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domingo, 19 de julio de 2015

Macho el que la prueba

¿Qué pasaría si los refranes populares se hicieran realidad?

¿Conoce usted esa típica reflexión que se hace, medio en joda, medio en serio, en las charlas de varones machistas en los descansos del laburo o en el escabio después del picadito, donde arrancó la gastada tradicional de “-che, dejá de mirarle el bulto a Juan, loco... -jejeje... -¿qué, te pusiste celoso, putito?” ?

Si hay algo de camaradería siempre alguno tira “-mirá, para saber si te gusta o no, hay que probarla...”

-“Macho es el que probó y no le gustó” es el cierre obligado y consensuado.

¿Y si un día te diste cuenta que sos un mentiroso? ¿Que te mentís todo el tiempo o te hacés el boludo? Y si un día estás tan sólo, tan en crisis con el amor, las parejas, la edad, el cuerpo y al borde de los 40 se te cae la ficha que una parte de tu infelicidad sexual proviene de haberte reprimido 20 años de fantasear con comerte una pija?

Porque era pecado mortal, ¿te acordás? Vos te creías todo lo que te enseñaban las autoridades establecidas por tus padres, empezando por ellos y siguiendo por el director de la primaria, tus maestras, los sacerdotes, el profe de Teología, los amigos políticos, jueces y policías que hacían negociados con tu viejo, tus amigos de la primaria y secundaria de varones, que ejercitaban la hipocresía católica de nuestros mayores haciendo campeonatos de paja, a ver quién eyaculaba (“escupía”) más lejos y mientras pretendían un juego de machos se miraban las pijas y se auto-erotizaban con la escena de sus amigos del curso dándose placer con la imagen prohibida de nuestra mano en la pija, desnudos y hermosos.

La fantasía, el deseo reprimido del adolescente con el cuerpo de sus compañeros de cursada, era pecado. Pecado. Para ellos el pecado era una sanción concreta, sentían miedo de pasarse la eternidad condenados. Se masturbaban con fotos de revistas porno cuando no existía internet pero en la ducha o en el baño entre las enormes y falsas tetas y las caras de falsos orgasmos y los falsos abrazos y besos del papel impreso, se les colaban los muslos de Cristhian o la espalda fornida de Carlitos, o la bella expresión del hermoso rostro de Santi... y la pija se te ponía más dura cuando pasaba esa imagen más real que la de las fotos, se llenaba de esperma y sangre, como sólo un potrillo adolescente podía y aunque te hicieras el gil sabías que había una conexión entre la imagen de tu compañerito de banco y esa erección, ese placer lacerante y prohibido. Todos los rosarios que rezaste después de tocarte y limpiarte las manos del semen con mucho jabón no sirvieron para borrar el terrible deseo.

Después, ya de grandes, los que no se animaron a enfrentar al dragón y salir del closet, se iban dando cuenta que la fascinación por los videítos de felaciones tenían algo que ver y que en el fondo, muy en el fondo, bien en el fondo de las vísceras lo que los excitaba no era ponerse en el lugar de quien recibía la felatio sino de quien la daba, que lo que los calentaba era la fantasía de comerse una poronga enorme (porque para pijitas ya estaba uno). Y leíste que había estadísticas de millones de varones en todo el mundo, con sus familias heterosexuales y heteronormadas que veían porno gay clandestinamente, y leíste sobre la competencia entre travestis que le ganaban por lejos a las putas en el padrón de clientes, y que los tipos buscan que se lo coja una mina con tetas enormes y una gran poronga. Y pensaste que esta cultura de mierda fabrica mentes enfermas y sexualidades deformadas y que eso explica en parte por qué este mundo es una enorme esfera llena de bosta y malamor.

El amigo que me contó esto que aquí relato es famoso por su profundo y comprometido sentido de la literalidad. Y dice que entró en crisis y que en medio de una crisis de esas de campeonato, que sabés claramente que van a ser una bisagra importante en tu vida, de esas en la que decís voy a aprovechar que estoy al borde de pegarme un corchazo otra vez porque estoy harto del sufrimiento y el fracaso, el mío y el de toda la gente maravillosa que conozco, mejor aprovecho y cumplo todas mis fantasías.

Y se encontró justo, como si el azar fuera un niño de cuatro años con la mentalidad de un duende juguetón, con un hermoso adolescente que adoraba desvirgar putos viejos y después de una charla donde su mejor amigo le tiró el consabido apotegma de “el que no prueba no sabe” se decidió y probó.

-“¿Posta?

-Posta.

-Me estás cachando...

-Para nada...

-Vos te volviste loco... no me cuentes nada

-Sos un reprimido.

-...

-...

-... ¿y cómo fué? ¿Te gustó?

-Fue terrible. Esas dos horas hicieron mucho más por mi salud emocional y mental que los 12 años de psicoterapia. Me encantó chuparla. Era enorme. Yo no sabía que la tenía tan grande y ancha. No tengo idea como hacen los putos para caracterizar el tamaño de una pija con ropa. Una de las peores cosas es que la mía se parecía a un dedo índice rodeado de dedos mucho más grandes o robustos... Es más, toda una parte de la noche fue una sucesión de sensaciones de inferioridad. Cuando me penetró sentí que me habrían al medio, que me desgarraban el cuerpo, el poco placer que sentía fue inundado por una loza de dolor físico. Como cuando te tatuás pero sin ser de esos que disfrutan el dolor. Me sentí dominado, impotente, penetrado, humillado. Lo primero que pensé es si eso sentían las mujeres a las que había penetrado. Me sentí políticamente incorrecto y extremadamente vulnerable. Y de toque pensé que los varones deberían venir con penes intercambiables: una pija finita y mediana para la penetración y una bien grande y jugosa para el sexo oral, de mínima...

-Dejame de joder... vos estás loco... no me cuentes más... no me toqués carajo!!

-Jajajajaja... más allá de la joda, esa pija fue literalmente como un taladro industrial destrozando mis represiones inconscientes más reaccionarias y nefastas. De alguna forma me liberó de mí mismo. Cada vez que me imagino la expresión de todos los forros que pretendieron educarme para que sea un perfecto garca si se enteran que me comí una poronga se me dibuja una sonrisa perfecta en todo el cuerpo.

-Finalmente terminaste probando la pija...

-Pero ahora que probé, te puedo decir que no soy puto. Me dí cuenta que la forma pedorra en que me educaron sexualmente me terminó generando una obsesión fálica, me gustan las pijas para tocarlas, comerlas, lamerlas, beberlas, casi tanto como me gustan las vaginas... (casi tanto, porque como dicen los griegos, nada en el universo se compara al placer de darle placer a una mujer que siente placer...). Pero me di cuenta que no me gustan los varones, nunca me pude enamorar de un varón, no me gusta como piensan, como opinan, como vivencian el mundo, al menos la gran mayoría de los que conozco. Y yo soy de esas personas del orto que no pueden relajarse y coger si no están algo encantadas con la persona que tienen delante. Siempre me pasó lo mismo. Y reconoceme que hay más altas probabilidades de cruzarte con mujeres piolas que con chabones copados. Es el drama de las mujeres heterosexuales...

-O sea que te hiciste mina...

-Claro, pero una mina lesbiana...


[RISAS]

La tragedia de Hades

Si los dioses hubiesen sido imaginados por poetas y no por propietarios de riquezas ajenas y esclavos, seguramente habrían escrito cartas como esta, que se puede encontrar entre las ánforas de cerámica negra ocultas en los fondos del Templo de Hera en Paestum, frente al mar Tirreno, todavía no descubiertos por arqueólogos de ninguna especie, ni descifrados de su extraño idioma original, pero de una excelsa caligrafía.

“La mayoría de los mortales en occidente me conoce con el nombre de Hades, aunque ese no sea ni por lejos mi verdadero nombre. Lo digo así, de entrada, para que no se confunda este texto con esas invenciones propias de ciertos homínidos (de todas las auto definiciones que se ha dado esa especie en su breve historia es la que me parece más justa) que llaman “literatura” en la que pretenden hablar en nombre de los Eternos.

Me veo obligado a escribir estas líneas en el idioma limitado de los homínidos porque considero es la única vía para detener una serie de infamias que se dicen sobre mí. Ciertos seres llamados “filósofos” y también “griegos” por sus contemporáneos y sobrevivientes han esparcido el veneno sobre mi relación con Perséfone, una de las tantas hijas producto de las sistemáticas violaciones sexuales del psicópata de mi hermano, llamado Zeus por vosotros. Esta interpretación maligna pretende enemistarme con mi cuñada, a quien llaman Hera, que ahora es también mi suegra cada media revolución solar terrenal, y poseedora de una furia inalcanzable cuando se trata de su hija. 

Paradójicamente su especie toma al depredador sexual de mi hermano menor como representación de las virtudes más puras mientras que a mí se me estigmatiza con las porquerías más deleznables que la imaginación humana puede representarse (que no son más que sus propias fantasías morbosas). Formo parte contra mi voluntad de una larga estirpe de seres despreciables como el Diábolo, Lucifer, Belzebú y demás delirios perversos.

Pero la infamia más injusta y perversa de todas es la que se refiere al único amor profundo y verdadero que tuve la dicha de experimentar. Paradójicamente ese sólo evento de mi eterna biografía me define como una divinidad moralmente superior no sólo al llamado Zeus sino a infidad de divinidades en todo el universo.

Lo digo pronto: nunca rapté a Perséfone, aunque haya estado mil veces tentado a usar mi imaginación infinita y mis múltiples poderes para subyugarla, nunca lo hice. Es cierto que desde el momento en que la ví quedé completamente perdido por la fantasía de ser parte de ella y de que ella formase parte de mí mismo. Y así se lo dije, sin amagues ni falsas cortesías. Ella, en su increíble gentileza y madurez, me permitió muchas tardes de largas caminatas charlando para poder conocerme mejor. Ustedes, en su limitada capacidad de observación, todavía y cada tanto crían especímenes con una sensibilidad especial, a los que por lo general consideran anormales, que son capaces de intuirnos a Perséfone y a mí en esas tardes típicas de junio en el sur, o de setiembre en el norte, frías pero plenas de sol y belleza, en las que sólo las parejas enamoradas se sienten felices plenamente.

Es que ustedes ya han olvidado que antes de bautizarme como señor, dueño de los Infiernos y representación absoluta del Mal, yo fui el invierno mismo, la obscuridad, el resúmen de todo lo desconocido, el Misterio primero y último y perfecto, espacio concreto donde habitan aquellos que han abandonado el mundo mortal, símbolo de la Muerte. Demás está decir que sólo mentes tan estrechas pueden pretender que una divinidad eterna puede tener una sexualidad genital para llamarla El o Ella ni mucho menos pretender el enorme disparate de que alguien o algo en este universo puede ser “dueño” de otra parte del mismo. La posesión es una fantasía que sólo crece y se reproduce en las más enfermas de las mentes humanas, aquellas cuya obsesión es la riqueza.

Pero al menos durante los primeros tres millones de años vuestra especie no tuvo la enfermedad de la propiedad, que ahora desarrolla como un cáncer o un virus, haciendo metástasis permanentemente y pudriendo a casi toda la especie y destruyendo la vida, la armonía y la alegría allí donde la encuentra, desde las selvas hasta el fondo del mismo planeta.

En esas épocas que atestigué y que recuerdo con una precisión y detalle que vosotros ni siquiera podéis imaginar, los homínidos no temían a la muerte ni a lo desconocido, y si les temían les enfrentaban igual y aprendían a convivir con ellos.

Después de muchas tardes iguales, la bella perfección de Perséfone descubrió un interior de maravillosa sensibilidad, fortaleza de ánimo y autonomía pero también de el más emocionante capacidad de amar, de entregarse plenamente. Y se enamoró de mí o al menos de las mejores partes que me componen. Su decisión de descender –entremezclarse conmigo en realidad- fue conciente y soberana. Nadie la raptó. Perséfone considera hasta hoy un insulto a su inteligencia la menor sospecha de que haya sido conducida al Invierno contra su voluntad.

Mi tragedia consiste en que Perséfone extraña profundamente su mundo lleno de vida y explosión de luz y colores. Necesita volver a él para seguir viva y por eso hemos acordado que cada tanto tiempo es necesario que nos separemos y que cada uno cumpla el destino para el que fue creado, aún a pesar del profundo dolor que nos impregna cuando nos toca obedecer.

Sólo me consuela la idea de poder participar de su alegría cuando no está dentro mío, cuando es ella, porque en última instancia, yo me enamoré de ella en su mundo lleno de vida. Porque sólo a seres muy limitados se les pude ocurrir una seperación tajante de dos amantes o de dos estados tan claramente constitutivos de la vida misma.

Perséfone es la mujer ideal, tiene todo lo que amé de cada una de las mujeres anteriores pero,
además,
me ama.”

Y es que Perséfone y Hades bailan una danza eterna, de la que sólo son dos caras diferentes del mismo movimiento. Porque la vida, se sabe, como en una zamba norteña, es ese constante devenir de alegrías y tristezas entreveradas en un combate seductor, lúdico, erótico y bello que parece una danza, o la eterna suceción de las estaciones.

Sin invierno

la primavera

no podría ser soñada

y la vida

sin muerte

no existe


aún.

viernes, 17 de julio de 2015

El “debate Miserere”, una opinión

La nota de Cecilia Díaz en Prensa Obrera 1372 es lo mejor que se ha dicho hasta ahora para intentar explicar el fenómeno Plaza Miserere. En parte porque recoge el punto de vista de la agrupación sobre su lugar en el mundo del arte y la política.


Sin embargo aún se puede decir algo más. Coincido con el Borga en que la clave del éxito y la repercusión de Miserere está en su intención de provocar una revolución estético-formal. Desde Mario el Paritario hasta la Estrella de la Muerte pejotista y Bjork cantándole a Altamira, sus obras más aplaudidas son aquellas que retuercen todos los recursos técnicos y estéticos a disposición –y particularmente aquellos que provienen de la cultura del cómic, los viedojuegos y la movida tecnológica- para generar una estética tan vanguardista que incluso es una provocación.

Altamira bailando rap vestido de John Travolta es una provocación: contra los moldes clásicos de la propaganda política, contra los cánones estéticos más elementales, incluso contra las estructuras estéticas aceptadas como “normales” por el propio partido en el que los miembros de Miserere militan.

En este punto son herederos de la mejor tradición leninista, la de promover y defender una absoluta libertad de creación en el terreno estético-formal.

También acierta la nota en subrayar la explicación sociológica del fenómeno, ya que se trata de un colectivo de artistas provenientes de la pequeño burguesía que fueron atraídos y formados parcialmente por un partido político de la clase obrera revolucionaria. Su lugar en la economía, el de jóvenes con la vida material resuelta pero que no dependen de la explotación del proletariado para sobrevivir, les otorga un desapego de las clases poderosas que le permiten, no sólo acercarse al enemigo de clase, además los “libera” de la obligación de sostener determinadas formas estéticas dominantes.

La importancia de Miserere no debería agotarse en la anécdota de su influencia en la campaña electoral 2015, que ha sido un aporte importante para un Partido Obrero que sufre una fuerte censura en los medios de comunicación masiva. Lo importante de Miserere es que reabre un debate en el seno de la vanguardia revolucionaria: qué debe hacer un artista revolucionario.

Y en ese debate me anoto para señalar un par de cuestiones.

En primera decir que la ruptura estético-formal es importante pero no liquida el problema. El vanguardismo no es revolucionario en sí mismo ya que lo importante es el fondo y no la forma, en un sentido dialéctico, ya que la forma adecuada para un sentido es lo que termina de soldar la potencia estético-política de la obra de arte. Quiero decir, el spot de la Estrella de la Muerte pejotista ha generado una repercusión importante en gran parte por su osadía formal, sin embargo su planteo político es limitado, ya que identifica al peronismo como un Mal Absoluto, haciendo posible una lectura que contradice la intención de Miserere: el PJ del pacto Scioli-Zannini es fuerte y aparentemente invencible, cuando precisamente se trata de una de las movidas tácticas más desesperadas del régimen en los últimos 20 años. Se puede contra-argumentar, con justa razón, que en la saga de Star Wars la Resistencia, los Jedis, etc. aparecen precisamente para destruir esa fuerza aparentemente indestructible, sin embargo esto coloca al Frente de Izquierda como el depositario de la esperanza de quienes sufren al Mal para ser liberados, una idea mesiánica de la lucha política que no comparten ni Miserere ni el Partido Obrero, pero que es típica de la pequeño burguesía desmoralizada.
Lo que señalo no es nuevo, es la opinión compartida por Trotsky y Brecht –y también por Gramsci- en sus debates sobre el modernismo ruso e italiano y tranquilamente pueden arrojar luz sobre el “debate Miserere”.

Finalmente, el otro aspecto de mi crítica pasa por el gran límite del vanguardismo estético. Miserere sólo dialoga, como todo artista, con aquél “publico” que puede comprender el lenguaje en que “hablan”. El alcance de Miserere no pasa de un reducido sector de la pequeño burguesía y los sectores obreros con condiciones materiales de existencia similares. Su canal de difusión son las redes sociales. Nadie puede despreciar el rol de estos canales y su público, buena parte de la vanguardia de lucha de todas las organizaciones juveniles, sindicales y políticas del país y del mundo abrevan allí. Pero Miserere no dialoga con las masas. Desconozco si los compañeros se han planteado como meta el diálogo con las masas, pero por lo menos entiendo que éste debería ser el objetivo central de todo programa revolucionario en el campo artístico.

Y el territorio donde los artistas dialogan con las masas y participan en el moldeado de su conciencia pertenece a la burguesía, que controla eso que para bien o para mal se conoce como “industrias culturales”. Desde la tele y el cine hasta la industria musical pasando por la edición de tiradas masivas de libros, las industrias culturales controlan los mensajes estético-políticos que operan en la conciencia y forjan la cultura popular. Hasta que no avancemos en es terreno, disputando y ganando para las ideas socialistas y sus artistas ese lugar, entre nosotros y las grandes masas habrá siempre un abismo imposible de salvar presentando libros en los locales o tirando magia por las redes.

Mirtha Legrand y Marcelo Tinelli, le guste a quien le guste, son los intelectuales que forjan la cultura popular argentina, no Miserere, mal que nos pese. Y por más geniales que sean nuestras creaciones, si no conquistamos ese territorio con una política sistemática nunca moveremos el amperímetro. Caeríamos en una posición incómoda desde todo ángulo, como artistas nos conformaríamos en seguir aportando magia para conseguir un laburo en el “campo profesional”, produciendo y creando contenidos opuestos a lo que pensamos mientras intentamos crear cosas revolucionarias cada tanto, dejando para la toma del poder la oportunidad de volcar toda nuestra creatividad desde nuevos ministerios de cultura. Lo que pasó con el grupo Bogdanov en Rusia, que derivó en el debate sobre el Proletkult, que en última instancia derivó en la creación burocrática del Realismo Socialista en los años 40 por el estalinismo.

Y finalmente, si no tomamos el problema de dialogar con las masas, nunca pondremos en cuestión nuestra disruptividad estético-formal. Lo revolucionario de la exploración estética no radica en provocar al statu quo artístico y político. Lo revolucionario en arte es encontrar la forma exacta para transmitir un mensaje a la mayor cantidad de gente posible. Revolucionario fue, por ejemplo, el trabajo de los cineastas del argentinazo vinculados al Frente de Izquierda y sus actores y actrices, que forjaron los spots “realistas” del FIT en el 2013 y que hicieron un contacto espectacular con las masas, y que ganaron votos y simpatías a lo pavote. Una forma estética tan vieja como Balzac utilizada para transmitir el mensaje revolucionario del FIT a las amplias masas que estaban rompiendo con el kirchnerismo para lograr un resultado concreto: plasmar en los resultados electorales el crecimiento de la izquierda en la última etapa.

La libertad en la creatividad formal no implica la defensa o búsqueda permanente de un lenguaje “nuevo” o “provocador”, sino en la efectividad de ese lenguaje para lograr los objetivos propuestos. Eso es lo realmente revolucionario. Por eso Brecht, con mucha experiencia artística y vanguardista en el lomo, debatiendo sobre expresionismo y realismo con Lúkacs y las vanguardias estéticas de su momento llegaba a una conclusión genial: el artista revolucionario debe estudiar el marxismo en su teoría y práctica, es decir, debe militar organizado con la vanguardia política para comprender cómo funciona la realidad y cuáles son las salidas que se le presentan a las masas. Una vez que el artista revolucionario, a través de su intervención práctica y organizada en la lucha de clases a incorporado el programa más avanzado de su clase, debe explorar todas las formas  técnicas estéticas a su alcance para encontrar aquélla que mejor difunda sus ideas entre los sectores más amplios de la población.


Los compañeros y compañeras que hacen Plaza Miserere -como las mejores expresiones de la cultura revolucionaria de nuestra generación Las Manos de Fillipi, Morena Cantero Jrs., el Ojo Obrero- están absolutamente preparados para cumplir la utopía brechtiana: son militantes revolucionarios y artistas verdaderos. 
Por eso, y por el crecimiento de las ideas socialistas entre las masas y la profunda crisis del régimen burgués, es que tenemos esperanzas.

Mis héroes

[19 de octubre de 2012]

Cuando era chico quería ser como los superhéroes de las historietas y los dibujitos de la mañana. Siempre preferí al Hombre Araña o a Batman porque eran más humanos que Súperman, un extraterrestre. Si yo quería convertirme en un superhéroe iba a ser más factible que me pique un bicho nuclear o juntar la guita como Bruno Díaz. Pero por más gurí que fuera en esos ingenuos años 80 ya sabía que nunca iba a ser un extraterrestre superpoderoso o el hijo de Poseidón, como Aquamán.
De grande aprendí que los individuos no cambian la realidad, no la mejoran ni la empeoran. Que la realidad la construyen millones de seres humanos de forma colectiva en procesos que duran un poco más de los 30 minutos de tele que dura un capítulo. 
Pero también aprendí que esos procesos históricos se nutren de las decisiones y acciones cotidianas de esos millones de individuos. Y en momentos muy puntuales, ciertos individuos reúnen en sí mismos condiciones que sintetizan los valores, las ideas, los intereses, la fuerza de millones como él. Son individuos que encarnan a sus semejantes, que los representan, los conducen.

Héroes para los suyos. Que no son nada sin los suyos. Pero que son todo para los suyos.

Cuando andaba por los veinte tuve –tengo y tendré- el orgullo de ser parte de esa hermosa generación de jóvenes que participamos en el Argentinazo. La juventud obrera y de la clase media empobrecida –como yo- que tumbamos un presidente y le pusimos un freno a treinta años de un régimen de ataques directos y abiertos contra el pueblo, desde Isabelita hasta Carlos Saúl.
Viniendo de una familia de campesinos que se hicieron obreros a la fuerza en la emigración y que “subieron” de clase transformándose en pequeños patrones las actitudes de la clase obrera en lucha que aprendí en mi juventud me sacudieron la vida para siempre. 

Con los años abandoné la clase media porteña y decidido me hice obrero, en la cabeza, en mi conciencia política y en mi vida material.

Y aprendí finalmente cómo son los superhéroes de carne y hueso. Algo que sólo quien haya militado puede saber, es que los compañeros que integran el cordón de seguridad en una movilización están para cumplir funciones de protección de la columna y no de agresión o choque sobre nadie. 

Cuando fue lo de Puente Pueyrredón me acuerdo del sorete de Hadad mostrando los palos que tenían Darío y Maxi en Avellaneda intentando demostrar esa enorme mentira mediática (compartida por Clarín y 6, 7, 8) de que los “piqueteros” son violentos porque andan con palos. “¿Si no sos violento para qué llevás palos a una marcha?” razonan hace 20 años con la ingenuidad de Goebbels.
Y a mí me enseñaron que el compañero o compañera que ocupa un lugar en el cordón lleva un palo para, en caso de que hubiese una represión, la fuerza enemiga -policías, gendarmería, prefectura o patota-, se concentrara en fajar a los compañeros y compañeras “armados/as” de palos dándole tiempo al interior de la columna para replegarse, correr, salvar su integridad.

No estuve en Barracas en octubre del 2010 pero por lo que he escuchado y leído sé que viví cosas parecidas. En abril de 2003, mientras Néstor Kirchner asumía el mando del país hablando y macaneando con las consignas históricas del pueblo argentino, su primer aliado en la Ciudad, Aníbal Ibarra, daba un mensaje a ese mismo pueblo, y nos metía una feroz represión a los más de 5.000 manifestantes que fuimos a defender la ocupación de las y los obreros/as de la fábrica textil Brukman en Balvanera.

Yo estaba con un conjunto de compañeros dentro de la columna del Partido Obrero y el Polo Obrero a pesar de la vieja hostilidad de la organización en la que militaba en ese momento siempre tuvo contra el PO. Recuerdo como si fuera hoy el momento en que se abre la valla y miles de policías salen como los toros en los encierros vascos: motos, camiones hidrantes y un helicóptero se lanzaron a los tiros contra miles de jóvenes, viejos/as, niños/as movilizados pacíficamente. 

Con mi grupo corrimos. Creo que le gané a Usain Bolt porque en pocos segundos estábamos a una cuadra, cruzando Independencia por Jujuy ya del lado de Constitución. Me agarró un remordimiento por la corrida y me frené, me dí la vuelta con enorme cagazo para verle la cara al monstruo, al enemigo armado, a la muerte posible. Pero no ví eso.

Contemplé eso que se llama heroísmo. Sin trajes de colores ni capas, sin nombres raros, en el centro del asfalto de Jujuy e Independencia, un grupo de menos de cien compañeros del Polo y del PO, munidos de sus chalecos y brazaletes que los identificaban como cordón de seguridad, y de sus palos de madera de escoba de medio metro, concentraban en sí los golpes, balazos y gases de las primeras columnas de motos, camiones y el helicóptero que estaba sobre sus cabezas. No lo podía creer. Todavía hoy la imagen me hace saltar los pelos de la piel y las lágrimas. Tenía ganas de gritarles algo que significara al mismo tiempo mi agradecimiento y que les diera algo más para aguantar. Tuve ganas de correr a compartir esa lucha y dar una mano. Pero acaté órdenes de retirada como pude, alguien me agarró y me sacó de mi encantamiento.

No conozco los nombres de esos compañeros, aunque pondría las manos en el fuego de que conozco a algunos de ellos de luchas posteriores. Me juego  la ropa a que “Chiquito” Ruiz Díaz, de Moreno, fallecido el año pasado, estaba ahí. Si no, da lo mismo, porque estuvo en miles de esas. Si ese día, o cualquier otro, alguien hubiese disparado balas de plomo, los primeros asesinados hubieran salido de las filas del cordón, ponele la firma.

¿Qué hay que tener en la cabeza para ocupar ese lugar en la lucha? ¿Instinto suicida como dicen los chacales y las ratas del gobierno que tiran mugre sobre nuestros muertos? Para nada. Hay que tener una claridad política enorme, el convencimiento de la necesidad de esa lucha particular, que te hace levantarte y tomarte los miles de bondis y trenes que te llevan a la marcha con el estómago lleno de mate y porquerías de grasa de lo que los obreros de este país llamamos con mucha audacia “desayuno”,   y ponerse al lomo la responsabilidad del pie firme, la cara en alto, y la orden de no retroceder para que otros y otras retrocedan. El sacrificio necesario para preservar a los luchadores y luchadoras que están contigo, que luchan con vos. No el sacrificio inútil ni romántico de buscar la muerte para definirse y la pavada. El sacrificio útil, consciente, necesario, voluntario.

Yo llamo a eso heroísmo. Por eso me viene todo el tiempo la imagen de Mariano Ferreyra esa mañana del jueves 20 de octubre del 2012, tenso pero cagándose de risa, seguro bardeando a la patota por la forma estúpida en que corrían, seguro levantando la moral de algún compañero/a con cagazo más evidente, y su disposición a ocupar el lugar que le correspondía en el cordón. Mariano era parte de los responsables políticos que propusieron a sus compañeros, a sus dirigidos, la participación en el corte. Mariano seguramente aportó los argumentos que convencieron a sus compañeros/as para asistir ese día a esa cita. Y cuando hubo que aguantar las consecuencias de la decisión voluntaria, cuando hubo que plantar las piernas flacas y mirar de cara al enemigo, al monstruo, no dudó.
Y el hijo de re mil putas que decidió dónde disparar las balas, donde vomitar su muerte para causar más daño eligió bien. No tiró a cualquier lado. Apuntó a los héroes, apuntó al cordón de seguridad. Y acertó con uno de los más imprescindibles.

No me quiero mentir. Así como sé que las balas no rebotan en los cuerpos de los verdaderos superhéroes, también sé que cuando se van, se van. Mariano no está. Hay un hueco en la columna, falta alguien importante en el cordón. Una familia fue amputada. Una familia más grande, de miles de camaradas que militan o militamos en el Partido Obrero también fue amputada.

Pero algo pasó. Sentir que la gran mayoría de los 40 millones que habitamos este país sintieron la muerte de Mariano como propia, presenciar las movilizaciones masivas en todo el país reclamando justicia, ver su rostro firme, desafiante, sereno y lleno de vida en los muros cuando voy a laburar, cuando hago un trámite, cuando marcho y movilizo. Sentir su enorme fuerza concretarse en la cárcel de sus asesinos, sentir esa fuerza obligando al juicio, sentir esa fuerza rescatando a los testigos de las garras de sus asesinos…. Me hacen sentir que algo de cierto hay en eso que decía el poeta sobre el Che Guevara, 
“hay gente que muere para volver a nacer”
 y si no, que le pregunten a Mariano, un héroe de la clase obrera y del pueblo.


miércoles, 1 de julio de 2015

Admirarla

“cada quien se desnuda según su piel”

Inscripción anónima grabada en el adobe de los muros del calabozo del Eanna,
templo dedicado a Innana en Uruk, Súmer, 3.500 a.C.



A glimpse through an interstice caught,
Of a crowd of workmen and drivers in a bar-room around the stove late of a winter night, and I unremark’d seated in a corner,
Of a youth who loves me and whom I love, silently approaching and seating himself near, that he may hold me by the hand,
A long while amid the noises of coming and going, of drinking and oath and smutty jest,
There we two, content, happy in being together, speaking little, perhaps not a word.

A Glimpse

 Walt Withman, 

Leaves of Grass, 1855




Sólo un hombro. Ni siquiera un hombro perfecto. Un hombro redondo, en punta, en tensión, sobre un fondo oscuro, profundo. Un golpe de luz, lechoso, casi blanco, rebotando en la punta redondeada del hombro. Un hombro fino, fibroso, fuerte, pero suave. Si se fija la mirada el tiempo suficiente se observa una fina, imperceptible capa, como un reflejo aterciopelado, que marcaba el tono justo del tacto, si el tacto fuese posible, si no estuviese prohibido tocar el hombro.

Un hombro intocable. Vértice, fin del universo conocido, puente al abismo, a la perdición. Las líneas del perfil de los trapecios y la clavícula, finas líneas subían y de ellas emergía el poderoso cuello en bisectriz de escorzo. Una forma romboide arman los trapecios y clavículas con la piel para sostener un cuello particular, extenso, esbelto, torneado por el ebanista más experto. El cuello levemente inclinado hacia el costado opuesto al golpe de luz del hombro. Pero levemente, si no se lo contara, no se notaría nunca que el cuello está inclinado.

Mandíbula es una palabra criminal para describir ese pequeño triangulo sin imperfecciones que sostenía el juego imaginario de la cabeza. Nos remite a un animal, a un hueso y sus funciones. Esto es más bien un mentón, bello, sutil, casi como una imitación del hombro, también con su golpe de luz ubicado justo para provocar ese corte abrupto de profundidad en el cuello. Un tronco también, porque toda la imagen es de una poderosa solidez. Cada curva, cada resplandor etéreo se sostiene, no en músculos prominentes y evidentes, sino en el conjunto de líneas, luces y sombras, una arquitectura que se nos muestra indestructible. 

Todavía puedo decir que bajo esa estructura se desplegaba el pecho. No pude vislumbrar la redondez de sus seguramente turgentes frutos ni puedo saber si son ciertas las leyendas milenarias que hablan de la perfección geométrica de sus areolas de líneas centrípetas y sus erguidos pezones. Pero bajo esa columna perfectamente tallada de piel aterciopelada que sostenía la cabeza, se abría un enorme campo, un valle majestuoso de trigales salvajes y silvestres meciéndose bajo la caricia de la brisa marina, al mismo tiempo una ría, un fiordo, la entrada violenta de la mar penetrando la tierra fértil. Valle y ría al mismo tiempo, extensión que confirmaba las sospechas de sus generosos pechos. Qué otra cosa podría nutrirse en tan profundo valle.

¿Pero qué sostienen ese cuello, ese trapecio y esas clavículas que fugan hacia el hombro? Del mentón dos líneas rectas construyen un triángulo agudo invertido, la frente y los laterales coronados, sí, coronados, con rulos cortos, que serían rojizos si la penumbra nos dejara ver su color natural. Rulos que no han crecido hasta caerse, desplegarse en cascada, no, rulos cortos, volutas en realidad, firmes, rozagantes, turgentes de vigor, de fuerza, de juventud. Una frente recta, plana, angosta, que no retiene en su fina curva craneal la luz que deberá posarse en los ojos protagonistas, bajo unas pobladas cejas, otra vez, como en el pelo, pobladas de finos y pequeños cabellos llenos de vitalidad, pero no sobrepoblando la frente ni los arcos. Justas pero robustas.

Y todo esto es sólo el marco no de un rostro, los seres humanos tenemos rostros, tener rostro es tan común como portar un carnet. Aquí no hay rostro, aquí hay una mirada azul, turquesa, hasta cierto punto una convención, un acuerdo entre usted y yo, pero no un color, no es parte de una paleta, no puede ser reproducido en una paleta, no existe artista genial capaz de hallar después de miles de intentos el exacto matiz de ese azul lechoso pero brillante y al mismo tiempo profundo. No hay poeta que pueda enhebrar las palabras exactas, las imágenes ni las comparaciones para contar, narrar, transmitir, recrear, describir ni de cerca esa mirada. Esa mirada está allí como resultado de miles de millones de años de invisibles divinidades ingobernables jugando con las proteínas y los elementos químicos. No tiene principio, no tiene fin.

Sólo una cosa es clara: ella no mira. No observa. Ha sido captada en un gesto único, probablemente un gesto que no podrá repetir, ni intentar o practicar. Mira sin ver hacia el vacío, no hay ningún sentimiento humano ni animal en esa mirada. No podemos descifrar qué piensa, qué mecanismos trabajan en sus neuronas tras esos ojos, bajo esa frente, camuflados bajo la espesa selva de esos rulos cortos.

Y sin embargo aún no he dicho todo. Montada sobre el triángulo imaginario –y juro por lo más sagrado que no se trata de una ilusión- de las líneas de ambos trapecios haciendo base con las clavículas, por sobre el perfecto mentón y bajo una nariz corta y recta, fina, angosta y correcta, un par de labios encarnados, voluptuosos, decorados con el color de la sangre, verdadero color de los músculos bajo la piel, erupción volcánica de la carne que sostiene su cuerpo todo, fruto maduro, sabroso, dulce, invitación carnal y puerta de bienvenida del placer. Sus labios encarnados son el otro polo de tensión donde todo el conjunto encuentra un equilibrio. 

Del hombro a los labios. Ejércitos enteros de hombres y mujeres hambrientos de belleza y armonía han sucumbido sin llegar siquiera a rozar la posibilidad de contemplar ese camino del hombro a los labios, del carmín al golpe perfecto de luz. Otros tantos han muerto de caminarlo con la mirada y menos han dejado, gozosos, su último aliento en los pliegues sedosos de ese recorrido.

Quizás se trate del único mortal que ha podido verla, admirarla. Mi mente, conocedora, entrenada, educada en el estudio mnemotécnico y detallado de cada descripción que he podido rastrear en estas décadas de fatigoso estudio, cada detalle narrado, recordado por seres inexpertos, de esos y esas que caían fascinados por sus muslos largos, sus caderas anchas y sus bellos, enormes y turgentes pechos. Quienes incluso han podido mostrarse con ella como un trofeo sagrado me han ofrecido sólo descripciones lascivas, genitales, espérmicas. No me importó nada. Recopilé cada dato, lo ubiqué en un lugar exacto de mi cerebro, con su correspondiente etiqueta, destilando en la ficha qué partes del recuerdo o relato seguramente se correspondían con la catadura del ser que lo había narrado y cuáles eran aquéllas partes que sólo podían pertenecerle a ella.

Sólo pude verla durante una fracción de segundo. Quizás menos. ¿Cuánto calculan los sabios matemáticos que tarda el reflejo de una luz blanquecina en el contraste de un cuarto oscuro en atravesar los intersticios de una reja insolente de hierro forjado y llegar a imprimir una imagen en el cerebro, qué digo una imagen, dichoso sería en ese caso, un breve atisbo de luces y sobras mezclados y organizados en la información molecular de la electricidad neuronal.

Ése fue el tiempo que pude admirar a la diosa. Después de toda una vida de viajes, batallas, enfermedades y riesgos he llegado hasta aquí para admirarla en directo, para corroborar con mis propios sentidos toda aquella información que había compilado. Sería erróneo decir que ninguna de las descripciones eran imperfectas. Claro que ninguna de ellas había podido transmitirme ni de cerca el cúmulo infinito de sensaciones que cada uno de mis sentidos vitales recepecionó en ese breve y diminuto instante. Pero de alguna forma cada una de las historias que me habían sido confiadas –voluntariamente unas, escuchadas sin permiso otras, directamente robadas las más interesantes- conformaba una molécula de la imagen que pude admirar finalmente.

He tenido una vida longeva, he sabido ser padre de varios hijos e hijas que pueblan el mundo arrastrando partes de mí mismo, he sufrido los peores trabajos y pude disfrutar también alegrías y tristezas que podrían satisfacer al más exigente y mendicante de los seres humanos de mi tiempo. Pero sin ningún tipo de duda ha sido la admiración de la belleza perfecta, del sagrado sentido de la belleza perfecta y sublime la única cosa que pudo llenar la copa insaciable de mi dicha, de mi vida. Hasta ese momento no hube respirado, mis músculos no supieron conocer la verdadera dicha de la emoción de la sangre, la adrenalina, la tetosterona, nada. Puedo decir sin jactancia alguna que viví sólo cuando la contemplé.

Todo lo anterior y lo que ya viene no importan, han perdido todo valor para mí. Si mis carceleros no tuviesen que cumplir con sus obligaciones y darme muerte después de una lenta agonía yo mismo acabaría con mi existencia. No tiene ningún sentido seguir respirando y metabolizando como el resto de los mortales después de admirarla. La vida cobraría un vacío tan insoportable, las impresiones visuales de la visión directa de la diosa me atormentarían como pesadillas o aún peor, como una permanente y cotidiana nostalgia imposible de erradicar o satisfacer. Todo mi camino sería mucho más tortuoso que el próximo vaciado de mis cuencas oculares con plomo hirviendo, la ablación de mi pene y los testículos con cucharas soperas afiladas y el final programado de la extracción de mi corazón todavía bombeante para que pueda ver su empalamiento antes de abandonar este mundo para siempre.

Por el contrario, debo agradecer a las herméticas y milenarias leyes de este rincón alejado del universo que prohíben la contemplación directa de la diosa por los impuros. No lo hacen basados en un sentido humano de crueldad, ya que el ritual de mi tortura, que puede durar días o semanas, dependiendo de la resistencia física que vaya demostrando, será íntimo, y no en una plaza pública como suelen hacer los gobernantes para dar brutal ejemplo al vulgo todo. Se tratará de casi un ritual íntimo, como una danza o una misa, ya que estos seres están absolutamente convencidos de que la diosa puede perder partículas de su belleza perfecta si ésta es recepcionada y acumulada por otro ser mortal, no preparado específicamente como los sacerdotes para no admirar a la divindad.

Los comprendo. Quienes han decidido poner su vida al servicio de la diosa deben hacer el sacrificio más increíble, negarse a absorber su belleza en sus miserables cuerpos a través de sus mundanos sentidos. Yo mismo hubiese sido un excelente sacerdote. He dado muestras en carne propia de mi interminable capacidad de sacrificio, entrega y templanza de carácter. Así fue que me inmiscuí en la orden y hasta en algún momento llegué a sopesar la posibilidad de convertirme en uno de ellos y ellas. Pero no pude. Necesité verla.

Perdón, no verla. Ver, mirar... se "miran" pasar las caras en la cola del mercado. Yo decidí admirarla, abrir mis sentidos para absorber su belleza en cada destello, en cada micronésimo miligramo de polvo. El último año me entrené con los monjes y sacerdotisas exactamente a la inversa, logrando un perfecto dominio de mis sentidos para poder, al contrario de mis condiscípulos, enfocarme en admirarla en el instante que me fuese concedido. Admirarla es algo más que simplemente registrar su imagen en mi cerebro, necesita un trabajo, un entrenamiento, una adaptación emocional. Admirarla es también, absorberla, alimentarme de ella, adorarla y sentir placer haciéndolo.

Comparto pues con ellos y ellas la necesidad de ser purgado. Tal perfección de belleza no puede ni debe ser expropiada por mí, ni por nadie. Qué es el amor sino el intento de apropiarse de una parte del objeto deseado y amado. Amar es ser egoísta. No existe tal cosa como el amor desinteresado, altruista. El amor es una pasión ubicada en vísceras concretas, el hambre de amar comparte el mismo interés del hambre de alimento. Los amantes “civilizados” pretenden contener, encauzar, encubrir ese deseo egoísta pero sólo logran fundar una nueva faceta, el amor hipócrita.

Comprendo ahora que esto tampoco puede ser amor ya que el sentimiento sólo fluye de un lado hacia otro: probablemente ella nunca sepa que la he admirado, ni en qué forma, ni el destino que me he forjado por decidir hacerlo. Por eso no llegué hasta aquí buscando amar o ser amado, la experiencia me ha enseñado que no existe el amor. Todavía no hemos construido a los seres vivos capaces de amar. Por eso invertí mi vida entera en la persecución de la belleza.

Yo he sabido luchar y conquistar mi deseo más profundo, admirar la belleza más perfecta encarnada en una mujer. Me he alimentado brevemente de esa belleza, hasta donde el destino me lo permitió. No soy digno de portar las formas concretas de esa visión en mi ser. 
Tampoco deseo seguir arrastrando este ser indigno por el mundo después de ello. Por otro lado, cómo hacerlo. Qué mujer podría ser capaz de saciarme después de haber entrevisto la belleza perfecta. Quién podría despertar mi deseo. De alguna forma, en el mismo momento en que la admiré, me completé y perecí, todo aquél conjunto de materia y conciencia que sostiene un tenso equilibrio al que podemos considerar, con mucho respeto, la "vida", se ha roto, se ha desconectado y a comenzado su proceso de entropía, de putrefacción, comenzando por un vacío absoluto en la capacidad de desear.

Lo que resta, la tortura física, y la muerte, son sólo una formalidad, trámite burocrático que no conviene aplazar con razones mundanas. 

-Verdugo, cumple con tus funciones, terminemos juntos este hermoso viaje.