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viernes, 26 de agosto de 2016

Las hamacas son para volar

-El otro día dijiste que Leyla volaba en las hamacas del Parque.

-Sí, claro, eso dije.

-Las hamacas no son para volar.

-¿Eso estuviste pensando?

-Sí, porque en las hamacas no se puede volar.

-¿Y cómo se llama entonces lo que hacés en las hamacas?

-No sé, vos sos el adulto. ¿Cómo se llama?

-Balancearse.

-¿Y eso qué es?

-Moverse de un lado a otro colgando de un travesaño.

-¿Qué es un travesaño?

-El palo grande, acostado, del que cuelgan las cadenas de la hamaca.

-Qué raro.

-¿Qué cosa?

-Balancearse de un travesaño no se parece a lo que siento cuando estoy en una hamaca.

-Por eso digo que Leyla vuela en las hamacas.

-Eso no es volar.

-Vos porque ya te habrás olvidado.

-¿Qué decís?

-Que los nenes y las nenas grandes se olvidan de cuando eran nenes y nenas chiquititos.

-Yo me acuerdo de todo.

-¿Ah sí? Entonces decime ¿qué sentías cuando te balanceabas en una hamaca?

-Mucha felicidad.

-¿Y qué más?

-El viento en la cara y el pelo.

-Eso mismo siente Leyla en las hamacas. Y cuenta su papá que desde la primera vez, en la hamaca más al sur del arenero para chicos chiquitos, la que tiene un asiento de goma con dos agujeritos para las patitas…

-Piernitas, en vez.

-Bueno, eso. En esa hamaca y en todas las que vinieron después, Leyla se reía fuerte, como estallando la alegría desde adentro, con los ojitos llenos de cielo celeste y nubes blancas, la cara tallada en una sonrisa abierta, de luz solar y plumas verdes en las ramitas de los árboles, como si también volasen ellos con ella…

-¿Eso es volar?

-¿Y qué más?

-Entonces tenés razón, las hamacas son para volar.

Batalla épica en el Parque

-¿No se aburren de ver siempre a los mismos patos?

-Pasa que los patos siempre están haciendo cosas raras.

-¿Cómo cuáles?

-El otro día estaban en Asamblea de Patos.

-¿Qué es una asamblea?

-Es una reunión, un ensamblado de patos que se reúnen a discutir cosas de patos.

-¿Y sobre qué discutían?

-No sé. Leyla y su papá no entienden el idioma de los patos.

-¿Y cómo se dieron cuenta que era una asamblea?

-Estaban todos juntos en el medio de la isla y graznaban fuerte, como discutiendo cosas importantes. Al costado de la isla, escondido, había un pato campaneando.

-¿Campaneando?

-Se dice así cuando un grupo se junta a discutir algo en secreto, que no quiere que nadie se entere. Entonces mandan a uno a vigilar si se acerca alguien, para que avise, como si fuera una campana que toca cuando hay un peligro.

-¿Un pato campana?

-Un pato campana. Se dieron cuenta que había un pato escondido en el borde de la isla. Se le veía sólo la cabeza y el pico en medio de las plantitas.

-¿Y qué votaron?

-No sabemos. El primero que salió de la Asamblea fue Cararroja.

-¿Cararroja?

-Un pato con mucha cara de mal humor, como enojado, con una cresta gomosa roja en toda la cara, por encima del pico. Después se fue el Punky.

-¿El Punky?

-El Punky es un pato con una cresta negra en la cabeza, como un peinado Punk. Leyla dice que es un rodete, en vez.

-¿Y qué hicieron?

-Fueron a comerse las migas de pan que se les caían a las palomas al lago.

-Uff, las palomas.

-¿Qué te pasa con las palomas?

-Me parecen insoportables.

-Pero antes las personas grandes te llevaban a darle de comer a las palomas para divertir a los chicos.

-A mí me parecen asquerosas, y me dan miedo, te picotean, se te suben encima, te invaden.

-Claro, porque están desesperadas de hambre.

-¿Los patos del parque y las palomas se llevan bien?

-Leyla dice que no, que las palomas son ratis.

-¿Qué es un rati?

-La policía, porque “tiran”, ra-ti, ti-ra.

-¿Y por qué las palomas son ratis?

-Porque son azules. Y porque no le gustan, como a vos.

-¿Estarían discutiendo hacer algo contra las palomas?

-Puede ser. Leyla dijo algo sobre una batalla épica.

-¿Una batalla épica entre las palomas y los patos?

-El papá de Leyla pensó algo así, que a la noche cuando se cerraba el Parque había una 
especie de guerra por el control de la isla de los patos, o algo así.

-¡Qué delirio!

-Lo mismo pensó Leyla. Pero el papá le mostró la estatua en la orilla oeste del lago, la de Niké.

-¿Quién es Niké?

-Una de las diosas que adoraban las antiguas poblaciones de las islas griegas. Esta estatua copia una que se encontró en Samotracia, de hace dos mil doscientos y pico de años. Donde hubo una famosa batalla naval.

-¿Cómo es?

-Es una mujer con alas, con una bandeja de laureles en el brazo izquierdo y señalando hacia adelante con el brazo derecho. El vestido se le pega al cuerpo como si estuviera mojado y parece que se moviera hacia adelante.

-¿Qué significa?

-Niké es la Diosa Victoria.

-¿La victoria es una mujer con alas?

-Para las antiguas poblaciones de las islas griegas, sí.

-¿Y qué hace en el lago del Parque?

-Leyla dice que se parece a Maléfica, y que la isla podría ser el Páramo.

-Maléfica es un hada.

-Un hada con alas.

-¿Por qué las hadas tienen alas?

-Porque también son diosas. Serán para volar.

-¿Cómo los patos y las palomas?

-Ponele.

-¿Entonces las hadas son pájaros también?

-Y mujeres. 

-¿Y Niké para quién lucha, para los patos o las palomas?

-Ni idea. Seguro que para los patos, porque las palomas le cagan en la cabeza y los hombros. 

-Claro. Eso no le debe gustar

-¿Vos no jugás a que volás?

-Claro, como todos los chicos y chicas, nos gusta jugar a que volamos.

-¿Y cómo hacen que vuelan? ¿Se tiran desde algún lugar alto?

-No, eso nos da miedo.

-¿Entonces cómo vuelan?

-Abrimos los brazos y corremos de un lado para el otro, así.

-Ah… como los patos y las palomas.

-No, como las palomas, nunca.

-Claro, porque los patos no vuelan muy alto, medio que corren y mueven las alas. Será por eso que a Leyla le gustan tanto.

-Y porque se reúnen a discutir en asamblea.

-Claro. En eso también son diferentes a las palomas.

domingo, 21 de agosto de 2016

El largo camino de Tito hasta su casa

-Contame otra historia de Leyla y los parques.

-¿Te conté la historia de Tito?

-No, ¿quién es Tito?

-Tito era un patito bebé. Pa-Tito.

-¿De qué color?

-Como verdecito oscuro con un poco de amarillo.

-Como el color de la salita del jardín.

-Claro, más o menos.

-¿Y qué hacía Tito?

-Tito nadaba con su mamá pata en el Lago del Parque Centenario.

-¿Cómo nadan los patos?

-Mueven las patitas debajo del agua y se dan impulso.

-Como corriendo en el agua.

-Claro. En realidad corren sentados en el agua, tenés razón.

-¿Y qué pasó con Tito?

-La mamá pata lo guiaba hasta su casita en la isla del centro del parque. Pero Tito no le daba bola.

-No quería irse a dormir seguro. A los nenes y las nenas no nos gusta irnos a dormir. Queremos seguir jugando siempre.

-Seguro que era eso, o algo parecido. Cuestión que la mamá le graznaba y le graznaba pero Tito no daba bola, nadaba para otro lado.

-¿Qué es graznar?

-Así le llamamos a la forma de hablar de los patitos. Es como un grito raro, una mezcla de ladrido de perro y canto de pájaro.

-¿Como cuando hacen cuak en los libros?

-Ponele, pero más ladrido de perro y canto de pájaro. Como ñwak.

-Ah. En los libros dice que los patitos hacen Cuak, no ñwak.

-Pero los libros no siempre dicen toda la verdad, ¿verdad?

-Tenés razón, como en los tres chanchitos, porque los chanchitos no corren como humanos, ni construyen casas.

-¿Pero a vos te gusta los tres chanchitos?

-Sí.

-¿Y por qué te gustan si no dicen toda la verdad?

-Porque son unos genios y se defienden del lobo.

-¿Todos los lobos son malos?

-No todos, porque algunos son buenos. Los perritos vienen de los lobos, en vez.

-Cuestión que Tito no quería ir a su casa.

-¿Y la mamá pata qué le hizo? ¿Lo castigó?

-No. La mamá pata se fue sola a su casa y lo dejó a Tito nadando solito.

-¿Y Leyla que hacía?

-Le gritaba:

“¡Tito, subite a la islita, andá a tu casa con tu mamá!”

-¿Y le daba bola?

-Claro que no, no nos entendía.

-¿Y qué hacía?

-Era muy simpático. Iba por el borde de la isla, tratando de treparse. Pero era muy chiquitito, muy pequeñito y sus patitas eran muy cortitas y su cuerpecito no tenía mucha fuerza, entonces, se resbalaba y volvía a caerse al agua.

-Pobre Tito, ¿y la mamá qué hacía?

-Le gritaba.

-Le graznaba, ¿no era?

-Claro.

-¿Qué le estaría diciendo?

-¿Vos qué pensás que le decía?

-No sé. Le diría “vení Tito, vení a comer a casa y a dormir”…

-Seguro, o algo parecido.

-¿Y entonces Tito qué hizo?

-Seguía intentando subirse pero no podía.

-¿Y nadie lo ayudaba?

-En un momento apareció su hermanito mayor, pero tampoco le dio bola. Leyla y su papá 
trataban de decirle que había una rampa de cemento por donde se subían todos los patos, que fuera para ahí, que era más fácil para subirse.

-Pero Tito no los entendía.

-Claro. Y no quería usar la rampa de los patos grandes.

-¿Por qué no quería usar la rampa? ¿Era tontito?

-No sé. ¿A veces no te pasa que hacés lo contrario de lo que te dicen tus papás o mamás que hagas? ¿A veces no te pasa que tenés ganas de hacerlo vos sola?

-Sí. Me pasa.

-Bueno, a Tito seguro le pasaba lo mismo, quería encontrar él solito su camino.

-¿Y qué pasó entonces, pudo subirse?

-Claro. Siguió haciendo esfuerzo y al final, después de varios intentos, se trepó y subió a la isla.

-¿Y encontró a su mamá?

-Claro, porque seguía los gritos de la mamá.

-Graznidos dijiste.

-Siguió los graznidos de la mamá y la encontró.

-¿Ella lo castigó por no darle bola?

-No, le acomodó las plumas y lo ayudó a secarse. ¿Por qué lo iba a castigar?

-Claro, si ya estaban juntos, que era lo que querían.

-¿Y Leyla qué hacía?

-Leyla y su papá festejaban abrazados que Tito lo había logrado solo. Es la mejor forma de aprender, confiando siempre en tus propias fuerzas, insistiendo en tus ideas.

-Pero no le hizo caso a la mamá.

-Sí que le hizo caso, se subió a la isla.

-Pero no por donde la mamá le dijo.


-Pero se subió a la isla y encontró a su mamá. Lo importante es llegar, a veces el camino no es el mismo para todos.

Morena y los patos

-Leyla Isis nació en Parque Centenario.

-¿Nació adentro del Parque?

-No, no. Nació en una clínica, en Balvanera.

-Entonces no nació en un parque.

-Depende. Su papá y su mamá vivían muy cerca del Parque Centenario cuando Leyla nació. Su primer paseo en un carrito color naranja fue al Parque, la primera vez que voló en una hamaca fue en ese Parque, la primera vez que anduvo en patines fue en ese Parque.

-Sí, sí, ya entendí. ¿Y cómo es ese Parque?

-Es circular. Tiene muchos árboles muy lindos y tiene un lago en el centro.

-¿Y tiene animalitos?

-Claro. Peces de colores sin dientes que te chupan los dedos. Tiene muchos patos blancos, 
grises, verdes y negros.

-¿Y tiene juegos?

-También tiene juegos. Hamacas, barcos piratas, edificios para cocinar con arena…

-¿Cómo cocinar con arena?

-Se agarra arena y se cocinan comidas imaginarias.

-Ah sí, pasteles, tortas…

-Y también ensaladas…

-¿Y se comen las comidas imaginarias?

-Claro, se comen con la imaginación. Nunca hay que rechazar una invitación a comer.

-¿Tiene perritos ese parque?

-Claro. Es el Parque de los perritos amigos de Rosa.

-¿Quién es Rosa?

-Rosa es la hermana de Leyla. Una perrita blanca con manchitas negras.

-Qué lindos son los perritos. Son muy traviesos.

-Eso me hace acordar una mañana que fuimos al Parque y conocimos a Morena.

-¿Morena?

-Sí, Morena, una perrita negra, toda negra, con una cara muy juguetona.
Estábamos tomando mate y leche chocolatada en los bancos de un balcón del lago…

-¿Cómo un balcón? Los balcones están en los edificios.

-Este balcón está frente al lago. Es como si estuvieras en tu edificio pero enfrente está la isla del centro del lago, llena de arbolitos pequeños, donde viven los patos. De repente Leyla le dice al papá:

“Hay un pichicho nadando en el Lago.”

El papá pensó que era otra invención de Leyla, pero vió que todos los que paseaban por el Parque le hablaban a un perrito nadando en el Lago.

-¿Y su dueño?

-Su dueño andaba con una muleta, por la orilla, gritándole:
“¡Morena, vení para acá, Morena!”

-¿Se le había escapado?

-Parece que sí, y no le daba bola.

-Tendría mucho calor, pobrecita.

-No creo, todavía estábamos en agosto y estaba fresco.

-¿Quería divertirse jugando en el agua entonces?

-La verdad que Morena se había metido a perseguir a los patos.

-¿Se los iba a comer?

-No creo, porque los patos nadaban mejor y más rápido que Morena. No los podía alcanzar.

-Entonces ¿por qué los perseguía?

-Bueno, porque era su instinto.

-¿Qué es instinto?

-Algunas cosas que hacemos no las pensamos, las hacemos porque nos vienen las ganas de hacerlas nada más.

-Los perritos no piensan.

-Los perritos piensan de una manera diferente. Sienten cosas y hacen las cosas que sienten. 
Entienden si algo es lindo o feo, si les gusta o les da miedo. Saben reconocer muy bien a las personas que quieren y a las que no quieren.

-¿Piensan con el corazón?

-Y con su cerebro, que es muy pequeñito, con sus otros órganos, con su pelo, sus orejas, su hocico.

-¿Piensan con su instinto?

-Claro. Las perritas como Morena sienten que tienen que perseguir a los patitos, sacarlos del lugar donde se esconden y señalarle a sus amos dónde están. Son perritos cazadores de patos, los hicieron para cazar patos.

-¿Cómo que los hicieron?

-Claro, porque hay seres humanos que se dedican a cruzar unas razas de perros con otras para inventar razas nuevas.

-¿Los humanos inventamos perritos?

-Sí, desde hace muchos años.

-¿Más de diez?

-Más de cien.

-Guau. Un montón.

-Sep. Cuestión, que unos humanos cazaban patitos y necesitaban unos perros que olfateen donde estaban los patitos, fueran hasta donde se escondían y los hicieran salir.

-Y ahí los agarraban. ¿Los agarraban con redes?

-No, les tiraban con escopetas.

-Qué feo. Pobres patitos.

-Sí.

-¿El dueño de Morena tenía una escopeta?

-No, el dueño de Morena tenía una muleta.

-¿Qué es una muleta?

-Como un bastón, para apoyarse y caminar mejor. Seguro tenía la pierna lastimada.

-¿Y por qué quería que Morena espante a los patitos de su casita en el lago si no tenía una escopeta?

-Él no quería que Morena espante a los patitos del lago. Morena se le escapó y se fue a 
perseguir a los patitos sola, nadie se lo pidió.

-¿Y qué pasó?

-Pasó que estuvo como una hora persiguiendo a los patos por todo el lago: se subió a la islita 
y los espantó y después los persiguió por el Parque.

-¿Y la gente qué hacía?

-El dueño de Morena estaba muy enojado y avergonzado. La policía del Parque le reprochaba que no había atado bien a Morena, le decía que todo era su responsabilidad. Algunas señoras lo criticaban porque decían que Morena iba a matar a todos los patitos.

-¿Morena mató a todos los patitos del mundo?

-Para nada. Les ladraba y se los mostraba a su dueño. No les quería hacer daño.

-¿Y entonces por qué las señoras criticaban a su dueño?

-Porque a veces las personas también actúan pensando con su instinto. Les molesta que los perritos hagan cosas que no tienen que hacer, como perseguir patos en un lago.

-Pero si es el instinto de Morena, las personas la inventaron para que persiga patos. Y en el lago había patos. ¿Qué querían que hiciera?

-Tenés razón. No sé. Entiendo mejor a Morena que a las personas que la critican por ser Morena. No siempre las personas tenemos razón, ¿sabés?

-¿Y qué pasó al final con Morena?

-Nada. Se cansó de perseguir patitos y volvió con su dueño.

-Ah. Entonces sólo había que esperar que se canse y no gritarle ni criticarla.

-Claro.

-Qué ridícula que es la gente grande, no tiene paciencia con lo que no entiende.


FIN

viernes, 19 de agosto de 2016

Biografía olvidada de una Plaza de Balvanera


Barco encallado. 
Abandonado, atascado al fondo barroso y cenaguiento. 
Detenido. 

Entro por la ventana que da a la avenida. El techo por alguna razón se cayó hace muchas tormentas atrás. El agua violenta, el rabioso sol de enero, los vientos de todos los sentidos destruyeron el yeso y las tiras de madera de la pared están a la vista. El alma desnuda del viejo edificio de departamentos de los años veinte se puede ver desde la otra vereda.

Estoy parado en Jujuy casi casi México, en la puerta de la vieja fábrica de trajes Brukman, desde el 2001 reconvertida por sus obreros y obreras textiles en Cooperativa 10 de diciembre. En abril del 2003 fue el escenario de la última lucha de ese enorme proceso de luchas que se llamó Argentinazo, la última rebelión de las masas en este pedazo del mundo que seguimos habitando.

Ese proceso que empezó en el 93 con la primer sublevación de toda una población contra el Estado provincial -de conjunto- allá en Santiago del Estero, cuando sindicatos, partidos y vecinos prendieron fuego los edificios donde funcionaban los tres poderes que oprimían y garantizaban la explotación cotidiana de sus verdugos. Luego vinieron los fogoneros de Cutral Có en Neuquén, las puebladas del Chaco petrolero en el este de Salta y los conmovedores ríos humanos que desbordaron las rutas desde La Matanza hasta la Plaza de Mayo en 2000 y 2001.

Desde que el conjunto de las fuerzas patronales lograron rearmarse detrás del nuevo Luis Napoleón que parieron en Duhalde, esa mar embravecida que fuimos obreros/as desocupados/as, estatales y la pequeño burguesía combativa de las Asambleas Populares, comenzamos una bajamar también contradictoria. No es que los que echamos hayan vuelto de un día para el otro, y mucho menos sin luchas.

Es que muchos de los que lucharon se fueron bajando, de a poco, arreglando por camadas. 

Algunos se plantaron el mismo 20, bajándose de la rebelión contra el Presidente por pedido de Bergoglio, otros acordaron con las promesas de un efímero Rodríguez Saa, los que quedaban acordaron con la “burguesía nacional mercado-internista” de Lavagna.

En Puente Pueyrredón nos alcanzó la fuerza, todavía, para cortarle camino también a la bestia duhaldista que tuvo que enterrar sus sueños de emperador y negociarlos con una camarilla pequeña de asaltabancos provinciales, los pingüinos amantes de cajas blindadas y bolsos de guita, embaucadores profesionales que se inventaron un pasado revolucionario para embobar a los nostágicos del peronismo de izquierda setentista que hicieron de la farsa, de la máscara infame, un método de gobierno y control social.

Antes de asumir el control del Estado, el kirchnerismo recién votado mostró su verdadero rostro en la brutal represión de la toma de Brukman en abril del 2003. Un lluvioso viernes metieron más de mil agentes de la Federal pertrechados para la guerra en la fábrica de Balvanera sur expulsando a los laburantes que llevaban tres años sosteniendo la fábrica con su esfuerzo. Las fuerzas que quedábamos vivas todavía pudimos juntar cinco mil personas para el último combate. 

Recuerdo a los caretones de ocasión refugiados en la YPF de la esquina de Independencia y Jujuy, a la juventud de un pequeño partido de izquierda disfrazada de combatientes de la Guerra Civil española huyendo despavoridos ante la carga policial para refugiarse en un famoso local cercano. A la Fuba heroica combatiendo por Independencia hasta hacer base en la Facultad recién reconquistada de Psicología, frente a la trágica sede donde se ocultaba Pedraza, futuro y todavía impensado asesino de Mariano Ferreyra.

Mi cuerpo recuerda cuarenta cuadras de corridas por San Cristóbal y Constitución, bajo las balas de goma de las brigadas motorizadas de la Federal, jinetes infames vestidos de negro, uno a los manubrios, el otro con la escopeta en ristre, tirándonos como patos de madera en una feria de pueblo. Los palazos rebotando en el cráneo, la terrible sensación de ser un hámster rebotando contra las puertas cerradas del laberinto humano, de la emboscada perfecta y eterna, y el “no te metás” de la vecindad haciéndose la “otra” a las tres de la tarde mientras nos cazaban de a uno o una en fondo. 

Represión quirúrgica de la Federal, ni detenidos/as ni heridos de bala, puro golpe bien asestado, para que no se nos ocurriese movilizarnos nunca más. 

Aunque también recuerdo al portero anónimo, militante del MTL, de origen paceño o de Oruro, que me supo abrir la puerta de la casa de pensión que custodiaba, jugándose el puesto de trabajo, o sea su vida, para que pudiera limpiar mis heridas y zafar de la cacería maldita.

Recorro estas calles nuevamente y pienso que nadie del barrio recuerda la batalla por Brukman de ese otoño. En esta década y pico, nuevos inmigrantes del caribe han poblado las pensiones de malamuerte y malavida. Los viejos edificios art noveau que no han sido demolidos por la voracidad de la patria inmobiliaria se okupan y se lotean como nuevos inquilinatos, nuevos conventillos, más de cien años después de los últimos y famosos.

Dominicanas y venezolanos, pobres del otrora orgulloso Paraguay y las milenarias montañas altoperuanas, conviven con viejos y viejas gallegos y asturianas, tanos y rusas masticando sus sueños de pobreza, varados en el nuevo puerto. 

Nadie sabe qué pasó, como nadie se sabe el nombre de la Plaza, porque a nadie importa ya.

Pero no es una plaza más. Como pocas plazas de Buenos Aires, si el caminante se para en lo alto de la loma, bajo los ceibos y los espinillos, cerca del centenario ombú, todavía puede sentir en los ojos lo mismo que sintieron los primeros seres humanos que pisaron este mismo suelo. Antes de que aterrizaran los 27 españoles y malfundaran la ciudad en lo alto de la barranca del Parque Lezama, mucho antes todavía y mucho después también, en esta elevada loma de barro se acumulaba el agua de lluvia y por sus faldas corría un arroyo que eyaculaba su vida y muerte hacia el noreste del Estuario, detrás de Plaza Francia, el Museo de Bellas Artes y la explanada de Derecho.

Los españoles le pusieron Manso al arroyo tercero del Norte, que nacía más allá del límite oeste de la vieja aldea. Los que andamos en bici por la ciudad para ahorrarnos la tortura del ajuste disimulada en la SUBE, podemos notar cómo Saavedra va bajando hacia Plaza Once con el relieve del viejo arroyo. Acompañando a Pueyrredón hasta Recoleta el viejo arroyo Manso sigue serpenteando debajo del asfalto y los viejos adoquines, obligando a los arquitectos y albañiles a construir sobre los declives de la vieja hondonada de barro por la que corrían aguadelluvia y el meo y la mierda de los cientos de miles de esclavos y libertos que sobrevivían en los confines del viejo barrio de los tambores, bajo la guía de la virgen catalana o el santo que recuerda a Colón.

En esta misma Plaza sesionó todo un fin de semana la asamblea de organizaciones piqueteras –Polo Obrero, MTR, Cuba- de asambleas populares y partidos de izquierda que tomamos la defensa de Brukman como cosa personal.

Los más desesperados sostuvieron las posturas más radicalizadas. Organizaciones pequeñas y asambleas raquíticas exigían a los todavía grandes movimientos de desocupados “poner” las fuerzas necesarias para reconquistar la fábrica.

-Ningún problema –dijo algún viejo foquista devenido en organizador de comedores populares- si votamos tomar la fábrica déjenos unos días para traer a los compañeros de zona sur y juntar los fierros… porque acá hay mil federales armados hasta los dientes, no la vamos a recuperar tirándoles flores…

Lo que bastó para convencer a los delirantes que no quedaba mejor opción que realizar un gran acto de masas en las puertas del vallado perimetral y prepararse para una larga campaña de lucha, pero evitando la confrontación física con un Estado superior en armamento.

Después lo que todos sabemos, la decisión de Ibarra y Néstor Kirchner de ejercer una represión en regla para inaugurar la nueva era, para que todo el movimiento popular entendiera de entrada que esta gobierno ofrecía símbolos, leyes, alguna reformita y mucha plata para quien decidiera “continuar la lucha” dentro de los márgenes del gobierno “nacional y popular” y que sólo había palos y balas de goma para los que prefiriésemos seguir hasta que no quedase ni uno solo de los hijos de puta que hambrearon al país.

Habría que investigar los archivos de la municipalidad para saber bien cuándo fue que la burguesía argentina decidió bautizar al viejo límite oeste del barrio de los negros con el doble apellido del quíntuple presidente de Ecuador, Velazco Ibarra, símbolo surrealista del bonapartismo sudamericano, último liberal católico y primer castrista seudo constitucional, usado por el nacionalismo militar de su país para ponerse al frente de todas las combinaciones policlasistas que se inventaron ante cada crisis de exportaciones y deuda externa en las altas montañas de Ayacucho y las hermosas costas del Pacífico.

En lo alto de la vieja cumbre del barrio de esclavos me detengo a observar las sombras del bloque piquetero en la última batalla del Argentinazo con la esperanza que estos improvisados equipos de vóley que ahora ocupan su lugar, conformados por hermosos cuerpos atléticos de bellas travestis con acento caribeño, en sus largas tardes de titánicas olimpíadas arrancadas a las horas de la prostitución obligada por una Buenos Aires hipócrita que no ofrece mejor trabajo ni a las inmigrantes (ni mucho menos a las que no cumplen el molde de la mujer biológica), en algún momento después de las horas de saques largos al fondo de cancha, las epopéyicas definiciones sobre la red buscando el pecho rival, con la birrita barata o el cartón de vino, en medio del fasito o el último atado de Philip Morris de 10 arrancado a la miseria, empiecen sin saberlo, sin tenerlo presente, a charlar de organización y lucha, a dejar que fluya por sus gargantas otra vez el viejo gen de la rebelión que esta lomada atestigua.

Los ombúes de la Plaza Velazco Ibarra no recuerdan. 

Los árboles no son como nosotros y nosotras, no retienen piezas de pasado que re-elaboran en la sopa nostálgica de la conciencia (qué es nuestra especie sino una regurgitadora permanente de recuerdos). 

Ellos y ellas simplemente saben que bajo la baldoza o el macadam el viejo arroyo corre como napa. Lo saben porque sus raíces absorben el viejo líquido, al viejo río cayendo del cielo y empapando los poros micronésimos de la tierra y sus verdes hojas, sus cortezas malheridas, viven todavía porque simplemente el viejo arroyo sigue fluyendo por sus venas.

Así también espero que no me mienta la intuición, la inspiración poética del viejo luchador que sigue caminando para vender otro libro que permita seguir soñando, que me dice que sin saberlo los pobres y las miserables de la tierra de alguna forma siempre encontramos el camino para absorber las enseñanzas prácticas de la lucha contra el Estado, se llame Rey, se llame Democracia, que nos haga volver a reunir asambleas, conquistar fábricas y reunir a todos los viejos ríos de combatientes en un torrente nuevo y futuro que barra definitivamente la escoria, la empuje al Estuario, la expulse al mar y nos permita gobernarnos.