Translate

lunes, 1 de agosto de 2016

Reynaldo Arenas: dolor, belleza y revolución

A propósito de Antes que anochezca, de Julian Schnabel, Grandview Pictures, 2000, estrenada en Argentina en marzo de 2001.

De pocas cosas se puede estar más seguro en esta vida, lamentablemente, que de la enorme cantidad de dolor que produce nuestra sociedad. Y en estos momentos de crisis mundial del capitalismo, los niveles habituales se han disparado brutalmente. Campos de concentración de refugiados inundan otra vez Europa 60 años después de los nazis, con la diferencia que los podemos ver por la tele, antes del horario de protección al menor. Un genocidio cotidiano contra nuestras mujeres y niñas impera con total impunidad y desparpajo en todas las zonas liberadas del país, desde las whiskerías en las rutas hasta las calles céntricas de Buenos Aires, a la vista de todos y de nadie.

Dolores más cotidianos también, producto de una destrucción sistemática de las relaciones afectivas y solidarias bajo el imperio del enésimo ajuste en 40 años. 

Basta darse una vuelta a cualquier hora por esa red mundial de catarsis humana que es el Facebook para corroborarlo, si es que usted tiene la dicha de estar rodeado de familiares, amigos/as y compañeros/as de trabajo que no están quebrados en alguna forma o es lo suficientemente insensible a su dolor.

Existen -en una sociedad que tiene como norma de oro inventar una mercancía de todo lo que toca- centenares de recursos para trabajar ese dolor. El arte es una de ellas. Somos millones los seres humanos que buscamos en las expresiones artísticas de otros seres aquellas palabras, imágenes o música en la que apoyarnos, en las que vernos identificados, comprendidos, en las que encontrar un sosiego tan necesitado.

Es que una de las características del dolor es su empecinamiento en no mostrarse racionalmente. El dolor es más agudo cuanto menos lo comprendemos. Allí va implacablemente a transformarse en nostalgia, melancolía, angustia y su ruta. Y cuando lo podemos vomitar en una foto, un dibujo, una canción, es decir, en un lenguaje directo y no verbal nos sentimos casi tan aliviados como cuando lo podemos largar en forma de llanto.

La catarsis, ese vómito, es sanadora porque permite expulsar el tumor, pero no es una cura definitiva. Tiene sin embargo el inconveniente de que si no se analiza, si no se pone en un lenguaje comprensible para nuestra razón, no podemos trabajar los recursos necesarios para atacar su fuente y por lo tanto nos condenamos a ir y venir del dolor, infierno laberinto infinito.

Hace poco volví a ver Antes de que anochezca, tal el nombre castellano de Before night falls, dirigida por Julian Schnabel. Recuerdo claramente que cuando se estrenó en un par de salas de la calle Corrientes, de esas que el público masivo no suele frecuentar, de las consideradas “de culto” o “para un público culto”, en su estreno de 2001, atravesaba una de las tantas crisis existenciales que esos años dolorosos hacían imposibles de eludir, sin saber que iba a transformar ese mismo año, tanto dolor en lucha.

Se trató fuera de toda duda de una película excelente. Con la participación memorable de Johnny Deep en dos roles antitéticos y de un casi indistinguible Sean Penn en algo más que un cameo, detrás de su producción estaban ese grupo de artistas norteamericanos progresistas liberales, del ala radical del partido demócrata, que tenían una clara intencionalidad política en su realización.

Como si fuese poco, se trató de la película que catapultó la carrera de un joven Javier Bardem al reconocimiento internacional, porque su excelsa actuación no sólo le valió su primer nominación al Oscar sino que podría considerarse a la altura de los mejores trabajos en la historia del arte. Un trabajo de estudio físico del personaje y de una elaboración casi perfecta del particular acento cubano impecables, indestructibles.

Pero lo que le daba importancia política a la película era que se trataba de la puesta en celuloide de la vida y obra del genial escritor cubano Reynaldo Arenas, una de esas figuras que sacan a la luz de forma imposible de eludir las contradicciones insalvables del régimen castrista en Cuba.

Para quienes no conocen el caso, Arenas nació en la segunda mitad de los años cuarenta del siglo veinte en una familia muy pobre de campesinos en la Provincia de Oriente. Dotado desde pequeño de una profunda sensibilidad, comenzó a volcarla en los únicos soportes que la miseria le proveía, las cortezas de los árboles que poblaban su ambiente, a los que llenó de sus primeras poesías hasta que su abuelo decidió talar el día que la maestra de la escuelita rural osó felicitarlo porque le había salido un poeta en la familia.

Reynaldo decidió en su más tierna pubertad abandonar todo ese abandono y maltrato sumándose a las fuerzas populares que apoyaron a los rebeldes del movimiento 26 de julio, lo que lo colocó desde temprano como uno de los millones de cubanos que abrazaron la revolución y el derrocamiento del régimen títere de EEUU de Fulgencio Batista el 1ro de enero de 1959.

Su devoción por la revolución lo llevó a estudiar contaduría agraria en la universidad ya marxista de Cuba y a fines de los sesenta, con el apoyo del gran poeta Lezama Lima y el círculo de intelectuales de origen liberal más importante  de la isla comenzó a publicar sus textos. La primer novela fue Celestino antes del alba, un increíblemente bello poema sobre su infancia de pobre guajiro de Oriente, símbolo y bandera del inquebrantable pueblo pobre que lejos de abandonarse al dolor inconmensurable de su miseria lo transformó en belleza y lucha. Pero como bien reza su obra cumbre, que da el título al film, como miles de cubanos la revolución política y social lo llevó, instintivamente, naturalmente, a romper las ataduras sicológicas y morales que la vieja sociedad le habían grabado a palos en la conciencia y así como se animó a dejar salir al enorme poeta que llevaba dentro, también se animó a vivir su homosexualidad en plenitud y a la vista del mundo.

Cuando la crisis económica internacional apretó todavía más la presión económica del imperialismo sobre la isla rebelde, a mediados de los setenta, porque apretaba a su única fuente de abastecimiento, la URSS, el gobierno de Castro mostró con toda la furia de la dictadura de clase ganada con honor en el campo de batalla, lo terrible de la represión estalinista sobre todo grupo social que pudiera transformarse en una oposición contrarrevolucionaria. 

Los esbirros de la Seguridad del Estado pasaron a gobernar Cuba. Entre sus enemigos estaban los artistas que no seguían el estricto cánon del realismo socialista, los poetas surrealistas primero y los homosexuales. La literatura que no hacía pedagogía moral revolucionaria era considerada literatura que invitaba a la población a evadirse de sus responsabilidades. Y sus responsabilidades pasaban por extremar su esfuerzo productivo para una economía que se quebraba bajo el doble apriete del Bloqueo y la crisis mundial.

Qué decir de la homosexualidad, entendida como una aberración biológica, que bloqueaba la procreación de nuevos brazos y espaldas para el duro trabajo y expresaba un uso “no productivo” de la sexualidad, un mero disfrute individual sin más responsabilidad social que el placer.

La dictadura del PCC se dirigió con toda su fuerza a “re-educar” a la juventud gay en campos de concentración de trabajo forzado o a morirse en las tórridas cárceles bajo el cargo de ofensores de la moral pública o degenerados.

Estos no son inventos o conclusiones tiradas de los pelos por el director, que se apoya en una mención especial al Caso Padilla, la detención del poeta de ese apellido bajo el cargo de haber leído poemas contrarrevolucionarios en un recital de poesía y fue obligado a retractarse públicamente y “confesar” sus delitos frente a la televisión nacional, siguiendo al extremo los métodos de las purgas estalinistas de los años 30.

Esta fue la suerte que corrió Reynaldo Arenas hasta que pudo huir a los Estados Unidos “congraciándose” con la posibilidad que dio el Estado cubano a miles de personas de exiliarse voluntariamente a principios de los años ´80, concesión hecha a las demandas del imperialismo y las colonias gusanas de Miami, como parte de las negociaciones de la burocracia soviética en los comienzos de la Perestroika. Eso luego de pasar más de dos años de tortura en la cárcel del Morro, sobrevivir a un intento fallido de abandonar la isla en una goma de auto y vivir varios años en la clandestinidad de un surrealista convento okupado por un delirante grupo de marginados.

Todo esto se puede ver en la película con un respeto a varias bandas por parte del director. 

Un respeto increíblemente bien resuelto a la obra de Reynaldo, a su mirada de su propia vida, a sus imágenes poéticas sobre los paisajes de su infancia y juventud. Un respeto también a sus ideas políticas, a su adversión por la miseria que el régimen de Batista imprimió a su familia, a su querida pero distante madre, a su temprano amor por la Revolución y el Socialismo. También aquí la poesía y belleza de las imágenes de Arenas es trabajada con el respeto por la historia, el material documental elegido–de las masas inundando rutas y calles de toda cuba el 1ro de enero y de los discursos de Fidel Castro que lo explicaban- está puesto para mostrar que el sentimiento de Arenas favorable a la revolución era el mismo de la enorme mayoría del pueblo cubano. Y con el mismo respeto se tratan los ácidos ataques de Arenas a la hipocresía y la represión brutal del régimen en sus años más oscuros.

En ningún caso –ni en el apoyo ni en la crítica- el director se pasa de mambo, en ningún caso bordea la idealización ni la caricatura. No es una película para que la disfruten los fanáticos irracionales del castrismo, a los que no les entra una sola crítica, ni para los energúmenos que prefieren la corrupción del capitalismo.

Porque Reynaldo Arenas terminó sus días a los 47 años, en 1990, con un suicidio asistido por su pareja después de sufrir la pobreza y el abandono cruel y despiadado del sistema de salud de la capital del mundo, Nueva York, ante un prematuro contagio de SIDA en los 80. 
El último tercio de la película usa el mismo respeto para construir un alegato inapelable contra el capitalismo yanky, resumido en las imágenes irónicas del propio escritor igualando las desgracias sufridas en ambas sociedades.

Pero lo que me atrapa de este film no es eso, o al menos no solamente. Lo que realmente conmueve del film es la belleza.

¿Qué belleza podría haber entre tanta tragedia?

Tragedia, sí, porque Reynaldo Arenas decide matarse porque ya no le dan las fuerzas físicas para hacer lo único que le quitaba la angustia, escribir. Y su angustia en los últimos años no se terminaba en la desconocida enfermedad que lo mataba o en el cruel sistema privado de salud que le impedía un mejor tratamiento.

Su angustia residía en la añoranza de su tierra natal, de la hermosura del mar caribe, de los malecones y los edificios de la Habana y Olguín, del acento de los suyos, de las tormentas tropicales, de los cañaverales, de la música y, por qué no, de sus sueños truncos de un mundo mejor, de la revolución que él mismo luchó por construir y que le arrebataron.

La película se vale de la increíble caracterización de Bardem (probablemente el mejor actor vivo) para evitar utilizar las imágenes de archivo de una entrevista realizada en Nueva York donde el escritor explica la potencia de su arte en la estrategia de haber mantenida viva su sensibilidad infantil a pesar de todas las desgracias sufridas. Lo que queda demostrado con total claridad, elocuencia y brutalidad en un poema que sólo me permito comparar con las Nanas de la cebolla de otro poeta de la derrota revolucionaria, el también genial Miguel Hernández, Niño viejo, de 1983, terrible golpe de KO a la hipocresía de la mejor democracia burguesa del mundo:

“Yo soy ese niño de cara redonda y sucia
que en cada esquina os molesta con su"can you spend one quarter"

Yo soy ese niño de cara sucia
-sin duda inoportuno –
que de lejos contempla los carruajes
donde otros niños emiten risas y saltos considerables.

Yo soy ese niño desagradable
-sin duda inoportuno –
de cara redonda y sucia que ante los grandes faroles
o bajo las grandes damas también iluminadas
o ante las niñas que parecen levitar
proyecta el insulto de su cara redonda y sucia

Yo soy ese niño hosco, más bien gris,

Que envuelto en lamentables combinaciones
pone una nota oscura sobre la nieve
o sobre el césped tan cuidadosamente recortado
que nadie sino yo, porque no pago multas se atreve a pisotear.

Yo soy ese airado y solo niño de siempre
que os lanza el insulto del solo niño de siempre
y os advierte: si hipócritamente me acariciáis la cabeza
aprovecharé la ocasión para levantarles la cartera.

Yo soy ese niño de siempre
ante el panorama del inminente espanto.

Ese niño, ese niño,
ese niño que corrompe el poema con su nota naturalista.

Ese niño, ese niño,
ese niño que impone arduos y aburridos ensayos
y hasta novelas, aún más aburridas, sobre “los bajos fondos”.

Ese niño, ese niño,
ese niño de cara airada y sucia que impone arduas
y siniestras revoluciones
para luego seguir con su cara aún más airada y sucia.

Ese niño, ese niño
ese niño ante el panorama siempre inminente
(sólo inminente)
del inminente espanto, de la inminente lepra, del inminente
piojo,
del delito o del crimen inminentes.

Yo soy ese niño repulsivo que improvisa una cama
con cartones viejos y espera, seguro, que venga usted a
hacerle compañía.

En una de las escenas del film, casi al paso, Bardem hace que Arenas responda a la pregunta de ¿Por qué escribes? una verdad tan sencilla que se contiene en una sola palabra: “venganza”. Reynaldo Arenas escribió toda su vida, en los tallos de los árboles que tanto amó como en las páginas de la cárcel más infernal, compradas a fuerza de escribir todo tipo de encargos de sus compañeros de martirio, publicadas en el extranjero gracias a los recursos más imposibles y creativos para sortear la censura estalinista del castrismo, por venganza. 

Venganza contra el dolor que le impidió disfrutar de la belleza de la vida, como quería Trotsky que disfrutasen las futuras generaciones. Venganza contra los que le arrebataron su sueño casi conquistado de libertad y fraternidad a cambio de justificables pero insoportables negociaciones en pos de sostener el statu quo de la coexistencia pacífica. Venganza al fin, contra todo el horror de un mundo que le negó la más simple felicidad infantil durante toda su vida.

Tengo que decir, nobleza obliga, que no comulgo con esta forma de hacer arte tan magistralmente desplegada en esta bella pieza de arte cinematográfico. Soy de la opinión de Brecht en defensa de un arte que no llame a la catarsis del lector o espectador, que no lo zambulla en la identificación plena con el protagonista sufriente. 

Decía Brecht con irreprochable verdad que la empatía de la catarsis no permite pensar. Y es que si usted se deja llevar por el film, si usted acepta la invitación del director a identificarse plenamente con el sufrimiento de Arenas, al punto que es imposible creer que ese de allí, el de la pantalla, sea un actor español, usted va a llorar aunque sea el ser humano más cínico del universo. Y el dolor, como la eufórica alegría, no permiten pensar, no permiten discernir entre la bruma de la angustia las razones de esa angustia. Usted sólo podría comprender las causas profundas que obligaron a ese dolor una vez que tome la necesaria distancia, se cuestione lo que acaba de experimentar, indague los documentos, estudie las circunstancias.

Ahora bien, ¿debemos abandonar para siempre la empatía con el dolor propio y ajeno, la catarsis necesaria para exorcizarlo de nuestro cuerpo? ¿Es menester dejar de acongojarnos por cada injusticia del mundo en pos de encontrar las razones que las generan y el mejor camino para erradicarlas? 

Francamente, no tengo idea, ni me interesa pensar una teoría sobre qué hacer con los sentimientos, el arte y la política. Simplemente necesitaba escribir yo también para comprender mi dolor ante cada niño pobre que expresa, ahora lo puedo decir, las tristezas del propio niño que todavía viven en mí mismo.

¿Fue Reynaldo Arenas un revolucionario, un verdadero socialista? Cada uno podrá responder esa pregunta como le plazca. Déjeme decirle, con total honestidad, que después de quince años he llegado a la precaria conclusión de que transformar el dolor propio en bandera del dolor universal y al mismo tiempo en arte, denuncia y belleza, es para mí un acto profundamente revolucionario. 

Como lo es la tozudez de no dejarse quebrar en ningún momento por el fracaso y la derrota de los sueños, y encontrar de no se sabe dónde la fuerza de ánimo para hacer flores de la pena. Porque honestamente creo que si es imposible ver la luz al final del túnel, y aunque las pruebas más irrefutables demuestren que esa luz no existe, al menos en lo inmediato, lo más revolucionario que uno o una puede y debería hacer es, abrirse esa luz a trompadas.

Y Reynaldo Arenas lo hizo.

Viva Cuba Libre y Socialista. Que el pueblo cubano encuentre el camino a la revolución política como en su momento encontró el camino a la Revolución económica y social. 

Que surja de los guajiros pobres de hoy la hoz y el martillo que los liberen de las cadenas de una burocracia descompuesta y traidora de su propio pueblo y sobre todo, que seamos capaces de sublevar la América toda en una futura federación de Estados Socialistas que derribe al imperialismo opresor y ayude a esos guajiros, finalmente, a encontrar su felicidad definitiva.

Ese día podremos sonreír, al fin, con Reynaldo.

1 comentario: