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martes, 17 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 1: Miércoles Negro

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

Dedicado a Belén Orozco, actriz y militante, madre de Luana, quien dio el primer grito y prendió fuego la verdad.

 

 

 

 PRÓLOGOS ROBADOS

 

“Los escritores de ficción, al menos en sus momentos más valientes, desean la verdad: conocerla, decirla, servirla. Pero se acercan a ella de una manera peculiar y artera, que consiste en inventar personas, lugares, y eventos que nunca existieron ni existirán u ocurrirán, y nos contarán esas ficciones en detalle y en extenso y con un gran arreglo de emoción, y luego cuando terminaron de escribir este paquete de mentiras, dicen, ¡Ahí! ¡Esa es la verdad!

Pueden usar todo tipo de hechos para sostener su tejido de mentiras. Te pueden describir la Prisión Marshalsea, que fue un lugar real, o la batalla de Borodino, que fue peleada en la realidad, o el proceso de clonación, que tiene lugar realmente en los laboratorios, o el deterioro de una personalidad, que se describe en libros de texto de psicología reales; y así en adelante. Este peso de lugares-eventos-fenómenos verificables provocan que el lector se olvide que está leyendo un puro invento, una historia que nunca tuvo lugar en ningún lado salvo en esa región imposible de localizar: la mente del autor. De hecho, mientras leemos una novela, estamos locos. Creemos en la existencia de gente que no está ahí, escuchamos sus voces, contemplamos la batalla de Bonorino con ellas, hasta podemos convertirnos en Napoleón. La sanidad vuelve (en la mayoría de los casos) cuando se cierra el libro.

¿Cabe alguna duda que ninguna sociedad verdaderamente respetable confió alguna vez en sus artistas?

Pero nuestra sociedad, estando preocupada y perpleja, buscando una guía, a veces deposita una confianza enteramente equivocada en sus artistas, usándolos como profetas y futurólogos.

No digo que los artistas no puedan ser visionarios, inspirados: que la admiración no deba caer sobre ellos. ¿Quién podría ser artista si no creyera que eso realmente pasa, si no supiera que pasa, porque han sentido un dios adentro suyo usar su lengua, sus manos? Puede que sólo una vez, una vez en sus vidas. Pero una vez es suficiente.

Tampoco diría que sólo el artista carga con tal responsabilidad y privilegio. El científico es otro que prepara, que hace posible, trabajando día y noche, durmiendo y despierto, la imaginación. Como supo Pitágoras, dios puede hablar en las formas de la geometría como en las siluetas de los sueños; en la armonía del pensamiento puro como en la armonía de los sonidos; en los números tanto como en las palabras.

Pero son las palabras que generan el problema y la confusión. Ahora se nos convoca a considerar las palabras como cosas inútiles, en una sola de sus formas: como signos. Nuestros filósofos, algunos de ellos, podrían acordar con nosotros que una palabra (sentencia, declaración) tiene valor sólo hasta el punto en que tiene un significado sencillo, apuntando al único hecho de ser comprensible para el intelecto racional, sonando lógicamente y –en términos ideales- cuantificable.

Apolo, el dios de la luz, de la razón, de la proporción, armonía, número, Apolo cegaba a aquellos que insistían demasiado en el fanatismo. No mires directo al sol. Andá a algún oscuro bar por un tiempo y tomate una cerveza con Dionisio, de tanto en tanto.

Hablo acerca de los dioses, yo soy atea. Pero soy una artista también, y por lo tanto soy una mentirosa. Desconfíen de cada cosa que diga. Estoy diciendo la verdad. La única verdad que puedo entender o expresar es, lógicamente definida, una mentira. Psicológicamente definida, un símbolo. Estéticamente definida, una metáfora. […]

Leyendo una novela, cualquier novela, tenemos que saber perfectamente bien que toda la cuestión es un sin sentido, y entonces, mientras leemos, debemos creer cada palabra en ella. Finalmente, cuando terminamos con ella, podemos descubrir –si es una buena novela- que somos un poquito diferentes de los que éramos antes de leerla, que hemos sido cambiados un poco, como si hubiéramos encontrado con una cara nueva, cruzado una calle que nunca habíamos cruzado antes. Pero es muy difícil decir precisamente qué hemos aprendido, cómo fuimos cambiados.

El artista trabaja con aquello que no puede ser dicho en palabras. El artista cuyo medio es la ficción lo hace en palabras. El novelista dice en palabras lo que no puede ser dicho en palabras.

Las palabras pueden ser usadas así de paradójicamente porque tienen, junto a un uso semiótico, un uso simbólico o metafórico. (También tienen un sonido –un hecho que a los lingüistas positivistas no les interesa. Una oración o un párrafo es como un acorde en una secuencia armónica en música: su significado puede ser más claramente entendido por el oído atento, aunque sea leído en silencio, más que por el intelecto atento).”

Úrsula K. Le Guin, en la Introducción agregada en 1976 a su cuarta novela de la saga Ekumen La mano izquierda de la oscuridad, publicada por primera vez en Estados Unidos en 1969. (Traducción propia no autorizada del original en idioma inglés).

 

Mascaró se me apareció hace cosa de tres años. Yo estaba vacío y triste, después de haber publicado En vida, y como ocurre siempre, pero en este caso muy especialmente, pensé entonces que no volvería a escribir una sola línea en todo el resto de mi vida. No me sorprende ahora haberme equivocado, a tal punto que en esos tres años escribí dos libros, aparte de otras cosas, porque eso me ocurre generalmente. Salvo los premios, no acierto por lo común en nada.

Bueno, yo estaba vacío y triste cuando un buen día escuché de un auténtico vagabundo la increíble historia del Príncipe Patagón. Me gusta escuchar a la gente. Creo que eso me salvó. Pegué un salto en el aire. Ahí tenía mi próxima novela. Tan clara la tenía que me abalancé sobre un papel y escribí de un saque el plan. Fue la primera vez que tuve el plan del principio al fin. Sirve tanto como un plan económico o el pronóstico del tiempo.

Fue tan sólo un punto de partida, una especie de compromiso. Mascaró tenía que madurar dentro de mí. Eso me llevó su tiempo. Nunca me apresuro en esos casos. Sucede que llega un momento que la historia empuja tanto dentro de uno que sale afuera por sí sola. Así fue. Mascaró me hacía señas desde un costado de mi vida llamándome a su loco camino.

Pues bien, tanto empujó, que otro buen día, para cortar amarras, salté de golpe al camino, me marché inclusive de mi casa, abandoné todo y ahí empezó mi vida con Mascaró, es decir, empezó la novela que para mí es siempre un auténtico modus vivendi. Resumirla en un par de líneas no tiene sentido. Podría intentar una especie de comentario conceptual que, en definitiva, puede aplicarse tanto a Mascaró como a la Imitación de Cristo o a un libro de Napoleón Primero. Eso le corresponde, en todo caso, a los críticos. Contar la historia sin encarnadura sería falsificarla. Y contar la historia tal cual aconteció sería narrar la novela de nuevo. Porque aquel plancito creció y creció como un árbol y así entraron en esa historia desde mis más sencillos amigos, como Tony Beck o el capitán Alfonso Domínguez, alias "Cojones", hasta esta tierra de lucha y esperanza que se llama América.

Mascaró daba para todo. Creció y creció como un tremendo canto, y yo era a medias el cantor porque se juntaron tantas y tantas voces, que Mascaró realmente no me pertenece.

Haroldo Conti, en el Prólogo a su última novela publicada, Mascaró, en 1975 justo un año antes que el Ejército Argentino lo secuestrase, torturase y desapareciera un 5 de mayo de 1976 sin que se sepa su paradero hasta el día de hoy.

Escribo este libro para sugerir una tercera alternativa fuera de la línea. Creo que la fauna reconstruida de Burgess Shale, interpretada mediante el tema de volver a tocar la cinta de la vida [en un tocadiscos imaginario], ofrece un poderoso soporte a esta diferente concepción de la vida: cualquier nueva audición de la cinta llevará a la evolución a lo largo de una ruta totalmente distinta del camino que ha tomado realmente. Pero las diferencias consecuentes en el resultado no implican que la evolución no tenga sentido y carezca de una pauta significativa; la ruta divergente de la nueva audición sería igual de interpretable, igual de explicable después del hecho, que la ruta actual. Pero la diversidad de itinerarios posibles demuestra que los eventuales resultados no pueden predecirse de entrada. Cada paso sigue su curso, pero al inicio no puede especificarse ningún final, y nunca se dará un mismo paso de la misma manera por segunda vez, porque cada camino avanza a través de miles de estadios improbables. Altérese cualquier acontecimiento temprano, aunque sea ligeramente y sin importancia aparente en aquel momento, y la evolución se precipita por un canal radicalmente distinto.

Esta tercera alternativa representa ni más ni menos que la esencia de la historia. Su nombre es contingencia, y contingencia es una cosa en sí misma, no la titulación del determinismo por la aleatoriedad. La ciencia ha sido lenta en admitir en su dominio el mundo explicativo y diferente de la historia, y nuestras interpretaciones se han visto empobrecidas por esa omisión. La ciencia también ha tenido a denigrar la historia, cuando se ha visto forzada a una confrontación, considerando que cualquier invocación de contingencia es menos elegante o menos significativa que las explicaciones basadas directamente en “leyes de la naturaleza” eternas.

 

Stephen Jay Gould (New York 1941, Nueva York 2002), en su spectacular monumento a la ciencia y la divulgación que es La vida maravillosa (Wonderful life. The Burgess Shale and the Nature of History), Drakontos Bolsillo, 2006. (edicion original en Nueva York por W.W.Norton & Co., 1989). P. 55.

 

 

INDICE


PRIMER SEMESTRE

 

1.               Miércoles negro                         

2.              Blackout                                       

3.              Reunión de Círculo                              

4.              Blanca Muerte                            

5.              Victoria Negra                            


SEGUNDA PARTE         HACIA LO HONDO

 

6.           El Mago en la Torre                  

7.            La Conquista del Sur               

8.           El diario del lunes       

             

TERCERA PARTE      DONDE EL BARRO SE SUBLEVA

 

9.            San Benito de Palermo           

10.         Comando Mascaró                   

11.         Ejercicios Espirituales                      

12.        Sos el primer trabajador       

13.        Nueva Vizcaya                            

14.        Jesus & Company, Ltd.           

15.        El patakie de Buenos Ayres  

16.        Sororidad de clase                   

17.        Foquismo colonial                   


ÚLTIMA PARADA          LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

 

18.       Alborada nocturna                  

19.        La leyenda de Ka’aguiresá    

20.        Mi muerto en Barracas          






 

 

 

 

 

PRIMER

SEMESTRE

 

 

 

 

 

 

Hace unos 2.400 años, Sófocles compuso Antígona, en donde presenta la siguiente historia. Etéocles y Polinices, hijos de Edipo, se habían dado muerte, el uno al otro, en un combate. La muerte de Polinices libra a Tebas de la invasión con que éste la amenazaba. Creonte, rey de la ciudad, manda enterrar con honores el cadáver de Etéocles y prohíbe se dé sepultura al cadáver de Polinices. Antígona e Ismena, ambas hermanas de los muertos, adoptan distintas actitudes ante la decisión del rey. Ismena, a pesar de que la encuentra injusta, decide aceptarla; Antígona, prometida de Hemón, hijo de Creonte, contraviene la orden y da sepultura al cadáver de Polinices. Creonte decide castigar a Antígona, a quien condena a muerte. El adivino Tiresias anuncia a Creonte que ha consecuencia de sus mandatos habrá tristes acontecimientos; el Coro exhorta a Creonte a que rectifique la sentencia. El rey, de mala gana, accede. Pero ya es tarde. Antígona se ha suicidado. Al enterarse, Hemón se quita la vida en presencia de su padre. La reina Eurídice, madre de Hemón, desesperada al ver la destrucción de su familia, se hunde una espada y muere maldiciendo a Creonte.

En un artículo dedicado a examinar las consecuencias de la represión ilegal (“Situaciones de catástrofe social”, presentado en el Congreso Mundial de Psicoanálisis, Hamburgo, agosto de 1985, p. 7) Moisés Kijak y María Laura Palento ven en la tragedia de Sófocles una metáfora de la situación argentina. Dicen los autores:

(…) en nuestro país cada persona es una Antígona que por amor necesita enterrar a sus muertos; o es una Ismena incapaz de producir hechos, resignándose frente a mandatos insensatos; o es un Creonte queriendo crear leyes propias, desafiando los principios de humanización hasta el punto de desear dañar a su hijo y arriesgar su vida; o es un Tiresias, alertando sobre los efectos de la omnipotencia; o es el coro, que mira y comenta, el que se deja influir por los afectos pero también por los mandatos sádicos.

 

Mauricio Cohen Salama, en Tumbas anónimas. Informe sobre la identificación de restos de la represión ilegal,
Catálogos Editores, 1992. Conclusiones.

 



CAPÍTULO 1

Miércoles Negro


 

“¡Qué lo vengan a ver!

¡Qué lo vengan a ver!

¡Las mujeres le enseñan

como luchar

a la CeGeTé!”

 

 

 

Cuesta respirar. El agua te inunda las fosas nasales en una cortina interminable. Comprendés la necesidad de las branquias. Cuesta mirar, también. Tenés que hacerte visera con las manos para poder ver algo delante tuyo. Un olor fuerte de barro, sabor y textura de aceite pegajoso, el río cae a plomo sobre la piel de la multitud. Bracean desde el margen al centro del cauce, desde todos los barrios pujan hacia el embudo en el este, la Catedral, la Plaza Mayor.

Cada espacio está lleno con un cuerpo. Los rostros se suceden vertiginosos –como en pesadilla- bajo la arboleda casi inútil de los paraguas. El ulular de las gargantas aturde los oídos, inflama los corazones. El cauce que desemboca en la Plaza de Mayo está desbordado, la marea humana como un solo monstruo polimórfico golpea las murallas del poder en atronantes pleamares, en un ritmo desparejo de contracciones, latiendo un compás de tambores. Quieren herir las murallas del poder, parir el nuevo día.

Entre ese cardumen de mujeres enfurecidas lo encontró. Tirado en la vereda, cubierto con andrajos delirantes, ropa de carnaval, disfraz antiguo de arlequín rojinegro, el pelo largo enmarañado con la barba, también frondosa y rebelde.

Lo sintió antes de verlo, por la fuerte baranda. Un olor tan impactante que abrió un hueco entre la compacta marea de cuerpos en Avenida de Mayo. No era, sin embargo, un olor fétido, de materia en descomposición. Todo lo contrario, era penetrante, de cuerpo en excitación, de caballo galopando bajo el sol durante horas, de viento norte exaltando a las víboras en el verano de la selva. El olor de un cuerpo estallando de sangre, sudor, semen y vida.

-Santos… amigo… ¿sos vos?

Entre millones de pares ojos que no veían más que otro croto tirado en la vereda, ella supo reconocer la cara de su viejo compañero. Militaron juntos los primeros años del ascenso del Frente de Izquierda en el último barrio fabril que quedaba al noroeste de Juan B. Justo. Se juntaban a las madrugadas para abrir las fábricas metalúrgicas del barrio -Cromosol, Marmicoc- en esos amaneceres tan extraños para los mortales, amaneceres con luna al costado de las vías y el cementerio, estómagos cargados de mate, feos cafecitos con leche que bebían con placer infantil.

No reaccionó hasta que ella lo tocó. El contacto de otra piel lo conmovió. Abrió los ojos y el primer rostro que vió lo devolvió al presente.

-¿Nelly? ¿Nelly de Ortúzar? ¿Qué hacés acá?

-¿Cómo qué hago yo acá? Estoy marchando, con las compañeras… ¿Vos qué hacés ahí, tirado, como un linyera? ¿No tendrías que estar con la columna del Partido?

-¿En qué año estamos?

Apeló a la lógica. Su viejo compañero se habría pasado de rosca en alguna noche de desesperación, de soledad, se habría sarpado con esas sustancias que solía experimentar bajo propio riesgo. Pensó con sentido práctico y se lo llevó de ahí. Caminaron como pudieron bajo la masa enorme de cuerpos y los alaridos de intifada de las mujeres empujándose hacia la Plaza bajo los paraguas.

Una vez en Independencia, viéndolo maltrecho y mugriento, los taxis no paraban. Emboscaron al último como si fueran a asaltarlo. Esperó escondido detrás de uno de esos viejos carteles de publicidad de la municipalidad -esos rectangulares, verde bronce, con detalles serpenteantes y el viejo escudo de la Santa María de los Buenos Ayres arriba- y cuando el Megane negro y oro paró por Nelly, irrumpió y en lugar de una .38 corta, le puso en el hombro el último billete lila con la cara del genocida del desierto que le quedaba encima, y no hicieron falta más palabras. Arrancaron.

Ella le explicaba al chofer -como podía- que se trataba de un viejo amigo al que se encontró viviendo en la calle después de mucho tiempo. Tenía la virtud de encontrar siempre la solución a los dilemas más inverosímiles simplemente apelando a la verdad desnuda. Él estaba semiconsciente, en duermevela, reaccionando a los estímulos visuales y auditivos como en un trance. O saliendo de uno.

No podemos decir que hablaron todo el camino hasta el barrio a pesar de que tenían una montaña de cosas que contarse. Aunque claro, cruzaron palabras. Él estaba en otro plano, repetía las mismas preguntas cíclicamente, sin llegar a comprender del todo el alcance de las respuestas, aunque le servían para enfocar la vista o el oído después de un profundo aturdimiento.

-¿Dónde está la Negra? ¿Dónde está Santos? ¿En qué año estamos?

Frustrada, sin saber qué responder o cómo, llegando al Cementerio compartieron un silencio de compromiso hasta que cruzaron al otro lado de la vía, en la Parada Artigas, y Garmendia mutó a Combatientes de Malvinas hasta que llegaron a la casa de Alicia, donde Nelly pasaba las noches cuando le tocaba quedarse en alguna actividad nocturna, pegatina o pintada, muy lejos del monoambiente que alquilaba en Ciudadela. Al otro día tenía que fichar a las siete en el laboratorio de Girardot y, ni el Urquiza, ni los bondis le daban el changüí para que valiera la pena volver a dormir a “su casa”.

Alicia los recibió en la puerta del pasillo con Ulises, un perro blanco y negro desprolijo, un guardaespaldas sagrado, retacón y malhumorado para no avivar giles. Vivía siempre en el mismo pe-hache enfrente del mismo Hospital Tornú donde quemó las últimas décadas de fuerza de trabajo hasta que pudo atenerse a una jubilación anticipada. No hizo preguntas, los acompañó adentro limitándose a chistar contra los desafinados y punzantes ladridos de bienvenida de su compañero.

Tardaron un cuarto de hora en bañarlo. Alicia había ayudado a morir a tantos viejos que su sensibilidad para la desnudez masculina estaba largo tiempo anulada y Nelly había criado un par de hijos grandes desde su maternidad adolescente. Ningún cuerpo las iba a sonrojar.

Cuando pudo retomar el control de sí mismo, revolvió su extraño morral y sacó un paquete envuelto en cuero de vaca muy decolorido y raspado. Lo desanudó y removió su celu blanco con la pantalla astillada. Buscaron un cargador y hasta que el maldito objeto resucitó, pudo ver los mensajes de la Negra, contándole que habían aterrizado en medio de la Plaza de Miserere, al costado del mural de los Pibes de Cromañón; con Cuervo más desorientado que ella, claramente, se las arreglaron para llegar a su departamento en Yrigoyen y Misiones. Estaban a salvo.

Avisó rápidamente al grupo de wasáp que compartía con Pablo, Alejo y Gavy que habían llegado bien. Les pareció una excelente sincronicidad encontrarse los tres la mañana siguiente en Luna y Perdriel, en el acto a los seis años del asesinato de Mariano, para ponerse al corriente de lo que había pasado en estos seis meses. Tiró la propuesta.

Preguntó de nuevo, pero con mayor conciencia

-¿En qué año estamos?

-¿Cómo en qué año? Este se pasó de vino, Nelly, llamemos a Denise para que lo vea.

-Lo viene preguntando desde que salimos de Plaza de Mayo. Estamos en 2016, Santos, ¿te sentís bien?

-¿Por qué había tanta gente en Plaza de Mayo hoy? ¿Pasó algo grave?

-Empalaron a una piba de dieciséis años, Lucía, en Mar del Plata y las organizaciones convocaron a una huelga nacional de mujeres y concentración en la Plaza.

-¿Una huelga de mujeres? Ahora entendiendo por qué volví hoy. Había más gente que el 19 de diciembre del 2001 a la noche. ¿Cómo huelga de mujeres?

-Na-cio-nal. La primera en la historia de este reventado país, pibe, así como lo oís. Le mostramos a esos machotes de la CGT cómo luchan las mujeres, carajo. ¿Se puede saber de dónde mierda venís y así todo mugriento y harapiento? ¿No había baños donde andabas?

-Te voy a dar un abrazo que te voy a romper los huesos, Alice, cómo extrañaba tus retos. Me hacés acordar a Leo.

-¿Dónde está ese pibe? No lo vimos más. ¿Se pidió el pase a otro local?

-¿Quiénes son la Negra y Cuervo? Te pasaste todo el viaje en taxi preguntando por ellos. Preguntabas también por Santos, ¿estás bien vos?

-Alice, Nelly, les pienso contestar todas las preguntas. Pero necesito reanimarme… fue un viaje intenso.

-Parece que hubieses olfateado el mondongo y el vinito que teníamos preparado con Alicia, Santos. Perate que ponemos la mesa y nos contás.

-¿Mondongo? Qué linda sincronicidad- Pensó que ese podía ser un buen pie para empezar a contar los que habían sido sus últimos cinco meses, la experiencia más fantástica desde que comenzó a viajar en el tiempo.


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