Una lectura de Las Malas, de Camila Sosa Villada, Tusquets Editores, Buenos Aires, 2019.
La
publicación de Camila Sosa Villada por Tusquets es un hecho artístico y
político relevante pues ilumina la realidad actual del mercado editorial y el
campo literario en la cultura hispanohablante. Es indudable que se han
complotado la fuerza poética del arte de Camila, reconocida actriz del exigente
circuito teatral argentino y popular en las redes sociales, con la expectativa
de ventas que las editoriales interpretan de la inagotable marea feminista que
golpea todos los pilares de la conciencia en nuestro país y el mundo.
Lamento
sin embargo oponerme aquí a las mezquinas interpretaciones del mercado comercial
y de alguna crítica segura: Las Malas
no llega al parnaso editorial por una combinación episódica de tendencias
políticas y avidez comercial, se trata de una excelente poesía novelada sobre
el amor y la capacidad humana más fascinante, la de rearmarnos después de las
peores experiencias, la que alimentó las grandes mitologías, el Fénix, Isis y
Osiris, y el Eterno Retorno entre las más conocidas. Hay, en el tema y la forma
escogida por la autora para narrar, un hecho artístico que merece las mejores
vitrinas para divulgarse, sin que esas pomposas marquesinas y el seguro éxito
de ventas de este libro menosprecien por un segundo su valor estético.
Dicho
esto, también se trata de un manifiesto político del transfeminismo que actúa
en un doble sentido: como denuncia contra el poder social que persigue y
pretende victimizarlas y como guía para quienes estamos atravesando la difícil
transición de género aún en penumbras. Es una flor nacida del ghuetto pero con
un trabajo estético que lo trasciende y lo hace universal. Un hecho estético y
político que merece ser celebrado y continuado.
Divinidades de la muerte y la transmutación
La
vida tiene la tendencia de repetir patrones como el gato de Shrödinger todo el
tiempo. La misma realidad puede ser vista de dos maneras absolutamente
distintas por dos sujetos que miren desde lugares opuestos.
Un
Chamán del Alto -excelente persona, astuto, luchador, capaz de la más infinita
sabiduría y usina de ternura- me contó este verano al pie del Ambato, que en
las provincias “arribeñas” (como se le decía en tiempos coloniales al único
país de valles montañosos que corre desde Córdoba hasta Tarija, atravesando los
hermosos Valles Kalchakíes, imperados por la cutura kakán hasta la invasión
española del siglo XVI, que conoció la zona como Gobernación o Intendencia de
la Córdoba del Tucumán) los changos tienen un creativo insulto popular para los
putos: huanquero. Derívase de la costumbre genética de un escarabajo
común que elabora bolitas de materia fecal, lo que vendría a identificar a los
seres humanos masculinos que aman amar a seres de su misma condición y “genética”,
como los “empuja caca”.
Tan
desagradable y dañino como cualquier insulto diseñado para herir, a la vez que
sencillo y obtenido de la minuciosa observación del vasto reino de la vida.
Porque es cierto, el escarabajo wankero hace eso, elabora materia fecal,
trabaja con las heces de otros animales como medio de sostener su vida material
con esa forma en este planeta. Y lo viene haciendo hace miles de siglos.
Mire
cómo será la humana percepción de la realidad, que hace cinco mil años, en otro
valle igual de vital pero mucho más profundo y extenso, a más de veinte mil
kilómetros cruzando el Atlántico y el Sahara rumbo al oriente, los fundadores
del eterno Kmet -que llamamos Egipto- consideraban a ese mismo escarabajo, no
alegoría cruel de la burla, sino sagrado ejemplo a seguir. El Imperio
de Kmet sobre la faz de la Tierra se debió a ese enorme torno y útero
serpenteante que es el majestuoso Nilo quien desbordaba en el verano boreal
(entre el 21 de junio y el 21 de setiembre) y durante esos meses fecundaba con
su limo glorioso, un semen barroso y putrefacto, las tierras circundantes a su
cauce, generando las condiciones para una economía agraria de trigo y cebada de
exportación a toda la zona conocida como la Medialuna de las Tierras Fértiles durante cuatro milenios.
Todo
muy lindo pero la historia humana no tiende a recordar lo que preguntaba el
obrero que lee de Brecht: a quienes se encargan de inseminar y hacer parir la
tierra húmeda de limo sagrado. Y entre esos quiénes, les seres humanos, que le
sacaron mayores frutos, respetaban y seguían la sabiduría de los insectos,
reptiles y mamíferos que colaboraban con el desarrollo cíclico y contradictorio
de ese ecosistema. Halcones, bueyes blancos, cocodrilos y chacales, todes
tuvieron su lugar en el antiquísimo panteón pre-agrícola de nuestres ancestres
más arcaicos.
Khepri (pronunciado
Jepri, del verbo jeper: llegar a ser, transformarse, devenir) gobernaba en el mundo
desconocido de los muertos, desde cientos de miles de años, cuando curioses
homo sapiens se maravillaron de la importancia de los escarabajos estercoleros
o peloteros para la reproducción cíclica de la vida del universo. Pues la
materia que se descompone al sol y en la humedad, necesita de estos pequeños
seres cubiertos de un exoesqueleto duro, piel de armadura, para separar los
nutrientes de los deshechos de la mierda y gracias a ellos transformar la
porquería acumulada durante siglos y milenios por el sagrado Río Nilo, hijo de
las primeras aguas madres, Nun, eyaculada sobre la sagrada tierra de Kmet
haciéndola negra, el color de la vida en esa cultura ya muerta. Algo más,
pensaban que los escarabajos se creaban a sí mismos, porque salían de los
agujeros yermos del desierto y la árida montaña, donde no había ningún
alimento.
Efectivamente, el estercolero empuja una bola de mierda hasta un
agujero inhóspito y en la bola pone sus huevos, que se alimentan sin ser vistos
de esa bola de mierda, de ese sorete místico, y aparentan aparecer de la nada.
Les egipcios le adoraron en Iunu –también conocida con su nombre griego
Heliópolis, primer capital hace tres mil años del Nomo 13º y barrio periférico de
la actual El Cairo- como la divinidad que se auto-crea.
Khrepi,
el devenir, el regenerador de la vida desde la muerte, fue una de las tantas
caras regionales del Sol del Amanecer, también Ra. Quien todas las mañanas
carga sobre sus patas delanteras con arte circense y capacidad olímpica, el
disco solar más encarnado, más oscuro, el que emerge de la profundidad de la
tierra negra de la vida. No habría vida cada nuevo día sin el esforzado trabajo
de Khepri, el “empujador de la vida nueva, de la resurrección”.
Qué
sociedades tan diferentes y tan parecidas. Cinco mil años después, los hijos de
los últimos pueblos agricultores de las tierras kakán han perdido una parte
importante de su conciencia a golpes furiosos de espadas y látigos, que atontan
tanto como embrutecen los de cruces y pantallas.
La
narradora de Las Malas nos ha
parecido una nueva versión de la antiquísima literatura universal sobre la
resurrección, lo que ahora llaman “resiliencia”, pero no una en la tradición
clásica occidental llena de épica broncínea y rimbombante, una más cordobesa,
más realista, que no renace de sus cenizas después de un fuego purificador y
angelitos con pomposas trompetas de oro, una que se auto-crea, se hace a sí
misma en medio de la bosta donde la insertaron de prepo, su familia, su pueblo
y el Estado.
Una novela universal
Sin
embargo la naturaleza es generosa y sigue provocando mutaciones diversas. En
medio de toda una sociedad con mierda en la cabeza y las uñas, una artista
cordobesa viene creando las más bellas flores. Actriz de cine y teatro, Camila
Sosa Villada a los 37 años ha llegado a la cúpula del mercado literario de
habla hispana al publicar su novela Las
Malas en la prestigiosa colección de Tuts Quets. Y de alguna manera al
escribir esta novela ha reencarnado el espíritu del Khepri arcaico. Aunque ella
ha elegido otro infierno para construir la metáfora y el hilo que enhebra y da
sentido, el río donde transcurre su historia.
Debería
haber dicho trama en lugar de hebra, aunque se trata en realidad de una
corriente de agua donde cabalgan episodios de una vida que podrían leerse
aislados del resto, uno por cada tarde de otoño, reservarse perfectas etapas
del año para los otros. Todavía no hemos dicho que Camila Sosa Villada nos ha
compartido las impresiones que dejaron en su espíritu (palabra pomposa e
inexacta) las escenas de su propia biografía, la transformación de un ser
socializado como varón por su familia natural, la escuela y el pequeño y pacato
pueblo de las sierras cordobesas donde le tocó nacer y que desde temprano
decidió defender una fuerza interior muy nítida, la de una identidad
transfemenina y transfeminista, en sus propios términos, una orgullosa trava.
Decidí
no empezar esta reseña por el hecho obvio que se encarga de resaltar la crítica
y la publicidad editorial, no porque no haya sido lo que llamó mi atención para
adquirirla a un elevado precio en el stand de Planeta de la última Feria del
libro de Buenos Aires, ni porque la autora esconda un segundo esta identidad.
Porque creo que esta novela es mucho más que una ficción autobiográfica de una
identidad trans, sino una conexión con una filosofía mucho más universal, el
dolor de una vida en la que el amor cuesta tanta violencia, si alguna vez
llega.
Pero
además se trata de un manifiesto político que se emparenta con las grandes
crónicas del centenario naturalismo de anarquistas y socialistas utópiques,
describiendo la descarnada vida de una estirpe de oprimides y explotades.
Camila nos conmueve como las historias de les africanes esclavizades en nuestro
continente en los últimos quinientos años, con las madres pobres de fábrica o
lavadero, con las familias campesinas pobres de todas las eras humanas, como
las historias de la Sloha o el martirio armenio. Es una crónica de una estirpe,
de un pueblo perseguido y martirizado.
Es
mucho dolor el que Camila ha decidido reelaborar con su pluma (que antigüedad).
Y lo hace con un estilo muy particular, que le ha valido su primer premio
literario, el elogioso prólogo de un erudito, Juan Forn. Porque es cierto que Las Malas viene a hacer un aporte fresco
y novedoso a la literatura, porque su estilo es poético y muy propio. Ella
pinta frescos muy íntimos y claros, por más brumosos y amargos que sean,
esquelas de su vida atravesada por las distintas etapas de reflexión consciente
sobre ella. Recoge retazos de su lastimada sensibilidad y les canta, los
arrulla, son poesía narrada en prosa.
Como
unas aguafuertes de Arlt pero con menos desapego y crueldad con les
protagonistas. Con ternura a sus aciertos y desaciertos, pero con verdadera
furia contra sus enemigos. Es como si hubiese tomado la decisión de repetir los
mecanismos que la llevaron de muy joven a esconderse en una obra abandonada,
ruinas modernas, y coserse unas viejas cortinas robadas a la casa parental. De
la misma manera la autora ha sabido tejer un hermoso edredón sobre su propia
piel de papel y ha tenido el coraje para compartírnosla.
Otro
aporte a la literatura es que coloca como pocas la voz de las travestis, su
cultura, en una literatura que suele tratarles como partes del decorado de una
escena criminal en “los márgenes” de la sociedad. Floreros de la decadencia,
mencionadas por autores de prestigio como varones disfrazados, caricaturas
ignorantes y deshonestas cuando no prejuiciosas y violentas se vomitan en
papeles y obras de cine y teatro denigrando una y otra vez. Camila hace que ese
castigo injusto y póstumo encuentre resistencia en el mismo terreno ficcional.
Y el fulgor de sus armas vence en la batalla una y mil veces. Nuestra propia
Cris Miró para quienes soñamos ser escritorxs y mariposas.
Realidad desnudada
Camila
Sosa Villada cumple con las condiciones para ser artista “impuestas” por el
inmortal Oscar Wilde en el extinto siglo 19, a saber: desnudarse sin prejuicios
morales. Nos muestra su piel y cómo ha decidido coserla para dejar de ser quien
otres deseaban que fuese y ser ella misma. Nos desnuda su lucha, sus dudas, sus
heridas todavía sangrantes y algunas ya cicatrizadas. Cuando une lee una obra
de arte así no para de asombrarse y preguntarse qué tipo de coraje hay que
tener para desnudarse de esta forma ante tantas personas.
Sea
cual fuere, une debe estar agradecide. Porque Camila lo hace con tanta
honestidad que a través de su piel podemos comprender muchas cosas distintas.
Podemos ver desde las catacumbas más podridas el verdadero carácter de nuestra
sociedad. Camila ha tomado la metáfora universal de Dante Alighieri en su Divina Comedia del 1300 para mostrarnos
e rostro oculto y verdadero de quiénes somos. Su novela comienza y termina en
el bosque del Parque Sarmiento de Córdoba Capital, alter ego de la selva oscura
en la que Dante empieza su historia, nel
mezzo del camin de nostra vita, en las puertas del Infierno. Allí conoció
la narradora de Las Malas al primer
grupo de travestis que la adoptaron como familia, su clan, su manada. Todo el
libro es un homenaje, un mármol y bronce para sus amigas.
Del
mismo modo que Dante pide la compañía de su maestro Virgilio para entrar y
salir vivo de tan increíble experiencia, Camila nos lleva de la mano y nos
muestra los horrores de una vida castigada por la violencia de toda la sociedad
y la forma extraña y bella que el amor elige para emerger de esa cloaca.
Y
recorriendo sus recuerdos con el clan de la Tía Encarna, su matriarca travesti,
huida de la represión franquista de la posguerra civil española y sostenedora
material y emocional de toda la familia trava de su costado del Parque, en una
pensión que si no califica para un paraíso eterno, al menos haya sido para
estas mujeres travestis y trans un purgatorio soñado. La pensión muta también
de forma en cada etapa de su vida ese edificio rosa cubierto de un jardín
selvático como el de Medusa o un laberinto para perder la violencia machista
del patriarcado extramuros.
Como
Dante, Camila ha ido al lugar donde vive la muerte y ha regresado para
contarnos las historias de quienes viven ahí. Sabido es que Dante retrató en los
distintos ambientes y niveles de su inferno
las conductas de sus contemporáneos, actuando como un dios que dictamina cuál
de tus acciones definió tu paso por la tierra, cuál deberás pagar eternamente y
por cuál serás recordade. En ese doble juego de crear y juzgar, Camila no juzga
nunca a las víctimas y despedaza frente a nuestros ojos a los demonios para que
nunca podamos esquivar sus nombres cuando los volvamos a ver. El Estado, a
través de la Iglesia Católica que llamaba a llenar la isla Martín García de
travestis y maricas como cuando en la colonia se encarcelaban presos políticos;
a través de los medios que siguen volviendo a asesinarnos cada vez que ponen la
identidad antigua y abandonada para organizar la crónica roja a donde entierran
nuestra existencia; los políticos, sus jueces y funcionarios, su maldita
policía, las inmobiliarias, los jefes que nos maltratan en el laburo y los que
nos niegan el laburo por ser quienes somos; la misma familia de mierda que nos
quiere poner un chaleco de fuerza a palos para que nos adaptemos a sus ideas de
quiénes somos.
También
es un aporte fundamental a una reflexión casi ausente incluso dentro del
transfeminismo, los detalles propios de una comunidad que comienza a
reflexionar en voz alta sobre su propio género. Alguna vez leí a Lohanna
Berkins lamentarse del tiempo que exigía la lucha por derechos elementales como
el trabajo y la identidad le restaba tiempo a debates sobre la concepción del
cuerpo travesti, de la sexualidad travesti. Las
Malas es una verbalización poética de esos caminos aún o explorados
sistemáticamente.
La
tragedia de la maternidad de la Tía Encarna, simboliza esta lucha cotidiana sin
cuartel entre el propio deseo y la supervivencia. Quien lucha a brazo partido
por su más íntimo deseo desde una situación de explotación y opresión
comparables sólo con la vida de judíes en el ghuetto de Varsovia, siempre tiene
la espada de Damocles sobre su cuerpo: resignarse y adaptarse para sobrevivir o
morir siendo fiel a sus principios. En ese combate cotidiano que nunca es tan sencillo
ni tan binario, Encarna elige como puede un camino. Camila no juzga a las
víctimas ni las decisiones que pueden tomar en una sociedad que ofrece un
cargador semivacío. Pero nos ofrece la historia descarnada, para que podamos
también, razonar sin juzgar a la hora de enfrentar nuestras propias decisiones
trágicas.
Borges,
autoridad reconocida por todes les integrantes del campo literario, sostenía
que lo menos importante de la Divina Comedia era su aspecto de manifiesto
político, es decir, su realismo. En un sentido parecido, Abelardo Castillo
sostenía en El escarabajo de oro que
la literatura debe ser buena o mala literatura, no importando su funcionalidad
política o si estaba escrita por varones o mujeres. Humildemente, creo que Las malas cumple con los criterios
formalistas de Borges y Abelardo precisamente porque comparte la esencia de la
obra de Alighieri, ser un testimonio lúcido y poético de su género y de su
clase social, la voz poética de una oprimida en medio de un cruel transfemigenocidio
mundial. El arte como lo entendemos algunes, es mucho más poderoso cuando se forja en la
fragua de la lucha como arma para el combate colectivo.
Renacimientos
Camila
nombra a sus heroínas, sus amigas, sus amantes, sus madres, sin concesiones
pero con ternura, no reproduce más violencia sobre su memoria. Su poesía muta
en formas y colores cuando la atraviesa el amor y sus amigas son bellas aves,
furiosas lobas y perras guardianas. Camila nos ofrece, como sancionan Marlene
Wayar y Susy Shock en la contratapa del libro (un bello objeto vale señalar),
una excelente muestra de la cultura travesti en estos pagos.
Hay
un recurso literario, poético, muy interesante en esta decisión de la autora,
ya que la zoomorfía de les personajes funciona como alegoría y también como
construcción ficcional. Es decir, puede ser leída en los dos sentidos. Como
alegoría tiene la fuerza pedagógica de las fábulas griegas y la mitología universal
o los zodíacos babilónico y chino. En les animales escogidos hay una
transmutación de características que pueden llegar con mayor eficacia a la
comprensión lectora que un tratado científico. Al mismo tiempo, construye una
descripción genuina y lúcida del universo creativo travesti y su permanente
revolución performática de las expresiones identitarias, que elabora monstruos
maravillosos y fascinantes para enriquecer la diversidad creativa humana.
En
esta novela, Camila desenvuelve con armas literarias la cultura de un pueblo
oprimido, de una parte de nuestra población que se construye a sí misma con lo
que tiene a mano y da batalla cada segundo de su vida para existir. Si
sobrevive, claro, al sufrimiento psicológico de una vida de miradas correctivas
de cada ciudadane que se siente gendarme de la heteronormatividad, si no la
devoran los cafishios, la yuta, el maltrato hospitalario, las ets, la silicona
barata o el aceite de avión, en fin, los novios transfemicidas. En su novela,
la autora desarrolla una búsqueda permanente del conocimiento de sí misma y su
comunidad, y por lo tanto de quiénes somos todes, les travestis como colectiva,
como comunidad, pero además y sobre todo, cómo es la sociedad en su relación
con esa comunidad, como se define y re define a partir de lo que decide hacer
con esa comunidad. Esta construcción de seres nuevos con los materiales a
disposición crea el poder del glamour travesti, de encontrar los caminos para
celebrar la vida en medio de tanto dolor, lo que su amiga/hermana Angie
sintetiza en la Fiesta Travesti.
La
contracara necesaria de esta actitud revolucionaria, comparable a la
creatividad musical de las poblaciones afroamericanas que transformaron la peor
realidad inhumana capaz de ser vivida bajo la esclavitud en la base rítmica de
casi todas las músicas populares del mundo y buena parte de las cultas, es el
poder de la trasparencia. Ese poder que toda travesti o femineidad trans está
obligada a desarrollar para atravesar la cotidianeidad diurna, en las colas de
los trámites, en los negocios de barrio, en los transportes públicos, sin
colapsar ante la lluvia ácida de las miradas que pretenden corregir la
irreverencia de gestos y vestimentas que las malas gentes atribuyen a otros
cuerpos. El ojo blindado que perseguía a Luka.
Transparencia
que cuando no funciona debe dar paso a otra respuesta muy propia del género, la
Furia Travesti. Buena parte de la novela funciona como una irrefutable defensa
del odio de clase y de género, energía re-elaborada a partir de la nefasta
materia prima de violencia transodiante y clasista recibida durante toda una
vida:
“El tumor de nuestro resentimiento. La
amargura de nuestra orfandad. El lento homicidio cometido sobre las de nuestra
especie, las zorras, las lobas, las pájaras, las brujas. Voy a repetirlo a
pesar del pecado literario: y también las ganas de matar. Muy fuertes,
provenientes de un lugar desconocido y sin nombre, l madre de nuestra
violencia, allá en el fondo de nuestra memoria, todo ese registro olvidado en
el proceso de desensibilización al que nos sometíamos día a día para no morir.”
(pgs. 154-155)
También
voy a compartir la irreverencia literaria y decir que es saludable y
refrescante leer una apología de la Furia Travesti, de la necesidad de apelar
al propio sufirmiento y transformarlo en una violencia distinta, una violencia
que defiende a les oprimides frente a los opresores, una violencia de género
pero también de clase, porque la novela también subraya que no es lo mismo
sufrir el castigo de la heteronorma cuando se nace en una familia desposeída de
los medios materiales de supervivencia que cuando se transiciona entre las
posibilidades económicas de las clases sociales gobernantes.
Poder
de Transparencia, Fiesta y Furia, son elaboraciones de la autora que ha
trabajado mucho sobre sus propias experiencias vitales y la de su comunidad sin
perder la capacidad de transmitir esas vivencias desnudas de esa elaboración
posterior. Si usted ingresa al universo trans-travesti desde esta novela puede
encontrar caminos para profundizar esa mirada sublime sobre la niñez que
engrandece toda la obra asistiendo a la obra de Marlene Wayar. Los pasajes en
que describe la violencia paterna sobre su familia -que me recordaron la
desgraciada vida de esa familia de inmigrantes irlandeses en los ghuettos
yanquis del siglo 19 y 20 de Las cenizas
de Ángela-, mantienen una tensión en todo el libro reflexionando sobre la
niñez. Bandera de guerra de Wayar en su lucha porque recuperemos la empatía con
nuestra infancia y todas las infancias maltratadas del mundo, pero no para
llorar la suerte desgraciada sino para re-elaborarse a une misme y renacer.
Otra vez nuestra Dante/Khrepi cordobesa nos lleva al fondo del abismo para mostrarnos
los caminos de la vuelta a la vida:
“Para morir se debe preparar la casa, recibir
al niño que supimos ser. Saber pedirle perdón por tanta traición cometida, por
tanta mentira, por tanta sistemática decepción, por el rumbo perdido, por tanta
belleza pasada por alto.” (162)
Y
una capacidad de amar pocas veces vista en seres tan castigados por el malamor
y el desamor, por la maldita soledad. Leer a Camila Sosa Villada, en esta
novela, en su Facebook, donde sea que ella imprime su mirada, es sentirla
narrar con la voz arenosa del tiempo y la nostalgia, contarse un tango o un
fado, que es tango para voces femeninas
y una saudade que, aunque marinera, es más cordobesa que la nostalgia porteña.
Porque les portugueses añoran el pasado con el sabor amargo de los marineros en
tierra firme, les que nunca volverán a morir en el útero salado original.
De
alguna forma Camila sobrevivió y cruzó el Leteo para contárnoslo todo. Cumplió
con creces el recado de sus hermanas que no sobrevivieron, las ha convertido en
leyenda compartiendo su verdad al mundo. Así las libera y las redime del olvido.
Generosidad y ternura que hablan de una escritora madura y sensata, que aunque
no parezca sabe con certeza donde dirigir su ira y dónde perdonar y seguir.
Pero también hay que decir que se transmuta en una Tía Encarna, y acoge a miles
de personas que estamos caminando con dolor y desconcierto pasos que a ella le
costaron mucho más, pero que se parecen.
Para
alguien que esté en una transición de género tortuosa y solitaria, Camila
replica la generosidad y crudeza que tuvieron con ella sus amigas y hermanas
del Parque aquella noche que se acercó, tímida, a ese grupo de travestis por
primera vez y aprendió a defenderse en la vida. Para quienes no tienen aún esa
chance concreta del abrazo, la escucha y la contención, y las figuras de una
nueva identidad todavía se le escapan de las manos detrás de los primeros
torpes rituales, Las Malas puede ser
también un manual, no una Biblia, una Torá ni un Kurám pero sí un mapa de
Sherezade para el vuelo de las mariposas. Los diarios íntimos de una oruga
armada de flores y garras, de una diosa que se ha transformado para devenir,
para re-elaborar la vida con la mierda de su propia muerte.
En
sus palabras:
“El lenguaje es mío. Es mi derecho, me
corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío.
Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo,
a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas
veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este
mundo.” (pgs. 172-173)
Guerrera
y cronista de la composta universal donde somos triturades y nos re-hacemos les
oprimides de este maldito mundo.
Camila Sosa Villada, diosa de la resurrección, guía en el infierno, guardiana de Parque Sarmiento, te agradecemos por regalarnos este hermoso hrönir que es Las Malas, te adoramos y prometemos seguirte en Instagram y Facebook hasta el fin de los tiempos y la caída del cistema pakitalista mundial.