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jueves, 23 de septiembre de 2021

Síndrome Cristóbal Colón

 Confesiones en clave de trap

 







Síndrome Cristóbal Colón

yo le llamo

porque a los 42

descubrí

mi orgasmo.

 

Me habían enseñado que no existía

o bien, que era sagrado,

que sólo las minitas lo tenían

estuve bien entrenado,

en medirles y catalogarles

en los boliches, claro,

pero también en la calle, los colectivos, la panadería,

hasta en el supermercado

con excepción de tu Santa Madre y tus hermanas,

las mujeres llevaban el culo para que nosotros

se lo baboseáramos.

 

Nosotros los hombres no tenemos culo.

Ore teviro’o kuimba’e ndaha’éi

 

Habría que borrarse las memorias culpables

del pasado

como el historial vergonzante de porno

-antes de morir-

 

Todos esos culos del colegio,

como el del rubio de ojos verdes

que se sentaba a tu lado

al que le aguantabas la gastada y el bulineo

sólo para seguirle sintiendo

el aliento

el culo del Christian, musculoso, bien parado,

o el redondito y esponjoso de tu amigo Carlitos,

-cómo sería? morochito y rosado?-

 

Esos, estaban vedados,

tenías que rascarte esos recuerdos del pasado

con agua bendita y rezando el Rosario

para lavarte los pecados, como el semen

de tus manos

 

Había que esquivarles en el vestuario

después de la hora de gimnasia

o del picadito

para que no se dieran cuenta

de la pija adolescente erecta

imposible de domesticar

y explicarle

las normas de la sociedad

 

Pedir al profe ir al baño antes que se notara

la leche hirviendo

inundándolo todo

de a poquito,

como lava,

que la mancha y el estigma

no saltara

del slip careta que te compraba tu vieja

hasta el paño gris y áspero de los pantalones oficiales

del uniforme

que los curas vendían para el Guadalupe Falange de Varones

(como al paso, es gracioso

cómo te descansaban los otros machos

en la plaza o la parada

cuando en verano llevabas

bien a la vista

la remera de gimnasia

que ponía el nombre del colegio

en tu espalda

como si fuera el tuyo propio,

como en las casacas de los clubes de fútbol,

encima del número,

“ay Guada!”, “linda Guada!”

y otras guarangadas)

 

De la mancha, te hablaba,

como un aceite más negro y pecaminoso

que el vil petróleo derramado en Alaska

avanzaba tu leche excitada

para bajarle un semitono

al gris del pañolency

y gritarle a todos

cuánto te gustaban

tus conmilitones en el aula.

 

Tantos años

de pajas censuradas y Rosarios kleenex

hicieron bien su laburo. Un buen día te olvidaste de todo

te calzaste el disfraz

de muchachito bien,

de machirulo,

pusiste proa al título profesional,

te peinaste la raya al costado

y empezaste a idolatrar -con hipocresía-

grandes tetas y jugosas vulvas

para que todo el mundo vea tu poderosa

heterosexualidad plena.

 

Y a todas las novias les quemaste la cabeza

con tu impunidad, tu ombligocentrismo,

tu frustración emocional

ciclotímica

que no sabía nadie nada nunca

de dónde venía

 

La obligación fue siempre,

aguantar un poco más y acabar con ella,

pistonear como el taladro neumático y garantizarle

placer

como si no hubiera sido la verdad más grande

nunca dicha

a los seis meses de coger como conejos

cuando tu primera novia te dijo

nunca tuve un orgasmo con vos en la cama

La historia de cómo se aguantaron siete años más en ese drama

no merece ser contada,

por pedorra,

por amarga

 

Se lo adjudicaste a una condición

(trans)tornada

a un gusto excesivo

por el melodrama

pero con el diario del lunes queda re claro

todo lo que esa piba

acertaba.

 

Otros 18 años pasaron

de tu “primera vez” en ese telo con nombre

de famoso museo

y dos relaciones en serio más

ya obviamente frustradas

para que al fin

la probaras

y te demostraras

si es cierto ese mantra

tan porteño,

tan héteromasculino,

tan paradójicamente cierto

como oculto en la gastada

sólo es macho el que la prueba y no le gusta

 

Al tercer divorcio y con las emociones desgarradas

dejaste que te hiciera una rica cena y te garchara

Pero a pesar de esa pija enorme,

hermosa y golosa,

ese primer glande púrpura que viste

en primerísimo plano

en el cuerpo de un otro de rostro angelical

que creíste puro e incapaz de dañarte

pero que te cogió como en una mala porno

y te acabó en la cara haciéndote saber

que es una leche ácida cuando te escupe la mirada

te decía guarangadas

te felicitó por tu cavidad

virgen, salvo para la cagada,

“naturalmente bien preparada”

para absorber tamaña bendición

fálica

 

Te limpiaste la humillación

de la cara

y lo acompañaste a la parada

para no verlo más,

-salvo aquélla última vez

cuando te reprochó

dedicarle un cuento en tu primer libro

aunque sólo él y vos

supieran la cifra que se esconde

detrás de las dos mayúsculas-

 

y volviste

a tu disfraz de machito

-ahora progresista-

al que ya se le notaban

mucho las hilachas

aunque vos las ocultaras

diciéndote

cobardemente

bisexual

 

Volviste a intentar por última vez

-última gracias sean dadas

a todas las diosas travas-

la aventura

hé-te-ro-mo-no-gá-mi-ca

con la diosa armenia

menos pensada

que sin embargo y no obstante

te hacía bullin

como los machitos de tu primaria

ma qué bisexual, vos sos un puto de mierda

y te lastimó para siempre

en tu propia cama

 

Trasca,

tu hermano del alma resultó ser

un depredador misógino

que usaba su adicción a la merca

su historia de abandono infantil

de coartada

 

Gracias que vino ella

a evitarme

el tercer intento

de suicidio

 

Mbói jagua del Uruguay

y kukulkán

de la selva maya,

serpiente alada,

dragón del Yang-Tsé

con la cinturonga atada

a esas caderas de cobre increíbles

y la base del dildo

enchufada

220 al clítoris

 

y te quebró para siempre

la armadura de hielo que te construiste

de cemento

volaron las risas por el cuarto

de ese mismo hotel

-el de veinticinco años antes, sí,

el del museo famoso,

ese mismo, aunque flashees,

altar sacrificial

de tus desvirgues rituales

doblemente y al revés

también-

 

cuando empezaste a sospechar

que de bisexual

no tenías nada:

algo más serio

e inexplicable

te pasaba.

 

Tuvo que venir el niunamenos,

tus amigas en las calles sublevadas,

como nunca en la historia de este país

careta

para que empezaras a entender

qué era eso

que te pasaba.

 

Y una tarde bajara

de sus montañas

ese terrible pedazo

de ser humano

verdadera,

natural y honestamente

revolucionario,

a cantarte las cuarenta

en el Estadio de Atlanta.

 

¿Te acordás que temblabas como hojita recién nacida

-bella y trágica primavera

truncada

del dosmildiecisiéis-

cuando te miraba?

 

Ese apóstol hananwatu

(la hache, aspirada

 y la otra letra,

germánicamente

pronunciada)

con sus músculos

tallados

por la zafra tucumana

afro-kakán hermoso y fuerte

como un toro

Baal y Bellocino de Oro

 

capaz de la ternura más firme

que conociste nunca

pija morocha

circuncidada

los pliegues privados en el culo

torneado de ébano

y rosado también el glande púrpura,

enorme,

pija jugosa,

hermosa,

poderosa

y bien ancha

maldición de pija que añorás

como las gatas

cuando te asalta la nostalgia

 del mejor sexo en tu vida puta

a mil seiscientos

kilómetros de distancia.

 

Y te corriste

a buscarlo a sus montañas,

sus valles inkas

conquistados por la Vírgen del ídem,

y te cogió con ternura y firmeza

hasta tallarte una vulva

auto-percibida.

 

Te hizo sentirte

lo que sea que vos sentías que significa

como una verdadera mujer

 

Vos ya te animabas,

a la ropa

ajustada, bien marcada,

a la risa cómplice, las uñas

pintadas,

la mariconería tanto tiempo reprimida,

ahora afuera,

desfachatada,

pero sólo él supo enseñarte

en cada entrada

el secreto tan conocido por todes

que vos ignorabas

 

te fabricaba una vulva cada que te montaba

toro bravío con dulzura de perro fiel

gallo de mi rodeo que sólo ama el bien.

 

Y llegó al fin el pelotudo

de Colombus

a descubrir un continente

que millones antes que él

ya (trans)itaban.

 

Aprendiste a pedirle a tus amantes

que en tu cama no ibas a ser vos

nunca más la que penetrara

con los dedos o los dildos

esta yegua

no acaba

sin su colada

 

Ese primer año hermoso y doloroso

de la (trans)ición

descubriste

tan tarde y tan a tiempo

que se puede elegir

el respeto

del propio deseo

 

aunque la familia de mierda donde te criaste

36 años después te haya demostrado

que el clóset donde te guardaste no era

una fantasía inventada

por tu frondosa imaginación

infantil

 

Qué va, si después de tres décadas y media,

cuando apareciste en la casa de tu vieja

al almuerzo,

después del laburo,

en el mismo barrio

de Balvanera

en el que viniste a criarte

la adolescencia migrante

 

usando los mismos tacones que le robabas a ella

pero ahora comprados con tu sueldo

te pusieron la patada en el culo

con un doble insulto bien sorete

siempre la misma loca de mierda,

gritó ese forro que yo tanto amaba,

y aunque no era directo para mí

lo sentí en el costado

como puñalada,

traicionera

y después directo y en vivo

payaso

así,

disfrazado

quiso decir y es lo que dijo,

pervertido

vi el subtitulado en su mirada,

y desviado, degenerado, maricón de mierda,

también,

y encima en masculino,

el muy ciego

 

y en vez de encajarle la trompada

-que todavía le debo y espero

algún día

no muy lejano

saber honrar con todo e intereses punitivos-

le gritaste dos verdades en la cara

y saliste taconeando

firme

de esa casa

para nunca más volver,

ni mamada.

 

Pero nada,

toda esta gilada

pasó

hace unos pares

de años,

justo después

cayó la gran nevada

y nos encerramos

a tenerle miedo a los besos,

haciendo de cada hogar una caverna,

cárcel

mal edulcorada,

el gobierno de científicos nos mandó

hashtag quedate en casa,

y una enorme feminista (trans)tornada,

dijo

que el Estado Maternal

nos cuidaba

mientras en las barriadas

obreras y populares

donde el virus que vino en los aviones

todavía no entraba

la yuta te metía palazo

y desaparecía,

y como toda la vida,

torturaba y asesinaba

a los Facundo Astudillo Castro que tu

sorete Berni sorete

arengaba

“subordinación y valor” volvió a gritar

la bestia fachista

un 24 de marzo

sin marcha

y las delegadas feministas

reprimidas

en Guernika

para que tu Jefa pueda

de nuevo

construir otro barrio privado

en el guetto.

Ahí,

sola,

angustiada,

te sentaste de nuevo en la baranda

del balcón de la bañera

romana

 

pero esta vez no agarraste la gilette

como tantas veces antes

para ponerle fin

a tu sufrimiento

sino para

al fin!

rasurarte

 

No importa que llegue tarde,

Esta hora es mi hora

Mi único ahora

 

Pusiste el espejo mágico sobre la baldosa

apuntándote a la sexta puerta

de la percepción

la puerta sagrada

clausurada

y por primera vez te miraste

de frente

 

Te juro no te miento

aunque te parezca una tarada

me lo imaginaba redondo como un aro

y me sorprendí

 

como cuando le bajé la pielcita

por primera vez en otro baño

hace mil años

y le ví la cara a mi propio glande,

sin capucha

 

me sorprendí, te decía,

(con la bolsa vieja del escroto estirada

hacia la panza

-escroto que

 te confieso

quisiera ver

qirúrgicamente removido

alguna vez

de mi vida-)

 

porque en vez del círculo sagrado

que había imaginado

vi una rayita de pielcita

arrugada

más marroncita que la piel

expuesta

del resto del cuerpo

te juro no te miento

ni chamuyo

falsa poesía

parecía una conchita

chiquitita

con las nalgas flacas rematando

como un corazoncito

 

y me salió una sonrisa

genuina

de adolescente de cuarenta y pico

que se pasa horas mirándose

de distintos ángulos

y se saca fotis y se contonea

toda feliz del

                           descubrimiento

 

y le mandé el lubricante con sabor a pico dulce

que tantas alegrías de glotona

me viene dando

y me colé los dedos,

explorando,

y a medida que los viajes

 de Colón

se fueron sucediendo

y la calentura se mezcló con la curiosidad

científica

me abrí en cuatro

apoyada

contra los azulejos

de la ducha

 

el cerebro se me inundó

de memorias exclusivas

cuando ella me dio vuelta y con la mano enjabonada

me metió el índice y el mayor

pegaditos, juntitos,

onda punta de pistola

 

levanté la pierna derecha

sobre el borde de la bañera

romana

arquié la cadera

lo más que pude

y con el pulgar de la izquierda

enjabonado

imité a mis amantes

de antes

 

la conciencia deformada del dorso del pulgar

(trans)mitía imágenes agigantadas al cerebro

igual que la lengua cuando tantea

a ciegas

la carie nueva

 

y en la pantalla del radar

que tenemos

detrás de los ojos cerrados

aparecía la imagen de ese verdadero

Eldorado,

ciudad mítica

perdida

en la selva amazónica,

ese punto donde la próstata tiene

una especie de pampa

ese maravilloso punto

que me habitaba sin que yo le supiera

ese punto maravilloso punto,

que sólo se muestra

cuando una le frota

cual lámpara mágica

 

y al fin aprendí a masturbarme

y descubrí también

la raíz de los gemidos

 

esa conexión entre la boca del placer que llevo dentro de la cuerpa

y esa otra boca

que canta al placer de los sentidos,

que llora el placer

tanto tiempo prohibido

 

y estuve así varias horas,

varios siglos,

tallándome ese tronco enterrado

sepulcro abandonado

de mi verdadera identidad

hasta que pude

bendecirme

con el placer más intenso,

desconocido,

electromagnético y lisérgico

que sentí en toda mi vida

 

con la rigidez petrificada de la pija propia

como nunca

ni en la adolescencia

tan dura

y volví

a descubrir

ese enigma complejo

que los varones cis

creen misterioso e imposible

invento

el de pegarte la mejor acabada del mundo

sin eyacular

 

Y te tengo que dejar

porque de tanto contarte

ya me entraron ganitas

de tocarme

 

Besis. Y que viva

tu Abya Yala interior,

amigue,

amiga.

sábado, 21 de agosto de 2021

El Reino y la nueva derecha


Una lectura polémica de El Reino, serie estrenada por Netflix el 13 de agosto de 2021, guión de Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, dirección Marcelo Piñeyro y Miguel Cohan.

 

 

La serie más esperada en Argentina logró un rápido impacto: el intento de censura de una de las asociaciones más importantes de iglesias evangelistas nacionales. Sólo esa reacción es suficiente para celebrarla como un hecho político nacido de una creación estética, que no es habitual en la lucha de clases en nuestro país.

El Reino muestra la capacidad de la industria creativa nacional para crear productos de alta calidad estética y un fuerte impacto político, dos aspectos que garantizan la atención creciente del público. Aunque tanto en el plano estético como en el político, en las gateras del mainstream capaz de acceder a la producción y distribución de Netflix, existe en Argentina un semillero de escriteres y guionistes capaces ya de superar los límites de la creación de Claudia Piñeiro. A ella, sin embargo, le tenemos que agradecer el heroísmo de poner en jaque su prestigio y reconocimiento de la industria cultural para revitalizar las funciones subversivas del arte, su función política.

 

La disputa por el estereotipo

 

La serie pretende exponer un peligro real para la vida de nuestra sociedad, el encumbramiento en lo más alto del poder del Estado de la nueva derecha, impulsada por los servicios de inteligencia norteamericanos, encarnados por el “servilleta” que encarna un Joaquín Furriel sin fisuras, que manipula las nuevas tecnologías de comunicación, nacidas de la resaca del pensamiento posmoderno y una veterana experiencia del márketing político (desde las campañas por el No a Pinochet en Chile y el magnético saludo de Alfonsín en los ochenta sudamericanos hasta el invencible Durán Barba), para entronar una fórmula presidencial que liga a grandes empresarios con pastores evangelistas al frente de masas populares.

El fugaz y cobarde comunicado de ACIERA, una de las varias asociaciones de empresarios religiosos evangelistas que proliferaron en los 80’s y 90’s, que intenta censurar El Reino y sobre todo a una de sus guionistas, Claudia Piñeiro, es cobarde porque pretende aislar a la compañera del conjunto que se hace responsable de la obra, pero es certero cuando considera que esta ficción acomete un estereotipo del pastor evangelista.

El personaje que encarna nuestro genial Diego Peretti es central en la trama de la serie aunque no tanto en el desarrollo, porque el foco salta hacia la esposa del pastor, verdadera creadora de la marca de la que vive toda su familia y allegades, encarnado por la siempre magistral y conmovedora Mercedes Morán, quien expresa a un sector importante del evangelismo, el que rechaza meterse en política electoral y partidaria para preservar el éxito comercial bastante seguro del servicio de culto religioso más exitoso del último medio siglo en toda la región; luego el foco gira mucho alrededor del extraño personaje que encarna el Chino Darín, que nos recordó el protagónico de Las maldiciones, la novela más explícitamente política de Piñeiro, publicada en 2017 por Random-Alfaguara, un jovencísimo chetito que triunfa en política con una mezcla de cinismo centenial a prueba de balas, ingenuidad recalcitrante y torpeza inexplicable, quizás la misma apuesta de salvación en la que la autora coloca sus esperanzas más idealistas; y finalmente la serie enfoca al personaje de Nancy Dupláa, especie de lamento feminista también del sello particular de la Piñeiro, encarnación de la vieja heroína republicana, efigie de Justicia y República cascoteada por un sistema patriarcal que la humilla, la manipula, la mantiene incapaz de triunfar en un mundo de maridos, Procuradores Generales y Ministros.

Todo personaje literario, ficcional, es con razón, un estereotipo, o sea, una acumulación falsa de aspectos parciales tomados de la realidad pero que construye una carcaza que se termina de hacer “real” si coincide con la imagen parcial y ficcional que les espectaderes tenemos del mismo referente. Que a los reaccionarios de ACIERA les haya parecido ofensivo, habla de la floja autopercepción que los pastores evangelistas argentinos tienen de sí mismos o, al menos, le reconocen a la imaginación de les Piñeiro y la ejecución de Peretti la capacidad de coincidir con la imagen que el público argentino e internacional de Netflix puede tener de ellos. Porque, en última instancia, de eso se trata el juego de la literatura y el cine, de inventar formas ilusorias y venderlas para entretener.

Lo interesante es preguntarse, ¿qué aspecto de los que constituyen el estereotipo de pastor protestante de El Reino alertan a los inquisidores evangelistas de ACIARA? Claramente la acusación de abuso sexual de niños pobres que no sólo pesa sobre él de parte de sus opositores “que odian la cultura evangelista” sino por su propio entorno familiar, sus empleados más fieles y por él mismo, quien, frustrado sexualmente contra el vidrio de la ventanilla de un auto, se confiesa a la cámara en primerísimo plano con las argumentaciones de los pedófilos utilizadas en juicios reales, que lo suyo es un tipo de amor prohibido por la sociedad pero verdadero, biológico y moralmente correcto.

No deja de ser patético que ninguna asociación corporativa de las centenares que hay de abogades, jueces, fiscales y fuerzas de seguridad haya sacado un comunicado contra El Reino acusándola de construir con falsos prejuicios personajes corruptos que tuercen reglamentos e influencias para trabar las investigaciones contra redes de compra y venta de infancias para ser abusadas sexualmente. Cualquiera en nuestro país que haya tenido una experiencia con el sistema judicial en cualquiera de sus ramificaciones burocráticas se cagaría de risa con un comunicado tal. 

Quizás las series escandinavas o británicas puedan idealizar a investigadoras de la policía local capaces de resolver el misterio y reconstruir la justicia y el orden social a pesar de sus dramas personales (la esposa abatida por la rutina de la familia patriarcal fallida y la edad de Kate Winslet en Mare of Easttown, la neurológicamente diversa Saga Noren de Brone predecesora de la brillante y desesperada esquizofrenia de Marcella Backland en Marcella) pero Claudia Piñeiro no puede pretender que ningune argentine le crea a una investigadora así en la policía de nuestro país. La fiscal que interpreta Nancy Dupláa es impotente no sólo porque intenta infructuosamente engendrar hijes propies, sino porque trabaja para un sistema judicial pauperizado y analógico y dominado de tal forma por la via jerárquica que los arranques heroicos como el de ella son absolutamente imposibles.

Una hipótesis de lectura de El Reino es que fiel a sus principios literarios, Claudia Piñeiro haya diseñado una heroína realmente existente antes que la que hubiese preferido diseñar en una novela ideal, una copia inversa de esas detectives icónicas del género. Refuerza esta hipótesis el contraste evidente de los escenarios en que se realizan las escenas clásicas del género (oficinas de investigación, cuartos de interrogación, instalaciones penitenciarias, morgues forenses) con las de las series exitosas internacionales: precariedad, miseria, atraso tecnológico, falta de higiene y revoques… El Reino describe un sistema judicial/policial/carcelario ineficiente, incapaz, anacrónico cuya lentitud elefantiásica es producto de una decisión política de encubrimiento, porque cuando el servilleta que ejecuta Joaquín Furriel ordena, las puertas se abren con rapidez increíble. La única investigación que funciona, encuentra la verdad y logra ponerla al descubierto es la ilegal, clandestina y criminal que encara Furriel, que como espía de la CIA, la DEA y la embajada yanqui tiene los recursos suficientes, pero, además, la comprensión maquiavélica del funcionamiento de la realidad social y política para estar siempre un paso delante de la ilusa, ingenua e infértil fiscal.  

Desde otro lugar, opuesto por el vértice, digamos con un poco de vergüenza, a mí también me parecieron insuficientes los personajes de la serie, pero sobre todo la trama. El espía yanqui de Furriel y el pastor evangelista nos parecieron caricaturas sin mucho vuelo. El primero un villano de cliché, propio de la imaginación de un tachero promedio antes que un acercamiento sutil a la psicología y movimientos de los servicios de inteligencia reales. Al punto que nos ha decepcionado el racconto a vuelo de pájaro con el que se desvela el rol del espía en los sucesos políticos del 2001 y 2008, aunque políticamente interesante, no pasa de un esbozo superficial y conspiranoico de una realidad que ameritaba mayor desarrollo.

En la vieja política de la izquierda trotskista, el manual de les compañeres que lucharon en los setenta decía que “el servicio” de verdad no se escrachaba a sí mismo en la forma ridícula casi en que lo hace el personaje de Furriel. Está bien que se mueve en un ambiente de impunidad obsceno, pero de todas formas nos parece exagerado el estereotipo. Lo mismo pasa con el pastor a quien uno de nuestros actores más técnicamente dotados no logra hacer trascender del discurso épico vacío y evidentemente hipócrita. No es carencia de Peretti, quien logra dar el tono justo cuando el personaje dice verdades en las que cree en la intimidad familiar mientras que chamuya a conciencia frente a la feligresía y las pantallas de plasmas y celus. Es carencia de profundidad del estereotipo construido por les Piñeiro, que no logra mayor profundidad que la caricatura.

Sus antagonistas corren suertes similares. La pastora de la Morán es fuerte y creíble no sólo por la interpretación física de la genial actriz sino porque sus motivaciones son claras, mantener la fuente de riqueza de la familia, basada en el método tradicional que dio resultado, manteniéndose alejados de las presiones que impone otro juego, el de “la política”. Pero el personaje del Chino Darín, yerno del Rey Peretti y la Reina Morán, casado con una explosiva y muy creíble Vera Spinetta, heredero del imperio aunque extranjero a él, converso al evangelismo después de una experiencia traumática que lo llevó a la cárcel y el descubrimiento de la palabra de Jesús y la salvación de la tumba, convertido en operador político del pastor y contendiente con éxito variable del poderoso Furriel.

Es el mismo Furriel que deschava la debilidad del personaje cuando le dice en sorna al Chino Darín que no sabe qué quiere, sus motivaciones no son claras. Quien haya leído Las Maldiciones habrá notado la misma fragilidad en el protagonista, producto de un descubrimiento tardío de la realidad que escondía el discurso hipócrita de su líder, al mismo tiempo hipócrita él, manipulador de encuestas y gestos electorales, negociador de truchadas con el servicio Furriel, surfeador de la corrupción y dispuesto a escenificar un exorcismo mediático para ganarse el apoyo de su suegra, nunca se sabe a qué va a jugar, qué quiere de la vida. Personaje incómodo que tenemos la sensación no cierra del todo, ya sea por la actuación de Darín, que o es genial o es incompleta, o del propio guión que no sabemos si logra lo que pretendía o en su fracaso también gana.

Esta ambigüedad también se comprueba en las líneas de personajes secundarios, a nuestro gusto. Podríamos hartar a le lectere de esta crítica con el elogio de Sofía Gala, que a diferencia de su novio ficticio logra una timidez, ingenuidad y pasión que la hacen brillar cada que aparece, o de la hija-esposa shakespereana que logra en una escena sexual para el aplauso Victoria Almeida, pero nos contenemos con dos arquetipos de diversa resolución: los soldados místicos del Pastor, el asesino y el guardián del Mesías.

También son desequilibrados: por un lado el viejo y gastado estereotipo del preso gigante, con cara de malo y violento de la tradición televisiva argentina, que además de reconvertir presos con la Biblia, tiene un acento de guaraní parlante más ofensivo por lo mal interpretado que por el clishé racista porteño, mientras que a Pedro Lanzani ese arquetipo de chupacirio tímido y a la vez siniestro, de militante de la Acción Católica del Colegio Guadalupe de Palermo le sale impecable y una le cree todo, su inocencia, su complicidad, su credibilidad ingenua en los milagros de El Pescado.

 

Hasta acá llegamos

 

Una tenía mayores expectativas con El Reino, aunque sea injusta con las personas que la produjeron, vale reconocerlo. Se trata de la mayor apuesta de la industria nacional audiovisual, competir con una serie de suspenso, thriller político y “policial” en la premier ligue. La escritora argentina más reconocida de los últimos vente años, desde el premio Clarín a su novela La viuda de los jueves en 2005 hasta la apertura de la Feria del Libro 2018 en la que coronó un compromiso y militancia feminista que la enalteció en el último lustro, espectadora especializada de literatura y cine policial o de detectives, una esperaba mayores giros dramáticos en El Reino, perderse en una intriga arquitectónica de sospechas y falsas pistas como en Elena sabe(2007) o Catedrales (2020) o una exploración profunda de dramas íntimos como con la profesora de inglés de Adrogué/Boston en Una suerte pequeña (2017).

Ninguna de sus protagonistas femeninas, aunque sean lo más logrado de El Reino, llegan a esos clímax de los que Piñeiro fue capaz en su literatura, y los giros de la trama no llegan a superar una sensación inicial en les espectederes de saber de entrada lo que va a pasar. Las ambigüedades del personaje del Chino Darín sirven para confundirnos en la confusión del personaje, que no cierra nunca, pero tampoco convence.

La única incertidumbre que nos sembró la serie es si la honestidad poco creíble del Chino Darín y mucho más sincera de su futura esposa, Vera Spinetta, lograrán denunciar la verdad y patear el tablero con éxito, abriendo una esperanza de redención para la juventud política que juega en primera hoy (los Kicciloff, los De Pedro, los Larroque y Lousteau) con las mañas de la política transera de siempre, o bien nos espera una segunda temporada de maniobras inescrupulosas de los Peretti, Furriel y Morán que esperemos sean menos acartonadas y previsibles que las de la primera temporada. Poco para competir con las grandes producciones de Netflix.

A una semana de su estreno, en su programa de Radio con Vos, Reynaldo Sietecase interrogó sobre el affaire a un pastor evangelista de otra asociación, que se distanció de ACIARA y reivindicó la colaboración de su facción en la Campaña por el Aborto Legal. Este religioso autopercibido “progresista”, sin embargo, criticó la ficción inventada por Piñeiro porque el estereotipo del abuso sexual de menores no corresponde a esta vertiente del cristianismo, sino precisamente a la Iglesia Católica, contra la que los evangelistas rompieron en 1520 con Lutero abriendo la puerta de la Reforma. O sea, reclama que ese aspecto pertenece a otro estereotipo socialmente consensuado, el cura violín de sotana negra y alzacuello blanco.

Una defensa boba que se tira el tiro a los propios pies, pero que ilumina una crítica más válida que la de ACIARA, ya que se trata de una crítica dentro del campo artístico. Ese personaje, nos dice, no refleja la realidad social con justicia. Incluso podemos decir que algo de razón nos parece llevar el pastor evangelista que dialogó con Sietecase, y nos deja un sabor amargo. Es que no compartimos un punto clave de la visión política de les Piñeiro.

Por un lado, es cierto que el avance de una derecha religiosa reaccionaria es un peligro real y palpable para nuestras sociedades. Les Piñeiros escrachan con contundencia al pastor que sólo negocia los gabinetes de Educación y Salud con el agente del imperialismo y la patria empresaria, a quien sólo interesan Economía, Trabajo, Transporte y, obviamente, Interior y Defensa, al mismo tiempo que nos hace estremecer de terror con las escenas de actos masivos de personas de carne y hueso emocionadas y comprometidas fielmente con el discurso del pañuelo celeste, personajes de un coro invisible y omnipresente, trabajadores y trabajadoras humildes que a donde vaya el pastor acompañan en silencio con sus “bendiciones” dichas en susurro o grito testimonial, o simplemente con el gesto de asentimiento con la cabeza, que generan un clima para que les espectaderes nos preocupemos en ese eterno debate de que tan popular es el discurso evangelista y hasta dónde cala la conciencia y sensibilidad de las grandes mayorías que nos acompañan día a día.

Pero es cierto también que en nuestro país este enemigo posible ha sido menos poderoso y exitoso que en Brasil, donde se explayó con obscenidad y letalidad hasta la destrucción consciente de la amazonia y el asesinato de Michelle Franco, una pandemia trastocada en genocidio contra las masas pobres y la educación emponzoñada hasta el paroxismo por la doctrina seudo científica de la lucha contra las “Teorías de Género”. Paradójicamente, en Argentina ha venido a triunfar una derecha nueva que prefirió aliarse al más tradicional Opus Dei o los Legionarios de Cristo del Ministro y Senador Bullrich, por lo que el Presidente Empresario, del Cardenal Newman, es una expresión de lo más rancio y medieval de la Iglesia Católica. En otra paradoja inexplicable, en atacando la imagen del evangelismo, El Reino termina trabajando a favor de la empresa religiosa que más se vería perjudicada por el ascenso evangelista, el Vaticano.

Es posible, no lo negamos, pensar en hogares de niños pobres y huérfanos que son violentados por sus pastores evangelistas, por qué no, si la mayoría de estas religiones están basadas en dogmas y prácticas que utilizan las sensaciones de víctimas de traumas sicológicos , físicos y emocionales para manipularles con ofertas de paraísos de amor y aceptación ligados a la fidelidad irracional y pérdida absoluta de la subjetividad. Lo mismo que le sirvió al catolicismo para explotar la inocencia de jóvenes obreres y campesines en todo el mundo durante milenios, es método igual de aprovechable por cristianos evangélicos, sionistas judíos y taliban muslimes. No obstante ello, la realidad argentina se comprende mejor sabiendo que hubo un Padre Grassi y una Fundación Felices los Niños (las imágenes de la ficción nos han llevado a los informes policiales de principios del 2000 que terminaron con la cárcel del religioso y el escandaloso encubrimiento de Bergoglio y el Vaticano) o un Instituto Próvolo en Mendoza y La Plata para venirnos más en el tiempo hacia la actualidad, que también está demasiado difuminada en las herramientas de metaforización de la serie.

Quizás en ese desliz en la identificación del villano, acertada en un punto como demuestra la reacción coherente de ACIARA (quien promovió el lobby en su momento contra la aplicación de una Educación Sexual Integral laica), haya un límite político que se termine expresando en los límites de narración y personajes que ya señalamos.

 

Una pequeña esperanza

 

El Reino tiene un valor inestimable: se juega la ropa a fondo para abrir un surco. A pesar de no superar el nivel estético alcanzado por el género en la industria local, estilo las mejores producciones policiales de PolKa o Telefé en los últimos quince años, o las producciones de Campanella, sin lograr alcanzar la vara plantada bien alto por Damián Szifron a nuestro gusto (los personajes y escenarios de Tiempo de Valientes, 2005, llegan a ser arquetipos de la policía y el sistema judicial argento, incluída una perfecta sátira de la vieja SIDE), El Reino es una apuesta necesaria para una industria de escriteres, actores y actrices y realizadores audiovisuales que en nuestro país es desmedidamente desproporcionada en cantidad y calidad comparada con la posibilidad de encontrar trabajo permanente y difusión. Si El Reino logra abrir un renglón al género policial, como la esperadísima producción de El Eternauta de Oesterheld setenta años después puede abrir al género fantástico, estaremos ante los primeros escalones de un futuro auspicioso para el arte y les artistes.

Digo, porque me emociono imaginando series de Ladrilleros o Una muchacha muy bella, para citar dos clásicos de les enormes Selva Almada y Julián López, o sueño con la posibilidad de flashar la saga de la Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara en maratón de findesemana o el éxito que pueden tener series detectivescas con guiones de Leo Oyola o Kike Ferrari, para mencionar escritores con contrato en Random House, lo más alto que puede aspirar une escritere de ficción local. Debajo y detrás hay centenares de miles más, piensen sólo una serie con distintos casos cada capítulo investigados por la protagonista de Cometierra, de Dolores Reyes, ayudada por su novio cobani en aventuras por todo el conurbano nuestro.

De hecho, si hay una línea argumental en El Reino que nos cerró casi por todos lados es la aparición de la fantasía pura y honesta del pibe que comanda una bandita de pibes chorros en alegoría con Jesús y sus doce apóstoles, seguidores de El Pescado (simbolizado con el pez de los griegos, ichtus, que les primeres cristianes en la clandestinidad del imperio romano usaban para reconocerse en secreto, ya que sus letras funcionaban como acrónimo de Iesus Christi Salvatori y su simple dibujo permitía ser reproducido como un garabato invisible pero efectivo ante la mirada del Estado, y que ahora identifica a los dueños evangelistas de los autos que llevan su calco en la culata) que lucha con sus milagros para sacarlos de las garras de la policía, que los obligan a choriar a destajo para las comisarías, y que busca refugio en la religión evangelista hasta que es traicionado por Peretti. Una especie de exaltación del misticismo popular devoto del Gauchito Gil en torno a un Luciano Arruga elevado a Mesías contemporáneo.

El actor que interpreta a El Pescado es de un rostro y una composición de estilo virginal, de pureza e inocencia pero también de fuerza serena, un cristo que la autora ubica entre la juventud pobre de nuestras barriadas obreras, que es puesta en situación de ser explotada sistemáticamente por un sistema social que le provoca hambre, miseria y que es empujada a la descomposición social, la violencia, la delincuencia como medio de supervivencia para narcos, transas, policías y religiosos que deberían cuidarles. Sirve también para alimentar una veta fantástica que refresca la tensión del policial y desvía la imaginación hacia otros caminos posibles, acompañando y reforzando esta sensación con la aparición por primera vez de paisajes naturales bellísimos pero rústicos, ásperos, que nos dejan respirar con los personajes y soñar un futuro, una libertad casi imposible. Y finalmente, para cubrir a sus auteres con una coartada propia de los departamentos de legales de las productoras, ya que la ficción no ataca la religiosidad popular y las raíces místicas de las religiones, sólo denuncia a quienes se aprovechan de esa fidelidad popular para el mal.

Puede ser. Aunque también puede ser que nuestres artistes no piensen otra cosa que eso mismo, que los fundamentos mágicos de la religiosidad popular son admirables y que lo único malo con las religiones es que construyan empresas millonarias, estafen a sus feligreses con montajes fraudulentos y aprovechen para lavar guita de negociados poco santos. Lo mismo pasó cuando León Ferrari (QPD) sufrió el ataque inquisidor de la Iglesia Católica ante su muestra en el Centro Cultural Recoleta en el verano del 2004/5, se defendió de la censura argumentando que denunciaba las inconsistencias del dogma y no las creencias religiosas ni a la Iglesia.

Nos parece que las acciones político estéticas de la intelectualidad argentina no han llegado a ser lo suficientemente profundas, audaces e irritantes contra el enorme poder que las empresas religiosas tienen en el control de nuestra sociedad precisamente porque se pone este límite en el cuestionamiento de las raíces mismas del fenómeno. Un límite que demuestra un respeto excesivo a nuestro parecer para con les feligreses de sistemas ideológicos responsables de genocidios que todavía continúan frente a nuestros ojos. La verdadera esperanza para nosotres, pensamos, está en la creatividad irreverente demostrada por las juventudes feministas en plazas céntricas, avenidas y templos emblemáticos del poder en los Encuentros Nacionales de Mujeres y a lo largo de toda la lucha contra femicidios que estallara desde el 3 de junio del 2015 hasta la pandemia.

En las nuevas generaciones el grito de libertad no se detiene ni política ni estéticamente frente a los pruritos de la democracia liberal y respetuosa de las instituciones. De esas fuentes frescas surge no sólo el poder sino también la imaginación creativa, cuyo único destino posible es alguna vez la victoria definitiva contra el poder eclesiástico, sea de la fé irracional que sea, en nuestra sociedad. Nuestra pequeña esperanza es que hechos artísticos como El Reino abran a la vez un camino para la profesionalización de millares de artistes y producteres y un canal para la expresión de las capas jóvenes de nuestra sociedad que gritan contra la opresión y explotación insoportable ejercida por el Estado y las Iglesias en nuestro país en los últimos quinientos años.

Para que El Reino del Estado Clerical se caiga de una vez y por todas.