Hace dos años, cuando empezó este viaje, este cantero estaba yermo.
Leyla en su breve sabiduría me regaló a "Algodón" (por sus florcitas blancas) para que volviese a cuidar y compartir mi vida con seres vivos.
Me negué, no la cuidé y Algodón murió, en este cantero.
No sé qué impulso me llevó a comprar al pariente de maguey que vive en el ángulo inferior izquierdo, el día fatídico de la fiscalización de las PASO en que murió Mica, combatiendo.
Leyla, cumpliendo con sus funciones de hada del bosque, la bautizó "Algodón 2", encaprichada en hacer que la vida reinicie después de la muerte.
Otro día plantamos una papa que había pasado mucho tiempo en la heladera y con sorpresa en poco tiempo echó esos brotes que se ven en el centro del cantero.
Finalmente, usando como resguardos del sol excesivo y la lluvia torrencial los plásticos negros de la sillita de la bici que no van más debido al crecimiento físico de Leyla, entre los mil y un tréboles que nacieron, surgió ese tallito largo y finito en el extremo opuesto del maguey, rematado en 7 capullitos de unas florcitas muy pequeñas, blancoamarillentas, que Leyla Isis reconoció inmediatamente: un retoño de "Algodón 1", había renacido finalmente.
Agarrarse de todas estas ficciones no es ser hippie, no se confundan, es estar tan en crisis con la vida que necesitás prestar suma atención a los detalles más insignificantes para sobrevivir, es como chuparse la humedad de una hojita en medio del desierto, nutrirte de cada soplo de vida que te acerca el cosmos para no morirte del todo, aunque ganes sólo segundos de vida, para seguir luchando un poquito más.
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jueves, 28 de enero de 2016
luchar amando
Intento desesperadamente
olvidarme de vos,
de tus olores,
de tus palabras,
de esos increíbles besos,
olvidarme de vos,
de tus olores,
de tus palabras,
de esos increíbles besos,
tapándote en la rutina
debajo de la realidad
y me asaltás el costado izquierdo
debajo de la realidad
y me asaltás el costado izquierdo
del cerebro
y me partís
a la mitad
a la mitad
y salís por mis sueños
de día y de noche
¿dormir?
¿trabajar?
son quimeras
luchar amando
es el único deseo
ser tuyo
eternamente
eternamente
Leyla y la lucha
¿Se puede luchar contra el Estado a los 4 años?
Fabiana, enfermera y madre sola de dos hijos y dos hijas, es mi vecina hace diez años. Su última creación, Jazmín, se ha transformado en pocos meses en la mejor amiga de Leyla. Una de esas amistades generada por la cercanía y sostenida únicamente por el amor, ya que son diametralmente diferentes en todo y así como están en armonía en fracciones de segundo se entran a matar compitiendo por todo.
Por lo general son dos viejitas que se encuentran en el almacén del barrio, charlan entre ellas contándose sus penas y analizando el mundo que valdría la pena filmarlas en secreto.
Pues bien, ya estoy acostumbrado a las anécdotas de Fabiana los días después de que Leyla pasó tiempo en su casa.
Escuchate esta.
Fabiana retira a Jazmín y Leyla del Jardín y entran a caminar las 10 cuadras hasta llegar a la casa de Fabiana en Parque Centenario. De repente Fabiana nota que Leyla se detuvo a arrancar unos cartelitos de papel pegados en los tachos de basura.
"¿Por qué arrancás esas publicidades mi amor?" dice que preguntó Fabiana, medio acostumbrada ya a las aventuras delirantes de Leyla, quien contestó "Porque en estos lugares explotan a las mujeres" y acto seguido, mientras Fabiana revisaba los papelitos arrancados para comprobar que se trataba de una de las miles de publicidades de prostíbulos que pululan en Caballito, Leyla ya estaba convenciendo a Jazmín de que ellas dos "juntas vamos a terminar con la explotación de las mujeres" y se pusieron a arrancar cartelitos, las dos nenas y la madre.
Dos conclusiones.
Primera, hasta una nena de 4 años se da cuenta de que en su barrio hay prostíbulos y el Estado se hace el pelotudo.
Segunda, no hace falta leer a Vigotski para educar a tus hijas o hijos en la lucha contra el Estado.
martes, 26 de enero de 2016
Felices vacaciones
Se encontraban durante la primer luna llena del año, todos
los enero, desde 2008. Eran felices. Empezaban mintiéndose un garche fijo, para
banalizar el encuentro, para no darle un valor que los obligara a cuestionarse
la relación. Pasaban una semana o dos juntos, sin reproches, sin discusiones,
el sexo se iba transformando en algo más que genitalidad, se fusionaban, hacían
las cosas más prohibidas, como desarrollar el placer de la analidad entre
ambos, o vaciarse fluidos en las pieles, en los volúmenes. Se tragaban, se
alimentaban el uno de la otra, la otra del uno. Se organizaban para dejarme con
algún familiar por las noches, o una de las familias amigas de la militancia y
salían a ver recitales, a poguear como a los 20, a escabiar con amigos, faso y
pepa para celebrar la vida.
El resto del año volvían a ser el matrimonio de mierda que
los llevó a separarse. No podían compaginarse con los dos cargos, la
militancia, la explotación y la alienación. No eran ellos, no eran los de la
primer luna llena de enero. Si se cruzaban unos minutos cuando papá venía a
llevarme al jardín por las mañanas o para llevarme con él tres veces en la
semana, se tosqueaban, se sacaban chispa por cualquier pelotudez, se echaban en
cara el pasado, las personalidades, el carácter.
Siguieron casados así muchos años, hasta que un día la vida
se los llevó, así más o menos como los trajo.
Me enseñaron que el amor, como casi todo en la vida, no
tiene mucha vuelta que digamos. Es posible, pero necesita de tiempo, de
dedicación, de mucho esfuerzo. Pero tenían que laburar para sobrevivir, para
criarme, para pagar vivienda, salud, educación, lo que sea.
El problema no es el amor, es este sistema social de mierda,
hasta que no lo cambiemos, toda forma de amor es finita, se reduce a lo que se
le pueda robar a la vida, un par de meses de vacaciones, nada más.
miércoles, 13 de enero de 2016
La diosa del Lapacho
en Venezuela, como araguaney
y como tajy en el Paraguay,
y también en El Salvador, que
la llamaban el
apamate,
palo de rosa
o maquilishuat,
desde antes de la llegada de los
genocidas europeos,
y lo usan ahora
sus descendientes
para ornamentación urbana
por sus raíces profundas y porque
aguantan el smog de las pocas fábricas;
como en México y Cuba,
donde la llaman todavía
primavera,
por sus vistosos ramilletes
de flores doradas;
la conocen como
ipê,
en Brasil,
de flor amarilla y excepcional
que florece dos veces al año;
le dicen
lapacho
las voces quíchwa y aymará en Bolivia
y las colonias inkaicas al sur de Tarija,
bajando en tobogán por los vallecitos
húmedos de la Quebrada de Humawaka
hasta los valles fértiles del desierto
santiagueño;
en Costa Rica tiene amarilla la corteza y
en toda la tierra vieja que ahora
llamamos
América Latina
se contaba la leyenda de la diosa guerrera que
volvería a vengar la sangre derramada,
en cada generación,
hasta vencer.
[Leyenda basada en Wikipedia]
"Un árbol
borracho de sueños
Con ramas de viento
crecido en el monte,
de mi corazón"
Alma de Lapacho,
de Ramón Ayala
"vuela vuela bien alto que no te alcanzen
vuela que no te alcanzen buitres de barro
esos que solamente tiran el carro....
ochocuarenta
hay que borrarlos..."
La Villerita,
de Horacio Guarany
Su cuerpo era
tostado y firme. Los golpes de la vida la habían forjado. El moretón en callo,
en músculo duro. El abuso desde pequeña, de los varones de la familia y el
pueblo, tomándose atribuciones, dando órdenes, tocando, fajando, lamiendo. Las
piñas, las mordidas, una cáscara de dolor y bravura. La rompieron toda. Pero no
la quebraron ni un poquito.
Sola, a las
piñas, se abrió paso. Y cuando los machos de la familia se deprimieron y se
entregaron, al desempleo, al desarraigo forzado, al alcoholismo y el lumpenaje,
a las cárceles y las zanjas boca abajo, puñaladas de birome al hígado, como
picaduras de avispa…
Ella echó al
primer empleado del banco que vino a desalojar. Ella le paró el carro al lumpen
del Frente Para la Victoria que vino a “cobrarle” una deuda de apuestas al sorete
malparido de su propio padre: con el cuchillo de cocina en una mano, andá a
pasarla por arriba si sos guapo. Y en la fábrica llegó a ser delegada y el
capataz ya no metía más a las pendejas nuevas del interior en la heladera del
frigorífico para garchárselas.
Pero la
empezaron a respetar en serio, con temor divino, cuando fue y lo rompió a
piñas, patadas y palazos en la cabeza al hijo de puta de su tío materno, que
empezó a violarla a la sobrinita de 7 añitos, el muy animal, como le hizo a
ella en su momento.
Pero el tipo era
duro, se le notaba el campesino del pasado reciente, aguantaba todo. Lo
despertó, lo amenazó con un cuchillo a que se la cortaba si no se metía en el
colchón, y cuando se metió lo prendió fuego.
Y lo dejó chillar como un cerdo hasta que se dio cuenta por los gritos que se había vuelto loco y lo remató, demostrando que ella era capaz de ser piadosa.
Y lo dejó chillar como un cerdo hasta que se dio cuenta por los gritos que se había vuelto loco y lo remató, demostrando que ella era capaz de ser piadosa.
Cuando nos
amábamos en las tardes sofocantes de verano, los gemidos de placer y dolor
enmascarados en la cortina de ruido que tejían las chicharras en las arboledas
de la zona, cuando el sudor se convertía en lubricante de los cuerpos en lucha,
y los amantes más consecuentes ya sentían el olor humano como quien adora
respirar un buen fogón de lapacho en el bosque. Cuando nos amábamos sentía la
dureza del músculo y el cartílago.
Pero su robustez era fascinante, como una
diosa de la época en que nuestros ancestros gobernaban el bosque, la selva
negra.
En la mitad de
su vida los narcos la liquidaron por defender a los pibes adolescentes que todavía
no habían sido diluidos en el paco y el salario superior al trabajo promedio.
Nadie pudo levantarla, no pudimos darle velorio y sagrado ritual. Pero se hizo madera y se convirtió en Lapacho. Y como había quedado en mitad de la calle, antes que pase la máquina de la municipalidad y la reduzca a materia prima de muebles insulsos de escribanía privada o inmobiliaria, o cama fina del sorete dueño de la fábrica enfiestado con menores, yo mismo agarré no el machete sino el acha, y con dulzura y paciencia, arranqué hasta la raíz más tierna, y la transformé en la guitarra con la que canto aquí.
Siento el mismo
placer sexual, emotivo y consciente cuando la interpreto en público cantando en
las milongas las verdaderas leyendas de la Diosa del Lapacho cuando estaba
viva, que cuando por las noches vuelve a ser mujer, y nos volvemos a amar, para
la eternidad, hasta que me toque morir y a ella renacer, hasta la victoria
final.
Collage de la artista visual Daniela Di Bari |
domingo, 10 de enero de 2016
Plegaria de acampante
Las nubes balan por los valles
tomando uno u otro rumbo
según el viento decida
seguir jugando
de oeste a este
de norte a sur
Como cabras y ovejitas
que se cuelgan comiendo
el pasto tierno
y cada tanto levantan el testuz
oteando
olfateando
dónde estará su madre y si no la ven
balan hasta reconocer
el eco de la propia sangre
mugiendo el eructo cariñoso
Todo vuelve a la normalidad
siguen su camino
Oh nube blanca
espero que tu manada no traiga también
chivos negros y plomizos
cargaditos de agua
como tus hermanas en tierra firme
y de ser así, sigue! chist!
rajá de acá
tomá por el otro valle
seguí la otra huella
no me vayas a cagar sobre la carpa
justo la tarde anterior a irme.
tomando uno u otro rumbo
según el viento decida
seguir jugando
de oeste a este
de norte a sur
Como cabras y ovejitas
que se cuelgan comiendo
el pasto tierno
y cada tanto levantan el testuz
oteando
olfateando
dónde estará su madre y si no la ven
balan hasta reconocer
el eco de la propia sangre
mugiendo el eructo cariñoso
Todo vuelve a la normalidad
siguen su camino
Oh nube blanca
espero que tu manada no traiga también
chivos negros y plomizos
cargaditos de agua
como tus hermanas en tierra firme
y de ser así, sigue! chist!
rajá de acá
tomá por el otro valle
seguí la otra huella
no me vayas a cagar sobre la carpa
justo la tarde anterior a irme.
sábado, 9 de enero de 2016
Dicha y quebranto
Reflexiones sobre Violeta y otras flores, obra musical pensada e interpretada en voz
y roncoco por Edith Sartelli en base a canciones y poesías de diferentes
artistas latinoamericanos.
Asistimos a la presentación
de la obra musical “Violeta y otras flores”, ejecutada por la cantante Edith
Sartelli, el pasado 9 de enero en el Centro Cultural El Rumbo, en Villa
Insuperable, La Matanza.
Y desde que
comenzaron a sonar los primeros acordes del Roncoco de Edith, recordé la
anécdota que cuenta Nadhiezna Krupskáia sobre Vladimir Illich. Parece que Lenin
solía decir que no le gustaba escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven porque
le hacía pensar en todo lo bello que existía en este mundo, mientras que él
necesitaba concentrarse en toda la miseria y la explotación para dedicar cada
gramo de tiempo a destruir este régimen social.
Dejemos de lado
a los brutos anti-bolcheviques que saltarán con el puñal a pontificar contra la
falta de sensibilidad artística de un tipo que se daba el lujo de citar a los
poetas más bellos de la lengua rusa en medio de debates furiosos en congresos
no menos furiosos.
Retengamos un
segundo esa tensión del que ha decidido entregar su vida a la destrucción de un
régimen social precisamente porque es consciente del dolor que genera entre
millones de víctimas. El mismo individuo que dio su vida para construir una
sociedad donde la igualdad asegure la abundancia para la mayoría y por lo tanto
el alivio material para los dolores, el permiso concreto a la alegría.
Porque en un
punto es el dilema de quienes vivimos y luchamos en esta realidad para
construir otra cosa. Desde los que se dedican a sobrevivir y mejorar su ámbito
privado, el de su familia cercana, como el de los que pretendemos una realidad
superadora también para miles y millones de familiares indirectos que no
conocemos en persona.
Edith Sartelli construyó
un viaje emocional con el cuidado de una artesana metódica. Su selección de
poesías –de Nicanor Parra, Pablo Neruda, José Martí, Federico García Lorca, Juan
L. Ortíz y Roberto Santoro- y canciones –Violeta
Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral, Homero Manzi y Alfredo Zitarrosa- fue
pensada para guiarnos en un viaje íntimo, un viaje hacia dentro de nosotros
mismos. Los textos nos introducen en las más bellas formas de pensar el amor
hacia el universo que nos rodea sintetizado en una persona o un colectivo de
ellas. Versos sutiles, donde la naturaleza aparece siempre no sólo como bella
metáfora sino también como llamado de atención a la belleza que nos da forma
cotidianamente.
No se trata
nunca de un amor idílico o ingenuo, todo lo contrario, el optimismo
irresistible que genera su descubrimiento es siempre acompañado de la
conciencia sobre su finitud, su irracionalidad, sus contradicciones insalvables
en suma. Hay un espacio para el desgarro provocado por el corte del amor, por
su pérdida dolorosa. Espacio que es superado no desde el regodeo en la
autocompasión sino en el llamado épico a ser parte de un pueblo movilizado y en
lucha en defensa de lo poco de amor y alegría que puede existir en este valle
de lágrimas que es el mundo para la mayoría de quienes lo sufrimos
cotidianamente.
Pero lo
maravilloso de la obra de Edith no es este concepto sencillo, complejo y
sublime que nos comunica, sino su interpretación. Una interpretación musical
sencillamente exacta, justa, con todos los arreglos, arpegios y demás
virtuosismos técnicos en su lugar preciso, en el momento justo, acompañando,
complementando, sosteniendo una voz preciosa, bella, cuidada y cultivada. Si un
mirlo fuese al conservatorio y educara su voz conscientemente, y si fuese un
buen alumno, seguramente se acercaría a lo que nos ofreció Edith esta noche.
Ternura,
intimidad, quebranto, alegría y fuerza épica, todo eso en esa voz. En un bello
patio de tierra con familias bebiendo y comiendo, en el contexto de una especie
de peña santiagueña donde como corresponde el público sólo es llamado a
silencio y respeto si el intérprete logra imponerse, Edith Sartelli, con la
dulzura de su voz, con las notas pulidas y perfectas, logró meternos en una
cápsula, logró que nos desprendamos del ambiente para escuchar nuestros propios
dolores y dichas, para poder pensarnos un poco de nuevo, en este breve descanso
en medio de la lucha diaria. Como una suerte de encantamiento, de acto de magia
donde los recursos estaban honestamente presentados, sin camuflaje.
Pocas veces se
puede disfrutar de una artista tan conmovedora. En esas oportunidades uno debe
agradecer al azar haberlo puesto en ese camino.
La selección de
poesía y canción no es superflua, claro. Pero es obligación aclararle a los
lectores y lectoras que no se trata de una vuelta nostálgica a esas
producciones estéticas tan poderosas de los magníficos artistas que el
comunismo sudamericano parió entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Lejos de
ello la obra de Sartelli logra recabar en el legado cultural más importante y
monumental de nuestra herencia popular no para que nos calcemos la boina del
Che y tiñamos de hipocresía nuestro presente, como tanto han hecho los
intelectuales “progresistas” que barnizaron de revolución latinoamericanista
los lamentables 12 años que acabamos de pasar. Todo lo contrario, ella logra
señalarnos el uso correcto de esta herencia, su re-interpretación como materia
prima necesaria, indispensable, para quienes nos hemos tomado a pecho eso de
luchar contra el Estado y construir el Paraíso en la Tierra.
Ser fuertes para
enfrentar al enemigo sin perder la ternura, blindar la rosa para que de ella
surja el arma más efectiva, la del puño de la madre, de la amante, contra la
barbarie y el dolor.
Que de eso se
trata, de aceptar la vida con su “dicha y quebranto” para poder vencerla. Ponerle
gatillo a la Luna para disparar contra el mundo de la explotación y los
genocidios.
Edith hace honor
completo a los versos que Nicanor Parra escribió para Violeta y que son el
guión de toda la obra:
Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.
¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!
Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!
Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.
jueves, 7 de enero de 2016
Filosofía del tábano
El tábano es
molesto como una mosca y pica como avispa. La única forma conocida por el ser
humano para ahuyentar al Tábano es la más difícil, no moverse. Por alguna razón
-que wikpedia intentará explicarme cuando vuelva a tener wi-fi-, el tábano
ataca cuando uno se mueve. Pero no es nada sencillo quedarse quieto cuando
estás rodeado de tábanos, porque su zumbido y su insistencia son
inquebrantables.
Hay que tener
mucha paz interior, perder totalmente la ilusión de que se es capaz de dominar
al entorno, matando al tábano por ejemplo, para evitar ser picado por él.
Ese conocimiento
elemental es, sin embargo, muy antiguo, en una región donde no se puede usar
ese adjetivo temporal sin criterio, pa cualquier cosa. A escasos metros del
pequeño agarimo de piedra y árbol en que estoy sentado escribiendo esto, si
siguiera con la vista el humo de la pila de bosta que me sirve de “espiral
fuyí”, hacia mi derecha, hacia el este, se planta un enorme Pehuén.
Este árbol, de
una silueta extraterrestre, armónica en su geometría, como una gran menoráh
frondosa, estaba aquí por lo menos hace 65 millones de años, cuando las placas
del Pacífico y el Atlántico chocaron y crearon la Gran Cordillera de los Andes
y sublevaron el subsuelo para que el fondo del océano emergera a la superficie
creando la meseta escalonada que desde que los primeros seres humanos llegaron
hace 12 mil años llamamos Patagonia.
Luis, campista
neuquino que me rescató a 6 kilómetros de aquí con la chata y suprimió el
calvario de mi llegada a Rucachoroi, me comenta que el Pehuén y su pareja la
Araucaria llegaron aquí antes incluso, desde la época en que la Antártida y
Australia eran todavía el mismo continente. En un rasgo fontanarrosiano típico
del humor provinciano argentino, subrayó: “Los dinosaurios cagaban piñones de
Pehuén para que te dés una idea”.
Los pewenches,
tewelches, warpes y mapugundún que habitaron estas tierras mucho después de la
mutación de esos enormes reptiles en tamaños más comprimidos y pulmones que
asimilasen oxígeno, ya sabían seguramente que para ahuyentar al tábano había
que estar en paz.
Desde el
paleolítico superior o el neolítico al menos, en diversos lugares como las
selvas del profundo Río Amarillo o el bosque húmedo del pedemonte andino,
nuestros ancestros aprendieron que no eran un otro enfrentado a la naturaleza,
sino que eran ellos y ellas mismos/as una parte más de esa espiral de vida en
movimiento que es el universo. Este concepto filosófico, que puede parecer
pueril o canallesco, según lo diga un científico moderno o un falso hippie new
age, es sin embargo el primer pilar de la ciencia humana o de lo mejor de ella
al menos.
Cientos de miles
de años después Lao Tsé, Confucio, Demócrito y Hegel descubrieron que el sujeto
toma conciencia definitiva cuando deja de creerse separado del objeto que
quiere comprender y descubre, y acepta, y se resigna, a que es una modesta
parte de él.
Federico Engels,
mi Virgilio preferido entre todos, escribió en algún lado que no recuerdo pero
que creo era el AntiDühring, que los primeros seres humanos habíamos estado más
cerca de la verdad cuando creíamos que las fuerzas de la naturaleza gobernaban
el mundo que cuando las clases dominantes inventaron la propiedad privada, la
ciencia se hizo monopolio estatal y los dioses fueron varones imperialistas y
agrícolas.
¿Porque claro,
qué son las leyes de la física, la química o la astronomía modernas sino
evoluciones perfeccionadas de este primer concepto?
El ser humano es
la parte autoconciente del universo. Y el universo que conocemos tiene miles de
millones de años solares girando y explotando sin que ninguno de sus
componentes haya sido enterament capaz de dominar su particular forma de fluir
por un instante.
Si aceptas que
eres una parte más de esta montaña, camarada de árboles, agua, fuego y viento,
sol y luna, hermano de insectos, cabras y patos, si te humillas y dejas por un
segundo de pretender domeñarlos, hacer de ellos y ellas algo que no son, quizás
el tábano siga de largo, se canse o vaya a joder a otro turista.
Pero el Estado
de los burgueses neuquinos, descendientes de esa facción de la especie que ha
sido envenenada con la ilusión de control que da la propiedad privada, hace
unos diez años introdujo una especie de abejas carnívoras, que aquí llaman “chaqueta
amarilla” por su evidente color exterior, para terminar definitivamente con la
especie de los tábanos, así los turistas y campistas podrían cagar en paz
frente a lagos y ríos provinciales.
Como en el
famoso capítulo de Los Simpson que seguramente te vino a la cabeza, el de la
caza de serpientes y la lagartija de Bart, las abejas proliferan ahora más que
los tábanos, que fervientes y corajudos como el propio Newenquén no se han
dejado exterminar, haciendo más jodida la vida del turista, ya que lo atacan
con saña, comiéndose su carne, algo mucho más jodido que la picadura inocente y
boba del tábano.
Sería para
cagarse de la risa sino expresara genialmente esa desviación contradictoria de
la humanidad que desarrollan patológicamente las clases explotadoras en toda su
modesta historia de cinco mil años. La prestensión de dominar a los demás, fuerzas
naturales y sers vivos, llevada al paroxismo es la que provocó los genocidios
más fabulosos de la historia, desde las primeras expediciones de Sargón de
Akkad hasta el holocausto sirio de nuestros días, pasando por todo lo que usted
ya sabe o puede recordar leyendo un modesto manual de secundaria.
Ya que estamos
en tierras de Pehuenes, sólo la voracidad capitalista por el petróleo ha
significado que en un siglo hayamos casi agotado un recurso que el planeta
fraguó durante millones de años solares. Lejos de resignarse a que han
succionado toda la savia negra de la tierra posible, ahora han inventado el
fucking frakin, para destruir todo lo posible en búsqueda del oro aceitoso.
Fueron capaces
de la primer y segunda guerra mundiales por el petróleo. Se animan a correr el
eje de rotación del planeta cavando pozos en el Ártico, muy cerca del polo
norte. La vida en toda su completitud les tiene sin cuidado.
Pero tarde o
temprano fracasarán, sencillamente porque no somos eso, porque es imposible dominar
al universo. Sólo espero que antes que lo descubran por la hecatombe definitiva
de la especie, los amantes de los tábanos podamos acumular toda la fuerza y
capacidad organizativas posibles para desterrarlos de la faz de la tierra, y
construir una sociedad basada en el principio más antiguo que descubrió la
humanidad, “nada es de nadie, todo es de todos, sólo eres una parte más de la
eterna danza del universo”.
lunes, 4 de enero de 2016
Terminal y comenzar
“Quien
pretenda una felicidad constante
deberá predisponerse a cambios frecuentes.”
No, no. Cuando tome ese micro estaré empezando el viaje de verdad. Vuelvo a Buenos Aires como si llegara por primera vez de nuevo, desde el profundo interior, con el polvo de la montaña sobreviviendo en los pliegues de la ropa y del alma, para recordarme que la montaña me soldó, que fui a buscar los pertrechos necesarios para vivir.
deberá predisponerse a cambios frecuentes.”
Confucio,
550 a 478 aC
Y acá
estamos. Terminal, mochileros acampando en todos lados, pasillos, baños,
cafeterías, inundando enchufes. Esperando el final del viaje. Pero qué
hipócrita sería de mi parte no hacerme cargo de todo lo que ha pasado en esta
semana y pico adentro de mi conciencia y en mi cuerpo. Qué triste sería no
entender que hemos venido a sanar heridas, cerrar etapas, homenajear a los
difuntos queridos que deberían estar vivos... ¿y todo para qué? ¿para justificar 10
mil pesos en tarjeta y unas vacaciones? ¿para "recargar pilas"?
No, no. Cuando tome ese micro estaré empezando el viaje de verdad. Vuelvo a Buenos Aires como si llegara por primera vez de nuevo, desde el profundo interior, con el polvo de la montaña sobreviviendo en los pliegues de la ropa y del alma, para recordarme que la montaña me soldó, que fui a buscar los pertrechos necesarios para vivir.
Triste
sería también que todo quede en metáfora pueril y romanticona, en excusa para
el ego de un par de aplausos de feisbuk. Debe ser concreto, como la vida real.
Comienza el mismo viaje de siempre, el de la lucha a muerte contra el Estado
allí donde lo encuentre, el de la construcción de las herramientas necesarias
para que impere el socialismo en la Tierra o nada. El viajero será otro. No más
el tipo que necesita de otra persona para ser feliz, para llenar su vacío
existencial. Ese es el chiste. Tampoco el amigo o sicólogo sin título que
funciona de apoyo sentimental con aquéllas personas que en realidad desea amar.
Acá
empieza el viaje de un tipo solo, conciente de su soledad, que deberá seguir
por la dura senda de transformar los deseos en proyectos pero ya no más
condicionados por la existencia de un otro u otra que los justifique o les de
su entidad completa. Obligarnos a no volver a negociar ni un tantito así con el
malamor, el desamor o la pareja muleta. No recaer. Construirse a sí mismos y en
el camino disfrutar de todo quien ande por la vida del mismo modo. De existir
el amor de nuevo, que sea en forma de compañera/o de viaje, no de guía, no de
salvadora/o.
Que la
ansiedad de la partida nos acompañe siempre, porque ya se sabe, la revolución,
incluso la emocional, deberá ser permanente o no será más que una mentira con
un nombre bonito.
domingo, 3 de enero de 2016
Newenquén Fuentealba
Para
llegar al destino final, a la montaña definitiva, debemos hacer escalas.
La provincia de Neuquén está formada por escalones de piedra original. Desde la confluencia de los ríos Neuquén, Limay y Negro, último vestigio de llanura que nos queda, último arraigo nostálgico con nuestra lejana Pampa, si miramos de frente al Ande majestuoso, primero tenemos la meseta triangular donde está enclavada la capital de esta provincia.
La provincia de Neuquén está formada por escalones de piedra original. Desde la confluencia de los ríos Neuquén, Limay y Negro, último vestigio de llanura que nos queda, último arraigo nostálgico con nuestra lejana Pampa, si miramos de frente al Ande majestuoso, primero tenemos la meseta triangular donde está enclavada la capital de esta provincia.
Como se
trata de un viaje consciente, decidí ir despojándome de a poco de mí mismo
hasta llegar a parecerme lo más posible a mi ancestro neolítico, cazador,
recolector, transhumante, semi-nómade.
Por eso,
la suerte de mi viaje requiere un reposo previo, una transición. Como una
cámara de descompresión para irme quitando las capas de la explotación y la
alienación urbana del cuerpo, para llegar al altar de la cumbre andina,
despojado, abierto, preparado.
Por eso
me detengo ante la entrada a la cumbre, la ciudad de Neuquén, la puerta del
desierto donde, al revés que Virgilio y Dante y como si el propio Maestro
U-Buey –la tortuga- me guiasen, leo:
“deja en esta puerta toda ilusión de control”
“deja en esta puerta toda ilusión de control”
Neuquén
está construida en una meseta muy elevada. Desde épocas anteriores a la llegada
del imperialismo europeo a esta región el Newequenén -tal su nombre verdadero
en mapungundún- era usado como posta de tropilladas que cruzaban la Cordillera
en ambos sentidos. Siguiendo los ríos cordilleranos, acompañando su curso, el
tajo que van hundiendo en la montaña, es como aprendimos a caminar por estos
territorios escarpados.
Desde
temprano los ríos han sido compañeros de cazadores y cazadoras y de pastores y
pastoras. Los mapugundún le han reconocido en particular al Newenquén su
carácter bravío, corajudo, con el respeto del ser humano intimidado por la
fuerza indomable del río cordillerano.
La
ciudad de Neuquén se construye, entonces, entre la encrucijada del homónimo, el
Limay y el Río Negro, en una llanura elevada de piedra caliza de este a oeste,
alrededor de la ruta 22. Debe ser la hermana más orgullosa de todas las
ciudades nacidas alrededor de una ruta en este país. Es que se encuentra en la
puerta de entrada obligada a la Cordillera que tiene menos de 400 km detrás de
sus “bardas”. Para
quien hizo el largo camino desde el Atlántico es el lugar ideal para reposar y
rearmarse antes de seguir.
Los genocidas de Roca trajeron sus ingenieros y le dieron a la región casi cerrando el siglo XIX diques y presas que permitieron controlar las crecidas de los ríos andinos, abriendo un verdadero oasis de humedad y vida en el medio del deserto árido y frío.
Los genocidas de Roca trajeron sus ingenieros y le dieron a la región casi cerrando el siglo XIX diques y presas que permitieron controlar las crecidas de los ríos andinos, abriendo un verdadero oasis de humedad y vida en el medio del deserto árido y frío.
Como si
la diosa Fortuna que adoraban los masones burgueses les sonriera, y el culto al
Progreso inevitable se hiciera dicha, al principio del siglo XX los
conquistadores modernos descubrieron que esa rara “agua de fuego” que admiraban
los mapugundún y que recordaba a la mitología griega (los “fuegos sagrados del
Hades” que resitían al agua) era sencillamente petróleo fluyendo libremente
alrededor del paraje conocido como Cutral Có, a espaldas de Neuquén, antes de
pasar la primer cadena montañosa yendo al Ande.
Neuquén
pasó a hacer de posta de pasajeros, al nudo donde el Estado Nacional decidió
organizar la comunicación entre la región frutícola al este y los yacimientos
petrolíferos y gasíferos del noroeste y sudoeste del Territorio Nacional luego
Provincia. Es, por lo tanto, una ciudad administrativa y comercial, dominada
por una pequeña burguesía de funcionarios y profesionales ligados al Estado y
el comercio.
La
ciudad es bella, orgullosa como su nombre, respeta casi taxativamente el ritmo horizontal
del paisaje en sus edificios, incluso aquéllos de mayor tamaño, que se
contruyen apaisados sobre la línea del río o bien subrayando la línea de la
barda, ese eructo tardío de la placa tectónica, que sale de la nada como una
barra de muy baja altura, que no llega a ser cerro y que bordea la ciudad.
Una
meseta de piedra calcárea, suelo y yacimiento que hace a la provincia
fabricarle los materiales de construcción a medio país, sus casas y edificios
son sólidos y orgullosos. Excepto los ranchos de madera y latón de los pobres,
al amparo de la Barda, claro está.
Crece de
este a oeste, mesopotama en pequeña escala. Pero el verdadero eje de su vida es la
ruta nacional 22, la arteria por donde fluye la mercancía, la ganancia, el
plusvalor desde y hacia los yacimientos de petróleo y de divisas de turistas a
las arcas de funcionarios y patrones, hacia Buenos Aires, Nueva York, Moscú y
Londres. Pensar que esa ruta viene a ser una de las venitas abiertas de las que
nos decía el gran Eduardo Galeano, también fallecido este año.
Pero
antes de poder ser dignos, pasamos por Arroyito, a mitad de camino entre la
capital y Cutral Có. En realidad no visitamos ningún pueblo sino un punto, una
coordenada específica, el exacto lugar de la ruta 22 donde un olvidable cabo de
la policía provincial disparó su escopeta de gases lacrimógenos a traición a la
luneta de un auto donde viajaba uno de los cientos de docentes combativos de
Aten-Ctera que estaban luchando por aumento salarial cortando la ruta en aquél jueves 4 de abril del 2007 en que comenzaba la Semana Santa
y por lo tanto uno de los fines de semana en que los múltiples paisajes cordilleranos
de la provincia esperaban la guita de millones de turistas.
El
gobernador no aflojaba, la burocracia celeste de CTERA no lanzaba el paro
nacional para proteger a su sindicato de base y nacionalizar un conflicto
docente que incendiaría todo el país, poniendo el calor de la lucha de clases a
una intensidad parecida al argentinazo sólo 6 años después y frente a un Estado
que pretendía “reconstruir la burguesía nacional” y su capacidad de control.
El
gobierno kirchnerista nacional y sus secuaces neuquinos, sus obsecuentes a la
cabeza de CTERA se complotaron para aislar la lucha de ATEN y lo empujaron a
tomar medidas tan drásticas como cortar el único acceso turístico de la
provincia en Semana Santa. Y así, funcionarios y burócratas del Estado, cargaron la pólvora y dispararon el gatillo que
fusiló a Carlos Fuentealba en la nuca.
Una
línea gris de asfalto y ripio. Allí murió Carlos. En el medio del desierto
neuquino, todo quieto, todo falto de vida.
¿Existe
un buen lugar para morir? No lo sé. En Arroyito es imposible estar sin sentir que la
soledad, el viento y la fuerza que hacen los cardos amarillos y violetas para
surgir de la piedra, son una especie de mausoleo para el guerrero.
Bajé del
auto, pisé el ripio, me hinqué para tomar un par de cantos rodados y unos
cardos amarillos. Con la remera de Tribuna Docente, que fue mi propio uniforme
en la guerra de clases, entre ese 4 de abril del 2007 cuando decidí
reincorporarme a la lucha hasta el 2011, cuando pasé a otro lado de la trinchera.
Ahora sí, he venido a agradecerle a
Carlos y en su nombre a esta maravillosa generación de docentes patagónicos,
porque siguen siendo una antorcha para sus hermanas y hermanos de clase a lo
ancho de toda la geografía de este lado del mundo.
A los muertos de mi felicidad
31 de
diciembre de 2015, ladera oeste del Cerro Rucachoroy, campamento frente al
lago.
Aquí
estoy. Levanto la mirada de la pantalla de la “cristinet” –que generosa me
ofrece sus últimas horas de batería- y veo, alternativamente, la orilla
occidental del Lago Rucachoroi, las faldas todavía nevadas de Los Andes, una
pequeña pampa con ovejas, perros pastores, el pequeño árbol plagado de
Llao-Llaos que me ofrece refugio y siento a mis espaldas el Cerro del mismo
nombre que el Lago.
Me han
costado catorce años de mi vida volver acá, a rendir culto a mis muertos, como
lo hicimos ese enero de 2001. Mucho más me ha tomado animarme a mi primer
acampe a la intemperie, pongámosle 28 años, desde aquel campamento con el grupo
de TaeKwonDo de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Posadas, Misiones,
en una pampa abierta de Corrientes.
Desde
ese primer océano de estrellas que se me metió profundo en el cuerpo y la
conciencia a los diez u once años toda una vida, o una sucesión de ellas
necesité para llegar aquí.
Es la
última Luna Meguante del 31 de diciembre de 2015. Desde Teresa hasta aquí
pasaron los 38 compañeros del argentinazo, Kosteki y Santillán, los pibes de
Cromañón, Carlos Fuentealba, el gurí Oviedo, Jorge Julio López, Mariano
Ferreyra, los qoms y los inmigrantes del Indoamericano, y sólo en este año que
ya se va, Rocío, Mica, Cristian Crespo y Pablo Rieznik.
No sé
qué me depara el 2016, que está a pocas cinco horas de llegar, pero aquí estamos,
cumplimos con nuestros mártires. Vinimos hasta el borde de las cumbres más
altas, al altar más elevado que pudimos, a entregarnos, a humillarnos, a
despojarnos del poder transformador de la especie humana lo más cerca que puede
hacerlo un docente porteño con dos cargos y una hija.
Porque
queremos seguir viviendo, luchando y amando. Y no queremos que nuestros muertos
más queridos, su ausencia, transforme su hermosa memoria en una dolorosa y
angustiante lápida. Saramago escribió que los cementerios –y toda la
ritualización de la muerte con sus casas velatorias y demás- se inventaron para
los vivos. Son los rituales necesarios para elaborar tanto dolor, tano
desgarro, tanta impotencia y rabia contenidas, meterlos en algún lado para
poder seguir funcionando.
Borges
pensaba que nuestra especie, que inventó la poesía antes que los bancos, era
por ese hecho nacida para la memoria, o para el olvido. Yo elijo recordar
siempre a mis viejos compañeros de viaje. Decido el ritual para clavarme su
recuerdo en el cuerpo, como un tatuaje, y que nada ni nadie los puedan quitar.
Pero insisto, no como cruel y católica lápida sino como llama eterna del fuego
necesario para seguir luchando, finalmente, para continuar este camino como
ellos hubieran deseado hacer.
Pablo
Rieznik con toda su enorme capacidad conciente aprendió recién en sus últimos
meses a apreciar la vida a su alrededor. A disfrutar de las mañanas soleadas,
las plantas o su perro. Acá estamos, Pablo, rindiéndote homenaje póstumo al
borde de uno de los lugares más maravillosos que el tiempo y el azar tuvieron
la chance de elaborar.
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