El tábano es
molesto como una mosca y pica como avispa. La única forma conocida por el ser
humano para ahuyentar al Tábano es la más difícil, no moverse. Por alguna razón
-que wikpedia intentará explicarme cuando vuelva a tener wi-fi-, el tábano
ataca cuando uno se mueve. Pero no es nada sencillo quedarse quieto cuando
estás rodeado de tábanos, porque su zumbido y su insistencia son
inquebrantables.
Hay que tener
mucha paz interior, perder totalmente la ilusión de que se es capaz de dominar
al entorno, matando al tábano por ejemplo, para evitar ser picado por él.
Ese conocimiento
elemental es, sin embargo, muy antiguo, en una región donde no se puede usar
ese adjetivo temporal sin criterio, pa cualquier cosa. A escasos metros del
pequeño agarimo de piedra y árbol en que estoy sentado escribiendo esto, si
siguiera con la vista el humo de la pila de bosta que me sirve de “espiral
fuyí”, hacia mi derecha, hacia el este, se planta un enorme Pehuén.
Este árbol, de
una silueta extraterrestre, armónica en su geometría, como una gran menoráh
frondosa, estaba aquí por lo menos hace 65 millones de años, cuando las placas
del Pacífico y el Atlántico chocaron y crearon la Gran Cordillera de los Andes
y sublevaron el subsuelo para que el fondo del océano emergera a la superficie
creando la meseta escalonada que desde que los primeros seres humanos llegaron
hace 12 mil años llamamos Patagonia.
Luis, campista
neuquino que me rescató a 6 kilómetros de aquí con la chata y suprimió el
calvario de mi llegada a Rucachoroi, me comenta que el Pehuén y su pareja la
Araucaria llegaron aquí antes incluso, desde la época en que la Antártida y
Australia eran todavía el mismo continente. En un rasgo fontanarrosiano típico
del humor provinciano argentino, subrayó: “Los dinosaurios cagaban piñones de
Pehuén para que te dés una idea”.
Los pewenches,
tewelches, warpes y mapugundún que habitaron estas tierras mucho después de la
mutación de esos enormes reptiles en tamaños más comprimidos y pulmones que
asimilasen oxígeno, ya sabían seguramente que para ahuyentar al tábano había
que estar en paz.
Desde el
paleolítico superior o el neolítico al menos, en diversos lugares como las
selvas del profundo Río Amarillo o el bosque húmedo del pedemonte andino,
nuestros ancestros aprendieron que no eran un otro enfrentado a la naturaleza,
sino que eran ellos y ellas mismos/as una parte más de esa espiral de vida en
movimiento que es el universo. Este concepto filosófico, que puede parecer
pueril o canallesco, según lo diga un científico moderno o un falso hippie new
age, es sin embargo el primer pilar de la ciencia humana o de lo mejor de ella
al menos.
Cientos de miles
de años después Lao Tsé, Confucio, Demócrito y Hegel descubrieron que el sujeto
toma conciencia definitiva cuando deja de creerse separado del objeto que
quiere comprender y descubre, y acepta, y se resigna, a que es una modesta
parte de él.
Federico Engels,
mi Virgilio preferido entre todos, escribió en algún lado que no recuerdo pero
que creo era el AntiDühring, que los primeros seres humanos habíamos estado más
cerca de la verdad cuando creíamos que las fuerzas de la naturaleza gobernaban
el mundo que cuando las clases dominantes inventaron la propiedad privada, la
ciencia se hizo monopolio estatal y los dioses fueron varones imperialistas y
agrícolas.
¿Porque claro,
qué son las leyes de la física, la química o la astronomía modernas sino
evoluciones perfeccionadas de este primer concepto?
El ser humano es
la parte autoconciente del universo. Y el universo que conocemos tiene miles de
millones de años solares girando y explotando sin que ninguno de sus
componentes haya sido enterament capaz de dominar su particular forma de fluir
por un instante.
Si aceptas que
eres una parte más de esta montaña, camarada de árboles, agua, fuego y viento,
sol y luna, hermano de insectos, cabras y patos, si te humillas y dejas por un
segundo de pretender domeñarlos, hacer de ellos y ellas algo que no son, quizás
el tábano siga de largo, se canse o vaya a joder a otro turista.
Pero el Estado
de los burgueses neuquinos, descendientes de esa facción de la especie que ha
sido envenenada con la ilusión de control que da la propiedad privada, hace
unos diez años introdujo una especie de abejas carnívoras, que aquí llaman “chaqueta
amarilla” por su evidente color exterior, para terminar definitivamente con la
especie de los tábanos, así los turistas y campistas podrían cagar en paz
frente a lagos y ríos provinciales.
Como en el
famoso capítulo de Los Simpson que seguramente te vino a la cabeza, el de la
caza de serpientes y la lagartija de Bart, las abejas proliferan ahora más que
los tábanos, que fervientes y corajudos como el propio Newenquén no se han
dejado exterminar, haciendo más jodida la vida del turista, ya que lo atacan
con saña, comiéndose su carne, algo mucho más jodido que la picadura inocente y
boba del tábano.
Sería para
cagarse de la risa sino expresara genialmente esa desviación contradictoria de
la humanidad que desarrollan patológicamente las clases explotadoras en toda su
modesta historia de cinco mil años. La prestensión de dominar a los demás, fuerzas
naturales y sers vivos, llevada al paroxismo es la que provocó los genocidios
más fabulosos de la historia, desde las primeras expediciones de Sargón de
Akkad hasta el holocausto sirio de nuestros días, pasando por todo lo que usted
ya sabe o puede recordar leyendo un modesto manual de secundaria.
Ya que estamos
en tierras de Pehuenes, sólo la voracidad capitalista por el petróleo ha
significado que en un siglo hayamos casi agotado un recurso que el planeta
fraguó durante millones de años solares. Lejos de resignarse a que han
succionado toda la savia negra de la tierra posible, ahora han inventado el
fucking frakin, para destruir todo lo posible en búsqueda del oro aceitoso.
Fueron capaces
de la primer y segunda guerra mundiales por el petróleo. Se animan a correr el
eje de rotación del planeta cavando pozos en el Ártico, muy cerca del polo
norte. La vida en toda su completitud les tiene sin cuidado.
Pero tarde o
temprano fracasarán, sencillamente porque no somos eso, porque es imposible dominar
al universo. Sólo espero que antes que lo descubran por la hecatombe definitiva
de la especie, los amantes de los tábanos podamos acumular toda la fuerza y
capacidad organizativas posibles para desterrarlos de la faz de la tierra, y
construir una sociedad basada en el principio más antiguo que descubrió la
humanidad, “nada es de nadie, todo es de todos, sólo eres una parte más de la
eterna danza del universo”.
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