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domingo, 13 de enero de 2019

Los dominios del Manchao

Apuntes provisorios para una caracterización catamarqueña

  
¿Por qué pasa en Catamarca? es la pregunta que me ha traído hasta San Fernando del Valle y que se obsesiona en reiterarse a medida que la empiezo a conocer en profundidad.

¿Por qué en una de las más viejas ciudades del territorio argentino, donde no se quiebra todavía el poder feudal de las familias terratenientes y financieras católicas de herencia colonial, las mujeres han dirigido una sublevación de masas que ha encarcelado a los autores materiales del mayor feminicido de su historia contemporánea, el de María Soledad, y limitado severamente el poder de una familia que gobernó más de cien años, el clan Saadi en septiembre de1990?

¿Por qué 28 años después de tamaña movilización callejera de masas a nivel nacional los tres que secuestraron, violaron en masa, torturaron, mutilaron y asesinaron a una joven de diecisiete años, camada 1973 del 5to. año “A” del tradicionalista y reaccionario Colegio del Cármen y José, dependiente de la Iglesia Católica, no están presos y no se han terminado de aclarar todas las relaciones políticas de las altas esferas del Estado en el encubrimiento de los acusados?

¿Por qué en una provincial medieval, donde la Iglesia Católica sigue acumulando y multiplicando ganancias obtenidas de rentas sobre tierras asignadas en merced por los invasores españoles hace cuatroscientos años atrás, se ha desarrollado uno de los agrupamientos de lucha LGBTTTIQ+ más influyentes en la vida política de su ciudad y más importantes del país?

¿Por qué en una ciudad de doscientas mil almas con una comunidad trans visibilizada y politizada (tanto detrás de posiciones conservadoras y burguesas, pequeño burguesas reformistas como clasistas, de lucha e incluso socialistas) donde las mujeres se movilizaron masivamente contra un feminicidio político de Estado, ha pasado en silencio de medios y la Justicia Estatal el brutal asesinato de Cassandra, una chica trans que pretendió encabezar la lucha por un rechazo al regenteo de proxenetas policiales y parapoliciales en junio de 2002, que según el diario local El Ancasti hasta 2011 acumulaba doce crímenes sin resolver contra “homosexuales” (bajo esa categoría el periodista poco informado seguramente integra muchas identidades de género diferentes)?

¿Por qué una provincia con la mayor diversidad mineralífera y metalífera del país no tiene una industria pesada que permita un desarrollo económico que evite su tradición bicentenaria de expulsión de población y la rebaja a una dependencia del empleo precario estatal y privado? ¿Por qué en uno de los mayores reservorios documentales de registros arqueológicos, en una de las zonas con mayor diversidad cultural aborígen, el Estado no invierte casi nada en la investigación y exposición pública de la identidad aborigen milenaria de la mayoría de les trabajadorxs nacidos en Catamarca? ¿Por qué una de las provincias con mayor diversidad de riquezas culturales e históricas no invierte un peso en proteger el patrimonio arquitectónico colonial o por qué una de las provincias con mejores paisajes montañosos precordilleranos no invierte un peso en promover una industria del turismo sustentable?

Las preguntas siguen apareciendo en la cara de la sociedad catamarqueña que une se pone a facetar. En estos pocos días de intensa indagación a las mentes y cuerpos más lúcides de la ciudad hemos encontrado alguna primera hipótesis de aproximación a la respuesta.

Catamarca ¿paradoja o contradicción?


Solemos confundirnos fácilmente quienes no somos especialistas en el pensamiento filosófico ante dos elementos que interactúan entre sí. La realidad catamarqueña nos fascina, nos llama la atención por sus contrastes tan marcados, porque parecen paradojas, es decir, elementos duales que de tan opuestos entre sí no tienen una conexión lógica.

Pero aunque las paradojas existen, si se escarba un poquitito la superficie, se puede descubrir otra forma de relación entre dos elementos opuestos, la contradicción.
La existencia de parejas conceptuales duales (femineidad-masculinidad, cielo-tierra, por ejemplo) dentro de una misma sociedad o ambiente, incluso dentro de un mismo individuo (positrón y neutrón en el átomo) es la constitución de toda la vida en el universo. Cada cosa que existe es producto de dos características que se relacionan entre sí para mantener viva a esa cosa. Esta relación es una contradicción que puede ser violenta o armoniosa pero que nunca expulsa a un aspecto de la contradicción en favor del otro ni tampoco se complementan. Sencillamente cuando cualquier característica física, emocional o consciente se planta y surge, una característica contraria aparece y se establece una lucha entre esa contradicción cuya resolución explica la existencia de ese individuo u objeto.

La lucha de clases dominantes y dominadas es el motor del especie humana desde hace cinco mil años así como el intercambio de energía entre sus aspectos positivos, negativos y neutros es el motor de vida de cata átomo de materia existente.

En el caso de Catamarca, el caso María Soledad Morales es un ejemplo muy claro y extraño para pensar en estos términos. La lucha entre las clases dependientes del presupuesto del Estado y las explotadas por el capital “privado” contra los clanes familiares dueños de la provincia, sus recursos y el Estado desde el siglo 17, está presente como la contradicción que explica la base material donde se construye todo el edificio social y la vida catamarqueña. Pero pocos pueden comprender todavía hoy cómo las mujeres más sometidas y sumisas después de cuatro siglos de patriarcalización católica de las relaciones de parentesco han dirigido un verdadero terremoto de alcance nacional en reacción a un femicidio provocado por los varones jóvenes de los clanes dominantes para adoctrinar y someter la rebeldía de las mujeres de su generación. Esa aparente paradoja se puede ver a simple vista en la forma de lucha que el movimiento de justicia por María Soledad eligió para actuar: las Marchas del Silencio. La mujer y el pueblo catamarqueños han derrumbado en movilizaciones callejeras el poder del clan familiar Saadi durante dos décadas pero no han gritado un insulto, no han coreado una consigna, no han denunciado con sus voces. Y ese silencio hoy es una lápida incómoda, porque protege la vida en libertad de los tres acusados y la reproducción en el poder de otros clanes ligados a los Saadi. Es difícil comprender una sociedad capaz de provocar terremotos silenciosos.

Mausoleo en homenaje a María Soledad Morales desde donde
salieron todas las movilizaciones en reclamo de justicia,
Valle Viejo, Catamarca

La cinco veces fracasada


Les catamarqueñes dicen que “Catamarca te atrapa” porque han conocido de muchos casos de familias foráneas o de paso que se han terminado afincando en una de las provincias menos pobladas del país que, paradójicamente, es una de las que históricamente más expulsan población en forma de trabajadorxs emigrantes. La fascinación por estas facetas paradójicas parece encandilar las conciencias que ante la fascinación por el misterio se van quedando hasta ser atrapades por la paradoja y pasar a ser parte de ella, alimentando el efecto y el proceso en otras personas.

Una catamarqueña fascinante que conocí en la transición de la última noche del 2018 hacia el amanecer del 2019, especializada en la observación etnográfica y arqueológica de la sociedad en que nació hace cuarenta y cinco años me cuenta que las mujeres catamarqueñas y el pueblo llano en general son sumisos, suelen evitar cualquier tipo de confrontación o reclamo de justicia, agachar cabeza y buscar alguna vía para continuar. Y eso no siempre ha sido así.

La misma ciudad de San Fernando del Valle es la prueba. Comparte con Buenos Aires la cocarda de que su fundación original haya fracasado por el rechazo armado de las poblaciones que habitaban ese suelo originalmente, pero al cuadrado. El inútil cerebro militar del Adelantado Pedro de Mendoza fracasó en sostener la ciudad fundada en febrero de 1536 debido a una combinación entre su propia estrechez mental (funda un establecimiento humano en la región inundable de una barranca) su mentalidad racista (después del intercambio pacífico de alimentos con las poblaciones locales decreta su sumisión y la expropiación de los productos de su trabajo considerando que la superioridad racial española le asegurará la victoria inmediata) y el poder invencible de la cooperación de las poblaciones nómades y guerreras de la llanura pampeana. Su campamento cayó en la locura, el canibalismo y finalmente el hambre mortal que llevó al abandono de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, que sólo sería exitosa después que la mentalidad práctica de Juan de Garay estableciera el ejido en la meseta no inundable de la barranca y adquiriese una actitud de respeto y temor de las culturas nómades que estaban invadiendo, prefiriendo estar alejados de ellas que buscando irritarles, al menos hasta que contaran con la fuerza militar suficiente para aplastarlas. La ciudad de Garay no ha parado de crecer desde 1580.

Pero la fundación definitiva de San Fernando del Valle en julio de 1683 por el militar gaditano Fernando de Mendoza y Mate de Luna en la herradura hundida rodeada por las cadenas serranas paralelas que corren de sur a norte del milenario Ambato y la quebrada del Ancasti, fue el único intento que prosperó después de cinco fracasos previos. La necesidad para el Virreynato de Lima y la guardia militar del Pacífico Sur en Santiago de Chile de asentar familias europeas en el cruce de caminos más cercano entre la red de ciudades de abastecimiento y defensa del Cerro Rico de Potosí más al sur, a doscientos y pico de kilómetros de San Miguel de Tucumán y Santiago del Estero por el norte y el noreste, a poco más de cien kilómetros de La Rioja y por lo tanto de la red de ciudades que sostenían a la Capitanía General de Santiago de Chile en el extremo sudoeste. Sin embargo, el desconocimiento de las características paradojales o contradictorias del territorio y la rebeldía de las poblaciones locales que llevaban más de veinte mil años viviendo en la zona hicieron fracasar cinco veces su establecimiento.

En junio de 1558 se fundó en el valle del Quinmivil Londres de la Nueva Inglaterra y sólo el capitán cordobés Juan Pérez de Zurita (subordinado a la Capitanía de Santiago de Chile que llegara a ser gobernador de Santa Cruz dela Sierra y de La Paz) podría justificar tan insólito nombre. Tres años después, en 1561, su población fue trasladada al Valle del Conando y re-bautizada Villagra hasta que en 1607 el gobernador de La Rioja Gaspar Doncel funda San Juan Bautista de la Ribera hasta que las crecidas del río Famayil obligan a trasladarla en 1612. Cuando en 1630 las guerras kalchakíes  destruyen la ciudad, se traslada al viejo emplazamiento de Londres y en 1633 el militar sevillano Jerónimo Luis de Cabrera y Garay (adelantado del Virrenato de Perú en la gobernación del Tucumán y fundador de Córdoba) fundó San Juan Bautista de la Ribera de Pomán que fue abandonada otra vez por los ataques aborígenes.

La fundación definitiva de Catamarca (y el repoblamiento de las ciudades en los lugares de su peregrinaje previo, Londres, Belén y Pomán) fue posible porque se terminaron las razones que les impedían a los españoles echar raíz en las montañas y valles Calchakíes, la ferocidad con que sus habitantes defendieron su derecho ancestral a no ser explotados y expropiados por los invasores europeos. Pudieron respirar recién cuando el cerco de hierro de ejércitos entrenados en la guerra de saqueo y exterminio de los Andes Centrales y destacamentos provenientes de Asunción y Santiago de Chile ahogaron en sangre a las mútiples tribus que hablaban un idioma común, el kakán, quienes fueron masacrades, relocalizades a mil seiscientos kilómetros al sudeste para intentar aportar fuerza de trabajo gratuita a los españoles de Buenos Aires (remember Kilmes) y sometides a trabajar forzadamente para los conquistadores.

La Virgencita del Valle: una estrategia de colonización


La fundación de una ciudad española en la conquista es muy sencilla, se regalan tierras a las familias de los militares que participaron de la masacre (merced de tierras) y se les asignan familias aborígenes para ser explotadas como servidumbre personal en las fincas agrícolas, los obrajes textiles, las canteras mineras y el trabajo doméstico (encomienda de indios o yanaconazgo). El éxito de una ciudad imperial se basaba en la capacidad militar para delimitar un espacio geográfico, defenderlo y doblegar a la población local para que trabaje bajo la explotación del conquistador. La guerra de guerrilla de las poblaciones que defendieron el territorio más al sur del Tawantinsuyu gobernado por el Inka desde Cuzco, el Collasuyu, impidió que las ciudades españolas desde Tarija y San Salvador hasta Santiago del Estero vivieran en paz y destruyó cinco intentos de cerrar el circuito entre Potosí y Chile por Catamarca.

Los cinco fracasos demuestran con más fuerza la misma tesis de Buenos Aires, la conquista española no se debió a una natural superioridad racial sino a la capacidad técnica de movilizar tropas desde la península sistemáticamente hasta lograr la superioridad numérica que aplastase a la población local. Contradictoriamente, la colonización española de los territorios que hoy pertenecen a la provincia de Catamarca sólo fue posible cuando se quebraron las últimas fuerzas calchakíes y encontraron una población aborígen que explotar en el fondo del cuenco del Valle entre el Ambato y el Ancasti, un pueblo de una cultura llamada Choya, significa, paradójicamente Desobediente.

Catedral católica de San Fernando del Valle de Catamarca,
ubicada en el solar original donde se trazó la Plaza Mayor a fines del siglo XVII
pero construida en el siglo XIX por arquitectos de influencia
neo romántica italiana


La Iglesia Católica también es pagada en tierras y aborígenes a cambio de hacer su trabajo de domesticación emocional de las conciencias para sostener la sumisión de los pueblos originarios sin necesidad de seguir invirtiendo guita en ejércitos y policía. Prueba de ese trabajo es la “aparición milagrosa” de la Virgen del Valle justo en la gruta donde durante varios miles de años la población de Choya adoraba a sus deidades femeninas, producto de la simbología y estructura de parentescos de las colonias agrícolas subordinadas al incaico, en su calidad hurín, femenina, por habitar el nicho ecológico de abajo, del valle húmedo; a pocos kilómetros sobre la cuesta del Ambato se pueden visitar como hice ayer los restos arqueológicos del pucará incaico llamado hoy Pueblo Escondido, que seguramente haya funcionado como la parcialidad hanán de los Choya, las familias habitantes de los pisos ecológicos del alto de la ceja montañosa, metalúrgicos y dedicados a la defensa, portadores de atributos masculinos.

La rebeldía no es más que la lucha decidida en la defensa de los intereses económicos, materiales y simbólicos que mantienen la autonomía de una comunidad humana. Choya fue la última resistencia en ser quebrada de una guerra de los pueblos de las quebradas de Humawaka, el Valle del Lerma y los valles que bajan desde el Aconguija, siendo el Ambato la última cadena montañosa antes de las sierras que anticipan las llanuras pampeanas de la cuenca del Paraná.

Catamarca existe continuamente los últimos cuatroscientos treinta años porque quebraron la rebeldía de Choya. A diferencia del presente de las comunidades aborígenes que llegaron a mejores condiciones de existencia después de las guerras de exterminio sobre todo donde hubieron guerras y revoluciones en las que obtuvieron derechos, del pueblo de Choya no ha quedado autoconciencia alguna entre sus descendientes. El mestizaje permitido con criollos bastardos y africanes en condiciones de esclavitud hace que la mayor parte de las familias explotadas y oprimidas en San Fernando sean descendientes directos del pueblo de Choya, pero hasta el enorme barrio al noroeste de la ciudad donde estaba ubicado el pueblo originario, en la falda del Ambato, ha sido rebautizado “Milagros” en referencia a la “aparición” de la Virgen María.

Con la misma falta de originalidad que la Iglesia Católica “encontró” para el Imperio Romano a la Virgen María apareciéndose en lagos y cascadas donde se reunían las druidas de las comunidades célticas a adorar a las divinidades femeninas del norte europeo, en toda América conquistada la Virgen María volvió a aparecerse frente a un campesino originario humillado ante su manto que correría a llevar la noticia milagrosa a sus propios amos, que con una ingenuidad increíble en espíritus tan dados a la masacre de cuerpos humanos, le creerán el milagroso accidente y construirán un nuevo templo sobre las cenizas del culto religioso anterior. La leyenda de la Virgen del Valle es el sermón con que los curas y monjas adoctrinaron durante cuatroscientos años a las familias explotadas y pobres de la región: besa la mano de tu amo, respeta sus órdenes y serás feliz, rebélate y sufrirás las consecuencias.

Es una parábola de sumisión que mantiene el terror a la represión física como constante para el desarrollo de los mecanismos de represión y bloqueo del deseo de libertad y el derecho a vivir según los criterios de su cultura milenaria. Los crímenes horrendos sobre los cuerpos de grupos sociales dominados como los que suelen aparecer periódicamente en la provincia de Catamarca vienen a “recordar” a las poblaciones de memoria floja cómo son las cosas acá: o sumisión plena o una muerte horrible.

El cuerpo de María Soledad, descartado en una cantera para que los obreros picapedreros lo descubrieran al entrar al primer turno de un lunes, con claras y evidentes marcas de tortura, violación colectiva y mutilación de las partes más femeninas, es el recordatorio de qué les sucede a quienes olviden el mensaje del indio sumiso que le reza a la Virgen en lugar de a su diosa anterior.

Una amiga íntima que cursaba en la otra división del quinto año del mismo colegio de monjas que María Soledad, me ha contado lo que era bien conocido. Después de la dictadura militar, arrastradas por las ilusiones democráticas, las alumnas del Colegio del Cármen gritaron su rebeldía contra la hipocrasía y la represión de la familia católica. No se hicieron fanáticas de V8 o Hermética, no pintaron la A de “Anarquía” con aerosol en las paredes, usaron la sexualidad como provocación contra las monjas. Había un ritual de iniciación, por ejemplo, que consistía en dejar en bolas a alguna compañera adentro del aula, con cualquier excusa, cumpleaños, noviazgo, etc. La susodicha tenía que recorrer la escuela desnuda buscando su ropa. Las alumnas del Carmen, quienes eran educadas en la rígida moral católica para ser las esposas ideales de los machitos de la clase media y alta de un San Fernando cajetilla, en lugar de liberarse sexualmente dando rienda suelta a sus pulsiones y deseo, usaban la sexualidad como una forma de provocación contra las monjas y el destino que fabricaban para ellas.

De ahí una confusión que no es deshonesta ni paradojal cada vez que en los medios nacionales se cuestiona la promiscuidad sexual de María Soledad. La “Sole” no era una joven reconocida por su desenfreno sexual, todo lo contrario, era la novia modelo del sorete que la entregó a su tortura y muerte. Pero sí era del Colegio donde las “chicas estaban sarpadas” usando la sexualidad como rebeldía.

Como explica muy bien Rita Segato en La guerra contra las mujeres, crímenes como el de María Soledad no se restringen al sadismo de dos o tres varones y a la privacidad de las relaciones humanas. Son por el contrario crímenes políticos en los que una fratria de violadores y asesinos envía un mensaje claro a las mujeres de su sociedad. Estos machitos, hijos de las familias dueñas de Catamarca quisieron comunicar un doble mensaje: nosotros tenemos el poder absoluto sobre vuestros cuerpos y voluntades y… basta de rebeldía las niñas del Colegio del Cármen.

Las mujeres catamarqueñas comprendieron el mensaje y reaccionaron movilizando a la mayoría del pueblo a las calles, a escala nacional, hasta que derribaron al clan Saadi y encarcelaron a los asesinos materiales. Un terremoto feminista con epicentro en Valle Viejo que, como dice una egresada del Colegio del Cármen que atiende una despensa en el barrio Las Viñitas del sur de la ciudad, “cambiamos las cosas acá en Catamarca”. Efectivamente, y como parte de una crisis de régimen mucho más profunda, que involucró el Santiagueñazo de 1993, por ejemplo, en Catamarca la burguesía tuvo que barajar y dar de nuevo, inventando primero el Frente Cívico y Social y luego ofreciendo un juego más democrático en Legislaturas y municipios. Después de María Soledad, Catamarca conoció la lucha ambientalista contra la megaminería contaminante de la Barrick Gold en Bajo La Alumbrera y un poderoso movimiento de lucha entre docentes, enfermeras, desocupades, etc.

Estatua en el Mausoleo Homenaje a María Soledad Morales,
a pocos metros de la cantera donde fue plantado su cuerpo masacrado
en Valle Viejo, Catamarca. Las ofrendas son en su mayoría
de adolescentes mujeres a punto de egresar al secundario
que le piden o agradecen a la Sole como a una santita.

El alma del Manchao


Esta misma compañera me ha comentado la fascinasción que existe entre quienes practican el montañismo por el pico máximo del Ambato, el Manchao, de cuato mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Se trata de un desafío interesante por lo escarpado de la subida más que por la altura o el clima. Y porque el Manchao suele tronar como si estuviese a punto de parir, tiene convulsiones que no llegan a ser terremotos pero que parecieran el despertar de un gigante furioso. “Al Manchao se lo respeta” dicen les catamarqueñes como les marineres y pescadores que aconsejan sobre la mar. En su idioma natal, manchao no significa lleno de manchas, sino “Manch” como “miedo” y “ao” lugar, “Lugar que da miedo”.

Las montañas de Catamarca como el Manchao que forma parte del Ambato, son como me ha explicado una geóloga del lugar, rocas plutónicas, es decir, lugares donde la actividad del magma no está tan cerca de la superficie, y permite una ebullición lenta de calor y magnetismo sobre minerales y metales. Por eso se desarrollan toda variedad de cuarzos y la rodocrosita, porque, como un enorme útero, las montañas van alquimiando la roca y el metal durante milenios. Lo contrario del vulcanismo, donde ese proceso se desencadena abruptamente, expulsando rocas, metales y magma hacia la superficie en una sóla erupción.

Así también se generan los sismos, dos partes de una enorme placa de piedra, quebradas o hundidas, se atoran en algún tramo común, y su paso lento y contradictorio va acumulando energía contenida. Los terremotos son, se sabe, liberación de energía acumulada, contenida durante décadas o centurias.

Es la única forma de explicarnos la evolución de la sociedad catamarqueña después de la derrota de las poblaciones kakán en el siglo 17 y los siguientes cuatroscientos años de colonización por la Iglesia Católica y los descendientes de los Adelantados españoles. La estrategia de dominación es la sumisión del pueblo trabajador, tanto de las familias campesinas en su momento como los que formaron parte de la construcción, la megaminería o quienes se desempeñan hoy como trabajadores del Estado; pero sobre todo del trabajo doméstico de las mujeres catamarqueñas, a quien la Iglesia adoctrina desde pequeñas para cumplir una función clara de sirvientas incluso simbólicas. Esos niveles brutales de represión, de anulación de identidades y deseos, durante decenas de años dan la impresión superficial que se trata de una población sometida y pacífica, pero su rebeldía y su identidad independiente se van acumulando en el interior de las conciencias, se van amalgamando como el cuarzo y cociéndose lentamente como en paila de cobre hasta que encuentran el cauce, la fisura en la dominación social para escapar, para fluir y estallar.

La sociedad catamarqueña parece regida por el mismo Manchao, reventando cada tanto en movimientos espasmódicos capaces de voltear todo lo establecido después de largas temporadas de aparente calma. Falta todavía que emerja como en el siglo 17 una conciencia que pueda unificar y dar un sentido a toda esa bronca reprimida, coordinar un combate concentrado contra el Estado, las familias gobernantes, su policía brava y su Iglesia criminal,  como hicieran los kurakas como Chelemín.

Una conciencia de clase, que recupere la historia de la conciencia de lucha propia de Catamarca y la entronque con sus hermanas y hermanos de clase en todo el país y el mundo, una conciencia con fuerte arraigo en la propia identidad, para que los próximos estallidos no sólo sean capaces de derribar lo establecido, sino también de sacar afuera lo reprimido y poder construir una sociedad mejor, más abierta y menos hipócrita, con relaciones familiares basadas en el amor y no en el lucro o la explotación, una sociedad donde cada quién pueda disfrutar su identidad de género como mejor desee, una sociedad que vuelva a relacionarse armónicamente con su ambiente natural para obtener recursos que sostengan a la población humana y que esta contribuya a perpetuar el ambiente, no a destrozarlo.

Dos mil años antes de la llegada del Estado Inka y español, la región del Ambato y el Ancasti sostenía una densidad de población por metro cuadrado varias veces superior a la que se sostiene hoy. Y el equilibrio ecológico no era violentado. La burguesía catamarqueña demuestra todos los días su incapacidad supina para organizar la vida en mejores condiciones que la cultura La Aguada. Es por eso que no gastan un peso en la investigación de las formas organizativas de las culturas prehispánicas en la región, no quieren ese peso de evidencia sobre su presente, al mismo tiempo que pretenden mantener en el olvido la autoconciencia de les descendientes del kakán.

Citando a Hegel o Aristóteles, Marx y Engels solían decir que la humanidad es la parte de la naturaleza que se piensa a sí misma. La clase obrera explotada y oprimida de Catamarca, sus mujeres y géneros disidentes de la heteronorma, sus comunidades campesinas expropiadas de tierras, aguas y cultura, deberán encontrarse en los cortes de rutas y tomas de tierras, una y otra vez, para ir amasando con la paciencia del chapati un programa de lucha común contra el responsable común de toda la mierda sufrida por separado, cocinando juntes el dulce de fruta en el fogón, a tres o cuatro hervores, cosa de que macere bien.


Confiamos en un pueblo catamarqueño que es sostenido en la aparente sumisión cotidiana bajo toneladas de material represivo. Todo lo reprimido, como enseña el Manchao, tiende a salir a la superficie. Esperamos y apostamos para que los próximos estallidos derrumben al Estado y permitan la construcción de otra Catamarca, más digna de volver a llamarse Choya. Brindamos por un futuro en el que la Virgencita del Valle haya sido desterrada y el único culto popular sea el de María Soledad, protectora de las jóvenes egresadas del secundario, de las mujeres desobedientes, que se niegan a su destino de criada gratuita, saco de golpes, carne de cañón, las mujeres Choya.

El lunes 7 de enero de 2019, mientras escribíamos este artículo
y coincidiendo con una violenta tormenta de viento,
la cruz norte de la Catedral de San Fernando del Valle
amaneció en riesgo de derrumbe.
Creer o reventar.

sábado, 12 de enero de 2019

Las enseñanzas del Hamwattu

Ensayo de introspección catamaaarqueño



Estamos queriendo entender,nos. Las ocho semanas de la última primavera en Sala 8 del Muñiz, trabajando sobre mi conciencia en crisis junto a una psicóloga especializada en acompañar personas transexuales, el remolino emocional de mi crisis de identidad de género se podría resumir en una sola inquietud: ¿estoy construyendo una identidad femenina o soy esto que quiero ser?

Las posibles respuestas me han atormentado, porque señalan senderos muy distintos. A diferencia de muches, desde que mis conmilitones del sexto grado primaria del Colegio Roque González reprimieron y hostigaron mi “femineidad”, para protegerme mi propia estructura sicológica eligió el camino de la auto-represión y la mimetización con el patriarcado.

Más sencillo que todo esto que ahora entiendo, me he esforzado con ahínco, tezón y disciplina para obedecer el mandato social que me ha dicho lo que se espera de un cuerpo masculino, un varón, un verdadero varón. Mientras para la mayoría de las personas trans, gays y lesbianas en nuestra sociedad la infancia y adolescencia son un calvario, un infierno en la Tierra, después del primer golpe cruel contra mi sensibilidad, decidí esconderme y no recibir ningún golpe más.

Mientras el camino llevaba a un amor especial hacia mi madre (“el varoncito es de la mamá”) o a la responsabilidad de conseguir alimento y sostén material para “mi” familia, todo fue muy bello y poco contradictorio. Pero el grado máximo que exige de un varón la sociedad patriarcal es la expresión de poder absoluto sobre el cuerpo femenino, sobre la voluntad de la mujer.

Si el camino del éxito para unx arquitectx es el edificio terminado, para le astronauta caminar la Luna, para un varón exitoso, se trata de alcanzar el máximo grado político, moral y ético del varón patriarcal, el del violador.

Entrenando al violador


La escuela que me formateó es una de las más eficaces en la programación patriarcal que ha existido en los últimos dos mil años, la Iglesia Católica Apostólica Romana. El Vaticano ha desarrollado las técnicas más sutiles y complejas de dominación racional, teórica, psicológica y corporal durante su existencia. Cada paso de su conversión en religión de Estados imperialistas desde su matrimonio con Constantino en el 400, empezando por la propia colonización de sus feligreses, a quienes a reprogramado desde una militancia antiimperialista e igualitaria hacia la idea del gendarme de la propiedad privada, luego haciendo el trabajo sucio de conocer la cosmovisión de cada pueblo conquistado por Roma para mejor “evangelizarle”, la conquista y colonización de América, África y Asia para los estados feudales y luego capitalistas, le ha servido para acumular el conocimiento del “otro cultural” de forma tal de comprenderlo a fondo y usar ese conocimiento para detectar las “debilidades” inherentes a su cultura y usarlas en su contra.

La Iglesia de Roma es el mejor ejemplo en la historia de nuestra especie de esos seres que quitan, expropian, la energía emocional, racional y muscular del otro, que absorben, que vampirizan para manipular y explotar a ese que han comprendido en contra de su deseo en favor de las necesidades e intereses del colonizador, del expropiador.

En ese culto enfermizo y demoníaco, yo, que siempre me he caracterizado por una extrema sensibilidad hacia mi ambiente, y por ser un excelente alumno de cada cosa que he decidido aprender, un disciplinado alumno, he aprendido ese mecanismo al detalle, conocer al otro para usarle en mi beneficio.

Mi vieja me alertaba, de chiquito, cuando le hacía compañía en una de sus torturas domésticas, lavar ropa, pelar cebollas, lavar platos, limpiar pisos, ordenar la casa: ¨la inteligencia puede ser usada para el mal, nunca la uses para el mal.” Pero mi viejo, con quien sólo compartíamos ratos de ocio, jugando al dominó con os paisanos, en auto, decía que lo único que importaba era “hacer guita para que te respeten”, a cualquier precio. Un tipo que no tuvo amigos para llevarle las seis mancuernas de bronce del traje de madera, el último.

Sin embargo, no me pude graduar. Cada vez que he estado al borde de conquistar el más alto galardón, cada vez que estuve a punto de pasar de manipulador a golpeador y luego a violador, una fuerza confusa, amarga y angustiante se ha apoderado de todo mi ser. Cada vez que mis relaciones afectivas con mujeres que amaba requerían el paso definitivo y final del ejercicio psíquico y físico de la violencia, la imposición material de mi voluntad sobre el cuerpo y la voluntad de ella, mi compañera de militancia, mi compañera de trabajo, mi compañera de vida íntima, mi propia hija, desde algún lugar desconocido se provocaba un corto circuito y, como sufre quien es consciente de su psicosis o ezquizofrenia, un pánico de autopercepción de locura se apoderaba de todo mi ser, perdía de pronto toda racionalidad sobre lo que deseaba y sentía, todos mis recursos de relación comunicacional con el universo se mezclaban, enredaban las palabras y los gestos, la frustración tomaba el control de mi ser y las relaciones personales estallaban y se morían.

Siempre al borde de la necesidad de resolver el conflicto de la relación por medio de la imposición violenta de mi voluntad sobre la otra, siempre en el límite mismo de ese abismo de deshumanización, sin ninguna consciencia de todo esto que ahora escribo, algo me ha invadido y me lo ha impedido. Han sido veinte años de una imposibilidad permanente de construir relaciones afectivas felices o al menos armónicas.

Un paréntesis que ayuda. Trotsky contaba que, a la hora de construir el Ejército Rojo,  se había opuesto a la aplicación del método histórico del uso de la tortura heredado del zarismo por una sencilla razón: quien es entrenado en torturar a otro ser humano, se deshumaniza. Algo que cualquier estudioso de la dictadura videliana sabe, es que, el torturador, como condición sine qua non para poder quebrar a otro ser humano, debe verlo como algo inferior, no como un semejante. Y en ese proceso de construcción del otro como algo no humano, el torturador pierde su propia condición de humanidad. Los conquistadores españoles han masacrado a las poblaciones originarias de América hasta que el Emperador y el Papa determinaron que eran seres con alma, luego de ello han prohibido su tortura y canalizaron su potencia genocida sobre los negros del interior de la sabana africana, que por su color de piel y su cultura neolítica, ágrafa y comunitaria eran claramente seres inferiores, “monos”. Trostsky decía que el socialismo necesitaba de seres humanos en su mayor grado de autoconiencia humanista, y que cada soldado torturador sería un agente de desmoralización para la clase obrera socialista. Valga un agradecimiento eterno para esa idea de León.

Ahora entiendo esa idea de Freud que en este momento de mi vida tiene el valor de un mantra: lo reprimido no muere, queda vivo debajo de la represión y busca su camino hacia el exterior de las más variadas formas.

Ese gurí que fui yo hasta los seis años, hasta esa primavera de 1983 en que comenzó la tortura de mis pares contra una evidente bisexualidad o incluso pansexualidad -cómo saberlo- quedó encerrado en lo profundo de una celda monacal medieval, y fui construyendo por propia voluntad (si es posible que un preso pueda tomar decisiones propias) este otro ser artificial, este varón heterosexual con destino de paterfamilia, de dueño de una o varias mujeres a su servicio para que le den y garanticen un estilo de vida.

Ese gurí sepultado no se ha rendido nunca. De miles de formas que recién ahora puedo reconocer en gestos o actitudes, costumbres vanas, siempre banalizadas por mi yo consciente, ese gurí fue saliendo a la superficie. Y debo agradecerle porque ha madurado lo suficiente para boicotear con los medios a su alcance cada vez que estuve al borde de quebrarme como ser humano empático con su propia especie y me ha impedido transformarme en un torturador, en un violador consumado.

Posadeña linda, pequeña flor


Es necesario proponerte un juego para que comprendamos lo que intento explicar,me,nos. Pongámosle nombre a ese gurisito, porque cada vez que le nombro en masculino o femenino, sufre, y mientras escribo, salta sobre mis manos, me tapa los ojos, me molesta como Cata cuando quiere una caricia o agua limpia. Se llama Mburucuyá, como la extraña flor sin género conocido de la selva misionera donde se crío.

Ahora que Mburucuyá creció y es une gurí hermose de diez años con la madurez emocional de una persona de cuarenta, ha tomado tal control y permanencia en mi universo consciente que ya no me permite seguir mostrándonos al exterior como sólamente Leonardo José Grande Cobián. En su lengua propia, que todavía no logro comprender cabalmente, me ha dejado claro que todo nuestro sistema emocional y racional no va a seguir funcionando si sigo comportándome frente a la sociedad como ese varón patriarcal que fui.


El 27 de setiembre de 2018, frente a una actividad ESI en la escuela que trabajo hace diez años y la que luchamos para que se hicieran talleres exclusivos para las alumnas en pos de que pudiesen sentirse protegidas para expresar (sacar afuera) las situaciones de violencia que sufrían, cuando al fin hemos logrado que un tallerista autorizado dijera, “bueno, ahora las mujeres van al aula tal y los varones al aula tal”, tuve el primer ataque de pánico de mi biografía. Mburucuyá hizo un piquete, un corte total de accesos a capital sin “un carril liberado” siquiera. Y visto en la piel del funcionario que llega al corte de ruta a parlamentar con les piqueterxs, ante la necesidad de encontrar una salida negociada al conflicto, sabiendo que sólo podía seguir si reprimía salvajemente el corte, este Leonardo Grande que he sido treinta y cinco años de mi vida, se ha negado a disparar sobre Mburucuyá y encontramos un plan de acuerdos mínimos: empecé terapia específica para personas transgénero en la Sala 8, Psiquiatría, del Hospital Muñíz en la primer ladera de la barranca inundable del Riachuelo, en el antiguo barrio de africanes esclavizades y donde se fue cuajando la clase obrera industrial en nuestras tierras. Allí, en el útero de barro donde se fue alquimiando la parte más bella y dura de nuestro “ser nacional”, en el retorno a la única madre que me ha enseñado a ser una buena persona, comencé este proceso de intentar comprender,me, de intentar saber quién es Mbuucuyá, de comprenderle para poder dejarle vivir aquí afuera, conmigo, y que podamos vivir juntes una vida sin cárceles interiores, sin imposiciones, sin violencia de ningún tipo, hasta que -¡oh tierna esperanza de revolución!- algún día podamos ser fusionados de nuevo, como cuando teníamos ambxs seis añitos, Leo X Mburucuyá Capobianco.

Mis montañas y yo


Guarda chamigo, que ahora empieza el verdadero relato. Leo Mburucuyá tiene impresa en su más profunda constitución emocional las formas de percibir el universo de quien ha sido criade por el majestuoso Alto Paraná. La vista acostumbrada al verde-rojo adversativo de la selva esmeralda y la tierra colorada por el óxido ferroso, la rigidez de la barranca de piedra volcánica emergida -toda ámbar, toda obsidiana negra-, el olfato formateado en el vaho penetrante del vapor sexual de animales y plantas estallando en eternos días de agobiante calor y humedad, el cuerpo acostumbrado a este permanente estallar de sentidos y sensaciones, a esta rigurosidad del bombeo permanente de las emociones. Mar que camina es el nombre dentro del cual la sabiduría ancestral del guaraní ha sintetizado la vista permanente del majestuoso Paraná.

Sin embargo, a los 19 años viví intensamente dos meses recorriendo de noroeste a sudeste los cordones montañosos de la Sierra Madre Occidental, desde el Valle náhuatl del antiguo Texcoco hasta las sierras selváticas tropicales maya kiché, pasando por montañas y valles Oaxaqueños, o como las colonizadas mentes repiten, desde México hasta Guatemala.

Seguro conocen esa sensación de terremoto emocional cuando une viaja por primera vez desde su ambiente conocido, su zona de confort, hacia un lugar total y absolutamente extraño. Diez mil kilómetros de distancia, la mutación de todas tus moléculas y átomos en la forma de viaje menos común para nuestra especie, atravesar los vientos atmosféricos; la cruda realidad de apartheid de una sociedad donde la cantidad de mielina en la piel se siente como un muro; la comprensión de que el idioma que une mamó no es igual a sí mismo cuando es interpretado por poblaciones con historias culturales tan diferentes como son la porteña y la mexicana; culturas gastronómicas de raíces casi opuestas por el vértice. Todas estas diferencias, desestructuraron a un Leo Grande todavía jóven, lo justo y necesario para que Mburucuyá tomara el control del viaje.

Allí, en la cumbre de la mal llamada pirámide de la Luna de Tehotiwakán, Mburucuyá fue libre por primera vez. Y digo mal llamada porque quienes construyeron hace miles de años esa pirámide escalonada híbrida del estilo conocido egipcio y sumerio, lo hicieron para homenajear no a la Luna sino a la montaña más lejana que puede verse en el horizonte detrás suyo. Era la montaña de la que habían llegado esas poblaciones nomádicas que terminaron por establecerse y sedentarizarse en el valle central, entre las dos cadenas montañosas al este y oeste del Lago Texcoco. Claro que fue construida para poder estudiar y comprender el devenir de la vida celestial de los astros para organizar la vida material de millones de seres. Sin embargo, cualquiera que la mire de frente antes de terminar el recorrido de la calle central y distinga su contorno particular, como la “panza” del Palo Borracho que le modifica su identidad de Ceiba, notará que la pirámide espeja la montaña madre.

En la cúspide de la montaña fabricada por seres humanos, con el pelo libre al viento y los ojos del cerebro cerrados para permitir sentir a los sentidos pre racionales del cuerpo, la energía tan particular de ese lugar me atravesó en forma tal que llevo veinte años buscándola de nuevo.

Claro que Leonardo Grande supo encapsular todo eso en un casillero perfectamente racionalizado que no anduviera picaneando la cotidianeidad con un palito. Pero Mburucuyá siente esa fuerza y la busca, para ser de nuevo, libre.

Casi al final de ese viaje que narro, en los años en que la Selva Lacandona se había rebelado encarnada en sus hijas tzotziles y tzetzales armadas contra el NarcoEstado del PRI, después de conocer la fuerza del Pacífico sobre los valles agrestes de Mitla, Hiervelagua o Monte Albán, Mburucuyá alcanzó la plenitud en la cima de las pirámides de piedra calcárea, en el corazón latiente de la selva kiché del quaktemalákj, en Tikal, la mayor reserva protegida de la humanidad al mismo tiempo por su enorme valor natural de selva tropical e histórico cultural. Allí, el verde esmeralda de la infancia visto por primera vez desde una cumbre montañosa de forma piramidal aguda, construida para ser observatorio astronómico y altar ritual, captó la fascinación absoluta de Mburucuyá para siempre.

Leonardo se limitó al ponerle la etiqueta de “fascinación” a esa experiencia, guardarla en el frasco de los objetos perdidos, como todo aquello que une no comprende racionalmente porque es imposible de ser intelectualizado. Ahora sé que Mburucuyá, al contrario, siempre supo de qué se trataba aquéllo. Ahora entiendo que el autorretrato al óleo que Leonardo Grande pintó para resumir las experiencias de ese viaje -y que una hermana de alma guardó trece años en sus diferentes hogares para preservarlo de mi depresión- es, en realidad, una aguafuerte exacta de Mburucuyá. Recién ahora lo sé.



El primero de enero de 2001, frente al momento más crítico de mi pasaje de la adolescencia a la primera juventud, en un ritual de elaboración de la primer pérdida importante en mi vida de una persona amada, conocí los lagos Quillén Quillén y Rukachoroi, cercanos a los pueblos huincas de Junín de los Andes y Aluminé. Allí Mburucuyá conoció el otro rostro de la montaña, en lugar de aquella conexión con lo celestial, la magia de la atracción de la cima, encontró en los lagos de deshielo el camino al inframundo, la sima, donde habitan quienes nos han acompañado en el camino y ya no siguen con nosotres.

Para siempre ha quedado en mí esa profunda conexión en paz con mis propios ancestres -mal llamados celtas por el romano genocida- los clanes astures y suabos que poblaron en su largo camino desde las alturas del Cáucaso hasta las islas galesas, gaélicas, bretonas y escocesas, las montañas nevadas de Galicia y Asturias, oradadas durante millones de siglos por el bravo mar Cantábrico.

Los sistemas lacustres de la alta montaña andina -su prócer el Titikaka-, despiertan en la memoria atávica la emoción de inmensidad e infinito profundo de la mar uterina. El origen de la primera célula, el reservorio original del oxígeno, el lugar de donde venimos todes les organismos pluricelulares de este planeta. En mi caso, Mburucuyá aprendió a respetar el silencio del juego y la algarabía desenfrenada de su Paraná y su selva, escuchándome contar las historias milenarias de nuestres ancestres galegos y astures. El frío de las latitudes alejadas del trópico también sirvió para hacerlo un mono obediente y respetuoso. Mburucuyá sin embargo vive despierto y camina a mi lado en esos bosques de araucarias y piñones, pues la alegría de la vida también le despierta, aunque aprende sin desenfrenos.



La última vez que me golpeó la vida sin piedad y removió todas las estructuras racionales que Leonardo Grande creían inmodificables y estabilizadas para siempre (la familia “propia”, amigo-hermano hasta la muerte y partido revolucionario) volvimos a llorarnos y desarmarnos junto al mar primero y al Rukachoroi al pie del volcán Lanín, después.

En realidad fue allí, el año nuevo de 2016, donde empecé a escribir este texto que ahora tejemos para que vos des-henebres a tu gusto. Leonardo ya no se llamaba con el apellido patronímico porque había comprendido a fuerza de golpes que los mandatos de la biología, la iglesia y el capitalismo había que botarlos a la mierda primero de la propia casa si une quiere ser medianamente coherente a la hora de barrerlos de la faz de la Tierra. En una iluminación Leo casi comprende el aullido interminable de Mburucuyá, pero todavía incapaz de distinguirle, comprendió que debía ser coherente consigo mismo y transformarse hacia aquella actividad humana que mejor le hacía, decidí asumir mi identidad de artista frente a mis relaciones cercanas y publiqué mi primer libro de relatos y asumí la identidad de mi linaje materno, el nombre del bisabuelo que me ha legado el rostro y el rh negativo y el apellido neolítico del clan familiar, todavía hoy, mucha gente me conoce sólo como Capobianco.

En esos textos, escritos con la velocidad de la ansiedad y el apuro de la falta de electricidad de la montaña inhóspita, puede leerse si une le pone ternura, una aproximación clara. Sentía que me había costado mucho despegar de Buenos Aires después de muchos veranos sin vacaciones, pero cuando vió la majestad humilde del Río Colorado y el Negro, Mburucuyá quiso salir a encontrarse de inmediato con la montaña. Tenía planeada una parada importante (para conocer a una persona que nos había maravillado) en el Newenquén, el cruce de caminos donde termina abruptamente la llanura frente a la Barda de piedra calcárea, en una meseta triangular que hace de entrada y bienvenida.

Recién allí recordé la importancia que tuvo en mi historia el asesinato de Carlos Fuentealba en la Semana Santa de 2007 y me detuve para rendirle ofrenda en Arroyito, lugar donde todavía se siente la soledad cruel del desierto patagónico y hasta el ripio recuerda al maestro. Comprendí que algo me retenía, me impedía el acceso inmediato al Ande. Con menos apuro fui subiendo los escalones de piedra de la placa abollada por última vez hace 65 millones de años, y después de Arroyito accedí a la meseta llena de “mosquitos” petroleros del Cutral Có, el Agua de Fuego, y recién cuando me despojé de todas mis frustraciones y ansiedades en la última posada de la aldea suiza que han construido los huincas en Aluminé, el Ande parecía permitirme entrar “limpio” al acampe en el poblado mapungundún a la vera del Rukachoroi.

Si la montaña parecía tomarse el trabajo de atraerme de nuevo a su falda, enseñándome primero que debía hacerlo con el mismo respeto de quien necesita ayuda, no con la oronda impunidad de quien viene a llevarse algo, es porque la montaña me había invitado.

Todavía hoy se pide subir las escaleras de las pirámides mayas y náhuatl de costado, sin mirar de frente a la cima, en señal de respeto; a cambio es más fácil regular la respiración y el cansancio muscular para llegar a lo alto. Les descendientes de les waykama, en Choya Catamarca, te aconsejan dejar una piedra de abajo cuando llegás a la cima de cualquier cerro, en señal de ofrenda y agradecimiento; en retribución, tu experiencia en la altura será maravillosa y gratificante. Esos montículos de piedras como altares, en la Galiza pre-romana se llamaban outeiros y les judíes siguen dejando una piedra de ofrenda a sus seres queridos que ya no están sobre la lápida en el cementerio, cual clavel rojo. Para les aymará las grandes montañas del Ande eran sus abuelas sagradas, Apu, hermanas de los vientos húmedos y secos del Altiplano, hijas de la Mar. Diosas creadoras, Pachamama emergida y gobernante, fuente de toda vida y de muerte. La leyenda de Noha en el Ararat, los eremitas habitando cavernas por treinta años y hablando con las divinidades creadoras en los Zagros persas y en todas las culturas que poblaron los Atlas de Anatolia, la jauría de Zeus parasitando el trabajo esclavo de les humanes en el Olimpo… nos conectamos, dialogamos, intercambiamos con las montañas. Desde que empezamos a desarrollar nuestro pensamiento abstracto hace más o menos 300 mil años atrás.

Quise comprender que las montañas ejercían una atracción en mi inconsciente tan fuerte que parecían invitarme a visitarlas para cargarme de la fuerza necesaria para enfrentar la vida explotada y alienada en la mancha de cemento donde vivo. Quise comprender el mensaje del Lanín y concluí que me convocaba a terminar con las vacilaciones y encarar con firmeza todos los compromisos que había asumido y, mucho peor, concluí que la montaña me convocaba a cerrar el luto de la familia fracasada construyendo con coraje y determinación una nueva relación monogámica.

Ahora veo con claridad la fuerza inquebrantable de la humildad. Claramente la montaña y el lago me habían atraído a una experiencia superadora del simple ocio necesario del cuerpo y la mente que se agotan en el desangrado cotidiano de la alienación. El Ande me había convocado para enseñarme, pero todavía aturdido por la ilusión de la razón lógica en la que fui formado, atado al poder cristiano del verbo, decidí demasiado rápido que había comprendido el mensaje.

¿Qué quieres de mí, Ambato?


Un cataclismo se llevó en ese 2016 negro que todes les explotades de este terriorio sufrimos por igual, todo mi orgullo consciente. Todo lo que creía haber aprendido en el Ande demostró ser, una vez más, la ilusión de control que pesa sobre la conciencia de quienes trabajamos para ser “funcionales” en nuestra sociedad. Todas las decisiones, si bien puras y bien encaminadas, se quitaron la piel para mostrar su cara cruda. Lo único que me sostuvo firme fue la fuerza de la piedra que me había donado la montaña.

Ver a la mujer ideal de una nueva monogamia heterosexual desnudarse magra y amarga como la hiel, la confianza dada revertise en maltrato y un nuevo ataque. Mburucuyá salió decidido a disfrutar el amor y fue otra vez caz(s)ado sin piedad, atormentado. Volvió a sentir (¡cómo pude hacerle esto de nuevo!) el canto abusador del desprecio a su orientación sexual de la persona que había elegido para llenarle de cariño. Luego quien había creído mi hermano por opción, el amigo de juegos y travesuras que Mburucuyá nunca tuvo fue desnudado en su realidad de soldado de una fratría de violadores al interior de la fraternidad más maravillosa de militantes bolcheviques que hayamos conocido. El dragón cayó del cielo estrepitosamente.

Una revolución completa de Marte alrededor del Sol me costó emplastar las nuevas y desgarradoras heridas. Con la confianza en mis afectos perdí también lo que quedaba de mi confianza orgullosa en mi yo consciente. Es así como sabían los chinos hace dos mil años: la merma del lago, fabrica el vacío necesario para volverlo a llenar. O como aprendimos quienes nos hemos ahogado en piletas de pequeñxs: una vez que caímos más allá del punto donde nuestra desesperación nos anula la fuerza del braceo para alcanzar la superficie, es mejor hundirse hasta el fondo para encontrar el apoyo necesario que permita a las piernas el impulso para volver a respirar.

Al cierre de ese destructivo 2016, en un estadio de Atlanta a pocas cuadras del Maldonado encadenado de cemento, descubrí un ser que me maravilló. Cuánto habrá sido mi dolor que tardé dos años en permitirme responder con amor a su amor. Al final, su paciencia y afecto, su notable desprendimiento del ego, me permitieron experimentar una calidad de oro tan bella como inhallable: un cuerpo con la fuerza propia de la masculinidad musculada en las duras horas del trabajo en la zafra cañera y el obraje albañil capaz de amar y penetrar con la dulzura de un noble caballo pampeano.

Cuando Mburucuyá lo conoció, desde el primer instante se propuso convencerme de la necesidad de buscarlo, de compartir vida a su lado. Durante dos años mis viejos recursos contra mis apetitos homosexuales resurgieron, reforzados ahora por el daño a una bisexualidad que sólo había encontrado varones hermosos y dulces en las actividades y las citas pero puro macho en la cama. Después de un segundo año terrible como el 2018 fue para todes nosotres, el retorno del Fondo Monetario sepultando la gloria del jubiladazo del 14 y 18 de diciembre de 2017 bajo las migajas miserables por las que las corrientes sindicales y piqueteras del kirchnerismo se esforzaron a contener cuanto impulso de lucha hubo, año maldito de Bolsonaros y Vox, concedí a Mburucuyá la necesidad de volver a la montaña. El torazo dulce de Atlanta vive en Catamarca.

Nada se sabe de Catamarca fuera de ella. Una de las provincias con los niveles más bajos de propaganda turística en el país con una de las riquezas en diversidad histórica y ecológica más impresionantes del continente. Como dice un amigo que encontré estos días: “sólo conocen María Soledad, el Bajo de la Alumbrera y el San Pedro de Amaicha”.

Ya pude reconocer la vieja sensación desde que tardé en sacar el pasaje y el día fijado tuve que desangrarme en un taxi caro esquivando una Buenos Aires en obra permanente, para llegar al Chevalier casi al borde de la salida, empresa despiadada que no supo darme una miserable galletita de agua en dieciseis horas de viaje. Todo venía a indicarme que aceptara que hacía el viaje contra mi voluntad consciente, guiado por el deseo de Mburucuyá que todavía no comprendía. Al punto que llevaba una impresión muy difusa del tipo de ecosistema montañoso con el que me iba a encontrar.

San Fernando me recibió con 39 grados a la sombra después de dieciseis horas de mate con el ciático encastrado en un reclinable rodeado de changuitos fluyendo su más dicharachera infancia sobre los olores de los cuerpos de ancianos fermentando sus últimos días de viajes de larga distancia.

El clima catamarqueño es de una falta de regularidad propio de los climas de alta montaña. El pozo donde españoles y criollos desarrollaron una ciudad de cemento de 300 km2 (cien más que Buenos Aires) tiene 500 metros sobre el nivel del mar y los dos cordones montañosos que la rodean al este y al oeste corren paralelos de nortoeste a sudeste alcanzando un mínimo de dos mil metros y un pico máximo de casi cinco mil en el majestuoso Manchao del cordón del Ambato.

En mi imaginación abollada por veinte años de llanura y puerto, las montañas catamarqueñas se me imaginaban continuidad de los pliegues serranos pampeanos, hermanados a los de Merlo en San Luis o las famosas Sierras Cordobesas. Pero no, las serranías de Córdoba y San Luis son los pliegues que hacen de transición entre las últimas cadenas montañosas andinas y la llanura que cae hacia el Paraná, mientras que el Ambato y el Ancasti son las primeras cordilleras que conducen hacia la puna atacameña y el altiplano, manifestación sureña de los Valles Kalchakíes, que abrigan al majestuoso Aconguija antes de hacerse Valle de Lerma y pura quebrada humawakeña al norte.

Como mucho, une puede fantasear desde internet con el Ancasti de la Cuesta del Portezuelo cantada en zambas y escondidos o las fincas desde donde Felipe Varela salió en montonera y salvó el honor del pueblo argentino enfrentando al Proceso de Organización Nacional de los Mitre, Sarmiento y Roca para evitar el genocidio contra el pueblo paraguayo y su amputado intento de independencia industrial en 1866. Descubrir la pequeña porción de la quebrada del Ambato por donde fluye el Tala y el viejo Pucará del hanán del pueblo kakán llamado Choya-Desobediente antes de la conquista y el genocidio, fue suficiente para descubrir la abrumadora ignorancia que me había traído hasta aquí.

Todas las formaciones montañosas encerradas en los límites artificiales de la provincia son una de las rarezas geológicas más apasionantes, contando con una concentración de riqueza en diversidad en minerales y metales muy pocas veces vista en el mundo, desde la famosa rodocrosita que sudan sus cavernas en estalactitas hasta los menos conocidos repositorios de mica (el metal con el que se fabrican las planchas de las planchas), quarzos de todos los colores, el caolín (mineral con el que se fabrica la porcelana china) y una rara aleación de bronce arsenical (que permitió la asombrosa metalurgia ornamental chamánica de la cultura kakan, pre inkaika, de al menos mil quinientos años de antigüedad).

Todo esto se puede leer por internet o visitando el Museo de La Plata. Pero recorrer el Ambato, compartir e intercambiar experiencias de vida con sus moradorxs, es una ceremonia permanentemente recomenzada de pura fraternidad y cariño.

Otra vez la montaña parecía contenerme en la olla de cemento. Tres días pasé con el hermoso guía disfrutando del amor y una minuciosa comprensión de los pliegues profundos que organizan la vida política, económica y cultural de San Fernando del Valle y las principales ciudades de la provincia, de la mano de un verdadero cuadro del proletariado como pocas veces he conocido. Igual que tres años atrás a Fuentealba, rendí mi ofrenda a María Soledad, mártir de las mujeres catamarqueñas que luchan por sublevar el yugo feminicida del capitalismo feudal y macho de estas tierras medievales, azotadas por el látigo venenoso de la Iglesia Vaticana como en pocos lugares.

Recién allí me recibió el Ambato en sus brazos. En los orígenes de la Diagonal Árida, las lluvias que no le acercan los vientos del Pacífico porque llegan secos después del Ande, ni los del Atlántico que desaguan las últimas gotas sobre la yunga jujeña y salteña, el Ambato produce su propio ciclo de reciclado de agua potable, ayudando al calor solar con la energía calórica y electromagnética de su entraña a hervir el sudor de plantas y animales para provocar la nube que al llegar a lo más alto y frío vuelve a regar la montaña. El cuarzo y la rodocrosita son producto de ese enorme calor interno que provoca la cercanía del magma original, que cristaliza el mineral logrando la variedad de colores y delicadezas que asombran y fascinan a les artesanes y orfebres.

El Ambato se muestra como un generoso útero emergido hasta los cuatro mil quinientos del Manchao, pura usina alquímica de minerales, metales y lava volcánica que nutren una variedad incontable de plantas y árboles, desde la farmacia natural de yuyaje amargo al alcance de la sabiduría popular, hasta los clásicos talas, tipas, jacarandás y lapachos que pueblan sus faldas y esa extraña y fascinante cultura de cactus de los cuales el agave y el San Pedro engalanan la altura. Todo es estallido vital en el Ambato, desde el aplauso infinito del río golpeando la piedra en furiosa bajada hasta el chillar del koyuyo o el lamento del kakuy, millares de insectos de múltiples formas, reptiles fascinantes, el puma y el cóndor, que han obsesionado a las culturas milenarias de seres humanos que poblaron sus valles y picos.

Limpio de mí mismo, despojado de los mecanismos que se necesitan para soportar la explotación diaria en la ciudad de la furia, el Ambato liberó a Mburucuyá que volvió a sentir en todo el cuerpo el poder de la Sierra Madre y la experiencia viva en la carne de las culturas cantándole desde el paladar en la olvidada lengua kakán, latín y arameo de los Valles Kalchakíes hasta la llegada del Inka invasor y el castellano genocida.

Maravillado como estoy por la libertad de Mburucuyá y su alegría sin contenciones, su sexualidad mutando mi cuerpo como en una segunda pubertad, la música profunda y ancestral atravesándonos otra vez y poniéndonos en el mismo eje místico, no puedo dejar de preguntarme, de nuevo, ¿a qué me ha llamado el Ambato, qué quiere que aprenda, por qué ha mandado a uno de sus hijos a abrazarme hasta el llano y el estuario?

El Hananwatu


Todo el presente sumiso y rebelde del pueblo catamarqueño anhela la combatividad doblegada por la conquista. Las poblaciones que hablaron el kakán fueron las últimas del Tawantinsuyu en caer después de un siglo de encarnizada guerra. La violencia de la destrucción de la autoconciencia y la identidad que desplegaron los españoles fue proporcional a la fiereza en la resistencia kalchakí. De la lengua kakán no quedan más vestigios que los nombres en la geografía y el cantito típico del castellano hablado en Catamarca y Tucumán, que llega hasta la tonada cordobesa que conoce el porteño y el país entero. Tal fue la destrucción que hay dos hipótesis para explicar el nombre del Ambato.

La primera cree que su fonética vendría de la palabra aymara Hamppatu, que significa Sapo, aunque la influencia cultural del aymara es un poco forzada en esta región y nada en la forma del cordón montañoso parece indicar la forma o la fauna que justifique es nombre. La segunda hipótesis, sin embargo, haría justicia a la historia de las civilizaciones humanas que poblaron estas tierras, ya que viene del kakán y el kíchwa, Hanan-watu (aspirando la “h” como una “j” y mordiendo los labios como una “w” germana) que significaría “chamán del alto”.

Hace miles de años que las culturas del Ambato depositaron en les chamanes la tarea de mantenernos en contacto con las fuerzas invisibles que gobiernan la vida. Especialistas en el conocimiento detallado de las propiedades que cada savia del monte promueve en nuestros organismos, implacables observadores de las continuidades y cambios del movimiento de los astros en el cielo para predecir las estaciones y los ritmos del latido de la vida, maestros en el entendimiento del mineral y el metal su importancia en la vida comunitaria ha quedado plasmada en cada vasija de arcilla o preciosa pechera de bronce encontrada en pukarás y ayllus a lo largo de todo lo alto (hanan) y bajo (hurín). Les más lúcidos arqueólogos han aprendido (sin el financiamiento necesario para tan indispensable tarea como es el conocimiento de la experiencia acumulada por los seres que mejor comprendieron como desarrollar la vida humana en estos difíciles ecosistemas) que aquélla hipótesis lúcida de Antonin Artaud en su sicodélica visión del sacerdocio de Gabal-El en las montañas sirias del 214 d.C., se comprueba también en las montañas kalchakíes.



Nuestra primitiva imaginación entendía que la vida es el movimiento permanente de la contradicción esencial dialéctica de lo femenino y lo masculino sintetizándose en una entidad que supera la división superficial que establece el cerebro humano. Fusión de humanidad y ambiente natural, de los recursos esenciales del ecosistema de altura y la profundidad del valle, de la fuerza firme y sólida de la roca y la madera y del poder invencible de la blandura del agua y la tierra, usina de energía etérea del viento y el fuego, inagotable útero de la tierra y el cielo en unión. Hasta el esquemático pensamiento lineal y técnico del arqueólogo decimonónico ha sido erosionado por la teoría de géneros lo suficiente para comprender que les chamanes, primero mujeres hechiceras y luego varones del primitivo patriarcado andino, en sus rituales utilizaban la plantas alucinógenas más diversas para provocar un trance de los sentidos y la sexualidad del travestismo y la mímesis con animales poderosos como el puma o el cóndor para obtener el poder original del dios creador, ni femenino ni masculino sino mujer y hombre unidos, alto y bajo en comunión.

Este hermoso bolchevique con forma de toro bravo y sensibilidad de pájaro que llegó desde lo alto hasta la llanura más baja antes del mar, sólo para abrazarme, me atrajo a la montaña que lo creó y lo educó con rudeza, Hanánwatu encarnado. Él me ha enseñado una y mil veces que no todos los seres que viven se comunican del mismo modo que yo, usando sólo la palabra. Como las personas sordas, cuya exquisita lengua no puede ser comprendida nunca desde la gramática y la semántica de ninguna lengua verbal y que para comprenderla hay que volver a conectar con los lenguajes de lo visual, el habla y la poesía silenciosa del cuerpo y las emociones. Él me ha enseñado la ancestral sabiduría y abierto las compuertas del cerebro que la necesidad de la reproducción cotidiana de la vida en la ciudad furiosa no exige ni alimenta.

En la Sala 8 luchaba para comprender quién soy, si construcción artificial, disfraz seleccionado para camuflar un macho patriarcal (como vomitan intentando destruirme mis enemigos heteronormados y mis amigues lesbianas y gays binaristas) o une persona de género indefinido pero seguramente no un varón heterosexual. Mi obsesión chocaba una y otra vez de distintas formas buscando obsesivamente la prueba lógica que demostrara el valor de una u otra.

Ahora, ahora, ahora, recién ahora,
entiendo lo que el Ambato quiere que aprenda,
lo que no pude aprender en el Ande tres años atrás,
lo que debí sospechar en la Sierra Madre, hace veinte años, 
cuando tuve por primera vez veinte años.

El primer trabajo para comprender lo que Mburucuyá encerrado 35 años quiere decirme no es encontrar las pruebas olvidadas de mi pasado sepultado que expliquen a Mburucuyá, sino prestar atención a la lengua que usa Mburucuyá para comunicarse conmigo, que no es el español ni la lógica formal que usamos todos los días para ganarnos el sueldo.

Primero hay que aprender a comprender la lengua del otre y recién allí ponerse a conversar. Luego, la constancia será más fuerte que el destino, y venceremos.


(PD) Gracias Hananwatu generoso y lúcido por ayudarme a destrabar la conciencia de Leo, ahora tenemos serias chances de llevarnos bien y ser felices al fin, te mando un abrazo de flor sobre besos de mainunbý.




miércoles, 9 de enero de 2019

La leyenda del etnógrafo

“… el azar, no es más que uno de los polos de un conjunto, el otro polo del cual se llama necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho tiempo que hemos demostrado en cada dominio particular de la ciencia la necesidad inmanente y las leyes íntimas que se afirman en aquel azar. Pues lo que es cierto para la naturaleza también lo es para la sociedad. Cuanto más se eximen de la intervención consciente del ser humano, y le dominan un modo de actividad social y una serie de hechos sociales, cuanto más abandonados parecen al puro azar, tanto más se afirman sus leyes propias e inherentes en ese azar, como por una necesidad de la naturaleza.”

Friederich Engels, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, 1884


Al pie de este joven nogal he decidido cerrar este ciclo y volver a la Creación. Siete revoluciones ha dado alrededor del Sol el Júpiter pagano de Roma –también adorado en lo alto de una montaña- desde que respiré el oxígeno por primera vez, fuera del vientre acuoso donde mi madre alquimió este cuerpo del que hoy me desprendo.

La Sancta Fe en que fui criado y en la que me formé, con sacrificio y disciplina, en los monasterios al pie de las montañas de mis primeros juegos infantiles, no se ha agotado. Me ha traído aquí, noventa años de predicarla con honestidad del corazón, para entender que no era completa.

Mi decisión final me excomulgará para siempre de la ecclesiastés y será mi ofrenda para ser aceptado por el dios-uno que es origen y fin de todo el universo.

El Hamwatu me ha atraído aquí desde que pisé las Sierras Madres mexicas y náhuatl, la Orden me ha enseñado a conocer al indio para mejor explicarle el Verbo Divino y aquí, yendo y viniendo de la sima a la cima, finalmente he comprendido.

Dejo constancia y explicación. Mis hermanos frailes tomarán mi muerte como un suicidio y pecado capital. Deshonrarán mi nombre y mi estirpe será despreciada. Siguiendo nuestro método, mi memoria será retorcida en alguna bella parábola para moralizar a indios y criollos. Pero si tengo suerte, algún día, cualquiera que necesite la verdad tan fuerte como yo la he perseguido toda mi vida, encontrará este documento y comprenderá.

Cuando llegué al Valle de México con los primeros frailes, después de travesías atroces encerrados en el vientre de esas naos de madera, nuececillas frágiles para las fuerzas impiadosas de la mar oceánica, apelmazados los cuerpos y las hediondeces, la mierda y el vómito, devorados un poco cada día por alfombras vivas de piojos, liendres y garrapatas, la limpieza del primer baño en el monasterio fue un nuevo bautismo para mi conciencia ingenua. Tardé veinte años en descubrir que en lugar de enviarnos a una evangelización seria, no mero censo de tributadores al Rey, nuestro trabajo metódico y piadoso servía para mejorar la colecta del diezmo, para que las comunidades campesinas aceptaran sin belicosidad el tributo forzado. Y para mantener a raya de las riquezas regias, a la voracidad despiadada de los hijos de los Adelantados.

Los códices que llenamos como mejor pudimos, con las historias relatadas por los más viejos náhuatl, los diccionarios y glosarios que bordamos con esmero y paciencia para una mejor comunicación de la Su Palabra entre los nativos, fueron rebajados a meros látigos de papel. Los priores y obispos usaron tan bellos conocimientos para que caciques y kurakas aceptaran el diezmo, la encomienda y el yanaconazgo como si mantuvieran los tributos de siempre a sus propios dioses y divinidades.

Mis constantes peticiones y ofrecimientos voluntarios de traslado a nuevas misiones en territorios recién conquistados o todavía en descubrimiento, son la hoja de ruta que señala el momento donde ya no pude sostener la arcada y el maltrato, la vejación. El ultraje que hacían de mis descripciones de esas mismas gentes que me habían acogido generosamente como un invitado en sus vidas y sus cosmovisiones, hacía la culpa intolerable. Me ofrecía al traslado cuando ya no aguantaba las pesadillas en la celda, cuando sangraban mis falanges de tallar los rosarios con mi lamento, se me hacía imposible de seguir escalando el purgatorio bajo el peso de cada nueva carga, que aumentaba y traía a la memoria los rostros, las aldeas, tantas y cada una de las matanzas que se hicieron gracias a mis descripciones y traducciones.

Soñaba siempre lo mismo. Llegaba a una aldea muy parecida a mi sitio natal, (que lleva hasta hoy nombre de la gaita del cuerno de carnero que suena en las orillas de la isla sagrada Morske Oko en el corazón del orgulloso lago Synevyr), vestido con la túnica mendicante de Francesco de Assis. Sancta María y San Xoseph me invitaban a educar al pequeño Joshua: tenía el mismo rostro que mi memoria registra de mi infancia cuando comencé a buscar la verdad reflejada en las aguas del Synevir. Cuando parecía que mi trabajo de educación del niño llegaba a su máximo punto de comprensión y amor entre nosotros, la guardia pretoriana entraba violentamente al pequeño hogar, se llevaba al Cristo y su familia, les laceraba los pezones con plomo caliente, les descuartizaba en la plaza central y colgaban sus desechos en cruces, como colgajos de tasajo puestos a secar. El capitán de la escuadra me agradecía por los servicios prestados y me pagaba con una bolsa que no necesitaba abrir para saber que contenía 30 denarios de plata. Intentaba refregarme los ojos y la cara para limpiarme la sangre del niño y su familia… y así despertaba.

Sólo aquí, al pie del Ambato, bajo la sombra de este nogal que yo mismo planté cuando llegué a estas sierras hace cincuenta años, arrullado por el canto juguetón de la Cigalí jugando con las rocas a caer rodando por el tobogán de la falda del cerro, hasta su destino final de retorno al corazón de la tierra, filtrándose en la arenilla, allá donde termina el Ande y comienza el serrucho pampeano, sólo aquí digo, se apagaron las pesadillas. La historia que voy a dejar narrada fue la que me hizo comprender, fue la que calmó mi conciencia y me permitió abrir el corazón para aceptar el perdón. Me voy en mi ley, este testamento que escribo será la última crónica de este modesto rastreador de la Verdad que fui.

Llegué a estas tierras a colaborar con la descripción de la lengua kakán después de haber conocido la voracidad de los esbirros del guarrapuero Cortés en los valles tropicales de la Nueva España y hastiado de la corrupción moral de los camaradas de armas de Pizarro, que usaron la cruz del apóstol Santiago como se usa el puñal ritual en el degüello de los corderos para sacrificar la ofrenda a los templos. Carniceros sin moral alguna contra los indios y despiadados en la competencia con sus hermanos blancos por el botín. Inundaron de sangre putrefacta las alturas, desde Potosí hasta el Callao, tanto que cabría preguntarse si son los elementos de la naturaleza quienes han erosionado la plata y oro de los altares barrocos, o fue la pus pestilente de las entrañas de tanto hijo de Dios masacrado.

Tenía cuarenta años cuando empezamos a ir a las aldeas más alejadas del Ambato y el Ancasti, donde millones de indios se repartían por valles y quebradas de tal forma que eran invisibles para nosotros. Cada camino nuevo de estas serranías lo han empezado a consolidar estas viejas sandalias que me arrastran.

Nos enviaron un poco para sacarse de encima tanto fraile estoico sirviendo de espía del Rey contra el egoísmo de las familias criollas y porque la guerra contra el indio en estos valles y quebradas era un pantano que hacía los movimientos de los fundadores de ciudades muy lentos. Imposible de domesticar la indiada de la ceja de la yunga sobre el Pilcomayo y el Bermejo, cuando los brazos empezaron a morir sepultados en el socavón del Cerro Rico o en los diminutos reinos de Belzebú que eran los obrajes de azogue, los gobernadores alentaron la rapiña de cuerpos entre la nación diaguita, desde los valles de Tarija y las quebradas de la Puna hasta esta tierra mágica en la que me estoy despidiendo.

Pero aquí se toparon con una nueva pieza de humanidad que ni la experiencia secular de conquistas –de Roma contra los celtas, los visigodos contra el Muslim- pudieron anticipar. Simplemente no sabían cómo doblegar al pueblo kakán. Aquí la distancia entre el nómade que navega los salares como si no se hubiese resignado a la idea de que el antiguo mar ya no existe, y el indio labrando la tierra y echando raíces fijas y permanentes, era imperceptible. Los sacerdotes, que aquí llaman wattu, (con la uvedoble pronunciada como los teutones, poniendo los labios para soplar la kena), en algunos poblados todavía bendicen la simiente con los mismos rituales mágicos que usaban para pedir a sus dioses le traspasasen la fuerza y la astucia del puma para cazar en las faldas de los cerros.
Igual que en el Imperio Azteca y el Tawantinsuyu aquí ya había una casta de clanes que se distinguían en poder político y en riquezas frente al más llano pueblo, pero en ningún lado de estos montes se consumaban los centros de poder imperiales como en aquéllos. Se parecen mucho al oikós que cantaba Homero, donde el poder central circula por las montañas, unifica pero no reprime, centraliza la fuerza común pero no aplasta las diferencias en una masa uniforme.

Es una forma extraña de organizarse. De lejos puede parecer ambas, un igualitarismo como el de algunas sectas anabaptistas de las montañas bohemias o un imperio centralizado que pretende explotar racionalmente a sus súbditos, como el inkaiko. Pero no es ninguna de ellas del todo aunque también embrión de ambas. Si tuviese algo de sabiduría en cuestiones políticas le pondría un nombre adecuado, entre la sociedad vertical jerárquica y el reparto igualitario de jerarquías.  

La organización de los indios waycamas, herederos últimos de una tradición de cuarenta mil años de cazadores trashumantes (he visto y tocado las pinturas rupestres de las cavernas al costado del salar) y tres mil años de agricultura, ganadería y una exquisita metalurgia como no he visto ni entre los viejos celtas del bronce antiguo de mi pueblo, es así de híbrida. Aquí donde he encontrado mi morada final, el pueblo de Choya, el waycama organiza a sus familias usando relaciones de parentesco parecidas a las familias nómades de Abraham/Ibrahim en el Antiguo Testamento. Así aprovechan la mejor manera de tomar las ofrendas de la montaña, consumirlas y no agredir con el crecimiento de los clanes el equilibro de la naturaleza. Eso que el inkaico nos enseñó a nombrar como la unidad dividida del hanán-hurín y que los monjes jesuitas han visto llamar ying-yang en los valles tropicales del corazón majestuoso del cobrizo río Yang-Tsé.

Tengo la edad suficiente para saber que no hace falta que chinos y aymaras se conocieran en viajes transpacíficos primitivos, tarde o temprano somos humildes cerebros y corazones imposibilitados de imaginar muy lejos del ambiente que conocemos. Así, montaña y valle, y mucha sensibilidad para aprender, en cualquier sitio del planeta, servirán de tejido para telas muy parecidas.

Lamentablemente, me ha tocado venir a presenciar la muerte de una raza de treinta milenios. No necesito esperar que los carros de combate del emperador de Roma y las cruces de Constantino vengan a señalar su In Hoc Signo Vinci para saber que Choya es el último pueblo rebelde de esta Guerra de Cien Años re-editada en el Valle Kalchakí.

Desde el Santiago del sudoeste, frente al Pacífico, cruzando el Ande y dende el Santiago del noreste, al borde de la yunga y el Chaco, han venido los esbirros sedientos de sangre ajena y han intentado fundar cinco veces una sede para administrar esta masacre. Ya han sido destrozados en público los cuerpos del dudoso inka Bohorquez y del valiente cacique Chelemín y en estas semanas los frailes superiores encabezan las mediaciones con las comunidades sobrevivientes del Ambato y el Ancasti para llegar a una división de tierras que les resguarde en algún miserable lugar y ver si pueden hacer pasar el robo como “donación piadosa” para que la historia no vaya a identificar la piedad de San Francesco con la codicia inagotable de la canalla española.

Cuando me enteré de la historia de amor más bella que fui testigo tardíamente, supe que todo estaba terminado para los waycama, treinta mil años después de que llegaron a estas tierras.

Los amantes tenían esa bella edad, tan lejana ya, cuando el cuerpo decide con la piel antes que con la razón. Se conocieron y quedaron prendados un del otro, en un ritual de la cosecha, después de las Fiestas de Reyes, que se lleva a cabo milenariamente en un lugar no habitado. Aquí le llaman waka pero también pipanaku porque tiene una forma de vulva en la piedra. Se trata de la parte exterior de una fisura en la roca, en el límite de los cerros y el valle, que llega a hacer contacto con las profundidades magmáticas. Sólo poblaciones que han pasado por allí tantos milenios pudieron notar que en ese lugar el aire siempre es más caliente y según sus sacerdotes emergen también fuerzas poderosas como las de los imanes de algunas piedras.

En su forma de comprender la danza del universo, los waykama creen ese lugar sagrado, porque unifica a todas las parcialidades, no es hanán ni hurín pero al mismo tiempo es hanan y es hurin. Ellos viven los límites como lugares de encuentro, no de separación y división como nosotros, gobernados por conquistadores les vemos. Me han dicho los más viejos entre los waykama que heredaron esta tradición de los primeros nómades que comenzaron a plantar y criar animales en estas regiones, como recuerdo permanente, memoria viva, del encuentro y confraternización con los nómades que ya cazaban y recolectaban en estos cerros.

En Tiwanaku he visto hacer un ritual parecido. Allí le llaman tinku, en aymara, que mis colegas frailes han dado en traducir como unión o juntada, aunque yo prefiero el más poderoso fusión.

El fuerte impulso de tinku que latió en esos cuerpos jóvenes no estaba previsto por los principales de los clanes hurín y hanán ese crepúsculo de febrero, y una vez que sus intentos de anudarse juntos fueron conocidos por sus familias, su amor fue prohibido. Desde el Ecuador hasta el Tucumán, los pueblos de montaña sostienen la vida de la comunidad en entreveradas y rígidas tramas parentales. También en mis lejanas tierras ancestrales y en China. La familia es la trama que une pero también la cadena que ata a cada individuo.

La bella jóven de esta historia, de caderas y pechos generosos y piernas parecidas en forma y color al robusto ópalo ámbar, pertenecía a una familia que vive cerca de donde termina la falda verde de la montaña y comienza la olla de piedra que los españoles eligieron para fundar esta horrible ciudad. Por lo tanto, su familia es hurín, lo bajo, lo femenino, la fuerza blanda del agua y el aire, la agricultura y ganadería del piedemonte, más suave que la de la montaña pedregosa; sin embargo su clan ha heredado por generaciones la concentración suficiente de varones –hanán- que poseen el conocimiento y la capacidad de transformismo para interceder con sus dioses, es familia de hurín-watu.

También pude ser invitado a esos estados de trance en que estos chamanes disfrazados de mujer y de sierpe y de jaguar y de cóndor, se meten polvos alucinógenos de cardos y cactus por las narices y comienzan a guturar como si el mismo animal se les metiese en los huesos y la piel y fueran uno solo. Imagino que el resto de la comunidad también se metería algo porque todos allí daban por hecho que el dios había tomado control del chamán y danzaba con ellos. Esto lo hacían para las siembras y las cosechas, ante alguna temporada de mucha sequía o después de algún terremoto devastador.

Como hija (hurín) de un clan de sacerdotes de prestigio (hanán) en la parte del pueblo del valle (hurín) tenía prohibido atar su destino a un joven (hanán) que provenía de una familia (hurín) de la parte del pueblo que ocupa lo alto de la montaña (harán). Lo alto es piedra fálica, fuerza de piedra y madera dura, rayo del cielo y fuego. El jóven pertenecía a una familia de campesinos que llegaron a cuidar las terrazas de cultivo cerca del Crestón del Ambato las pocas décadas que duró el intento de colonización del Inka por estos cerros. Cuzco estaba lo suficientemente lejos para extender tanto la red imperial que obligara por la fuerza a centralizar tributos aunque ahora está lo suficientemente cerca para que los esbirros de Pizarro hayan quebrado en movimiento de pinzas un siglo y arrobas de dura resistencia. Con un buen hacha y muchos hachadores, hasta el quebracho más duro se quiebra.
La familia del mozuelo entonces había quedado rebajada en la escala social del alto y por eso se la consideraba hurín, de allí que no debiera unirse a la primogénita de un chamán-hanán. De concretarse, su destino auguraba tragedias espantosas a la comunidad, y eso no podía permitirse en medio de las negociaciones de paz.

En estas poblaciones los secretos son difíciles de esconder. A veces parece que los pájaros fueran espías del correvedile popular. No tuvieron otra opción que huir para encontrarse.

Ambato y Ancasti han nacido del quiebre de la placa cuando esos enormes dragones de seis mil metros del Ande fueron paridos por la Tierra. Por eso acompañan los cordones en un suave movimiento noroeste-sudeste los contornos de la Cordillera Madre. Y en esa particularidad, sus laderas que miran al oriente son suaves y onduladas, lo contrario de las que miran al occidente, bruscos acantilados poblados de cavernas y escarpados. Allí fueron a consumar su amor clandestino estos dos pequeños hilos del poncho divino, a unas cavernas monstruosas que se meten a lo profundo bajo las cejas del Ambato, en ese enorme Salar de Pipanaku, que los jesuitas aseguran, fuera un antiquísimo mar interior.

Pero una partida de reconocimiento española les encontró entre Siján y Mutkin, en su camino para La Rioja. Desde la victoria contra el último levantamiento los españoles no dejan de entrenar a sus reclutas en el conocimiento del territorio al mismo tiempo que mantienen la alerta ante el primer motín. Han aprendido a luchar contra el kakán. Sólo esto aprenden rápido en estas tierras estos verdaderos hijos de Marte.

He conocido la historia allí dentro de esas cavernas porque por mi edad los caciques waykama de ambos Choya, hurin y hanán del Ambato, creen que soy sabio. De mi lealtad a la verdad no dudan tampoco mis hermanos de Orden. Hice los peritajes forenses sobre esos cuerpos y me negué a firmar las actas notariales donde el Capitán español lo quería hacer pasar como un enfrentamiento confuso con una célula de una guerrilla sublevada.

Ambos jóvenes habían sido violados y mutilados en una especie de orgía satánica, de macabro mensaje. Ahora el que viene siendo perseguido por la Real Audiencia de Potosí soy yo, acusado de falso testimonio, favoritismo con el indio y por eso mismo, subversivo contra el Rey. Me río de sus falsas acusaciones. Más, me cago en esa estirpe de asesinos y cagatintas en que se han convertido esta parte de mi raza, a fuerza de milenios de rapiña y hambre de oro y tierras. Explotadores de hombres, que no son ya hijos de mi Dios, que portan el emblema de la muerte como heráldica de su verdadera esencia, depredadores sin dignidad o piedad.

Ha sido muy duro enterarme que los caciques Hanan y Hurin de Choya han decidido no presentar cargos ante la Audiencia contra el destacamento y su capitán. En medio de las negociaciones de paz con el español victorioso, negociarán la sangre derramada, y el olvido del crimen, como contrapeso de tierras a su favor. ¿Quién puede discutirle nada a un pueblo que juega a las cartas de su futuro incierto con un imperio voraz como el español? ¿Quién puede juzgar a los albaceas de la derrota, a los caciques de un pueblo doscientos años masacrado?

Además, me han explicado que los jóvenes desafiaron las leyes de la comunidad huyendo para consumar una unión prohibida y les pusieron en riesgo. Para los jefes de familia waykama, en su forma de ver el mundo, una armonía demasiado quieta y perfecta, me explicaron que los amantes clandestinos cometieron un crimen y su masacre sangrienta fue la pena que ellos mismos se buscaron.

Allí supe que la comunidad de Choya estaba quebrada. Medio siglo antes este tipo de crímenes del español provocaban revueltas que arrasaban toda piel blanca en el camino, como un viento huracanado de montaña, como plaga bíblica. Pero Chelemín y su espíritu nacional, su sentido ético, hace rato han sido desmembrados. Lo que ha precipitado la derrota en todos lados. En estas montañas donde el kakán supo ser lingua franca, como el arameo en Mesopotamia o el latín en el Mediterráneo, el poder centralizado circulaba por turnos en las familias principales del alto y bajo de cada poblado, de cada cerro y valle. Durante dos mil años supieron construir una conciencia unificada y una lengua común que mantuvo unido como un sólo puño desde el marquesado de Yavi hasta el Ambato toda la cadena de valles y quebradas, desde los humawaka hasta los patziokas, lo que permitió que sobrevivieran al intento de dominación inka y resistieran más de un siglo al español. Sin ese sentido de nación, todo se ha perdido.

Mañana serán sólo un eco de viejos nombres contando historias, antes que silencio fatal y olvido perpetuo. Es muy triste ver morir al último pájaro de una majestuosa especie, como habrá sido presenciar la muerte del último dragón millones de años ha. El kakán muere para siempre en las negociaciones de paz. Esta paz romana, que disfraza de “civilizada” la rapiña que impone a los vencidos después de una masacre impiadosa.

He llegado a la sombra del nogal a ponerle fin a mis días. Las razones son sencillas. La pesadilla no ha vuelto, anque sin embargo no soporto más la tristeza agolpada en el pecho y el yugo del cuello por los crímenes que me habitan. Ya no queda lugar donde huir: el mapuche no durará mucho más, el guaraní ha decidido matrimoniarse a los vascuences de Irala o Garay para matar a sus enemigos de sangre, o aceptar la pérfida piedad del explotador jesuita, otro vascuence traidor a su estirpe. Quisiera poder volver a mi casa de piedra, a mi bosque de selva frío, a mi isla en el ojo del mundo, a mi lago materno. Pero a mi edad, sería jugarme la muerte a los dado, y el recuerdo de un barco negrero pestilente en medio del Océano me turba. Por eso he decidido morirme aquí, al pie del Ambato.

La fecha la han decidido otros. Ayer  por la noche fui consultado por los priores del flamante Convento de San Francisco en San Fernando del Valle, para dar mi opinión sobre el acuerdo que van a proponer a los kurakas waykama de Choya para sellar la paz con España. Las mejores tierras del Ambato y el Ancasti serán cedidas en merced real a españoles y criollos que hayan participado directa o indirectamente en las guerras kalchakíes; las mejores tierras de cultivo hanan y hurín de Choya serán “donadas” a la Orden Franciscana en agradecimiento por su generosa “mediación” y los waykama volverán a vivir en las tierras que sólo pueden servir como campamento de cazadores, donde por Dios que es imposible que la arcilla estrecha de este valle pueda parir más que puros cactus y escarabajos huaqueros. Cómo harán los waykama de Choya para sobrevivir así, para guardar en la memoria viva su bella lengua cantada como los pequeños mirlos del bosque, su sabiduría ancestral de relación fluida entre natura y sus hijos con conciencia, cómo harán para sobrevivir, es la pena que me aqueja y no me deja dormir.

Aceptar el acuerdo implica también aceptar la forma de narrarlo. Una leyenda pérfida nueva y un enroque divino. Se simulará que en medio de las negociaciones un indio hurín del pueblo hanánchoya, preferiblemente familiar del crío asesinado, “encuentre” una imagen tallada de la Virgen en la waka sagrada del Valle donde se ha venido practicando el tinku hace dos mil años. El indio deberá llevar la imagen de la Virgencita del Valle hasta la estancia de alguno de los españoles con tierras nuevas en hanán y hurín Choya y este, generosamente la hará reconocer por la Orden primero, por el Vaticano y el Rey después. Han sido tan sádicos en la propuesta, que el nombre del pueblo será trocado también: Choya (la desobediente) pasará a ser el “Barrio del Milagro”.

Otra vez estos poetas de la crueldad y la falta de imaginación repiten el “milagro” del Cerro Tepeyac, otra vez la Virgen “apareciéndose” para sepultar el orgullo de una raza, para transmutar su heroísmo en cobardía, para hacer bosta del oro, para reemplazar a la poderosa Coatlicue por la morena Guadalupe. Estoy seguro que el waykama está tan quebrado en su vida emocional que va a firmar esta derrota que le proponen mis hermanos frailes. Aquí no quedará ni el nombre de los ríos, ni sus historias. La Cigalí que me llama para cumplir mi destino, casi gritando en acorde con los koyuyos, tendrá el nombre aburrido que le imponga algún cerebro sin mucha poesía, nadie recordará jamás que Ambatu significa Hananwatu, Chamán de la Altura, y nadie sabrá nunca del tinku ancestral en la gruta vaginal.

Pero yo no. Aquí he descubierto la verdad que he buscado obsesivamente toda mi vida. Los hananwatu y las hurinwatu waykamanes de Choya, último pueblo kakán desobediente, me dijeron hace muchos años, mientras Chelemín todavía infundía terror en las pesadillas del español, que los primeros dioses, los creadores de todo, eran uno y tres, que por eso el chamán varón se viste de hembra y la chamana del bajo trasviste de varón, que por eso los rituales de siembra son tan sexuales que el español pacato les describe como aquelarres impúdicos, como misas heréticas donde solo falta el cabrón.

Ellos lo han aprendido después de mucho compartir con el Apu, la montaña abuela. Me han explicado que por su forma exterior el monte se muestra macho, tomad de ejemplo por caso al pico del Manchao, enorme falo de cinco mil metros pura erección pétrea. Mas, en su interior, la montaña lleva en la panza una fábrica química, enorme paila para recrear la alquimia de energía calórica magmática que ha tenido tiempo suficiente para criar las maravillas. Sólo en el Ambato el cobre viene con una impureza dentro que de sólo calentarse al rojo se hace bronce, porque contiene una aleación de arsénico propia; o el durísimo cristal de roca, quarz que le llama el teutón, que florece en blanco, rosado, amarillo y hasta verde por todas partes en estos cerros. Adentro de este enorme falo, entonces, hay una exacta representación del útero femenino con decenas de millones de años gestando minerales y metales para alimentar a través de la savia las plantas de la selva, los yuyos amargos de sus faldas y las duras maderas, de donde comen insectos y roedores, pequeñísimas aves como colibríes y majestuosos especímenes de pura vitalidad como el jaguar y el cóndor.

El Ambato todopoderoso es macho y hembra al mismo tiempo y se fecunda a sí mismo para alimentar a todos sus hijos. Lo único que pide a cambio es que se respeten los equilibrios entre la familias y que ninguna especie se aproveche de una ventaja comparativa para pretender más de lo que se le ha dado en ofrenda, porque el apetito voraz y egoísta rompe la armonía y obliga al Manchao a rugir, trueno de veras que anticipa furiosos terremotos que cada tanto destruyen todo lo sólido y estable y permiten que cada ciclo re comience de nuevo, con menos individuos de cada especie.

Aquí comprendí por qué no pude alcanzar la verdad divina en ochenta y cinco años de estudios, viajes y lecturas: porque buscaba la verdad sólo con mi lengua. El hananwatu me explicó que cada ser habla distinto, se comunica en otro idioma, con signos y leyes gramaticales distintas. Si la verdad que buscas, me dijo, está fuera de tí, o muy adentro tuyo, quizás hable otra lengua. Primero hay que saber oír, luego aprender a escuchar y comprender el idioma del universo para al fin comprender su mensaje. El viejo chamán kakán me miró muy adentro de mí mismo y me dijo: Nosotros no dialogamos así como ustedes, no hablamos nuestra idea en el oído del otro para que otro clave también su idea a nosotros, el kakán comparte la idea, recibe la ofrenda y responde con otra ofrenda, en todo lo que hace, incluido cuando aprende, comparte su saber a cambio del saber del otro.

Viniendo al pie del nogal, a la vera del río Cigalí, un niño me ha contado que la piedra roja de la estalactita que se puede ver en las cavernas de Pomán, Belén y Londres, la rodocrosita,  es el corazón y la sangre de los enamorados que se mataron  a sí mismos después de unirse para pasar la eternidad juntos, y su sangre a bañado el interior de la montaña. Un calco de la estafa de Constantino para lavar al César de su responsabilidad en el asesinato del niño de Nazareth. Me ha dicho que a la piedra ya le llaman “corazón del inka” para ofrecerla al español como tributo. Me recordó la burrada que inventaron los jesuitas para explicar la belleza de la flor más extraña de la selva del AltoParaná, el Mburucuyá, que mienten ha nacido de la sangre derramada por dos amantes prohibidos, una guaraní y un español, ella masacrada por la infamia y su sangre justo ha venido a parir los estambres de la flor que se abren formando, oh casualidad divina, el sol de ocho estrellas del símbolo de Loyola, monje negro del Papa y traidor a su estirpe euzquerra.

El kakán no es como nosotros, no bautiza para adueñarse de las cosas. Nombra para contar y explicarse nuevamente. En sus leyendas circulares el mundo recobra la armonía olvidada, se integran las dualidades en una unidad diferente que se narra de nuevo una y otra vez. La leyenda ayuda a que la vida tenga sentido. Automáticamente, la masacre de los enamorados refleja el eterno mito circular. La sangre es flujo divino que lubrica los espíritus, la alquimia de la poesía vuelve a su origen, la carne a la roca y la roca al adorno de la carne. Nada muere, todo se transforma.

Ahora que comprendo que el útero emergido en falo erecto del Ambato se recrea a sí mismo para parir, me permito disentir con los últimos bardos choya. La sangre de esos dos amantes se ha convertido en sangre menstruada de la caverna vaginal del Ambato, llorando eternamente los hijos no concebidos de la unión sexual que el invasor español ha abortado contra la voluntad de la madre. La rodocrosita no es más que la prueba de una estirpe que ya no va a nacer ni procrearse, nunca más. La prueba sangrante de la masacre de una raza.

Es por eso que he venido aquí y el nogal que he plantado para agregar a tu gloria divina, Oh Ambato sagrado, será mi testigo y mi altar. Para evitar que la simiente Choya/Desobediente, segada por el europeos como tu humilde servidor, se pierda en el olvido eterno, pulí el filo de mi cuchillo de obsidiana igual que vi hacer al sacrificador náhuatl y aquí te ofrezco, Oh sagrada Ambato, mi ofrenda para que me permitas entrar en ti: te ofrendo los genitales de macho con los que nací, son tuyos para que así, pura hembra me permitas volverme a ti. La piedra de carne y hueso que has sabido ablandar con tu calor y tu paciencia este medio siglo, y mi sangre brotando a borbotones para ser la princesa Cigalí y que tu creciente furiosa me lleve para siempre por tus cauces y así vuelva al universo en las panzas de tus koyuyos y tus cóndores, la mara me lleve en su entraña, digiriendo el palán palán y la yerba buena, me adopte el jaguar bajo su manto de oro y los sudores de todos tus hijos e hijas me eleven por las nubes en esas tardes calurosas hasta lo alto, y desde allí, desde el ala abierta del Cóndor, pueda mirarte en toda tu magnanimidad de roca verdecida hasta que el frío del cielo donde caminan los viejos dioses, Venus, la Luna y el Sol, me condense todo granizo, para volver a tí, amigo Ambato, una y otra vez hasta la eternidad, amiga Ambato, como dulce caricia de agua, y filtrarme toda hasta el origen uterino del todo.


Amén.
"La Cigalí (vomitando rodocrosita en el Ambato)"
de Pablo Gabriel Liistro,
Ferrite sobre pared rugosa,
enero de 2019, Barrio Las Viñitas,
San Fernando del Valle,
Catamarca.