Una crónica del 8 de agosto
Creación de Leyla Isis Grande Carboni, 7 años |
En la madrugada del 9 de agosto de 2018, bajo una de las
últimas lluvias heladas del invierno, una nueva generación sintió por primera
vez el impacto del fuego esclarecedor de la realidad. La vicepresidenta de la
Nación, todavía sintiendo en el cuerpo el orgasmo del martillazo que cerraba el
debate abierto en abril sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo,
gemía su gozo en una frase alcanzada por el micrófono abierto: vamos todavía, carajo.
Todos los canales de televisión -incluso los que vieron en
la media sanción del 14 de junio la oportunidad de amigarse con amplias masas
de votantes descontentos del gobierno Macri- se esforzaron en mostrar una masa equivalente de personas movilizadas a
favor y en contra de la ley, divididas por la policía entre pañuelos celestes
al sur y verdes al norte del palacio del Congreso Nacional. Este cronista,
nacido y criado entre el sur de Balvanera y Montserrat, ese 8 de agosto tuvo la
oportunidad de sentir la evidente disparidad de voluntades a través de las dos
mitades falsas de la plaza. Desde muy temprano cada calle afluente de Callao,
Rivadavia y Plaza de Mayo, desde el vallado al oeste del palacio parlamentario
y la 9 de Julio o avenida Corrientes hacia el Congreso, se podía transitar sólo
si une se dejaba arrastrar por las corrientes humanas compactas que entraban y
salían de esa romería permanente de carpas y gacebos, puestos de comida y
artesanías, estallando de vida compactada, rostros con glíter “verde aborto
legal” y miles de grupos en debate permanente, canciones y consignas.
El verde árbol de la vida bullía inundando todo el viejo barrio
de San Nicolás.
Mientras tanto, acceder al hogar de la abuela materna del
clan para reabastecerse y usar el baño, en las orillas de Montserrat, por
Moreno y Entre Ríos, era una tarea mucho más suave. Es cierto que las iglesias
católica y evangelistas, anque también algunos intendentes y gobernadores,
movilizaron para este miércoles 8 de agosto muchas más almas que para el otro,
el 14 de junio anterior. Sin embargo, los sostenedores del embarazo y la
maternidad como castigo obligado para toda mujer o persona gestante que hubiere
cometido el sacrílego acto de gozar sexualmente sin anticonceptivos, a pesar de
ser muchos más, fluían contra las vallas de la Plaza de los Dos Congresos en
oleadas compactas que permitían a los transeúntes correrse del contacto con la
ola celeste sin necesidad de contaminarse del contacto con sus cuerpos.
Con mi hermana y los balcones del INADI muy temprano |
El contraste verdadero en estos territorios demarcados por
colores -como muchas veces en la historia nacional- por dos programas
irreconciliables era, además de la enorme diferencia en la cantidad de personas
movilizadas, la proporción de varones y el promedio de edad. Entre las masas
celestes había a razón de 8 varones por cada mujer mientras que del otro lado
era abrumadora la cantidad de mujeres y los varones fluían como una inmensa
minoría. Luego, lo dicho, desde ese terremoto del 3 de junio de 2015 en
adelante, las concentraciones por los derechos de las mujeres en nuestro país
siguen asombrando con la impactante movilización de mujeres jóvenes, menores de
30 años.
Lejos de la calle, en el Palacio de la Democracia argentina,
los 38 votos negativos del Senado y el grito de festejo de la Vicepresidenta
desmintieron la ilusión que generó la media sanción en Diputados del proyecto
de aborto legal, haciendo este invierno un momento más frío y desolador.
Este es el país que tenemos, esta es nuestra sociedad, éste
y no otro el verdadero valor de nuestra democracia.
Un triunfo de la democracia
Después de cincuenta y dos años de crudas guerras civiles,
todos los poderes económicos que se disputaron el territorio de las catorce
provincias surgidas de la Revolución de Mayo (amputadas de otras por la codicia
de unitarios, ingleses y portugueses), se pusieron de acuerdo en 1862 en las
reglas de juego elementales que organizan la lucha política de intereses
sociales dentro de nuestras fronteras. Como cualquier persona puede descubrir
con sólo seguir los escritos del tucumano Juan Bautista Alberdi, la
Constitución Argentina es el puchero que resultó de poner diferentes
tradiciones liberales en la olla de los acuerdos de Santa Fé en 1852 que las
reformas siguientes no tocaron en lo esencial.
El juego de dos cámaras de diputados y senadores –como el
policía bueno y el policía malo- fue choriado de la tradición anglosajona,
particularmente de su mutación en los Estados Unidos de América. Las cámaras de
nobles y comunes que en la vieja Inglaterra del 1640 se sublevaron contra la
monarquía católica absolutista y forjaron la tradición europea de poderes
ejecutivos emanados de un poder parlamentario
superior no son las mismas que hoy imperan en la Argentina moderna. La
misma tradición liberal cien años después llegó a construir un poder
parlamentario todavía superior, la Asamblea General Constituyente que parió en
la Francia borbónica de 1789 los Derechos del Hombre y censuró, valga decirlo
ahora, los de las mujeres; la que degolló la monarquía hereditaria y vitalicia
y diseñó las repúblicas modernas.
Lejos estamos de soñar ahora nosotres -justo ahora que vemos
en la carne y la consciencia el verdadero alcance de estas instituciones-, con
la nostalgia de antaño. Sabemos que en la misma cuna del sueño de Rousseau de
una sociedad organizada y dirigida por Asambleas de representantes ciudadanos,
se parieron dos imperios y varias dictaduras personalizadas, el mismo concepto
de presidentes fuertes y casi autónomos, especies de nuevos reyes liberales,
eso que con tanta claridad descubrió Karl Marx justo cuando nacía: el bonapartismo. Qué decir de las
escleróticas monarquías parlamentarias que languidecen entre suntuosos lujos
desde las islas británicas por toda la vieja y moribunda Europa.
Pero el concepto de un gobierno ejercido por los
representantes de la población, quienes reunidos en Asamblea elijen y revocan
los poderes ejecutivos a su servicio y control, ese sueño de la burguesía
liberal que contagió tempranamente a las masas de obreros rurales y urbanos de
Europa, también empezó a cortarse en 1778, cuando las trece colonias británicas
de la costa atlántica de América del Norte lograron su independencia y
sentenciaron las bases de su organización política. Era una opinión compartida
por los revolucionarios norteamericanos y por los miembros de nuestra Logia
Lautaro –todos ellos dueños de esclavos, esposos de menores de edad y masones-
que los pueblos americanos no estaban listos para la democracia más radicalizada,
que tampoco sería tan conveniente.
Así, incluso en la tierra de las trece colonias protestantes
de tradición igualitaria y todo el mito, se forjó un Senado para garantizar que
la democracia no desborde al status
quo. El Senado se diseñó, entonces, para recuperar el rol que tuvo en la vieja
República romana, enfatizando el sentido original de la Cámara de los Sires en la Constitución inglesa.
Mientras la Cámara Baja amontona representantes del “pueblo”, sin distinción de
clase social u origen étnico, de forma proporcional al tamaño de las
poblaciones que pueden votar, el Senado yanqui, como el inglés y el romano,
reúne un conjunto mucho menor de representantes, que no son proporcionales al
tamaño poblacional de los Estados que representan, permitiendo de esta sutil
forma construir una casta de representantes de las clases dominantes de cada
uno de sus Estados.
Mal que le pese a los defensores de la democracia liberal en
nuestro país, desde sus comienzos el Senado fue diseñado como el primer
organismo que pone un freno a los deseos mayoritarios de la sociedad,
reservándole a las clases enriquecidas por la propiedad de las tierras y minas,
primero, las industrias y los bancos después, el poder de veto a las decisiones
emanadas de la representación proporcional del “pueblo” en la Cámara Baja. La
Constitución Argentina es desde su origen “glorioso” un artefacto que promueve
la ilusión entre las masas populares en el gobierno de sus propios destinos al
tiempo que prevé los mecanismos para aherrojarlo. Si la fuerza de la
movilización lograse alguna vez doblegar a los diputados nacionales votando
leyes sentidas por el conjunto, pero irritantes para las clases poderosas, el
Senado será el lugar donde esas ilusiones irán a sepultarse “democráticamente”.
Esto no lo dice un insulso profesor de Historia del
secundario con ideología trotskista, no. Esto lo ha puesto de manifiesto hace
muchos años uno de los mejores historiadores de la política argentina, Natalio
Botana, de inclinación liberal y conservadora, paniaguado del diario La Nación en un trabajo señero titulado El orden conservador, de 1977. Allí,
Botana se toma la molestia de mostrar que el Senado argentino funciona como un
riñón pestilente (el adjetivo es mío) que filtra y recauchuta los políticos que
han sabido ser fieles a los grandes terratenientes, comerciantes, industriales
y banqueros de sus provincias de origen, dando cabales muestras de fidelidad a
sus negociados con el presupuesto público en tanto fueron gobernadores o
presidentes. Por eso en estos mismos meses, y como una sub trama tangencial al
drama político argentino, el senador Pichetto ha venido a demostrar la salud de
este riñón garantizando los fueros parlamentarios que eviten la prisión
preventiva a todo senador, como Carlos Saúl, o senadora, como Cristina
Fernández de Kirchner, hasta que la sacrosanta “justicia” no les encuentre culpables
en sanción firme, es decir, que haya recorrido todo el eterno laberinto desde
las instancias inferiores hasta la Corte Suprema.
El Senado es, pues, la versión constitucional de los
Cuarteles de Invierno para les políticos que hayan sabido honrar la virtud de
los intereses económicos que gobiernan a la sociedad. A cambio, usted puede
volar una ciudad entera de la Provincia de Córdoba para ocultar las pruebas de
un desfalco con armas de fuego o contrabandear sobreprecios de la obra pública
y no vislumbrar siquiera la posibilidad de conocer el infierno de las cárceles
argentinas por dentro.
El Vaticano y sus partidos políticos
Hemos escuchado a los representantes del aborto clandestino
vomitar su verdad en la televisión abierta y replicarse en las redes. Un vocero
de las empresas privadas de educación y salud ha dicho que el profiláctico es
menos eficaz que la porcelana contra el contagio del HIV, un vocero de los
sojeros salteños ha predicado que las violaciones intra-familiares que son
récord en su provincia no comprenden los mismos niveles de violencia que otras
violaciones, hemos oído a legisladores con altas dietas y jubilaciones proponer
el mismo trato a las mujeres que a las mascotas y por todos lados hemos oído la
voz del Papa hablando a través de picos de gansos que nos quieren hacer creer
que un personaje imaginario que diera a luz a un semidiós mitológico sin mediar
relaciones sexuales, debería ser considerada la mujer más revolucionaria de la
historia de la humanidad.
Quienes se burlan de estas expresiones bizarras,
anti-científicas y medievales deberían llamarse a reflexión. Estas criaturas
son quienes gobiernan realmente nuestra sociedad. Las más risueñas y creativas
memes no deben ocultarnos esta cruel verdad por un segundo siquiera. Después de
más de seiscientos años y a pesar de haber atravesado la revolución de nuestras
formas materiales de organización social en los últimos doscientos, la Iglesia
Católica sigue gobernándonos.
Voces más progresistas (sin ironía sea dicho) han venido a
decir que las mujeres pobres no abortan, reciben a sus bebés como bendiciones
propias del Espíritu Santo, con la docilidad y compromiso revolucionarios de la
misma Virgen María. Un importante y mayoritario porcentaje de la población que
quiere una sociedad sin machismo ni explotación, que ha forjado la consigna de
que el patriarcado y el capitalismo deben
caer y que toda América Latina será feminista y revolucionaria, conviven
sin embargo con dirigentes sociales y políticos que han militado a fondo contra
la sanción de esta ley. Mientras fueron gobierno durante doce años, gambetearon
las demandas de “ampliación de derechos para las mujeres” entregando el derecho
al matrimonio civil para parejas de gays y lesbianas y el cambio de identidad
para les géneros disidentes a cambio de no avanzar en la posibilidad de la
construcción legal de familias disidentes (adopción) y la inclusión en el
Código Civil de la certeza de la vida humana desde la concepción.
El otro gran mérito del diseño de Durán Barba en la
concepción del debate sobre el aborto legal estuvo en la claridad de su lectura
sobre la conformación de la principal fuerza política que nuclea la oposición
al gobierno de Macri. Los líderes de organizaciones profundamente arraigadas en
las barriadas obreras como son el Movimiento Evita, Barrios de Pie, la CCC, han
volcado toda su capacidad de convencimiento en contra del aborto legal. En el
fondo, se sostienen en una antigua concepción sobre el problema de la familia
heteronormada que estuvo en los cimientos del movimiento nacionalista bajo el
peronismo y que en la segunda mitad del siglo veinte llegó a ser uña y carne
con las ideologías nacionalistas de origen proletario y marxista. Básicamente,
una sociedad soberana debe ser amplia en su cantidad de brazos para producir
riqueza o bien defenderla de agresiones imperialistas. El control racional de
la natalidad fue impugnado por el peronismo y cierto sector de la izquierda,
incluso la izquierda no estalinista, como una estrategia del imperialismo para
despoblar los pueblos díscolos. Quizá la mejor prueba de este razonamiento nos
la haya heredado el por otras razones hermoso y genial prólogo de Las venas abiertas de América Latina de
nuestro querido Eduardo Galeano en 1971.
Por esas mismas razones de “salud higiénica” es que los
homosexuales, las lesbianas y todes les géneros disidentes hemos sido
perseguidos y hostigados por el Estado y las organizaciones revolucionarias en
el pasado hasta el día de la fecha. Somos les destructores de la familia, de la
posibilidad de reproducción ampliada de la población, lxs demonixs que venimos
a exterminar la raza humana y dividir a la clase obrera. Porque nuestro deseo
pone en jaque la posibilidad de reproducción natural de la especie, dejándola ligada únicamente a los
dispositivos racionales que la
sociedad pueda diseñar para perpetuarse a sí misma.
Ese sin más es el meollo de todo el debate, una sexualidad
atenazada por la dictadura de la heterosexualidad y la procreación programada, obligada
incluso contra el deseo de las madres y personas gestantes.
Pero no queremos hacer una polémica teórica ni abstracta
contra el cura villero tocayo de este cronista. Hace diez años formo parte de
la comunidad de Villa 3, Piletones y los Monobloks de Villa Soldati, como
docente en una de sus tres escuelas secundarias. Con el mismo derecho que mi
tocayo, pregunto ¿las mujeres pobres no
abortan, señor cura?
Las mujeres pobres son obligadas a abortar clandestinamente
si el embarazo que no han deseado les hace imposible sostener una economía
destrozada por la falta de trabajo o por un trabajo precario y mal pagado, sin
licencias ni cobertura gratuita de salud y educación, señor cura, y son esas
mujeres pobres, quienes han decidido abortar en condiciones de ilegalidad, las
que llenan las alarmantes estadísticas de muertes por abortos clandestinos en
nuestro país. Además, señor cura, las mujeres pobres, adolescentes ellas, a
quienes la cofradía de iglesias les impiden pensarse como algo más que cuerpos
destinados a parir, que les niegan la posibilidad de conocer el alcance de su
deseo erótico desde niñas, que les censuran y reprimen sus necesidades físicas
y psicológicas de goce de su propio cuerpo bajo el tabú de una educación sexual
retrógrada, anti-científica y cargada de moralina medieval, quienes son
castigadas si desean otro cuerpo femenino o si reconocen en su interior la
pulsión por adoptar expresiones exteriores consignadas como exclusivamente
masculinas, son esas mujeres pobres las que terminan claudicando frente a la
urgencia de ser reconocidas socialmente eligiendo varones que las obligan a una
sexualidad sin anticonceptivos, al riesgo del embarazo no deseado y prematuro,
cuando no directamente las violan para ejercer su derecho sagrado a la
masculinidad impune y poderosa.
El movimiento feminista que en sus más variadas facetas ha
dirigido esta histórica lucha contra el aborto clandestino debe tomar nota
cabal de esta realidad que también lacera con crueldad nuestras ilusiones más
genuinas. Las mujeres pobres sostienen en las barriadas mayoritariamente
obreras el anatema también mayoritario contra “las putas aborteras”. Es por esa
razón que los sectores clericales exigen que una decisión sobre política
pública de salud, equivalente por ejemplo al control de epidemias con la
vacunación de masas, sea decidida en un plebiscito. Porque saben que las
iglesias gobiernan las conciencias de las mayorías en nuestro país, incluso de
las personas que no asisten regularmente a ningún culto. Porque las iglesias
han garantizado, junto al Estado, su escuela, sus medios de comunicación, las
usinas de cultura popular que son las canciones y narrativas noveladas en las
pantallas de tele, cine y etc. quienes han forjado y siguen forjando ese
inconsciente colectivo que considera a la familia heterosexual como la base
firme de todo el edificio social, incluso la única esperanza de la especie
humana.
El embarazo no deseado es un castigo moral para la piba que
defendió su derecho a disfrutar de su sexualidad antes del matrimonio o fuera
de él. “Si disfrutaste garchando ahora hacete cargo” dicen y martillan como un
mantra, madres que han pasado por la misma situación de quedar embarazadas sin
desearlo como consecuencia de una relación sexual en algún grado consentida.
Entonces, en un juego macabro de sanciones morales, una mujer joven es tratada
de trola, puta, reventada si decide disfrutar su sexualidad sin intenciones
de ser madre y es condenada a la maternidad si no desea ser tratada de asesina
de sus propios hijos.
¿Qué puede haber más horrible que una madre asesinando a su
propia cría? Esta imagen ha sido construida por los equipos de comunicación y
medios de las iglesias católicas, evangélicas y otros dogmas alrededor del
mundo como estrategia para promover un repudio popular entre las capas más
pobres de nuestra clase obrera contra la sexualidad racional, el uso de métodos
anticonceptivos y la maternidad optativa. Para zafar de la sanción de la
familia que la trata de puta, la mujer pobre debe ser madre. Y una vez madre,
ella misma se asume como cruzada contra las “putas aborteras” que deciden otra
salida al mismo drama.
En este contexto, el trabajo de zapa de las iglesias y las
organizaciones ligadas al nacionalismo ha sido criminal. Las organizaciones
sindicales de docentes dirigidas por agrupaciones ligadas al nacionalismo han
trabado con los Ministerios de Educación y las iglesias un acuerdo secreto para
vaciar las jornadas de Educación Sexual Integral del debate sobre el aborto en
las escuelas públicas de la ciudad y el Gran Buenos Aires ¡incluso mientras el
tema se debatía en el Congreso Nacional y los grandes medios de comunicación!
Tenemos que comprender que incluso si la movilización de los
sectores más conscientes de la pequeño burguesía y la clase obrera por el
aborto legal hubiesen alcanzado para forzar y desbordar los mecanismos de
control político del Estado logrando la doble sanción de la ley, la fuerza de
la programación moral de la heteronorma y el patriarcado no habrían de
liquidarse en las conciencias más amplias de la población. Debe ser una tarea
de las organizaciones más comprometidas a derribar el patriarcado la de hacer
un profundo trabajo de debate colectivo en las barriadas obreras, profundo y
riesgoso porque allí chocaremos seguramente con la respuesta violenta y represiva
del Estado y las iglesias, disfrazadas del repudio de madres, padres y
familiares. En nuestras barriadas obreras es donde más necesitamos de figuras
populares como las actrices llevando adelante una perspectiva científica y
liberadora de la moralina eclesiástica.
Saliendo para el Congreso Nacional con Leyla |
Sólo la verdad os hará libres
El fuego tiene la propiedad contradictoria de iluminar
mientras destruye. La verdad también puede ser alcanzada de una forma
traumática, como lamentablemente ocurre por lo general a las conciencias que
han sido formadas en ilusiones. Esta primavera que surge entre las llagas del
último invierno del 2018, acicateada por la crisis de la deuda mundial (la suma
de todas las deudas entre privados y públicos en todo el planeta) que en julio
ha tocado el récord de 247 trillones de dólares y provocado que el Washington
Post alerte sobre su próximo estallido ya que se monta sobre una despiadada
guerra comercial entre las potencias imperiales de Estados Unidos, China,
Europa, Rusia y la India, que muestra su cara en las pústulas de una guerra
mundial contenida en la crisis Siria, que envuelve el estallido del Kurdistán,
Palestina e Irán y en las crisis cambiarias de Argentina y Turquía; esta
primavera argentina entonces va a ser mirada por toda una nueva generación de
jóvenes que vienen reclamando mejores condiciones de vida material para sus
sueños de vida futura, que desean trabajos estables y bien pagados, que les
permitan afrontar la construcción de sus humildes proyectos individuales y
colectivos sin la amenaza de un futuro sin jubilación ni vacaciones pagas, sin
cobertura de salud y educación para elles y sus hijes, en suma, jóvenes que
reclaman por un poco de lo que sus ancestros lamieron del mentiroso Estado de
Bienestar.
Esta juventud ha hecho, esperamos, un último ejercicio de
aprendizaje doloroso con las ilusiones que tenía en la democracia argentina. Lo
que no ha aprendido en los manuales del secundario lo aprende ahora en el dolor
del cuerpo movilizado bajo la lluvia abrasadora del invierno en vigilia frente
al Palacio de la Democracia. Es la misma juventud que llenó las arterias de
cemento que confluyen en el otro palacio, el del Poder Ejecutivo, para frenar
el 10 de mayo de 2017 la libertad condicional de las bestias del último
genocidio de Estado, la misma juventud que se movilizó contra sus propias
direcciones políticas el 20 de octubre de ese mismo año para reclamar que se
prenda fuego sobre su propia mierda el gobierno que se dio el lujo de secuestrar,
asesinar y desaparecer el cuerpo de uno de los suyos, Santiago Maldonado, a 40
años de andar desapareciendo, torturando y asesinando a la juventud gloriosa de
los sesenta y setenta; es la misma juventud que evitó con el cuerpo en clarín
de guerra la sanción de la reforma jubilatoria el 14 de diciembre de ese mismo
año bajo el sol incendiario del verano porteño y que después de combatir varias
horas volvió a aprender la impotencia del voto mayoritario cuando este mismo
Congreso Nacional votó esa reforma jubilatoria el 18 y 19 de diciembre
encerrado por la batalla de cuerpos jóvenes contra las fuerzas de seguridad,
que regaron se sangre y horror las conciencias.
En la democracia argentina el voto cada dos años de listas
abstractas de perfectos desconocidos, encabezados por figurones con estrategias
de márquetin, irrevocables hagan lo que hagan con su mandato, elegidos en medio
de todo tipo de fraudes de baja o alta intensidad ejercidos por un sistema
perfeccionado durante cuarenta años de punteros y justicias electorales, hace
que la voz del pueblo llegue ya domesticada a las Cámaras Bajas y Altas,
teniendo como contrapeso un Poder Ejecutivo con mayor fuerza de veto y decreto
originada en esa misma masa de votos mejor concentrada en la figura de una sola
persona y un Poder Judicial que, a pesar de ser quien debe velar contra el
abuso de poder de las instituciones democráticas, carajo, no es votado por
nadie. Así y todo, si la fuerza abrumadora de las masas movilizadas, incluso
pacíficamente como la marea verde dirigida por las mujeres conscientes de
nuestra sociedad, llega a empujar a esa Cámara Baja hacia leyes que representen
el sentir popular, está el Senado para poner el freno y salvar al Ejecutivo de
una decisión en la que pierda votos. Pero si no, la Constitución todavía ofrece
el veto presidencial, la posibilidad de legislar por decreto o, si la cosa se
pone áspera, como en ese glorioso diciembre de 2001, apelar al muy
constitucional Estado de Sitio. La democracia argentina no necesita apelar a
las tanquetas para contener a las masas insurrectas, la Constitución Nacional lleva
más de 150 años reinando como una “democracia de infantería”.
Este 8 de agosto ha venido a demostrar el funcionamiento de
la democracia argentina para quien quiera verlo. Quien mejor comprende el
funcionamiento de este mecanismo monstruoso es, sin duda alguna, un mediocre
asesor publicitario de origen ecuatoriano. Efectivamente, el debate sobre el
aborto le ha permitido al gobierno de Macri desviar la furia popular contra el
ajuste salarial y jubilatorio hacia la lucha democrática por un derecho muy
sentido en un año donde no hay elecciones, el gran circo democrático por
excelencia que desvía y descomprime las luchas colectivas. Han permitido que la
marea verde desborde la Cámara Baja a sabiendas que el Senado es un muro que
sólo se derriba con acciones violentas. El presidente puede darse el lujo de
compadecer a las compañeras de la Campaña Nacional por el Aborto Legal asegurando
por enésima vez que hará cumplir las leyes de Educación Sexual y Reproductiva,
aún con el cinismo descarado de recortar presupuesto principalmente a Educación
y Salud en todo el territorio nacional.
Debemos aprender a soñar sin falsas ilusiones. Los castillos
más bonitos construidos sobre nubes están destinados a derrumbarse, como todo
lo sólido que tiene cimientos en el aire. Debemos aprender. El rechazo de la
Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo no es producto de un fracaso de
nuestras capacidades de movilización y lucha, no: es la victoria del sistema
democrático argentino, que fue diseñado precisamente para esto, para atrapar
nuestros deseos y sueños en un engranaje que los disipe y los censure, con
nuestro propio consentimiento.
Si queremos que las mujeres y personas gestantes dejen de
morir por abortos ilegales, si queremos parar la masacre cotidiana contra
mujeres, niñas, trans y travestis en nuestra sociedad, si lo queremos realmente
y estamos dispuestxs a entregar nuestra vida en ello, debemos romper nuestro
consenso con la democracia argentina. El festejo de la Vicepresidenta la
madrugada del 9 de agosto de 2018 no deja otra conclusión plausible a la vista.
Las organizaciones donde nos vinculamos para conseguir estos
derechos deben mutar, deben obligarse a encontrar otros caminos, otras armas.
La democracia argentina no es el camino. La aceptación pacífica y sumisa de sus
condiciones y reglamentos no es el camino. Esto es importante, porque ahora
vendrán con su limosna de alivio a nuestra frustración colectiva a decirnos “el
año que viene intentamos de nuevo”, “si no es el año que viene ya podremos
votar legisladores y legisladoras de pañuelo verde” o que podremos meternos en
un plebiscito a perder legalmente -otra vez- lo que la ciencia determina sin
cortapisas, que la vida humana no comienza en la concepción.
Debemos construir otro tipo de puentes, debemos esforzarnos
para doblegar el poder concentrado de las clases sociales medievales que
gobiernan nuestros destinos, la marea debe mutar para derribar los mecanismos constitucionales
con los que el Estado nos doma el cuerpo/la cuerpa rebelde.
Mientras el Encuentro Nacional de Mujeres, asamblea máxima
de reunión de las fuerzas que pretenden la abolición del patriarcado, no se
transforme en un organismo de lucha contra el Estado y su sistema democrático,
un personaje vestido de Emperador Romano en el Vaticano seguirá cagándose de
risa de nuestras pibas muertas y decretando el uso social de los úteros en
nuestro territorio.
El ENM y la lucha por los derechos de las mujeres y géneros
disidentes va a cumplir en nuestro país más o menos la misma edad que la
consigna máxima diseñada también por un equipo de márquetin y popularizada por
el mejor demagogo que parió la democracia argentina hasta la fecha. En la
campaña electoral de 1983 el líder del sector de la UCR que consensuó la
transición con la dictadura militar, Raúl Alfonsín, repetía “con la democracia
se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura”. Y recitaba el
preámbulo de la Constitución Nacional en cada acto. Alfonsín capitalizó y encorsetó
la última ola de esperanza democrática de nuestra sociedad hace 35 años. Contra
una dictadura militar que se caía a pedazos empujada por la crisis mundial y la
lucha obrera y popular (huelgas y puebladas que fueron in crescendo durante el 81 y el 82) la solución para la Educación,
la Salud y el Trabajo pasaba por retomar la democracia de 1852 y 1862.
Somos varias las generaciones que comprobamos la frustración y el desguace de las empresas del Estado, la energía y la industria, la Educación y la Salud estatales, el deterioro impensado de las relaciones sociales, el avance de la barbarie social más desembozada, que entre otras cosas ha venido a sumar a la lucha de las madres y abuelas de desaparecides en el genocidio de los 70 a madres y familiares de mujeres secuestradas y desaparecidas por redes de tráfico de esclavas sexuales. Le toca a las nuevas generaciones que luchan junto a nosotres contra esta barbarie darse cuenta, caer en cuenta, avivarse, que la democracia no garantiza trabajo, salarios ni jubilaciones para poder comer, no enseña, no cura y, mucho menos, permite que las mujeres sean dueñas de sus propios cuerpos.