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viernes, 17 de julio de 2015

Mis héroes

[19 de octubre de 2012]

Cuando era chico quería ser como los superhéroes de las historietas y los dibujitos de la mañana. Siempre preferí al Hombre Araña o a Batman porque eran más humanos que Súperman, un extraterrestre. Si yo quería convertirme en un superhéroe iba a ser más factible que me pique un bicho nuclear o juntar la guita como Bruno Díaz. Pero por más gurí que fuera en esos ingenuos años 80 ya sabía que nunca iba a ser un extraterrestre superpoderoso o el hijo de Poseidón, como Aquamán.
De grande aprendí que los individuos no cambian la realidad, no la mejoran ni la empeoran. Que la realidad la construyen millones de seres humanos de forma colectiva en procesos que duran un poco más de los 30 minutos de tele que dura un capítulo. 
Pero también aprendí que esos procesos históricos se nutren de las decisiones y acciones cotidianas de esos millones de individuos. Y en momentos muy puntuales, ciertos individuos reúnen en sí mismos condiciones que sintetizan los valores, las ideas, los intereses, la fuerza de millones como él. Son individuos que encarnan a sus semejantes, que los representan, los conducen.

Héroes para los suyos. Que no son nada sin los suyos. Pero que son todo para los suyos.

Cuando andaba por los veinte tuve –tengo y tendré- el orgullo de ser parte de esa hermosa generación de jóvenes que participamos en el Argentinazo. La juventud obrera y de la clase media empobrecida –como yo- que tumbamos un presidente y le pusimos un freno a treinta años de un régimen de ataques directos y abiertos contra el pueblo, desde Isabelita hasta Carlos Saúl.
Viniendo de una familia de campesinos que se hicieron obreros a la fuerza en la emigración y que “subieron” de clase transformándose en pequeños patrones las actitudes de la clase obrera en lucha que aprendí en mi juventud me sacudieron la vida para siempre. 

Con los años abandoné la clase media porteña y decidido me hice obrero, en la cabeza, en mi conciencia política y en mi vida material.

Y aprendí finalmente cómo son los superhéroes de carne y hueso. Algo que sólo quien haya militado puede saber, es que los compañeros que integran el cordón de seguridad en una movilización están para cumplir funciones de protección de la columna y no de agresión o choque sobre nadie. 

Cuando fue lo de Puente Pueyrredón me acuerdo del sorete de Hadad mostrando los palos que tenían Darío y Maxi en Avellaneda intentando demostrar esa enorme mentira mediática (compartida por Clarín y 6, 7, 8) de que los “piqueteros” son violentos porque andan con palos. “¿Si no sos violento para qué llevás palos a una marcha?” razonan hace 20 años con la ingenuidad de Goebbels.
Y a mí me enseñaron que el compañero o compañera que ocupa un lugar en el cordón lleva un palo para, en caso de que hubiese una represión, la fuerza enemiga -policías, gendarmería, prefectura o patota-, se concentrara en fajar a los compañeros y compañeras “armados/as” de palos dándole tiempo al interior de la columna para replegarse, correr, salvar su integridad.

No estuve en Barracas en octubre del 2010 pero por lo que he escuchado y leído sé que viví cosas parecidas. En abril de 2003, mientras Néstor Kirchner asumía el mando del país hablando y macaneando con las consignas históricas del pueblo argentino, su primer aliado en la Ciudad, Aníbal Ibarra, daba un mensaje a ese mismo pueblo, y nos metía una feroz represión a los más de 5.000 manifestantes que fuimos a defender la ocupación de las y los obreros/as de la fábrica textil Brukman en Balvanera.

Yo estaba con un conjunto de compañeros dentro de la columna del Partido Obrero y el Polo Obrero a pesar de la vieja hostilidad de la organización en la que militaba en ese momento siempre tuvo contra el PO. Recuerdo como si fuera hoy el momento en que se abre la valla y miles de policías salen como los toros en los encierros vascos: motos, camiones hidrantes y un helicóptero se lanzaron a los tiros contra miles de jóvenes, viejos/as, niños/as movilizados pacíficamente. 

Con mi grupo corrimos. Creo que le gané a Usain Bolt porque en pocos segundos estábamos a una cuadra, cruzando Independencia por Jujuy ya del lado de Constitución. Me agarró un remordimiento por la corrida y me frené, me dí la vuelta con enorme cagazo para verle la cara al monstruo, al enemigo armado, a la muerte posible. Pero no ví eso.

Contemplé eso que se llama heroísmo. Sin trajes de colores ni capas, sin nombres raros, en el centro del asfalto de Jujuy e Independencia, un grupo de menos de cien compañeros del Polo y del PO, munidos de sus chalecos y brazaletes que los identificaban como cordón de seguridad, y de sus palos de madera de escoba de medio metro, concentraban en sí los golpes, balazos y gases de las primeras columnas de motos, camiones y el helicóptero que estaba sobre sus cabezas. No lo podía creer. Todavía hoy la imagen me hace saltar los pelos de la piel y las lágrimas. Tenía ganas de gritarles algo que significara al mismo tiempo mi agradecimiento y que les diera algo más para aguantar. Tuve ganas de correr a compartir esa lucha y dar una mano. Pero acaté órdenes de retirada como pude, alguien me agarró y me sacó de mi encantamiento.

No conozco los nombres de esos compañeros, aunque pondría las manos en el fuego de que conozco a algunos de ellos de luchas posteriores. Me juego  la ropa a que “Chiquito” Ruiz Díaz, de Moreno, fallecido el año pasado, estaba ahí. Si no, da lo mismo, porque estuvo en miles de esas. Si ese día, o cualquier otro, alguien hubiese disparado balas de plomo, los primeros asesinados hubieran salido de las filas del cordón, ponele la firma.

¿Qué hay que tener en la cabeza para ocupar ese lugar en la lucha? ¿Instinto suicida como dicen los chacales y las ratas del gobierno que tiran mugre sobre nuestros muertos? Para nada. Hay que tener una claridad política enorme, el convencimiento de la necesidad de esa lucha particular, que te hace levantarte y tomarte los miles de bondis y trenes que te llevan a la marcha con el estómago lleno de mate y porquerías de grasa de lo que los obreros de este país llamamos con mucha audacia “desayuno”,   y ponerse al lomo la responsabilidad del pie firme, la cara en alto, y la orden de no retroceder para que otros y otras retrocedan. El sacrificio necesario para preservar a los luchadores y luchadoras que están contigo, que luchan con vos. No el sacrificio inútil ni romántico de buscar la muerte para definirse y la pavada. El sacrificio útil, consciente, necesario, voluntario.

Yo llamo a eso heroísmo. Por eso me viene todo el tiempo la imagen de Mariano Ferreyra esa mañana del jueves 20 de octubre del 2012, tenso pero cagándose de risa, seguro bardeando a la patota por la forma estúpida en que corrían, seguro levantando la moral de algún compañero/a con cagazo más evidente, y su disposición a ocupar el lugar que le correspondía en el cordón. Mariano era parte de los responsables políticos que propusieron a sus compañeros, a sus dirigidos, la participación en el corte. Mariano seguramente aportó los argumentos que convencieron a sus compañeros/as para asistir ese día a esa cita. Y cuando hubo que aguantar las consecuencias de la decisión voluntaria, cuando hubo que plantar las piernas flacas y mirar de cara al enemigo, al monstruo, no dudó.
Y el hijo de re mil putas que decidió dónde disparar las balas, donde vomitar su muerte para causar más daño eligió bien. No tiró a cualquier lado. Apuntó a los héroes, apuntó al cordón de seguridad. Y acertó con uno de los más imprescindibles.

No me quiero mentir. Así como sé que las balas no rebotan en los cuerpos de los verdaderos superhéroes, también sé que cuando se van, se van. Mariano no está. Hay un hueco en la columna, falta alguien importante en el cordón. Una familia fue amputada. Una familia más grande, de miles de camaradas que militan o militamos en el Partido Obrero también fue amputada.

Pero algo pasó. Sentir que la gran mayoría de los 40 millones que habitamos este país sintieron la muerte de Mariano como propia, presenciar las movilizaciones masivas en todo el país reclamando justicia, ver su rostro firme, desafiante, sereno y lleno de vida en los muros cuando voy a laburar, cuando hago un trámite, cuando marcho y movilizo. Sentir su enorme fuerza concretarse en la cárcel de sus asesinos, sentir esa fuerza obligando al juicio, sentir esa fuerza rescatando a los testigos de las garras de sus asesinos…. Me hacen sentir que algo de cierto hay en eso que decía el poeta sobre el Che Guevara, 
“hay gente que muere para volver a nacer”
 y si no, que le pregunten a Mariano, un héroe de la clase obrera y del pueblo.


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