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jueves, 19 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 10: Comando Mascaró


 

CAPÍTULO 10

Comando Mascaró

“El pueblo es la estrella mágica

Todos la vemos parecerse al río

Los gusanos de los emperadores

trepidan en apocalíptico festín

Ellos no tienen tiempo

 de recurrir a las armas

La estrella las fusionó todas

en un plano infinito

La cabellera de los torturadores

sangra en mi carro

Nosotros: desatormentándonos para siempre.”

 

Luis Alberto Spineta, 1972

 

 

 

Cuando volví a abrir los ojos estaba en un cuarto todo blanco. Paredes sólidas, de ladrillo, blanqueadas a la cal. En techo y pisos, troncos de madera dura, negra casi, pulida y barnizada; cortados en círculos al ras en el cielo, tableados en el suelo. No sentía el tufo horrible de la ciudad, sino un perfumito dulzón de jazmines y naranjeros.

Me dolía todo el cuerpo. Los oídos me zumbaban y en la nuca parecía que todavía me estaban pegando. El resto del cuerpo lo tenía duro porque pasé la noche en un catre con cintas de cuero entrelazadas en lugar de colchón. Me habían dejado la camisa y un pantalón de hilo puestos. Poncho, bombachas, chiripá y botas estaban prolijamente en una sillita de paja al lado de la cabecera del catre. Una palangana grande, de latón, con agua fresca, encima de una mesa de luz modesta y otra más chica, debajo del catre. Era todo lo que había.

Otra nueva celda para sumar a la lista, pensé, para resumirla.

No me acuerdo si putié por el dolor o hice un ruido seco cuando apoyé los pies en el piso de madera, pero alguien abrió la puerta al toque, y con demasiados buenos modales me dijo El amo lo espera en su despacho. Era un negro canoso y alto, enjuto, vestido -me imagino- con ropas de sirviente. Telas finas y planchadas, aunque modestas en diseño y colores. Arlequín, pensé. Me guarde las mil preguntas en el bochinche del balero hasta que estuviera más despejado o fuera estrictamente necesario, y lo seguí. Me guió por un pasillo largo con varias puertas parecidas a la de mi celda y ventanas cerradas con postigos de madera que mi celda no tenía.

Al final de la galería, había una sala un poco más grande, aunque no tanto, un mueble de madera grande como un ropero, pero más elegante, y en un costado, un escritorio hermoso de quebracho con detalles tallados a mano. De fondo, la bandera del Vaticano y la del Reino de España a cada lado y en el centro de la pared, debajo de un enorme crucifijo de madera con una cara de Cristo de indio guaraní, me esperaba, sentado en un sillón gigantesco, el amo.

Un hombre en sus sesenta, la papada y el bulto que salía debajo de la sotana negra a la altura de la barriga deschavaban un tipo robusto, o de buen comer. Tenía la piel blanca de papel, pero hinchada, aunque lo extraño era que no sudaba. A contramano de su físico, debajo de una frente amplia y llena de pliegues, las cejas eran mucho más negras que las canas que rodeaban el cráneo calvo, y sobresalían lo suficiente para echar una sombra permanente sobre los ojos azules de hielo y la nariz de halcón.

-Buenos días. Espero que haya podido usted dormir a gusto. Haga el favor de tomar asiento. –tanta amabilidad en ese contexto me prendió todas las alertas.

Hablaba un castellano algo arcaico, pero perfecto, aunque martillaba las consonantes con acento de Europa del Este. La voz era tan suave y angelical como lo era de falsa.

-Mi nombre es Itsván Wilhelm, pero todos aquí me llaman Don Esteban. Espero que nuestros humildes aposentos le hayan parecido confortables.

-No sabría decirle, le soy sincero. –respondí, midiendo cada paso en el hielo quebradizo de la charla -Estoy aturdido todavía, aunque no creo que se deba a su cama. ¿Podría decirme en carácter de qué me han detenido?

-No es usted mi prisionero. No al menos por ahora. Esta es una casa de oración, no una penitenciaría.

-¿Qué hago aquí, entonces?

-Le estamos brindando refugio, provisoriamente. Uno de mis ayudantes más fieles lo trajo antes del alba.

Aunque todo mi ser me decía que estaba siendo interrogado, no quise despreciar el tono amable del cura.

-Disculpe si fui grosero. Me partieron la cabeza con algún objeto duro y su despacho me pareció el de un juez. ¿A qué debo su hospitalidad, entonces?

-Entiendo, por lo que me ha dicho mi ayudante, que ha tenido problemas con la ley. ¿Es eso cierto? –el escaneo de su mirada lo sentía dentro del alma.

-No recuerdo muy bien los acontecimientos que menciona. No sé qué le han contado.- le dije, medio haciéndome el boludo, medio porque instintivamente siempre me niego a declarar hasta que sepa qué pruebas juntaron en mi contra.

-Mi ayudante, su nombre es Xosé Cuervo por cierto, ha dicho solamente que ha habido una serie de disturbios durante las celebraciones de su santo patrono en el Barrio del Tambor, ayer por la medianoche. La entera Guardia Real ha recorrido las casas de esta ciudad buscando al asesino de un oficial del Rey. Los elementos que he encontrado en su, digamos, equipaje, me han alertado sobre la posibilidad de que usted esté bastante comprometido con dichos sucesos. ¿Me equivoco demasiado?

Recién ahí se me cayó la ficha de que no tenía el morral conmigo. Si el tipo que me trajo juntó la .45, estaba jugado. Aunque con lo otro sólo bastaba para que el cura sospechara. Mientras esperaba mi respuesta fue sacando sobre el escritorio los tres wokitokys, el celu blanco con la pantalla astillada, los paquetes de Particulares que me había traído, la cajita con las flores y los lillos, el pikachu con la cara del Che y los colores de Jamaica y el cargador portátil. Por último, después de una pausa teatral que subrayó arqueando las cejas y mirándome fijo, puso la .45 sobre la mesa. El brillo del cromado, aunque gastado, era un jaque mate.

Desarmado, recordé que estábamos en 1777 y ninguna de esas pruebas podía ser contundente. Y ahí se me ocurrió hacer saltar la banca.

-Esos objetos me pertenecen. Pero todavía no sé de qué se me acusa.

El tipo se sonrió sin mostrar los dientes y pasó a la segunda fase de su estrategia.

-Todavía no me ha dicho su nombre.

-Capobianco, Santos Capobianco.

-Es un nombre cristiano. De la Lombardía supongo. Haría mejor en abreviarlo, si puede aceptar un consejo.

-Es un nombre irónico, no se engañe. Nunca me bautizaron. Tenía un bisabuelo que se parecía mucho a mí que se llamaba así. Por lo demás, no sabría cómo abreviar mi apellido.

-Apocopándolo, como es costumbre. A ver, permítame, Capobianco, Ca-po-bián-co, Cap-bián…co, Cop-bián-co… Santos Covián.- pronunció la ve corta al estilo alemán, silvando una efe con los labios.

-¿Por qué pasó usted de la be a la uve? –le pregunté, usando el nombre que sabía le dan los españoles a la ve corta, para no desentonar mucho con la situación rarísima en la que estaba.

-Vuestro oído parece recuperado. Se debe a que a pesar de llevar tantos años al servicio de Su Majestad Españolísima no he conseguido desalojar el sonido de mi lengua materna entre mis modales, y me traiciona, únicamente, en el habla. Mis padres pertenecieron a una familia de la pequeña nobleza magiar y he sido criado en el idioma alemán. Itsván fue el primer rey de Hungría, en el siglo XI y -desafortunadamente o por Gracia del Señor- no pudo serlo sino al cabo de una alianza con el Sacro Imperio Germánico, que saldó con su poder una disputa familiar entre magiares que, digámoslo así, distaba de ser pacífica.

-El primer rey de un reino que ya no era suyo. Irónico.

-Pírrico, mas bien. Pero las naciones débiles están siempre en obligación de contar con aliados más poderosos. Es la naturaleza humana. Prefiero recordar que ese primer rey de toda Hungría eligió bautizarse en homenaje a aquél primer mártir cristiano apedreado hasta morir en la Sagrada Ciudad Sancta de Ierusalém, Stéfanos, que significa el victorioso.

-Otra victoria irónica, ¿no le parece?

-No recuerdo haberle permitido trato tan íntimo. Ya hemos aclarado las señas particulares, ¿cuál es su rango, cómo debo tratarlo?

-¿Rango? No tengo ningún rango.

-Aquí todos tenemos uno. ¿A qué se dedica para vivir?

-Soy marinero.

-Muy bien, el Viejo Arte. En los barcos hay jerarquías, ¿cuál será la suya?

-No sé… arreglo las… ¿calderas? –claro que no le iba a decir que soy mecánico de la maquinaria que mueve los trasatlánticos a un tipo que sólo conoce barcos de madera y velamen. Pero el tipo la tenía más clara que yo.

-Maestranza.

-¿Perdón?

-Quienes se encargan de la confección y reajuste de todo tipo de mecanismos de la embarcación, maestranza Covián, ahora sí estamos bien presentados. Entiendo que las circunstancias de su equipaje y su inesperada aparición podrían explicar su impertinencia. Espero no equivocarme, ya que de otro modo, debería haberlo entregado a las autoridades sin tomar riesgo contra mí propia persona y prestigio.

El cura conocía muy bien su juego. Al mismo tiempo, me dejaba claro que mi vida estaba en sus manos y que la única chance que tenía pasaba por acceder a su curiosidad. Estaba regalado y me jodía, pero no tenía otra salida que bailar su música.

-Muy bien ¿qué desea saber de mí, además de los lamentables hechos de anoche?

-No es tanto lo que quiero saber de usted como de su mundo. Los muchos años que he servido a Nuestro Señor Jesucristo me han llevado por distintos caminos y creo que estos objetos no pertenecen a este tiempo. Ni el tabaco de estas tierras, ni el cáñamo de los negros son fabricados en esta forma. Entiendo que esta es un arma de fuego, ya que porta pequeñas balas de plomo, y la esencia de su mecanismo letal es la misma que las de nuestro tiempo, aunque su forma es extraordinaria en sentido pleno. Estas cajas mágicas por otro lado… en fin, no puedo siquiera imaginarme su propósito.

¿De cuándo nos ha tenido el gusto de venir a visitarnos, maestranza Covián? Creo comprender, que el mundo de donde viene no es todavía muy diferente del que yo habito.

-¿A qué se refiere con todavía?

-Me he tomado el trabajo de examinar con detalle su equipaje. El material de su arma de fuego es muy similar a nuestro ferrum, aunque de una dureza y temple que nuestros mejores herreros no han alcanzado, ni siquiera los ingleses con sus nuevas máquinas, ni los fabricantes de las espadas más finas entre los infieles del Ishlám o las islas del Mar de Japón. La precisión del corte y el ensamblado de cada pieza me ha resultado también fascinante, aunque el principio mecánico y químico de la pieza es en esencia el mismo de nuestros mosquetes y pistolas. Las otras tres cajas negras, por el contrario, no me han parecido de material alguno que haya tenido noticia. Por prudencia las he dejado sin tocar.

Los wakitokys eran lo único que nos separaba de tener que continuar luchando eternamente en esa época. Me aseguré de engualicharlos.

-Muy sabio de su parte. Esas cajas pueden ser más mortíferas que nuestras armas de fuego. Me extraña que un hombre devoto y sumiso de la Santa Inquisición se permita tal nivel deductivo. Me encantaría decirle de dónde vengo, pero de seguro no me creería una sola palabra. Y, aunque lo intentara, temo mucho que no podría imaginarse la buena fe de mis pruebas.

-Vuestra condición de reo no parece intimidarle.

-Creí entender que estaba bajo asilo.

-Preventivamente, maestranza Covián, preventivamente. Vuestra colaboración resulta indispensable para sostenerle en esa prevención tanto más saludable que las mazmorras del Fuerte o del Cabildo. Sin embargo quiero que aprecie la buena predisposición de mi voluntad. Si bien es correcto que acato los dictados filosóficos y morales de la Sancta Inquisición Católica, sepa usted que como miembro de la Compañía de Jesús y misionero activo en nuestras provincias de China y la Provincia Paraquaria, me he permitido el estudio de otras filosofías para mejor comprensión del rebaño al que he debido guiar. A pesar de los años, he procurado mantener los ojos de la razón bien abiertos para brindar mejor servicio a mi Señor.

-Entonces usted es un jesuita. Haber comenzado por ahí. Disculpe mis pocas luces, pero no me pareció ver el símbolo de Jesucristo Salvatore en ninguna pared de esta casa, tampoco lo veo aquí. ¿Es más, ustedes no fueron expulsados de estas tierras hace diez años o más?

-Jesuitas –escupió la palabra con un gesto del que está comiendo una fruta podrida- ese maldito nombre se nos ha pegado como un estigma pustulento. Somos Soldados de Cristo y de su representante en la Tierra, Su Santísima Santidad el Santo Padre de la Santa Madre Iglesia Católica, no jesuitas.- por primera vez el quía parecía perder el control y se irritaba. Debía recordar esa jugada si tenía la oportunidad de seguir vivo en este juego.

–Puedo darme cuenta que usted conoce muy bien el terreno que ha venido a visitar, aunque desconozca sus intenciones. No me parece que haga justicia continuar informándolo con toda amabilidad como hasta aquí sin ser correspondido de su parte. Pronto darán las campanadas para nos alimentar. Esta charla se ha extendido demasiado fuera de lo previsible.

El tipo perdía la paciencia, así que jugué fuerte la carta más alta que tenía.

-Escuchen esta parte, compañeras, es la mejor historia que flashó este pibe en los años que lo conozco.

-Negra, me cortás el clima, no dá.

-Es que no me puedo contener, ¿cómo se te ocurrió algo tan flashero?

-Me pasa cuando estoy contra la soga, alguien adentro mío escribe novelas de ciencia ficción rarísimas. Fue como si le contara un sueño raro que tuve, pero como sirvió, lo seguí llevando.

-Siempre dije que eras medio fabulero, nene.

-Gracias, Alice, una amiga.

-Pero dale, Santos, déjate de joder y contá.

-Bueno, nada, cuestión que tenía que alimentarle el interés al jesuita para que siga boqueando y pudiera sacarle la ficha de lo que quería conmigo. Tenía que ganar tiempo, así que bloquié la info que pensaba me iba a servir mejor y las cosas que ni en pedo quisiera que supiera, y le fabriqué una mentira con partes de verdad, le dije algo así:

-Como veo que estoy frente a un funcionario con acceso a los protocolos de la diplomacia más universales y razonables, me veo en la obligación de advertirle que está en presencia de un miembro del Comando Mascaró, Unidad de Observación del Pasado Histórico, dependiente del Ministerio Federal de Historia y Antropología de la República Socialista del Río de la Plata y cualquier daño físico o sicológico que se efectúe contra mi persona será entendido por mis superiores como una declaración formal de guerra y ruptura de relaciones diplomáticas con la RSRP según lo establecen las leyes de las Naciones Unidas que, le advierto, ha firmado también el Estado Vaticano.

El tipo se quedó seco, y después de una fracción de segundo donde pareció creer que se trataba de una mentira descarada, relajó los músculos de la cara, suspiró y pareció tragarse el cuento. O al menos la punta.

-No he oído hablar nunca de la tal república. ¿En do queda?

-Usted ya lo dedujo, Don Istéfan, no es de esta época. Vengo del año 2016 según el calendario gregoriano, año cuarenta de la Nueva Era Socialista. Dentro de…

-Sí, comprendo, doscientos cuarenta años por delante. ¿Entonces, es usted miembro de una fuerza militar legal?

-El Comando Mascaró tiene rango de Fuerza Militar aunque recluta obreros y obreras como yo, sin formación profesional en la rama. Todos los camaradas de la RSRP tenemos que mantener una actividad permanente ligada a la defensa de nuestra patria y para el desarrollo del socialismo entre los pueblos del mundo.

-Pero ha dicho que no tiene rango.

-Ningún miembro de las Fuerzas de Defensa del Socialismo tiene rango. Al principio los partidos revolucionarios que terminaron con la explotación capitalista en marzo de 1976, durante la Gloriosa Revolución de las Coordinadoras Fabriles de Rosario hasta La Plata, mantuvieron durante los siete años de guerra civil las formalidades heredadas de la nomenclatura burocrática del Estado Burgués Capitalista, pero después de la victoria definitiva y los años de debate popular, todas las jerarquías que representaban y reproducían en la conciencia de las masas obreras un concepto de Estado opresor y explotador fueron erradicadas. Son sobrenombres del pasado, piezas de museo, nombres muertos.

-¿Cuáles son sus objetivos, si puedo preguntar?

Todavía no quedaba claro si el jesuita me había sacado la ficha y me seguía el juego para que me pise solito o realmente estaba cayendo en el lazo. Así que me jugué un poco más, recordé la charla con la Cieguita en Ardigó y canté retruco con un cuatro de copas:

-El socialismo ha logrado vencer a los explotadores, en mi futuro, claro, pero todavía no se consolida a nivel mundial, y eso frena su potencialidad de salvar a la humanidad de los miles de años de explotación humana. El pueblo de la RSRP sabe -y las otras Repúblicas Socialistas en el planeta-, sabemos muy bien que las chances de una victoria definitiva y la total abolición de las clases sociales se juegan en un drama muy cruel: las chances de sostener materialmente la vida de millones de familias obreras mientras pesan las exigencias de la guerra contra los Estados Imperiales Capitalistas. Es una guerra que, lejos de definirse, se va alargando y tomando nuevas formas, antes desconocidas.

Esta es la primera misión del Comando Mascaró, debido a que la tecnología para la Guerra en el Tiempo-Espacio es muy reciente y aunque las Naciones Unidas hayan establecido límites concretos a todos los países en pugna, de ambos bandos del tablero, sabemos que no podemos confiar en la palabra de Imperios que llevan cinco mil años masacrando a sus semejantes sólo para llenar sus propias tumbas de riquezas efímeras. Los protocolos internacionales y nuestros propios especialistas nos han prohibido intervenir de manera tal que podamos cambiar el curso de la historia pasada y de nuestro presente futuro hasta que no tengamos absoluta claridad de los resultados inesperados de nuestras decisiones. Vengo a redactar un informe.

-Sin embargo usted ha matado, no parece una actitud paciente y respetuosa, maestranza Covián.

-Estamos autorizados a usar toda la violencia necesaria para preservar a los miembros de la expedición. Las fuerzas del Rey se mostraron hostiles y no hubo tiempo para negociar. Cuando regrese, seré juzgado por mis acciones y se determinarán las posibles soluciones.

-Si es que regresa.

-Le repito que cualquier acción que perjudique mi salud o los objetivos de mi misión serán consideradas por mis superiores…

-Sí, sí, lo he comprendido cabalmente. No tengo ninguna intención de poner a la Compañía ni a la Ecclesiasté que represento en contra de nadie… sin su consentimiento previo. Pero aún no me ha dicho su misión aquí.

-Sólo por respeto a sus interrupciones- mientras el juego durara, la clave era no perder el tono del personaje, un enviado diplomático tiene que permanecer sereno y firme siempre, pensé.

-Le pido disculpas. Continúe, por gracia, maestranza. –el jesuita subrayaba las disculpas con un gestito casi invisible como el de un gato que juega con su presa antes de comérsela, por pura diversión. Noté que seguía usando verbos imperativos, no sugería ni solicitaba, ordenaba. Y seguía marcando las jerarquías cuando me nombraba, el muy sorete.

-No pasa nada, comprendo su ansiedad- le dije con cara de pócker. -Mis objetivos incluyen emprender tareas de reconocimiento para establecer las premisas necesarias y suficientes para emprender acciones más decididas que permitan acelerar los procesos históricos para el desarrollo del socialismo antes que las potencias imperiales puedan quebrarnos materialmente.

-No creo entender bien. –dijo, y en esa primera honestidad supe que tenía una chance de ganar. Así que, metí quinta a fondo.

-Comprendo que con el nivel de conocimiento alcanzado en este tiempo y espacio sea complicado de entender. Intentaré ser claro, ya que ha sido usted tan… hospitalario. La única entidad que tiene la capacidad de generar cambios en la realidad, en todo el universo, es, descubrieron nuestros mejores científicos, el tiempo. –Un brillo inconsciente le iluminó alguna parte del hielo de sus pupilas y supe que lo tenía enganchado –Por eso entendemos que, si existe una mínima posibilidad de ajustar algunas piezas en el devenir del pasado, algunas piezas que no destruyan totalmente el curso de los acontecimientos pero que permitan al menos que algunas situaciones favorables al desarrollo de las fuerzas materiales y humanas, que permitan, en suma, un fermento más rápido del socialismo, quizás logremos acelerar a nuestro favor los tiempos de la victoria final.

-Ustedes juegan con un poder que sólo Dios es capaz de tener. Eso es una blasfemia y también una idiotez.

-La existencia de dios ha sido descartada por nuestros científicos, al menos en los términos que usted lo entiende, una voluntad individual capaz de diseñar el universo. Eso es, no una idiotez, ya que respetamos los estados de la conciencia de la humanidad en cada paso de su Historia, pero sí, al menos, una ilusión infantil.

-Y en suponiendo que vuesas mercedes hayan encontrado la forma de dominar el tiempo como Nuestro Señor, ¿no cree que dos jugadores o más intentando cambiar el pasado pueden hacer desastres en el futuro? Salvo que hayan encontrado también la forma de arrebatarle a la Divina Providencia su poder de omniprescencia y omnisciencia absolutas.

-Entendemos que es el riesgo en este frente de la guerra. Por eso intentamos ser precavidos.

-¿Pero no es el riesgo demasiado grande? ¿Han perdido definitivamente toda brújula moral?

-Nuestro norte moral es el triunfo de la sociedad comunista universal, el fin de toda opresión y explotación de la humanidad y el medio ambiente. Todos los riesgos posibles son banales si usted supiera a dónde nos conduce el capitalismo en su fase de descomposición final. La avaricia de la ganancia privada está destrozando el planeta y corrompiendo a las familias explotadas hasta niveles que ni siquiera ustedes en todo su salvajismo pueden imaginarse. O vence el socialismo o no habrá planeta en el que cometer errores.

Me pareció que el jesuita se cansaba del juego. Cambió su postura, se reclinó cómodo sobre el respaldo enorme de su sillón, puso las manos sobre los brazos de madera y con una sonrisa dijo,

-Demasiado imposible para creer. Usted es un excelente estafador, maestranza Covián, o un loco muy convencido.

-La fe es la certeza de lo imposible, creí que ustedes promovían esa idea.

-La Fe Sagrada de nuestra Iglesia existe en la encarnación del Papa y sus fieles. Nosotros existimos, su futuro socialista, no.

-Sin embargo usted tiene las pruebas frente a sus ojos, como San Mateo, y se niega a verla.

-San Marcos, quiere decir.

-San Mateo o San Marcos, no sé, el que le pidió a Jesús tocarle las llagas para creer. Disculpe las imprecisiones, no soy especialista en sus mitologías.

-Su mera presencia en esta casa, maestranza Covián, no es una prueba tan palpable como la que sí pudo tocar San Mateo.

-Si me permite usar mi arma, podría mostrarle una llaga más contundente.

-¿Me creerá tan ingenuo, maestranza? ¿Dejarlo matarme aquí?

-No me refería al arma de fuego, le pido disculpas. También les llamamos “armas” a nuestras herramientas de logística y comunicación. Me refería a ese rectángulo blanco y espejado que tiene en la mesa. No es un arma literal.

El tipo seguramente había manipulado el celu antes de citarme, así que me arriesgué.

-Si usted aprieta con delicadeza el botón al costado del dispositivo la pantalla se iluminará, aparecerán números con la fecha y hora del momento en que comencé mi viaje hacia aquí.

-Eso puede haber sido fraguado. ¿Qué es una pantalla, maestranza Covián?

-Ese espejo que se ilumina en el dispositivo. Cuando aparezca la pantalla dibuje una zeta con su dedo sobre el conjunto de puntos y verá aparecer otras imágenes. Son las llagas que quiero que vea.

El tipo siguió mis indicaciones para desbloquear el celu y lo fui llevando para que vea la galería de fotos. Esperaba que la memoria no me traicionara y aparecieran las fotos del festejo en la sede del SUTNA y las de la movilización y del acto del Primero de Mayo en la Plaza.

A medida que las iba suipeando yo sufría, porque ya no me quedaban más trucos en la manga y estaba empezando a pensar que tenía que jugarme el resto y forcejearlo, sacarle la .45 y abrirme camino a los tiros por un Buenos Aires desconocido, contra lo que viniera. Si sólo hubiera sabido donde mierda estaba la Negra creo que no hubiera dudado. Encima, el tipo mantenía la cara de piedra, no ponía ninguna cara de alguien que se fascina viendo una magia maravillosa por primera vez.

El efecto que buscaba parecía no estarse dando. Hasta que se quedó duro frente a una foto del Primero de Mayo que me había sacado una de las fotógrafas del Partido. Me tengo que acordar de agradecerle a la Negra Flor Braña, sin saberlo, su foto me salvó la vida.

El tipo había perdido la máscara y tenía la mandíbula congelada con la boca abierta. Era una foto de la columna del Partido entrando a Plaza de Mayo, tomada desde el punto de vista del escenario, y se me veía sosteniendo una de las cañas de la bandera grande del local de Villa Ortúzar con el brazo izquierdo y alentando una canción con el otro brazo en gesto de cancha o de recital, la cara estallando en grito, en canción, en sentimiento. Nada de eso lo había flasheado al jesuita, sino un detalle que se veía de fondo, en el último plano del horizonte.

-Los balcones del Cabildo. –dijo, como si hubiera visto al mismo Jesús con las muñecas y el costado del pecho sangrando. –Le han cortado más de la mitad al edificio y agregaron la torre y el faro, pero esos balcones… esos balcones…

-Las reformas se hicieron para abrir las avenidas de asfalto cuando la ciudad creció, dentro de cien años más o menos. Los vencedores de la Revolución de Mayo no tenían un respeto edilicio por el pasado histórico de su propia clase social, si me permite la opinión.

El tipo empezó a revisar ahora las fotos buscando más detalles que le afirmaran la vieja ciudad colonial y volviendo a ubicar desde otro lado las banderas, las multitudes, el escenario y los oradores. Si creía mi cuento, podía creer que partidos con carteles reivindicando el socialismo gobernaran haciendo actos como los que hacían los Virreyes, en la Plaza Mayor, con escenarios idénticos y grandes personajes hablándole a la población… el delirio podía ser cierto.

-Maestranza Covián –el tipo, vencido, quiso guardar un poco la compostura- usted comprenderá que es menester mirar estas pruebas con mayor detenimiento y consultar con mis superiores antes de tomar una definición. Pero de seguro puedo adelantarle que no es interés de la Compañía de Jesús hasta donde a mí respecta romper relaciones diplomáticas con Estados que no le han agredido ni representen un riesgo inmediato para sus objetivos. Puede usted estar seguro de mi palabra que no le afectarán en forma alguna mientras esté bajo nuestra hospitalidad.

-Le agradezco mucho, Don Istéfan- dije sin mostrarme victorioso, casi con la misma magnanimidad que el jesuita pretendía actuarme. Lo peor había pasado. Ahora había que tramar y negociar el tiempo necesario para encontrar a la Negra y rajarnos de acá. Otra vez, el cura me facilitó las cosas. Es al pedo, pero cuando la suerte te sonríe, el universo parece complotar con vos.

-¿Ahora citás a Paulo Cohelo, Santos?

-No, Negrita, a Lenin: “la realidad tarde o temprano, siempre está del lado de los revolucionarios”.  

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