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viernes, 18 de septiembre de 2020

Beatus novus annus, amigas

Si no nos hubiesen colonizado todas las poéticas civilizaciones que nos habitaban, hace medio millar de ciclos solares atrás, hoy estaríamos celebrando la noche vieja, envueltas en rituales coloridos, musicales, sexuales, eróticos y esotéricos, velando la bienvenida de la primera Luna Nueva de la próxima etapa de nuestras vidas.

En cambio no sabemos por qué nos asaltan estos dolores viejos, se apoderan de nuestras corporalidades y dinamitan los andamios enclenques que construimos para explicarnos y sostenernos la cotidiana. Hoy fue el fin de una semana dolorosa. Tu primer herida vino desde el fondo de las épocas a morderte el presente, infectarte de nuevo, abrirte la primera de todas las llagas. El pus te toma el estómago y los intestinos, no sabés como procesarle, como purgarlo.

Todo ese veneno que te empezaron a dar de beber con el calostro casi, cuando nacías por primera vez al amor como las flores en los trópicos todavía no explorados del sur y te pegaron, te llamaron patito feo, incapaz de ser amada, condenada al ostracismo del amor fraterno e incondicional. Te sacaron ese primer amor y te dejaron mancada la facultad de amar.

Le escribís a tu mejor amiga del último año casi, pero que conocés hace más de veinte. Una guerrera afro aymara que se crió entre casas en el corazón de la ciudad imperial de los vascos, el Parque Circular del Centro. Escribí, te dijo.

Tus entrañas se hinchan, emponzoñadas. Les amasás tu harina integral como te enseñaron las viejas náhuatl y quiché allá, entre Tewotiwakán y la Lacandona y acá también, en el valle de La Cigalí tajeando la entraña del Ambato, el chamán del alto, que sabe crujir también como relámpagos y truenos para quemar la roca y parir el cuarzo rosado, la rodocrosita y el bronce arsenical. Le ponés los tomates que nacieron en el último invierno -que ya se muere- de las sobras putrefactas de todas las comidas del último año. Quizás sea la purga que necesitás.

Las guerreras que amás están tocando la lona y sin embrago, o precisamente por eso, van cargadas de sabiduría.

Salís a patear la mufa en el marfil de los empedrados, en el petróleo del asfalto. A yirar por el barrio para mascullar la bronca, los engaños, tus fracasos y tu abandono rancio.

Le escribís a otra guerrera afro medio gitana que viene del norte. Tumbada por una gripe –esperemos que sea una gripe y no esta mierda- sin embargo te apapacha con la voz, te escucha, te saca la ficha, te mima las heridas, te habilita la justicia de tu llanto, y te recuerda que esta falopa no es buena. Mañana se va a ir esa nostalgia mala, te dice sin saber ella tampoco que mañana debería ser año nuevo si no nos hubiesen colonizado la mente hace quinientos años atrás.

Tiene razón, lo sabés.

Saliste a la calle y te cruzaste con la Natasha del nombre ruso más extraño que no podés recordar nunca, ¿Natiushka? ¿Nitshxa? que está rumiando en voz alta su crisis de vida, de mina dura pa la pelea y tierna como corazón de alcaucil, oculto bajo millones de pequeñas espinas y abundantes plumas de punta de aguja, que se anda separando del chongo que le hizo seis hijes de quienes anda orgullosa como Mamá Pata con sus patites, pero que no encuentra la seguridad para protegerles materialmente. Y en lugar de entender que la estás intentando seducir desde que la conocés, que le intuís su principio de exploración lésbica y le tanteás hasta dónde llega esa trasnlesbiandad que le anda rondando, hasta dónde ella sabe que gusta de vos y hasta dónde avanzó su crisis para habilitarse nuevas formas de amar y ser amada, te vomita sus penas y vos hoy no estás para tenerle el pelo sobre el inodoro a ninguna chonga.

Te amargan la vuelta al parque estos homínidos sudando tetosterona en manada, garjeando al costado sin importar pandemia, ordenanzas ni decoro mínimo, ma qué pedirles empatía a estos sociópatas entrenados y encubiertos; caminás igual orgullosa, firme, defendiendo tu derecho de vecina, de poeta de estos árboles, de vieja trava saliendo a caminar en la noche vieja de esta etapa de nuestras vidas. Hasta que decidís dejarlos en su cinta moebius de pakis reprimidos y cortás por el túnel de tipas centenarias de Bravard y el viejo camino de Warnes hasta el Maldonado, hace ya más de ochenta años entubado bajo el nombre del primer médico socialista de este lado del Río de la Plata.

 

La primera que corta la cadena de mufa es una piba que no sabés si sabe que es alta butch girl en una cuerpa pequeña y robusta, haciendo running con ropa de gimnasia al alcance de los no sueldos, más joven que vos, y te tira una cara hermosa desde la sonrisa de la mirada antes de elogiarte los colores del arco iris de la diversidad que llevas en la cara, Hermoso barbijo, tira y te derrite. Le agradecés con toda tu milenaria torpeza infantil, porque no sabés amar -acordate- y la sonrisa te toma desde los tacos hasta los rulos que caen en cascada sobre tu espalda.

Así de felíz cruzás la calle y una voz de tincho en sus veintes, impune primaveral, sale desde un auto media-baja gama pero bien limpito y brishante, ¡Pero qué pedazo de mujer hermosa! claramente dirigido en el sentido de tus pasos, de tu espalda, de tu perfil. Te halaga pero levantás el brazo con un gesto de andá a hacerte coger, pelotudo y seguís caminando. Porque en ese halago había anzuelo debajo de las plumas de colores, se le notaba en el tono de voz la seguridad del cazador con permiso de venir a decirme en qué grado de su abanico de presas deseadas estaba.

Doblás en ele para esquivar la caverna de australopitecus de la parada de tacheros en la YPF y uno de los dos linyeras que venden libros, re quebrados de eskabio, te tira “por favor qué hermosa mujer” al paso.

Qué dirían si supieran, pensaste. ¿Si supieran qué? Si supieran que tengo pene, que no soy el arquetipo de mina a la que le están ladrando. Aunque te babean las calzas estas, gris perla, que dejan brillar la firmeza de tus gambas subidas a unos cinco centímetros sobre el nivel del mar, se imaginan un culo firme, una yegua aguantándoles la embestida en el fondo del rancho; les para la pija la cuerina roja de serpiente y gata que tenés puesta; los delira tu pelo largo con algo de pelirroja, enredado hasta el suelo.

También les hierve las neuronas verte caminando sola por las calles más desiertas del barrio con la última noche de invierno recién caída. Les excita tu aparente soledad, tu supuesta fragilidad, aunque saben que vas a dar batalla. Les olés el semen y la orina debajo del prepucio cerebral, la impunidad y las ganas de penetrar, ensartar, dominar. Son toros mezcla con lobo. Son los que te insultan a los gritos con el mismo nivel de deseo que te chiflaron cuando te ven la sombra de barba o el tacto les explica que no estaba la almeja que buscaban en el mismo lugar que siempre la solían encontrar.

No tienen la ternura que tenía la piba corriendo. Ella sudaba una sexualidad acariciante, una voluptuosidad nutriente, un sudor lubricante, estimulante del placer consensuado y construido con paciencia y amor.

Todavía queda dejarte zambullir en el pozo de tristeza y angustia que todavía cargás con la esperanza de salir del otro lado más ligera. Quizás no sea tan estético ni elevado el destino de la única especie –que conocemos- capaz de notar y reproducir la poesía del universo. Quizás sea sólo yo la que necesito transformarme en mi propia mierda, evacuarme a mí misma en los intestinos de este barrio de cemento y gente careta, y recibir la vida nueva, la renovación y redención, parida en un amanecer del otro lado del ano del universo.

Me despierto escarabaje estercolere de mí misma. Amaso una bola de autocompasión que quedó vomitada por las paredes de la prisión que habitamos, la regurgito en perdón, nos ponemos de pie y desayunamos la tortilla de integral con quesito derretido y tomates nacidos de la huerta improvisada en las repisas de las claraboyas. La planta de donde nacieron estos tres tomatitos fue la primera que plantaste al fin del verano. Ya dio su tercera cosecha después de siete veces que floreció florecillas amarillas. Y se muere. Se seca por dentro, abandona a su suerte hojas y tallos.

Se quiebra con una caricia. No lo sabe pero su destino es hermoso, será protectora de la humedad de su hija, el brote nuevo que nació a un costado de su primer y viejo tronco, fallecido. Será nutriente y renovación del hummus que ayudará las futuras florecillas amarillas y sus frutos rojos anaranjados agridulces. Antigua tomátl que resistes todos los climas para ayudarnos a asimilar el hierro y la fuerza, que nos das sabor de vida a la vida cuando se nos pone monótona y agria la alienación.

Humilde diosa de las plantas, gracias.

Renovación anual/anal de la primavera, bienvenida seas.

Tengamos fuerza y amor para sembrarnos de nuevo y volver a florecer en los

Amaneceres futuros.

Seamos buenas sementeras, buenas nutrientes, generosas amantes,

Seamos humildes imitadoras de nuestras diosas plantas,

de les dioses insectes re-elaboradores de la mierda,

para poder imitar las alas y el galmour de nuestro destino

de serpientes aladas multiplicadas en los colores de nuestras escamas y plumas,

kukulcán, fenghuang y fénix,

nos deseo.

 


martes, 15 de septiembre de 2020

Mulán y el feminismo reaccionario de Disney Corporation

Publicada según la versión de Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2020/09/15/mulan-y-el-feminismo-reaccionario-de-disney-co/?fbclid=IwAR3DKygYfaeKebC6MQ2rfWs_hi2_uv_mKy12mKeJ6q1Ia-5rQeSIIjDAd4U


Con la impunidad que sólo goza un imperio mundial, la Corporación Disney estrenó su mayor desafío a la industria del cine en medio del escándalo y el boicot internacional. Se trata con claridad de una burda movida de propaganda para blanquear al gobierno chino frente a las pantallas occidentales y una revisión de su clásico animado de 1998 para atraer el consumo de les millones de espectaderes chines. Doscientos millones de dólares puso Disney para filmar este bodrio que, por encima de todo, pretende manipular las conciencias juveniles con un feminismo superficial que vuelve a vendernos el viejo y reaccionario rol oprimido de las mujeres en las sociedades patriarcales como una epopeya de liberación.

Ofrecemos una exhaustiva reflexión basada en seis años de análisis sobre el desarrollo de un feminismo oportunista y reaccionario en las películas infantiles de la autora, que justifica la permanente referencia a distintas entradas de su blog http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/


Disney y el genocidio uigur


El escándalo y el boicot internacional se deben a que Disney agradece en los títulos y en la prensa cada vez que puede la colaboración inestimable del Partido Comunista Chino (PCCH) para la filmación en escenarios naturales de la peli, buena parte de ellos en la provincia de Xinjiang, en el extremo noroeste del país, donde el gobierno “popular” viene desarrollando un etnocidio contra la etnía Uigur, minoritaria en el contexto del territorio total aunque mayoritaria en su provincia, con la excusa de su tradicional culto musulmán. El gobierno absolutista de Xin Jinping no niega en absoluto estar confinando a la población uigur musulmana en edificios que se parecen a prisiones, donde permanecen meses siendo “re-educadas” en una disciplina inhumana para que abandonen “voluntariamente” su adhesión a una ideología religiosa contraria al bienestar de la comunidad nacional.

Así como los estalinistas defendían los gulags denunciados por Stolypsin como males necesarios para extirpar el egoísmo individualista típico de las sociedades capitalistas en los 60 y 70, al estalinismo chino no se le caen los anillos y reconocen que usan más de dos millones de personas Uigur privadas de su libertad para trabajar en fábricas de otras regiones de China, como las que fabrican las mascarillas que su gobierno dona al resto del mundo para protegerse del contagio del COVID 19. Como las que embalaron en esas bonitas cajas que regalaron al Tío Alberto con las estrofas seleccionadas del Martín Fierro hace unos meses. ¿Lindo, no?

Para colmo, la actriz protagónica, Liu Yifei (1987), nacida en la provincia china de Wuhan y nacionalizada estadounidense desde los once años, hizo público el 16 de agosto pasado su apoyo a la policía de Hong Kong (https://www.bbc.com/news/world-asia-china-49373276) y su acción represiva contra las manifestaciones masivas de la juventud obrera de la isla en defensa de derechos democráticos elementales avasallados por el gobierno chino. Lo que nos recuerda otra repudiable adhesión política reaccionaria por parte de una actriz personificando a una heroína icónica, la de la israelí Gal Gadot que se vistió de Wonder Woman para DC y Warner Bros. en 2017 y que en 2014 apoyó la ofensiva del ejército sionista de su país contra Hamas en la franja de Gaza (https://www.europapress.es/cultura/cine-00128/noticia-wonder-woman-gal-gadot-apoya-ejercito-israeli-gaza-20140730163811.html).

El repudio de Mulán está ampliamente justificado en este contexto, pero siempre recordando que Disney no está desviándose un milímetro de su rol tradicional como fábrica de propaganda ideológica al servicio del imperialismo norteamericano, toda vez que la capitalización plena de la economía china es uno de los nuevos campos de batalla donde se juegan nuestro presente y nuestro destino. En ese sentido, Mulán no se aleja de la movida anterior de su principal competidor en el mercado audiovisual para infancias, Dream Works, quienes tuvieron como emblema la trilogía Kung Fu Panda en el mismísimo pico de la fusión de la empresa audiovisual de Spielberg con la principal empresa de ventas por internet china, Alibaba (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/kung-fu-panda-macri-y-la-crisis-moral.html). Aunque la presencia del actor Jackie Chan en la producción de Kung Fu Panda garantizó muchos mejores resultados estéticos y narrativos que la de los también taquilleros Donie Yen y Jet Li en Mulán.


La cuarta ola feminista y Disney


Como siempre en estas ocasiones nos llama la atención que entre las toneladas de repudios nadie subraye que Mulán viene a traicionar precisamente la esencia que la justifica, su pretendida construcción de una heroína femenina que triunfa contra la opresión del universo patriarcal, misógino y machista.

Hace rato que Disney viene intentando borrar con la mano derecha lo que produjo con la mano izquierda en el auge del consumo masivo de narrativas infantiles no reaccionarias de fines de los años 90 y principios del nuevo siglo 21. Recordemos a las nuevas generaciones que si el éxito de Toy story (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2016/02/quien-es-tu-amigo-fiel.html) marcó el comienzo de una revolución estética y técnica en la industria del cine animado en 1999, su antagonista Shrek (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/fionna-la-princesa-rebelde.html) rompió para siempre la moralina machista de las narrativas infantiles marca Disney en 2001. Corrida por un nuevo universo de familias que sólo pagaban entradas para mostrarle a sus hijes fantasías que desplazaran los arquetipos de la princesa boluda enamorada del príncipe azul, la Corporación Disney llegó a su extremo feminismo posible con la increíble Mérida de Brave/Valiente (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2014/03/buscando-la-anti-princesa.html) en 2012, la casi princesa lesbiana que nunca lo fue en la historia de Elsa en Frozen de 2013 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/frozen-la-diosa-sin-sexo.html) y la versión empática de Maléfica en 2014 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/enredados-el-regreso-de-la-bruja.html).

La primera Mulán, rebajada a las perimidas técnicas de la animación dibujada a mano tradicionales cuando el mundo ya consumía animación CGI, anticipó contradictoriamente estas nuevas heroínas aparentemente subversivas del statu quo patriarcal casi quince años antes de su éxito, mucho antes del niunamenos o el me too y la “cuarta ola” feminista. En ella Disney recogió una antigua leyenda china del 600 d. C., bajo la dinastía Tang, que narraba la historia de una muchacha primogénita que habría roto las rígidas tradiciones patriarcales del imperio, reemplazando a su padre en batalla, para cumplir no obstante con otra tradición superior: la defensa incondicional de la lealtad al Emperador.

Aunque la leyenda de Hua Mulán se haya reversionado en las últimas décadas como esperanza de liberación femenina, bien leída siempre se trató de un intento de la propaganda imperial para someter a las mujeres más valientes y decididas a someterse en última instancia al poder patriarcal del Estado. Quizás lo único verdaderamente feminista de la leyenda radique en la necesidad del Estado imperial por construir una narrativa que ponga en caja los desbordes constantes de las antiguas tradiciones matriarcales sobrevivientes en muchas de las aldeas campesinas y nómades clánicas y tribales de los vastos territorios conquistados por las dinastías patriarcales del río Amarillo. Pero no más que eso.

La enorme polémica que habilitaron las nuevas princesas feministas de Disney llegaron al extremo de que las iglesias cristianas y católicas de Estados Unidos moviesen toda su capacidad de lobby sobre las superestructuras políticas y financieras, logrando que Mérida mostrase en el epílogo de Brave su simpatía por uno de los pretendientes, sugiriendo que luego de rechazar un matrimonio arreglado podría llegar a aceptar un marido que ella eligiera, dejando así a la institución básica de la opresión femenina en nuestra sociedad, viva; mucho peor le fue a Elsa, que mientras sus guionistas soñaban con la posibilidad de su lesbianismo, la terminaron confinando al único lugar que la sociedad patriarcal permite a una mujer sin marido, la virginidad sexual. Para matizar su nueva empatía con las estigmatizadas sacerdotisas de las culturas pre-católicas de Europa, estigmatizadas por la Inquisición como brujas amantes del Diablo y condenadas a la hoguera hasta en las historias de los Hermanos Grim, Disney volvió a denigrar madres solteras como brujas en la taquillera Enredados tan temprano como en 2010 y en un retroceso declarado a sus fuentes más misogínicas después de los años dorados de Obama produjo Cinderella en 2015, Moana en 2016 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2017/02/moana-y-las-anti-princesas-un-retroceso.html) y Bailarina y una nueva La Bella y la Bestia, ambas en 2017.

Esta reversión de Mulán dos décadas después está enmarcada en este proceso reaccionario de Disney por volver a sus orígenes clásicos, como gendarme de la familia patriarcal y el Estado totalitario, ya no para defender al Welfare State contra la promesa del comunismo de la URSS como hiciera su fundador en los años 40 del siglo pasado sino para promover una familia conservadora aggiornada, en la que las mujeres con personalidad y coraje decidan subordinarse voluntariamente al Estado para preservar a la nación.


El chi reservado a los varones


La peli arranca desde el vamos con un efecto patriarcal, ya que es el padre de Mulán quien cuenta la historia. Ya no es la historia de Mulán, sino la justificación de las acciones de su progenitor, amo y dueño de su familia, frente al Emperador y a sus ancestros, que en la tradición china funcionan como depositarios sagrados de las leyes que dieron origen al Imperio. Presentado como un viejo autoritario pero con cierta ternura, el padre de Hua Mulán es criticado por su propia esposa y el conjunto de su aldea por negarse a adoctrinar a su hija mayor en el lugar subordinado que se espera de ella, permitiéndole entrenarse en las artes de la guerra como si se tratase de un varón.

La película pretende justificar el error de este padre en el estricto cumplimiento de las tradiciones familiares de una sociedad como la china imperial que se destacó entre todas las historias de la diversidad humana como una de las más crueles expresiones del despotismo patriarcal de las que se tiene memoria. En esto Disney sostiene una continuidad que no llegó a romper del todo ni siquiera en sus más progresistas historias de princesas. Mérida y Elsa, como Moana, pudieron librarse de las cadenas del matrimonio por decreto sólo porque tenían un privilegio de clase prohibido para las hijas de familias campesinas y obreras: eran las hijas de la familia que heredaba el poder absoluto sobre su sociedad. No hay nada de revolucionario  en este feminismo desde que estas sociedades feudales y autoritarias contemplaban la posibilidad de figuras femeninas fuertes al mando del Estado, como las reinas Elizabeth Primera en la Inglaterra del siglo 17 o las famosas Emperatrices de las distintas dinastías chinas. Un feminismo reaccionario que admite la máxima independencia de la mujer siempre que ella misma se ponga al frente de un Estado absolutista, totalitario y bien patriarcal.

En la nueva Mulán, para colmo de colmos, incluso cuando nuestra heroína alcanza el mayor poder posible, ser admitida como parte de la guardia militar personal del Emperador, en su retorno consagrado a la aldea familiar, bendice la sumisión de su hermanita menor al matrimonio que su padre arregló para ella, por el boludísimo gesto de que su novio la cuidará de su temor por las arañas. Mulán triunfa en un mundo machista pero a diferencia de las grandes sagas de los héroes mitológicos de la humanidad, no utiliza su poder para eliminar las cadenas que sojuzgan al resto de su género, sino que, oh pérfida traición, lo usa para justificarlas.

Digamos también que en esta reversión Disney se asesoró mucho más que en su apropiación cultural yanqui de 1998, limando cada detalle que pudiera ofender las tradiciones culturales más reaccionarias de la ideología estatal china. Desde el vamos elimina de un plumazo al simpático dragón protector del dibujo animado que la “ayudó” mágicamente en la vieja peli y lo reemplaza por un hermoso Fénix de colores ígneos. Resulta que el dragón es la principal imagen mágica de la cultura milenaria china, símbolo máximo del poder místico fetichizado en el Emperador, que no admite la ridiculización del dibujito animado. En una maniobra sutil pero chabacana, les guionistas de Disney utilizaron una occidentalización de otra imagen mitológica china, el ave mítica Fenghuang, que la tradición asegura fuera el complemento del dragón, su versión femenina o yin y que por lo tanto equiparaba al yang del Emperador y efectivamente fue el símbolo durante milenios de la capacidad de la Emperatriz para contribuir al fluir armónico de las estaciones y la prosperidad material de la familia imperial y el poder del Estado.

Decimos occidentalización porque se le atribuyen al Fenghuang las características casi cristianas del Fénix egipcio-griego, su capacidad para renacer de sus cenizas y alcanzar su máximo poder regenerador después de su propia destrucción, como Jesús resucitado.

Del mismo modo, la película fracasa rotundamente en el intento por realzar un elemento identitario del cine histórico chino (en su gran mayoría producido en Hong Kong sin embargo) las coreografías bélicas. Salvo en dos escenas claves en las que la actriz protagónica muestra su destreza disparando lanzas y flechas con patadas acrobáticas, el típico gusto chino por la sobrecargada exposición de intrincadas acrobacias típico de la ópera y las artes marciales queda minimizado frente a una extensa y aburrida colección de escenas de confrontación entre la protagonista y otros personajes, como en una aburrida novela para adolescentes típica de los canales para pre adolescentes de la Corporación.

De conjunto, una película muy monótona, previsible y mal lograda, en la que la moraleja moralista triunfa sobre una trama chata como las actuaciones.


¿Mulán fue un varón trans?


Aquí también Disney ataca otro tópico central del feminismo revolucionario de los últimos cuarenta años, el transfeminismo. Mulán siempre puede ser leída en la tensión de las mujeres que asumieron los roles y características que las culturas humanas han vinculado arbitrariamente con la masculinidad. Cada vez más la arqueología y la historia modernas remueven las pruebas acumuladas para descubrir que nuestra especie tiene un extenso y diverso registro de lo que hoy reconocemos como varones trans.

En 2017 los análisis de adn sobre los restos humanos de la tumba vikinga en Birka, Suecia, descubierta y estudiada en 1889, vinieron a demostrar que hace más de mil años las mujeres normandas habrían dirigido ejércitos y merecido sepulturas equiparables a los más destacados guerreros varones de su momento. Si los arqueólogos del siglo 19 no lograron notarlo, además de su estrecha y patriarcal mirada, se debe a que en la tumba todos los registros de ornamentación, vestimenta, etc. eran idénticos a los usados por varones (https://www.nationalgeographic.es/historia/2017/09/el-famoso-guerrero-vikingo-de-birka-era-en-realidad-una-mujer-segun-revelan).

Hace muy poco, en 2019, los estudios de adn sobre los restos del famosísimo y laureado general polaco-norteamericano Casimir Pulaski, venerado por dos Estados como héroe de la guerra de independencia de las 13 colonias de América del Norte en 1776, había nacido con una genitalidad y corporalidad asignadas por la sociedad a las mujeres (https://www.bbc.com/mundo/noticias-47837171).

Más cerca para nosotres, nacida en 1585 con el nombre de Catalina de Erauso en San Sebastían, Euzkadi, desde los quince años identificada con vestimentas, gestos y oficios masculinos y auto bautizado como Francisco de Loyola llegó a las colonias españolas en América y tuvo el increíble privilegio de ser autorizada por el Emperador del Vaticano y el de España a vestirse y nombrarse como varón, transformándose así probablemente en el primer registro de un varón transgénero de la tradición hispanoamericana (https://historia.nationalgeographic.com.es/a/increible-historia-catalina-erauso-monja-alferez_13152/6).

Si la decisión de Hua Mulán de hacerse pasar como varón aporta toda la tensión dramática de una transición de género es en la convivencia con todo un batallón de hombres en el que está forzada a socializar con ellos, cambiarse de ropa y compartir intimidad física bañándose. En todas las versiones fílmicas que pudimos ver de Mulán, esta parte de su historia es la que más convoca a la comedia y el morbo. Cayendo siempre en los lugares comunes heterosexuales, directores y guionistas juegan a ver cómo hace para ocultar la única prueba inapelable de su femineidad: sus tetas. Puede agravar la voz, caminar trabada y destacarse en la competencia física y pasar desapercibida, pero todo el tema es “cómo oculta sus tetas”. Este recurso limitado y cursi es denunciado como un claro fetiche heteronormado por escritores, directores y actores trans en el excelente documental Disclosure (https://evaristocultural.com.ar/2020/08/12/verte-verme-trans/) en Netflix, que se ríen por no llorar cuando lo denuncian en otras películas clásicas que bordearon en 1982 la temática prohibida de las masculinidades trans, Victor Victoria y Yentl.

La crítica radica en que las narrativas heteronormadas actuales no pueden si quiera imaginarse en Mulán algo más que una fiel hija buscando desesperadamente cumplir con las obligaciones contraídas por su padre, no pueden imaginarse algo más que una mujer disfrazándose de hombre por una “buena causa”. El personaje de Barbra Streisand se disfrazaba de varón para poder estudiar las leyes y tradiciones de su cultura judía y enorgullecer a su familia, la protagonista encarnada por la genial Julie Andrews se disfrazaba de varón –y como travesti, en un doble desprecio de la realidad trans- para poder triunfar en el showbusiness como vedette del teatro de variedades.

Las tres, sin embargo, en ningún momento dudan de su condición de mujer “biológica” ni renuncian a un deseo heterosexual. Al punto que se arriesgan a perder todo lo que conquistaron en su arriesgada aventura para no perder el amor del macho del que se enamoraron, a quien para demostrarle que no era puto por gustar de ellas en el clímax de la peli le mostraban… sí, las tetas.

Cuarenta años después de Victor Victoria  y Yentl y más de veinte después de su primera Mulán, Disney decide reducir al mínimo indispensable esta tensión sobre el género en su nueva versión. El macho que se enamora de ella no lo hace en ningún momento previo a su descubrimiento como mujer, evitando toda posible referencia a una crisis homosexual para les espectaderes, sobre todo a les de China, para quienes la represión cultural del gobierno les aleja varias centurias de los modernos avances sobre la cuestión de género que vivimos en occidente. En esta peli, el feminismo de Mulán se limita a ofrecer el punto de vista “femenino” en sus relaciones de camaradería como único factor que logra conquistar el respeto y aprecio de su pelotón de combate. Son virtudes masculinas como el coraje y la destreza en combate las que terminan inclinando la balanza a su favor y evitándole una muerte por decapitación.

En el infierno máximo de la transfobia, Hua Mulán acomete su principal acto de heroísmo cuando mata al varón que intentó ser para dar vida a una nueva mujer, que rechaza aprovecharse del engaño para conseguir éxitos militares. Aquí la imagen simbólica del Fénix juega contra las transmasculinidades, acusándoles de mujeres que se disfrazan de varones para engañar a la sociedad y ser exitoses. Transfobia rancia que se acuñó contra las travestis durante siglos. Transfobia de la más burda ignorancia paki, la única capaz de imaginarse que un varón o una mujer trans disfrutamos de cualquier cosa parecida al éxito cuando tenemos el coraje de identificarnos públicamente como lo que somos, sin ningún disfraz ni engaño.


Make Disney Great Again


En esta reversión Disney vuelve a su esencia, manipulando todo avance posible de los últimos setenta años desde que el anti-obrero, machista y anti-comunista Walt Disney fundara su empresa sobre la base del plagio y la hiperexplotación de sus ex compañeros dibujantes. La ruptura posible con la ideología supremacista yanqui que ofrece una peli sobre una cultura diversa como lo es la China para occidente se reduce a un sincretismo berreta con la narrativa juedocristiana del Fénix; la posibilidad de una exploración libre de las contradicciones de los géneros que ofrece la realidad de la transmasculinidad es amputada; todo el poder revolucionario del feminismo de los últimos diez años resumida a una manipulación machista, bajo la fachada de ser la segunda película en su historia dirigida por una mujer, la neozelandesa Niki Caro (1966).

Todavía más, con la primera presentación mundial de una megaproducción de estudio en la cadena de streamin propia, la Corporación Disney aprovecha la crisis del COVID19 para asestarle también un rudo golpe a los derechos laborales de les laburantes que fabricaron Mulán, habilitando nuevas y desconocidas restricciones a derechos de autor, regalías y todo tipo de beneficios que elles obtenían de la distribución clásica en salas de cine.

El clasismo reaccionario de Disney también queda impreso en la pantalla, con la romantización de las relaciones sociales de explotación del imperialismo chino antiguo que se verifica en una aldea donde no hay campesines explotados y miserables, todes elles vistiendo coloridas e impecables ropas de diversos colores, diseños y texturas, lejos de las paletas de grises, marrones y ocres de las pelis históricas que denunciaban la inhumana miseria a la que eran sometidas esas aldeas por sus señores feudales (en contra de la gloriosa tradición estético política de denuncia del feudalismo asiático inaugurada por directores como Kurosawa hace setenta años). Paradójicamente, en la secuencia más realista de la peli, la cámara sigue a Mulán corriendo una gallina por toda la aldea, demostrando que la incapacidad del Estado chino por erradicar la falta de higiene elemental y la extrema convivencia tradicional de les campesines con sus animales de corral ya viene siendo milenaria. Una falta de timing terrible para Disney y el gobierno chino al que quisieron elogiar haber filmado esa escena justo antes de los seis meses de una pandemia histórica.

Más aún, por lo que se desprende de la narración de la peli, tanto Mulán como su padre debían pertenecer no a una modesta familia campesina sino a alguna genealogía de señores de la guerra locales, con propiedades de tierras y campesines a su disposición, de carácter hereditario, lo que explicaría la necesidad inevitable de la familia por cumplir con sus obligaciones vasalláticas con el Emperador, quien les habría concedido el privilegio de tierras y siervos a cambio de pelear en sus guerras on demand.

El enemigo en Mulán también porta los mismos estigmas de clase social de la peli original, de tez oscura y rasgos mongoles, -como su vestimenta, el uso del caballo y las flechas- representa el enemigo mortal histórico del imperialismo chino, las tribus nómades de cazadores y comerciantes transhumantes que se resistieron a ser conquistadas por los reinos agrarios desde su aparición. Su poder se explica por el recurso a las magias oscuras, su forma de vida es equiparada a la traición que acecha en las sombras, oculta a la luz de la verdad, deshonesta. Se mueven como un grupo comando de terroristas, totalmente vestidos de negro, en una alusión tan racista como antigua que identifica al mal con ese color. Disney trata a la tribu enemiga casi como Xi Jinping justifica hoy el etnocidio contra les uigur: los salvajes y primitivos que pretenden destruir la civilización.

Como Sarmiento o Roca, los ideólogos de la civilización capitalista construida sobre la sangre del etnocidio contra pueblos originarios semi agrícolas semi nómades, relacionan las estructuras sociales comunitarias basadas en la igualdad social y económica con el atraso la barbarie mientras que defienden el triunfo de la propiedad privada, la desigualdad social y la explotación de las mayorías por unas pocas familias como el necesario motor del desarrollo civilizado.

La contraparte femenina de Mulán, la bruja que asiste al guerrero malo que intenta asesinar al Emperador, es también una concesión a la milenaria tradición mitológica del patriarcado chino, en la que pululan feroces, despiadadas y todopoderosas brujas capaces de poderes inimaginables, siempre vinculadas con la traición al poder imperial o incluso a los mismos dioses celestiales. En un esfuerzo absurdo e inverosímil, esta bruja maltratada y subyugada por su condición de mujer a pesar de sus poderes inigualables, termina siendo redimida por una sororidad ramplona de Mulán, que la convence de no rabiar contra el machismo, deponer su rebeldía contra el Emperador y encontrar su salvación en el perdón del Super Hombre al frente del Estado. En una especie de discurso metafórico que reconoce los argumentos del feminismo radicalizado pero intenta convencerlo de las virtudes de someterse dentro de un patriarcado más amigable y respetuoso.

Dios, patria, familia y patriarcado, Mulán es la guerrera del orden conservador, la heroína de las mujeres que ponen toda su valentía e independencia al servicio y fidelidad del orden gobernado por y para varones. Una Mulán que ya no puede esperanzarnos con representaciones femeninas audaces y valientes como el dibujito animado de 1998 ni por remota casualidad. Un Disney que se esfuerza en amputar las posibles lecturas desviadas de sus películas anteriores y declama un acatamiento total a las disposiciones del Vaticano y las iglesias protestantes contra las “teorías de diversidad de géneros” que ellos subliman como el nuevo diablo al que vencer. Disney ha puesto 200 millones de dólares no sólo para blanquear el genocidio del nuevo absolutismo chino (orgulloso heredero cada vez más cínico de esas tradiciones imperiales feudales que de las energías revolucionarias y comunistas de las familias obreras y campesinas que lograron el poder del Estado en 1949) sino para ofrecernos un feminismo adaptable al paladar de los Xi Jinping y Trump del mundo, un sorete a la medida de las nuevas derechas aggiornadas que cabalgan el planeta.

Hacemos votos para que las jóvenes mujeres que tropiecen con este bodrio en su camino de búsqueda de representaciones imaginarias con las que identificarse, sepan escupir la pantalla y sumarse a su repudio en las redes.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Las aguas siguen turbias

 


Una lectura de No es un río, de Selva Almada, publicado por Random House, Buenos Aires, 2020.

 

Un ignoto crítico que trabaja para El País de España fue elegido por Random House -el pulpo omnipresente de pasado nazi que imprime lo que la mayoría leemos en el mundo de habla hispana- para ejercer una limitada venta de la última novela de la excelente Selva Almada en la contratapa de su No es un río.

Curioso y remanido recurso de la crítica, este de encontrar “vetas” de otros literatos en el nuevo libro recién parido. Curioso, digo, que después de tan remanido no les dé vergüenza seguir repitiéndolo y eligiéndolo como forma de vender literatura. Debería ser obvio para cualquiera que conozca un poco el profundo trabajo de estudio consciente sobre la lengua y sus tradiciones más diversas al que Selva Almada dedica su vida hace varias décadas, que en su arte confluyen muchas más influencias que tan sólo Borges, Rulfo, Onetti, Quiroga o Sara Gallardo.

Las famosas tradiciones que cada crítique “descubre” en la autora se corresponden antes con el horizonte de lecturas que Selva dispara en la conciencia de sus lecteres que con la obra que tenemos en nuestras manos. Al menos uno de ellos tuvo el prurito de rebuscar en su biblioteca una autora entre tanto chongo, para identificar la mucho más variada literatura operada por mujeres y otres géneros que seguramente estudia e incorpora Almada.

Dejemos de lado la muletilla e intentemos, sencillamente, decir lo que nos pasó a nosotres, con toda humildad, leyendo No es un río.

 

¿En qué río entramos y no entramos?

 

Leímos la fantasía de una venganza que se ejecuta en el mundo real muchas menos veces de las que nuestro deseo dictaría. Todo bien, cualquiera que haya leído El viento que arrasa (2012), Ladrilleros (2013) o Chicas muertas (2014) ya sabe que Selva te pinta el carácter de un personaje y su ambiente en dos pinceladas certeras, de esas que te sacan el aliento y te transportan exactamente al lugar que Selva está imaginando mientras escribe. Pero una lectura honesta debería preguntarse si no se trata de un río cualquiera, de un río más de las infinitas metáforas fluviales que nos acosan desde Heráclito hasta aquí, ¿cuál es este río que nos acerca la autora?

¿Acaso no han comprendido quienes han leído esta impactante obra artística el corazón de la venganza contra estos invasores que asesinan sin pudor, que cazan sin remordimiento y sin culpa alguna abandonan su presa, muerta, al ambiente de donde la secuestraron? Puede ser que no deseen espoilearnos una de esas tramas que aunque te las cuenten con lujo de detalles nunca podrían anticiparte por un segundo la fuerza narrativa que vas a sentir cuando leas No es un río por primera vez, o todas las veces que decidas regodearte en una artesanía casi perfecta.

Contra todo lugar común, el río de Selva Almada no fluye. Eterno retorno de crímenes que no cesan de repetirse, el recodo del Paraná que Selva Almada reconstruye en nuestras conciencias se estanca en un remolino como el que engulló hasta la desesperación al Zama de Di Benedeto, de cuya versión fílmica creada por Lucrecia Martel en 2017 la misma Selva publicó las más interesantes aguafuertes en El mono en el remolino. Es el ritmo y la cadencia de los meandros del Paraná medio, a los costados de ambos extremos del túnel subfluvial que anuda y distancia las viejas capitales federales. Labrada como una poesía narrada, como reconoció la autora en charla con Página/12, Selva reivindica una extensa tradición de poetas de su tierra que exceden al gran Juanele Ortíz; en lo personal, este Paraná que no tiene la bravura ni el despliegue majestuoso, que se detiene, se hunde y se estanca, me recordó más a las evocaciones de la santafesina Beatriz Vallejos pero entiendo que cada migrante mesopotámica tendrá une poeta distinto que rememorar en esta hermosa novela.  

Selva Almada consigue con su prosa describirnos aquéllas imágenes visuales, auditivas y olfativas que se le quedaron pringadas en la sensibilidad desde su juventud. Los cuerpos rebosantes de poder e impunidad de esos machos cincuentones, panza al sol y shorts, desde el arranque nos remueven las tripas, nos convocan al desprecio de los mismos cuerpos que organizaron nuestra vida. Como en Ladrilleros, Selva Almada vuelve a describirnos la realidad que subyace en la sociabilidad que construye las masculinidades en nuestro litoral mesopotámico, verdadera región que viene siendo el corazón de la argentinidad en los últimos doscientos años. Y además del mundo de los machos, en frente de su mundo y a las sombras de ese mundo, Selva vuelve al arte íntimo y sororo de la peluquería, las compras en las tiendas de telas de “turcos” o judíos en los pueblos de Chaco a Entre Ríos, la observancia secreta pero férrea de las mitologías sincretizadas de los curanderos de pueblo, las obligadas reglas de la vida para las mujeres sometidas en las sombras de ese mundo dominado por machos.

El terror sencillo, cotidiano, de las madres de gurisas en un ambiente donde cada vecino es un potencial depredador queda registrado en breves escenas:

“El llanto de las madres de los tres gurises ocupaba toda la sala. No estaban preparadas: las que tienen varones nunca están preparadas para la desgracia.”

 

La búsqueda eterna de Siomara nos va a quedar grabada como todo arquetipo certero que toda literatura universal nos ha legado, en este caso para identificar el sufrimiento eterno y la lucha de la gran mayoría de las madres de nuestro río plagado de femigenocidas:

¿Qué hizo mal? Si ella odiaba tener que esconderse de su padre para hacer lo que hacen las muchachas jóvenes, ¿por qué sus hijas ahora se tienen que esconder de ella?

Quizás los críticos de solapa y contratapa de Random no hayan sentido la denuncia política porque Selva construye literatura aquí y no panfleto evidente. Quizá se hayan enredado en una trama que inquieta desde el comienzo, que preocupa a le lectere ante la inminencia de conflictos que vamos sospechando en cada palabra, acechando en cada acción, cada razonamiento, cada animal que se mueve en un universo que la autora conoce y ama y que la enorme mayoría de quienes accedemos a la novela como mucho hemos idealizado de lejos.

Me permito acá, ahora sí, habiendo desbrozado el corazón del asunto, reconocer que desde el primer renglón de No es un río sentí al Boga de Sudeste latiendo en alguna parte de mi sensibilidad, o alguno de los isleros y pescadores que pululan las otras novelas de Haroldo Conti (¿lo habrán leído los vendedores de solapa españoles?) mucho más que les pobladores de la selva y el Alto Paraná de Horacio Quiroga. Hay dos registros de empatía notablemente distintos entre uno y otro.

Pero eso fue al principio. Avanzando la novela y al terminarla, tengo la sensación que Almada recupera unes isleres desde su punto de vista, saltando la frontera de la idealización de bichos urbanos como Conti, Enrique Wernicke o su coterráneo Juan José Manauta. Por encima de todo, el realismo de Almada viene a registrar una sociología de la elaboración de la muerte y la violencia de género en la tradición de El río oscuro, la novela de 1943 de Alfredo Varela en que denunciaba las condiciones de explotación de los mensú en el Alto Paraná y que Hugo del Carril inmortalizó en Las aguas bajan turbias en 1952. Aunque el realismo de Varela, Manauta o Wernicke era muy distinto al que maneja Almada, más cercano a los individues y su universo interior, más cercana a una tradición existencialista como la de Conti.

Nuestras gurisas y viejas, nuestras madres y amigas, nos son arrancadas con impunidad por estos machos dominantes. Almada no es ingenua, el personaje que concentra nuestra bronca es tan campechano y entrador como puede ser tu tío o el abuelo gracioso de los cumpleaños. Lo que lo hace más perverso para nosotres. Pero como en Ladrilleros, Almada hurga en esa sociabilidad masculina que troncha la inocencia y ternura de los gurises pobres, que inventan mundos en sus escapadas a la siesta, en el monte o el río, que les impide un amor de amigos más erótico e íntimo, como el de la sociabilidad femenina, y hasta opone otros machos, emasculados de poder patriarcal, obligados por el entorno a la fraternidad comunitaria de la miseria y el aislamiento, que ofrecen cara al contraste y el matiz, que no salvan su responsabilidad en el ciclo de violencia pero refuerzan la denuncia contra el protagonista y sus crímenes “invisibles”.

 

Superando a Borges

 

Tienen nombre, no son unas gurisas, son estas gurisas concretas. En su novela, Selva rompe aunque no quiera ese estancamiento tan a lo Faulkner que obliga su prosa tajante y pausada. Porque esa revancha de su río, esa sutil venganza de tantos sueños frustrados, esa paz que logra el fuego desatado contra los invasores, nos permite volver a fluir al cerrar la última página. Un sentimiento que no pudimos recrear cuando terminamos El viento arrasa o Ladrilleros, mucho más ceñidos a cierto pesimismo que ese existencialismo shopenhauriano de Borges obligaba. Queda como hipótesis plausible de consecuencias interesantes sobre el hecho político de su literatura, determinar hasta qué punto No es un río constituye una mutación, un salto de calidad en la filosofía de Selva Almada y de su generación. Sentimos que se cuela aquí por primera vez una voluntad optimista de lucha y ruptura contra el destino cíclico de sus obras anteriores, aunque no necesariamente un corrimiento de su estilo, que no hace más que seguir consolidándose.

Algo más todavía. Borges y su generación -pienso también en Marechal- dotaron de universalidad a la pintura de su aldea –Palermo y el Maldonado- por la vía de bajar a esa locación las grandes tragedias y comedias del Olimpo cultural de Occidente. Selva Almada no. Selva Almada hace universales sus historias por la fuerza de las emociones que transmite y el poder de su prosa. El movimiento es distinto, desde el corazón de su aldea llega al Olimpo.

Se quedan cortos los críticos de solapa con Selva Almada. La universalidad de su literatura está marcada por su increíble capacidad para indagar en la realidad humana que navega bajo las aguas turbias de la percepción superficial. Como en la novela de Varela, hay una invitación a preguntarse por las muertes que enturbian las aguas, el origen y explicación de tantos cadáveres y fantasmas. Su universalidad se ancla con furia en una honestidad brutal para desnudar su aldea como pocas pudieron. Lo mismo que Rulfo, sí, y que supongo cualquier habitante del centro y norte de México podrá reconocer con mayor fuerza, como nosotres supimos identificar en cada “cursiento” o “pichí” que nos llevó sin más artilugios de nuevo, a nuestra propia infancia cercana al Paraná, al Uruguay o a cualquiera de sus afluentes.

No es cualquier río, es nuestro río. Aunque vale para reconocer en el espejo de sus aguas, en la piel de sus habitantes humanes y no humanes, el río universal de todas las sociedades patriarcales que existen y han existido.

Contundente literatura y terrible metáfora de un país en el que siguen apareciendo cuerpos desaparecidos en los ríos, ya sean el Chubut, un cangrejal en Bahía Blanca o el Paraná, sus islas devastadas por incendios intencionados de la patria sojera y ganadera, por los dueños de la muerte que nos invaden la poesía, la corrompen y mutilan. Otro hito en la literatura nacional que aporta una de sus mejores escritoras, no una Selva Almada más para comerciar entre les sectores de alto poder adquisitivo que pueden pagar mil pesos un libro de 120 páginas en España, sino nuestra Selva Almada, que hace rato se ha ganado el derecho a ser considerada ella misma una influencia para seguir, sin necesidad alguna de ser validada por la tradición o el cánon.

sábado, 12 de septiembre de 2020

La nueva bomba literaria de Camila Sosa Villada


Publicada primero en Evaristo Cultutal http://evaristocultural.com.ar/2020/09/11/la-novia-de-sandro-camila-sosa-villada/?fbclid=IwAR2v7fcvJ05HkleXygDQoHB5La9j2mEb80tApSXLvTFhbLluhn47w9j8ajY

La re-edición de La novia de Sandro (publicada por primera vez en 2015) por una editorial de alcance nacional e internacional, con el prestigio estético bien ganado de Tus Quets, nos permite profundizar en el universo poético de la literatura de Camila Sosa Villada, con mayor libertad que en sus dos últimas novelas, Las Malas y Tesis sobre una domesticación, ambas de 2019.

Se trata de un poemario en prosa, de una narrativa emocional en verso, de un conjunto de aguafuertes que desnudan los sentimientos que atraviesan a la autora, las perlas que le dan fuerza a sus dos novelas. Como un diario personal donde una va anotando episodios significativos, olores o situaciones extrañas que te tuvieron tecleando o te permitieron descubrir algo nuevo de vos misma. (Con permiso necesitamos dejar escrito y felicitar el notable avance en esta edición de Tus Quets, que evita la presentación erudita de una “nueva escritora” ante el público lector de la edición de Las Malas y nos premia con una breve y demoledora contratapa llena de sensibilidad e inteligencia con un profundo respeto por la obra y sin caer en la tradicional “venta”, que ejecuta la genial Dolores Reyes).


Literatura de género o qué género de Literatura


Antes que nada, Camila es una de esas artistas que encarna su arte en vida, con el coraje poco frecuente de desnudar sus sentimientos, angustias y contradicciones con honestidad brutal. Hay quienes creen que esa honestidad es inherente al género travesti. Puede ser, pero seguro tiene que ver con las personas que han sufrido muchos golpes injustos y crueles de nuestra sociedad en niveles muy íntimos y que además han laburado sobre sus heridas, algunas a flor de piel, otras ya cicatrizadas. En su literatura hay una técnica de sanación consigo misma que agradecemos se atreva a compartirla, porque nosotres encontramos en ella también las herramientas que nos ayudan a trabajar nuestros propios traumas.

Sería tan injusto encajonar la literatura de Camila Sosa Villada en la etiqueta de su género, como “literatura travesti” o “literatura queer”. Porque las fuentes de donde brota su arte son universales, compartidas por seres mágiques de distintos géneros –impuestos o autopercibidos- que gracias al universo existen y nos nutren. Sobre todo porque limitarla a ser la voz literaria de su género queda muy cerca de impugnar la forma que trabaja con las herramientas del arte, minimizarla, reducirla a puro expresionismo, reducir su mérito exclusivamente al interés que nos genera conocer su particular forma de sentir el mundo.

No obstante, sería igual de injusto negarle la notable importancia de aportar al universo literario la mirada específica de una mujer travesti que sobrevivió al campo de concentración invisible que es la sociedad transfemigenocida en la que vivimos.

Quiero decir, la obra de Camila nos conmueve por las dos razones. Su dolor, sus alegrías, sus dramas existenciales nos interpelan como los de cualquiera que sea capaz de sacarlos afuera con franqueza, ponerlos en palabras, imágenes y metáforas; pero también nos vuelan la peluca porque son los dolores, angustias, alegrías y sinsabores vividos desde un lugar muy específico.

Tomemos el caso recurrente en su literatura de ese amor adictivo por los varones cisgénero. Es impresionante la capacidad de Camila para encontrar la voz exacta que desnude su adicción tóxica a la masculinidad heteronormada sin pruritos morales ni filtros éticos. Las mujeres anhelantes que en su obra putean al macho que promete la máxima entrega y abandona cuando se complica, no se la juega y se refugia de nuevo en sus privilegios es tan universal como la extensión de las relaciones románticas heteronormadas. Las mujeres de su obra también despliegan una competencia cruel y despiadada entre ellas por ese macho ideal.

Es imposible no leer algo similar a las cartas llenas de repudio, reproche, crueldad y al mismo tiempo ingenuidad y amor de Frida Kahlo o las canciones de Chavela Vargas. O las miles de canciones en la cumbia, el bolero, el tango y el flamenco que añoran a ese macho amado que no está nunca a la altura de nuestro deseo.

Sin embargo, la corporalidad travesti agrega un elemento específico a ese anhelo frustrado, imposible de equipararse con las circunstancias que obligan al desapego y la frustración en una mujer cis. Y ese hecho puntual, que la genialidad de Camila evita dejar caer en el lugar común paki de la genitalidad encubierta-descubierta, aunque también se registre, obliga a una lectura más profunda, a replantearse el estrecho marco de reflexión sobre el amor y la sexualidad de una sociedad artificiosamente binaria. Leer a Camila permite abrir la mente a una nueva filosofía del universo emocional.

Podríamos ejercer el mismo análisis en cada tópico de su literatura. El sentimiento de desapego o abandono de una infancia golpeada por el abuso involuntario de sus figuras paternas/maternas idealizadas, en un contexto de miseria forzosa que expropia a sus xadres de herramientas emocionales para resolverse de una forma sana, es tan universal como la sociedad abusiva con las infancias en la que todes nosotres nos criamos pero agrega la particularidad de la tensión específica que agrega el condimento de una infancia trans. Y otra vez nos obliga a ampliar el registro emocional de nuestras propias vivencias y contradicciones. No sólo para empatizar mejor con las personas trans sino para replantearnos todo lo que creemos que sabemos sobre la humanidad.


Razones del “boom Camila”


Así leídas, estas misceláneas que conforman La novia de Sandro nos invitan a un mayor disfrute o un verdadero descubrimiento de Las Malas y Tesis sobre una domesticación, los dos hechos literarios más significativos del 2019, aunque de relevancias editoriales y marquetineras bien distintas.

Este ejercicio estético y conceptual fluye hacia una re-elaboración del pasado en Las Malas, en la que una Camila madura materna a la joven Camila, audaz y arriesgada, que se jugaba la vida en situación de prostitución, como en la página 53 de La novia de Sandro. Elegir el formato novela para encarar ese ejercicio la lleva a usar herramientas que le permiten ejercer ese fresco impresionante de la vida de las travestis en torno al Parque Sarmiento y la casa de la Tía Encarna de una Córdoba inmortalizada con la imagen de la selva negra de Dante.

Al mismo tiempo, en la menos promocionada y leída Tesis sobre una domesticación, la autora proyecta las fantasías de una pareja monogámica tradicional entre una travesti y un hermoso y prestigioso varón cis que casándose con ella y adoptando un hijo propio intenta superar su propia autopercepción de varón gay. Allí Camila se zambulle en los anhelos y expectativas de cualquier mujer despechada, cansada del malamor, que imagina lo que pasaría si su deseo se hiciera realidad. Se permite un ejercicio diferente al de Las malas, tomando la obra del dramaturgo que más la impactó, La voz humana de Jean Cocteau de 1958, que la interpela en los tres niveles que la identifican: la mujer que lucha contra la incomunicación de su deseo con su amante ideal, la actriz desafiada por un unipersonal exigente, la cantante. Cabe notar que la misma obra disparó una de las primeras y magníficas reflexiones de Almodóvar sobre el amor romántico en un varón gay y su hermana trans en la excelente La ley del deseo de 1987 y en Mujeres al borde de un ataque de nervios de 1988; sincronismo notorio, el director ha presentado al mismo tiempo que La novia de Sandro alcanzaba las bateas de las librerías la semana pasada en el festival de cine de Venecia su último corto, La voz humana, en el que promete una versión de a obra original sublime, con la genial y omnigénero Tilda Swinton en el protagónico.

Spolier alert, la tesis que Camila se anima a desplegar sobre las posibilidades de éxito de una relación romántica ideal, de una familia normal entre un varón gay y su mujer trans, casados, con hijo y compartiendo amigues, trabajo y sociabilidad con sus familias de raíz, termina como probablemente tiendan a terminar estas experiencias en una sociedad absolutamente cruel como la nuestra. Pero, otra vez, no se trata sólo del destino trágico de las personas que nos animamos a subvertir la heteronorma, sino el de toda familia heterosexual fundada sobre la exigencia de un amor fraterno e incondicional en una sociedad que promueve y alienta una familia como mera unidad patriarcal de producción biológica de bienes materiales y reproducción de fuerza de trabajo humana. Las frustraciones de la familia que Camila imagina en su Tesis son al mismo tiempo particulares y universales. Porque no sólo el amor trans está condenado por nuestra sociedad, todo tipo de amor fraterno e incondicional lo está.


Tesis para una filosofía travesti


Finalmente, por encima de todo esto que decimos, está el aporte singular de esta artista a nuestro universo emocional de lecteres. Camila aborda en sus palabras e imágenes una forma muy singular de encarar la intimidad emocional y sexual. Es directa y honesta, provoca la moral establecida, sin caer nunca en la chabacanería de la escatología y el lugar común. Gambetea el morbo paki con una sutileza y un glamour que no concede ni un ápice a la mojigatería.

Por ejemplo, en La novia de Sandro podemos leer este audaz desafío a nuestra inteligencia describiendo una de las mejores relaciones sexoafectivas:

“... aparcieron las palabras tan blandas, como si las vertiera sobre mi boca, como una humedad más que venía de su cuerpo

Ahí está Camila, su excelsa capacidad para construir una imagen de alto voltaje erótico sobre prácticas sexuales prohibidas para el consumo tradicional, silenciadas y habladas sólo desde el morbo del porno mainstream, siempre a escondidas, pero como materia prima de un símbolo del amor incondicional. Su amante eyaculaba palabras sobre ella. El erotismo sensorial del fluido del cuerpo amado y deseado desplegándose sobre mi cuerpo y sobre mi conciencia, de lo dicho y cómo se dice y en el momento exacto de intimidad en que es dicho.

Esa capacidad increíble se puede leer en distintos pasajes de Las Malas y sobre todo en Tesis, demostrando que Camila ya está en la madurez artística ideal para elaborarlas y macerarlas.

No puedo dejar de escribir aquí lo siguiente: para las personas que transicionamos en una etapa adulta, en la que construimos nuestra propia percepción de nuestra identidad de género disidente consumiendo y nutriéndonos racionalmente de otras narrativas, Camila Sosa Villada ha venido a regalarnos un premio inestimable, una filosofía para comprendernos.

Algo que ya notamos en sus novelas pero que La novia de Sandro nos brinda en el diamante puro de frases como


…conozco a los hombres. Yo misma solía ser uno. (pág. 12)


Soy madre del niño que fui. (pág. 27)


Hurgaba entre los vestidos que cubrían y desnudaban por igual, y me disfrazaba de prostituta, (pág. 41)


O


A los 30 años, en el pico de mi adolescencia trans, dos pequeñas tetas vinieron a llenar mis corpiños, (pág. 58)


Frases de tanta profundidad y claridad que ponen en palabras procesos que las personas trans atravesamos en un mar de confusión y sentimientos de monstruosidad excluyente, como un fuego que nos lastima y nos aclara, nos acoge, nos contiene y nos habilita.

La novia de Sandro es una obra significativa por todos estos aspectos y tiene el plus de mostrarnos una conciencia poética rara en nuestra literatura, una conciencia que nunca se desliga de la realidad de clase que nos ata y explica en última instancia también esta dialéctica individual-universal de nuestras emociones. Camila se sabe mujer, se sabe artista, se sabe deseando el amor imposible de varones que se animen a sostener los desafíos que le imponen sus amantes de carne y hueso y emociones y valentía, su intensidad, pero nunca se olvida que es hija de laburantes a quienes la vida les ha costado sangre, sudor, lágrimas y expropiaciones. Lo que la lleva a dejar impresa esta gloria que sentimos quienes sobrevivimos concientemente a la lucha cotidiana contra un mundo horrible que nos explota y oprime:


En días así agradezco que la vida me hizo pobre, que no ejerzo ningún poder sobre nadie.


En esos mismos días, nosotras agradecemos leerte, enorme Camila.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Auto maquillaje y auto conciencia

Ya aprendiste que una parte tuya, escondida pero tan viva, se comunica más rápido con los olores. Las lenguas que vos no valorás en la cotidiana, ella se las apropia. Casi todas las que no tienen que ver con palabras.

Entonces, mientras ibas en la bici a visitar una amiga por primera vez en cinco meses, con el nuevo arte del auto maquillaje profesional que estás aprendiendo por guglmit, te vas preocupando si el tapabocas te va a correr la base de la nariz o el labial se va a quedar todo pegoteado en la cara interior de tu máscara.

Después de las primeras cuadras, respirando fuerte en la semiasfixia del tapabocas, un perfume te golpea.

Ella despierta dentro tuyo y conquista en fracción de pestañeo el primer plano de tu conciencia. Ese olor les es muy familiar. Ella sabe exactamente dónde sentiste ese olor mil veces. Vos, en cambio, tardás muchas cuadras en shock, las cinco horas de vino rosado y torta seca con la Lola hablando de arte y de amigas que no están, en las que olvidaste el olor, y recién en la vuelta, empujada por el frío de un invierno que da batalla en su retirada, caés en cuenta.

Ese olor del maquillaje bien realizado, con productos que ya no son los que usa tu hija para jugar, sino los que compramos las mujeres adultas, ese olor fue parte de tu infancia y juventud. Ese olor lo identificás con decenas de formas del mismo amor fraterno e incondicional.

La parte tuya que ya entendió todo, se larga a llorar un llanto calentito y acogedor, peligrosamente nostálgico.

Es el olor de los besos de tu mamá. Es el olor de sus caricias y sus abrazos.

Quién sabe si todavía tenés en algún lado registrado el olor del calostro de las primeras veces que te alimentaron sus pechos. Este olor producto de la mezcla de aceites, cremas de limpieza, correctores, base y rubor, hasta ahora viene siendo el más atávico, el más cercano a ese primer olor de la leche materna.

Una parte tuya que todavía se resiste piensa, pensás en silencio mientras pedaleás la noche, será nomás una incapacidad patológica para metaforizar la que te hizo llegar a maquillarte para retener a tu vieja, a tu mamá que extrañás de las épocas de absoluta fragilidad.

Ella se rebela dentro tuyo, toma la palabra y derrumba tus argumentos rancios.

Este olor sos vos al fin y al cabo. Este olor fue uno de los puentes, de las llamadas silenciosas que te vine haciendo todos estos años, las que rechazaste y negaste para no ofender al mundo racional en el que te pusiste la meta de encajar. Siempre quisiste ser ese olor. No el olor del Lord Cheseline o el Old Spice de una gomina y un aftershave que nunca te contuvieron, que terminaron sintetizando el olor de la bestia que les robó la infancia, la bestia que ibas camino a heredar y perpetuar.

Parece locura estar eligiendo el olor que quiero sembrar con mis besos y caricias.

Castigo y trauma es que vivas en una sociedad que no sólo no te deja elegir el olor que querés ser, sino que además te tortura para que te amoldes en el disfraz de un género asignado por tus genitales, que te obligues a ser Old Spice o Lord Cheseline, o alguna de las fragancias misogínicas de Axe.

Ella, cada vez más clara, más segura.

Vamos forjando la mujer que somos y que deseamos, comprendiendo la lengua del deseo y sus caminos, tanto tiempo sepultados bajo las razones verbales y la moral dominante.

Vamos siendo y aprendiendo a ser los olores que deseamos y no los olores que nos han impuesto.

Para no apestar más, ¿vió?