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sábado, 21 de agosto de 2021

El Reino y la nueva derecha


Una lectura polémica de El Reino, serie estrenada por Netflix el 13 de agosto de 2021, guión de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, dirección Marcelo Piñeyro y Miguel Cohan.

 

 

La serie más esperada en Argentina logró un rápido impacto: el intento de censura de una de las asociaciones más importantes de iglesias evangelistas nacionales. Sólo esa reacción es suficiente para celebrarla como un hecho político nacido de una creación estética, que no es habitual en la lucha de clases en nuestro país.

El Reino muestra la capacidad de la industria creativa nacional para crear productos de alta calidad estética y un fuerte impacto político, dos aspectos que garantizan la atención creciente del público. Aunque tanto en el plano estético como en el político, en las gateras del mainstream capaz de acceder a la producción y distribución de Netflix, existe en Argentina un semillero de escriteres y guionistes capaces ya de superar los límites de la creación de Claudia Piñeiro. A ella, sin embargo, le tenemos que agradecer el heroísmo de poner en jaque su prestigio y reconocimiento de la industria cultural para revitalizar las funciones subversivas del arte, su función política.

 

La disputa por el estereotipo

 

La serie pretende exponer un peligro real para la vida de nuestra sociedad, el encumbramiento en lo más alto del poder del Estado de la nueva derecha, impulsada por los servicios de inteligencia norteamericanos, encarnados por el “servilleta” que encarna un Joaquín Furriel sin fisuras, que manipula las nuevas tecnologías de comunicación, nacidas de la resaca del pensamiento posmoderno y una veterana experiencia del márketing político (desde las campañas por el No a Pinochet en Chile y el magnético saludo de Alfonsín en los ochenta sudamericanos hasta el invencible Durán Barba), para entronar una fórmula presidencial que liga a grandes empresarios con pastores evangelistas al frente de masas populares.

El fugaz y cobarde comunicado de ACIERA, una de las varias asociaciones de empresarios religiosos evangelistas que proliferaron en los 80’s y 90’s, que intenta censurar El Reino y sobre todo a una de sus guionistas, Claudia Piñeiro, es cobarde porque pretende aislar a la compañera del conjunto que se hace responsable de la obra, pero es certero cuando considera que esta ficción acomete un estereotipo del pastor evangelista.

El personaje que encarna nuestro genial Diego Peretti es central en la trama de la serie aunque no tanto en el desarrollo, porque el foco salta hacia la esposa del pastor, verdadera creadora de la marca de la que vive toda su familia y allegades, encarnado por la siempre magistral y conmovedora Mercedes Morán, quien expresa a un sector importante del evangelismo, el que rechaza meterse en política electoral y partidaria para preservar el éxito comercial bastante seguro del servicio de culto religioso más exitoso del último medio siglo en toda la región; luego el foco gira mucho alrededor del extraño personaje que encarna el Chino Darín, que nos recordó el protagónico de Las maldiciones, la novela más explícitamente política de Piñeiro, publicada en 2017 por Random-Alfaguara, un jovencísimo chetito que triunfa en política con una mezcla de cinismo centenial a prueba de balas, ingenuidad recalcitrante y torpeza inexplicable, quizás la misma apuesta de salvación en la que la autora coloca sus esperanzas más idealistas; y finalmente la serie enfoca al personaje de Nancy Dupláa, especie de lamento feminista también del sello particular de la Piñeiro, encarnación de la vieja heroína republicana, efigie de Justicia y República cascoteada por un sistema patriarcal que la humilla, la manipula, la mantiene incapaz de triunfar en un mundo de maridos, Procuradores Generales y Ministros.

Todo personaje literario, ficcional, es con razón, un estereotipo, o sea, una acumulación falsa de aspectos parciales tomados de la realidad pero que construye una carcaza que se termina de hacer “real” si coincide con la imagen parcial y ficcional que les espectaderes tenemos del mismo referente. Que a los reaccionarios de ACIERA les haya parecido ofensivo, habla de la floja autopercepción que los pastores evangelistas argentinos tienen de sí mismos o, al menos, le reconocen a la imaginación de les Piñeiro y la ejecución de Peretti la capacidad de coincidir con la imagen que el público argentino e internacional de Netflix puede tener de ellos. Porque, en última instancia, de eso se trata el juego de la literatura y el cine, de inventar formas ilusorias y venderlas para entretener.

Lo interesante es preguntarse, ¿qué aspecto de los que constituyen el estereotipo de pastor protestante de El Reino alertan a los inquisidores evangelistas de ACIARA? Claramente la acusación de abuso sexual de niños pobres que no sólo pesa sobre él de parte de sus opositores “que odian la cultura evangelista” sino por su propio entorno familiar, sus empleados más fieles y por él mismo, quien, frustrado sexualmente contra el vidrio de la ventanilla de un auto, se confiesa a la cámara en primerísimo plano con las argumentaciones de los pedófilos utilizadas en juicios reales, que lo suyo es un tipo de amor prohibido por la sociedad pero verdadero, biológico y moralmente correcto.

No deja de ser patético que ninguna asociación corporativa de las centenares que hay de abogades, jueces, fiscales y fuerzas de seguridad haya sacado un comunicado contra El Reino acusándola de construir con falsos prejuicios personajes corruptos que tuercen reglamentos e influencias para trabar las investigaciones contra redes de compra y venta de infancias para ser abusadas sexualmente. Cualquiera en nuestro país que haya tenido una experiencia con el sistema judicial en cualquiera de sus ramificaciones burocráticas se cagaría de risa con un comunicado tal. 

Quizás las series escandinavas o británicas puedan idealizar a investigadoras de la policía local capaces de resolver el misterio y reconstruir la justicia y el orden social a pesar de sus dramas personales (la esposa abatida por la rutina de la familia patriarcal fallida y la edad de Kate Winslet en Mare of Easttown, la neurológicamente diversa Saga Noren de Brone predecesora de la brillante y desesperada esquizofrenia de Marcella Backland en Marcella) pero Claudia Piñeiro no puede pretender que ningune argentine le crea a una investigadora así en la policía de nuestro país. La fiscal que interpreta Nancy Dupláa es impotente no sólo porque intenta infructuosamente engendrar hijes propies, sino porque trabaja para un sistema judicial pauperizado y analógico y dominado de tal forma por la via jerárquica que los arranques heroicos como el de ella son absolutamente imposibles.

Una hipótesis de lectura de El Reino es que fiel a sus principios literarios, Claudia Piñeiro haya diseñado una heroína realmente existente antes que la que hubiese preferido diseñar en una novela ideal, una copia inversa de esas detectives icónicas del género. Refuerza esta hipótesis el contraste evidente de los escenarios en que se realizan las escenas clásicas del género (oficinas de investigación, cuartos de interrogación, instalaciones penitenciarias, morgues forenses) con las de las series exitosas internacionales: precariedad, miseria, atraso tecnológico, falta de higiene y revoques… El Reino describe un sistema judicial/policial/carcelario ineficiente, incapaz, anacrónico cuya lentitud elefantiásica es producto de una decisión política de encubrimiento, porque cuando el servilleta que ejecuta Joaquín Furriel ordena, las puertas se abren con rapidez increíble. La única investigación que funciona, encuentra la verdad y logra ponerla al descubierto es la ilegal, clandestina y criminal que encara Furriel, que como espía de la CIA, la DEA y la embajada yanqui tiene los recursos suficientes, pero, además, la comprensión maquiavélica del funcionamiento de la realidad social y política para estar siempre un paso delante de la ilusa, ingenua e infértil fiscal.  

Desde otro lugar, opuesto por el vértice, digamos con un poco de vergüenza, a mí también me parecieron insuficientes los personajes de la serie, pero sobre todo la trama. El espía yanqui de Furriel y el pastor evangelista nos parecieron caricaturas sin mucho vuelo. El primero un villano de cliché, propio de la imaginación de un tachero promedio antes que un acercamiento sutil a la psicología y movimientos de los servicios de inteligencia reales. Al punto que nos ha decepcionado el racconto a vuelo de pájaro con el que se desvela el rol del espía en los sucesos políticos del 2001 y 2008, aunque políticamente interesante, no pasa de un esbozo superficial y conspiranoico de una realidad que ameritaba mayor desarrollo.

En la vieja política de la izquierda trotskista, el manual de les compañeres que lucharon en los setenta decía que “el servicio” de verdad no se escrachaba a sí mismo en la forma ridícula casi en que lo hace el personaje de Furriel. Está bien que se mueve en un ambiente de impunidad obsceno, pero de todas formas nos parece exagerado el estereotipo. Lo mismo pasa con el pastor a quien uno de nuestros actores más técnicamente dotados no logra hacer trascender del discurso épico vacío y evidentemente hipócrita. No es carencia de Peretti, quien logra dar el tono justo cuando el personaje dice verdades en las que cree en la intimidad familiar mientras que chamuya a conciencia frente a la feligresía y las pantallas de plasmas y celus. Es carencia de profundidad del estereotipo construido por les Piñeiro, que no logra mayor profundidad que la caricatura.

Sus antagonistas corren suertes similares. La pastora de la Morán es fuerte y creíble no sólo por la interpretación física de la genial actriz sino porque sus motivaciones son claras, mantener la fuente de riqueza de la familia, basada en el método tradicional que dio resultado, manteniéndose alejados de las presiones que impone otro juego, el de “la política”. Pero el personaje del Chino Darín, yerno del Rey Peretti y la Reina Morán, casado con una explosiva y muy creíble Vera Spinetta, heredero del imperio aunque extranjero a él, converso al evangelismo después de una experiencia traumática que lo llevó a la cárcel y el descubrimiento de la palabra de Jesús y la salvación de la tumba, convertido en operador político del pastor y contendiente con éxito variable del poderoso Furriel.

Es el mismo Furriel que deschava la debilidad del personaje cuando le dice en sorna al Chino Darín que no sabe qué quiere, sus motivaciones no son claras. Quien haya leído Las Maldiciones habrá notado la misma fragilidad en el protagonista, producto de un descubrimiento tardío de la realidad que escondía el discurso hipócrita de su líder, al mismo tiempo hipócrita él, manipulador de encuestas y gestos electorales, negociador de truchadas con el servicio Furriel, surfeador de la corrupción y dispuesto a escenificar un exorcismo mediático para ganarse el apoyo de su suegra, nunca se sabe a qué va a jugar, qué quiere de la vida. Personaje incómodo que tenemos la sensación no cierra del todo, ya sea por la actuación de Darín, que o es genial o es incompleta, o del propio guión que no sabemos si logra lo que pretendía o en su fracaso también gana.

Esta ambigüedad también se comprueba en las líneas de personajes secundarios, a nuestro gusto. Podríamos hartar a le lectere de esta crítica con el elogio de Sofía Gala, que a diferencia de su novio ficticio logra una timidez, ingenuidad y pasión que la hacen brillar cada que aparece, o de la hija-esposa shakespereana que logra en una escena sexual para el aplauso Victoria Almeida, pero nos contenemos con dos arquetipos de diversa resolución: los soldados místicos del Pastor, el asesino y el guardián del Mesías.

También son desequilibrados: por un lado el viejo y gastado estereotipo del preso gigante, con cara de malo y violento de la tradición televisiva argentina, que además de reconvertir presos con la Biblia, tiene un acento de guaraní parlante más ofensivo por lo mal interpretado que por el clishé racista porteño, mientras que a Pedro Lanzani ese arquetipo de chupacirio tímido y a la vez siniestro, de militante de la Acción Católica del Colegio Guadalupe de Palermo le sale impecable y una le cree todo, su inocencia, su complicidad, su credibilidad ingenua en los milagros de El Pescado.

 

Hasta acá llegamos

 

Una tenía mayores expectativas con El Reino, aunque sea injusta con las personas que la produjeron, vale reconocerlo. Se trata de la mayor apuesta de la industria nacional audiovisual, competir con una serie de suspenso, thriller político y “policial” en la premier ligue. La escritora argentina más reconocida de los últimos vente años, desde el premio Clarín a su novela La viuda de los jueves en 2005 hasta la apertura de la Feria del Libro 2018 en la que coronó un compromiso y militancia feminista que la enalteció en el último lustro, espectadora especializada de literatura y cine policial o de detectives, una esperaba mayores giros dramáticos en El Reino, perderse en una intriga arquitectónica de sospechas y falsas pistas como en Elena sabe(2007) o Catedrales (2020) o una exploración profunda de dramas íntimos como con la profesora de inglés de Adrogué/Boston en Una suerte pequeña (2017).

Ninguna de sus protagonistas femeninas, aunque sean lo más logrado de El Reino, llegan a esos clímax de los que Piñeiro fue capaz en su literatura, y los giros de la trama no llegan a superar una sensación inicial en les espectederes de saber de entrada lo que va a pasar. Las ambigüedades del personaje del Chino Darín sirven para confundirnos en la confusión del personaje, que no cierra nunca, pero tampoco convence.

La única incertidumbre que nos sembró la serie es si la honestidad poco creíble del Chino Darín y mucho más sincera de su futura esposa, Vera Spinetta, lograrán denunciar la verdad y patear el tablero con éxito, abriendo una esperanza de redención para la juventud política que juega en primera hoy (los Kicciloff, los De Pedro, los Larroque y Lousteau) con las mañas de la política transera de siempre, o bien nos espera una segunda temporada de maniobras inescrupulosas de los Peretti, Furriel y Morán que esperemos sean menos acartonadas y previsibles que las de la primera temporada. Poco para competir con las grandes producciones de Netflix.

A una semana de su estreno, en su programa de Radio con Vos, Reynaldo Sietecase interrogó sobre el affaire a un pastor evangelista de otra asociación, que se distanció de ACIARA y reivindicó la colaboración de su facción en la Campaña por el Aborto Legal. Este religioso autopercibido “progresista”, sin embargo, criticó la ficción inventada por Piñeiro porque el estereotipo del abuso sexual de menores no corresponde a esta vertiente del cristianismo, sino precisamente a la Iglesia Católica, contra la que los evangelistas rompieron en 1520 con Lutero abriendo la puerta de la Reforma. O sea, reclama que ese aspecto pertenece a otro estereotipo socialmente consensuado, el cura violín de sotana negra y alzacuello blanco.

Una defensa boba que se tira el tiro a los propios pies, pero que ilumina una crítica más válida que la de ACIARA, ya que se trata de una crítica dentro del campo artístico. Ese personaje, nos dice, no refleja la realidad social con justicia. Incluso podemos decir que algo de razón nos parece llevar el pastor evangelista que dialogó con Sietecase, y nos deja un sabor amargo. Es que no compartimos un punto clave de la visión política de les Piñeiro.

Por un lado, es cierto que el avance de una derecha religiosa reaccionaria es un peligro real y palpable para nuestras sociedades. Les Piñeiros escrachan con contundencia al pastor que sólo negocia los gabinetes de Educación y Salud con el agente del imperialismo y la patria empresaria, a quien sólo interesan Economía, Trabajo, Transporte y, obviamente, Interior y Defensa, al mismo tiempo que nos hace estremecer de terror con las escenas de actos masivos de personas de carne y hueso emocionadas y comprometidas fielmente con el discurso del pañuelo celeste, personajes de un coro invisible y omnipresente, trabajadores y trabajadoras humildes que a donde vaya el pastor acompañan en silencio con sus “bendiciones” dichas en susurro o grito testimonial, o simplemente con el gesto de asentimiento con la cabeza, que generan un clima para que les espectaderes nos preocupemos en ese eterno debate de que tan popular es el discurso evangelista y hasta dónde cala la conciencia y sensibilidad de las grandes mayorías que nos acompañan día a día.

Pero es cierto también que en nuestro país este enemigo posible ha sido menos poderoso y exitoso que en Brasil, donde se explayó con obscenidad y letalidad hasta la destrucción consciente de la amazonia y el asesinato de Michelle Franco, una pandemia trastocada en genocidio contra las masas pobres y la educación emponzoñada hasta el paroxismo por la doctrina seudo científica de la lucha contra las “Teorías de Género”. Paradójicamente, en Argentina ha venido a triunfar una derecha nueva que prefirió aliarse al más tradicional Opus Dei o los Legionarios de Cristo del Ministro y Senador Bullrich, por lo que el Presidente Empresario, del Cardenal Newman, es una expresión de lo más rancio y medieval de la Iglesia Católica. En otra paradoja inexplicable, en atacando la imagen del evangelismo, El Reino termina trabajando a favor de la empresa religiosa que más se vería perjudicada por el ascenso evangelista, el Vaticano.

Es posible, no lo negamos, pensar en hogares de niños pobres y huérfanos que son violentados por sus pastores evangelistas, por qué no, si la mayoría de estas religiones están basadas en dogmas y prácticas que utilizan las sensaciones de víctimas de traumas sicológicos , físicos y emocionales para manipularles con ofertas de paraísos de amor y aceptación ligados a la fidelidad irracional y pérdida absoluta de la subjetividad. Lo mismo que le sirvió al catolicismo para explotar la inocencia de jóvenes obreres y campesines en todo el mundo durante milenios, es método igual de aprovechable por cristianos evangélicos, sionistas judíos y taliban muslimes. No obstante ello, la realidad argentina se comprende mejor sabiendo que hubo un Padre Grassi y una Fundación Felices los Niños (las imágenes de la ficción nos han llevado a los informes policiales de principios del 2000 que terminaron con la cárcel del religioso y el escandaloso encubrimiento de Bergoglio y el Vaticano) o un Instituto Próvolo en Mendoza y La Plata para venirnos más en el tiempo hacia la actualidad, que también está demasiado difuminada en las herramientas de metaforización de la serie.

Quizás en ese desliz en la identificación del villano, acertada en un punto como demuestra la reacción coherente de ACIARA (quien promovió el lobby en su momento contra la aplicación de una Educación Sexual Integral laica), haya un límite político que se termine expresando en los límites de narración y personajes que ya señalamos.

 

Una pequeña esperanza

 

El Reino tiene un valor inestimable: se juega la ropa a fondo para abrir un surco. A pesar de no superar el nivel estético alcanzado por el género en la industria local, estilo las mejores producciones policiales de PolKa o Telefé en los últimos quince años, o las producciones de Campanella, sin lograr alcanzar la vara plantada bien alto por Damián Szifron a nuestro gusto (los personajes y escenarios de Tiempo de Valientes, 2005, llegan a ser arquetipos de la policía y el sistema judicial argento, incluída una perfecta sátira de la vieja SIDE), El Reino es una apuesta necesaria para una industria de escriteres, actores y actrices y realizadores audiovisuales que en nuestro país es desmedidamente desproporcionada en cantidad y calidad comparada con la posibilidad de encontrar trabajo permanente y difusión. Si El Reino logra abrir un renglón al género policial, como la esperadísima producción de El Eternauta de Oesterheld setenta años después puede abrir al género fantástico, estaremos ante los primeros escalones de un futuro auspicioso para el arte y les artistes.

Digo, porque me emociono imaginando series de Ladrilleros o Una muchacha muy bella, para citar dos clásicos de les enormes Selva Almada y Julián López, o sueño con la posibilidad de flashar la saga de la Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara en maratón de findesemana o el éxito que pueden tener series detectivescas con guiones de Leo Oyola o Kike Ferrari, para mencionar escritores con contrato en Random House, lo más alto que puede aspirar une escritere de ficción local. Debajo y detrás hay centenares de miles más, piensen sólo una serie con distintos casos cada capítulo investigados por la protagonista de Cometierra, de Dolores Reyes, ayudada por su novio cobani en aventuras por todo el conurbano nuestro.

De hecho, si hay una línea argumental en El Reino que nos cerró casi por todos lados es la aparición de la fantasía pura y honesta del pibe que comanda una bandita de pibes chorros en alegoría con Jesús y sus doce apóstoles, seguidores de El Pescado (simbolizado con el pez de los griegos, ichtus, que les primeres cristianes en la clandestinidad del imperio romano usaban para reconocerse en secreto, ya que sus letras funcionaban como acrónimo de Iesus Christi Salvatori y su simple dibujo permitía ser reproducido como un garabato invisible pero efectivo ante la mirada del Estado, y que ahora identifica a los dueños evangelistas de los autos que llevan su calco en la culata) que lucha con sus milagros para sacarlos de las garras de la policía, que los obligan a choriar a destajo para las comisarías, y que busca refugio en la religión evangelista hasta que es traicionado por Peretti. Una especie de exaltación del misticismo popular devoto del Gauchito Gil en torno a un Luciano Arruga elevado a Mesías contemporáneo.

El actor que interpreta a El Pescado es de un rostro y una composición de estilo virginal, de pureza e inocencia pero también de fuerza serena, un cristo que la autora ubica entre la juventud pobre de nuestras barriadas obreras, que es puesta en situación de ser explotada sistemáticamente por un sistema social que le provoca hambre, miseria y que es empujada a la descomposición social, la violencia, la delincuencia como medio de supervivencia para narcos, transas, policías y religiosos que deberían cuidarles. Sirve también para alimentar una veta fantástica que refresca la tensión del policial y desvía la imaginación hacia otros caminos posibles, acompañando y reforzando esta sensación con la aparición por primera vez de paisajes naturales bellísimos pero rústicos, ásperos, que nos dejan respirar con los personajes y soñar un futuro, una libertad casi imposible. Y finalmente, para cubrir a sus auteres con una coartada propia de los departamentos de legales de las productoras, ya que la ficción no ataca la religiosidad popular y las raíces místicas de las religiones, sólo denuncia a quienes se aprovechan de esa fidelidad popular para el mal.

Puede ser. Aunque también puede ser que nuestres artistes no piensen otra cosa que eso mismo, que los fundamentos mágicos de la religiosidad popular son admirables y que lo único malo con las religiones es que construyan empresas millonarias, estafen a sus feligreses con montajes fraudulentos y aprovechen para lavar guita de negociados poco santos. Lo mismo pasó cuando León Ferrari (QPD) sufrió el ataque inquisidor de la Iglesia Católica ante su muestra en el Centro Cultural Recoleta en el verano del 2004/5, se defendió de la censura argumentando que denunciaba las inconsistencias del dogma y no las creencias religiosas ni a la Iglesia.

Nos parece que las acciones político estéticas de la intelectualidad argentina no han llegado a ser lo suficientemente profundas, audaces e irritantes contra el enorme poder que las empresas religiosas tienen en el control de nuestra sociedad precisamente porque se pone este límite en el cuestionamiento de las raíces mismas del fenómeno. Un límite que demuestra un respeto excesivo a nuestro parecer para con les feligreses de sistemas ideológicos responsables de genocidios que todavía continúan frente a nuestros ojos. La verdadera esperanza para nosotres, pensamos, está en la creatividad irreverente demostrada por las juventudes feministas en plazas céntricas, avenidas y templos emblemáticos del poder en los Encuentros Nacionales de Mujeres y a lo largo de toda la lucha contra femicidios que estallara desde el 3 de junio del 2015 hasta la pandemia.

En las nuevas generaciones el grito de libertad no se detiene ni política ni estéticamente frente a los pruritos de la democracia liberal y respetuosa de las instituciones. De esas fuentes frescas surge no sólo el poder sino también la imaginación creativa, cuyo único destino posible es alguna vez la victoria definitiva contra el poder eclesiástico, sea de la fé irracional que sea, en nuestra sociedad. Nuestra pequeña esperanza es que hechos artísticos como El Reino abran a la vez un camino para la profesionalización de millares de artistes y producteres y un canal para la expresión de las capas jóvenes de nuestra sociedad que gritan contra la opresión y explotación insoportable ejercida por el Estado y las Iglesias en nuestro país en los últimos quinientos años.

Para que El Reino del Estado Clerical se caiga de una vez y por todas.