Reflexiones
políticas muy íntimas sobre la industria ideológica infantil alrededor de She-Ra y las princesas del poder, producida
por Dream Works y publicada por Netflix en cinco temporadas 2018-2020.
Más de treinta años después de su versión original, la
cadena mundial de streamin más vista ha producido junto a DremWorks -la
productora de animaciones más progresiva después de la traición “Disney” de
Pixar-, una nueva saga de She-Ra, radicalmente distinta a su predecesora.
Después de recorrer sus cinco temporadas de trece capítulos
cada una no encuentro ninguna razón argumental o estética que justifique
dedicarle un tiempo a su reseña. Falta de originalidad en la trama, plagios
burdos de otras producciones animadas, una estructura narrativa predecible y
cíclica, pensada para manipular las dudas afectivas de las pre-adolescentes que
les autores imaginan como espectadoras ideales.
Sin embargo, una sola escena del capítulo final de la última
temporada, inaugurada como novedad en medio del aislamiento social forzado del
2020, justifica no sólo la reflexión profunda sobre este nuevo producto
comercial de la industria de las comunicaciones audiovisuales de masas, sino
incluso promover una campaña para militar su difusión.
Vamos a espoilearla, imaginando que quienes lean este tipo
de textos no suelen ser espectadorxs de este tipo de sagas animadas y sabiendo
que nuestros textos llegan a muy pocas personas.
Rumiando
fantasías apocalípticas
El mal casi perfecto, personificado en una figura masculina
extraterrestre llamada Ordiano El Primero en su traducción castellana, nombre
derivado de la forma organizativa más primitiva de la humanidad en su fase
primitiva de hominización, la horda, colectivos de no más de cincuenta
individuos que se movilizan cazando y recolectando frutos silvestres en una
igualdad y relación comunitaria estrecha obligada por las necesidades
materiales. Ordiano Primero ha conquistado casi todos los planetas del universo
con un discurso de falsa igualdad y paz mundial, en el que todes les seres
vivos son obligados a participar de su horda, en una subordinación absoluta a
la voluntad del líder supremo, o bien sus planetas son consumidos hasta la
oscuridad eterna. Una especie de robo mixto a la película La Ola que construye una comunidad seudo religiosa fanática donde
cada individuo renuncia a su individualidad por un orden corporativo máximo y a
la figura del último máximo villano de la saga Avengers de Marvel, Thanos, un
tirano que propone la eugenesia universal como método para lograr el equilibrio
entre recursos naturales y población, repitiendo el método utópico de Thomas
Maltus, más viejo que la escarapela. Que además usa los métodos de manipulación
mental de The Matrix y los Ellos de El Eternauta de Oesterheld. Aunque en
este último caso dudamos que se trate de un robo consciente ya que no creemos
siquiera que conozcan la referencia, pero los chips que implantan en los
cuerpos dominados nos la hace ineludible.
Ordiano Primero está a punto de conquistar el último planeta
rebelde, Eteria, donde una alianza de princesas con poderes surgidos del
corazón mágico del planeta, que las vincula por medio de piedras rúnicas mágicas
(igual que las gemas de Thanos) a una súper princesa mágica, She-Ra, que es
capaz de concentrar en ella todo el poder del planeta y sus amigas,
conectándose con el Corazón de Eteria antes que Ordiano I lo infecte con su
tecnología malévola y lo use para destruir todos los planetas del universo.
Para acceder al corazón de la magia del planeta y lograr
cumplir con su destino de salvadora del universo, consumar su camino de
heroína, Adora es obligada a enfrentar todas sus dudas existenciales y
descubrir quién es ella en realidad. ¿Quién es Adora? Adora es una niña
huérfana, que primero pensamos había sido secuestrada de su planeta natal por
Ordak, un clon de Ordiano Primero que había sido expulsado de la horda debido a
sus imperfecciones de fábrica y habiendo llegado por casualidad a Eteria
decidió fundar un ejército, reclutar huérfanes de todos lados y disponerlos a
conquistar Eteria, con el objetivo de ganarse el reconocimiento de Ordiano y
volver a ser aceptado en su seno.
En la cuarta o quinta temporada, no obstante, descubrimos
que Adora fue manipulada por una cultura antigua, Los Primeros, que
desarrollaron una tecnología avanzada para extraer los poderes mágicos de
Eteria, fusionarlos con su tecnología y transformar a Eteria en un arma
todopoderosa para enfrentar a Ordiano. Adora fue secuestrada para ser entrenada
hasta que pudiera asumir el papel de She-Ra, una súper heroína que con su
espada sería la llave para transformar a Eteria en un arma. Por azar, Adora fue
criada en la Zona Oscura por Ordak y su principal secuaz, la megavillana Shadow
Weaver, junto a un grupo de niñas y niños que toda su vida creyeron que los
Ordianos buscaban el bien y la justicia. La mejor amiga de Adora, Catra, una
niña-felina que nos recuerda a Leon-O de la saga Thundercats que disputó las
mentes infantiles de los ochenta con He-Man y She-Ra, mantiene con ella una
relación histérica de amor-odio, producto de una permanente manipulación
emocional de su madre adoptiva, Shadow Wiever, que alienta el potencial de
liderazgo de Adora y hostiga permanentemente a Catra para dinamitar su
autoconfianza.
En algún momento, cumpliendo con los caminos del héroe
planteados por John Campbell en 1944, Adora es arrancada de su crianza con los
Ordianos y es adoptada por Glimmer, una princesa guerrera heredera de uno de
los reinos que lideran la Alianza Rebelde y Bow, su mejor amigo, un soldado
arquero especialista en tecnología, hijo de dos padres arqueólogos negros.
Juntos, Glimmer y Bow despliegan una ternura rayana en la ingenuidad más absurda,
pero absolutamente realista para nuestras niñas y pre-adolecentes, en la
tradición de la cultura kawai del animé japonés. Con esa ternura adoptan y
re-educan a Adora en el poder del amor y la amistad y juntes comienzan a
enfrentar al ejército ordiano y construir una alianza con las otras princesas
guerreras de Eteria: una que domina las aguas como Aquaman pero mujer y negra;
otra que se especializa en tecnología; otra que es una niña pero pretende ser
adulta y domina el hielo –la referencia a cierto odio resentido de Frozen es
evidente-; otra que domina las plantas y es un estereotipo obvio de las rubias
hippies que parecen tontas pero dominan una filosofía milenaria y dos princesas
que están casadas y hasta la quinta y última temporada no tienen mucho
protagonismo. Vale reconocerle, no obstante, a les creatives de esta saga que
al contrario de las producciones que imitan aquí aparecen regularmente cuerpos
no hegemónicos, sobre todo mujeres de cuerpos “normales” y no hay en ella una
sobrecarga de asociaciones positivas con los cuerpos hipersexualizados según
las convenciones de la cultura patriarcal.
La tragedia
de dos mejores amigas
El corazón de la trama son las relaciones afectivas. Adora y
Catra fueron grandes amigas, su amor indondicional las sostuvo en los momentos
más duros de su crianza espartana pero durante cuatro temporadas se enfrentan
buscando servir a sus respectivos ejércitos. Las dos sufren un conflicto
permanente, buscando reconciliarse pero obligadas a enfrentarse. Catra le
reprocha a Adora haberla abandonado y va desarrollando un trauma emocional que
la lleva a perder todas las mejores amigas que se le fueron acercando mientras
escalaba en el ejército Ordiano, buscando ser la más mala posible para atraer
el reconocimiento de sus dos figuras parentales, Shadow y Ordak, que no la
reconocen nunca. Adora sufre mientras construye decenas de nuevas relaciones
afectivas por la única amistad que anhela y se le niega, la de Catra.
Y así todas las demás. Glimmer ama a su madre, la reina
Ángela, pero chocan siempre porque no le reconoce su autonomía debido a un
temor traumático a perderla como perdió a su esposo, el Mago Micah; también
tiene problemas con su mejor amigo Bow, por quien descubre que está
desarrollando un amor superior al de mejores amigos de su infancia. Todos los
personajes, protagónicos y secundarios, enfrentan tragedias íntimas duales, que
les confrontan con su identidad: quién soy, cuál es mi destino, qué debo decidir
hacer para sostenerlo y qué puedo perder. Una descripción burda de las crisis
emocionales del pasaje de la infancia a la adultez en el que ahonda un
freudianismo berreta y muy trillado en el último siglo. Incluso les villanes
tienen crisis emocionales, Shadow Wiever fue alguna vez una hechicera
reconocida en el reino de los magos, llegó a ser la mentora del padre de
Glimmer y fue desterrada por su obsesión para conseguir el poder máximo del
planeta con la excusa de enfrentar a los Ordianos. En un giro bastante audaz
para la serie, el mismo Ordak se descubre un pobre tipo que desarrolla su
maldad para buscar el reconocimiento de su hermano mayor, que lo desprecia no
importa lo que haga.
Durante toda la saga el miedo mayor que enfrentan los
protagonistas adolescentes es no poder ser fieles con elles mismes, ahogades en
la confusión provocada por la manipulación emocional de sus angustias
existenciales por sus figuras paternas. En todos los capítulos se repite la
misma dinámica pedagógica: los protagonistas dudan de su criterio y capacidad,
llegando al paroxismo de la falta de autoestima y auto-boicot hasta que alguna
amiga incondicional les demuestra con su amor que el camino para vencer es la
autoestima, confiar en una misma.
Star Wars y
Miyazaki
Quizás el único elemento narrativo de la saga que vale la
pena destacar es que logran mantener el suspenso relativo al origen verdadero
de la disputa entre Ordianos y Princesas, lo que te obliga a sufrir cuatro
temporadas repetitivas y monótonas hasta la última, en la que surgen novedades
argumentales y hasta estilísticas que salvan toda la saga. Se trata de nuevos
plagios, principalmente a la dinámica de redención de los personajes negativos
calcada a la saga Star Wars, donde
desde Darth Vader hasta su último heredero, el hijo de la Princesa Leia y Han
Solo, Darth Caedus se revelan como víctimas de tragedias personales bien
freudianas y tienen la última oportunidad de salvarse dando un paso hacia el
lado bueno de la Fuerza. El otro plagio notorio es a la cosmovisión impresa a
las películas del Estudio Ghibli por el cineasta de animé más famoso, Hayao
Miyazaki. El poder mágico de Eteria es un reconocimiento evidente al poder de
la naturaleza que busca sobrevivir a la depredación tecnológica de la humanidad
como se ve sobre todo en La princesa
Mononoke de 1997 pero que está presente en películas anteriores como Nausicaa del valle del viento y El castillo del cielo, de 1986, Mi vecino Totoro de 1988 y la ganadora del Oscar 2001 El viaje de Chihiro.
En la última
temporada de She-ra hasta se mejora notablemente la calidad de la animación,
tomando muchos elementos estilísticos del animé japonés y mejorando la
realización de personajes, coreografías dramáticas y escenas, aunque nunca con
la inversión necesaria para llegarle a los talones a las pelis de Ghibli ni
superar los límites del tacaño presupuesto que Dream Works y Netflix deben
haber puesto en este producto.
Un beso
revolucionario
¿Cómo puede ser que esta narrativa obvia y repetitiva,
desprovista del más elemental sentido de la originalidad o al menos de la honestidad
intelectual básica incluso para los parámetros de una industria mezquina y
miserable pueda parecernos revolucionaria?
En el último capítulo de la última temporada, mientras Adora
está sucumbiendo a todas sus dudas sobre su propia capacidad, su identidad es
desgarrada por su propia incapacidad para definir sus sentimientos, lo que le
impide transformarse en She-Ra y completar su destino salvando al universo,
Catra, su archienemiga que llevaba ya un buen tiempo intentando ser buena, casi
en un calco de la escena definitoria de The
Matrix en la que Neo es devuelto a la vida por la confesión del amor de
Trinity (que se repite como descenlace en The
Matrix Reloaded y Revolutions), se anima a confesarle la explicación de
estas cinco temporadas de idas y vueltas en su amistad histérica
permanentemente frustrada: Catra la ama y le encaja un beso en la boca a la
altura de la magia romántica de los besos clásicos de Hollywoos como en Lo que el viento se llevó o Casablanca.
El mayor y más remanido de los clishés históricos de la
industria de los medios de comunicación audiovisual, el poder del amor
romántico que asegura la felicidad eterna de la vida en pareja conyugal, pero
por primera vez en la historia de la humanidad, este clishé se representa en el
beso de dos personajes femeninos.
Feminismo y
lucha de clases
¿Qué tuvo que pasar para que a pesar de esta absoluta
claridad para percibir todos los elementos banales y casi reaccionarios de la
cultura popular de masas hegemónica de la sociedad heteronormada y capitalista
me hayan shockeado al punto de considerar esta escena como revolucionaria?
Para encontrar una explicación necesito contarles un par de
cosas muy personales.
Mi formación intelectual es marxista. Sigo entendiendo que
la concepción dialéctica de la historia humana de Marx es el método más
avanzado que ha encontrado la filosofía para descubrir la verdad que organiza
la realidad compleja en que vivimos. Sin embargo, como todo método filosófico,
una gran cantidad de marxistas terminaron coagulando verdades absolutas para
organizar movimientos políticos buscando intervenir en la realidad para no sólo
comprenderla sino además transformarla.
En los años 90 y principios del siglo 21, las organizaciones
en las que militaba a mis veintitantos años, pregonaban que el feminismo era
una ideología reformista, compartiendo con otras, como la lucha por los
derechos de las minorías oprimidas por el racismo o el ecologismo, virtudes y
límites. Para los buenos marxistas, se sabe, la única salida real a todas las
injusticias radica en eliminar la necesidad de la explotación de clases como
forma organizativa para desarrollar la economía. El patriarcado, el machismo,
el racismo y la destrucción del medio ambiente son medios que permiten a las
clases propietarias de los medios de producción para sostener su sistema de
explotación de clases. Por lo tanto, les marxistas más revolucionaries del
mundo siempre sostuvieron –matices más o menos- la idea de que las personas que
se organizaban para erradicar la opresión patriarcal o la supremacía racista pedían
al sistema capitalista que se redimiera de sus aspectos superficiales más feos,
que evolucionara en reformas jurídicas y legales que, sin embargo, podían
seguir sosteniendo la explotación de las clases obreras y campesinas del mundo.
Resumiendo los argumentos, sosteníamos que tanto el
feminismo, los antirracistas como les ecologistas sólo pretendían un
capitalismo bueno y racional que continuara explotando a las masas pero
admitiendo derechos iguales para las mujeres, permitiendo una burguesía gay friendly,
negra y chicana con empresas “verdes” que no lastimasen el medio ambiente pero
que continuaran explotando la plusvalía de sus explotades.
Quizás sea cierto que existen feminismos que razonan así y
es más que probable que les autorxs de She-ra, empleades al servicio de
máquinas capitalistas productoras de ideología como Dream Works y Netflix estén
buscando desarrollar nuevas utopías para calmar las angustias que provoca la
alienación capitalista en conciencias jóvenes que ya no mastican más el Sueño Americano,
heteronormado y patriarcal. Es muy probable que esta saga esté inspirada en la
intención perversa de reactualizar el poder embrutecedor del romanticismo
patriarcal ahora aplicado a mujeres lesbianas y disidencias.
¿Puede ser
revolucionario el amor romántico?
Déjenme contarles una anécdota muy íntima. En 1986 yo tenía
la edad que Leyla, mi hija, tiene hoy. Vivía en una ciudad muy pequeña en una
provincia muy lejana del centro desarrollado, a la que llegaban sólo dos
señales de televisión, ATC y Red Globo, una distribuida por el canal estatal
local, Canal 12 Posadas, provincia de Misiones y la otra por el canal estatal
de la ciudad paraguaya del otro lado del Paraná, Encarnación, departamento
Itapúa.
Sin internet ni bibliotecas en mi casa, las novelas de la
colección Billiken y Robin Hood seguían siendo el único refugio para mi
imaginación infantil. En las primeras experiencias fuera del libro y las
historietas de Patoruzú, Hijitus o la
chilena Condorito, tres sagas me
consumieron hasta el fanatismo cuando llegaron a la pantalla enorme de la tele
de mi casa: Robotech, He-Man y Thundercats. Aunque en esos años yo creía que mi destino estaba
ligado a ser el piloto indestructible de aviones que se transformaban en súper
robots (algo que ya había masticado con Mazinger Z) o el súper macho que
alcanzaría su máximo poder enarbolando espadas fálicos que irradiaban magia y
tecnología todopoderosa cuando eran llevadas a su máxima erección, ya fuera un
príncipe medieval humano lleno de músculos o un príncipe felino también
hipermusculado, en ambos casos enfrentando seres capaces del mal más absoluto,
un esqueleto y una momia que representaban a su modo dos versiones occidentales
de la muerte.
En mi familia no había nadie que hubiese terminado la
secundaria y el psicoanálisis era visto como una aberración mientras que la
confesión con el cura de la parroquia era la única posibilidad legítima para
elaborar la emocionalidad y la moralidad. Las novelas escritas, los comics, las
series animadas de la televisión, fueron para mí la forma más avanzada que tuve
acceso para elaborar mi maduración afectiva durante la infancia por fuera del
sistema oficial impuesto por el mundo adulto.
Ahora que termino de ver She-Ra con Leyla, tres décadas
después, puedo saber que estas series animadas construidas para defender la
sacralidad de la familia heterosexual y el lugar central de un hombre en ella,
un hombre con el poder de un rey o de un militar, un héroe para su comunidad,
no me ayudaron. Desde mi primer infancia, desde los seis años en adelante, los
conmilitones de mi primaria católica decidieron hostigarme diariamente para
corregir lo que ellos consideraban un defecto moral inadmisible de mi parte, mi
gusto por todo tipo de cosas que eran asignadas con exclusividad a las mujeres.
Pasé toda mi infancia y adolescencia esforzándome por
corregir este defecto que llegué a odiar y despreciar de mí misme, aunque me
atormentaba no poder disfrutar ninguna de las instancias de sociabilización que
en que me educaba el mundo masculino. Este desgarro interno se fue aplacando
cada vez que en mi juventud y adultez fui encontrando las formas de desarrollar
una vida funcional, como estudiante universitario mantenido por sus padres,
como docente de secundaria con pareja establecida, como militante de izquierda
con una compañera activista feminista y una bella hija.
Mis depresiones crónicas, mi inutilidad para sentir
felicidad en relaciones afectivas primarias, mi frustración y violencia
recurrentes las identificaba con defectos normales de crianza o con algún
defecto fisiológico neuronal.
Hasta que veinte años de terapia, la experiencia en la lucha
de clases junto al feminismo desde el niunamenos del 3 de junio del 2015, tres
intentos de suicidio abortados, un intento de homicidio del que zafé por
casualidad y el fracaso de la familia que intenté construir con mi compañera hicieron
que todas mis seguridades volaran por los aires y pudiera descubrir que había
vivido treinta y seis años con una identidad de género que no se correspondía
con mi mundo íntimo: por temor a ser destruide por mis “amigos” y sobre todo
por mis padres, estuve 36 años obligándome a ser el mejor macho posible, como
si convertirme en He-Man impediría que nadie me lastime.
Las producciones teóricas que más me ayudaron a comprender
lo que me pasaba en este reino tan íntimo de mi sensibilidad, los trabajos de
Rita Segato sobre la estructura elemental de la violación machista en nuestra
sociedad y las reflexiones sobre la identidad de género separadas de la
orientación sexual de Judith Buttler comenzaron a publicarse entre 1986 y 1991,
al mismo tiempo que yo pasaba de mi infancia a mi pubertad, pero que estaban
tan lejos de mi realidad católica y nacionalista de clase media del interior
como las imágenes de Marte que sacaba la Voyager y que veíamos en las páginas
de la Muy
Interesante.
Interesante.
Los trabajos pioneros para comprender la identidad de género
en la que me habilité para autopercibirme, travesti, de Lohana Berkins, Diana
Sacayán y Marlene Wayar o las elaboraciones ficcionales que nos permiten
pensarnos como género como las de la escritora y actriz Camila Sosa Villada y
otras que no conozco, todavía hoy son inaccesibles para todo el mundo que queda
afuera de la comunidad LGTTTBIQ+ que lee el Soy
de Página/12 o sabe qué es la Casa
Brandon.
Aunque todavía nos cueste admitirlo en toda su magnitud, las
narrativas que consumimos fuera del control y legalización de nuestras figuras
parentales siguen siendo de una vital importancia a la hora de nuestra
maduración psicológica, emocional y afectiva en la infancia y pubertad. Salvo
que sigamos bajo la influencia nociva de las religiones patriarcales como el
catolicismo, protestantismo, judaísmo o el islam, sabemos muy bien gracias a la
ciencia psicológica de los últimos cien años que las elaboraciones que hacemos
en esos primeros años son fundamentales para la constitución de toda nuestra
vida afectiva y emocional durante nuestra vida adulta.
Aunque mi biografía personal hubiese sido igual, estoy casi
segura que mi vida emocional y sicológica hubiese sido muy diferente si entre
los seis años y los trece hubiera sido habilitada a pensarme como algo distinto
a lo que mi familia, mi escuela y el Estado me habían asignado como destino
biológico. Seguramente nunca habría podido evadir mi destino social, entre la
pequeño burguesía profesional o comerciante, como mi padre, mi madre o mis
hermanes o el trabajo asalariado, pero con la misma seguridad sería hoy une
laburante con relaciones afectivas mucho más saludables y alguna chance de
sentir felicidad en mi intimidad; aceptando mi corporalidad y sexualidad desde
temprano hoy tendría una experiencia sexo-afectiva de treinta años muy
diferente de la que vengo acumulando bajo la obligación de una masculinidad
heterosexual que sólo me produjo frustraciones irreparables y una enorme carga
de violencia contra mí misma y contra otres.
Leyla Isis nació en 2010, dos meses antes de que el Estado y
una patota a su servicio asesinaran en una esquina de Barracas a mi joven
camarada de militancia en esos años, Mariano Ferreyra. Fue el producto de un
amor verdadero y contradictorio de dos militantes docentes que confiábamos en
nuestra mutua capacidad para construir la familia exitosa que nuestros mandatos
sociales nos exigían. Criamos a Leyla con el acceso a la revolución conceptual estética
y narrativa de la filmografía animada posterior a Toy Story y Shrek, que
cambiaron para siempre los modelos heteronormados de la vieja escuela de
Disney. Así y todo, Leyla no pudo encontrar en su camino individual de
elaboración de su propia identidad de género, habiendo nacido con vulva y
registrada y criada como mujer, narrativas que superaran a las princesas
valientes como Mulán, Mérida o Frozen, que si bien rompían los estereotipos de
mujeres pasivas y al servicio de la sociedad masculina, no lograban salirse del
corsét de la heteronorma (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/fionna-la-princesa-rebelde.html), una devota de su padre y enamorándose de su gallardo
esposo, la otra sólo pudiendo oponerse al matrimonio acordado por sus padres
con derecho a elegir a su novio (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2014/03/buscando-la-anti-princesa.html) y la última condenada a no tener acceso al amor
sexual de un varón pero tampoco de una mujer (https://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/frozen-la-diosa-sin-sexo.html).
Casi cuarenta años después, sin embargo, Leyla asoma a un
mundo pospandémico donde las narrativas del mismo mercado capitalista de las
emociones y la imaginación en que me crié yo siguen fabricando ilusiones
ficticias para calmar la angustia de vivir en un mundo rebosante de violencia y
explotación bajo la utopía de la felicidad afectiva de las parejas conyugales,
la familia y las amistades. Con una sola y revolucionaria diferencia: algunas
de estas narrativas le permitirán pensarse como una princesa guerrera lesbiana
si así lo siente o lo desea.
Y nadie me quita la esperanza de que esa sola diferencia,
que detrás de toda esa manipulación psicológica burda de Netflix, que detrás de
esa regurgitación simplona del amor romántico como única meta posible de
salvación, detrás de ambos labios de ese beso final y mágico haya dos
personajes que se identifican como mujeres, sea suficiente para que ella pueda
desenvolver un camino emocional diametralmente opuesto al que yo fui condenada.
Y esa única diferencia es, desde todo punto de vista, revolucionaria.
Reformismo y
Revolución
Algune dirá qué poco ha quedado de mis mejores ambiciones en
la juventud, en las que sólo imaginaba el imperio mundial de gobiernos obreros,
socialistas y comunistas como única salida realista para una sociedad sin
explotación de clases y por lo tanto sin ninguna necesidad material de utilizar
mecanismos de opresión como el machismo, el racismo o el ecocidio. Seguro
cualquiera puede leer en esta reseña un abandono patético de las grandes metas
que guiaron lo mejor de mis acciones políticas al calor del auge revolucionario
del Argentinazo, una claudicación ante los hechos consumados de las derrotas
colectivas de los últimos veinte años.
Sin embargo, esta pequeña reforma en la concepción clásica
de la manipulación emocional de las grandes masas, la posibilidad de arquetipos
ideales lésbicos, o afrodescendientes y ecologistas sin romper con, ni
promover el fin de la estructura del
amor romántico ni la explotación de clase es bien mirada una utopía que sólo
puede conseguirse con una lucha sistemática de las masas explotadas y
oprimidas.
Pensemos un segundo. ¿Por qué las grandes industrias
culturales del imperialismo capitalista tardaron treinta años en producir una
She-Ra cuando las iglesias dominantes han logrado presionar económicamente
impidiendo que una lesbiana sea princesa de Disney? Si tenían razón los
marxistas esquemáticos del estalinismo en reprocharle reformismo burgués a
todas las manifestaciones de feministas, ecologistas y luchadorxs contra el
racismo, ¿por qué el Estado Burgués se niega a conceder estas reformas tan
amistosas? ¿Por qué las organizaciones liberales que no repudian al sistema
siguen siendo forzadas a la denuncia disruptiva y la movilización callejera?
Quizás sea porque el machismo, el racismo y el ecocidio no
son meros instrumentos que el Estado burgués puede desestimar alegremente para
lograr sus fines de explotación de clase. Quizá se deba a una realidad mucho
más cara al método de reflexión inaugurado por Marx hace casi doscientos años:
estos instrumentos de dominación son cada día más necesarios para sostener la
explotación. Al punto que parecen estar fusionados y ser inescindibles los
medios de los fines.
De ser cierta esta modesta hipótesis (que creo haber leído
en los trabajos de la activista italiana Cinzia Arruzza) toda honesta obsesión
contra el machismo, el racismo o el ecocidio si se llevan hasta el extremo, si
exigen de cada conciencia rebelde no dejar de luchar hasta que estén eliminados
definitivamente, conducen inevitablemente a la conclusión de una lucha redonda
contra el sistema de explotación de clases que los sostiene hoy, el
capitalismo, y contra cualquier otro sistema de organización social que se
sustente en la explotación de clase.
Como bien señaló Trotsky en su momento de mayor lucidez,
perseguido por los sicarios del imperialismo burgués y del imperialismo
estalinista, en medio de una derrota personal y política de las que era muy
consciente, en el momento histórico de su degeneración, cualquier lucha seria y
consecuente por reformas progresistas al sistema obliga a una lucha contra el
propio sistema. Esa dialéctica maravillosa contenida en el Programa de Transición de 1938 que nos permite a les verdaderes
marxistas, eses que además de comprender deseamos transformar, construir
herramientas prácticas de discusión con las grandes mayorías explotadas y
oprimidas para encontrar un camino común de lucha.
Me sumo al viejo revolucionario ukraniano en la ilusión de
que las futuras generaciones, las que hoy elaboran su intimidad emocional
frente a millares de pantallas individuales -como nosotres lo hicimos antes con
muchas menos y casi todas ellas de papel- sepan encontrar el camino para
liberarse de las cadenas de la explotación y la opresión que se esfuerzan en
destrozar su ternura infantil, el único sentimiento que justifica a nuestra
especie.
De seguro van a necesitar convertirse en guerreras y
guerreros como los de She-ra y construir ejércitos diversos guiados por el
mismo objetivo: vencer al mal concentrado del Estado imperialista, que no hace
falta venga del espacio exterior como Thanos u Ordiano I, si ya tiene a los
Trump, Putin y Xi Jinping de acá haciendo el mismo trabajo.
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