Una lectura de –y un debate con- Todos nosotros, de Kike Ferrari, editada
por Alfaguara/Random House, Buenos Aires, 2019
Cada libro es un hecho político que merece ser examinado
para comprender qué nos dice, no sólo sobre su autor o la trama, sino sobre
nosotres mismes, la sociedad que nos relaciona.
Kike Ferrari (Almagro, 1972), trabajador del
Subte y militante de la agrupación sindical que dirige su sindicato, ha
publicado su segunda novela con la editorial más importante de habla hispana.
Aunque este hecho ya amerita nuestro interés, el carácter estético del libro
coloca a Ferrari en lo más alto de una cofradía de artesanos de la literatura
hispanohablante que merece ser subrayada y celebrada. Finalmente, no podíamos
soslayar que una novela escrita de forma genial por un trabajador que se identifica
como clasista y revolucionario tenga como tema central a Trotsky y e
trostskysmo porteño del MAS en los 80.
Un desafío demasiado grande para alguien que no se maneja
con soltura en esos ámbitos. Sin embargo, usted lector sabrá comprender que
nuestra única intención es abrir un debate desde una lectura personal, con todo
el respeto del mundo y sin intención de cerrarlo.
Entrando por el I Ching
El provenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una
cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura
indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien
se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra
vida
Es la senda futura recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es
oscura,
La firme trama es de incesante
hierro,
Pero en algún recodo de tu
encierro
Puede haber una luz, una
hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios,
que acecha.
Jorge Luis Borges, 1975
Los chinos que lo inventaron hace decenas de miles de años,
creían en la posibilidad de iluminar las conexiones invisibles que unen nuestro
camino con el resto del universo. Una mente simple podría pensar que se trata
de superchería new age que la depresión irracionalista occidental rumia cada
tanto para salir de su hartazgo existencial, y llevan razón. Sin embargo nadie
duda ya de que la Ley de la Gravedad descripta en el siglo 17 por Newton (el
último alquimista) es una verdad científica que intenta explicar esa secreta
comunión entre todos los cuerpos y ondas del universo.
El Libro de las
Mutaciones era consultado, pues, para que cualquier mota de polvo del
universo pudiera ver las conexiones que en ese momento lo sujetaban, y así
mejorar sus decisiones. Lo más interesante es el método que diseñaron. El I Ching fue construido por personas que
sabían –mucho antes que Einstein o Hawkins lo desnudasen- que el universo es
puro caos en permanente mutación donde la única ley inmutable es que todo lo
que existe muta permanentemente. Entonces ¿qué mecanismo humano puede enlazar
esa mutación azarosa un segundo para iluminar el destino?
Se tomaban los tallos de un junco muy común en las costas de
todo el Mediterráneo y las zonas pantanosas del sudeste asiático, el milenrama
o absintya,
de cuyo destilado y fermentación se prepara el Ajenjo, una bebida alcohólica
alucinógena y se combinaban de forma tal que el azar vaya formando
combinaciones de números pares e impares que representen líneas. Las quebradas
son líneas de oscuridad, las líneas lisas, de luz. La superposición en dos
tríos de tales líneas conforman imágenes que en la gramática china forman
ideogramas, palabras con sentido y significado.
El milenrama fue reemplazado luego por cualquier trío de
objetos con dos caras (una de luz, equiparable al dos, una de sombra, que
funciona de tres) que pueden generar hasta sesenta y cuatro hexagramas
combinando ocho figuras o trigramas básicos (los ocho trigramas sirven también
para orientar la brújula ya que representan los puntos cardinales, se usan como
calendario porque señalan las estaciones del año solar y también son el logo de
Darma, la empresa fantasma de Lost).
Finalmente, cada una de esas sesenta y cuatro letras puede encubrir seis
lecturas particulares que cambien el sentido de la lectura original.
Como vemos, un método matemático para intentar asir un poco
el sentido del azar universal. Un artefacto humano diseñado para comprender el
flujo del universo.
La hazaña, o simplemente la audacia de proponérsela,
maravilló a Borges, que convenció a Sudamericana en 1975 de imprimir millares
de copias de un libro negro con la mejor traducción occidental posible del
método y sus alcances, l de Richard Whilhelm, prologada por el discípulo
defenestrado del psicoanálisis freudiano, Karl Jung y embellecida por un poema
del propio sabio ciego.
La última novela de Kike Ferrari nos ha
producido esa misma fascinación. Podría haberse titulado La Máquina, en homenaje al objeto que uno de sus protagonistas
principales, el Gordo Caballero, gastó su juventud en crear, una máquina del
tiempo fabricada con partes de viejos objetos tecnológicos obsoletos (radios,
teles, celulares Nokia y notebooks Compaq Presario) para un uso muy particular:
viajar en el tiempo a la tarde de agosto de 1940 en que Ramón Mercader asesinó
a Lev Daidovich Trotsky con un piolet en su casa de Coyocán, en el DF. Pero
Kike decidió llamarla Todos Nosotros,
y en esa decisión esté oculta quizás la clave para comprender el verdadero sentido
del universo del autor.
Literatura de la clase obrera
Kike Ferrari es uno de los exponentes del mayor flujo de
vitalidad de la novelística hispana en el Río de la Plata desde los años
setenta. Una generación nacida entre 1960 y 1980 está devolviéndole a la
literatura argentina algo más que su tradicional preocupación por la forma
estética, una indagación en personajes y filosofías de carne y hueso, un
análisis de la propia vida en nuestro país de las clases que lo habitan, lo
sufren y lo luchan cotidianamente. Eso es lo que nos emociona de Claudia
Piñeiro, Julián López, Selva Almada y Kike Ferrari. Y hay muches otres que une
no haya leído todavía, por falta de dinero básicamente ya que los libros hoy se
compran en cuotas como los autos. Entre ellos subrayar a Leonardo Oyola, Mario
Castells y Dolores Reyes quienes más nos han impactado.
Kike Ferrari se distingue por enfocar su artesanía
a la construcción de laberintos perfectos con la estructura narrativa, la trama
y el ritmo de la novela. Obsesivo de cada palabra como todes elles, sensible a
la oralidad de cada personaje para que no se descubra que son producto de la
imaginación de la misma persona y así lograr el truco mágico de la profesión:
que personas que no existen cobren vida en nuestra propia imaginación y creamos
que no leemos una novela sino una fiel descripción de la realidad. Todo eso
Kike lo logra, y en esta novela hace una demostración de capacidad profesional
que lo coloca entre los mejores escritores vivos. Esta novela, sin ir lejos,
está construida desde la percepción de cada personaje, sus voces son tan distinguibles,
son tan claras que la sensación es estar oyendo un coro Gospel narrando una
historia desde el colchón cacofónico.
Se trata también por momentos de un manual para escritores,
donde podemos encontrar incluso los fantasmas propios de la profesión, las
obsesiones y angustias de quienes se dedican a esta particular orfebrería. La
novela funciona también en ese registro, mostrando el alma desgarrada de un
novelista y la contraparte de una periodista de crónicas policiales que sueña
su gran salto en una entrevista primicia.
Kike se distingue, volvemos a subrayar, en otro lado, en la
construcción de la trama. Ya lo había logrado en Que de lejos parecen moscas, premiada en 2013 por uno de los
mayores tribunales de novela negra en el mundo, el de Gijón. Si allí creímos haber
leído la novela policial perfecta, en la que el asesino se devela en la última
línea sin que ningune lector sea capaz de descubrirlo antes, a pesar de contar
con todas las pistas a la vista, en Todos
nosotros creemos que Kike ha logrado lo inverso: construir un laberinto
perfecto, del que no hay salida posible, ni centro alguno.
Es eso, un artefacto humano, una creación artesanal de
joyería y precisión relojera, que no empieza ni termina nunca y que empieza y
termina varias veces, incontables, inasibles. Una genialidad.
Claro que habiendo publicado algo así Kike Ferrari ha venido
a sacar de la nostalgia a les lectores que amamos la novela. Escrita y
publicada entre 2016 y 2019, mientras los últimos grandes maestros morían,
Andrés Rivera, Ricardo Piglia y Abelardo Castillo, treinta años después de que
Julio Cortázar y Borges no pudieran seguir haciéndonos estallar el cerebro en
mil pedazos o Soriano y Viñas tocándonos la fibra del alma nacional, muy lejos
de los grandes cronistas de la ciencia ficción y la realidad política, como
Walsh, Conti, Oesterheld, Kike Ferrari ha venido a cerrar la brecha, a ocupar
el sitio vacante, a bancar los trapos de una literatura muy específica, hecha
de los mejores atributos técnicos aportados por la alta cultura y con la sangre
de la realidad latiendo viva en el papel.
Obras como las de Ferrari, Piñeiro, Almada o López permiten
sacar a una nueva camada de escritorxs de la orfandad. Desde nuestro punto de
vista, esto se debe a que han sacado a la literatura de la torre de marfil
donde se esfuerza por encerrarla el Rey Padre (el Estado) por medio de la
academia y la universidad. Es notable que estes autorxs colocan las mejors herramientas
del arte “sagrado” de la literatura al servicio de historias que interpelan el
presente político de nuestra sociedad.
López indagando sobre el desamor y el
abandono infantil que provocan un país fabricante de familias desaparecidas (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/en-busca-de-la-generacion-desaparecida.html)
y trabajadores alienados (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/06/amores-proletarios.html),
Selva Almada indagando en las capas más oscuras y terroríficas de la violencia
contra las mujeres pobres (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/01/una-voz-para-las-mujeres-asesinadas.html);
la misma Piñeiro, quizás de les nombrades quien se coloca con mayor claridad en
una condición de clase diferente, la pequeño burguesía acomodada, pero que
vende millares de copias de historias que indagan políticamente nuestro presente,
desde la crisis de la clase media en el menemismo (como en la premiada Las viudas de los jueves de 2005) hasta
el ascenso de la nueva política de la derecha macrista y el fracaso del
alfonsinismo (en Las maldiciones http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/11/maldita-burguesia.html)
Quiero arriesgar una hipótesis después de tres años de
sistematizar una lectura de la nueva literatura nacional. Se comprueba de nuevo
que la vitalidad estética o formal surge del carácter de clase y la conciencia
política de les escritorxs venidos de las clases explotadas y las fracciones de
las clases oprimidas de nuestra sociedad. Estes escritores, incluso aquéllos
que no pretenden nada más que “entretener” a sus lectorxs -como puede ser
Leonardo Oyola-, amasan sus obras con la experiencia viva de la lucha por
existir y acometen la maestría del oficio dirigido por la aristocracia
literaria y la vida asumida sin presiones económicas ni afectivas con el tezón
y el ahínco específicos de quienes estamos obligades a luchar sistemáticamente para
obtener las garantías mínimas de supervivencia.
Kike Ferrari es quizás la mejor prueba que tiene hoy la
clase obrera en Argentina para justificar esta hipótesis.
La Máquina
Con esos recursos en Que
de lejos nos había legado una revisión de la burguesía argentina desde el
genocidio videliano hasta el menemismo, un radiografía extrema y sutil que nos
explicaba el presente que vivimos con más impacto que la tediosa lectura de
papers en la facultad. Con el vértigo de la crónica policial y el thriller del
mejor cine (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2016/12/hay-que-matar-al-presidente.html).
Ahora, nos viene a hablar de nuestro pasado, nos viene a hablar de una parte
importante de nuestra izquierda, la que jugó su vida a todo o nada entre la
salida de la dictadura videliana y la caída de la URSS, la que se ilusionaba
con la revolución democrática en todo el mundo, mientras revisaba todo lo que
había amado del rock de los 60 y 70 delirando punk y metal, ska y sicodelia, la
juventud del asalto al Cuartel de La Tablada, Semana Santa y Cemento.
¿Qué hubiera pasado si en lugar de darle bola a los mejores
elementos de un plenario de la juventud del MAS a fines de los 80 y
acompañarlos a una asamblea de obreros del Subte para iniciarse en la vida
política, Mario, uno de los alter egos del autor y protagonista de la novela,
hubiese decidido bancar el delirio de pastillas y alcohol del loco más
desquiciado del partido? Por ahí viene la selección de Kike, que no ahorra
crueldad para describir lo que tode trotsque conoce en responsables políticos
hijos de la clase media progre y culta de capital jugando al rockerito y al
pequeño Lenin, las razones miserables que muchos militantes encubren para
justificar su “entrega total a la causa”, las frases malditas que obligan a esa
entrega y en lugar de explicar y formar deforman y desgastan. La parte
religiosa del culto a la revolución socialista adorada por jóvenes sin rumbo en
medio de su vacío existencial.
Kike se reserva la piedad para sus camaradas de carne y
hueso, rotos por la vida como él mismo a esa edad, que hacían lo que podían
tratando de ser lo más sinceros que creían poder ser. Y ese gesto a Kike lo
enaltece. Se trata del mínimo respeto por un pasado doloroso y frustrado que se
le puede pedir a un ex militante.
Entonces Kike decide darle bola al delirio de un personaje
que actualiza en 1986 al líder de Los
siete locos de Roberto Arlt de 1929, el astrólogo Erdosaín. Un ermitaño
recluido en su departamento financiando toda su operación delirante y obsesiva
con delitos menores pero sistemáticos, estafas de haker del subdesarrollo, que
construye una máquina del tiempo y convence a toda una regional de militantes,
rockeros y laburantes jóvenes para organizar el viaje de Mario al 20 de agosto
de 1940, para vaciarle un cargador al asesino de Trotsky justo antes que cruce
la puerta de la tan visitada casa del revolucionario ruso en México.
Este es el lugar de la reseña donde corresponde volver a
decir que las buenas historias son imposibles de espoilear. Por otro lado,
coincidimos con Pierre Menard en aquéllo de que por más que alguien repita la
misma historia de otro, nunca serán iguales. Y la forma que eligió Ferrari para
contar este delirio es imposible de describir.
Un rasgo personal de esta nueva generación de escritores es
que se permiten la irreverencia de meter en sus historias elementos de la
cultura popular que nos han formado en la adolescencia, camino que nos
entusiasmó a varios después del éxito de las novelas tan bien escritas de
Leonardo Oyola que trajo a la Liga de la Justicia a vivir en Isidro Casanova
para describir con absoluto realismo la descomposición social en la que se crió
en Kryptonita (Random House, 2011) o
la influencia de la filosofía de las canciones populares en esa demoledora y violenta
realidad en road movie que desnuda la vida al margen de la ley pero en el
corazón del capitalismo en nuestro litoral que es Chamamé (2017, Random House).
En Todos nosotros Ferrari también juega con el homenaje a la ciencia
ficción de masas que sintetiza en los diálogos de los dos amigos que encaran
una aventura tiempo-espacio mentando a Volver
al futuro (Zemekis-Spielberg 1985) sin que le tiemblen los dedos a la
espera de críticas banales sobre los alcances del plagio y boludeces por el
estilo. Ya que como bien ha dejado asentado Jorge Luis en Tlön no existen los autores individuales y todas las historias del
mundo son versiones de la misma historia, imaginadas por una sólo mente
universal y polifacética. La mención no es gratuita, toda vez que Ricardo
Piglia supo enseñarnos que la literatura fantástica muta definitivamente en
occidente después de los cuentos de Ficciones
y El Aleph entre fines de los 30
y 40 y alcanza el paroxismo –decimos nosotros- en Julio Cortázar de los 60 y 70.
Como también estuvieron los Jorge Gelman, Humberto
Constantini, Roberto Santoro o Manuel Puig para enseñarnos que mezclar tango,
box, carreras de burros, fútbol, el cine de Hollywood y el teatro de revistas
en nuestras novelas, cuentos o poesías no sólo no debería ser considerado un
crímen contra la propiedad privada intelectual sino acto de orgullo y
transparencia. Porque en el fondo nuestra conciencia, nuestro sentido del gusto
y el placer, nuestra imaginación individual, no son más que el resultado de la
amalgama de aquello que leímos, miramos y disfrutamos cuando niñes y adolescentes.
Es que Kike Ferrari o Loyola son herederos de una tradición
literaria que tiene raíces profundas en el periodismo proletario del siglo 20,
de Roberto Arlt a Rodolfo Walsh, su literatura está marcada a fuego por obras
maestras como la ciencia ficción de Germán Oesterheld o la revista Fierro, y han descubierto que la
verdadera máquina del tiempo la han construido no ya los científicos locos que
inspiraron centenares de novelas febriles como ésta sino les mismes escritorxs.
La literatura, el cine, son la artesanía necesaria para transportar una
conciencia a la experiencia sensible de recorrer el tiempo y el espacio sin
salir de la cama acolchada o la placita en primavera. Eso que el enorme Julio
Cortázar dejaba establecido en su genial La
vuelta al día en 80 mundos de 1967 como el tiempo del escritor (de les
escritorxs en realidad) que permite mezclar pasado, presente y futuro mientras
se juega con un teclado en las horas que arrancamos al trabajo alienado para
otros.
Todos
nosotros también puede ser leída como una continuidad de esas grandes
literaturas fantásticas infinitas que adoraba Borges: la Ilíada, Las mil y una noches, la Divina Comedia, la Biblia o el I Ching, y como tal, como heredera y continuadora de una tradición,
puede decirse que con suma maestría y oficio Kike Ferrari ha construido un
bello hrönir, se ha colado en el mismo sótano que Daneri y nos ha traído de
vuelta una selfie suya con el Aleph debajo de la escalera.
Los soldados de Nahuel
Ahí Kike toma otra decisión política clave: ¿qué haría un
equipo de revolucionarios trotskistas si tuviera en sus manos una máquina del
tiempo? ¿Iría a asesinar a Stalin antes de las purgas? ¿Mataría a Hitler? Claro
que no, porque los troscos saben –porque leímos Por qué no di un golpe de Estado contra Stalin- que las condiciones
estructurales, las grandes leyes del universo social y económico que fabricaron
a Stalin o Hitler lograrían crear a alguien similar que ocupe su lugar.
Entonces elige matar al sorete de Mercader y permitir que Trotsky siga vivo lo
que la naturaleza y la suerte le permitan. En la esperanza ingenua que su
capacidad de comprensión de los fenómenos políticos complejos como el fin de la
Segunda Guerra Mundial, los procesos de Yalta, la revolución China y Cubana,
quién sabe si la primavera del 68 lo encontrasen clarificando las esperanzas de
millones de jóvenes revolucionarios y en esa chance la URSS no hubiese
colapsado y Fukuyama no hubiera tenido tanta razón con eso del fin de la historia.
Toda la novela es el homenaje de Kike a su generación. En
eso también se coloca en la senda de grandes novelas como Los Mandarines (1954), de Simone de Beauvoir, La conspiración (1938) de Paul Nizan, o más cerca Dar la cara (1962) de David Viñas, Los robinsones (1946) de Roger Plá y la genial Los pasos previos (1974) de Francisco Urondo. En esos homenajes
construye sin embargo un personaje monstruo, compuesto de todas las virtudes y
defectos que Kike ama, idealiza y pretende encarnar el mismo, un hombre cansado
de luchas y derrotas pero no derrotado del todo, con espíritu rebelde y
aventurero como los anarquistas expropiadores, los zapatistas del 10 o los
antifascistas en la España del 36, macho a la Heminway, con las costuras
desagradables de esa masculinidad fálica de fusil y habanos a la vista, sin
enmascarar, desastroso para construir relaciones afectivas, desapegado de sus
hijes (Esteban, el nieto de Trotsky el único niño en una novela repleta de
referencias menores a paternidades, y por lo mismo el único varón no fálico de
la novela) y enfocado en la obsesión de contribuir la revolución socialista siempre, ya sea que
lo encuentre luchando en la calle, el sindicato o en la literatura.
No se trata de un descubrimiento ni de una falsa
interpretación forzada, el propio autor llena la obra y el paratexto de
referencias llenas de admiración de discípulo por el escritor mejicano Pedro Ignacio
Taibo II , Secretario de Arte y Cultura de la dirección del MORENA y flamante
director del Fondo de Cultura Económica del último gobierno centroizquierdista
de América Latina, el del presidente mexicano López Obrador.
Creemos que con el título elegido Ferrari intenta enfocar el
prisma que ha construido para que un haz de luz blanca ilumine este sentido: todos nosotros son las historias de los
militantes izquierdistas frustrados por la derrota de los 70 y 80 intentando
seguir el combate en el nuevo siglo. Por eso no se trata de una novela épica,
porque no se maneja con la esperanza e ilusión de una victoria futura, llena de
banderas rojas y puños en alto. Ferrari y sus personajes son escépticos, rozan
el cinismo existencial de un Camus aunque siempre tiran un tiro más al final,
no confían ciegamente en un esencial atributo de las masas obreras y
campesinas, desocupadas y esclavizadas, capaz de encontrar los caminos para la
toma del poder en todo el mundo y la construcción de una sociedad socialista,
el Paraíso de la Humanidad en la Tierra. En sus bocas no pasa de un vano deseo
repetido con sarcasmo en cada brindis, no un juramento de gladiadores antes de
salir a la arena.
Todos ellos, toda esa generación derrotada y trágica que no
baja los brazos aunque no está segura de qué banderas mantener flameando, es
así como Kike la describe. Se trata de un artista que ha cavado hondo en sí
mismo, ha bajado a los infiernos a dialogar con sus demonios y retornado como
el Dante a contarnos lo visto. Kike no puede ser acusado de mentiroso, de
depresivo o pesimista. Cuenta con maestría lo que ve, lo que siente. Y como
bien dice Oscar Wilde, al desnudarse en el papel, desnuda magistralmente a los
que son como él.
En la vida trágica de Trotsky esta generación se mira al
espejo y ve reflejada su propia esencia. Condenados por sus propias ilusiones
derrotadas con el derrumbe de la URSS y del MAS, se identifican con el POUM y
los derrotados españoles del 36, con la Revolución Traicionada en la Rusia soviética
o el México que asesinó a Emiliano Zapata. En esa lectura entienden que hay que
seguir luchando, y viven el drama de artista, del intelectual que idealiza la
lucha frontal de los héroes románticos como Durruti, Severino Di Giovanni o
Ernesto Guevara aunque estén dedicados a la computadora y los libros. En
Ferrari no hay culpa alguna y su máquina perfecta sirve para mantener vivas
esas historias y traerlas al presente para continuar su lucha. La literatura es
su trinchera y desde allí sigue francotirotándose con el enemigo común.
Corre el riesgo, esta generación, como en la novela, de
quedarse atrapada en el pasado. La melancolía es la antesala de la depresión y
la parálisis mucho más que una puerta a la nostalgia. Todos ellos pueden quedar
entrampados en la reivindicación del heroísmo individual y colectivo de quienes
intentaron el Paraíso en la Tierra en las peores condiciones sin delimitar con
claridad errores de aciertos. Hay en Todos
nosotros una reivindicación póstuma del democratismo de toda la izquierda
argentina bajo el alfonsinismo (a excepción del Partido Obrero, como bien se
señala en la página 64), que tuvo en Nahuel Moreno al cuadro que “mejor y más
rápido lo vió”, transformando al “PST, un partido bolche a la vieja usanza, en
el MAS”. Ferrari no ve en ese democratismo que reventó la continuidad histórica
de las corrientes trotskistas y guevaristas en los 80 por maquinitas
electorales sin programa la explicación del derrumbe moral y político de su
militancia luego de la caída de la URSS y la muerte del líder. Se trata de un
contrapunto con el balance de otro militante morenista y genial escritor, Mario
Castells (Rosario, 1975), que en una cruda y violenta confesión publicada por
Caballo Negro en Córdoba, su nouvelle Apparatchiks
de 2017, encuentra debajo de las toneladas de depresión, machismo,
descomposición, merca y faccionalismos en el oportunismo electoralero de la
dirección de la juventud del MST de los primeros años después del argentinazo
de 2001, las causas políticas de la descomposición de su generación de “fundides”
(http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2018/03/poesia-de-la-descomposicion.html).
El balance político de Ferrari guía las elecciones estéticas
y narrativas en la construcción de su máquina y de su viaje. Alguien que
hubiera concluido que precisamente la destrucción del bolchevismo y su reemplazo
por el democratismo y la demagogia fueron las causales políticas de la tragedia
hubiese usado la máquina del tiempo para evitar que el ejército de la República
Socialista de Weimar asesinara cobardemente a Rosa Luxemburg, por ejemplo, para
que su perspectiva anti-electoralista pudiese reconducir la revolución en
Alemania hacia la perspectiva de la naciente URSS y juntas evitar las dos
cabezas de la hydra, la de Hitler y la de Stalin.
O para explicarlo en una metáfora popular, en lugar de viajar
a pasado para disfrutar en el estadio a la máquina del River de 1940, como
flashea Mario/Kike en su novela, nosotres
hubiésemos preferido llevar a toda la sufrida hinchada que tardó 18 años en
ganar un campeonato y dos décadas en levantar una Libertadores en la máquina
del tiempo para que disfruten de la final de gloria bochornosa de noviembre a
diciembre de 2018.
Otres
nosotres
Debo reconocer aquí que yo también estudio y consulto
periódicamente el I Ching como el delirante trosco que encarna el Gordo
Caballero, que tira unos dados especiales y ante cada decisión importante
consulta talmúdicamente una edición específica de Historia de la Revolución Rusa. La acidez del chiste no es nueva,
ya Monty Python en los sesenta hacía la sátira de los jóvenes intelectuales
pequeño burgueses que escuchaban a los Beatles, apoyaban a Cuba y a Mao y se
tiraban el I Ching cada media hora.
La puñalada de Kike se dirige no contra el oráculo chino sino contra esa
maldita manía y defecto intelectual de la militancia de izquierda (cada
corriente con su librito, Trotsky, Lenin, Mao o Stalin, el joven Marx o Castro,
Freud o Lacan y ahora las pobres Rosa Luxemburg, Clara Zetkin o Alexandra
Kollotai). Tara y defecto que contribuyen a anquilosar el pensamiento en la
gris cita de autoridad, enterrando la posibilidad del pensamiento propio, la
vitalidad de la crítica de las propias acciones, la búsqueda de la verdad por
encima de quién la sostiene o la niega.
Como confeso aprendiz del I Ching no me sorprendió la aparente casualidad de comprar y leer Todos Nosotros justo el sábado 29 de
junio de 2019, cuando el Comité Central del Partido Obrero reprodujo en su
portal electrónico un extenso Boletín Interno detallando una serie de
acusaciones durísimas de corrupción ética, moral y política contra uno de sus
principales fundadores, Jorge Altamira y una asamblea de más de trescientxs
militantes que reclamaban el derecho a constituirse como una fracción opositora
a la fracción oficialista.
Las casualidades no existen. Si otra novela vuelve a meterse
con el asesinato del más importante dirigente de la Revolución Rusa después de
Octubre (el propio Ferrari recopila la pila de estudios, ensayos, novelas y
películas que se produjeron sobre este hecho tan puntual de la vasta historia
humana, aunque las jóvenes generaciones recordarán más rápidamente El hombre que amaba a los perros del
cubano Padura antes que La segunda muerte
de Ramón Mercader del español Semprún) es porque la principal editorial del
mercado literario hispanohablante, la germana Random House, interpreta en ese
30 por ciento de la población que todavía puede pagar sus libros un enorme
porcentaje que tiene o ha tenido un paso por la izquierda, que tiene o ha
tenido un sueño de que todas sus miserias se terminen con la construcción de un
mundo socialista.
La crisis del último gran partido nacional
leninista-trotskista “duro” que quedaba en la región ha conmovido profundamente
a la “opinión pública” porque el ascenso de las ideas y sentimientos
anticapitalistas en el mundo y Argentina –constatable a partir de 2010- no ha
sido ni una moda, ni pasajera aunque el bolsonarismo rampante de hoy nos engañe
pensando lo contrario. En eso también Kike ha entroncado con el exacto momento
histórico para cumplir esa demanda sartreana de su querido Rodolfo Walsh, en la
que se le pide al intelectual popular y revolucionario que comprenda, antes que
nada, y ayude a comprender su tiempo presente, las vivencias de su propio
pueblo.
Entonces vamos a dejar la reseña de la obra literaria que
tanto placer intelectual y estético nos produjo para meternos a debatir sobre
las imágenes políticas que nos ha disparado.
En sí mismo, el I
Ching, como la Biblia o las mil y una noches, son textos infinitos que
alimentan la imaginación humana. El problema no está en ellos, como tampoco en
las grandes obras de los teóricos y prácticos de las más grandes epopeyas
humanas, las revoluciones obreras y campesinas del siglo 19 y 20, sino en el
uso que se les otorgue. La novela de Ferrari también se puede leer con
hedonismo en la clave del viejo lector de novelas de caballería que se
transforma en uno de sus personajes tan amados, clásico inventado por Cervantes
seiscientos años antes que Kike comenzara a bocetar la suya. Kike Ferrari
flashea con los elementos que estimularon su propia conciencia, las historias
de revolucionarios trágicos y románticos que ha leído y absorbido con pasión
lindante en la locura. Es él mismo, como el guerrero manco del decadente
Imperio Español, un novelista que navega las aguas del imperio que soñó con ser
y no pudo, de esa marea roja que tenía destino de dar un salto en la evolución
humana y se tronchó.
En un punto del viaje común decidismos distanciamos de
los hombres descriptos con tamaña creatividad y perfección por Kike Ferrari.
Aunque el autor tome distancia crítica y consciente del fetichismo de su
juventud por esos tomitos de la colección de Anteo donde leímos a Lenin y
encontramos la explicación de todas nuestras penas y alegrías (en el colmo de
la maestría Kike le da vida a uno de ellos, llevando al paroxismo esa máxima
del oficio del escritor que consiste en colocarse exactamente en el punto de
vista del personaje que construye, casi al borde de la esquizofrenia; el Capitulo III entero ha sido una bisagra en mi lectura de la novela y en entendimiento de esta crítica al mismo tiempo una revision de mi propia biografía militante, por lo que agradezco haberme cruzado con él y seguir leyendo) la novela
construye un laberinto nostálgico para los héroes trágicos que todavía luchan,
una especie de tango perfecto con personajes de No habrá más penas ni olvidos o Una
sombra ya pronto serás, ambas joyas de un Osvaldo Soriano que también
pinceló con una calidez cruel los sinsabores de la generación que sobrevivió a
la masacre de sueños de los sesenta y sucumbió ante las promesas traicionadas
de la “revolución democrática” del 83.
De esa nostalgia perfecta el peligro es no volver nunca. No
poder sacar conclusiones del dolor, distinguir con claridad qué cosas dejar
para siempre en el pasado y qué cosas traernos de vuelta para este presente que
es el único, sacando las ilusiones ficticias, que habitamos. Si al fin y al
cabo el asesinato de Trotsky nos ha legado quizá su mayor enseñanza, que no
debemos arrodillarnos nunca ante los hechos consumados, que no debemos tomar
por definitiva ninguna derrota. Quizás el mejor aporte de Altamira sea esta
última quijotada/trosqueada por el centralismo democrático enfrentando a
quienes quieren jubilarlo y mandarlo para el olvido antes de tiempo, cincuenta
y cinco años después de haber fundado una organización encarar una lucha
titánica contra el aparato que él mismo alimentó. Pavadita de viaje.
Hay entonces un debate político abierto por esta genialidad
literaria. Uno que amerita también afinar la crítica.
Todos
nosotros es una descripción realista de una cultura política que ha
sabido dirigir y formatear la conciencia de su militancia. Los protagonistas
son hombres que construyen su autoconfianza en el poder de penetración de su
falo, que confunden su fusil, su piolet o su pistola sindicalista catalana con
su virilidad, que grafican el éxtasis de la victoria en la penetración de la
pija dura, potente, invencible y usan la metáfora del pene fláccido para
ilustrar sobre sus crisis existenciales, su depresión, su desamor, han
fracasado ya hace tiempo, precisamente porque no se han detenido a cuestionar
esa forma de encarar la lucha.
En esa épica del macho procreador que se remonta al rayo de
Zeus o la maza de Thör hay una filosofía de la construcción política que viene
haciendo agua hace décadas entre la izquierda. La obsesión en construir grandes
partidos hipercentralizados y todo poderosos no para de procrear super hombres
(hasta en sus versiones más caricaturescas, como el mismo Stalin a quien George
Orwell supo rebajar de su pedestal con astucia del niño frente al traje del
emperador en Rebelión en la Granja).
El súper macho, el líder eterno, el Viejo Fundador, el Espíritu Creador de
Hegel no logran desarrollar las potencias individuales de miles de millones de
seres creatives que somos quienes realmente ponemos en movimiento los
engranajes más indescifrables de la maquinaria social humana.
Coincidimos aquí con una mirada como la de la intelectual
con mayor influencia política en el pensamiento de las nuevas generaciones de
luchadorxs de nuestro continente, la antropóloga Rita Segato, quien desde otra
tradición política revuelve la reivindicación de experiencias de construcción
colectiva horizontales, fraternas y federales (como cada tanto vuelven a
aparecer en tiempos de crisis de las grandes esperanzas centralizadas sueños
que duraron poco como el socialismo utópico de Fourier o Saint Simón en el
siglo 17 y 18 o las sociedades de resistencia anarquistas derrotadas una y otra
vez en España entre 1871 y 1839) pero se lamenta de su persistente falta de
continuidad, de su inevitables crisis y cooptaciones por parte de los Estados
democráticos centroizquierdistas y no logran sostener una continuidad que les
permita identificar errores y superarlos (“Tema cuatro: hacia una política en
clave femenina” en La guerra contra las
mujeres, 2018, Prometeo, Bs. As., página 26).
Esta política masculina
del centralismo cuasi militarista necesario para enfrentar en combate al Estado
burgués no para de entrarnos en crisis a esos nosotros que tan bien describe Ferrari mientras que la política femenina de la horizontalidad y el
desarrollo concreto de relaciones sociales, económicas, afectivas y políticas
federativas no terminan de coagular nunca en les otres nosotres que estamos intentando parirnos de nuevo para
dejar atrás toda la toxicidad cancerígena de las tragedias románticas que nos
formateaeron.
Es más sencillo escribir aquí que construirlo, pero creemos que la clave pasará por el día
que construyamos los puentes entre esos nosotros y estes nosotres para lograr
la superación dialéctica de ambos en organizaciones que puedan conjugar esa
alquimia que les trotskistas llamamos centralismo
democrático. Quizá la presente crisis del Partido Obrero tenga la virtud de
ofrecer a las generaciones que luchan hoy –de todos las corrientes políticas-
una máquina del tiempo que actualice todos los debates desde la primera
Asamblea Internacional de Trabajadores entre Marx y Bakunin hasta el zapatismo
mexicano de 1994, las banlieurs argelinas y los chalecos amarillos de París
entre 2006 y 2019, los indignados españoles del 2008 y las asambleas populares
porteñas del 2001, la primavera árabe de 2011 que todavía se desangra hoy en
Siria y el Kurdistán.
Apostamos a encontrarnos en ese debate.
León León, qué grande sos
El materialismo dialéctico de Demócrito y Confucio, de Marx
y Engels me han convencido de que todo lo que existe está unido por leyes
imperceptibles a simple vista que organizan la vida del universo y son
plausibles de ser comprendidas para tomar mejores decisiones. Pero lejos de
abandonarme en un racionalismo esquemático de la lógica cartesiana, mis mejores
maestres me han hecho abrazar la idea más difícil de aprehender en su
totalidad: que las leyes del universo se mueven sin un destino inmutable, que
están en permanente cambio y revolución y que los paraísos fijos, así como las
derrotas absolutas, no existen.
Y este es el fondo de nuestra distancia con los hombres de Todos nosotros, porque aunque mataríamos
una y mil veces a Ramón Mercader o a Pedraza, a Hitler, a Stalin o a Perón, si
tuviésemos la chance, no creemos que la sola y gigantesca capacidad de análisis
del Viejo León hubiese alcanzado para que logremos revertir la caída de la
URSS. Aquí el problema es que los mecanismos que forjan la capacidad humana
colectiva para transformar la realidad, la asamblea, la camaradería y
fraternalismo, las redes humanas que potencian la creatividad individual y
provocan que florezcan mil flores (y no una gran y todopoderosa flor con forma
de pene erecto) son las que se caen y no logramos reconstruir. Nos estaría
fallando eso. Y ahí los intelectuales tienen un mayor trabajo que hacer que
sólo encontrar los lineamientos profundos de las leyes que mueven la economía o
la política. Faltan les investigadorxs y divulgadorxs, les traductorxs y editorxs
que puedan viajar al pasado para encontrar los vestigios de las grandes
organizaciones colectivas que construyeron las hormigas de la clase obrera y el
campesinado sin ningún conocimiento técnico más que estrategias e ideas
surgidas de la lucha cotidiana contra el Estado.
En ningún kiosco de revistas, en ningún colectivo productor
de memes se reproducen de forma accesible para las grandes masas las historias
que nos recuerden nuestra propia capacidad para organizarnos y transformar la
realidad. No es parte del acervo cultural cotidiano de las masas oprimidas y
explotadas de argentina por ejemplo esa fabulosa construcción de sindicatos
anarquistas y comunistas desde el barro mismo hasta la Semana Trágica, se
desconocen las luchas y organizaciones capilares que construyeron las grandes
huelgas políticas que obligaron al Estado a ceder los derechos laborales en
1946. Carajo si somos el país que setenta años después todavía idolatra al Gran
Líder y su Esposa y desconocemos la verdadera historia que se enmascaró debajo
de esos mitos modernos.
La tragedia de Trotsky y sus herederos sigue tropezando con
el mismo escollo, la incapacidad para sostener el centralismo democrático, es
decir, una forma de organización política de militantes, de activistas, de
luchadores con la eficacia de un ejército que de millones de hormigas que
“golpea como un solo puño” pero que se sostenga no en la dictadura más o menos
agresiva de una cúpula de dirigentes que concentran la verdad y la autoridad,
sino en la fuerza emanada de eses centenares de combatientes, su creatividad y
sus capacidades individuales potenciadas por la experiencia colectiva.
La historia humana, y la argentina en particular, dan
muestras sobradas de que cada generación ha hecho un aporte significativo de
personas comprometidas, solidarias, ingeniosas y llenas de amor que con suerte
o sin ella no han dejado de luchar. Si la derecha cínica tuvo que diseñar ese
pérfido sentido común que dice que para ajustarse a la maduración biológica a
los veinte hay que ser de izquierdas y después de los treinta de derechas, es
porque todas las generaciones envían densos contingentes de jóvenes al asalto
de las normas que sostienen la explotación, el hambre, el odio y la miseria.
Esos nosotros en un sentido más
amplio, somos legión, siempre. Pero nos han arrancado la memoria de nuestra
lucha pasada, efectivamente como supo decir Walsh, nos expropian también la
conciencia histórica de nuestra identidad.
Abandonar toda esperanza –como reza la puerta del infierno
en la pesadilla de Dante- nos parece una condición fundamental para encarar el
presente sin el peso de los fracasos del pasado impidiéndonos avanzar –parafraseando
a Marx-. Suscribiendo a Lenin para comprender todas las veces que sea necesario
que sin el poder de la maquinaria colectiva más impresionante inventada por
nuestra especie, el Estado, todas nuestras ilusiones son muy bellas cuando bien
contadas, pero inútiles para garantizar las condiciones materiales que nos permitan
ser libres de verdad, a todes y para siempre. Sabiendo con Trotsky también que
el poder infalible de la cúpula dirigente es otra ilusión desastrosa y
organizadora de derrotas, cosa que Rosa ya había discutido en su crítica al estatuto leninista que permite la intervención del CC en los círculos. Y que la revolución, además de ser socialista y construir el comunismo desde el primer día destruyendo al Estado, debe ser permanente y mundial, o será traicionada.
Exigiendo hoy, al fin de cuentas, con la querida Rosa, que
mañana haya socialismo en todo el mundo, para que sepultemos para siempre en el
pasado esta barbarie capitalista que no para de matarnos.
Que así sea.
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