Dedicado a Belén Orozco, actriz y militante, madre
de Luana, quien dio el primer grito y prendió fuego la verdad.
“Los escritores de ficción, al menos en sus momentos más
valientes, desean la verdad: conocerla, decirla, servirla. Pero se acercan a
ella de una manera peculiar y artera, que consiste en inventar personas,
lugares, y eventos que nunca existieron ni existirán u ocurrirán, y nos
contarán esas ficciones en detalle y en extenso y con un gran arreglo de
emoción, y luego cuando terminaron de escribir este paquete de mentiras, dicen,
¡Ahí! ¡Esa es la verdad!
Pueden usar todo tipo de hechos para sostener su tejido de
mentiras. Te pueden describir la Prisión Marshalsea, que fue un lugar real, o
la batalla de Borodino, que fue peleada en la realidad, o el proceso de
clonación, que tiene lugar realmente en los laboratorios, o el deterioro de una
personalidad, que se describe en libros de texto de psicología reales; y así en
adelante. Este peso de lugares-eventos-fenómenos verificables provocan que el
lector se olvide que está leyendo un puro invento, una historia que nunca tuvo
lugar en ningún lado salvo en esa región imposible de localizar: la mente del
autor. De hecho, mientras leemos una novela, estamos locos. Creemos en la existencia
de gente que no está ahí, escuchamos sus voces, contemplamos la batalla de
Bonorino con ellas, hasta podemos convertirnos en Napoleón. La sanidad vuelve
(en la mayoría de los casos) cuando se cierra el libro.
¿Cabe alguna duda que ninguna sociedad verdaderamente
respetable confió alguna vez en sus artistas?
Pero nuestra sociedad, estando preocupada y perpleja,
buscando una guía, a veces deposita una confianza enteramente equivocada en sus
artistas, usándolos como profetas y futurólogos.
No digo que los artistas no puedan ser visionarios, inspirados:
que la admiración no deba caer sobre ellos. ¿Quién podría ser artista si no
creyera que eso realmente pasa, si no supiera
que pasa, porque han sentido un dios adentro suyo usar su lengua, sus manos?
Puede que sólo una vez, una vez en sus vidas. Pero una vez es suficiente.
Tampoco diría que sólo el artista carga con tal
responsabilidad y privilegio. El científico es otro que prepara, que hace
posible, trabajando día y noche, durmiendo y despierto, la imaginación. Como
supo Pitágoras, dios puede hablar en las formas de la geometría como en las
siluetas de los sueños; en la armonía del pensamiento puro como en la armonía
de los sonidos; en los números tanto como en las palabras.
Pero son las palabras que generan el problema y la
confusión. Ahora se nos convoca a considerar las palabras como cosas inútiles,
en una sola de sus formas: como signos. Nuestros filósofos, algunos de ellos,
podrían acordar con nosotros que una palabra (sentencia, declaración) tiene
valor sólo hasta el punto en que tiene un significado sencillo, apuntando al
único hecho de ser comprensible para el intelecto racional, sonando lógicamente
y –en términos ideales- cuantificable.
Apolo, el dios de la luz, de la razón, de la proporción,
armonía, número, Apolo cegaba a aquellos que insistían demasiado en el
fanatismo. No mires directo al sol. Andá a algún oscuro bar por un tiempo y
tomate una cerveza con Dionisio, de tanto en tanto.
Hablo acerca de los dioses, yo soy atea. Pero soy una
artista también, y por lo tanto soy una mentirosa. Desconfíen de cada cosa que
diga. Estoy diciendo la verdad. La única verdad que puedo entender o expresar
es, lógicamente definida, una mentira. Psicológicamente definida, un símbolo.
Estéticamente definida, una metáfora. […]
Leyendo una novela, cualquier novela, tenemos que saber
perfectamente bien que toda la cuestión es un sin sentido, y entonces, mientras
leemos, debemos creer cada palabra en ella. Finalmente, cuando terminamos con
ella, podemos descubrir –si es una buena novela- que somos un poquito
diferentes de los que éramos antes de leerla, que hemos sido cambiados un poco,
como si hubiéramos encontrado con una cara nueva, cruzado una calle que nunca
habíamos cruzado antes. Pero es muy difícil decir precisamente qué hemos
aprendido, cómo fuimos cambiados.
El artista trabaja con aquello que no puede ser dicho en
palabras. El artista cuyo medio es la ficción lo hace en palabras. El novelista
dice en palabras lo que no puede ser dicho en palabras.
Las palabras pueden ser usadas así de paradójicamente porque
tienen, junto a un uso semiótico, un uso simbólico o metafórico. (También
tienen un sonido –un hecho que a los lingüistas positivistas no les interesa. Una
oración o un párrafo es como un acorde en una secuencia armónica en música: su
significado puede ser más claramente entendido por el oído atento, aunque sea
leído en silencio, más que por el intelecto atento).”
Úrsula
K. Le Guin, en la Introducción agregada en 1976 a su cuarta novela de
la saga Ekumen La mano izquierda de la
oscuridad, publicada por primera vez en Estados Unidos en 1969. (Traducción
propia no autorizada del original en idioma inglés).
“Mascaró se me apareció hace cosa de tres años. Yo estaba
vacío y triste, después de haber publicado En
vida, y como ocurre siempre, pero en este caso muy especialmente, pensé
entonces que no volvería a escribir una sola línea en todo el resto de mi vida.
No me sorprende ahora haberme equivocado, a tal punto que en esos tres años
escribí dos libros, aparte de otras cosas, porque eso me ocurre generalmente.
Salvo los premios, no acierto por lo común en nada.
Bueno, yo estaba vacío y triste cuando un buen día escuché de
un auténtico vagabundo la increíble historia del Príncipe Patagón. Me gusta
escuchar a la gente. Creo que eso me salvó. Pegué un salto en el aire. Ahí
tenía mi próxima novela. Tan clara la tenía que me abalancé sobre un papel y
escribí de un saque el plan. Fue la primera vez que tuve el plan del principio
al fin. Sirve tanto como un plan económico o el pronóstico del tiempo.
Fue tan sólo un punto de partida, una especie de compromiso.
Mascaró tenía que madurar dentro de
mí. Eso me llevó su tiempo. Nunca me apresuro en esos casos. Sucede que llega
un momento que la historia empuja tanto dentro de uno que sale afuera por sí
sola. Así fue. Mascaró me hacía señas
desde un costado de mi vida llamándome a su loco camino.
Pues bien, tanto empujó, que otro buen día, para cortar
amarras, salté de golpe al camino, me marché inclusive de mi casa, abandoné
todo y ahí empezó mi vida con Mascaró,
es decir, empezó la novela que para mí es siempre un auténtico modus vivendi.
Resumirla en un par de líneas no tiene sentido. Podría intentar una especie de
comentario conceptual que, en definitiva, puede aplicarse tanto a Mascaró como a la Imitación de Cristo o
a un libro de Napoleón Primero. Eso le corresponde, en todo caso, a los
críticos. Contar la historia sin encarnadura sería falsificarla. Y contar la
historia tal cual aconteció sería narrar la novela de nuevo. Porque aquel
plancito creció y creció como un árbol y así entraron en esa historia desde mis
más sencillos amigos, como Tony Beck o el capitán Alfonso Domínguez, alias
"Cojones", hasta esta tierra de lucha y esperanza que se llama
América.
Mascaró daba
para todo. Creció y creció como un tremendo canto, y yo era a medias el cantor
porque se juntaron tantas y tantas voces, que Mascaró realmente no me pertenece.”
Haroldo
Conti, en el Prólogo a su última novela publicada, Mascaró, en 1975 justo un año antes que
el Ejército Argentino lo secuestrase, torturase y desapareciera un 5 de mayo de
1976 sin que se sepa su paradero hasta el día de hoy.
“Escribo este libro para sugerir una tercera alternativa
fuera de la línea. Creo que la fauna reconstruida de Burgess Shale, interpretada
mediante el tema de volver a tocar la cinta de la vida [en un tocadiscos
imaginario], ofrece un poderoso soporte a esta diferente concepción de la vida:
cualquier nueva audición de la cinta llevará a la evolución a lo largo de una
ruta totalmente distinta del camino que ha tomado realmente. Pero las
diferencias consecuentes en el resultado no implican que la evolución no tenga
sentido y carezca de una pauta significativa; la ruta divergente de la nueva
audición sería igual de interpretable, igual de explicable después del hecho, que la ruta actual. Pero la diversidad de
itinerarios posibles demuestra que los eventuales resultados no pueden
predecirse de entrada. Cada paso sigue su curso, pero al inicio no puede
especificarse ningún final, y nunca se dará un mismo paso de la misma manera
por segunda vez, porque cada camino avanza a través de miles de estadios
improbables. Altérese cualquier acontecimiento temprano, aunque sea ligeramente
y sin importancia aparente en aquel momento, y la evolución se precipita por un
canal radicalmente distinto.
Esta tercera alternativa representa ni más ni menos que la
esencia de la historia. Su nombre es contingencia, y contingencia es una cosa
en sí misma, no la titulación del determinismo por la aleatoriedad. La ciencia
ha sido lenta en admitir en su dominio el mundo explicativo y diferente de la
historia, y nuestras interpretaciones se han visto empobrecidas por esa
omisión. La ciencia también ha tenido a denigrar la historia, cuando se ha
visto forzada a una confrontación, considerando que cualquier invocación de
contingencia es menos elegante o menos significativa que las explicaciones
basadas directamente en “leyes de la naturaleza” eternas.”
Stephen
Jay Gould (New York 1941, Nueva York 2002), en su spectacular monumento
a la ciencia y la divulgación que es La
vida maravillosa (Wonderful life. The Burgess Shale and the Nature of
History), Drakontos Bolsillo,
2006. (edicion
original en Nueva York por W.W.Norton & Co., 1989). P. 55.
INDICE
PRIMER SEMESTRE
1.
Miércoles
negro
2.
Blackout
3.
Reunión
de Círculo
4.
Blanca
Muerte
5.
Victoria
Negra
SEGUNDA PARTE HACIA LO HONDO
6.
El Mago
en la Torre
7.
La
Conquista del Sur
8. El diario del lunes
TERCERA
PARTE DONDE EL BARRO SE
SUBLEVA
9.
San
Benito de Palermo
10.
Comando
Mascaró
11.
Ejercicios
Espirituales
12.
Sos el
primer trabajador
13.
Nueva Vizcaya
14.
Jesus
& Company, Ltd.
15.
El
patakie de Buenos Ayres
16.
Sororidad
de clase
17.
Foquismo
colonial
ÚLTIMA
PARADA LA LUZ AL FINAL DEL
TÚNEL
18.
Alborada
nocturna
19.
La
leyenda de Ka’aguiresá
20.
Mi
muerto en Barracas
PRIMER
SEMESTRE
“Hace unos 2.400 años, Sófocles compuso Antígona, en donde presenta la siguiente historia. Etéocles y
Polinices, hijos de Edipo, se habían dado muerte, el uno al otro, en un
combate. La muerte de Polinices libra a Tebas de la invasión con que éste la
amenazaba. Creonte, rey de la ciudad, manda enterrar con honores el cadáver de
Etéocles y prohíbe se dé sepultura al cadáver de Polinices. Antígona e Ismena,
ambas hermanas de los muertos, adoptan distintas actitudes ante la decisión del
rey. Ismena, a pesar de que la encuentra injusta, decide aceptarla; Antígona,
prometida de Hemón, hijo de Creonte, contraviene la orden y da sepultura al
cadáver de Polinices. Creonte decide castigar a Antígona, a quien condena a
muerte. El adivino Tiresias anuncia a Creonte que ha consecuencia de sus
mandatos habrá tristes acontecimientos; el Coro exhorta a Creonte a que
rectifique la sentencia. El rey, de mala gana, accede. Pero ya es tarde.
Antígona se ha suicidado. Al enterarse, Hemón se quita la vida en presencia de
su padre. La reina Eurídice, madre de Hemón, desesperada al ver la destrucción
de su familia, se hunde una espada y muere maldiciendo a Creonte.
En un artículo dedicado a examinar las consecuencias de la
represión ilegal (“Situaciones de catástrofe social”, presentado en el Congreso
Mundial de Psicoanálisis, Hamburgo, agosto de 1985, p. 7) Moisés Kijak y María
Laura Palento ven en la tragedia de Sófocles una metáfora de la situación
argentina. Dicen los autores:
(…) en nuestro país cada
persona es una Antígona que por amor necesita enterrar a sus muertos; o es una
Ismena incapaz de producir hechos, resignándose frente a mandatos insensatos; o
es un Creonte queriendo crear leyes propias, desafiando los principios de
humanización hasta el punto de desear dañar a su hijo y arriesgar su vida; o es
un Tiresias, alertando sobre los efectos de la omnipotencia; o es el coro, que
mira y comenta, el que se deja influir por los afectos pero también por los mandatos
sádicos.”
Mauricio
Cohen Salama, en Tumbas
anónimas. Informe sobre la identificación de restos de la represión ilegal,
Catálogos Editores, 1992. Conclusiones.
CAPÍTULO 1
Miércoles Negro
“¡Qué
lo vengan a ver!
¡Qué
lo vengan a ver!
¡Las
mujeres le enseñan
como
luchar
a
la CeGeTé!”
Cuesta respirar. El agua te inunda las fosas nasales en una
cortina interminable. Comprendés la necesidad de las branquias. Cuesta mirar,
también. Tenés que hacerte visera con las manos para poder ver algo delante
tuyo. Un olor fuerte de barro, sabor y textura de aceite pegajoso, el río cae a
plomo sobre la piel de la multitud. Bracean desde el margen al centro del
cauce, desde todos los barrios pujan hacia el embudo en el este, la Catedral,
la Plaza Mayor.
Cada espacio está lleno con un cuerpo. Los rostros se
suceden vertiginosos –como en pesadilla- bajo la arboleda casi inútil de los
paraguas. El ulular de las gargantas aturde los oídos, inflama los corazones. El
cauce que desemboca en la Plaza de Mayo está desbordado, la marea humana como
un solo monstruo polimórfico golpea las murallas del poder en atronantes
pleamares, en un ritmo desparejo de contracciones, latiendo un compás de
tambores. Quieren herir las murallas del poder, parir el nuevo día.
Entre ese cardumen de mujeres enfurecidas lo encontró.
Tirado en la vereda, cubierto con andrajos delirantes, ropa de carnaval,
disfraz antiguo de arlequín rojinegro, el pelo largo enmarañado con la barba,
también frondosa y rebelde.
Lo sintió antes de verlo, por la fuerte baranda. Un olor tan
impactante que abrió un hueco entre la compacta marea de cuerpos en Avenida de
Mayo. No era, sin embargo, un olor fétido, de materia en descomposición. Todo
lo contrario, era penetrante, de cuerpo en excitación, de caballo galopando
bajo el sol durante horas, de viento norte exaltando a las víboras en el verano
de la selva. El olor de un cuerpo estallando de sangre, sudor, semen y vida.
-Santos… amigo… ¿sos vos?
Entre millones de pares ojos que no veían más que otro croto
tirado en la vereda, ella supo reconocer la cara de su viejo compañero. Militaron
juntos los primeros años del ascenso del Frente de Izquierda en el último
barrio fabril que quedaba al noroeste de Juan B. Justo. Se juntaban a las
madrugadas para abrir las fábricas metalúrgicas del barrio -Cromosol, Marmicoc-
en esos amaneceres tan extraños para los mortales, amaneceres con luna al
costado de las vías y el cementerio, estómagos cargados de mate, feos cafecitos
con leche que bebían con placer infantil.
No reaccionó hasta que ella lo tocó. El contacto de otra
piel lo conmovió. Abrió los ojos y el primer rostro que vió lo devolvió al
presente.
-¿Nelly? ¿Nelly de Ortúzar? ¿Qué hacés acá?
-¿Cómo qué hago yo acá?
Estoy marchando, con las compañeras… ¿Vos qué hacés ahí, tirado, como un
linyera? ¿No tendrías que estar con la columna del Partido?
-¿En qué año estamos?
Apeló a la lógica. Su viejo compañero se habría pasado de
rosca en alguna noche de desesperación, de soledad, se habría sarpado con esas
sustancias que solía experimentar bajo propio riesgo. Pensó con sentido
práctico y se lo llevó de ahí. Caminaron como pudieron bajo la masa enorme de
cuerpos y los alaridos de intifada de las mujeres empujándose hacia la Plaza
bajo los paraguas.
Una vez en Independencia, viéndolo maltrecho y mugriento, los
taxis no paraban. Emboscaron al último como si fueran a asaltarlo. Esperó
escondido detrás de uno de esos viejos carteles de publicidad de la
municipalidad -esos rectangulares, verde bronce, con detalles serpenteantes y
el viejo escudo de la Santa María de los Buenos Ayres arriba- y cuando el Megane
negro y oro paró por Nelly, irrumpió y en lugar de una .38 corta, le puso en el
hombro el último billete lila con la cara del genocida del desierto que le
quedaba encima, y no hicieron falta más palabras. Arrancaron.
Ella le explicaba al chofer -como podía- que se trataba de un
viejo amigo al que se encontró viviendo en la calle después de mucho tiempo.
Tenía la virtud de encontrar siempre la solución a los dilemas más
inverosímiles simplemente apelando a la verdad desnuda. Él estaba
semiconsciente, en duermevela, reaccionando a los estímulos visuales y
auditivos como en un trance. O saliendo de uno.
No podemos decir que hablaron todo el camino hasta el barrio
a pesar de que tenían una montaña de cosas que contarse. Aunque claro, cruzaron
palabras. Él estaba en otro plano, repetía las mismas preguntas cíclicamente,
sin llegar a comprender del todo el alcance de las respuestas, aunque le
servían para enfocar la vista o el oído después de un profundo aturdimiento.
-¿Dónde está la Negra? ¿Dónde está Santos? ¿En qué año estamos?
Frustrada, sin saber qué responder o cómo, llegando al
Cementerio compartieron un silencio de compromiso hasta que cruzaron al otro
lado de la vía, en la Parada Artigas, y Garmendia mutó a Combatientes de
Malvinas hasta que llegaron a la casa de Alicia, donde Nelly pasaba las noches cuando
le tocaba quedarse en alguna actividad nocturna, pegatina o pintada, muy lejos
del monoambiente que alquilaba en Ciudadela. Al otro día tenía que fichar a las
siete en el laboratorio de Girardot y, ni el Urquiza, ni los bondis le daban el
changüí para que valiera la pena volver a dormir a “su casa”.
Alicia los recibió en la puerta del pasillo con Ulises, un
perro blanco y negro desprolijo, un guardaespaldas sagrado, retacón y malhumorado
para no avivar giles. Vivía siempre en el mismo pe-hache enfrente del mismo Hospital
Tornú donde quemó las últimas décadas de fuerza de trabajo hasta que pudo
atenerse a una jubilación anticipada. No hizo preguntas, los acompañó adentro
limitándose a chistar contra los desafinados y punzantes ladridos de bienvenida
de su compañero.
Tardaron un cuarto de hora en bañarlo. Alicia había ayudado
a morir a tantos viejos que su sensibilidad para la desnudez masculina estaba
largo tiempo anulada y Nelly había criado un par de hijos grandes desde su
maternidad adolescente. Ningún cuerpo las iba a sonrojar.
Cuando pudo retomar el control de sí mismo, revolvió su extraño
morral y sacó un paquete envuelto en cuero de vaca muy decolorido y raspado. Lo
desanudó y removió su celu blanco con la pantalla astillada. Buscaron un
cargador y hasta que el maldito objeto resucitó, pudo ver los mensajes de la
Negra, contándole que habían aterrizado en medio de la Plaza de Miserere, al
costado del mural de los Pibes de Cromañón; con Cuervo más desorientado que
ella, claramente, se las arreglaron para llegar a su departamento en Yrigoyen y
Misiones. Estaban a salvo.
Avisó rápidamente al grupo de wasáp que compartía con Pablo,
Alejo y Gavy que habían llegado bien. Les pareció una excelente sincronicidad
encontrarse los tres la mañana siguiente en Luna y Perdriel, en el acto a los
seis años del asesinato de Mariano, para ponerse al corriente de lo que había
pasado en estos seis meses. Tiró la propuesta.
Preguntó de nuevo, pero con mayor conciencia
-¿En qué año estamos?
-¿Cómo en qué año? Este se pasó de vino, Nelly, llamemos a
Denise para que lo vea.
-Lo viene preguntando desde que salimos de Plaza de Mayo.
Estamos en 2016, Santos, ¿te sentís bien?
-¿Por qué había tanta gente en Plaza de Mayo hoy? ¿Pasó algo
grave?
-Empalaron a una piba de dieciséis años, Lucía, en Mar del
Plata y las organizaciones convocaron a una huelga nacional de mujeres y
concentración en la Plaza.
-¿Una huelga de mujeres? Ahora entendiendo por qué volví
hoy. Había más gente que el 19 de diciembre del 2001 a la noche. ¿Cómo huelga
de mujeres?
-Na-cio-nal. La primera en la historia de este reventado
país, pibe, así como lo oís. Le mostramos a esos machotes de la CGT cómo luchan
las mujeres, carajo. ¿Se puede saber de dónde mierda venís y así todo mugriento
y harapiento? ¿No había baños donde andabas?
-Te voy a dar un abrazo que te voy a romper los huesos, Alice,
cómo extrañaba tus retos. Me hacés acordar a Leo.
-¿Dónde está ese pibe? No lo vimos más. ¿Se pidió el pase a
otro local?
-¿Quiénes son la Negra y Cuervo? Te pasaste todo el viaje en
taxi preguntando por ellos. Preguntabas también por Santos, ¿estás bien vos?
-Alice, Nelly, les pienso contestar todas las preguntas.
Pero necesito reanimarme… fue un viaje intenso.
-Parece que hubieses olfateado el mondongo y el vinito que teníamos
preparado con Alicia, Santos. Perate que ponemos la mesa y nos contás.
-¿Mondongo? Qué linda sincronicidad- Pensó que ese podía ser
un buen pie para empezar a contar los que habían sido sus últimos cinco meses, la
experiencia más fantástica desde que comenzó a viajar en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario