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jueves, 11 de julio de 2019

Nace una heroína en el Gran Buenos Aires

Una lectura de Cometierra, de Dolores Reyes, editada por Sigilo en Buenos Aires, 2019.

(Crédito: Santiago Saferstein)
Hay reseñas que deberían escribirse con la emoción de saberse testigue de un nacimiento asombroso, no sé, como si en medio del pueblo la estrella más brillante se colocase justo sobre el establo del vecino donde una familia refugiada y perseguida acaba de dar a luz. Luego puede ser que une se rescate que estuvo ahí el día que nació el tipo que iba a salvar a la humanidad entera de sus pecados o simplemente se tratase de otro campesino más del montón que iba a ser ajusticiado por sublevarse contra el imperio hambreador.

Ante Cometierra podríamos sostener la misma fascinación inicial sin saber todavía el destino de esta impresionante narradora que acaba de dar a la imprenta su primera novela, Dolores Reyes, modelo ´78. Se trata de un mazazo emocional, afectivo y sensitivo que no puede pasar desapercibido para ningune lectore, pero que afectará especialmente a las mujeres obreras como la autora. Y además es una promesa de presente para lo mejor de la literatura hispanohablante, una muestra de su vitalidad y capacidad creativa. Un excelente augurio.

Empatizar la muerte


Seguro a usted le pasa que los días de tristeza profunda, que no se pueden gambetear o suspender debajo de la rutina alienada, necesita algo que le permita sacar el dolor de adentro hacia afuera. Como si algunes necesitásemos comprender la tristeza para metabolizarla y poderla llorar. El arte ha tenido siempre ese “valor de uso” para mí conciencia. Un lenguaje que me permita comprender un sentimiento que me aturde, me bloquea, me inhabilita emocional y racionalmente, para que pueda fluirlo y no se me estanque y se me pudra dentro.

En la adolescencia sentía eso con Strange days (1967) y buena parte de la obra de ese gran poeta hippie que fue Jim Morrrison y su banda The Doors. Con más desarrollo en la conciencia una vez que leí Elegía para Ramón Sijé (1936) de Miguel Hernández, nunca más pude sentir la muerte de otra forma, con otras palabras, con otras imágenes.

Hasta ayer, que comencé a leer Cometierra no bien cerré la puerta mágica de la hermosa librería boutique que atiende Laura -la mejor vendedora de literatura de esta ciudad- y me subí al libro como a una alfombra mágica por Almagro hasta cruzar el Parque del Centenario y llegar a casa.

Porque la narradora de Cometierra actúa como un embrujo gitano o yoruba y una vez que une está en clima no puede desprenderse hasta el final. Toda la novela está contada desde el punto de vista de una niña que justo en el pasaje hacia la adolescencia es conmovida por el dolor más desgarrador. El relato de un mundo violento visto desde un discurso sin mucha variedad de palabras, por momentos seco, duro, por momentos tan tierno que duele a quien "ya sabe" y está curtide. Siempre exacto, honesto, sin dobles interpretaciones aunque respetando la ambigüedad de aquéllas cuestiones (el tiempo, por ejemplo, el amor también) que la autora sabe que esa niña no podría precisar con exactitud. Una voz que va madurando en palabras al mismo ritmo que madura la conciencia de esa niña frente las experiencias que la van transformando en mujer joven. Casi sin darnos cuenta, la autora va sembrando en la conciencia de sus lectorxs las pistas imperceptibles de una voz que va mutando de a poco pero con contundencia hasta el final, en cada decisión que toma para revertir su destino, o asumirlo.

Y en esa conciencia limpia de represiones e hipocresía, que habla como siente y viceversa, la voz de la narradora va madurando con el personaje y sus vivencias. Se va dando cuenta que la violencia del mundo sigue un patrón de repetición, una constancia: golpea sobre las mujeres obreras. Y golpea diferente que cuando golpea sobre los cuerpos de otras personas oprimidas y explotadas como ellas. Es una violencia particular, una violencia que envía un mensaje claro y contundente a todas las demás de esa condición. Un mensaje que esta sociedad invisibiliza hipócritamente pero que imprime con crueldad y claridad hasta para la tierna comprensión de una niña: sos un objeto para la voluntad absoluta de los varones.

Hay en esta novela el respeto de un concepto que aprendí de la activista Laura Carboni en la presentación de la obra de otra artista genial, Daniela Di Bari: denunciar la violencia con la que esta sociedad intenta someter a las mujeres sin violencia. Dolores Reyes no cae nunca en el morbo, no ofrece ningún costado posible para que una lectura desviada pueda regodearse en el sufrimiento o peor, disfrutar del placer del victimario. Concepto tan bien defendido por Lucrecia Martel en su defensa de las decisiones políticas que tomó en su obra cumbre Zama, de 2017, cuando explicó por qué había decidido no incluir la escena de violación tan recordada de la novela de Di Benedetto. 

La clave para lograr esta voz tan particular, tan exacta, creo que se ubica en dos esfuerzos muy particulares y sumamente difíciles de lograr para cualquiera. Un trabajo artesanal y minucioso en la herramienta para comunicar, en la palabra y la selección de imágenes. Estamos frente a una novela largo tiempo macerada en la conciencia de la autora y muy corregida. No demasiado corregida para que les lectores sientan la distancia emocional que se debe sentir frente a una pieza de laboratorio, no. Aunque se trate de la primera obra y une lo sepa, nunca sentimos que estamos frente a un ejercicio novato, no se ven las costuras.  

El segundo elemento es el más difícil, porque no hay seminario que lo pueda otorgar. Es que Dolores Reyes ha elaborado su propio dolor. El océano de emociones en el que nos envuelve –uterinamente hay que decirlo- sólo se puede construir después de un maduro y seguramente doloroso proceso de empatía con el propio dolor. En la obra de Dolores hay un contacto sublime con su propia experiencia sensible como mujer obrera, como niña-joven-madre sacudida por la violencia machista de esta sociedad.

Finalmente, el otro éxito que permite que cualquiera que haya transitado un poco por el barro de este rincón del planeta se sienta adentro, plenamente identificade, es el ambiente en el que transcurre la trama. Se trata de una novela del conurbano, con sus ranchos de cemento a falsa escuadra rodeados de un patio con mburucuyás y barro podrido, de humedad y trenes, de rutas poceadas y galerías comerciales surgidas del intento fallido de imitar shopping centers con dos mangos. Otro gran mérito de la autora es cómo ha pasado por el tamiz de su narrativa las sensaciones táctiles y olfativas de su propio mundo cotidiano. Una novela que emborracha la sensibilidad de sus lectores con agua y tierra, en la que los cuhillos y las facas relucen en la oscuridad, en la que el acto tan sencillo de leer se transforma en algo parecido a nadar o correr por las vías y terraplenes. Es una novela para sentir en la carne casi sin racionalidad, como los recuerdos concientes de un sueño, o pesadilla.

Hilando con maestría todas estas piezas que une desmenuza brutalmente en la reseña, una trama argumental propia de la mejor herencia literaria argentina, esa mezcla de trhiller sicológico y novela negra (antes llamada policial o de detectives) que parece anticipar pero simplemente intuye, un destino trágico que nunca termina de serlo, una anticipación mágica del destino que al final se rompe, un cosa borgeana de cuchillos que se buscan en las generaciones, como en El encuentro de 1970 o en el eterno retorno nietszcheano en Ladrilleros de Selva Almada de 2013.

Una literatura viva


Creemos que Cometierra es un hecho literario y político que demuestra la vitalidad de la nueva literatura argentina y vamos a intentar demostrarlo. Ya sabemos que existen obras maduras y galardonadas por el mercado editorial más exigente y criminal que existe, el de los grandes monopolios europeos que obligan a un exigente y largo trabajo de perfeccionamiento y malos contratos a les artistas para satisfacer una demanda cada vez más reducida por la cultura visual y virtual que arrasa con la costumbre de la lectura y con la capacidad material para comprarse libros carísimos. Allí están para comprobarlo las novelas de suspenso cinematográfico que desnudan la realidad de las distintas clases sociales en presencia con la maestría de Claudia Piñeiro, Leonardo Oyola o Kike Ferrari o las novelas existencialistas que auscultan las almas torturadas por la alienación contemporánea con recursos estéticos de perfecta elaboración de Selva Almada y Julián López.

Pero una literatura nueva, que combina la exigente maestría técnica demandada por un mercado editorial tirano y el exigente cánon literario de una literatura demarcada por genios de la talla de Borges, Cortázar, Laiseca, Andrés Rivera, Abelardo Castillo o Antonio Di Benedetto, sin poder mencionar en su justa medida –porque no les hemos leído- la marca de agua de autoras como Pizarnik, Olga Orozco o Sara Gallardo, necesita parir autorxs nóveles como Dolores Reyes para demostrar su fecundidad. Como ella misma lo reconoce en los agradecimientos, la técnica magistral con la que ha dotado a su sensibilidad de artista obrera, la ha aprendido y pulido al amparo del taller de escritura de Selva Almada y Julián López.

No se trata de menoscabar la originalidad y particularidad que definen esta gran obra poética y narrativa de Dolores Reyes reduciéndola a un subproducto de la genialidad de sus dos maestres, y del aporte colectivo de sus camaradas de taller. Dejamos esa chicana a la crítica erudita y bastarda, también tan típica de la cultura tradicional argentina. Todo lo contrario, se trata de celebrar una obra personal y una voz con fuerza propia surgida del intercambio horizontal de una generación de escritorxs surgidos del barro, de la lucha contra los elementos y la explotación que es capaz de ganarse un lugar en el olimpo del mercado comercial a fuerza de ser fieles a principios sublimes para darnos voz a les explotades de la tierra.

Aunque intentamos ser discípulos de Stephen King, quien señalaba con crudeza los límites castradores que la academia y los talleres de escritura imponen a las almas sensibles, debemos reconocer que existen también maestres del oficio capaces de transmitir su sabiduría con la capacidad necesaria para ayudar a las nuevas voces a encontrar su propio camino sin caer en la fotocopia o la imitación. En lo personal fue de una alegría inmensa encontrar en la lectura de Cometierra una novela que sostenga ese clima enigmático y de profundo misticismo popular que nos sacudió el alma en algunos pasajes de Chicas muertas de Selva Almada (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/una-voz-para-las-mujeres-asesinadas.html) o revivir esa fascinación infantil que nos produjeron las imágenes poéticas que sólo un artesano experto como Julián López puede construir con recuerdos de una infancia nostálgica y tierna como en Una muchacha muy bella (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/en-busca-de-la-generacion-desaparecida.html) o La ilusión de los mamíferos (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/06/amores-proletarios.html). Quiero celebrar -e invito a todes a hacerlo- que podamos leer en otras historias, no como copia sino como elaboración propia y original, esa forma de sentir y de contar que nos viene enriqueciendo la conciencia, porque sedimenta en nosotres la esperanza cierta de que tendremos una literatura de raíz obrera y bien escrita durante mucho tiempo más.

Que salga del corazón de las mujeres yunteras


Miguel Hernández me fascinó siempre porque entendía la vida de una forma cruel y realista. Poeta campesino atado siempre a la forma de comprender el universo propia de un niño yuntero. Sus imágenes escritas con las formas estéticas de la mejor poesía culta española nunca abandonaron ese apego a una esencia, a una sensibilidad forjada en el trabajo, en la vida vivida con honestidad. Un niño campesino que como raíz se hunde en la tierra lentamente, el dolor de la pérdida de un ser querido en la imagen de querer arrancar la tierra con los dientes y besarte la noble calavera.

Dolores Reyes ha construido una niña indefensa a la que le arrancan todo, a la que la vida se obsesiona en quitarle afecto, que asume la realidad de orfandad, de ausencia de recursos materiales elementales sin pedir limosna, sin llanto sufriente, una niña que va madurando usando los recursos con que cuenta, atravesando el dolor de vivir sin resignarse. Una superheroína del conurbano que utiliza el poder de su sexto sentido, una sensibilidad que sólo pueden adquirir quienes han visto la peor cara de la realidad, sensibilidad de personas dotadas con un poder,  quienes esta sociedad tacha de esquizoides o bipolares e intenta sepultar tras los muros de los manicomios y la soledad.

Dolores Reyes construye de sí misma una heroína que no se deja aplacar por la ausencia atroz de cada ser querido que se va de su vida, que se aleja dejando nada. Se agarra de cada gota, grano de arena o perfume que esa experiencia ha dejado impresa para siempre en ella y la utiliza para construir las armas con las que se defenderá del mundo. Incluso se anima a amar al macho que la excita sin juzgarse, sin autoflagelarse. No se trata de una mirada ingenua ni condescendiente, pero se pueden leer en la novela dos tipos de varones arquetípicos. El macho tradicional, que aunque maltrata tu esencia de clase te coge como a vos te gusta, el padre violento que así como te quita lo más querido te defiende de lo más temido. Pero también el otro, el hermano de sangre o de clase, que aunque criado para ser ese macho novio y padre, sin embargo se pone del lado de la empatía y el amor fraternal para ayudarte, a la par, a enfrentar una vida de mierda que les pega a ambos por igual, aunque distinto. Cabe notar, no obstante, que los varones que zafan en la novela son, además de pares, jóvenes que todvía no han sido moldeados definitivamente por el mandato patriarcal del macho adulto, y quizás resida en esa modesta realidad temporal su únicaa esperanza de redención.

No se equivoquen, Dolores Reyes no escribe por boca de ganso, no se trata de la opera prima moldeada por sus maestres o influencias. Estamos ante la primera novela de una artista que ha sabido utilizar lo que ha aprendido y admirado para elaborar su propia forma de comprender el universo y sus experiencias más íntimas e intransferibles en la lucha cotidiana de una mujer obrera, madre, feminista y activista de izquierda como se autodefine con orgullo en la solapa. Una escritora que no se ha quedado en la zona de confort de poner en otres aquéllo que desea ser, que no se ha autolimitado al ciclo de literatura o la charla de café. Ha dado el paso de madurez, se ha podido desnudar en el papel con una fuerza única que expresa lo mejor de la capacidad de las mujeres de nuestra clase para hacerse un lugar en la trinchera horrible en que nos caga a trompadas la vida. Se ha ganado su lugar en la literatura con las mejores armas. Su novela es una comprobación que llena de esperanza, que de las mujeres a las que la vida a quitado todo pueden esforzarse y luchar por combatir el sufrimiento y transformarlo en lucha, en grito, en fusil para ponerle gatillo al dolor y ametrallar desde la luna toda la mierda con la que el capitalismo patriarcal intenta sepultarnos. 

Una heroína de barro que renace de sus muertas para hacer justicia.


Esperemos con ansiedad que escriba muchas más y podamos estar vives para leerlas.

sábado, 6 de julio de 2019

La máquina perfecta de Kike Ferrari

Una lectura de –y un debate con- Todos nosotros, de Kike Ferrari, editada por Alfaguara/Random House, Buenos Aires, 2019



Cada libro es un hecho político que merece ser examinado para comprender qué nos dice, no sólo sobre su autor o la trama, sino sobre nosotres mismes, la sociedad que nos relaciona. 

Kike Ferrari (Almagro, 1972), trabajador del Subte y militante de la agrupación sindical que dirige su sindicato, ha publicado su segunda novela con la editorial más importante de habla hispana. 
Aunque este hecho ya amerita nuestro interés, el carácter estético del libro coloca a Ferrari en lo más alto de una cofradía de artesanos de la literatura hispanohablante que merece ser subrayada y celebrada. Finalmente, no podíamos soslayar que una novela escrita de forma genial por un trabajador que se identifica como clasista y revolucionario tenga como tema central a Trotsky y e trostskysmo porteño del MAS en los 80.

Un desafío demasiado grande para alguien que no se maneja con soltura en esos ámbitos. Sin embargo, usted lector sabrá comprender que nuestra única intención es abrir un debate desde una lectura personal, con todo el respeto del mundo y sin intención de cerrarlo.

Entrando por el I Ching


El provenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro,
Pero en algún recodo de tu encierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.
Jorge Luis Borges, 1975


Los chinos que lo inventaron hace decenas de miles de años, creían en la posibilidad de iluminar las conexiones invisibles que unen nuestro camino con el resto del universo. Una mente simple podría pensar que se trata de superchería new age que la depresión irracionalista occidental rumia cada tanto para salir de su hartazgo existencial, y llevan razón. Sin embargo nadie duda ya de que la Ley de la Gravedad descripta en el siglo 17 por Newton (el último alquimista) es una verdad científica que intenta explicar esa secreta comunión entre todos los cuerpos y ondas del universo.

El Libro de las Mutaciones era consultado, pues, para que cualquier mota de polvo del universo pudiera ver las conexiones que en ese momento lo sujetaban, y así mejorar sus decisiones. Lo más interesante es el método que diseñaron. El I Ching fue construido por personas que sabían –mucho antes que Einstein o Hawkins lo desnudasen- que el universo es puro caos en permanente mutación donde la única ley inmutable es que todo lo que existe muta permanentemente. Entonces ¿qué mecanismo humano puede enlazar esa mutación azarosa un segundo para iluminar el destino?

Se tomaban los tallos de un junco muy común en las costas de todo el Mediterráneo y las zonas pantanosas del sudeste asiático, el milenrama o absintya, de cuyo destilado y fermentación se prepara el Ajenjo, una bebida alcohólica alucinógena y se combinaban de forma tal que el azar vaya formando combinaciones de números pares e impares que representen líneas. Las quebradas son líneas de oscuridad, las líneas lisas, de luz. La superposición en dos tríos de tales líneas conforman imágenes que en la gramática china forman ideogramas, palabras con sentido y significado.

El milenrama fue reemplazado luego por cualquier trío de objetos con dos caras (una de luz, equiparable al dos, una de sombra, que funciona de tres) que pueden generar hasta sesenta y cuatro hexagramas combinando ocho figuras o trigramas básicos (los ocho trigramas sirven también para orientar la brújula ya que representan los puntos cardinales, se usan como calendario porque señalan las estaciones del año solar y también son el logo de Darma, la empresa fantasma de Lost). Finalmente, cada una de esas sesenta y cuatro letras puede encubrir seis lecturas particulares que cambien el sentido de la lectura original.

Como vemos, un método matemático para intentar asir un poco el sentido del azar universal. Un artefacto humano diseñado para comprender el flujo del universo.
La hazaña, o simplemente la audacia de proponérsela, maravilló a Borges, que convenció a Sudamericana en 1975 de imprimir millares de copias de un libro negro con la mejor traducción occidental posible del método y sus alcances, l de Richard Whilhelm, prologada por el discípulo defenestrado del psicoanálisis freudiano, Karl Jung y embellecida por un poema del propio sabio ciego.

La última novela de Kike Ferrari nos ha producido esa misma fascinación. Podría haberse titulado La Máquina, en homenaje al objeto que uno de sus protagonistas principales, el Gordo Caballero, gastó su juventud en crear, una máquina del tiempo fabricada con partes de viejos objetos tecnológicos obsoletos (radios, teles, celulares Nokia y notebooks Compaq Presario) para un uso muy particular: viajar en el tiempo a la tarde de agosto de 1940 en que Ramón Mercader asesinó a Lev Daidovich Trotsky con un piolet en su casa de Coyocán, en el DF. Pero Kike decidió llamarla Todos Nosotros, y en esa decisión esté oculta quizás la clave para comprender el verdadero sentido del universo del autor.

Literatura de la clase obrera


Kike Ferrari es uno de los exponentes del mayor flujo de vitalidad de la novelística hispana en el Río de la Plata desde los años setenta. Una generación nacida entre 1960 y 1980 está devolviéndole a la literatura argentina algo más que su tradicional preocupación por la forma estética, una indagación en personajes y filosofías de carne y hueso, un análisis de la propia vida en nuestro país de las clases que lo habitan, lo sufren y lo luchan cotidianamente. Eso es lo que nos emociona de Claudia Piñeiro, Julián López, Selva Almada y Kike Ferrari. Y hay muches otres que une no haya leído todavía, por falta de dinero básicamente ya que los libros hoy se compran en cuotas como los autos. Entre ellos subrayar a Leonardo Oyola, Mario Castells y Dolores Reyes quienes más nos han impactado.

Kike Ferrari se distingue por enfocar su artesanía a la construcción de laberintos perfectos con la estructura narrativa, la trama y el ritmo de la novela. Obsesivo de cada palabra como todes elles, sensible a la oralidad de cada personaje para que no se descubra que son producto de la imaginación de la misma persona y así lograr el truco mágico de la profesión: que personas que no existen cobren vida en nuestra propia imaginación y creamos que no leemos una novela sino una fiel descripción de la realidad. Todo eso Kike lo logra, y en esta novela hace una demostración de capacidad profesional que lo coloca entre los mejores escritores vivos. Esta novela, sin ir lejos, está construida desde la percepción de cada personaje, sus voces son tan distinguibles, son tan claras que la sensación es estar oyendo un coro Gospel narrando una historia  desde el colchón cacofónico.

Se trata también por momentos de un manual para escritores, donde podemos encontrar incluso los fantasmas propios de la profesión, las obsesiones y angustias de quienes se dedican a esta particular orfebrería. La novela funciona también en ese registro, mostrando el alma desgarrada de un novelista y la contraparte de una periodista de crónicas policiales que sueña su gran salto en una entrevista primicia.

Kike se distingue, volvemos a subrayar, en otro lado, en la construcción de la trama. Ya lo había logrado en Que de lejos parecen moscas, premiada en 2013 por uno de los mayores tribunales de novela negra en el mundo, el de Gijón. Si allí creímos haber leído la novela policial perfecta, en la que el asesino se devela en la última línea sin que ningune lector sea capaz de descubrirlo antes, a pesar de contar con todas las pistas a la vista, en Todos nosotros creemos que Kike ha logrado lo inverso: construir un laberinto perfecto, del que no hay salida posible, ni centro alguno.

Es eso, un artefacto humano, una creación artesanal de joyería y precisión relojera, que no empieza ni termina nunca y que empieza y termina varias veces, incontables, inasibles. Una genialidad.

Claro que habiendo publicado algo así Kike Ferrari ha venido a sacar de la nostalgia a les lectores que amamos la novela. Escrita y publicada entre 2016 y 2019, mientras los últimos grandes maestros morían, Andrés Rivera, Ricardo Piglia y Abelardo Castillo, treinta años después de que Julio Cortázar y Borges no pudieran seguir haciéndonos estallar el cerebro en mil pedazos o Soriano y Viñas tocándonos la fibra del alma nacional, muy lejos de los grandes cronistas de la ciencia ficción y la realidad política, como Walsh, Conti, Oesterheld, Kike Ferrari ha venido a cerrar la brecha, a ocupar el sitio vacante, a bancar los trapos de una literatura muy específica, hecha de los mejores atributos técnicos aportados por la alta cultura y con la sangre de la realidad latiendo viva en el papel.

Obras como las de Ferrari, Piñeiro, Almada o López permiten sacar a una nueva camada de escritorxs de la orfandad. Desde nuestro punto de vista, esto se debe a que han sacado a la literatura de la torre de marfil donde se esfuerza por encerrarla el Rey Padre (el Estado) por medio de la academia y la universidad. Es notable que estes autorxs colocan las mejors herramientas del arte “sagrado” de la literatura al servicio de historias que interpelan el presente político de nuestra sociedad. 

López indagando sobre el desamor y el abandono infantil que provocan un país fabricante de familias desaparecidas (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/en-busca-de-la-generacion-desaparecida.html) y trabajadores alienados (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/06/amores-proletarios.html), Selva Almada indagando en las capas más oscuras y terroríficas de la violencia contra las mujeres pobres (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/una-voz-para-las-mujeres-asesinadas.html); la misma Piñeiro, quizás de les nombrades quien se coloca con mayor claridad en una condición de clase diferente, la pequeño burguesía acomodada, pero que vende millares de copias de historias que indagan políticamente nuestro presente, desde la crisis de la clase media en el menemismo (como en la premiada Las viudas de los jueves de 2005) hasta el ascenso de la nueva política de la derecha macrista y el fracaso del alfonsinismo (en Las maldiciones http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/11/maldita-burguesia.html)

Quiero arriesgar una hipótesis después de tres años de sistematizar una lectura de la nueva literatura nacional. Se comprueba de nuevo que la vitalidad estética o formal surge del carácter de clase y la conciencia política de les escritorxs venidos de las clases explotadas y las fracciones de las clases oprimidas de nuestra sociedad. Estes escritores, incluso aquéllos que no pretenden nada más que “entretener” a sus lectorxs -como puede ser Leonardo Oyola-, amasan sus obras con la experiencia viva de la lucha por existir y acometen la maestría del oficio dirigido por la aristocracia literaria y la vida asumida sin presiones económicas ni afectivas con el tezón y el ahínco específicos de quienes estamos obligades a luchar sistemáticamente para obtener las garantías mínimas de supervivencia.
Kike Ferrari es quizás la mejor prueba que tiene hoy la clase obrera en Argentina para justificar esta hipótesis.

La Máquina


Con esos recursos en Que de lejos nos había legado una revisión de la burguesía argentina desde el genocidio videliano hasta el menemismo, un radiografía extrema y sutil que nos explicaba el presente que vivimos con más impacto que la tediosa lectura de papers en la facultad. Con el vértigo de la crónica policial y el thriller del mejor cine (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2016/12/hay-que-matar-al-presidente.html). Ahora, nos viene a hablar de nuestro pasado, nos viene a hablar de una parte importante de nuestra izquierda, la que jugó su vida a todo o nada entre la salida de la dictadura videliana y la caída de la URSS, la que se ilusionaba con la revolución democrática en todo el mundo, mientras revisaba todo lo que había amado del rock de los 60 y 70 delirando punk y metal, ska y sicodelia, la juventud del asalto al Cuartel de La Tablada, Semana Santa y Cemento.

¿Qué hubiera pasado si en lugar de darle bola a los mejores elementos de un plenario de la juventud del MAS a fines de los 80 y acompañarlos a una asamblea de obreros del Subte para iniciarse en la vida política, Mario, uno de los alter egos del autor y protagonista de la novela, hubiese decidido bancar el delirio de pastillas y alcohol del loco más desquiciado del partido? Por ahí viene la selección de Kike, que no ahorra crueldad para describir lo que tode trotsque conoce en responsables políticos hijos de la clase media progre y culta de capital jugando al rockerito y al pequeño Lenin, las razones miserables que muchos militantes encubren para justificar su “entrega total a la causa”, las frases malditas que obligan a esa entrega y en lugar de explicar y formar deforman y desgastan. La parte religiosa del culto a la revolución socialista adorada por jóvenes sin rumbo en medio de su vacío existencial.

Kike se reserva la piedad para sus camaradas de carne y hueso, rotos por la vida como él mismo a esa edad, que hacían lo que podían tratando de ser lo más sinceros que creían poder ser. Y ese gesto a Kike lo enaltece. Se trata del mínimo respeto por un pasado doloroso y frustrado que se le puede pedir a un ex militante. 

Entonces Kike decide darle bola al delirio de un personaje que actualiza en 1986 al líder de Los siete locos de Roberto Arlt de 1929, el astrólogo Erdosaín. Un ermitaño recluido en su departamento financiando toda su operación delirante y obsesiva con delitos menores pero sistemáticos, estafas de haker del subdesarrollo, que construye una máquina del tiempo y convence a toda una regional de militantes, rockeros y laburantes jóvenes para organizar el viaje de Mario al 20 de agosto de 1940, para vaciarle un cargador al asesino de Trotsky justo antes que cruce la puerta de la tan visitada casa del revolucionario ruso en México.

Este es el lugar de la reseña donde corresponde volver a decir que las buenas historias son imposibles de espoilear. Por otro lado, coincidimos con Pierre Menard en aquéllo de que por más que alguien repita la misma historia de otro, nunca serán iguales. Y la forma que eligió Ferrari para contar este delirio es imposible de describir.

Un rasgo personal de esta nueva generación de escritores es que se permiten la irreverencia de meter en sus historias elementos de la cultura popular que nos han formado en la adolescencia, camino que nos entusiasmó a varios después del éxito de las novelas tan bien escritas de Leonardo Oyola que trajo a la Liga de la Justicia a vivir en Isidro Casanova para describir con absoluto realismo la descomposición social en la que se crió en Kryptonita (Random House, 2011) o la influencia de la filosofía de las canciones populares en esa demoledora y violenta realidad en road movie que desnuda la vida al margen de la ley pero en el corazón del capitalismo en nuestro litoral que es Chamamé (2017, Random House). 

En Todos nosotros Ferrari también juega con el homenaje a la ciencia ficción de masas que sintetiza en los diálogos de los dos amigos que encaran una aventura tiempo-espacio mentando a Volver al futuro (Zemekis-Spielberg 1985) sin que le tiemblen los dedos a la espera de críticas banales sobre los alcances del plagio y boludeces por el estilo. Ya que como bien ha dejado asentado Jorge Luis en Tlön no existen los autores individuales y todas las historias del mundo son versiones de la misma historia, imaginadas por una sólo mente universal y polifacética. La mención no es gratuita, toda vez que Ricardo Piglia supo enseñarnos que la literatura fantástica muta definitivamente en occidente después de los cuentos de Ficciones y El Aleph entre fines de los 30 y 40 y alcanza el paroxismo –decimos nosotros- en Julio Cortázar de los 60 y 70.

Como también estuvieron los Jorge Gelman, Humberto Constantini, Roberto Santoro o Manuel Puig para enseñarnos que mezclar tango, box, carreras de burros, fútbol, el cine de Hollywood y el teatro de revistas en nuestras novelas, cuentos o poesías no sólo no debería ser considerado un crímen contra la propiedad privada intelectual sino acto de orgullo y transparencia. Porque en el fondo nuestra conciencia, nuestro sentido del gusto y el placer, nuestra imaginación individual, no son más que el resultado de la amalgama de aquello que leímos, miramos y disfrutamos cuando niñes y adolescentes.

Es que Kike Ferrari o Loyola son herederos de una tradición literaria que tiene raíces profundas en el periodismo proletario del siglo 20, de Roberto Arlt a Rodolfo Walsh, su literatura está marcada a fuego por obras maestras como la ciencia ficción de Germán Oesterheld o la revista Fierro, y han descubierto que la verdadera máquina del tiempo la han construido no ya los científicos locos que inspiraron centenares de novelas febriles como ésta sino les mismes escritorxs. La literatura, el cine, son la artesanía necesaria para transportar una conciencia a la experiencia sensible de recorrer el tiempo y el espacio sin salir de la cama acolchada o la placita en primavera. Eso que el enorme Julio Cortázar dejaba establecido en su genial La vuelta al día en 80 mundos de 1967 como el tiempo del escritor (de les escritorxs en realidad) que permite mezclar pasado, presente y futuro mientras se juega con un teclado en las horas que arrancamos al trabajo alienado para otros.

Todos nosotros también puede ser leída como una continuidad de esas grandes literaturas fantásticas infinitas que adoraba Borges: la Ilíada, Las mil y una noches, la Divina Comedia, la Biblia o el I Ching, y como tal, como heredera y continuadora de una tradición, puede decirse que con suma maestría y oficio Kike Ferrari ha construido un bello hrönir, se ha colado en el mismo sótano que Daneri y nos ha traído de vuelta una selfie suya con el Aleph debajo de la escalera.

Los soldados de Nahuel


Ahí Kike toma otra decisión política clave: ¿qué haría un equipo de revolucionarios trotskistas si tuviera en sus manos una máquina del tiempo? ¿Iría a asesinar a Stalin antes de las purgas? ¿Mataría a Hitler? Claro que no, porque los troscos saben –porque leímos Por qué no di un golpe de Estado contra Stalin- que las condiciones estructurales, las grandes leyes del universo social y económico que fabricaron a Stalin o Hitler lograrían crear a alguien similar que ocupe su lugar. Entonces elige matar al sorete de Mercader y permitir que Trotsky siga vivo lo que la naturaleza y la suerte le permitan. En la esperanza ingenua que su capacidad de comprensión de los fenómenos políticos complejos como el fin de la Segunda Guerra Mundial, los procesos de Yalta, la revolución China y Cubana, quién sabe si la primavera del 68 lo encontrasen clarificando las esperanzas de millones de jóvenes revolucionarios y en esa chance la URSS no hubiese colapsado y Fukuyama no hubiera tenido tanta razón con eso del fin de la historia.

Toda la novela es el homenaje de Kike a su generación. En eso también se coloca en la senda de grandes novelas como Los Mandarines (1954), de Simone de Beauvoir, La conspiración (1938) de Paul Nizan, o más cerca Dar la cara (1962) de David Viñas, Los robinsones (1946) de Roger Plá y la genial Los pasos previos (1974) de Francisco Urondo. En esos homenajes construye sin embargo un personaje monstruo, compuesto de todas las virtudes y defectos que Kike ama, idealiza y pretende encarnar el mismo, un hombre cansado de luchas y derrotas pero no derrotado del todo, con espíritu rebelde y aventurero como los anarquistas expropiadores, los zapatistas del 10 o los antifascistas en la España del 36, macho a la Heminway, con las costuras desagradables de esa masculinidad fálica de fusil y habanos a la vista, sin enmascarar, desastroso para construir relaciones afectivas, desapegado de sus hijes (Esteban, el nieto de Trotsky el único niño en una novela repleta de referencias menores a paternidades, y por lo mismo el único varón no fálico de la novela) y enfocado en la obsesión de contribuir  la revolución socialista siempre, ya sea que lo encuentre luchando en la calle, el sindicato o en la literatura.

No se trata de un descubrimiento ni de una falsa interpretación forzada, el propio autor llena la obra y el paratexto de referencias llenas de admiración de discípulo por el escritor mejicano Pedro Ignacio Taibo II , Secretario de Arte y Cultura de la dirección del MORENA y flamante director del Fondo de Cultura Económica del último gobierno centroizquierdista de América Latina, el del presidente mexicano López Obrador.

Creemos que con el título elegido Ferrari intenta enfocar el prisma que ha construido para que un haz de luz blanca ilumine este sentido: todos nosotros son las historias de los militantes izquierdistas frustrados por la derrota de los 70 y 80 intentando seguir el combate en el nuevo siglo. Por eso no se trata de una novela épica, porque no se maneja con la esperanza e ilusión de una victoria futura, llena de banderas rojas y puños en alto. Ferrari y sus personajes son escépticos, rozan el cinismo existencial de un Camus aunque siempre tiran un tiro más al final, no confían ciegamente en un esencial atributo de las masas obreras y campesinas, desocupadas y esclavizadas, capaz de encontrar los caminos para la toma del poder en todo el mundo y la construcción de una sociedad socialista, el Paraíso de la Humanidad en la Tierra. En sus bocas no pasa de un vano deseo repetido con sarcasmo en cada brindis, no un juramento de gladiadores antes de salir a la arena.

Todos ellos, toda esa generación derrotada y trágica que no baja los brazos aunque no está segura de qué banderas mantener flameando, es así como Kike la describe. Se trata de un artista que ha cavado hondo en sí mismo, ha bajado a los infiernos a dialogar con sus demonios y retornado como el Dante a contarnos lo visto. Kike no puede ser acusado de mentiroso, de depresivo o pesimista. Cuenta con maestría lo que ve, lo que siente. Y como bien dice Oscar Wilde, al desnudarse en el papel, desnuda magistralmente a los que son como él.

En la vida trágica de Trotsky esta generación se mira al espejo y ve reflejada su propia esencia. Condenados por sus propias ilusiones derrotadas con el derrumbe de la URSS y del MAS, se identifican con el POUM y los derrotados españoles del 36, con la Revolución Traicionada en la Rusia soviética o el México que asesinó a Emiliano Zapata. En esa lectura entienden que hay que seguir luchando, y viven el drama de artista, del intelectual que idealiza la lucha frontal de los héroes románticos como Durruti, Severino Di Giovanni o Ernesto Guevara aunque estén dedicados a la computadora y los libros. En Ferrari no hay culpa alguna y su máquina perfecta sirve para mantener vivas esas historias y traerlas al presente para continuar su lucha. La literatura es su trinchera y desde allí sigue francotirotándose con el enemigo común.

Corre el riesgo, esta generación, como en la novela, de quedarse atrapada en el pasado. La melancolía es la antesala de la depresión y la parálisis mucho más que una puerta a la nostalgia. Todos ellos pueden quedar entrampados en la reivindicación del heroísmo individual y colectivo de quienes intentaron el Paraíso en la Tierra en las peores condiciones sin delimitar con claridad errores de aciertos. Hay en Todos nosotros una reivindicación póstuma del democratismo de toda la izquierda argentina bajo el alfonsinismo (a excepción del Partido Obrero, como bien se señala en la página 64), que tuvo en Nahuel Moreno al cuadro que “mejor y más rápido lo vió”, transformando al “PST, un partido bolche a la vieja usanza, en el MAS”. Ferrari no ve en ese democratismo que reventó la continuidad histórica de las corrientes trotskistas y guevaristas en los 80 por maquinitas electorales sin programa la explicación del derrumbe moral y político de su militancia luego de la caída de la URSS y la muerte del líder. Se trata de un contrapunto con el balance de otro militante morenista y genial escritor, Mario Castells (Rosario, 1975), que en una cruda y violenta confesión publicada por Caballo Negro en Córdoba, su nouvelle Apparatchiks de 2017, encuentra debajo de las toneladas de depresión, machismo, descomposición, merca y faccionalismos en el oportunismo electoralero de la dirección de la juventud del MST de los primeros años después del argentinazo de 2001, las causas políticas de la descomposición de su generación de “fundides” (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/03/poesia-de-la-descomposicion.html).

El balance político de Ferrari guía las elecciones estéticas y narrativas en la construcción de su máquina y de su viaje. Alguien que hubiera concluido que precisamente la destrucción del bolchevismo y su reemplazo por el democratismo y la demagogia fueron las causales políticas de la tragedia hubiese usado la máquina del tiempo para evitar que el ejército de la República Socialista de Weimar asesinara cobardemente a Rosa Luxemburg, por ejemplo, para que su perspectiva anti-electoralista pudiese reconducir la revolución en Alemania hacia la perspectiva de la naciente URSS y juntas evitar las dos cabezas de la hydra, la de Hitler y la de Stalin.

O para explicarlo en una metáfora popular, en lugar de viajar a pasado para disfrutar en el estadio a la máquina del River de 1940, como flashea Mario/Kike en su novela, nosotres hubiésemos preferido llevar a toda la sufrida hinchada que tardó 18 años en ganar un campeonato y dos décadas en levantar una Libertadores en la máquina del tiempo para que disfruten de la final de gloria bochornosa de noviembre a diciembre de 2018.

Otres nosotres


Debo reconocer aquí que yo también estudio y consulto periódicamente el I Ching como el delirante trosco que encarna el Gordo Caballero, que tira unos dados especiales y ante cada decisión importante consulta talmúdicamente una edición específica de Historia de la Revolución Rusa. La acidez del chiste no es nueva, ya Monty Python en los sesenta hacía la sátira de los jóvenes intelectuales pequeño burgueses que escuchaban a los Beatles, apoyaban a Cuba y a Mao y se tiraban el I Ching cada media hora. La puñalada de Kike se dirige no contra el oráculo chino sino contra esa maldita manía y defecto intelectual de la militancia de izquierda (cada corriente con su librito, Trotsky, Lenin, Mao o Stalin, el joven Marx o Castro, Freud o Lacan y ahora las pobres Rosa Luxemburg, Clara Zetkin o Alexandra Kollotai). Tara y defecto que contribuyen a anquilosar el pensamiento en la gris cita de autoridad, enterrando la posibilidad del pensamiento propio, la vitalidad de la crítica de las propias acciones, la búsqueda de la verdad por encima de quién la sostiene o la niega.

Como confeso aprendiz del I Ching no me sorprendió la aparente casualidad de comprar y leer Todos Nosotros justo el sábado 29 de junio de 2019, cuando el Comité Central del Partido Obrero reprodujo en su portal electrónico un extenso Boletín Interno detallando una serie de acusaciones durísimas de corrupción ética, moral y política contra uno de sus principales fundadores, Jorge Altamira y una asamblea de más de trescientxs militantes que reclamaban el derecho a constituirse como una fracción opositora a la fracción oficialista.
Las casualidades no existen. Si otra novela vuelve a meterse con el asesinato del más importante dirigente de la Revolución Rusa después de Octubre (el propio Ferrari recopila la pila de estudios, ensayos, novelas y películas que se produjeron sobre este hecho tan puntual de la vasta historia humana, aunque las jóvenes generaciones recordarán más rápidamente El hombre que amaba a los perros del cubano Padura antes que La segunda muerte de Ramón Mercader del español Semprún) es porque la principal editorial del mercado literario hispanohablante, la germana Random House, interpreta en ese 30 por ciento de la población que todavía puede pagar sus libros un enorme porcentaje que tiene o ha tenido un paso por la izquierda, que tiene o ha tenido un sueño de que todas sus miserias se terminen con la construcción de un mundo socialista.

La crisis del último gran partido nacional leninista-trotskista “duro” que quedaba en la región ha conmovido profundamente a la “opinión pública” porque el ascenso de las ideas y sentimientos anticapitalistas en el mundo y Argentina –constatable a partir de 2010- no ha sido ni una moda, ni pasajera aunque el bolsonarismo rampante de hoy nos engañe pensando lo contrario. En eso también Kike ha entroncado con el exacto momento histórico para cumplir esa demanda sartreana de su querido Rodolfo Walsh, en la que se le pide al intelectual popular y revolucionario que comprenda, antes que nada, y ayude a comprender su tiempo presente, las vivencias de su propio pueblo.

Entonces vamos a dejar la reseña de la obra literaria que tanto placer intelectual y estético nos produjo para meternos a debatir sobre las imágenes políticas que nos ha disparado.

En sí mismo, el I Ching, como la Biblia o las mil y una noches, son textos infinitos que alimentan la imaginación humana. El problema no está en ellos, como tampoco en las grandes obras de los teóricos y prácticos de las más grandes epopeyas humanas, las revoluciones obreras y campesinas del siglo 19 y 20, sino en el uso que se les otorgue. La novela de Ferrari también se puede leer con hedonismo en la clave del viejo lector de novelas de caballería que se transforma en uno de sus personajes tan amados, clásico inventado por Cervantes seiscientos años antes que Kike comenzara a bocetar la suya. Kike Ferrari flashea con los elementos que estimularon su propia conciencia, las historias de revolucionarios trágicos y románticos que ha leído y absorbido con pasión lindante en la locura. Es él mismo, como el guerrero manco del decadente Imperio Español, un novelista que navega las aguas del imperio que soñó con ser y no pudo, de esa marea roja que tenía destino de dar un salto en la evolución humana y se tronchó.

En un punto del viaje común decidismos distanciamos de los hombres descriptos con tamaña creatividad y perfección por Kike Ferrari. Aunque el autor tome distancia crítica y consciente del fetichismo de su juventud por esos tomitos de la colección de Anteo donde leímos a Lenin y encontramos la explicación de todas nuestras penas y alegrías (en el colmo de la maestría Kike le da vida a uno de ellos, llevando al paroxismo esa máxima del oficio del escritor que consiste en colocarse exactamente en el punto de vista del personaje que construye, casi al borde de la esquizofrenia; el Capitulo III entero ha sido una bisagra en mi lectura de la novela y en entendimiento de esta crítica al mismo tiempo una revision de mi propia biografía militante, por lo que agradezco haberme cruzado con él y seguir leyendo) la novela construye un laberinto nostálgico para los héroes trágicos que todavía luchan, una especie de tango perfecto con personajes de No habrá más penas ni olvidos o Una sombra ya pronto serás, ambas joyas de un Osvaldo Soriano que también pinceló con una calidez cruel los sinsabores de la generación que sobrevivió a la masacre de sueños de los sesenta y sucumbió ante las promesas traicionadas de la “revolución democrática” del 83.

De esa nostalgia perfecta el peligro es no volver nunca. No poder sacar conclusiones del dolor, distinguir con claridad qué cosas dejar para siempre en el pasado y qué cosas traernos de vuelta para este presente que es el único, sacando las ilusiones ficticias, que habitamos. Si al fin y al cabo el asesinato de Trotsky nos ha legado quizá su mayor enseñanza, que no debemos arrodillarnos nunca ante los hechos consumados, que no debemos tomar por definitiva ninguna derrota. Quizás el mejor aporte de Altamira sea esta última quijotada/trosqueada por el centralismo democrático enfrentando a quienes quieren jubilarlo y mandarlo para el olvido antes de tiempo, cincuenta y cinco años después de haber fundado una organización encarar una lucha titánica contra el aparato que él mismo alimentó. Pavadita de viaje.

Hay entonces un debate político abierto por esta genialidad literaria. Uno que amerita también afinar la crítica.

Todos nosotros es una descripción realista de una cultura política que ha sabido dirigir y formatear la conciencia de su militancia. Los protagonistas son hombres que construyen su autoconfianza en el poder de penetración de su falo, que confunden su fusil, su piolet o su pistola sindicalista catalana con su virilidad, que grafican el éxtasis de la victoria en la penetración de la pija dura, potente, invencible y usan la metáfora del pene fláccido para ilustrar sobre sus crisis existenciales, su depresión, su desamor, han fracasado ya hace tiempo, precisamente porque no se han detenido a cuestionar esa forma de encarar la lucha.
En esa épica del macho procreador que se remonta al rayo de Zeus o la maza de Thör hay una filosofía de la construcción política que viene haciendo agua hace décadas entre la izquierda. La obsesión en construir grandes partidos hipercentralizados y todo poderosos no para de procrear super hombres (hasta en sus versiones más caricaturescas, como el mismo Stalin a quien George Orwell supo rebajar de su pedestal con astucia del niño frente al traje del emperador en Rebelión en la Granja). El súper macho, el líder eterno, el Viejo Fundador, el Espíritu Creador de Hegel no logran desarrollar las potencias individuales de miles de millones de seres creatives que somos quienes realmente ponemos en movimiento los engranajes más indescifrables de la maquinaria social humana.

Coincidimos aquí con una mirada como la de la intelectual con mayor influencia política en el pensamiento de las nuevas generaciones de luchadorxs de nuestro continente, la antropóloga Rita Segato, quien desde otra tradición política revuelve la reivindicación de experiencias de construcción colectiva horizontales, fraternas y federales (como cada tanto vuelven a aparecer en tiempos de crisis de las grandes esperanzas centralizadas sueños que duraron poco como el socialismo utópico de Fourier o Saint Simón en el siglo 17 y 18 o las sociedades de resistencia anarquistas derrotadas una y otra vez en España entre 1871 y 1839) pero se lamenta de su persistente falta de continuidad, de su inevitables crisis y cooptaciones por parte de los Estados democráticos centroizquierdistas y no logran sostener una continuidad que les permita identificar errores y superarlos (“Tema cuatro: hacia una política en clave femenina” en La guerra contra las mujeres, 2018, Prometeo, Bs. As., página 26).

Esta política masculina del centralismo cuasi militarista necesario para enfrentar en combate al Estado burgués no para de entrarnos en crisis a esos nosotros que tan bien describe Ferrari mientras que la política femenina de la horizontalidad y el desarrollo concreto de relaciones sociales, económicas, afectivas y políticas federativas no terminan de coagular nunca en les otres nosotres que estamos intentando parirnos de nuevo para dejar atrás toda la toxicidad cancerígena de las tragedias románticas que nos formateaeron.

Es más sencillo escribir aquí que construirlo, pero creemos que la clave pasará por el día que construyamos los puentes entre esos nosotros y estes nosotres para lograr la superación dialéctica de ambos en organizaciones que puedan conjugar esa alquimia que les trotskistas llamamos centralismo democrático. Quizá la presente crisis del Partido Obrero tenga la virtud de ofrecer a las generaciones que luchan hoy –de todos las corrientes políticas- una máquina del tiempo que actualice todos los debates desde la primera Asamblea Internacional de Trabajadores entre Marx y Bakunin hasta el zapatismo mexicano de 1994, las banlieurs argelinas y los chalecos amarillos de París entre 2006 y 2019, los indignados españoles del 2008 y las asambleas populares porteñas del 2001, la primavera árabe de 2011 que todavía se desangra hoy en Siria y el Kurdistán.

Apostamos a encontrarnos en ese debate.

León León, qué grande sos


El materialismo dialéctico de Demócrito y Confucio, de Marx y Engels me han convencido de que todo lo que existe está unido por leyes imperceptibles a simple vista que organizan la vida del universo y son plausibles de ser comprendidas para tomar mejores decisiones. Pero lejos de abandonarme en un racionalismo esquemático de la lógica cartesiana, mis mejores maestres me han hecho abrazar la idea más difícil de aprehender en su totalidad: que las leyes del universo se mueven sin un destino inmutable, que están en permanente cambio y revolución y que los paraísos fijos, así como las derrotas absolutas, no existen.

Y este es el fondo de nuestra distancia con los hombres de Todos nosotros, porque aunque mataríamos una y mil veces a Ramón Mercader o a Pedraza, a Hitler, a Stalin o a Perón, si tuviésemos la chance, no creemos que la sola y gigantesca capacidad de análisis del Viejo León hubiese alcanzado para que logremos revertir la caída de la URSS. Aquí el problema es que los mecanismos que forjan la capacidad humana colectiva para transformar la realidad, la asamblea, la camaradería y fraternalismo, las redes humanas que potencian la creatividad individual y provocan que florezcan mil flores (y no una gran y todopoderosa flor con forma de pene erecto) son las que se caen y no logramos reconstruir. Nos estaría fallando eso. Y ahí los intelectuales tienen un mayor trabajo que hacer que sólo encontrar los lineamientos profundos de las leyes que mueven la economía o la política. Faltan les investigadorxs y divulgadorxs, les traductorxs y editorxs que puedan viajar al pasado para encontrar los vestigios de las grandes organizaciones colectivas que construyeron las hormigas de la clase obrera y el campesinado sin ningún conocimiento técnico más que estrategias e ideas surgidas de la lucha cotidiana contra el Estado.

En ningún kiosco de revistas, en ningún colectivo productor de memes se reproducen de forma accesible para las grandes masas las historias que nos recuerden nuestra propia capacidad para organizarnos y transformar la realidad. No es parte del acervo cultural cotidiano de las masas oprimidas y explotadas de argentina por ejemplo esa fabulosa construcción de sindicatos anarquistas y comunistas desde el barro mismo hasta la Semana Trágica, se desconocen las luchas y organizaciones capilares que construyeron las grandes huelgas políticas que obligaron al Estado a ceder los derechos laborales en 1946. Carajo si somos el país que setenta años después todavía idolatra al Gran Líder y su Esposa y desconocemos la verdadera historia que se enmascaró debajo de esos mitos modernos.
La tragedia de Trotsky y sus herederos sigue tropezando con el mismo escollo, la incapacidad para sostener el centralismo democrático, es decir, una forma de organización política de militantes, de activistas, de luchadores con la eficacia de un ejército que de millones de hormigas que “golpea como un solo puño” pero que se sostenga no en la dictadura más o menos agresiva de una cúpula de dirigentes que concentran la verdad y la autoridad, sino en la fuerza emanada de eses centenares de combatientes, su creatividad y sus capacidades individuales potenciadas por la experiencia colectiva.

La historia humana, y la argentina en particular, dan muestras sobradas de que cada generación ha hecho un aporte significativo de personas comprometidas, solidarias, ingeniosas y llenas de amor que con suerte o sin ella no han dejado de luchar. Si la derecha cínica tuvo que diseñar ese pérfido sentido común que dice que para ajustarse a la maduración biológica a los veinte hay que ser de izquierdas y después de los treinta de derechas, es porque todas las generaciones envían densos contingentes de jóvenes al asalto de las normas que sostienen la explotación, el hambre, el odio y la miseria. Esos nosotros en un sentido más amplio, somos legión, siempre. Pero nos han arrancado la memoria de nuestra lucha pasada, efectivamente como supo decir Walsh, nos expropian también la conciencia histórica de nuestra identidad.

Abandonar toda esperanza –como reza la puerta del infierno en la pesadilla de Dante- nos parece una condición fundamental para encarar el presente sin el peso de los fracasos del pasado impidiéndonos avanzar –parafraseando a Marx-. Suscribiendo a Lenin para comprender todas las veces que sea necesario que sin el poder de la maquinaria colectiva más impresionante inventada por nuestra especie, el Estado, todas nuestras ilusiones son muy bellas cuando bien contadas, pero inútiles para garantizar las condiciones materiales que nos permitan ser libres de verdad, a todes y para siempre. Sabiendo con Trotsky también que el poder infalible de la cúpula dirigente es otra ilusión desastrosa y organizadora de derrotas, cosa que Rosa ya había discutido en su crítica al estatuto leninista que permite la intervención del CC en los círculos. Y que la revolución, además de ser socialista y construir el comunismo desde el primer día destruyendo al Estado, debe ser permanente y mundial, o será traicionada.


Exigiendo hoy, al fin de cuentas, con la querida Rosa, que mañana haya socialismo en todo el mundo, para que sepultemos para siempre en el pasado esta barbarie capitalista que no para de matarnos. 

Que así sea.