Ensayo sobre Intensamente, Disñey Pixar, 2015 y de
paso prólogo para un libro de ensayos
Llego al
departamento donde vive Leyla con su mamá a la hora prefijada para llevarla
conmigo, como parte del acuerdo de tenencia compartida. Me encuentro con un
cuadro de tensión. Están peleadas. Parece que la cosa tuvo su importancia, se
hablan con un tono seco, duro.
Son idénticas. No puedo dejar de divertirme ante
las expresiones de enojo en sus rostros, mezcla de ofensa ante una injusticia y
forzado sentimiento exactamente inverso al que se tienen.
Son iguales,
versiones de diferentes edades de la misma firmeza de carácter.
“Preguntale qué le
pasa” fue el pedido de solidaridad ejercido en tono de orden seca que me
impartió la madre, con la que seguimos siendo, obviamente, compañeros en el
plan de trabajo de criar y cuidar de Leyla Isis. Claro, Leyla tiene cinco años
recién cumplidos y no expresa con fluidez y elocuencia las razones que la
llevan en las últimas semanas a tosquearse a muerte con la vieja por cualquier
nimiedad, con arranques y berrinches complejos, como los que tenía en los
primeros años, de esos que se tornan físicos, con rabietas que sólo terminan
con un bañito tibio y muchos abrazos hasta que se duerme.
Vamos en el
auto. Todo silencio y cara de culo.
“Qué te pasa con tu mamá? ¿Por qué estás
enojada?”.
“No te voy a contar”, contesta, frunce toda la cara y mira para otro
lado, llorando.
Llegamos al
departamento que alquilo desde que nos separamos. No logré sacarle ningún dato
firme. Preparo la cena, sigo infructuosamente alguna explicación, algún hilo de
donde poder retomar una especie de deducción.
Nada.
Leyla prepara su
cuarto, pone una peli trucha en el dvd que pide la extremaunción y me invita a
cenar con ella en su función nocturna. Es una costumbre que inventamos juntos.
No tengo tele, wifi, ni cable, solo un monitor y un dvd para ver pelis
compradas al precio de 3 por 1 en ferias y demases.
“¿Qué vamos a
ver hoy?”
“Intensamente, papi”
Y de repente
entendí muchas cosas. No sólo la razón de la pelea, o al menos las razones de
Leyla en la pelea con su madre, entendí además cómo se expresa o intenta
comprenderse a sí misma mi pequeña hija, entendí la razón de este libro.
Porque Leyla
todavía no ha desarrollado su capacidad emocional para poder verbalizar
exactamente qué es lo que siente. Uno de sus recursos desde muy pequeña ha sido
recurrir a las mismas películas cada vez que su sistema afectivo atraviesa
algún estado determinado.
En las películas se encuentra enfrentada a
situaciones emocionales en las que puede procesar lo que le ocurre, poniéndose
a sí misma en el conflicto planteado por la historia, tomando el lugar de algún
personaje, identificándose y logrando la catarsis, la proyección al exterior de
su mundo interior, como para poder experimentar las diferentes posibilidades
que el conflicto particular le plantea.
Como nos pasa
con el arte si, como proponía Borges, podemos asumir “la fe de un niño” a la
hora de encarar una obra literaria, despojarnos de nuestra incredulidad de
adultos racionales y dejarnos llevar por la propuesta, en este caso, de las
pelis.
Intensamente o, mejor dicho, Inside
Out
El argumento de Intensamente, peli lanzada en 2015 por
Pixar-Disney, es muy simple. La protagonista es una nena rubia –dato importante
ya que Leyla es rubia- a quien le coincide la etapa de maduración de la
pubertad con el impacto de la crisis económica yanquee sobre su familia de
clase media blanca del interior norteamericano. Después de década y pico
viviendo en una típica casa de dos plantas en los suburbios de una ciudad
pequeña, integrante exitosa del equipo infantil de hockey del pueblo, el
“american dream” todo mal, el viejo pierde el laburo y se mudan miles de
kilómetros a un dos ambientes mentiroso en un edificio choto y estrecho en un
barrio de la enorme urbe de San Francisco, a apechugarse y luquear una vida
nueva.
Lo novedoso de
la peli, lo que a todo el mundo ha llamado poderosamente la atención es que
somos testigos de la forma en que los tres personajes van viviendo el conflicto
desde su interior emocional, ya que la peli muestra el cerebro de mamá, papá y
la nena como una sala de operaciones, con una consola llena de botones operada
por una especie de Estado Mayor representado por todas las emociones humanas:
alegría, tristeza, ira, miedo y algo parecido a vanidad.
La nena
protagonista fue dirigida en todos esos años por Alegría, quien debe retirarse
de los comandos centrales ante la crisis que configuró la mudanza. La nena es
embargada por un profundo ataque de tristeza, que empieza a teñir de azul todo
lo que existe en su interior (el típico juego de palabras en inglés ya que la
palabra para el color azul, “blue”, es la misma que se utiliza para denotar
tristeza) y Alegría impide que Tristeza asuma el control de la consola,
generando una crisis donde los Recuerdos Primordiales están en riesgo de
romperse o perderse definitivamente.
Alegría y Tristeza comienzan un recorrido
por todo el sistema emocional de la nena (formado por islas interconectadas que
se fueron construyendo durante todos esos años:
la de la Familia, el mundo de los Juegos, las Amistades, etc.)
utilizando el Tren del Pensamiento, invadiendo el Estudio de Televisión donde
se re-elaboran los contenidos del Inconsciente para fabricar los sueños
nocturnos tratando de rescatar los recuerdos constitutivos de su personalidad y
de reponer el orden normal del funcionamiento.
Mientras tanto,
la consola va quedando al mando alternativamente de las otras emociones, que no
hacen más que cagadas, ya que el planteo de manual de la peli es que un ser
humano se equivoca si está comandado por el miedo, la vanidad o, mucho peor, el
enojo irracional, la ira.
Psicología y
lucha de clases
Lo singular de
la peli no está, sin embargo, en la resolución de la trama sino en este ir y
venir por el mundo interno de los personajes. Además que se trata de un juego
fascinante de imaginación, colores, una animación bellísima, la peli nos obliga
a aceptar una idea para darle “credibilidad” a la historia: que todos estamos
formados por este mundo interior emocional, que nuestra vida está gobernada por
las emociones y que las emociones están formadas por nuestras experiencias
personales, por la particular forma en que nuestras experiencias personales se
grabaron en nuestros recuerdos, en las diferentes e insondables torres, islas,
burbujas, cajoneras o archivos que forman el enorme universo de nuestra
conciencia.
La vieja
búsqueda del “alma”, la “conciencia”, el “ser” es resumida en esta peli en los
avances de la ciencia psicológica y la neurociencia por un director de cine que
quiso contar una historia después de una transición fuerte en la vida de su
hija pequeña. Por eso su nombre en inglés es Inside Out, “lo de adentro para afuera” sería una traducción
piadosa, en su doble significado de pretender mostrar cómo funciona el mundo
afectivo interior y de la propuesta de sacar los sentimientos hacia el mundo
consciente para tener una vida más sana.
La tesis es
simple: todos/as somos el producto de la síntesis de sentimientos que nos
gobiernan.
Entender que
nuestros hijos simplemente muestran un grado en el desarrollo de esa historia
de construcción emocional nos lleva a asumir la conciencia de que como padres,
madres, docentes, tíos o lo que sea, somos los principales responsables de
crear en sus conciencias registros emotivos que construirán su mundo afectivo
interior, la base sólida donde surgirán todas las múltiples y azarosas posibilidades
de desarrollo de un ser humano.
De ahí se
desprenden las dos enseñanzas importantes de la peli.
En primer lugar
debemos entender a los niños como seres humanos iguales a los adultos salvo que
se encuentran en un nivel diferente de su desarrollo. Esto es fundamental,
porque si no le damos a los niños y niñas el derecho de ser tratados con el
mismo respeto intelectual que le daríamos a cualquier ser adulto no podemos
establecer ningún tipo de relación sana ni útil para la criatura. Si salimos
por un segundo de la sala de cine notaremos rápidamente que incluso los mismos
que lloraron y rieron con la peli están ahora gritando, putiando y chocando con
sus hijos e hijas por cualquier banalidad, desde el pochoclo que se comieron,
la mugre que hacen o las siempre inoportunas ganas de hacer pis.
La enorme mayoría de la población no entiende que la infancia es una etapa
madurativa y que esos seres tienen el derecho a ser escuchados y tratados como personas racional y afectivamente equiparables al resto de la humanidad.
En segundo
lugar, aunque requiere de un poco de reflexión extra para llegar allí, que la
vida no es simplemente la felicidad o la tristeza absolutas, y que toda búsqueda
de estados anímicos absolutos llevan inevitablemente a la frustración.
La vida es dialéctica, está formada por una permanente contradicción en lucha
entre las alegrías y tristezas, los miedos y las broncas, y todos los
sentimientos que el mundo nos va cargando. Somos el resultado de un intento
permanente de gobierno de ese embrollo de contradicciones que tenemos dentro.
Que si gobierna
sólo la alegría o sólo la tristeza viviremos en un lugar falso, inventado,
destinado a quebrarse frente a la realidad y que si no superamos esa dualidad
se apoderarán de nosotros el capricho, la negación irracional de la realidad,
con su secuela de angustias y broncas que sólo dirigen acciones perjudiciales
para nosotros y quienes nos rodean.
Si nos gobierna
unilateralmente la abrumadora tristeza que forma el mundo, bueno, la depresión
y sus múltiples formas de suicidio en cuotas o definitivo.
Disney,
Trotsky y Lenin
La concepción de
esta peli, como en el caso de Valiente,
que citaremos más adelante en este libro, es producto de la atención especial
que un padre o madre brindan a sus hijos/as en un determinado momento de sus
vidas para intentar comprender cómo funciona su particularidad racionalidad.
Quizás el psicólogo que más hizo avanzar los estudios sobre la inteligencia
humana, el suizo Jean Piaget (1896-1980), lo hizo a partir de un estudio
riguroso y tierno estudio de la evolución de sus tres hijos/as.
Qué interesante,
el avance sobre la conciencia humana a partir de la actitud emocional de
prestar atención y dar mucha importancia a la particular forma de pensar y
actuar de pequeños seres humanos.
Tomé la decisión
de publicar este libro porque quiero compartir con la mayor cantidad de
personas mi propia experiencia como padre, formateado socialmente para
convertirme en algo parecido a mi viejo, un padre ausente, machista, abusador
que maltrataba a las mujeres que amaba poniéndolas en un lugar de servicio y
dependencia emocional y material, en todo lo contrario.
Y en gran parte
se debe a que la conexión con mi hija, se dio por mi predisposición desde el primer
momento en intentar comprender su forma de asimilar el mundo para poder
dialogar con ella y entendernos. Esa predisposición me permitió aprender de
Leyla y evolucionar como persona. Mi hija me re-educó.
El azar quiso
encontrarme leyendo el ensayo biográfico sobre Vladimir Illich Lenin escrito
por Trotsky en el exilio en los vallecitos alrededor de la capital de San Luis,
en los mismos días que supimos que íbamos a engendrar una nueva vida. El primer
capítulo se me grabó, por esa coincidencia, a fuego. Ahí Trotsky se plantea qué
tipo de crianza tuvo Vladimir niño que pudiese explicar al menos el carácter
congénito del futuro líder de la clase obrera y el campesinado en Rusia y el
mundo.
Y Trotsky hace
una descripción que no por ser de una sencillez extrema es menos cierta. Lenin
fue criado con mucho amor por parte de su madre, su padre y sus hermanos. Ese
amor incondicional habría asentado en la personalidad de Illich un fuerte
sentimiento de confianza en sí mismo. Al mismo tiempo, una disciplina de
familia obrera o semi proletaria (el viejo de Lenin era un maestro pero que
llegó a tener funciones en el aparato burocrático del Ministerio de Educación
zarista) lo formateó desde niño en la auto suficiencia. Si se piensa un poco,
si se leen las biografías del gran revolucionario, podríamos decir que
probablemente se trate de las dos características de carácter personal que más
influyeron en las decisiones del compañero en su vida adulta.
¿Qué sencillo,
verdad? Que tu madre, tu padre y tus hermanos/as te quieran, te den el cariño
suficiente para que tengas confianza en vos mismo/a.
Después de 8
años de trabajar como profesor de media en una escuela de jóvenes hijos de
familias obreras (trabajadores/as precarizados, desocupados/as o en condiciones
de lumpenización) de Villa Soldati, Lugano y Flores Sur, puedo
asegurar que es muy poco frecuente encontrar esa sencilla práctica
cotidianamente. Los y las jóvenes de nuestras clases más explotadas y oprimidas
desde muy temprana edad han sido víctimas de la ausencia de ese amor o bien de
todo lo contrario: la violencia en todas sus formas de parte del mundo de
adultos y pares.
Las charlas con
los estudiantes con mayor confianza se repiten, un ciclo permanente de
carencias afectivas y desgarros emocionales que se recicla de hijos a padres,
de padres a abuelos y así. Discutir con la madre de una piba que está
embarazada a los 16 y escuchar el relato de frustración y culpa de su madre, de
treinta y pico, que descarga su impotencia, su miedo sobre su niña y su
futuro/a nieto/a porque “está haciendo lo mismo que yo a su edad” y volver a
oír cómo su vieja la echó de su casa cuando ella quedó embarazada a los 16,
como hace ella misma ahora, con su retoño.
A las clases
explotadas nos quitan todo, desde nuestro tiempo libre hasta nuestra salud,
pero también la capacidad de reflexionar conscientemente sobre nuestra propia
historia familiar. Padres y madres no reconocen a sus crías como personas de
pleno derecho y con su particular forma de sentir y razonar, pero tampoco
fueron considerados así por sus progenitores, ni tampoco heredan la experiencia
previa de sus familiares ante el choque con problemas similares.
Y el Estado, que
no sólo es responsable de sostener el sistema de explotación que fabrica
sensibilidades deformadas, amputadas en las clases explotadas y por lo tanto
desarma a padres y madres transformándolos en abusadores/as y victimarios,
también se desentiende de los resultados de su propia práctica, las vítimas.
Seguimos
viviendo en una sociedad que trata a las personas cuyo mundo emocional se ha
quebrado como leprosos/as despreciables que deben ser apartados en basureros
humanos llamados manicomios, intervenidos en el mejor de los casos como
muestras del museo de patologías humanas, cuando no como pedazos de carne con
vida. La salud mental es por lejos la rama sanitaria más vapuleada por el
régimen capitalista en todo el mundo, con un desfinanciamiento permanente por
parte del Estado y donde los capitales privados se hacen un festín invirtiendo
en investigación y en grandes gastos para las familias pudientes que tienen un
integrante “enfermo”.
Entre las clases
populares se sigue viendo la psicología como un estigma, se huye del
profesional del Estado que te “sicologea”, equiparándolo/a con cualquier
policía encargado de entrometerse en tus verdades para cagarte la vida. El
sistema educativo de masas, en una contradicción paradójica, sumamente
alienada, está diseñado hace veinte años por “psicopedagogos/as” pero sigue
maltratando a sus estudiantes o ignorando sus necesidades emotivas al igual que
lo hace con los seres encargados de su formación.
Notando estos
simples hechos y destacando su importancia aparentemente superflua, podemos
desarrollar todo un programa revolucionario contra el dolor emocional de
nuestra propia clase social: recuperar nuestra realidad como resultado concreto
de una familia con su historia de éxitos y fracasos, comprender de dónde
venimos, ubicar en su justo lugar las responsabilidades del Estado, del régimen
social y de nuestra familia en la constitución de nuestra personalidad; luego
entendernos como una parte clave en la formación del mundo interior de nuestros
hijos e hijas, para tomarnos muy en serio nuestra función y pensar seriamente
cada paso que daremos en la relación con ellos/as; y finalmente la conciencia
de la necesidad de organizarnos para expulsar del poder político necesario para
organizar el régimen social a la clase que se obsesiona en destrozarnos la vida
material y emocional.
Psicología
barata y cultura popular
No soy psicólogo
ni especialista en ninguna de las especialidades de las que me agarré para
escribir cada parte de este libro. Tampoco pretendo que sea leído como un
catálogo de verdades absolutas científicamente fundamentadas. Probablemente se
escapen en mis razonamientos centenares de errores e inexactitudes. No es que
lo reivindique pero sencillamente no tengo los recursos materiales que me
permitan disponer de tiempo suficiente para indagar con profundidad en estas
verdades para que su soporte sea más serio.
Por eso elijo el
género del “ensayo”, que busca desarrollar algún tipo de argumentación sólida
sobre ideas propias, construido con los saberes que puede disponer y tener a
mano un trabajador con cierta cultura elemental a la que se puede acceder por
internet. Con este reconocimiento cumplo con varios objetivos: avisar de
antemano sobre la fragilidad del texto pero también permitir a los millones de
personas que como yo no tienen tiempo ni guita para ser padres científicos las
herramientas que andan por ahí al alcance de un espíritu mínimamente preocupado
por mejorar la vida de las generaciones futuras.
Fui padre a los
33 años. Fue una decisión que me costó tomar. Mi experiencia personal como niño
y adolescente en una familia destrozada por el impacto de los planes de ajuste
cíclicos del imperialismo sobre la economía nacional pero sobre todo por las
decisiones de una “unidad parental” cruzada por todos los límites de dos
campesinos devenidos obreros a la fuerza, en la emigración y luego
transformados en pequeños patrones.
Siglos de oscurantismo,
opresión, machismo, explotación, obsesión con la riqueza y la propiedad
privada, miles de años de mal amor, desamor, frustraciones obligadas por la
miseria, y millones de sentimientos mal elaborados, mal cocinados con muy pocos
recursos culturales y materiales con los que mi viejo y mi vieja “hicieron lo
que pudieron”, que fue en buena parte malo.
Nos criaron
repitiendo refranes, costumbres heredadas, lo mismo que hicieron con ellos sus
padres y madres, abuelos y tías, lo que escucharon de un amigo que les parecía
piola, o exitoso, lo que vieron en alguna telenovela o peli, lo que les decía
Socolinsky en ATC…
La llamada
“cultura popular”, o sea, la información sobre el mundo que recibimos
permanentemente de nuestros ámbitos de socialización, familia, amigos, escuela
y de los medios de comunicación, la tele pero también las canciones, las pelis,
los programas de entretenimientos, todo eso va formando la conciencia de las
masas, que son finalmente las que criarán a sus hijos e hijas sobre esos moldes.
Desde hace un
par de décadas las películas animadas atraen la atención de las más amplias
masas de la población. La pequeño burguesía acomodada accede a ellas en un
ritual casi extinto de ir al cine en familia y salir a comer o jugar en
shopings y demases, los más pobres compramos por medio paquete de cigarrillos
copias truchas en cualquier plaza o estación de tren, subte o bondi.
En la escuela, la
docencia ya ha asumido esta realidad abrumadora incorporando a sus planificaciones la iconografía propia
de estos modernos “cuentos clásicos infantiles”.
Es decir que son
parte ineludible de la formación de la conciencia de niños/as, familias y
docentes. Son al mismo tiempo un material único para establecer un diálogo en
términos de igualdad con nuestros/as niños/as y al mismo tiempo exigen la
crítica clasista y revolucionaria de sus significados, de su potencialidad y de
sus usos comunes para intentar mejorar la conciencia de trabajadores y
trabajadoras que tienen en su deseo la transformación definitiva de la miseria
en dicha.
Claramente no
pretendo ponerme a la altura de un Trostky o un Piaget, pero al menos sí me
coloco en el lugar de aquellos artistas del cine, directores/as, guionistas,
etc. que en algún momento de crisis creativa, como yo cuando llegué a la crisis
de separarme de mi hija y de la familia que había construido con toda ilusión,
prestamos atención con toda nuestra sensibilidad a flor de conciencia, ese
mensaje oculto y extraño que nuestros hijos e hijas siembran en nuestras vidas
todos los días.
En este libro
vas a encontrar entonces una crónica, un relato entre literario y periodístico
de mis experiencias como padre de Leyla en sus primeros cinco años de vida.
Volqué aquí las reflexiones políticas, estéticas, históricas y psicológicas que
Leyla me fue llevando a transitar en este esfuerzo permanente por entenderla y
comunicarme de la mejor manera posible con ella. Preocupado por ser un buen
padre para ella, ella me guío por el camino de la sabiduría y de alguna forma,
ella me crió a mí.
Espero que al
menos le sirva a ella en un futuro para tener un registro de sus primeros años
de vida, un diario que la ayude a comprender al menos el origen de los errores
de su padre, para que pueda distinguirlos claramente de los suyos propios.
En última instancia,
como me enseñó Intensamente, que este
libro sirva para sostener el equilibrio de la mesa en la que construimos sus
“islas” y sus “recuerdos primordiales”, para que Alegría y Tristeza se den la
mano para que tengas una vida lo más sana emocionalmente que puedas, hermosa.