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jueves, 12 de octubre de 2017

Aguafuertes del inframundo

Una lectura de Sentimientos Lunfardos, de Les Cuevas Otonelli, edición de la autora, Buenos Aires, 2017.




El nuevo libro de Les Cuevas Otonelli trabaja en veintisiete textos y otras tantas fotografías el concepto que le da el título: sentimientos lunfardos.

Lejos de la obviedad y la cursilería, Les no ha impreso una sola palabra típica del arrabal tanguero del 900. Porque su concepto del lunfardo no es el que usted puede encontrar en cualquier diccionario, una descripción superficial más o menos certera sobre el dialecto que se acuñó en las barriadas obreras de Buenos Aires a principios del siglo XX y que fuera inmortalizado en centenares de letras de tango.

Sin embargo, antes de examinar el ejercicio conceptual de Les y su obra, sería importante rescatar un señalamiento bastante famoso sobre el lunfardo. Es archiconocida la anécdota sobre Roberto Arlt, quien respondió a una serie de críticas sobre el supuesto mal uso del lunfardo porteño en su literatura planteando que no había aprendido el lunfardo en una academia sino que en sus textos usaba el lunfardo que había aprendido hablando en el barrio.

El lunfardo es eso, el idioma que se habla en el barrio, no sólo el compendio del diccionario de la Policía Federal confeccionado para “buchonear” el argot inventado por los “chorizos” y “malandras” que buscaban “gambetear” la “gayola” intercambiando las palabras y sus sentidos. Como todos los dialectos populares desde la mítica Torre de Babel para acá, el lunfardo fue el resultado de la mezcla irresponsable de otros lenguajes populares revueltos por los inmigrantes y los pobres de nuestras propias pampas en las ollas populares, los piringundines y las asambleas. Para la mirada policial del crítico literario, el lunfardo debería ser un compendio estricto, un esquema bien catalogado.

No es el caso de Arlt, menos mal, ni de Les. En Sentimientos Lunfardos ha publicado un libro que vale la pena recomendar por un par de motivos muy importantes.

Se trata de una literatura punk, especie de vómitos sin pulir y patadas al pecho, fotografías instantáneas de diferentes rincones del alma de una mujer empeñada en cagarse a trompadas con la realidad luchando sin ningún recurso material regalado por ser feliz. 

Lo máximo que se le puede reclamar a una artista es que se anime a desnudarse frente al mundo, para que les simples mortales podamos mirarnos en su reflejo y entender un poco más quiénes somos, de dónde venimos y a ver si podemos ajustar mejor el catalejo para saber a dónde vamos. Y eso Les lo cumple a rajatabla.

A veces se pueden leer en feisbuk (esa enorme red mundial de la catarsis sin filtro de seres que no se psicoanalizan), textos íntimos que son verdaderas joyas de arte literario. Se podrá decir que no respetan las leyes del arte de la literatura y la poesía, se podrá juzgar la calidad del lenguaje y la ortografía, la gramática o la prosa, pero nunca se podrá rechazarlas por faltas de la sinceridad y el coraje necesarios en todx artista verdaderx. Qué sociedad mucho más evolucionada seríamos si el mercado editorial dejase de censurar preventivamente, de castrar artistas recién nacidxs, de cortar las millones de expresiones poéticas que elabora la “gente sencilla” en la intimidad de sus biografías invisibles, en los pocos momentos arrancados con dolor al tiempo obligado de la alienación y la explotación del trabajo.

Tendríamos la posibilidad de que cada ser humano pase por la hermosa experiencia de ser leído, comentado, enriquecido por las miradas de otras experiencias. Esa oportunidad hermosa que tienen les escritores publicadxs de poder volver a mirar su obra, la materia prima de su inconsciente y así aprender de sí mismxs, crecer como ser humano y como artista.

En su nuevo libro, Les ha decidido dar un paso adentro de sí misma. Quienes pudimos disfrutar de sus obras anteriores, verdaderos recorridos turísticos por el inframundo del rock, donde con una pluma juguetona, mágica y descontracturada nos describía verdaderos templos para disfrutar del ritual nocturno y dionisíaco que ofrecen los centenares de bares en el conurbano y la capital.

Siempre cabe aclarar que no se trata del infierno propio de la escolástica católica, ese lugar horrible que debe ser temido y esquivado. Les ahonda en el verdadero mundo oculto que todes llevamos dentro, allí donde residen nuestros temores y alegrías originales, cubiertos por las lápidas de la conciencia funcional. Un lugar que nuestros más remotos ancestros visitaban periódicamente para calmar la angustia existencial muchísimos centenares de miles de años antes que la misma humanidad pudiera descubrir las herramientas científicas necesarias para poder explicárselo.

Como si se tratase de un devenir lógico, como si se hubiera pensado a sí misma en un recorrido artístico, después de describirnos las entradas al infierno, Les ahora nos muestra algunas imágenes fugaces de su interior. El suyo, que como el de todes nosotres, es también el de un infierno individual y colectivo.

Les ha puesto un cuidado artesanal en el diseño de página y del objeto libro que no puso para nada en la corrección de sus textos. Y se lo agradecemos. No es de su interés, ni del nuestro, realizar un aporte significativo al idioma literario. Les es una artista gráfica, como profesional del diseño, una de sus fuentes de ingresos, y como artesana de las nuevas y viejas tecnologías de la edición.

Esa es la segunda razón por la que recomiendo acercarse a esta obra. Si usted fantasea como tantos miles de almas que se dieron cuenta de que a pesar de no haber pisado facultades o academias tienen algo para decir en palabras e idealiza a quienes pudieron llegar al libro impreso, les recomiendo fuertemente acercarse a una posibilidad muy concreta de alcanzar su sueño. Les Cuevas Otonelli podría ser su editora.

En eso también es punk. Les demuestra con este libro y los anteriores que se pueden encontrar los caminos para publicar y distribuir sin tener que arrodillarse ante las grandes industrias culturales o subir las escabrosas cumbres del purgatorio de la cultura oficial. Siempre que usted sueñe solamente con publicar y distribuir lo que lleva dentro del alma y le urge compartir con otro ser vivo. No me parece un aporte menor, sino, como ya dijimos, Les señala la posibilidad concreta de salir al mundo de la riquísima cultura que anida en nuestro sufrido pueblo.

Sería muy injusto terminar esta reseña dejando sembrada la posibilidad de una lectura equivocada. No se trata de aplaudir una serie de elementos para hacernos los giles y ocultar un sentimiento de vergüenza por el material literario. Seríamos unos impostores reseñando un libro sin ofrecer una devolución, buena o mala, justa o injusta, sobre lo allí escrito.
Si la vida emocional e íntima que Les desnuda en su obra nos seduce como las trágicas almas sensibles que conocemos, porque nos recuerda cosas de Janis Joplin, Tanguito o ese poeta anarquista del argentinazo que fuera el cantante de Flema, hay que hacerle justicia a sus textos y decir que bien podrían ganarse el derecho de ser tremendas letras de rock. Les encarna el rock como el lunfardo, porque lo aprendió a los golpes de la vida y no porque lo haya estudiado en alguna academia.

Los que más nos conmovieron son los textos surgidos de la contemplación sensible del mar, desde el punto de vista de su niñez y a través del doble o triple velo de la mirada de su hijo y de su nueva mirada como niña que mira a través de su niño o las descripciones ácidas y tiernas de su casa (que son diferentes y la misma). Daos y Capri y Corazón tienen todos los ingredientes de las canciones emblemáticas del rock, de esas que buscan el destino de ser cantadas durante generaciones. El libro contiene varios manifiestos de una desgarradora honestidad que bien podrían explicarle a millones de jóvenes los colores de la angustia que los inunda, en particular Feminismo, Inquietudes, Realismo o Yo soy; y hasta un embrión genial de relato fantástico al mejor estilo cortazariano en Las vueltas de la vida.

Siempre sospecho que todas las reseñas son injustas e incompletas, inacabadas por la falta de sabiduría y oficio del crítico, o simplemente por la falta de tiempo necesario para dedicarle el esfuerzo y sensibilidad equivalentes al que su artista puso en juego.
Pero tengo la certeza absoluta que no hay peor injusticia que quedarse callado cuando se está ante una verdadera obra de arte. Espero sencillamente haber contribuido en algo para que Les siga animándose a contarnos lo que va viendo en este camino que viene recorriendo.