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sábado, 20 de junio de 2020

She-ra, la princesa lesbiana


Reflexiones políticas muy íntimas sobre la industria ideológica infantil alrededor de She-Ra y las princesas del poder, producida por Dream Works y publicada por Netflix en cinco temporadas 2018-2020.


Más de treinta años después de su versión original, la cadena mundial de streamin más vista ha producido junto a DremWorks -la productora de animaciones más progresiva después de la traición “Disney” de Pixar-, una nueva saga de She-Ra, radicalmente distinta a su predecesora.

Después de recorrer sus cinco temporadas de trece capítulos cada una no encuentro ninguna razón argumental o estética que justifique dedicarle un tiempo a su reseña. Falta de originalidad en la trama, plagios burdos de otras producciones animadas, una estructura narrativa predecible y cíclica, pensada para manipular las dudas afectivas de las pre-adolescentes que les autores imaginan como espectadoras ideales.

Sin embargo, una sola escena del capítulo final de la última temporada, inaugurada como novedad en medio del aislamiento social forzado del 2020, justifica no sólo la reflexión profunda sobre este nuevo producto comercial de la industria de las comunicaciones audiovisuales de masas, sino incluso promover una campaña para militar su difusión.

Vamos a espoilearla, imaginando que quienes lean este tipo de textos no suelen ser espectadorxs de este tipo de sagas animadas y sabiendo que nuestros textos llegan a muy pocas personas.

Rumiando fantasías apocalípticas

El mal casi perfecto, personificado en una figura masculina extraterrestre llamada Ordiano El Primero en su traducción castellana, nombre derivado de la forma organizativa más primitiva de la humanidad en su fase primitiva de hominización, la horda, colectivos de no más de cincuenta individuos que se movilizan cazando y recolectando frutos silvestres en una igualdad y relación comunitaria estrecha obligada por las necesidades materiales. Ordiano Primero ha conquistado casi todos los planetas del universo con un discurso de falsa igualdad y paz mundial, en el que todes les seres vivos son obligados a participar de su horda, en una subordinación absoluta a la voluntad del líder supremo, o bien sus planetas son consumidos hasta la oscuridad eterna. Una especie de robo mixto a la película La Ola que construye una comunidad seudo religiosa fanática donde cada individuo renuncia a su individualidad por un orden corporativo máximo y a la figura del último máximo villano de la saga Avengers de Marvel, Thanos, un tirano que propone la eugenesia universal como método para lograr el equilibrio entre recursos naturales y población, repitiendo el método utópico de Thomas Maltus, más viejo que la escarapela. Que además usa los métodos de manipulación mental de The Matrix y los Ellos de El Eternauta de Oesterheld. Aunque en este último caso dudamos que se trate de un robo consciente ya que no creemos siquiera que conozcan la referencia, pero los chips que implantan en los cuerpos dominados nos la hace ineludible.

Ordiano Primero está a punto de conquistar el último planeta rebelde, Eteria, donde una alianza de princesas con poderes surgidos del corazón mágico del planeta, que las vincula por medio de piedras rúnicas mágicas (igual que las gemas de Thanos) a una súper princesa mágica, She-Ra, que es capaz de concentrar en ella todo el poder del planeta y sus amigas, conectándose con el Corazón de Eteria antes que Ordiano I lo infecte con su tecnología malévola y lo use para destruir todos los planetas del universo.

Para acceder al corazón de la magia del planeta y lograr cumplir con su destino de salvadora del universo, consumar su camino de heroína, Adora es obligada a enfrentar todas sus dudas existenciales y descubrir quién es ella en realidad. ¿Quién es Adora? Adora es una niña huérfana, que primero pensamos había sido secuestrada de su planeta natal por Ordak, un clon de Ordiano Primero que había sido expulsado de la horda debido a sus imperfecciones de fábrica y habiendo llegado por casualidad a Eteria decidió fundar un ejército, reclutar huérfanes de todos lados y disponerlos a conquistar Eteria, con el objetivo de ganarse el reconocimiento de Ordiano y volver a ser aceptado en su seno.

En la cuarta o quinta temporada, no obstante, descubrimos que Adora fue manipulada por una cultura antigua, Los Primeros, que desarrollaron una tecnología avanzada para extraer los poderes mágicos de Eteria, fusionarlos con su tecnología y transformar a Eteria en un arma todopoderosa para enfrentar a Ordiano. Adora fue secuestrada para ser entrenada hasta que pudiera asumir el papel de She-Ra, una súper heroína que con su espada sería la llave para transformar a Eteria en un arma. Por azar, Adora fue criada en la Zona Oscura por Ordak y su principal secuaz, la megavillana Shadow Weaver, junto a un grupo de niñas y niños que toda su vida creyeron que los Ordianos buscaban el bien y la justicia. La mejor amiga de Adora, Catra, una niña-felina que nos recuerda a Leon-O de la saga Thundercats que disputó las mentes infantiles de los ochenta con He-Man y She-Ra, mantiene con ella una relación histérica de amor-odio, producto de una permanente manipulación emocional de su madre adoptiva, Shadow Wiever, que alienta el potencial de liderazgo de Adora y hostiga permanentemente a Catra para dinamitar su autoconfianza.

En algún momento, cumpliendo con los caminos del héroe planteados por John Campbell en 1944, Adora es arrancada de su crianza con los Ordianos y es adoptada por Glimmer, una princesa guerrera heredera de uno de los reinos que lideran la Alianza Rebelde y Bow, su mejor amigo, un soldado arquero especialista en tecnología, hijo de dos padres arqueólogos negros. Juntos, Glimmer y Bow despliegan una ternura rayana en la ingenuidad más absurda, pero absolutamente realista para nuestras niñas y pre-adolecentes, en la tradición de la cultura kawai del animé japonés. Con esa ternura adoptan y re-educan a Adora en el poder del amor y la amistad y juntes comienzan a enfrentar al ejército ordiano y construir una alianza con las otras princesas guerreras de Eteria: una que domina las aguas como Aquaman pero mujer y negra; otra que se especializa en tecnología; otra que es una niña pero pretende ser adulta y domina el hielo –la referencia a cierto odio resentido de Frozen es evidente-; otra que domina las plantas y es un estereotipo obvio de las rubias hippies que parecen tontas pero dominan una filosofía milenaria y dos princesas que están casadas y hasta la quinta y última temporada no tienen mucho protagonismo. Vale reconocerle, no obstante, a les creatives de esta saga que al contrario de las producciones que imitan aquí aparecen regularmente cuerpos no hegemónicos, sobre todo mujeres de cuerpos “normales” y no hay en ella una sobrecarga de asociaciones positivas con los cuerpos hipersexualizados según las convenciones de la cultura patriarcal.

La tragedia de dos mejores amigas

El corazón de la trama son las relaciones afectivas. Adora y Catra fueron grandes amigas, su amor indondicional las sostuvo en los momentos más duros de su crianza espartana pero durante cuatro temporadas se enfrentan buscando servir a sus respectivos ejércitos. Las dos sufren un conflicto permanente, buscando reconciliarse pero obligadas a enfrentarse. Catra le reprocha a Adora haberla abandonado y va desarrollando un trauma emocional que la lleva a perder todas las mejores amigas que se le fueron acercando mientras escalaba en el ejército Ordiano, buscando ser la más mala posible para atraer el reconocimiento de sus dos figuras parentales, Shadow y Ordak, que no la reconocen nunca. Adora sufre mientras construye decenas de nuevas relaciones afectivas por la única amistad que anhela y se le niega, la de Catra.

Y así todas las demás. Glimmer ama a su madre, la reina Ángela, pero chocan siempre porque no le reconoce su autonomía debido a un temor traumático a perderla como perdió a su esposo, el Mago Micah; también tiene problemas con su mejor amigo Bow, por quien descubre que está desarrollando un amor superior al de mejores amigos de su infancia. Todos los personajes, protagónicos y secundarios, enfrentan tragedias íntimas duales, que les confrontan con su identidad: quién soy, cuál es mi destino, qué debo decidir hacer para sostenerlo y qué puedo perder. Una descripción burda de las crisis emocionales del pasaje de la infancia a la adultez en el que ahonda un freudianismo berreta y muy trillado en el último siglo. Incluso les villanes tienen crisis emocionales, Shadow Wiever fue alguna vez una hechicera reconocida en el reino de los magos, llegó a ser la mentora del padre de Glimmer y fue desterrada por su obsesión para conseguir el poder máximo del planeta con la excusa de enfrentar a los Ordianos. En un giro bastante audaz para la serie, el mismo Ordak se descubre un pobre tipo que desarrolla su maldad para buscar el reconocimiento de su hermano mayor, que lo desprecia no importa lo que haga.

Durante toda la saga el miedo mayor que enfrentan los protagonistas adolescentes es no poder ser fieles con elles mismes, ahogades en la confusión provocada por la manipulación emocional de sus angustias existenciales por sus figuras paternas. En todos los capítulos se repite la misma dinámica pedagógica: los protagonistas dudan de su criterio y capacidad, llegando al paroxismo de la falta de autoestima y auto-boicot hasta que alguna amiga incondicional les demuestra con su amor que el camino para vencer es la autoestima, confiar en una misma.

Star Wars y Miyazaki

Quizás el único elemento narrativo de la saga que vale la pena destacar es que logran mantener el suspenso relativo al origen verdadero de la disputa entre Ordianos y Princesas, lo que te obliga a sufrir cuatro temporadas repetitivas y monótonas hasta la última, en la que surgen novedades argumentales y hasta estilísticas que salvan toda la saga. Se trata de nuevos plagios, principalmente a la dinámica de redención de los personajes negativos calcada a la saga Star Wars, donde desde Darth Vader hasta su último heredero, el hijo de la Princesa Leia y Han Solo, Darth Caedus se revelan como víctimas de tragedias personales bien freudianas y tienen la última oportunidad de salvarse dando un paso hacia el lado bueno de la Fuerza. El otro plagio notorio es a la cosmovisión impresa a las películas del Estudio Ghibli por el cineasta de animé más famoso, Hayao Miyazaki. El poder mágico de Eteria es un reconocimiento evidente al poder de la naturaleza que busca sobrevivir a la depredación tecnológica de la humanidad como se ve sobre todo en La princesa Mononoke de 1997 pero que está presente en películas anteriores como Nausicaa del valle del viento y El castillo del cielo, de 1986, Mi vecino Totoro  de 1988 y la ganadora del Oscar 2001 El viaje de Chihiro.

En la última temporada de She-ra hasta se mejora notablemente la calidad de la animación, tomando muchos elementos estilísticos del animé japonés y mejorando la realización de personajes, coreografías dramáticas y escenas, aunque nunca con la inversión necesaria para llegarle a los talones a las pelis de Ghibli ni superar los límites del tacaño presupuesto que Dream Works y Netflix deben haber puesto en este producto.

Un beso revolucionario

¿Cómo puede ser que esta narrativa obvia y repetitiva, desprovista del más elemental sentido de la originalidad o al menos de la honestidad intelectual básica incluso para los parámetros de una industria mezquina y miserable pueda parecernos revolucionaria?
En el último capítulo de la última temporada, mientras Adora está sucumbiendo a todas sus dudas sobre su propia capacidad, su identidad es desgarrada por su propia incapacidad para definir sus sentimientos, lo que le impide transformarse en She-Ra y completar su destino salvando al universo, Catra, su archienemiga que llevaba ya un buen tiempo intentando ser buena, casi en un calco de la escena definitoria de The Matrix en la que Neo es devuelto a la vida por la confesión del amor de Trinity (que se repite como descenlace en The Matrix Reloaded y Revolutions), se anima a confesarle la explicación de estas cinco temporadas de idas y vueltas en su amistad histérica permanentemente frustrada: Catra la ama y le encaja un beso en la boca a la altura de la magia romántica de los besos clásicos de Hollywoos como en Lo que el viento se llevó o Casablanca.

El mayor y más remanido de los clishés históricos de la industria de los medios de comunicación audiovisual, el poder del amor romántico que asegura la felicidad eterna de la vida en pareja conyugal, pero por primera vez en la historia de la humanidad, este clishé se representa en el beso de dos personajes femeninos.

Feminismo y lucha de clases

¿Qué tuvo que pasar para que a pesar de esta absoluta claridad para percibir todos los elementos banales y casi reaccionarios de la cultura popular de masas hegemónica de la sociedad heteronormada y capitalista me hayan shockeado al punto de considerar esta escena como revolucionaria?

Para encontrar una explicación necesito contarles un par de cosas muy personales.
Mi formación intelectual es marxista. Sigo entendiendo que la concepción dialéctica de la historia humana de Marx es el método más avanzado que ha encontrado la filosofía para descubrir la verdad que organiza la realidad compleja en que vivimos. Sin embargo, como todo método filosófico, una gran cantidad de marxistas terminaron coagulando verdades absolutas para organizar movimientos políticos buscando intervenir en la realidad para no sólo comprenderla sino además transformarla.

En los años 90 y principios del siglo 21, las organizaciones en las que militaba a mis veintitantos años, pregonaban que el feminismo era una ideología reformista, compartiendo con otras, como la lucha por los derechos de las minorías oprimidas por el racismo o el ecologismo, virtudes y límites. Para los buenos marxistas, se sabe, la única salida real a todas las injusticias radica en eliminar la necesidad de la explotación de clases como forma organizativa para desarrollar la economía. El patriarcado, el machismo, el racismo y la destrucción del medio ambiente son medios que permiten a las clases propietarias de los medios de producción para sostener su sistema de explotación de clases. Por lo tanto, les marxistas más revolucionaries del mundo siempre sostuvieron –matices más o menos- la idea de que las personas que se organizaban para erradicar la opresión patriarcal o la supremacía racista pedían al sistema capitalista que se redimiera de sus aspectos superficiales más feos, que evolucionara en reformas jurídicas y legales que, sin embargo, podían seguir sosteniendo la explotación de las clases obreras y campesinas del mundo.

Resumiendo los argumentos, sosteníamos que tanto el feminismo, los antirracistas como les ecologistas sólo pretendían un capitalismo bueno y racional que continuara explotando a las masas pero admitiendo derechos iguales para las mujeres, permitiendo una burguesía gay friendly, negra y chicana con empresas “verdes” que no lastimasen el medio ambiente pero que continuaran explotando la plusvalía de sus explotades.

Quizás sea cierto que existen feminismos que razonan así y es más que probable que les autorxs de She-ra, empleades al servicio de máquinas capitalistas productoras de ideología como Dream Works y Netflix estén buscando desarrollar nuevas utopías para calmar las angustias que provoca la alienación capitalista en conciencias jóvenes que ya no mastican más el Sueño Americano, heteronormado y patriarcal. Es muy probable que esta saga esté inspirada en la intención perversa de reactualizar el poder embrutecedor del romanticismo patriarcal ahora aplicado a mujeres lesbianas y disidencias.

¿Puede ser revolucionario el amor romántico?

Déjenme contarles una anécdota muy íntima. En 1986 yo tenía la edad que Leyla, mi hija, tiene hoy. Vivía en una ciudad muy pequeña en una provincia muy lejana del centro desarrollado, a la que llegaban sólo dos señales de televisión, ATC y Red Globo, una distribuida por el canal estatal local, Canal 12 Posadas, provincia de Misiones y la otra por el canal estatal de la ciudad paraguaya del otro lado del Paraná, Encarnación, departamento Itapúa.

Sin internet ni bibliotecas en mi casa, las novelas de la colección Billiken y Robin Hood seguían siendo el único refugio para mi imaginación infantil. En las primeras experiencias fuera del libro y las historietas de Patoruzú, Hijitus o la chilena Condorito, tres sagas me consumieron hasta el fanatismo cuando llegaron a la pantalla enorme de la tele de mi casa: Robotech, He-Man y Thundercats. Aunque en esos años yo creía que mi destino estaba ligado a ser el piloto indestructible de aviones que se transformaban en súper robots (algo que ya había masticado con Mazinger Z) o el súper macho que alcanzaría su máximo poder enarbolando espadas fálicos que irradiaban magia y tecnología todopoderosa cuando eran llevadas a su máxima erección, ya fuera un príncipe medieval humano lleno de músculos o un príncipe felino también hipermusculado, en ambos casos enfrentando seres capaces del mal más absoluto, un esqueleto y una momia que representaban a su modo dos versiones occidentales de la muerte.

En mi familia no había nadie que hubiese terminado la secundaria y el psicoanálisis era visto como una aberración mientras que la confesión con el cura de la parroquia era la única posibilidad legítima para elaborar la emocionalidad y la moralidad. Las novelas escritas, los comics, las series animadas de la televisión, fueron para mí la forma más avanzada que tuve acceso para elaborar mi maduración afectiva durante la infancia por fuera del sistema oficial impuesto por el mundo adulto.

Ahora que termino de ver She-Ra con Leyla, tres décadas después, puedo saber que estas series animadas construidas para defender la sacralidad de la familia heterosexual y el lugar central de un hombre en ella, un hombre con el poder de un rey o de un militar, un héroe para su comunidad, no me ayudaron. Desde mi primer infancia, desde los seis años en adelante, los conmilitones de mi primaria católica decidieron hostigarme diariamente para corregir lo que ellos consideraban un defecto moral inadmisible de mi parte, mi gusto por todo tipo de cosas que eran asignadas con exclusividad a las mujeres.

Pasé toda mi infancia y adolescencia esforzándome por corregir este defecto que llegué a odiar y despreciar de mí misme, aunque me atormentaba no poder disfrutar ninguna de las instancias de sociabilización que en que me educaba el mundo masculino. Este desgarro interno se fue aplacando cada vez que en mi juventud y adultez fui encontrando las formas de desarrollar una vida funcional, como estudiante universitario mantenido por sus padres, como docente de secundaria con pareja establecida, como militante de izquierda con una compañera activista feminista y una bella hija.

Mis depresiones crónicas, mi inutilidad para sentir felicidad en relaciones afectivas primarias, mi frustración y violencia recurrentes las identificaba con defectos normales de crianza o con algún defecto fisiológico neuronal.

Hasta que veinte años de terapia, la experiencia en la lucha de clases junto al feminismo desde el niunamenos del 3 de junio del 2015, tres intentos de suicidio abortados, un intento de homicidio del que zafé por casualidad y el fracaso de la familia que intenté construir con mi compañera hicieron que todas mis seguridades volaran por los aires y pudiera descubrir que había vivido treinta y seis años con una identidad de género que no se correspondía con mi mundo íntimo: por temor a ser destruide por mis “amigos” y sobre todo por mis padres, estuve 36 años obligándome a ser el mejor macho posible, como si convertirme en He-Man impediría que nadie me lastime.

Las producciones teóricas que más me ayudaron a comprender lo que me pasaba en este reino tan íntimo de mi sensibilidad, los trabajos de Rita Segato sobre la estructura elemental de la violación machista en nuestra sociedad y las reflexiones sobre la identidad de género separadas de la orientación sexual de Judith Buttler comenzaron a publicarse entre 1986 y 1991, al mismo tiempo que yo pasaba de mi infancia a mi pubertad, pero que estaban tan lejos de mi realidad católica y nacionalista de clase media del interior como las imágenes de Marte que sacaba la Voyager y que veíamos en las páginas de la Muy
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Los trabajos pioneros para comprender la identidad de género en la que me habilité para autopercibirme, travesti, de Lohana Berkins, Diana Sacayán y Marlene Wayar o las elaboraciones ficcionales que nos permiten pensarnos como género como las de la escritora y actriz Camila Sosa Villada y otras que no conozco, todavía hoy son inaccesibles para todo el mundo que queda afuera de la comunidad LGTTTBIQ+ que lee el Soy de Página/12 o sabe qué es la Casa Brandon.

Aunque todavía nos cueste admitirlo en toda su magnitud, las narrativas que consumimos fuera del control y legalización de nuestras figuras parentales siguen siendo de una vital importancia a la hora de nuestra maduración psicológica, emocional y afectiva en la infancia y pubertad. Salvo que sigamos bajo la influencia nociva de las religiones patriarcales como el catolicismo, protestantismo, judaísmo o el islam, sabemos muy bien gracias a la ciencia psicológica de los últimos cien años que las elaboraciones que hacemos en esos primeros años son fundamentales para la constitución de toda nuestra vida afectiva y emocional durante nuestra vida adulta.

Aunque mi biografía personal hubiese sido igual, estoy casi segura que mi vida emocional y sicológica hubiese sido muy diferente si entre los seis años y los trece hubiera sido habilitada a pensarme como algo distinto a lo que mi familia, mi escuela y el Estado me habían asignado como destino biológico. Seguramente nunca habría podido evadir mi destino social, entre la pequeño burguesía profesional o comerciante, como mi padre, mi madre o mis hermanes o el trabajo asalariado, pero con la misma seguridad sería hoy une laburante con relaciones afectivas mucho más saludables y alguna chance de sentir felicidad en mi intimidad; aceptando mi corporalidad y sexualidad desde temprano hoy tendría una experiencia sexo-afectiva de treinta años muy diferente de la que vengo acumulando bajo la obligación de una masculinidad heterosexual que sólo me produjo frustraciones irreparables y una enorme carga de violencia contra mí misma y contra otres.

Leyla Isis nació en 2010, dos meses antes de que el Estado y una patota a su servicio asesinaran en una esquina de Barracas a mi joven camarada de militancia en esos años, Mariano Ferreyra. Fue el producto de un amor verdadero y contradictorio de dos militantes docentes que confiábamos en nuestra mutua capacidad para construir la familia exitosa que nuestros mandatos sociales nos exigían. Criamos a Leyla con el acceso a la revolución conceptual estética y narrativa de la filmografía animada posterior a Toy Story y Shrek, que cambiaron para siempre los modelos heteronormados de la vieja escuela de Disney. Así y todo, Leyla no pudo encontrar en su camino individual de elaboración de su propia identidad de género, habiendo nacido con vulva y registrada y criada como mujer, narrativas que superaran a las princesas valientes como Mulán, Mérida o Frozen, que si bien rompían los estereotipos de mujeres pasivas y al servicio de la sociedad masculina, no lograban salirse del corsét de la heteronorma (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/fionna-la-princesa-rebelde.html), una devota de su padre y enamorándose de su gallardo esposo, la otra sólo pudiendo oponerse al matrimonio acordado por sus padres con derecho a elegir a su novio (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2014/03/buscando-la-anti-princesa.html) y la última condenada a no tener acceso al amor sexual de un varón pero tampoco de una mujer (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/frozen-la-diosa-sin-sexo.html).

Casi cuarenta años después, sin embargo, Leyla asoma a un mundo pospandémico donde las narrativas del mismo mercado capitalista de las emociones y la imaginación en que me crié yo siguen fabricando ilusiones ficticias para calmar la angustia de vivir en un mundo rebosante de violencia y explotación bajo la utopía de la felicidad afectiva de las parejas conyugales, la familia y las amistades. Con una sola y revolucionaria diferencia: algunas de estas narrativas le permitirán pensarse como una princesa guerrera lesbiana si así lo siente o lo desea.

Y nadie me quita la esperanza de que esa sola diferencia, que detrás de toda esa manipulación psicológica burda de Netflix, que detrás de esa regurgitación simplona del amor romántico como única meta posible de salvación, detrás de ambos labios de ese beso final y mágico haya dos personajes que se identifican como mujeres, sea suficiente para que ella pueda desenvolver un camino emocional diametralmente opuesto al que yo fui condenada.

Y esa única diferencia es, desde todo punto de vista, revolucionaria.

Reformismo y Revolución

Algune dirá qué poco ha quedado de mis mejores ambiciones en la juventud, en las que sólo imaginaba el imperio mundial de gobiernos obreros, socialistas y comunistas como única salida realista para una sociedad sin explotación de clases y por lo tanto sin ninguna necesidad material de utilizar mecanismos de opresión como el machismo, el racismo o el ecocidio. Seguro cualquiera puede leer en esta reseña un abandono patético de las grandes metas que guiaron lo mejor de mis acciones políticas al calor del auge revolucionario del Argentinazo, una claudicación ante los hechos consumados de las derrotas colectivas de los últimos veinte años.

Sin embargo, esta pequeña reforma en la concepción clásica de la manipulación emocional de las grandes masas, la posibilidad de arquetipos ideales lésbicos, o afrodescendientes y ecologistas sin romper con, ni promover  el fin de la estructura del amor romántico ni la explotación de clase es bien mirada una utopía que sólo puede conseguirse con una lucha sistemática de las masas explotadas y oprimidas.

Pensemos un segundo. ¿Por qué las grandes industrias culturales del imperialismo capitalista tardaron treinta años en producir una She-Ra cuando las iglesias dominantes han logrado presionar económicamente impidiendo que una lesbiana sea princesa de Disney? Si tenían razón los marxistas esquemáticos del estalinismo en reprocharle reformismo burgués a todas las manifestaciones de feministas, ecologistas y luchadorxs contra el racismo, ¿por qué el Estado Burgués se niega a conceder estas reformas tan amistosas? ¿Por qué las organizaciones liberales que no repudian al sistema siguen siendo forzadas a la denuncia disruptiva y la movilización callejera?

Quizás sea porque el machismo, el racismo y el ecocidio no son meros instrumentos que el Estado burgués puede desestimar alegremente para lograr sus fines de explotación de clase. Quizá se deba a una realidad mucho más cara al método de reflexión inaugurado por Marx hace casi doscientos años: estos instrumentos de dominación son cada día más necesarios para sostener la explotación. Al punto que parecen estar fusionados y ser inescindibles los medios de los fines.

De ser cierta esta modesta hipótesis (que creo haber leído en los trabajos de la activista italiana Cinzia Arruzza) toda honesta obsesión contra el machismo, el racismo o el ecocidio si se llevan hasta el extremo, si exigen de cada conciencia rebelde no dejar de luchar hasta que estén eliminados definitivamente, conducen inevitablemente a la conclusión de una lucha redonda contra el sistema de explotación de clases que los sostiene hoy, el capitalismo, y contra cualquier otro sistema de organización social que se sustente en la explotación de clase.

Como bien señaló Trotsky en su momento de mayor lucidez, perseguido por los sicarios del imperialismo burgués y del imperialismo estalinista, en medio de una derrota personal y política de las que era muy consciente, en el momento histórico de su degeneración, cualquier lucha seria y consecuente por reformas progresistas al sistema obliga a una lucha contra el propio sistema. Esa dialéctica maravillosa contenida en el Programa de Transición de 1938 que nos permite a les verdaderes marxistas, eses que además de comprender deseamos transformar, construir herramientas prácticas de discusión con las grandes mayorías explotadas y oprimidas para encontrar un camino común de lucha.
Me sumo al viejo revolucionario ukraniano en la ilusión de que las futuras generaciones, las que hoy elaboran su intimidad emocional frente a millares de pantallas individuales -como nosotres lo hicimos antes con muchas menos y casi todas ellas de papel- sepan encontrar el camino para liberarse de las cadenas de la explotación y la opresión que se esfuerzan en destrozar su ternura infantil, el único sentimiento que justifica a nuestra especie.  

De seguro van a necesitar convertirse en guerreras y guerreros como los de She-ra y construir ejércitos diversos guiados por el mismo objetivo: vencer al mal concentrado del Estado imperialista, que no hace falta venga del espacio exterior como Thanos u Ordiano I, si ya tiene a los Trump, Putin y Xi Jinping de acá haciendo el mismo trabajo.

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