargento “Stormin” Norman Holloway, que imita al famoso dirigente del Black Panters Party Hewey Newton. Los bloods lo seguían como a un líder político porque les ofrecía un programa para encarar su participación en la guerra, otra vez, la posibilidad de ganarse el derecho a ser incluídos como ciudadanos plenos en su país. Pero si el sargento Stamps de 1944 representaba los orígenes ingenuos del movimiento por los derechos civiles, Stormin Norman desplegaba la versión más radicalizada del nacionalismo afronorteamericano, la del Black Power de la segunda mitad de los años sesenta.

En el flashback más significativo de Da 5 bloods, recuerdan el momento exacto en que el pelotón escuchó en la radio, de la boca de una locutora comunista (la misma imagen sobre la propaganda radial del enemigo que construyó con una locutora nazi en Miracle) la noticia del asesinato del líder baptista cristiano Martin Luther King en abril de 1968.

Los cuatro bloods le reclamaron a su dirigente desertar de la guerra, volver al país y dirigir sus armas contra los blancos. Norman les reconoció el derecho a la bronca pero los conminó a saber dirigirla con inteligencia en favor de sus propios intereses. Para él más que nunca se trataba de no caer en la trampa de una violencia irracional de venganza contra el hombre blanco sin de demostrar su valía como ciudadanos norteamericanos y aprovecharse. Ahí le nace la idea de mejicanear a la CIA y robarle la paga en metálico que transportaban en avión para los colaboradores del ejército vietnamista del sur, procapitalista.

En esa escena Norman está sentado en una especie de trono de esterillas, una referencia visual muy transparente al afiche de propaganda de los Black Panthers de 1967 en el que Huey Newton aparece sentado en un trono de mimbre con una ametralladora en una mano y una lanza tribal en la otra, rodeado por referencias a los orígenes tribales africanos. Para reforzar el mensaje, Spike Lee eligió para Norman al actor Chadwick Boseman, el mismo que representó al Rey de Wakanda en la ficción de la saga Avengers de Marvel de 2018, Black Panther, película que fue asumida como una propaganda positiva por quienes luchan todavía hoy por la libertad de los militantes del BPP que todavía siguen presos después de más de cuarenta años en las cárceles yanquis.

El fracaso de la narrativa sobre Vietnam de Spike Lee es total porque su reivindicación nacionalista de la participación afro en la guerra (los negros fueron el 30% de las tropas enviadas al combate aunque eran sólo el 11% de la población de los EEUU) le impide una denuncia contundente de los crímenes de guerra cometidos por ellos. La referencia aparece casi al final, cuando uno de los vietnamitas malos del presente le recrimina a Paul la masacre de My Lai, dos meses antes del asesinato de M. L. King, en marzo de 1968, en la que el ejército yankee violó, torturó y masacró a la población civil de una aldea vietnamita en represalia por refugiar a las guerrillas del Vietcong. Paul reconoce el crimen pero lo iguala a los “excesos” cometidos por ambos bandos en toda guerra.

Une podría pensar que la inclusión de material de archivo con fotos de la masacre y este diálogo de medio minuto es suficiente para mostrar las intenciones de denuncia de la peli. Sin embargo, la comparación con esencialmente el mismo evento en Miracle at Sta Anna sacude nuestra inteligencia, obligándonos a notar que está muy lejos de tener el desarrollo narrativo de aquélla. Si hubiese querido enfatizar lo mismo que Coppolla, la crítica al imperialismo genocida norteamericano, Spike Lee debería haber hecho igual que en 2008 y colocar la masacre de My Lai en el corazón de la trama y no en una acotación marginal.

Entre el sueño utópico y la pesadilla cotidiana

Spike Lee acierta en denunciar uno de los aspectos que garantizan al discurso fascista del poder un consenso popular. Efectivamente, ese discurso sirve para darle un sentido a la frustración material y simbólica de quienes fueron marginados del acceso a los derechos humanos elementales de la democracia yankee. Sin embargo, el director decide no incluir otros dos aspectos tan importantes como éste. En primer lugar, no señala con el mismo énfasis el fracaso de las ilusiones promovidas por el nacionalismo reformista del Partido Demócrata, que propone utilizar los recursos acumulados por el imperialismo en subsidios a la miseria que protejan a los sectores más explotados y oprimidos, el Sueño Americano del Estado de Bienestar.

Lo que Spike Lee nunca termina de aceptar es la autocrítica que apareció en su momento más amargo, Red Hook Summer, en el que la más lúcida de las voces reflejadas en la peli dice con tristeza que las ilusiones de la tradición no violenta de integración al sistema de los sesenta fracasaron, a la luz de que ahora tenían un presidente afro pero todo seguía igual. Esto dicho contra un icónico pastor baptista (la misma iglesia de Martin Luther King) en uno de los barrios pobres de New York que escondía debajo de su altruismo su pasado de abusador de menores, mostrando el shock que provocó en la comunidad afronorteamericana los casos de pedofilia de figuras icónicas que forjaron su identidad.

Lejos de continuar con esa autocrítica, en Da 5 bloods no aparece el fracaso de los 8 años de gobierno de Obama como un elemento explicativo de la frustración fascista de Paul.

En segundo lugar, las poblaciones explotadas y oprimidas pueden caer en el fascismo como consecuencia de la batalla ideológica consciente y estratégica del régimen contra “narrativas” anti-sistema que propongan una reorganización social sin explotación de clase, es decir, el anti-comunismo tan caro al nacionalismo yankee de todas las etnias, incluida la afro, y propiedad tanto de demócratas como de republicanos.

La frustración política de Da 5 bloods se explica porque dos años después de haber iniciado un pequeño e incipiente camino de exposición de los argumentos del comunismo afronorteamericano encarnados en la Patrice de Blackkklansman, una referencia visual y argumental muy obvia de Ángela Davis, Lee decide volver sobre sus pasos y presentar al buen samaritano enojado de Otis, especie de Barack Obama venido a menos, como alternativa política a la frustración fascista de Paul. Un retroceso patético del director que repite sin vergüenza frente a las cámaras de la televisión cuando es consultado sobre los incidentes provocados por el cobarde asesinato de George Floyd bajo las botas del Departamento de Policía de Minneapolis, Estado de Minnesota, en mayo pasado. Mientras las juventudes movilizadas en más de cien ciudades yankees, enfrentando a las fuerzas del Estado, reclaman la abolición de la policía, Spike Lee llama igual que Obama a votar en noviembre por el candidato Demócrata, su ex vicepresidente Joe Biden, un blanco rubio y de ojos azules denunciado por violador por sus ex empleadas que plantea que la policía vuelva a disparar a las piernas en lugar de al cuerpo o la cabeza de los sospechosos.

El epílogo final de Da 5 Bloods puede servirnos para comprender por qué en esta última, Spike Lee no consigue alcanzar la eficacia y contundencia, estética y política, de sus mejores films. Al final de la peli coloca el discurso de abril de 1967, un año exacto antes de su asesinato, donde Martin Luther King argumenta sinuosamente su apoyo al gobierno demócrata de Lyndon Johnson pero el  reclamo del fin de la guerra en Vietnam. En su lectura se puede observar esta contradicción interna del nacionalismo afronorteamericano, que podría tranquilamente negociar un silencio frente a la guerra a cambio de las leyes y concesiones que ya había logrado y las que pretendía lograr (véase Selma de 2017 la táctica de movilizaciones en el estado de Alabama tenían el objetivo de forzar a Lyndon Johnson a conceder una reforma federal en los protocolos de concesión del derecho al voto que impedían empadronarse a los votantes negros). El reverendo King termina apelando a la coherencia moral, no podía ser un líder de la no-violencia cuando su gobierno era el mayor creador de violencia en el mundo.

Spike Lee elije este pedacito:

“In a way we were agreeing with Langston Hughes, that black bard of Harlem, who had written earlier:

O, yes, I say it plain,
America never was America to me,
And yet I swear this oath—
America will be!”

Se sabe que para les ciudadanes de los Estados Unidos que aceptan acríticamente la mentalidad imperialista de su Estado, “América” es sinónimo de Estados Unidos y no el nombre de un continente que los excede. Por eso habrán notado que me resisto a escribir “afroamericanos” y agrego el “norte” para marcar una distancia léxica que lo es política, una distancia que registre nuestro orgullo semicolonial frente al imperio.

En una traducción libre, Spike Lee cierra su peli con una cita desesperanzada, “Estados Unidos nunca fue Estados Unidos para mí/ Y sin embargo hago este juramento: / Estados Unidos lo será”. Los personajes de Spike Lee usan el término “Este Estados Unidos” para remarcar que su país no les permite reconocerse como ciudadanos plenos, que el racismo sigue siendo un obstáculo para su nacionalismo.

Compárese con el recorte del discurso de Malcom X que coloca al comienzo de su biopic de 1992, intercalando el video del apaleamiento de Rodney King con una bandera norteamericana en llamas y el discurso en que se oponía al “yo tengo un sueño” de Mathin Luther King acusando al hombre blanco de genocida y rechazando de lleno y sin tapujos la colaboración en la construcción de los Estados Unidos por dos razones: haber nacido en Estados Unidos no te convierte en un ciudadano y el Sueño Americano no existe para los negros:

“Being born here does not make you an American. I’m not an American. You’re not an American. You are one of twenty-two million black people who are the victims of America.

Y sobre la utopia democrática:

“You and I, we’ve never seen any democracy. We ain’t seen no democracy in the cotton fields of Georgia. That wasn’t no democracy down there. We didn’t see any democracy on the streets of Harlem and the streets of Brooklyn and the streets of Detroit and Chicago. That wasn’t democracy down there. No, we’ve never seen democracy; all we’ve seen is hypocrisy. We don’t see any American dream. We’ve experienced only the American nightmare.”

“Nosotros nunca vimos democracia; todo lo que hemos visto es hipocresía. Nosotros no vemos ningún Sueño Americano. Nosotros hemos experimentado sólo la Pesadilla Americana.”.

Este es el argumento central de la Nación del Islam para rechazar la participación afronorteamericana en la guerra de Vietnam que Mohammed Alí, incorporado por el mismo Malcom X al nacionalismo islámico, defiende al comienzo de Da 5 bloods.

Esta contradicción insalvable que se niega caprichosamente a despertar de los sueños que el Estado racista e imperialista se niega a conceder a la población afrodescendiene mientras admite que lo único que ha ofrecido después de la esclavitud es una pesadilla cotidiana es lo que achata todo el potencial estético y político de Da 5 bloods.

No perdemos, sin embargo, la esperanza de que el genial Spike Lee retome la senda sugerida en toda su filmografía –que alcanza su máximo pico en Blackkklansman- y que filme alguna vez la biografía de la mujer afrodescendiente más lúcida de su historia, la feminista comunista Ángela Davis, para que antes de morir complete su fresco realista de la comunidad africano-norteamericana con la única voz que falta: la que pone sus esperanzas de libertad en una sociedad liberada del yugo de la explotación de las clases, las nacionalidades minoritarias y les géneros disidentes.

miércoles, 24 de junio de 2020

Solsticio de tu deseo

Ahí es ahora
Este pequeño instante
Cuando el universo 

implosiona 

sobre sí mismo


Te tocás
ya pasaron 
por tu cerebro
los estímulos 
que abrieron 
las compuertas 
de las carnes

El muñón del clítoris
cubierto bajo el abrigo 
rígido
de unos labios 
agarrotados 
entre la ropa interior y la calza

Telas secas,
amortajadas 
sobre la piel papel

Capas de corteza 
que tejió el invierno

Se te humedecen


El deseo vino creciendo de algún lado
Imágenes, recuerdos, 
fantasías de volver a sentirte

Maniobras de lucha grecorromana que 
re-crear

Escenas prohibidas de coreografías
que te quedaste con las ganas
de ensayar
juntas

el clítoris húmedo 
vuelve a latir
primavera de un deseo que no murió
que hibernaba a la espera

Te tocás debajo 
de las pieles resecas

Vuelve a latirte

Como latirán
seguro
los muñones de madera
enternecidos por la savia
que cada vez más
milímetro a milímetro
enternecen
al muñoncito que será 
amarillento,
verde
hasta ser nueva hojita
renacida
sobre el callo del árbol
que vuelve a la vida

Los ojos

entre
cerrados

entre
abiertos

en una frecuencia que no es

todavía
plena conciencia del mundo exterior

todavía
sueño inconsciente que miramos

despiertas y dormidas

Ahí es ahora
el instante eterno que dura
menos que lo efímero

Cuando te tocás
El movimiento del cuerpo
cerebro,
torsión del tronco,
rodillas extendidas apuntando
las diagonales del futuro

Impulso eléctrico de hombros,
codo,
muñecas, 
falanges
y falangetas
puenteando los dos polos 
del córtex

Lóbulo frontal igual de clitóreo
hacia el clítoris que concentra 
las terminales

y ahora tan lóbulo frontal

Cortocircuito que salta
los tapones

Chispa sísmica que alienta
devoradores incendios

en toda la geografía de la piel
ardiendo en selva

La lengua gede
aliento que gime

sacude 

el corazón de la espina dorsal

La boca del culo goza
se abre y baila

Danza y ritmo

Compás del placer

Boca ocultada y negada que 
sin embargo
sin tapabocas
sin recato

Dialoga el mismo lenguaje de libertades
que verbaliza las frases permitidas
el agujero legal
al otro lado de la línea

Es ahí ahora

Este es el nirvana de les pobres
les condenades

Orgasmo que libera

Puerta abierta al infinito presente

Paréntesis efímero de la vida en plenitud

Llave

Puente

Salida

Conexión eléctrica

Muscular y filosófica

Cuerpo y espíritu fusionados

Re-encontrados

Al fin somos una misma

Nosotras

No más “mi mente” ni “mi cuerpo”

Yo toda yo

En este ahora

Para siempre

Para siempre

sábado, 20 de junio de 2020

She-ra, la princesa lesbiana


Reflexiones políticas muy íntimas sobre la industria ideológica infantil alrededor de She-Ra y las princesas del poder, producida por Dream Works y publicada por Netflix en cinco temporadas 2018-2020.


Más de treinta años después de su versión original, la cadena mundial de streamin más vista ha producido junto a DremWorks -la productora de animaciones más progresiva después de la traición “Disney” de Pixar-, una nueva saga de She-Ra, radicalmente distinta a su predecesora.

Después de recorrer sus cinco temporadas de trece capítulos cada una no encuentro ninguna razón argumental o estética que justifique dedicarle un tiempo a su reseña. Falta de originalidad en la trama, plagios burdos de otras producciones animadas, una estructura narrativa predecible y cíclica, pensada para manipular las dudas afectivas de las pre-adolescentes que les autores imaginan como espectadoras ideales.

Sin embargo, una sola escena del capítulo final de la última temporada, inaugurada como novedad en medio del aislamiento social forzado del 2020, justifica no sólo la reflexión profunda sobre este nuevo producto comercial de la industria de las comunicaciones audiovisuales de masas, sino incluso promover una campaña para militar su difusión.

Vamos a espoilearla, imaginando que quienes lean este tipo de textos no suelen ser espectadorxs de este tipo de sagas animadas y sabiendo que nuestros textos llegan a muy pocas personas.

Rumiando fantasías apocalípticas

El mal casi perfecto, personificado en una figura masculina extraterrestre llamada Ordiano El Primero en su traducción castellana, nombre derivado de la forma organizativa más primitiva de la humanidad en su fase primitiva de hominización, la horda, colectivos de no más de cincuenta individuos que se movilizan cazando y recolectando frutos silvestres en una igualdad y relación comunitaria estrecha obligada por las necesidades materiales. Ordiano Primero ha conquistado casi todos los planetas del universo con un discurso de falsa igualdad y paz mundial, en el que todes les seres vivos son obligados a participar de su horda, en una subordinación absoluta a la voluntad del líder supremo, o bien sus planetas son consumidos hasta la oscuridad eterna. Una especie de robo mixto a la película La Ola que construye una comunidad seudo religiosa fanática donde cada individuo renuncia a su individualidad por un orden corporativo máximo y a la figura del último máximo villano de la saga Avengers de Marvel, Thanos, un tirano que propone la eugenesia universal como método para lograr el equilibrio entre recursos naturales y población, repitiendo el método utópico de Thomas Maltus, más viejo que la escarapela. Que además usa los métodos de manipulación mental de The Matrix y los Ellos de El Eternauta de Oesterheld. Aunque en este último caso dudamos que se trate de un robo consciente ya que no creemos siquiera que conozcan la referencia, pero los chips que implantan en los cuerpos dominados nos la hace ineludible.

Ordiano Primero está a punto de conquistar el último planeta rebelde, Eteria, donde una alianza de princesas con poderes surgidos del corazón mágico del planeta, que las vincula por medio de piedras rúnicas mágicas (igual que las gemas de Thanos) a una súper princesa mágica, She-Ra, que es capaz de concentrar en ella todo el poder del planeta y sus amigas, conectándose con el Corazón de Eteria antes que Ordiano I lo infecte con su tecnología malévola y lo use para destruir todos los planetas del universo.

Para acceder al corazón de la magia del planeta y lograr cumplir con su destino de salvadora del universo, consumar su camino de heroína, Adora es obligada a enfrentar todas sus dudas existenciales y descubrir quién es ella en realidad. ¿Quién es Adora? Adora es una niña huérfana, que primero pensamos había sido secuestrada de su planeta natal por Ordak, un clon de Ordiano Primero que había sido expulsado de la horda debido a sus imperfecciones de fábrica y habiendo llegado por casualidad a Eteria decidió fundar un ejército, reclutar huérfanes de todos lados y disponerlos a conquistar Eteria, con el objetivo de ganarse el reconocimiento de Ordiano y volver a ser aceptado en su seno.

En la cuarta o quinta temporada, no obstante, descubrimos que Adora fue manipulada por una cultura antigua, Los Primeros, que desarrollaron una tecnología avanzada para extraer los poderes mágicos de Eteria, fusionarlos con su tecnología y transformar a Eteria en un arma todopoderosa para enfrentar a Ordiano. Adora fue secuestrada para ser entrenada hasta que pudiera asumir el papel de She-Ra, una súper heroína que con su espada sería la llave para transformar a Eteria en un arma. Por azar, Adora fue criada en la Zona Oscura por Ordak y su principal secuaz, la megavillana Shadow Weaver, junto a un grupo de niñas y niños que toda su vida creyeron que los Ordianos buscaban el bien y la justicia. La mejor amiga de Adora, Catra, una niña-felina que nos recuerda a Leon-O de la saga Thundercats que disputó las mentes infantiles de los ochenta con He-Man y She-Ra, mantiene con ella una relación histérica de amor-odio, producto de una permanente manipulación emocional de su madre adoptiva, Shadow Wiever, que alienta el potencial de liderazgo de Adora y hostiga permanentemente a Catra para dinamitar su autoconfianza.

En algún momento, cumpliendo con los caminos del héroe planteados por John Campbell en 1944, Adora es arrancada de su crianza con los Ordianos y es adoptada por Glimmer, una princesa guerrera heredera de uno de los reinos que lideran la Alianza Rebelde y Bow, su mejor amigo, un soldado arquero especialista en tecnología, hijo de dos padres arqueólogos negros. Juntos, Glimmer y Bow despliegan una ternura rayana en la ingenuidad más absurda, pero absolutamente realista para nuestras niñas y pre-adolecentes, en la tradición de la cultura kawai del animé japonés. Con esa ternura adoptan y re-educan a Adora en el poder del amor y la amistad y juntes comienzan a enfrentar al ejército ordiano y construir una alianza con las otras princesas guerreras de Eteria: una que domina las aguas como Aquaman pero mujer y negra; otra que se especializa en tecnología; otra que es una niña pero pretende ser adulta y domina el hielo –la referencia a cierto odio resentido de Frozen es evidente-; otra que domina las plantas y es un estereotipo obvio de las rubias hippies que parecen tontas pero dominan una filosofía milenaria y dos princesas que están casadas y hasta la quinta y última temporada no tienen mucho protagonismo. Vale reconocerle, no obstante, a les creatives de esta saga que al contrario de las producciones que imitan aquí aparecen regularmente cuerpos no hegemónicos, sobre todo mujeres de cuerpos “normales” y no hay en ella una sobrecarga de asociaciones positivas con los cuerpos hipersexualizados según las convenciones de la cultura patriarcal.

La tragedia de dos mejores amigas

El corazón de la trama son las relaciones afectivas. Adora y Catra fueron grandes amigas, su amor indondicional las sostuvo en los momentos más duros de su crianza espartana pero durante cuatro temporadas se enfrentan buscando servir a sus respectivos ejércitos. Las dos sufren un conflicto permanente, buscando reconciliarse pero obligadas a enfrentarse. Catra le reprocha a Adora haberla abandonado y va desarrollando un trauma emocional que la lleva a perder todas las mejores amigas que se le fueron acercando mientras escalaba en el ejército Ordiano, buscando ser la más mala posible para atraer el reconocimiento de sus dos figuras parentales, Shadow y Ordak, que no la reconocen nunca. Adora sufre mientras construye decenas de nuevas relaciones afectivas por la única amistad que anhela y se le niega, la de Catra.

Y así todas las demás. Glimmer ama a su madre, la reina Ángela, pero chocan siempre porque no le reconoce su autonomía debido a un temor traumático a perderla como perdió a su esposo, el Mago Micah; también tiene problemas con su mejor amigo Bow, por quien descubre que está desarrollando un amor superior al de mejores amigos de su infancia. Todos los personajes, protagónicos y secundarios, enfrentan tragedias íntimas duales, que les confrontan con su identidad: quién soy, cuál es mi destino, qué debo decidir hacer para sostenerlo y qué puedo perder. Una descripción burda de las crisis emocionales del pasaje de la infancia a la adultez en el que ahonda un freudianismo berreta y muy trillado en el último siglo. Incluso les villanes tienen crisis emocionales, Shadow Wiever fue alguna vez una hechicera reconocida en el reino de los magos, llegó a ser la mentora del padre de Glimmer y fue desterrada por su obsesión para conseguir el poder máximo del planeta con la excusa de enfrentar a los Ordianos. En un giro bastante audaz para la serie, el mismo Ordak se descubre un pobre tipo que desarrolla su maldad para buscar el reconocimiento de su hermano mayor, que lo desprecia no importa lo que haga.

Durante toda la saga el miedo mayor que enfrentan los protagonistas adolescentes es no poder ser fieles con elles mismes, ahogades en la confusión provocada por la manipulación emocional de sus angustias existenciales por sus figuras paternas. En todos los capítulos se repite la misma dinámica pedagógica: los protagonistas dudan de su criterio y capacidad, llegando al paroxismo de la falta de autoestima y auto-boicot hasta que alguna amiga incondicional les demuestra con su amor que el camino para vencer es la autoestima, confiar en una misma.

Star Wars y Miyazaki

Quizás el único elemento narrativo de la saga que vale la pena destacar es que logran mantener el suspenso relativo al origen verdadero de la disputa entre Ordianos y Princesas, lo que te obliga a sufrir cuatro temporadas repetitivas y monótonas hasta la última, en la que surgen novedades argumentales y hasta estilísticas que salvan toda la saga. Se trata de nuevos plagios, principalmente a la dinámica de redención de los personajes negativos calcada a la saga Star Wars, donde desde Darth Vader hasta su último heredero, el hijo de la Princesa Leia y Han Solo, Darth Caedus se revelan como víctimas de tragedias personales bien freudianas y tienen la última oportunidad de salvarse dando un paso hacia el lado bueno de la Fuerza. El otro plagio notorio es a la cosmovisión impresa a las películas del Estudio Ghibli por el cineasta de animé más famoso, Hayao Miyazaki. El poder mágico de Eteria es un reconocimiento evidente al poder de la naturaleza que busca sobrevivir a la depredación tecnológica de la humanidad como se ve sobre todo en La princesa Mononoke de 1997 pero que está presente en películas anteriores como Nausicaa del valle del viento y El castillo del cielo, de 1986, Mi vecino Totoro  de 1988 y la ganadora del Oscar 2001 El viaje de Chihiro.

En la última temporada de She-ra hasta se mejora notablemente la calidad de la animación, tomando muchos elementos estilísticos del animé japonés y mejorando la realización de personajes, coreografías dramáticas y escenas, aunque nunca con la inversión necesaria para llegarle a los talones a las pelis de Ghibli ni superar los límites del tacaño presupuesto que Dream Works y Netflix deben haber puesto en este producto.

Un beso revolucionario

¿Cómo puede ser que esta narrativa obvia y repetitiva, desprovista del más elemental sentido de la originalidad o al menos de la honestidad intelectual básica incluso para los parámetros de una industria mezquina y miserable pueda parecernos revolucionaria?
En el último capítulo de la última temporada, mientras Adora está sucumbiendo a todas sus dudas sobre su propia capacidad, su identidad es desgarrada por su propia incapacidad para definir sus sentimientos, lo que le impide transformarse en She-Ra y completar su destino salvando al universo, Catra, su archienemiga que llevaba ya un buen tiempo intentando ser buena, casi en un calco de la escena definitoria de The Matrix en la que Neo es devuelto a la vida por la confesión del amor de Trinity (que se repite como descenlace en The Matrix Reloaded y Revolutions), se anima a confesarle la explicación de estas cinco temporadas de idas y vueltas en su amistad histérica permanentemente frustrada: Catra la ama y le encaja un beso en la boca a la altura de la magia romántica de los besos clásicos de Hollywoos como en Lo que el viento se llevó o Casablanca.

El mayor y más remanido de los clishés históricos de la industria de los medios de comunicación audiovisual, el poder del amor romántico que asegura la felicidad eterna de la vida en pareja conyugal, pero por primera vez en la historia de la humanidad, este clishé se representa en el beso de dos personajes femeninos.

Feminismo y lucha de clases

¿Qué tuvo que pasar para que a pesar de esta absoluta claridad para percibir todos los elementos banales y casi reaccionarios de la cultura popular de masas hegemónica de la sociedad heteronormada y capitalista me hayan shockeado al punto de considerar esta escena como revolucionaria?

Para encontrar una explicación necesito contarles un par de cosas muy personales.
Mi formación intelectual es marxista. Sigo entendiendo que la concepción dialéctica de la historia humana de Marx es el método más avanzado que ha encontrado la filosofía para descubrir la verdad que organiza la realidad compleja en que vivimos. Sin embargo, como todo método filosófico, una gran cantidad de marxistas terminaron coagulando verdades absolutas para organizar movimientos políticos buscando intervenir en la realidad para no sólo comprenderla sino además transformarla.

En los años 90 y principios del siglo 21, las organizaciones en las que militaba a mis veintitantos años, pregonaban que el feminismo era una ideología reformista, compartiendo con otras, como la lucha por los derechos de las minorías oprimidas por el racismo o el ecologismo, virtudes y límites. Para los buenos marxistas, se sabe, la única salida real a todas las injusticias radica en eliminar la necesidad de la explotación de clases como forma organizativa para desarrollar la economía. El patriarcado, el machismo, el racismo y la destrucción del medio ambiente son medios que permiten a las clases propietarias de los medios de producción para sostener su sistema de explotación de clases. Por lo tanto, les marxistas más revolucionaries del mundo siempre sostuvieron –matices más o menos- la idea de que las personas que se organizaban para erradicar la opresión patriarcal o la supremacía racista pedían al sistema capitalista que se redimiera de sus aspectos superficiales más feos, que evolucionara en reformas jurídicas y legales que, sin embargo, podían seguir sosteniendo la explotación de las clases obreras y campesinas del mundo.

Resumiendo los argumentos, sosteníamos que tanto el feminismo, los antirracistas como les ecologistas sólo pretendían un capitalismo bueno y racional que continuara explotando a las masas pero admitiendo derechos iguales para las mujeres, permitiendo una burguesía gay friendly, negra y chicana con empresas “verdes” que no lastimasen el medio ambiente pero que continuaran explotando la plusvalía de sus explotades.

Quizás sea cierto que existen feminismos que razonan así y es más que probable que les autorxs de She-ra, empleades al servicio de máquinas capitalistas productoras de ideología como Dream Works y Netflix estén buscando desarrollar nuevas utopías para calmar las angustias que provoca la alienación capitalista en conciencias jóvenes que ya no mastican más el Sueño Americano, heteronormado y patriarcal. Es muy probable que esta saga esté inspirada en la intención perversa de reactualizar el poder embrutecedor del romanticismo patriarcal ahora aplicado a mujeres lesbianas y disidencias.

¿Puede ser revolucionario el amor romántico?

Déjenme contarles una anécdota muy íntima. En 1986 yo tenía la edad que Leyla, mi hija, tiene hoy. Vivía en una ciudad muy pequeña en una provincia muy lejana del centro desarrollado, a la que llegaban sólo dos señales de televisión, ATC y Red Globo, una distribuida por el canal estatal local, Canal 12 Posadas, provincia de Misiones y la otra por el canal estatal de la ciudad paraguaya del otro lado del Paraná, Encarnación, departamento Itapúa.

Sin internet ni bibliotecas en mi casa, las novelas de la colección Billiken y Robin Hood seguían siendo el único refugio para mi imaginación infantil. En las primeras experiencias fuera del libro y las historietas de Patoruzú, Hijitus o la chilena Condorito, tres sagas me consumieron hasta el fanatismo cuando llegaron a la pantalla enorme de la tele de mi casa: Robotech, He-Man y Thundercats. Aunque en esos años yo creía que mi destino estaba ligado a ser el piloto indestructible de aviones que se transformaban en súper robots (algo que ya había masticado con Mazinger Z) o el súper macho que alcanzaría su máximo poder enarbolando espadas fálicos que irradiaban magia y tecnología todopoderosa cuando eran llevadas a su máxima erección, ya fuera un príncipe medieval humano lleno de músculos o un príncipe felino también hipermusculado, en ambos casos enfrentando seres capaces del mal más absoluto, un esqueleto y una momia que representaban a su modo dos versiones occidentales de la muerte.

En mi familia no había nadie que hubiese terminado la secundaria y el psicoanálisis era visto como una aberración mientras que la confesión con el cura de la parroquia era la única posibilidad legítima para elaborar la emocionalidad y la moralidad. Las novelas escritas, los comics, las series animadas de la televisión, fueron para mí la forma más avanzada que tuve acceso para elaborar mi maduración afectiva durante la infancia por fuera del sistema oficial impuesto por el mundo adulto.

Ahora que termino de ver She-Ra con Leyla, tres décadas después, puedo saber que estas series animadas construidas para defender la sacralidad de la familia heterosexual y el lugar central de un hombre en ella, un hombre con el poder de un rey o de un militar, un héroe para su comunidad, no me ayudaron. Desde mi primer infancia, desde los seis años en adelante, los conmilitones de mi primaria católica decidieron hostigarme diariamente para corregir lo que ellos consideraban un defecto moral inadmisible de mi parte, mi gusto por todo tipo de cosas que eran asignadas con exclusividad a las mujeres.

Pasé toda mi infancia y adolescencia esforzándome por corregir este defecto que llegué a odiar y despreciar de mí misme, aunque me atormentaba no poder disfrutar ninguna de las instancias de sociabilización que en que me educaba el mundo masculino. Este desgarro interno se fue aplacando cada vez que en mi juventud y adultez fui encontrando las formas de desarrollar una vida funcional, como estudiante universitario mantenido por sus padres, como docente de secundaria con pareja establecida, como militante de izquierda con una compañera activista feminista y una bella hija.

Mis depresiones crónicas, mi inutilidad para sentir felicidad en relaciones afectivas primarias, mi frustración y violencia recurrentes las identificaba con defectos normales de crianza o con algún defecto fisiológico neuronal.

Hasta que veinte años de terapia, la experiencia en la lucha de clases junto al feminismo desde el niunamenos del 3 de junio del 2015, tres intentos de suicidio abortados, un intento de homicidio del que zafé por casualidad y el fracaso de la familia que intenté construir con mi compañera hicieron que todas mis seguridades volaran por los aires y pudiera descubrir que había vivido treinta y seis años con una identidad de género que no se correspondía con mi mundo íntimo: por temor a ser destruide por mis “amigos” y sobre todo por mis padres, estuve 36 años obligándome a ser el mejor macho posible, como si convertirme en He-Man impediría que nadie me lastime.

Las producciones teóricas que más me ayudaron a comprender lo que me pasaba en este reino tan íntimo de mi sensibilidad, los trabajos de Rita Segato sobre la estructura elemental de la violación machista en nuestra sociedad y las reflexiones sobre la identidad de género separadas de la orientación sexual de Judith Buttler comenzaron a publicarse entre 1986 y 1991, al mismo tiempo que yo pasaba de mi infancia a mi pubertad, pero que estaban tan lejos de mi realidad católica y nacionalista de clase media del interior como las imágenes de Marte que sacaba la Voyager y que veíamos en las páginas de la Muy
Interesante
.

Los trabajos pioneros para comprender la identidad de género en la que me habilité para autopercibirme, travesti, de Lohana Berkins, Diana Sacayán y Marlene Wayar o las elaboraciones ficcionales que nos permiten pensarnos como género como las de la escritora y actriz Camila Sosa Villada y otras que no conozco, todavía hoy son inaccesibles para todo el mundo que queda afuera de la comunidad LGTTTBIQ+ que lee el Soy de Página/12 o sabe qué es la Casa Brandon.

Aunque todavía nos cueste admitirlo en toda su magnitud, las narrativas que consumimos fuera del control y legalización de nuestras figuras parentales siguen siendo de una vital importancia a la hora de nuestra maduración psicológica, emocional y afectiva en la infancia y pubertad. Salvo que sigamos bajo la influencia nociva de las religiones patriarcales como el catolicismo, protestantismo, judaísmo o el islam, sabemos muy bien gracias a la ciencia psicológica de los últimos cien años que las elaboraciones que hacemos en esos primeros años son fundamentales para la constitución de toda nuestra vida afectiva y emocional durante nuestra vida adulta.

Aunque mi biografía personal hubiese sido igual, estoy casi segura que mi vida emocional y sicológica hubiese sido muy diferente si entre los seis años y los trece hubiera sido habilitada a pensarme como algo distinto a lo que mi familia, mi escuela y el Estado me habían asignado como destino biológico. Seguramente nunca habría podido evadir mi destino social, entre la pequeño burguesía profesional o comerciante, como mi padre, mi madre o mis hermanes o el trabajo asalariado, pero con la misma seguridad sería hoy une laburante con relaciones afectivas mucho más saludables y alguna chance de sentir felicidad en mi intimidad; aceptando mi corporalidad y sexualidad desde temprano hoy tendría una experiencia sexo-afectiva de treinta años muy diferente de la que vengo acumulando bajo la obligación de una masculinidad heterosexual que sólo me produjo frustraciones irreparables y una enorme carga de violencia contra mí misma y contra otres.

Leyla Isis nació en 2010, dos meses antes de que el Estado y una patota a su servicio asesinaran en una esquina de Barracas a mi joven camarada de militancia en esos años, Mariano Ferreyra. Fue el producto de un amor verdadero y contradictorio de dos militantes docentes que confiábamos en nuestra mutua capacidad para construir la familia exitosa que nuestros mandatos sociales nos exigían. Criamos a Leyla con el acceso a la revolución conceptual estética y narrativa de la filmografía animada posterior a Toy Story y Shrek, que cambiaron para siempre los modelos heteronormados de la vieja escuela de Disney. Así y todo, Leyla no pudo encontrar en su camino individual de elaboración de su propia identidad de género, habiendo nacido con vulva y registrada y criada como mujer, narrativas que superaran a las princesas valientes como Mulán, Mérida o Frozen, que si bien rompían los estereotipos de mujeres pasivas y al servicio de la sociedad masculina, no lograban salirse del corsét de la heteronorma (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/fionna-la-princesa-rebelde.html), una devota de su padre y enamorándose de su gallardo esposo, la otra sólo pudiendo oponerse al matrimonio acordado por sus padres con derecho a elegir a su novio (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2014/03/buscando-la-anti-princesa.html) y la última condenada a no tener acceso al amor sexual de un varón pero tampoco de una mujer (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/frozen-la-diosa-sin-sexo.html).

Casi cuarenta años después, sin embargo, Leyla asoma a un mundo pospandémico donde las narrativas del mismo mercado capitalista de las emociones y la imaginación en que me crié yo siguen fabricando ilusiones ficticias para calmar la angustia de vivir en un mundo rebosante de violencia y explotación bajo la utopía de la felicidad afectiva de las parejas conyugales, la familia y las amistades. Con una sola y revolucionaria diferencia: algunas de estas narrativas le permitirán pensarse como una princesa guerrera lesbiana si así lo siente o lo desea.

Y nadie me quita la esperanza de que esa sola diferencia, que detrás de toda esa manipulación psicológica burda de Netflix, que detrás de esa regurgitación simplona del amor romántico como única meta posible de salvación, detrás de ambos labios de ese beso final y mágico haya dos personajes que se identifican como mujeres, sea suficiente para que ella pueda desenvolver un camino emocional diametralmente opuesto al que yo fui condenada.

Y esa única diferencia es, desde todo punto de vista, revolucionaria.

Reformismo y Revolución

Algune dirá qué poco ha quedado de mis mejores ambiciones en la juventud, en las que sólo imaginaba el imperio mundial de gobiernos obreros, socialistas y comunistas como única salida realista para una sociedad sin explotación de clases y por lo tanto sin ninguna necesidad material de utilizar mecanismos de opresión como el machismo, el racismo o el ecocidio. Seguro cualquiera puede leer en esta reseña un abandono patético de las grandes metas que guiaron lo mejor de mis acciones políticas al calor del auge revolucionario del Argentinazo, una claudicación ante los hechos consumados de las derrotas colectivas de los últimos veinte años.

Sin embargo, esta pequeña reforma en la concepción clásica de la manipulación emocional de las grandes masas, la posibilidad de arquetipos ideales lésbicos, o afrodescendientes y ecologistas sin romper con, ni promover  el fin de la estructura del amor romántico ni la explotación de clase es bien mirada una utopía que sólo puede conseguirse con una lucha sistemática de las masas explotadas y oprimidas.

Pensemos un segundo. ¿Por qué las grandes industrias culturales del imperialismo capitalista tardaron treinta años en producir una She-Ra cuando las iglesias dominantes han logrado presionar económicamente impidiendo que una lesbiana sea princesa de Disney? Si tenían razón los marxistas esquemáticos del estalinismo en reprocharle reformismo burgués a todas las manifestaciones de feministas, ecologistas y luchadorxs contra el racismo, ¿por qué el Estado Burgués se niega a conceder estas reformas tan amistosas? ¿Por qué las organizaciones liberales que no repudian al sistema siguen siendo forzadas a la denuncia disruptiva y la movilización callejera?

Quizás sea porque el machismo, el racismo y el ecocidio no son meros instrumentos que el Estado burgués puede desestimar alegremente para lograr sus fines de explotación de clase. Quizá se deba a una realidad mucho más cara al método de reflexión inaugurado por Marx hace casi doscientos años: estos instrumentos de dominación son cada día más necesarios para sostener la explotación. Al punto que parecen estar fusionados y ser inescindibles los medios de los fines.

De ser cierta esta modesta hipótesis (que creo haber leído en los trabajos de la activista italiana Cinzia Arruzza) toda honesta obsesión contra el machismo, el racismo o el ecocidio si se llevan hasta el extremo, si exigen de cada conciencia rebelde no dejar de luchar hasta que estén eliminados definitivamente, conducen inevitablemente a la conclusión de una lucha redonda contra el sistema de explotación de clases que los sostiene hoy, el capitalismo, y contra cualquier otro sistema de organización social que se sustente en la explotación de clase.

Como bien señaló Trotsky en su momento de mayor lucidez, perseguido por los sicarios del imperialismo burgués y del imperialismo estalinista, en medio de una derrota personal y política de las que era muy consciente, en el momento histórico de su degeneración, cualquier lucha seria y consecuente por reformas progresistas al sistema obliga a una lucha contra el propio sistema. Esa dialéctica maravillosa contenida en el Programa de Transición de 1938 que nos permite a les verdaderes marxistas, eses que además de comprender deseamos transformar, construir herramientas prácticas de discusión con las grandes mayorías explotadas y oprimidas para encontrar un camino común de lucha.
Me sumo al viejo revolucionario ukraniano en la ilusión de que las futuras generaciones, las que hoy elaboran su intimidad emocional frente a millares de pantallas individuales -como nosotres lo hicimos antes con muchas menos y casi todas ellas de papel- sepan encontrar el camino para liberarse de las cadenas de la explotación y la opresión que se esfuerzan en destrozar su ternura infantil, el único sentimiento que justifica a nuestra especie.  

De seguro van a necesitar convertirse en guerreras y guerreros como los de She-ra y construir ejércitos diversos guiados por el mismo objetivo: vencer al mal concentrado del Estado imperialista, que no hace falta venga del espacio exterior como Thanos u Ordiano I, si ya tiene a los Trump, Putin y Xi Jinping de acá haciendo el mismo trabajo.

La lengua boba del progresismo

Una crítica de Lengua sucia. Antología poética personal, de Reynaldo Sietecase, publicado por Lumen en Buenos Aires, marzo 2020. 
Primero en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2020/06/19/lengua-sucia-reynaldo-sietecase/?fbclid=IwAR1HfW8teVBkgPtAo1eJ-em5CVPI7P8IDlPuEzZiwRGFZQlZhjidySt1wr8 


Pocos poetas acceden en nuestro país al privilegio concedido a Reynaldo Sietecase de publicar una antología de su propia obra de treinta y cinco años. Menos todavía las y les poetas que deben esperar el escándalo, la muerte trágica o la moda. Artesanía sacralizada y marginal, la poesía en nuestro régimen cultural sigue siendo Parnaso de especialistas inalcanzables, aristocrático, o círculo hermético de bohemies malditos y maldecidos que deben yugarla duro para llegar al papel.

Más que una reflexión cerca de sus sesenta años, Lengua sucia nos ha dejado un sabor a confesión con cierta vergüenza ajena este poemario que saludan y felicitan Jorge Bocanegra y Andrés Calamaro. Como el propio autor reconoce en el prólogo, probablemente haya sido el reconocimiento alcanzado en otra profesión obligada por el hambre, el periodismo, la razón que explica el raro privilegio de ser publicado por “Lumen, que ha difundido durante medio siglo a los más destacados poetas de Hispanoamérica.” aunque su absorción por el pulpo capitalista más grande del imperio editorial de habla hispana, Penguin Random House le haya quitado el alma de rebeldía original a todas las empresas editoriales otrora heroicas que ha fagocitado.

Sietecase es reconocido como un buen tipo por cualquiera que lo haya tratado en público, imagen simpática que le valió un lugar en los medios de comunicación más importantes y de mayor peso en la construcción de ideologías de nuestro país, Telefe, del pulpo Telefonica de España. En su  poemario, sin embargo, sostiene el orgullo de ser poeta y desnuda con absoluta honestidad un machismo camuflado de recursos progresistas y una particular concepción de la poesía que reduce al juego de palabras, el lugar común y la metáfora con explicaciones.

De peor a menos peor

Se trata de un compendio que se despliega al revés, desde el presente exitoso de un Sietecase que encarna la tercera pata de una mesa que sostiene el discurso hegemónico de la progresía devaluada del presente, la pata izquierda de una Corea del Centro, un poco kirchnerista y un poco macrista, que conforma junto a Ernesto Tenembaum y María O´Donell, hacia esos orígenes marginales de sus veinte y treinta años entre las últimas ilusiones revolucionarias de los años 80 frustradas bajo la impiadosa contrarrevolución material y simbólica del neoliberalismo de los años 90.

Compartimos con el prólogo de Bocanegra una sensación que él no despliega pero nosotros sí, lo mejor de su obra está en esos primeros “poemas que repartía por las mesas de los bares de Rosario a comienzos de los años ochenta” y que pintaba “en las paredes de mi ciudad natal desafiando a las autoridades militares con mis compañeros de El Poeta Manco”.

De Neruda a Arjona

Leemos una serie de continuidades en la poesía que Sietecase nos ofrece. La construcción de una identidad auto-percibida de poeta maldito, reivindicación del romanticismo heroico del siglo 19 sin embargo alejada de las pretensiones líricas de simbolistas y vanguardistas, heredero de aquéllos a quienes reivindica, los versos sencillos y claros del realismo costumbrista de los compañeros de ruta del PC latinoamericano de los 60 y 70.

Tenemos una sensación extraña leyendo a Sietecase. Primero porque nuestro gusto estético reivindica como él el rechazo sarcástico de las pretensiones elitistas de la poesía hermética de las vanguardias y la preferencia de la tradición latinoamericana de los grupos Pan Duro (surgido en los costados heterodoxos del PC argentino de la mano de Mangieri, César Silvain y el primer Gelman en las épocas del deshielo estalinista y la culpa peronista después del 55) o alrededor del grupo Barrilete en los 60 (Roberto Santoro, Humberto Constantini). Sietecase retoma los temas de la cultura popular de masas del hombre de barrio: el tango meloso de Le Pera, sarcástico y desesperanzado de Discépolo o ácido de los hermanos Expósito; la metáfora futbolística de Fontanarrosa. La crítica de las injusticias sociales, la denuncia de los genocidios de los setenta y una obsesión con el amor y las mujeres se pueden descubrir de cabo a rabo en cualquier sentido que se recorra esta antología.

Segundo, porque nos parece que Sietecase confunde el rechazo al elitismo de las vanguardias con un abandono total por el esfuerzo en la construcción del verso y el símbolo. Aquello de Picasso que exigía el mayor grado de capacidad técnica para permitirse la sencillez o el absurdo. Lejos estamos de creer que Gelman, Neruda o incluso Benedetti abdicasen de la disciplina y autoexigencia igual que Sietecase. Mucho más González Tuñón, Lorca y Miguel Hernández, quienes defendieron la sencillez en la expresión y la comunicación de la idea o el sentimiento pero nunca la disciplina estética que los consagró antes de su militancia como líderes de la vanguardia.

El cambio más notable, sin embargo, son las marcas de las situaciones concretas que moldearon en cada momento del recorrido la sensibilidad del poeta. Sus versos y temas son más honestos, sinceros y descarnados mientras más cercanos están los ecos de las batallas encarnadas por las masas obreras y campesinas derrotadas a fines de los 70. Los homenajes a Conti y Urondo antes de la década de sus asesinatos y un repudio visceral a la búsqueda de redención de los genocidas bajo democracia. En esos primeros años el joven poeta maldito no pretende el reconocimiento de la crítica, no tiene el cuidado por la corrección política ni formal. Grita, putea, escupe.

Todo lo contrario parece pasarle a medida que los años le van alejando de la esperanza en el triunfo de las ilusiones revolucionarias y la derrota lo va ahogando en el cinismo bien pensante. Se distingue un tufillo de moralina en los poemas que reivindican la rebeldía obrera en los últimos años contrastados con el orgullo épico de los primeros. El poeta que ha triunfado después de haber acomodado su rebeldía a las exigencias de corrección del liberalismo permitido por los grandes medios de comunicación que lo contratan, no se hace cargo de sus propias traiciones a las ilusiones adolescentes y se enoja contra las masas que deberían rebelarse y no lo hacen.

Aplaude la huelga de los albañiles de Puerto Madero desde muy lejos, casi como un reproche por lo que considera una tardía reacción de esta población a la que concibe demasiado pasiva, como maniquíes que no se rebelan contra quienes los han condenado a ser objetos pasivos de consumo, mercancías desechables. La amargura del revolucionario derrotado muta en un cinismo amargado, quitándose culpas del lomo y poniéndoselas a las masas que no hicieron lo que los teóricos de la revolución dicen que deberían hacer.

La poesía de Sietecase no se esmera por alcanzar nuevas y complejas texturas en el verso, las palabras escogidas ni las metáforas. Lo que en los sesenta y setenta era un acto de audacia contra el elitismo aristocrático de la poesía oficial, queda banalizado, reducido en el poemario de los últimos veinte años a juegos de palabras infantiles expresados con total impunidad. Parece deteriorarse más cada vez que se aleja de las emociones de las luchas obreras de fines de los 90 y se comienza acomodar a su rol de sensatez y pragmatismo que le permitieron los gobiernos “setentistas” del nuevo siglo.

Parece jactarse de lo contrario que supone la búsqueda poética, sus metáforas van acercando el significante al significado cada vez más, y si en algún poema siente que ha enmascarado un poquito tan solo la referencia, al final viene y te lo explica, como si fueses lo suficientemente inútil de reconocer metáforas obvias.

Parece un acto de rebeldía contra la búsqueda obsesiva de las vanguardias pero una no sabe si se trata en realidad de hacer de la incapacidad para imaginar una virtud. ¿Se resigna a la obviedad y el lugar común porque no puede otra cosa o porque no quiere? Quizá el único misterio de este poemario. Misterio que antes de despedirse de su juventud revolucionaria al menos tenía la honestidad intelectual de auto cuestionarse cuando en 1996 se lamenta de su “pobre poema con lugares comunes”. En su balance de su propia trayectoria, Sietecase se define con claridad cuando repite los que parece considerar sus mejores versos: “melodías del día / me dolías el día”.

Confesiones de un macho progresista

Si el fracaso de la revolución con la que soñara de joven lo amarga al punto de criticar a quienes la siguen agitando hoy en las redes sociales (que son los nuevos bares y muros de la sociabilidad de masas) porque “no mueven el culo” (dicho sea de paso un poco de vergüenza no le vendría mal a alguien que sermonea desde la comodidad de la fm más escuchada del momento y Telefe, que admitamos no son la cadena de Prensa Libre de Walsh y Masseti) su reflexión sobre el deseo se deterioran para exponer lo más lamentable de su tradición de macho romántico.

En los 80 y 90 seguía los pasos de Joaquín Sabina o Fito Páez intentando incomodar la moralina pacata hegemónica, reivindicando la figura del amante que amenazaba la sacralidad del matrimonio y publicando versos elegíacos de las geografías prohibidas de la corporalidad heterosexual: las tetas y los culos. Sin embargo no es la poesía de Sietecase un intento serio de subvertir al fondo esas convenciones. Las tetas que homenajea son las de la madre que nutre y de la amada que alimenta al amado. Un clishé que sólo es disruptivo cuando parece reconocer la perversión de su propia educación sexual, cierto morbo del deseo sexual del varón que no distingue del todo en esa teta su tragedia edípica; aunque al final se acerca al abismo y reclama el máximo posible de la idealización, tener él en su cuerpo aquello que lo obsesiona en los cuerpos ajenos.

Abismo que no cruza ni explora. Cuando encara la elegía prohibida al culo, no osa abrir la puerta del propio y meter el dedo en esa llaga, se limita a homenajear y enaltecer “los culos que deseo”, los de ellas, la paja en el culo ajeno y no la enorme viga en el propio. Poco, muy poco para una poesía que se pretende maldita cuando cae en otro lugar común de la mirada masculina de la sexualidad en el más disruptivo y obsceno de sus poemas de 1989 “Nadie es de nadie”:

Cómo mirarla entonces

sin este deseo infernal

de hacerla mierda


Cómo pensarla durmiendo

acompañada

sin la dulce intención

de fragmentarla

partirla en pedacitos

de colores


Cómo escuchar callado

su buen día

sin querer hundirle

mi sexo hasta los ojos


Cómo ir tontamente

a saludarla

sin pretender tapar

tanto agujero

que le sobra

                        en fin

mojarle el corazón

con un buen polvo.


Dejemos de lado el debate de si estamos frente a la sublimación del deseo pervertido del violador en potencia y su validez para denunciar la misoginia evidente de la masculinidad hegemónica o ante un poeta que aprovecha la impunidad concedida a su género para irritar con una confesión descarnada de su propia imaginación golpeada por la autonomía de la mujer deseada y el derecho a la propiedad privada de su cuerpo. Dejemos de lado también la metáfora obscena por lo burda que casi no se despega del insulto callejero.

En todo su poemario Sietecase expone una mirada machista del cuerpo femenino al que admira cuando le permite que lo invada para saciar su propio deseo, al que felicita cuando se rebela a los límites morales del matrimonio para saciar sus necesidades de amante que reduce la libertad sexual a un permiso para que él disfrute de todos los cuerpos que desea pero que protesta cuando ese deseo no se le regala en todos los poemas en que destila rabia contra las que lo “traicionaron”. Un machito forjado por la idealización freudiana de la madre luchona que sufre para nutrirlo, que idealiza a la amante audaz que se pone en riesgo para saciar sus propias pasiones y que se enoja cuando se va con otro o prefiere “la monotonía de los hijos” a la aventura extra-matrimonial.

No se aleja ni un poco de la temática más atrasada del machito llorón del tango gardeliano, como si más de cien años no fueran suficientes para empalagarlo. Para colmo muy lejos de la imaginación y creatividad poética de quienes esforzaban las neuronas persiguiendo la métrica, la rima, el símbolo. Versión degradada de mentores a quienes no intenta superar, el autor de una oda a las bombachas de seda nos parece más al bolero de Arjona que a la sevillana de Sabina o Calamaro, aunque los cuatro compartan un mismo amor por la misoginia disfrazada de osadía.

Claro que luego pretende la redención del macho progre, elogiando el amor sexual de las gordas en un poema o alabando un ícono del feminismo como María Luisa Bemberg. Pero como ya sabemos es en su búsqueda frenética por “deconstruirse” donde estos varones más muestran la hilacha. En sus treinta y cinco años de poesía no abandona nunca la imagen “de las piernas abiertas” como epítome de la sexualidad femenina, que nunca es activa, que siempre se abre para él. En el poema a María Luisa todavía peor, las tetas pierden su función primordial cuando pierden la turgencia juvenil a causa de haber amamantado. Y el poeta cree que alaba a la mujer porque saluda su vitalidad a pesar de haber perdido sus atributos de femineidad.

Nos cuesta mucho encontrar una forma sietecasiana de salvar estas interpretaciones encontrando una crítica que equilibre “lo bueno y lo malo”.

Una falsa búsqueda de irritar la moral pacata que sin embargo nunca abandona la mojigatería. Ni en sus épocas de poeta marginal y maldito Sietecase escribe pija en vez de pene o vulva y sólo una vez –muy lamentable- nombra vagina. En 36 años sigue prefiriendo referirse a los genitales con la insípida y monástica “entrepierna”. Y aunque hay que reconocerle que al menos una mujer en el barrio de La Boca logró sacudirlo de sus esquemas elementales, porque mantenía relaciones sexoafectivas con otras mujeres sin esconderlas y porque en lugar de abrirse para él “lo partió al medio”, se burló de su pene, lo hizo descubrir el otro lado del amor sexual, después de castrarlo del centro y el poder fálico (“Última cena”) parece que no alcanzó para que el poeta encontrase allí una veta a explorarse, para iniciar un camino que lo lleve de nuevo a sus enormes ganas de tener tetas propias y quizás termine de darse cuenta que la soledad y el desamor que lo ahogan en los últimos treinta años no se deban a que es un amante revolucionario incomprendido sino de que ha sido un perfecto idiota, un egoísta emocional sin autocrítica ni responsabilidad afectiva.

Un camino que lo lleve a darse cuenta que el tango, el fútbol y todas las formas de sociabilidad masculinas son una reverenda bosta que fabrica cobardes llorones que reprochan su frustración sexual de hijos abandonados por madres santas que se transforman en “compañeras putitas” o “vírgenes que se mojan a su paso” que desea violar para demostrar su hombría.

Una lengua boba que no lastima la mano que lame

En suma, tanto en sus obsesiones temáticas como en sus recursos estéticos, la poesía de Sietecase no pretende abandonar el lugar común, la metáfora evidente y los clishés del machito romántico incomprendido. No somos quiénes para ejercer un juicio ético ni estético sobre su obra, pero creemos haber descubierto las razones de su publicación por la empresa editorial más importante.

Incluso si esta poesía alguna vez pareció subversiva o irritante a una moral pacata y reaccionaria, después del abandono de toda pretensión por forzar los límites de la superficialidad y el lugar común es lo suficientemente inofensiva y no arriesga el producto comercial que nos vende su autor desde las pantallas y micrófonos hegemónicos, la oferta de un lugar insulso e inofensivo para la nueva moral progresista liberal edulcorada y bienpensante.

No hemos pretendido una crítica caníbal, aunque debemos reconocer la indignación ineludible al leer tanta impunidad misogínica ampararse en la corrección política cuando las mujeres y los géneros disidentes sufrimos cotidianamente el azote de un femigenocidio sofocante. Si hemos de ser sinceres, una profunda pena no nos permite el repudio absoluto. Pena de ver la debacle moral y ética de una generación que sucumbe sin darse cuenta a la peor de las nostalgias, aferrándose sin autocrítica a lo peor de la herencia política de la estética que alguna vez se rebeló contra la derrota y que ahora se justifica en un liberalismo progresista fariseico.

Aunque no se note, esperamos que esta crítica sirva para sacudir de su comodidad lo que quede de idealismo revolucionario en estas conciencias aparentemente torturadas, que si son incapaces de ver en el presente las reservas morales de las millones de juventudes que siguen luchando contra el capitalismo patriarcal, ecocida y racista sean capaces al menos de una verdadera autocrítica y abandonen para siempre la hipocresía de señalar en el otre sus propios defectos e insuficiencias.