Una lectura polémica de El Reino, serie estrenada por Netflix el 13 de agosto de 2021, guión de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, dirección Marcelo Piñeyro y Miguel Cohan.
La serie más esperada en Argentina logró un rápido impacto:
el intento de censura de una de las asociaciones más importantes de iglesias
evangelistas nacionales. Sólo esa reacción es suficiente para celebrarla como
un hecho político nacido de una creación estética, que no es habitual en la
lucha de clases en nuestro país.
El
Reino muestra la capacidad de la industria creativa nacional para
crear productos de alta calidad estética y un fuerte impacto político, dos
aspectos que garantizan la atención creciente del público. Aunque tanto en el
plano estético como en el político, en las gateras del mainstream capaz de
acceder a la producción y distribución de Netflix, existe en Argentina un
semillero de escriteres y guionistes capaces ya de superar los límites de la
creación de Claudia Piñeiro. A ella, sin embargo, le tenemos que agradecer el
heroísmo de poner en jaque su prestigio y reconocimiento de la industria
cultural para revitalizar las funciones subversivas del arte, su función
política.
La disputa
por el estereotipo
La serie pretende exponer un peligro real para la vida de
nuestra sociedad, el encumbramiento en lo más alto del poder del Estado de la nueva derecha, impulsada por los
servicios de inteligencia norteamericanos, encarnados por el “servilleta” que
encarna un Joaquín Furriel sin
fisuras, que manipula las nuevas tecnologías de comunicación, nacidas de la
resaca del pensamiento posmoderno y una veterana experiencia del márketing
político (desde las campañas por el No a Pinochet en Chile y el magnético
saludo de Alfonsín en los ochenta sudamericanos hasta el invencible Durán
Barba), para entronar una fórmula presidencial que liga a grandes empresarios
con pastores evangelistas al frente de masas populares.
El fugaz y cobarde comunicado de ACIERA, una de las varias
asociaciones de empresarios religiosos evangelistas que proliferaron en los
80’s y 90’s, que intenta censurar El
Reino y sobre todo a una de sus guionistas, Claudia Piñeiro, es cobarde
porque pretende aislar a la compañera del conjunto que se hace responsable de
la obra, pero es certero cuando considera que esta ficción acomete un
estereotipo del pastor evangelista.
El personaje que encarna nuestro genial Diego Peretti es central en la trama de la serie aunque no tanto en
el desarrollo, porque el foco salta hacia la esposa del pastor, verdadera
creadora de la marca de la que vive toda su familia y allegades, encarnado por
la siempre magistral y conmovedora Mercedes
Morán, quien expresa a un sector importante del evangelismo, el que rechaza
meterse en política electoral y partidaria para preservar el éxito comercial
bastante seguro del servicio de culto religioso más exitoso del último medio
siglo en toda la región; luego el foco gira mucho alrededor del extraño
personaje que encarna el Chino Darín,
que nos recordó el protagónico de Las
maldiciones, la novela más explícitamente política de Piñeiro, publicada en
2017 por Random-Alfaguara, un jovencísimo chetito que triunfa en política con
una mezcla de cinismo centenial a prueba de balas, ingenuidad recalcitrante y
torpeza inexplicable, quizás la misma apuesta de salvación en la que la autora
coloca sus esperanzas más idealistas; y finalmente la serie enfoca al personaje
de Nancy Dupláa, especie de lamento
feminista también del sello particular de la Piñeiro, encarnación de la vieja
heroína republicana, efigie de Justicia y República cascoteada por un sistema
patriarcal que la humilla, la manipula, la mantiene incapaz de triunfar en un
mundo de maridos, Procuradores Generales y Ministros.
Todo personaje literario, ficcional, es con razón, un
estereotipo, o sea, una acumulación falsa de aspectos parciales tomados de la
realidad pero que construye una carcaza que se termina de hacer “real” si
coincide con la imagen parcial y ficcional que les espectaderes tenemos del
mismo referente. Que a los reaccionarios de ACIERA les haya parecido ofensivo, habla de la floja autopercepción que los pastores evangelistas argentinos
tienen de sí mismos o, al menos, le reconocen a la imaginación de les Piñeiro y
la ejecución de Peretti la capacidad de coincidir con la imagen que el público
argentino e internacional de Netflix puede tener de ellos. Porque, en última
instancia, de eso se trata el juego de la literatura y el cine, de inventar
formas ilusorias y venderlas para entretener.
Lo interesante es preguntarse, ¿qué aspecto de los que
constituyen el estereotipo de pastor protestante de El Reino alertan a los inquisidores evangelistas de ACIARA?
Claramente la acusación de abuso sexual de niños pobres que no sólo pesa sobre
él de parte de sus opositores “que odian la cultura evangelista” sino por su
propio entorno familiar, sus empleados más fieles y por él mismo, quien,
frustrado sexualmente contra el vidrio de la ventanilla de un auto, se confiesa
a la cámara en primerísimo plano con las argumentaciones de los pedófilos
utilizadas en juicios reales, que lo suyo es un tipo de amor prohibido por la
sociedad pero verdadero, biológico y moralmente correcto.
No deja de ser patético que ninguna asociación corporativa
de las centenares que hay de abogades, jueces, fiscales y fuerzas de seguridad
haya sacado un comunicado contra El Reino
acusándola de construir con falsos prejuicios personajes corruptos que tuercen
reglamentos e influencias para trabar las investigaciones contra redes de
compra y venta de infancias para ser abusadas sexualmente. Cualquiera en
nuestro país que haya tenido una experiencia con el sistema judicial en
cualquiera de sus ramificaciones burocráticas se cagaría de risa con un
comunicado tal.
Quizás las series escandinavas o británicas puedan idealizar
a investigadoras de la policía local capaces de resolver el misterio y
reconstruir la justicia y el orden social a pesar de sus dramas personales (la
esposa abatida por la rutina de la familia patriarcal fallida y la edad de Kate
Winslet en Mare of Easttown, la
neurológicamente diversa Saga Noren de Brone
predecesora de la brillante y desesperada esquizofrenia de Marcella Backland en
Marcella) pero Claudia Piñeiro no
puede pretender que ningune argentine le crea a una investigadora así en la
policía de nuestro país. La fiscal que interpreta Nancy Dupláa es impotente no
sólo porque intenta infructuosamente engendrar hijes propies, sino porque
trabaja para un sistema judicial pauperizado y analógico y dominado de tal
forma por la via jerárquica que los arranques heroicos como el de ella son
absolutamente imposibles.
Una hipótesis de lectura de El Reino es que fiel a sus principios literarios, Claudia Piñeiro
haya diseñado una heroína realmente existente antes que la que hubiese preferido
diseñar en una novela ideal, una copia inversa de esas detectives icónicas del
género. Refuerza esta hipótesis el contraste evidente de los escenarios en que
se realizan las escenas clásicas del género (oficinas de investigación, cuartos
de interrogación, instalaciones penitenciarias, morgues forenses) con las de
las series exitosas internacionales: precariedad, miseria, atraso tecnológico,
falta de higiene y revoques… El Reino describe
un sistema judicial/policial/carcelario ineficiente, incapaz, anacrónico cuya
lentitud elefantiásica es producto de una decisión política de encubrimiento,
porque cuando el servilleta que ejecuta Joaquín Furriel ordena, las puertas se
abren con rapidez increíble. La única investigación que funciona, encuentra la
verdad y logra ponerla al descubierto es la ilegal, clandestina y criminal que
encara Furriel, que como espía de la CIA, la DEA y la embajada yanqui tiene los
recursos suficientes, pero, además, la comprensión maquiavélica del
funcionamiento de la realidad social y política para estar siempre un paso
delante de la ilusa, ingenua e infértil fiscal.
Desde otro lugar, opuesto por el vértice, digamos con un
poco de vergüenza, a mí también me parecieron insuficientes los personajes de
la serie, pero sobre todo la trama. El espía yanqui de Furriel y el pastor
evangelista nos parecieron caricaturas sin mucho vuelo. El primero un villano
de cliché, propio de la imaginación de un tachero promedio antes que un
acercamiento sutil a la psicología y movimientos de los servicios de
inteligencia reales. Al punto que nos ha decepcionado el racconto a vuelo de
pájaro con el que se desvela el rol del espía en los sucesos políticos del 2001
y 2008, aunque políticamente interesante, no pasa de un esbozo superficial y
conspiranoico de una realidad que ameritaba mayor desarrollo.
En la vieja política
de la izquierda trotskista, el manual de les compañeres que lucharon en los
setenta decía que “el servicio” de verdad no se escrachaba a sí mismo en la
forma ridícula casi en que lo hace el personaje de Furriel. Está bien que se
mueve en un ambiente de impunidad obsceno, pero de todas formas nos parece
exagerado el estereotipo. Lo mismo pasa con el pastor a quien uno de nuestros
actores más técnicamente dotados no logra hacer trascender del discurso épico
vacío y evidentemente hipócrita. No es carencia de Peretti, quien logra dar el
tono justo cuando el personaje dice verdades en las que cree en la intimidad
familiar mientras que chamuya a conciencia frente a la feligresía y las
pantallas de plasmas y celus. Es carencia de profundidad del estereotipo
construido por les Piñeiro, que no logra mayor profundidad que la caricatura.
Sus antagonistas corren suertes similares. La pastora de la
Morán es fuerte y creíble no sólo por la interpretación física de la genial
actriz sino porque sus motivaciones son claras, mantener la fuente de riqueza
de la familia, basada en el método tradicional que dio resultado, manteniéndose
alejados de las presiones que impone otro juego, el de “la política”. Pero el
personaje del Chino Darín, yerno del
Rey Peretti y la Reina Morán, casado con una explosiva y muy creíble Vera Spinetta, heredero del imperio
aunque extranjero a él, converso al evangelismo después de una experiencia
traumática que lo llevó a la cárcel y el descubrimiento de la palabra de Jesús
y la salvación de la tumba, convertido en operador político del pastor y
contendiente con éxito variable del poderoso Furriel.
Es el mismo Furriel que deschava la debilidad del personaje
cuando le dice en sorna al Chino Darín que no sabe qué quiere, sus motivaciones
no son claras. Quien haya leído Las
Maldiciones habrá notado la misma fragilidad en el protagonista, producto
de un descubrimiento tardío de la realidad que escondía el discurso hipócrita
de su líder, al mismo tiempo hipócrita él, manipulador de encuestas y gestos
electorales, negociador de truchadas con el servicio Furriel, surfeador de la
corrupción y dispuesto a escenificar un exorcismo mediático para ganarse el
apoyo de su suegra, nunca se sabe a qué va a jugar, qué quiere de la vida.
Personaje incómodo que tenemos la sensación no cierra del todo, ya sea por la
actuación de Darín, que o es genial o es incompleta, o del propio guión que no
sabemos si logra lo que pretendía o en su fracaso también gana.
Esta ambigüedad también se comprueba en las líneas de
personajes secundarios, a nuestro gusto. Podríamos hartar a le lectere de esta
crítica con el elogio de Sofía Gala,
que a diferencia de su novio ficticio logra una timidez, ingenuidad y pasión
que la hacen brillar cada que aparece, o de la hija-esposa shakespereana que
logra en una escena sexual para el aplauso Victoria
Almeida, pero nos contenemos con dos arquetipos de diversa resolución: los soldados
místicos del Pastor, el asesino y el guardián del Mesías.
También son desequilibrados: por un lado el viejo y gastado
estereotipo del preso gigante, con cara de malo y violento de la tradición
televisiva argentina, que además de reconvertir presos con la Biblia, tiene un
acento de guaraní parlante más ofensivo por lo mal interpretado que por el
clishé racista porteño, mientras que a Pedro
Lanzani ese arquetipo de chupacirio tímido y a la vez siniestro, de
militante de la Acción Católica del Colegio Guadalupe de Palermo le sale
impecable y una le cree todo, su inocencia, su complicidad, su credibilidad
ingenua en los milagros de El Pescado.
Hasta acá
llegamos
Una tenía mayores expectativas con El Reino, aunque sea injusta con las personas que la produjeron,
vale reconocerlo. Se trata de la mayor apuesta de la industria nacional
audiovisual, competir con una serie de suspenso, thriller político y “policial”
en la premier ligue. La escritora argentina más reconocida de los últimos vente
años, desde el premio Clarín a su novela La
viuda de los jueves en 2005 hasta la apertura de la Feria del Libro 2018 en
la que coronó un compromiso y militancia feminista que la enalteció en el
último lustro, espectadora especializada de literatura y cine policial o de
detectives, una esperaba mayores giros dramáticos en El Reino, perderse en una intriga arquitectónica de sospechas y
falsas pistas como en Elena sabe(2007)
o Catedrales (2020) o una exploración profunda de dramas
íntimos como con la profesora de inglés de Adrogué/Boston en Una suerte pequeña (2017).
Ninguna de sus protagonistas femeninas, aunque sean lo más
logrado de El Reino, llegan a esos
clímax de los que Piñeiro fue capaz en su literatura, y los giros de la trama
no llegan a superar una sensación inicial en les espectederes de saber de
entrada lo que va a pasar. Las ambigüedades del personaje del Chino Darín
sirven para confundirnos en la confusión del personaje, que no cierra nunca,
pero tampoco convence.
La única incertidumbre que nos sembró la serie es si la
honestidad poco creíble del Chino Darín y mucho más sincera de su futura
esposa, Vera Spinetta, lograrán denunciar la verdad y patear el tablero con
éxito, abriendo una esperanza de redención para la juventud política que juega
en primera hoy (los Kicciloff, los De Pedro, los Larroque y Lousteau) con las
mañas de la política transera de siempre, o bien nos espera una segunda
temporada de maniobras inescrupulosas de los Peretti, Furriel y Morán que
esperemos sean menos acartonadas y previsibles que las de la primera temporada.
Poco para competir con las grandes producciones de Netflix.
A una semana de su estreno, en su programa de Radio con Vos,
Reynaldo Sietecase interrogó sobre el affaire a un pastor evangelista de otra
asociación, que se distanció de ACIARA y reivindicó la colaboración de su
facción en la Campaña por el Aborto Legal. Este religioso autopercibido
“progresista”, sin embargo, criticó la ficción inventada por Piñeiro porque el
estereotipo del abuso sexual de menores no corresponde a esta vertiente del
cristianismo, sino precisamente a la Iglesia Católica, contra la que los
evangelistas rompieron en 1520 con Lutero abriendo la puerta de la Reforma. O
sea, reclama que ese aspecto pertenece a otro estereotipo socialmente
consensuado, el cura violín de sotana negra y alzacuello blanco.
Una defensa boba que se tira el tiro a los propios pies,
pero que ilumina una crítica más válida que la de ACIARA, ya que se trata de
una crítica dentro del campo artístico. Ese
personaje, nos dice, no refleja la realidad social con justicia. Incluso
podemos decir que algo de razón nos parece llevar el pastor evangelista que
dialogó con Sietecase, y nos deja un sabor amargo. Es que no compartimos un
punto clave de la visión política de les Piñeiro.
Por un lado, es cierto que el avance de una derecha
religiosa reaccionaria es un peligro real y palpable para nuestras sociedades. Les
Piñeiros escrachan con contundencia al pastor que sólo negocia los gabinetes de
Educación y Salud con el agente del imperialismo y la patria empresaria, a
quien sólo interesan Economía, Trabajo, Transporte y, obviamente, Interior y
Defensa, al mismo tiempo que nos hace estremecer de terror con las escenas de
actos masivos de personas de carne y hueso emocionadas y comprometidas
fielmente con el discurso del pañuelo celeste, personajes de un coro invisible
y omnipresente, trabajadores y trabajadoras humildes que a donde vaya el pastor
acompañan en silencio con sus “bendiciones” dichas en susurro o grito
testimonial, o simplemente con el gesto de asentimiento con la cabeza, que
generan un clima para que les espectaderes nos preocupemos en ese eterno debate
de que tan popular es el discurso evangelista y hasta dónde cala la conciencia
y sensibilidad de las grandes mayorías que nos acompañan día a día.
Pero es cierto también que en nuestro país este enemigo
posible ha sido menos poderoso y exitoso que en Brasil, donde se explayó con
obscenidad y letalidad hasta la destrucción consciente de la amazonia y el
asesinato de Michelle Franco, una pandemia trastocada en genocidio contra las
masas pobres y la educación emponzoñada hasta el paroxismo por la doctrina
seudo científica de la lucha contra las “Teorías de Género”. Paradójicamente,
en Argentina ha venido a triunfar una derecha nueva que prefirió aliarse al más
tradicional Opus Dei o los Legionarios de Cristo del Ministro y Senador
Bullrich, por lo que el Presidente Empresario, del Cardenal Newman, es una
expresión de lo más rancio y medieval de la Iglesia Católica. En otra paradoja
inexplicable, en atacando la imagen del evangelismo, El Reino termina trabajando a favor de la empresa religiosa que más
se vería perjudicada por el ascenso evangelista, el Vaticano.
Es posible, no lo negamos, pensar en hogares de niños pobres
y huérfanos que son violentados por sus pastores evangelistas, por qué no, si
la mayoría de estas religiones están basadas en dogmas y prácticas que utilizan
las sensaciones de víctimas de traumas sicológicos , físicos y emocionales para
manipularles con ofertas de paraísos de amor y aceptación ligados a la fidelidad
irracional y pérdida absoluta de la subjetividad. Lo mismo que le sirvió al
catolicismo para explotar la inocencia de jóvenes obreres y campesines en todo
el mundo durante milenios, es método igual de aprovechable por cristianos
evangélicos, sionistas judíos y taliban muslimes. No obstante ello, la realidad
argentina se comprende mejor sabiendo que hubo un Padre Grassi y una Fundación
Felices los Niños (las imágenes de la ficción nos han llevado a los informes
policiales de principios del 2000 que terminaron con la cárcel del religioso y
el escandaloso encubrimiento de Bergoglio y el Vaticano) o un Instituto Próvolo
en Mendoza y La Plata para venirnos más en el tiempo hacia la actualidad, que
también está demasiado difuminada en las herramientas de metaforización de la
serie.
Quizás en ese desliz en la identificación del villano,
acertada en un punto como demuestra la reacción coherente de ACIARA (quien
promovió el lobby en su momento contra la aplicación de una Educación Sexual
Integral laica), haya un límite político que se termine expresando en los
límites de narración y personajes que ya señalamos.
Una pequeña
esperanza
El
Reino tiene un valor inestimable: se juega la ropa a fondo para
abrir un surco. A pesar de no superar el nivel estético alcanzado por el género
en la industria local, estilo las mejores producciones policiales de PolKa o
Telefé en los últimos quince años, o las producciones de Campanella, sin lograr
alcanzar la vara plantada bien alto por Damián Szifron a nuestro gusto (los
personajes y escenarios de Tiempo de
Valientes, 2005, llegan a ser
arquetipos de la policía y el sistema judicial argento, incluída una perfecta
sátira de la vieja SIDE), El Reino es
una apuesta necesaria para una industria de escriteres, actores y actrices y
realizadores audiovisuales que en nuestro país es desmedidamente
desproporcionada en cantidad y calidad comparada con la posibilidad de
encontrar trabajo permanente y difusión. Si El
Reino logra abrir un renglón al género policial, como la esperadísima
producción de El Eternauta de
Oesterheld setenta años después puede abrir al género fantástico, estaremos
ante los primeros escalones de un futuro auspicioso para el arte y les
artistes.
Digo, porque me emociono imaginando series de Ladrilleros o Una muchacha muy bella, para citar dos clásicos de les enormes
Selva Almada y Julián López, o sueño con la posibilidad de flashar la saga de
la Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara en maratón de findesemana o el
éxito que pueden tener series detectivescas con guiones de Leo Oyola o Kike
Ferrari, para mencionar escritores con contrato en Random House, lo más alto
que puede aspirar une escritere de ficción local. Debajo y detrás hay
centenares de miles más, piensen sólo una serie con distintos casos cada
capítulo investigados por la protagonista de Cometierra, de Dolores Reyes,
ayudada por su novio cobani en aventuras por todo el conurbano nuestro.
De hecho, si hay una línea argumental en El Reino que nos cerró casi por todos
lados es la aparición de la fantasía pura y honesta del pibe que comanda una
bandita de pibes chorros en alegoría con Jesús y sus doce apóstoles, seguidores
de El Pescado (simbolizado con el pez de los griegos, ichtus, que les primeres
cristianes en la clandestinidad del imperio romano usaban para reconocerse en
secreto, ya que sus letras funcionaban como acrónimo de Iesus Christi Salvatori
y su simple dibujo permitía ser reproducido como un garabato invisible pero efectivo
ante la mirada del Estado, y que ahora identifica a los dueños evangelistas de
los autos que llevan su calco en la culata) que lucha con sus milagros para
sacarlos de las garras de la policía, que los obligan a choriar a destajo para
las comisarías, y que busca refugio en la religión evangelista hasta que es
traicionado por Peretti. Una especie de exaltación del misticismo popular
devoto del Gauchito Gil en torno a un Luciano Arruga elevado a Mesías
contemporáneo.
El actor que interpreta a El Pescado es de un rostro y una
composición de estilo virginal, de pureza e inocencia pero también de fuerza
serena, un cristo que la autora ubica entre la juventud pobre de nuestras
barriadas obreras, que es puesta en situación de ser explotada sistemáticamente
por un sistema social que le provoca hambre, miseria y que es empujada a la
descomposición social, la violencia, la delincuencia como medio de
supervivencia para narcos, transas, policías y religiosos que deberían
cuidarles. Sirve también para alimentar una veta fantástica que refresca la
tensión del policial y desvía la imaginación hacia otros caminos posibles,
acompañando y reforzando esta sensación con la aparición por primera vez de
paisajes naturales bellísimos pero rústicos, ásperos, que nos dejan respirar
con los personajes y soñar un futuro, una libertad casi imposible. Y finalmente,
para cubrir a sus auteres con una coartada propia de los departamentos de
legales de las productoras, ya que la ficción no ataca la religiosidad popular
y las raíces místicas de las religiones, sólo denuncia a quienes se aprovechan
de esa fidelidad popular para el mal.
Puede ser. Aunque también puede ser que nuestres artistes no
piensen otra cosa que eso mismo, que los fundamentos mágicos de la religiosidad
popular son admirables y que lo único malo con las religiones es que construyan
empresas millonarias, estafen a sus feligreses con montajes fraudulentos y
aprovechen para lavar guita de negociados poco santos. Lo mismo pasó cuando
León Ferrari (QPD) sufrió el ataque inquisidor de la Iglesia Católica ante su
muestra en el Centro Cultural Recoleta en el verano del 2004/5, se defendió de
la censura argumentando que denunciaba las inconsistencias del dogma y no las
creencias religiosas ni a la Iglesia.
Nos parece que las acciones político estéticas de la
intelectualidad argentina no han llegado a ser lo suficientemente profundas,
audaces e irritantes contra el enorme poder que las empresas religiosas tienen
en el control de nuestra sociedad precisamente porque se pone este límite en el
cuestionamiento de las raíces mismas del fenómeno. Un límite que demuestra un
respeto excesivo a nuestro parecer para con les feligreses de sistemas
ideológicos responsables de genocidios que todavía continúan frente a nuestros
ojos. La verdadera esperanza para nosotres, pensamos, está en la creatividad
irreverente demostrada por las juventudes feministas en plazas céntricas,
avenidas y templos emblemáticos del poder en los Encuentros Nacionales de
Mujeres y a lo largo de toda la lucha contra femicidios que estallara desde el
3 de junio del 2015 hasta la pandemia.
En las nuevas generaciones el grito de libertad no se
detiene ni política ni estéticamente frente a los pruritos de la democracia
liberal y respetuosa de las instituciones. De esas fuentes frescas surge no
sólo el poder sino también la imaginación creativa, cuyo único destino posible
es alguna vez la victoria definitiva contra el poder eclesiástico, sea de la fé
irracional que sea, en nuestra sociedad. Nuestra pequeña esperanza es que
hechos artísticos como El Reino abran
a la vez un camino para la profesionalización de millares de artistes y
producteres y un canal para la expresión de las capas jóvenes de nuestra
sociedad que gritan contra la opresión y explotación insoportable ejercida por
el Estado y las Iglesias en nuestro país en los últimos quinientos años.