Translate

viernes, 19 de febrero de 2016

Qué es el terror

Las redes sociales me indican al hijo del Sheriff con un hueco rojo donde debería ir el ojo derecho, con cara de susto más que de dolor físico, confundido como un niño indefenso (muy notorio en un personaje aterrador porque la muerte de miles de amigos y una sola madre, le mataron tempranamente la inocencia) y casi en un lamento llamando a su papá.

Y pienso, ¿qué es el Terror?

"Cuando vide esto, antes del Alba,
llorar sentí entre sueños a mis hijos,
que estaban conmigo, y pedir el pan."

Es del canto 33, al final de L'Inferno, el primer volumen de La Divina Comedia, de Dante Alighieri, fundador de la literatura moderna pero hace más de 600 años.

En el último círculo del Infierno -que está congelado- Dante encuentra a Ugolino de la Gherardhesa, un señor feudal dueño de media Pisa, defensor del Papa romano, comiéndole el cráneo al Arzobispo Ruggieri de los Ubaldini, traidor del Vaticano, en venganza porque el religioso lo condenó a él, sus dos hijos y sus dos nietitos a morir de hambre en lo alto de una torre.

¿Qué es el terror?

El tipo se da cuenta de lo que pasa,  sabe que va a ver morir de hambre a sus hijos y se vuelve loco. Comienza a comerse un brazo, desesperado, y los hijos creen que lo mata el hambre, se ofrecen a que los mate y se alimente. Luego, los hijos le piden que los libere de su dolor. 

Dante deja sospechar dos finales posibles, según señala genialmente Borges: 

"Poscia, più che 'l dolor, poté 'l digiuno."

Después, más que el dolor, pudo el ayuno.

¿Mató a sus hijos y se los comió porque pudo más su hambre que su dolor de padre? ¿Actuó como dicta el patriarcado (los hijos/as y la esposa son mercancías con las que el padre/amo puede disponer a su antojo) y la biología (sabido es que los primeros homínidos no dudaban en morfarse a sus crías en épocas de escasez hasta que las madres impusieron el matiarcado para ponerle fin)? 

O, en cambio,

¿el hambre fue tan fuerte que lo terminó matando a él también, después de ver fallecer de hambre y dolor a sus hijos?

Dice Borges que el acierto de Dante está en que no lo resuelve, mantiene la duda, más aún, la transforma en el hecho más significativo de su vida, el que lo define.

Dante actúa como dios en su novela y manda al arzobispo al infierno, castigado por el pecado de traición y crueldad contra seres inocentes, Ley del Talión mediante, a ser comido vivo por Ugolino para la eternidad.

Pero, ¿por qué está Ugolino en el infierno? ¿Cuál fue su pecado? ¿O acaso el paraíso que pidió a dios en premio por su fidelidad haya sido pasar la eternidad castigando al asesino de sus hijos aunque sea en el infierno?

¿O Ugolino está congelándose en el círculo de los traidores porque mató piadosamente a sus hijos para evitarles el dolor y la locura? ¿O está allí por traicionarlos y comérselos?

El terror es que ambas posibilidades existen. 

La literatura termina ahí.

El verdadero terror es el que existe. Que el arzobispo y el señor existieron, y el castigo fue real.

El terror es la forma cotidiana en que los poderosos nos obligan a ver morir a nuestros niños y niñas de hambre, o de cualquier otra cosa.

sábado, 6 de febrero de 2016

El ladrillo rojo

Ensayo sobre Lego, la película, de Warner Bros., 2014

La última gran película infantil que ha retomado con el mismo poder y éxito el planteo original de Toy Story en sus diferentes aspectos, es Lego, the Movie, estrenada en 2014 y dirigida por los mismos autores de la desopilante Lluvia de hamburguesas, Phil Lord y Cristopher Miller y pagada por uno de los pulpos de la industria del cine como la Warner Brothers y uno de los amos de la industria del juguete, la multinacional danesa Lego, inventora de los ladrillos de plástico para armar tan famosos desde los años 50 y 60 en todo el mundo.

Márketin y sensibilidad popular

Como la pionera del cine animado, Lego, la película es una reflexión sobre el mundo íntimo de los niños a través de uno de sus principales pilares, el juego. Claro que como en aquélla el argumento es una excusa para instalar un nuevo cúmulo de sensaciones de simpatía con el producto para aumentar sus ventas entre las nuevas generaciones de padres con capacidad para comprarse juguetes de cierto precio.

En un mercado tan competitivo y marcado hace rato por las crisis de sobreproducción, la película y las series animadas subproducto de ella que inundan las grillas de esos horribles promotores del consumismo infantil que son los canales de televisión por cable para niños, la compañía Lego ha logrado volver a instalar en el universo infantil el deseo por un juguete de más de sesenta años de vigencia.

La tesis central de la película, aunque admita interpretaciones más altruistas, en última instancia sirve como explicación de la increíble vigencia de un estilo de juguete tan sencillo: lo importante a la hora de jugar no es el juguete sino la imaginación de quien juega.
Algo que sabe evidentemente la familia Kristiansen, heredera de la carpintería y juguetería fundada en 1939 por el viejo Ole Kirk Christiansen en su pueblito natal de Billund, en el centro de la pequeña península de Dinamarca.

Algo que sabemos todos los papás y mamás del mundo que hemos comprobado que nuestros niños y niñas, mientras menos desarrollada tienen su conciencia racional, pueden pasarse horas entretenidos con la caja de cartón donde venía el juguete rimbombante que tantas horas de laburo nos costó, al que dejan arrumbado en un rincón para desgracia y sufrimiento de quienes han entendido Toy Story con demasiada literalidad.

La película, a pesar de este objetivo panfletario y marketinero tan mezquino, es sin embargo un acierto en cuanto producto artístico. Su guión entraña un cuestionamiento metafórico a la organización política de nuestra sociedad, un cuestionamiento en suma al poder, tanto en un plano colectivo como en el que Michel Foucault encontrase los “micropoderes” de la vida íntima y familiar.

Todo es increíble

Como en Toy Story, la trama se desarrolla en el universo creado por un niño de 7 u 8 años, que en este caso encarna un actor de carne y hueso, quien se pasa horas en el sótano de su casa, donde su papá (ese genial actor que es Will Farrell) tiene instalados varios paneles de mundos construidos con ladrillos Lego. Lo que para el padre era una especie de hobby caro como el de la construcción de maquetas de trenes, para su pequeño hijo eran millones de piezas de Lego a su disposición para armar y desarmar.

Entonces tenemos dos historias entrelazadas pero en dos niveles diferentes. Una, la que sostiene la mayor parte de la narración, transcurre en el universo de Emett, un insignificante obrero de la construcción que trabaja para el megamonopolio más importante de este mundo imaginario, construyendo todo lo que existe usando, claro está, ladrillos y piezas Lego. La otra, la del mundo “real”, el conflicto entre el niño y su padre acerca del uso de las piezas, un debate sobre las relaciones familiares de poder y la imaginación.

Como puede imaginarse el lector que no vio la peli, el mundo más interesante es el que construye el niño. En su “inocente” imaginación, el pibito da en la tecla, ya que el malo más malo es el empresario dueño de la megacorporación, Mr. Business o el Señor Negocios, representación en plástico de un diminuto Will Farrell con traje de empresario y actitudes despreciables como ser humano, un monstruo sagrado de pura maldad que pretende usar pegamento definitivo para ajustar todas las piezas del mundo en una versión quieta y definitiva, fija, de su poder y dominación.

El mundo construido por este poderoso empresario es una copia rutinaria y exagerada como caricatura de nuestro mundo cotidiano: enormes ciudades llenas de gente que se levanta, desayuna, ve la tele, se llena de comentarios y conversaciones burdas sobre el programa pedorro que vieron a la noche, cantando todos la misma canción de moda y ocupándose de sus tareas habituales.

Emett es un simple e invisible individuo gris en medio de este mundo monótono y monocorde, un explotado que no tiene idea de que lo es y hasta que punto, que no cuestiona el orden ni el poder del que emana, como millones de próximos suyos, hasta que un día se choca con una mujer hermosa, que lo enamora antes de seducirlo políticamente. Wildstyle (literalmente Estilo Salvaje, seudónimo militante de una más sencilla Lucía, muy berretamente traducido al castellano como “Estilo Libre”) es miembro de una logia clandestina de superhéroes llamados “Maestros Constructores” en una obvia alusión a los Maestros Jedi de Star Wars (los que aparecen en la peli), pero que puede aceptar la analogía con la Liga de la Justicia, ya que Batman, Superman, la Mujer Maravilla y Aqcuamán también aparecen y la Cofradía del Anillo, representada en uno de los personajes principales del film, el Gran Mago Blanco, caricatura de Gandalf.

El Gandalf de esta peli, llamado Vitruvius y doblado por el inmortal Morgan Freeman, lidera a este grupo desopilante de superhéroes que tienen la capacidad innata y sobrenatural de construir cualquier cosa imaginable utilizando las piezas de Lego que fueron diseñadas y fabricadas para funciones totalmente diferentes. La logia lucha en la clandestinidad contra Mr. Business para encontrar la “pieza de resistencia” un objeto mágico-sagrado que servirá para evitar que el malvado fije eternamente los ladrillos del mundo en una sóla e inextinguible forma.

En una clara alusión a la saga The Matrix, los maestros constructores tienen el poder de detectar la esencia de la construcción ficticia del mundo real de ladrillos y manejarla a su antojo, pudiendo construir objetos que no estaban diseñados originalmente y el Señor Negocios cuenta con un ejército de policías y agentes especiales liderado por Policía Bueno-Policía Malo (otro actor desproporcionado, el irlandés Liam Neeson) que remite al famoso Mr. Smith de la mítica saga de los hermanos Wachowski.

El éxito de la película se soporta en la excelente calidad técnica desenvuelta para desarrollar la trama, una mezcla de animación digital de última generación, conocida como CGI,  y la pionera técnica de animación del Stopmotion, consistente en sacar foto por foto de muñecos reales de Lego hasta dar la impresión de su movimiento por la superposición de las imágenes. Los creadores del film tienen la enorme capacidad de superar cualquier grado de delirio imaginativo de cualquier niño/a o adulto que se haya apasionado jugando con estos ladrillos o sus miles de falsificaciones (los Rasti en nuestro país, por ejemplo, o Playmovil).
Además, está llena de una sucesión interminable de referencias a decenas de películas que nos han fascinado durante las últimas tres décadas, con lo que la Warner y Lego matan varios pájaros de un tiro asegurándose la producción y venta masiva de cajas con ladrillos de todos esos universos culturales de masas.

Reforma o Revolución

Toda la tensión argumentativa, sin embargo, está puesta en la lucha de los sujetos oprimidos en un sistema social contra el poder dominante y la cuestión se juega en dos contradicciones elementales: la lucha del individuo para encontrar su verdadera identidad contra la que el sistema social le ha impuesto y la del caos contra el orden.

En primer lugar, un sencillo obrero cuyo destino es el de una rutinaria y eterna explotación camuflada bajo la apariencia de un mundo perfectamente feliz, diseñado por las corporaciones capitalistas, los medios de comunicación, la escuela y la familia, se rebela y descubre que, como Neo, está llamado a transformarse en el Salvador de la humanidad, en el Gran Maestro Constructor que lidere la conquista de la Pieza de Resistencia y detenga los objetivos finales del gran malvado. En un guiño costumbrista, los directores resuelven que no sea la profecía mágica ni la creatividad especial de Emett las herramientas claves en la realización de sus deseos y el de su especie, sino precisamente en la sencillez de su humilde forma de concebir el mundo.

Pecando de absoluta ingenuidad, debido a que se trata de la cosmovisión de un niño de 8 años, no fue el descubrimiento de la pieza de resistencia (el Santo Grial) lo que permitió vencer al Mal, sino la apelación al costado humano del Gran Capitalista Salvaje, que lo hizo reflexionar sobre el amor y el afecto y lo aflojó, haciéndolo retracarse y permitir que el mundo siguiera fluyendo, armándose y desarmándose sin ningún plan pre-establecido.
En el climax del film, ambas historias se fusionan, y Emett y el niño son uno mismo enfrentando a Mr. Business y al padre en la vida real, cuestionándole su intención de mantener los juguetes fijos en sus formas de fábrica cuando fueron inventados para que los niños y niñas los armen y desarmen a placer, inventando tantos universos como dicte su imaginación, no el mapita clásico de las cajas de marras.

Will Farrel, como todo buen padre cuyo pequeño hijo le cuestiona la falta de atención y afecto, después de un primer intento de negación y reto entra en razones y renuncia ante la evidente muestra de capacidad creativa e imaginativa del hijo, que le recuerda lo más importante de su propia pasión infantil por el juego.

Otra vez, como en Toy Story y Ralph el Demoledor, lo excitante del cuestionamiento de la realidad que podemos experimentar en el viaje de los héroes para encontrar la verdad liberadora, cae en decepción ante resoluciones que reconstruyen un orden armónico, de convivencia entre opresores y oprimidos, el verdaderamente ingenuo deseo de un mundo de conciliación de clases.

Son realmente ingenuos los realizadores que pretenden que la solución a la alienación y vacío de las relaciones humanas generadas por el capitalismo van a desaparecer el día que los poderosos sean alcanzados por ataques de conciencia promovidos por la generosidad y el amor desinteresado de sus súbditos.

Mucho más ingenuos que el propio pibe de la película, que logra poner de rodillas al poder absoluto cuando Wildstyle arenga a la población de la megápolis a transformarse cada uno y cada una en un Maestro Constructor, un llamado individualista pero eficaz a que cada sujeto se transforme en el constructor de sus propias armas para destruir al poder. Wildstyle saca la conclusión no deseada más revolucionaria, la salvación no vive en la esperanza de un líder iluminado que con su sabiduría descubra el método para vencer al sistema (la utopía cristiana de The Matrix) sino en que el pueblo explotado sea armado y se organice en una lucha sin cuartel por el poder, contra el poder.

Claro que decepcionarse ante el cierre de estas películas es tan irracional como pretender creerlas literalmente. Sería tan irracional como esperar peras del olmo. Los olmos no dan peras como las multimillonarias producciones de empresas capitalistas del cine y la industria del juguete no van a salir a inundar las mentes de las masas explotadas del mundo entero con la esperanza de vencer al poder con sus propias fuerzas. Esperar algo más que esto de Hollywood sería incorrecto.

Sin embargo, toda industria que pretenda atraer el deseo y el interés de las masas explotadas y oprimidas debe establecer un puente con ellas, está obligada a prestar intención a esos deseos, a esos intereses, y si es inteligente y sutil, ofrecerá una idea que pueda ser abrazada con pasión por las masas dominadas. El éxito masivo de Lego, la película, o Ralph, el demoledor (cuesta tensar la soga para el caso de Toy Story, donde la relación entre los juguetes y sus amos humanos no es puesta en términos de dominación sino de amistad, con excepción de la lucha entre juguetes y especuladores de la 2 o entre los juguetes abusados y la burocracia del Osito de Peluche en la 3) está en que millones en todo el mundo nos identificamos emocionalmente con los personajes que luchan para abolir su sufrimiento y que como pasa en la vida real todo el tiempo nos movemos en la angustiante decisión de romper todas las leyes existentes o lograr algún tipo de acuerdo con el régimen.


Reforma o Revolución parece ser que nos invitan a pensar los autores de estas pelis, verdaderos artistas que viven del sutil arte de comprender a las masas y seducirlas. Para vender pelis, juguetes, comics o videojuegos, o para moldear las conciencias populares, que en algún punto es lo mismo, pero no es igual.

¡¡Pegue Ralph, pegue!!

Ensayo crítico de Ralph, el Demoledor, Disney, 2012


Años después de terminada la saga de Toy Story, Disney vuelve al mundo íntimo del juego infantil en Ralph, el Demoledor, de 2012 (en inglés el título original es Wreck it Ralph!, algo así como “¡Rompélo Ralph!”). En lo esencial se mantienen los ejes centrales que garantizaron el éxito de Woody y sus amigos, pero esta vez se exploran con mayor intensidad las posibilidades emotivas y políticas de los protagonistas perjudicados por el lugar que el orden social les impuso. Sin llegar a rozar la posibilidad de un mundo superador, la necesidad de quedarse un tiempo del otro lado de la trama del mundo feliz del capitalismo es suficiente para que a Leyla y a mí esta peli nos haya gustado mucho más que su pionera.

En el mundo secreto de los fichines

Esta vez no se trata de juguetes sino de otra cara del mundo imaginario de los juegos infantiles, el de los video juegos. Los protagonistas son personajes de juegos “arcade” de fines de los 70 y de toda la década del 80, como Pac Man o Mario Bros., lo que quienes hemos sido niños y pre-púberes en esos años en el territorio argentino conocemos como “fichines” y si somos del interior y bastante viejos seguimos denominando como “Sacoa” en referencia a la primer gran cadena de “fichines” del país.

De nuevo el recurso de la industria cinematográfica y de fabricación y comercialización de juguetes y video juegos apelando al mercado de treintañeros nostálgicos de su infancia perdida y bien dispuestos a erogar parte de su salario en la pesquisa de viejos juguetes que les hagan volver a sentir algo de ese paraíso perdido.

Ralph es uno de los protagonistas “villanos” de un juego muy arcaico en el que decenas de personajes que representan a “personas comunes” viven en un edificio muy alto, que Ralph intenta demoler con sus dos enormes brazos como pistones. Su alter ego, Félix Jr. (Feliz) un petiso rubio de muy buenos modales que arregla todos los desastres que rompe Ralph y se gana el puntaje y el afecto de todos los habitantes del edificio. La película nos lleva a atestiguar toda la pasión tortuosa de la crisis de identidad de Ralph, icónicamente un enorme obrero de la construcción, que rechaza el lugar asignado por el destino y las leyes sociales de malvado y odiado.

Cuando el juego termina y los humanos cierran el salón de fichines, la película nos introduce en el mundo real de los personajes de los videojuegos, que desarrollan actividades humanizadas en el contexto de cada consola. Así, la crisis de Ralph estalla cuando descubre que no fue invitado a la fiesta en celebración de los 30 años de vigencia del videojuego, en el penthouse del edificio, donde su adversario Félix es homenajado por todos y él es sometido a una serie de humillaciones insoportables.

Ralph asiste a un encuentro de Villanos Anónimos, una terapia de grupo que intenta que cada villano acepte su lugar en la sociedad, donde intentan persuadirlo a reprimir su deseo de aceptación como un miembro útil de la sociedad, obligándolo a resignarse a su condición de malvado. Todo con el objetivo de sostener el statu quo: que los juegos sigan funcionando.
Lo mejor de la película transcurre alrededor de las peripecias que desencadena en todo el universo conocido de ese local de fichines este personaje rebelde, que se cuela contra todas las leyes en otro videojuego, uno moderno similar al Counter Strike, donde comandos de infantería se cagan a tiros y explosivos contra alienígenas, con tal de conseguir medallas y ser reivindicado por los habitantes del edificio.

En toda su torpeza Ralph libera un virus cibernético que pone en jaque a todas las máquinas y plantea la posibilidad de la quiebra del pequeño comercio. Que es lo que pasa cuando un rebelde pone en riesgo, como Ralph, el orden social y político.

La vida de Ralph es desesperante, cada decisión que toma buscando su felicidad individual cuestiona el orden establecido y genera un desastre peor, sin satisfacer su necesidad de reconocimiento. El clímax llega cuando se encuentra fortuitamente en otro juego (una especie de universo de caramelos y golosinas donde una veintena de personajes diminutos construyen autos de Fórmula 1 o Nascar con las golosinas y compiten en una carrera automovilística por todo el Reino de Dulces) con la co-protagonista del film, una pequeña niña llamada Vanellope, que fue condenada a una especie de exilio a los márgenes del mundo de alegría por ser una “falla” del sistema.

¡Fuck you, Woody!

Como en grandes películas del cine existencialista occidental de la segunda mitad del siglo XX, Ralph y Venellope desarrollan una fuerte amistad en el polo contrario de la felicidad idílica de Woody y Buzz en Toy Story. Son amigos en la desgracia. Uno destruye todo lo que toca, frustrado en su deseo de ser reconocido y amado como un buen tipo que es esencialmente, la otra expulsada y estigmatizada por una discapacidad congénita, llora con desconsuelo su deseo frustrado de ser la mejor corredora de autos de caramelo de la Historia.

Llegados al borde del abismo, como en El perfecto asesino, el poético film de Luc Besson de 1994 donde un aparentemente frío asesino profesional encarnado por Jean Reno se encuentra con una niña melancólica y su plantita, en la inolvidable actuación de una joven Natalie Portman, Ralph usa su único valor, su fuerza bruta capaz de romper todo, para fabricarle a Venéllope un veloz auto de carrera muy imperfecto en su terminación, como uno de esos regalos que los chicos le hacen en el Día de la Madre a sus progenitoras en las salas de jardín.

Cuando, sostenidos únicamente por su generoso amor desinteresado, Ralph y Vanellope están a punto de cumplir sus sueños, el Rey del Mundo del Dulce, un enano que se parece mucho a un personaje de Alicia en el País de las Maravillas o que puede rememorar al Mago de Oz, corrompe a Ralph, le entrega su añorada medalla pagándole el abandono de Venéllope y la destrucción del auto, símbolo de su amor fraternal.

En una segunda crisis existencial, más amarga que la primera, ya que Ralph ha traicionado a conciencia a la única persona que le había dado afecto y reconocimiento en el mundo a cambio de satisfacer su vanidad, nuestro protagonista se rescata a sí mismo, vuelve al reino del dulce y ayuda a Vanéllope a ganar la carrera y en el proceso de lograrlo, desenmascarar al Rey del Dulce como lo que era en realidad, un virus arcaico que se había colado en este juego, un criminal que hizo que Vanéllope pasase de ser una de las mejores corredoras del formato original transformándola en una falla.

Toda la secuencia de situaciones que atraviesa Ralph desde que comienza su angustia hasta el final de la película son lo más interesante y logrado del film, tanto en su contenido político y ético como en la realización técnica. De un mundo casi cuadrado y pixelado hasta un universo irreal como el del Reino del Dulce, la película es un despliegue de creatividad, personajes, situaciones, formas y colores inabarcables, imposibles de gobernar. La sensación es la del universo desconocido para el viajero como de un caos ordenado, que no cesa de fluir.

Como todo proceso revolucionario (los conflictos individuales no son más que la expresión en la parte de las contradicciones del todo) lo más interesante son las enseñanzas que deja la vida cuando pierde la contención rutinaria de los esquemas legales, morales o éticos estructurados. Ralph debe demoler el orden establecido en su mundo para encontrarse con una verdad superadora, que le permita sanar su angustia y reconstruirse, ubicarse en un lugar de satisfacción.

Relájate y goza, otra vez

El problema está en la incapacidad ideológica de los creadores de la película para permitirse soñar con un mundo tan diferente en donde los Ralph puedan erigirse en lo que sueñan, gobernar su propio destino. La tragedia de Ralph se resuelve cuando a raíz de su entrega generosa y desprendida por la felicidad de otro, de alguien que lo ha amado y que era más infeliz que él mismo, es lo que lo transforma en un verdadero héroe. Sin embargo, todo eso sólo le alcanza para terminar resignándose a ocupar el lugar que el sistema prefijó para él de antemano, el del villano.

Después de tanto trajín, Ralph vuelve a su juego original, continua haciendo lo que siempre hizo, jugando su rol malévolo, pero al menos con el reconocimiento de sus “víctimas”. Su integración al mundo como un ser funcional a cambio de la satisfacción moral de seguir viendo desde lejos como su mejor amiga triunfa finalmente en el mundo de los dulces, la máquina de fichines frente a la suya.

Y a quien se apure a criticar esta reseña como un acto de extrapolación delirante de reflexiones políticas sobre una simple peli “para chicos”, baste decir que los mismos creadores colocan en la misma resolución de la peli una prueba de que ésta es una lectura plausible. Cuando se descubre la estafa del falso Rey, Vanéllope es repuesta en su lugar original como Reina del Mundo de los Dulces y ella declina el trono para transformar al Reino en una República Democrática, declarándose Presidenta. Es la marca que devela el revés de la trama, que demuestra que toda la película ha sido pensada como un ejercicio de catarsis político, una reflexión sobre la injusticia del mundo a la hora de designar lugares fijos a los individuos, de imprimirles un destino adverso.

Pero el mensaje tiene el mismo tufillo hipócrita de Toy Story, aún a pesar de la evidencia de que vivimos un mundo basado en la hipocresía, en la existencia de grupos sociales privilegiados que disfrutan una felicidad basada en el sufrimiento de los grupos sociales “marginados”, “expulsados” como Vanéllope o lisa y llanamente explotados, como Ralph, la clave de la felicidad de los oprimidos, nos dicen estos directores y creativos “progresistas”, es relajarse y aceptar lo bueno de lo que nos tocó en suerte. Tanta tecnología y creatividad para volver a los viejos cuentos moralistas y complacientes que las distintas confesiones religiosas inyectan en las cabezas juveniles desde el feudalismo para acá.

Para el pobre, sufrimiento y resignación.

Con todo, las películas, como toda obra de arte, se completan realmente en la conciencia del espectador, dejando cierto margen para que uno o una le imponga un sentido diferente al concebido por el o les autores.

Leyla y yo disfrutamos con locura de la bellísima relación alimentada en medio de las dificultades más extremas de esos dos sobrevivientes con su amor quebrado y golpeado. Al punto que la hermosa criatura que es mi hija no sólo elije poner esa peli cuando me vé un poco abrumado por la carga de la alienación del trabajo y la lucha cotidiana por sobrevivir, una noche usó el Paint de la computadora para dibujar y pintar el auto chueco que construyeron juntos Ralph y Venéllope, símbolo de su amor, base material del éxito final en su lucha por un mundo mejor.

Para Leyla y para mí, como seguramente para mi amigo Gabriel Falzetti, quien insistió en esta reseña, la victoria de Vanéllope frente al tirano representa una satisfacción suficiente para salvar la peli, para defenderla con un sonrisa frente a Disney y sus directores de arte y contenidos, con la confianza plena que en el mundo sin clases sociales ni explotación que soñamos y construimos juntos, algún día cierto, las Vanéllopes seguirán su revolución de forma permanente, atravesando los fichines de arcade y el ciber espacio para liberarse definitivamente junto a todos los Ralph de las cadenas de su destino.

¿Quién es tu amigo fiel?

Ensayo sobre Toy Story, de Disney o la fidelidad al Estado, la familia patriarcal y la propiedad privada.


Quien quiera ejercer una crítica seria sobre la forma en que el cine infantil intenta moldear las conciencias de las familias no puede eludir la película que inventó el género en su forma actual: Toy Story, de Disney, estrenada en 1995.

Vino viejo en odres nuevos

Toy Story fue la primer película exitosa hecha por entero con la novedosa técnica de la animación computada o CGI. Y al mismo tiempo fue la mejor recibida por la élite de críticos del mundo entero y, lo que es más relevante, por las más amplias masas. Nadie que tenga más de 3 o 4 años y no esté en condiciones de exilio por culpa del imperialismo (lo que lamentablemente reduce cada vez más el sujeto de esta reflexión) pude decir que no vió la peli o la imagen pegajosa de sus personajes en todo tipo de mercancías.

Es la película que revolucionó el cine no sólo infantil, creando una nueva rama de la industria, sino inundando la totalidad del negocio. La primer mención que cualquiera puede leer en Wikipedia sobre este éxito de taquilla y de premios de 1995, veinte años atrás, sin smartphones todavía, es que costó 700 sueldos menos para ser producida que el último gran tanque de dibujos animados clásicos de Disney hasta ese momento, El Rey León, estrenado el año anterior, en 1994.

El éxito de Toy Story cambió la industria, además del acierto en la confección de la animación, en la técnica misma, sino porque ésta fue puesta al servicio del argumento, la trama, la constitución actoral de los personajes desde las voces y la concepción narrativa visual de directores y productores. Y esos creativos fueron de los primeros en ser hiper-explotados, la mayoría fueron contratados del ámbito de la televisión y con los sueldos inferiores al convenio de Cine en ese momento.

Si damos por ciertas las crónicas de las revistas del género (otra gran empresa capitalista que gira sus ruedas atada a la transmisión de Hollywood) todo el proceso creativo estuvo trabado por esa realidad empresarial: el Director de Contenidos de Disney aparece todo el tiempo cambiando el guión, el carácter de cada personaje, su identidad, etc. por sondeos de opinión, contratos de propiedad intelectual de otras compañías de animación, comics o de la industria del juguete. No lo hemos leído pero con tanta guita en danza y viniendo de Disney Co. ¿sería muy conspirador sospechar que instituciones de varias confesiones religiosas habrán sido consultadas asimismo, o con la ética y la moral de los patrones de Disney habrá sido suficiente?

Un mundo ideal

Es un muy buen ejemplo de una contradicción habitual en la producción artística en general, una forma revolucionaria para un contenido profundamente conservador.
Veamos los indicios. Sería el colmo de la obviedad decir que el éxito de Toy Story radica en que se trata de una re-elaboración por parte de los directores y guionistas de uno de los pilares de la formación de la vida emocional de una persona, el momento del juego, de la construcción de un mundo imaginario con reglas propias, dominado exclusivamente por uno/a mismo/a.

Entonces Disney mete mano y trata de encontrar una línea con el pasado de una sociedad norteamericana de clase media, profesional, pequeño burguesa o de la clase obrera mejor paga, el tan vituperado y denunciado “American Dream” que prometía el Estado imperialista y belicista que se proponía para dominar al mundo en la Segunda Guerra Mundial. Y un joven de los suburbios de alguna ciudad, blanco con un cuarto enorme para él solo en la planta alta de una flor de casona, que sabemos su familia es capaz de costearle un auto propio y mucho más caro, un futuro en alguna universidad privada bien saladita.

El pequeño burgués extraña su infancia indolora e insípida, pura ingenuidad, donde no había más malos que los buenos que le vencían siempre. Toy Story aprieta los botones de todos los lugares comunes sobre los “buenos valores” encarnados en un encantador Sheriff de trapo, Woody, a través del cual Tom Hanks nos trae una versión políticamente correcta del héroe blanco patriarca, una especie de John Wayne sin racismo ni mujeres golpeadas.

La primer peli ofrece casi únicamente esa idea maravillosa que confirmaría las ilusiones infantiles universales: que los juguetes tienen vida. Y en su vida cotidiana no hacen más que desarrollarse del mismo modo que cuando creamos universos imaginarios para nuestros juegos privados. Pero casi nada más. Con eso le alcanza para atrapar a todos los que fuimos niños/as y jugamos con algo que diera soporte a nuestra imaginación.

El conflicto central es banal, la envidia de un juguete viejo y su angustia ante un nuevo juguete moderno que lo desplace. Algo más siniestro, el Sheriff siente un temor que lo lleva a generar las condiciones para un “accidente” que lleve a la muerte al nuevo juguete por un miserable temor a ser desplazado incluso de su lugar de líder carismático del mundo de juguetes propiedad de Andy. Es también conservador que el otro personaje capaz de desplazar al Sheriff sea también un agente de fuerzas represivas del Estado, un “guardían” del espacio interestelar. Vale decir que como en todas las películas gobernadas ideológicamente por Disney se repite una puja de poder restringida al mundo de los varones, en este caso, para colmo, figuras del aparato represivo.

El niño malo, significativamente, vuelca en sus objetos de juego toda la violencia que consume en una familia probablemente rota que no es capaz de sostenerle un mundo concreto de amor como el de Andy. Disney aparece otra vez con toda su fuerza censora para bloquear las expresiones de esa frustración infantil con el paraíso prometido y traicionado, el niño malo parece disfrutar del heavy metal o el punk, desconoce el destino prefijado por los fabricantes, destrozando los juguetes y convirtiéndolos en mutaciones mosntruosas, aberrantes. Parece que para Disney no toda imaginación es buena si se sale de los cánones oficialmente aceptados.

El primer film, entonces, nos plantea como solución a las crisis de identidad de los personajes centrales (el sheriff que ve su liderazgo cuestionado y el gendarme espacial que descubre que es un simple juguete de plástico) la fidelidad irracional e incondicional al statu quo, al orden establecido por el dueño de los juguetes, aceptando el rol que le toca a cada quien en el sistema con cierta alegría.

El capitalismo bueno vs. el capitalismo zombie

En la secuela de 1999 algún viento de cambio andaba soplando en las cabezas de la intelectualidad yanqui para que se colase una tímida revisión del argumento original, ya que el conflicto principal gira en torno a la denuncia del costado empresarial y comercial del mundo infantil del juguete, con la aparición de un villano que colecciona juguetes para especular con su venta a un museo en Japón y no para darles su “valor de uso” original. 
Incluso se desarrolla una especie de exposición documental sobre la historia de la industria del juguete ligada a la época en que la batalla espacial contra la URSS se promovía en las mentes infantiles de los hijos del imperialismo vendiendo astronautas que pusieron en el olvido a los cow boys.

Una especie de nuevo giro nostálgico de adultos criados a caballo de los años cincuenta y setenta del siglo XX que recuerdan cómo pasaron de comprarse sheriffs a jugar a que eran astronautas, no en vano el nombre del segundo protagónico homenajea al segundo tipo en pisar la Luna, Buzz Aldrin.

Si en la primer película el énfasis de los guiños a los adultos espectadores está puesto en la referencia de diferentes juguetes que ilustran diferentes “modas” (el Señor Papa, los dinosaurios, etc.) y en los valores igualados moralmente a la inocencia infantil, como la solidaridad, la fidelidad a los amigos y la familia; en la secuela, con un niño más maduro, los guiños son al mundo de las Barbies, las jugueterías y el homenaje a una derivación masiva de la propaganda del poderío espacial norteamericano que fue Star Wars, porque el “nuevo” Buzz recopila la historia “padre-hijo” de Skywalker y Darth Vader, pero en esta oportunidad con una resolución positiva del vínculo conflictivo original de la peli de los 70.

Como máximo incorpora a una tercer protagonista, aunque secundaria aún, en la figura de la vaquerita, quien para darle un tono más progresista se destaca por habilidades de destreza y fuerza física propias del mundo varonil, propias del muñeco Buzz, quien se enamora de ella por esa misma razón, cortando una posible evolución prohibida del amor masculino entre Buzz y Woody, no vaya a ser cosa que a Disney dos amigos se le hagan amantes…

Los cuatro años que separan a las dos producciones están marcados por el optimismo desenfrenado de un sistema capitalista que habría abolido la historia humana, llegando de la mano de las nuevas tecnologías y la caída del muro al punto máximo de felicidad posible, hasta el primer anuncio de que todo eso había sido una falsa ilusión, entre la crisis de los “trigres asiáticos” y de los países emergentes del momento.

Disney parece reclamar un capitalismo bueno, de rostro humano, que no abandone el sentido original del sistema, supuestamente la satisfacción de las necesidades de la gente. Los juguetes son para que los niños y niñas jueguen con ellos, no para enriquecerse especulando e inflando su valor de colección, un fin, estéril, improductivo.

Entre los intersticios de esa crisis de conciencia se cuela la antítesis del mensaje de fidelidad al dueño y la familia: Jessie, la vaquerita, nos hunde en el profundo desconsuelo del abandono, defendiendo como mejor destino cualquier cosa que la aleje de las falsas ilusiones del amor familiar. Disney toma ligeramente el guante de las millones de personas en el universo que hemos sufrido igual que Jessie en carne propia el fracaso de las promesas de felicidad eterna de la familia tradicional, insostenibles en medio de la falta de recursos materiales y emocionales de un capitalismo que no tiene más nada que ofrecerle a los seres que explota.

Y responde sin argumentos, salvo que cualquier otra opción es peor, que te adopte una familia de las que todavía funcionan, como si los crímenes de la sociedad pudiesen ser subsanados por un puñado de familias pudientes rescatando huérfanos/as de la miseria.

¿Y si probamos con el socialismo?

Recién en la tercer parte, estrenada en 2010, crisis de conciencia mediante en la cultura norteamericana, generada por las Torres Gemelas y la crisis de la Lehman Brothers, el conflicto se vuelve más humano y profundo, enfrentados a la angustia de una eternidad sin su “amo-amigo”, quien ya entrado en años se “iba a la universidad”, cortando con la infancia y adolescencia, los juguetes se plantean un dilema sobre la organización política de su sociedad, contrastando el liderazgo a una figura carismática que defiende un programa de fidelidad al amo con la posibilidad de un mundo organizado por los propios juguetes.

Toy Story 3 finalmente se plante a un dilema parecido al de Wells y Huxley aunque sin tanta profundidad cuando los juguetes caen por accidente en una guardería infantil. Aunque hay que reconocerle el mérito de lograr una de las escenas más emocionantes del cine yanqui, cuando están a punto de ser derretidos en la fragua de un horno en una planta procesadora de basura y se toman las manos, entregándose con valentía a la muerte definitiva apoyados en sus afectos.

Con todo, la saga termina hasta aquí (estarían cocinando la cuarta parte) con el mismo sabor a moho, ya que la diferencia entre un mundo igualitario y feliz donde ningún/a niño/a es propietario de ningún juguete, que son de propiedad colectiva del jardín de infantes y uno donde una casta de muñecos explota la angustia eterna de otros basándose en el uso de la violencia y la coerción, está solamente en la calidad moral del líder, y el único atisbo de un planteamiento democrático y popular reside en los breves instantes que uno de los secuaces del Oso de Peluche malvado, Kent, intenta ejercer una especie de “Carta de Derechos” en nombre de los jefes subalternos de la casta dominante.

Finalmente, la crisis de la maduración y la pérdida de la juventud del viejo Andy se resuelve favorablemente, tanto para el amo como para los juguetes a su servicio, en un eterno retorno, cíclico y tranquilizador, ya que siempre habrá nuevos niños con familias que le compren o donen juguetes para ser felices. Incluso peor, ya que aquellos que recalan azarosamente como propiedad privada y exclusiva de una niña buena, con una casa enorme en el mismo barrio pudiente del protagonista original, la pasan mucho mejor que los juguetes que por el mismo azar terminaron conviviendo en el espacio reducido de una salita de un jardín de infantes.

De conjunto, y a pesar de que nos ha donado definiciones bellísimas sobre el amor fraternal y el coraje para enfrentar los obstáculos de la vida, la saga termina enfrentando a sus espectadores ante las visiones deformadas de lo que la derecha liberal entiende por el socialismo. Así,  la ausencia de propiedad privada y un orden capitalista tiene la incertidumbre insoportable del caos, ya sea que te toque un líder “positivo” como el Kent adoctrinado del final o un líder autoritario y despótico como Lotso. Mejor la seguridad de la propiedad privada, la herencia familiar y la linda casita del suburbio.

El punctum siniestro

La peli me hizo recordar un concepto del filósofo francés Roland Barthes (1915-1980) que intentaron enseñarme en Semiología, allá en el viejo CBC de Puán para la época en que Disney la pegaba con esta peli y yo no imaginaba que iba a estar escribiendo esto sobre ella. 

Barthes decía algo así como que en una fotografía se puede entender una serie de mensajes universales, comprensibles por todo el mundo, ya sea que su autor los haya querido transmitir o no. Pero hay algunas lecturas posibles que se pueden desviar del mensaje universal, lo que él llamó crípticamente, “el punctum”. Un detalle de la imagen que se conecta con una experiencia absolutamente personal que me puede llevar a interpretaciones no necesariamente contenidas en el deseo del autor.

Escribiendo este ensayo descubrí un “punctum” siniestro en la saga de Toy Story que no he leído ni escuchado en otras reseñas. En las tres pelis aparece, además de Andy, su mamá, pero en ninguna aparece su padre. Este detalle debería ser importante en una historia que pretende moralizar sobre la fidelidad a la familia tradicional.

No importa por qué falta, lo concreto es que se trata de una peli que reflexiona sobre las vivencias de un varoncito con las necesidades materiales satisfechas que identifica a sus dos juguetes más importantes con figuras viriles masculinas, en una peli donde el papá no está. 
¿El comisario del far west y el gendarme espacial reemplazan la ausencia de la figura patriarcal ausente? La obsesión afectiva de Andy con Woody y Buzz parece demostrarlo.

Finalmente el conservadurismo de la saga se vuelve reaccionario. Si ya era lastimoso proponerle a los niños y niñas del mundo entero que abandonen todo esfuerzo creativo en la búsqueda de un sistema social donde la felicidad no sea quebrada por la traición del mundo adulto, encontrar líderes carismáticos donde acobacharnos sin mucha discusión, el punctum siniestro parecería indicar una metáfora más siniestra, a saber, que los problemas del mundo familiar y colectivo radican en que el Estado, el Padre, la Patria, abandonen su lugar de liderazgo.

En conclusión, el único “amigo fiel” de Disney sigue siendo el poder social encarnado en el capitalismo y defendido por familias ideales sostenidas por varones-dueños, padres-amos, líderes con carisma, simpatía y coraje que no parecen necesitar de sistemas asamblearios o igualitarios para concretar los sueños de todos.

Todos los problemas vienen de la ausencia de una figura masculina fuerte, o de la ausencia de un Estado fuerte. De ahí la solución de Toy Story.

Quienes sabemos en carne propia que ese mundo es tan ilusorio como la mejor animación digital no podemos menos que identificarnos con Jessie, Bebote o Risitas, que no niegan el profundo dolor del desamparo, del amor traicionado, de ese “American Dream” falso e hipócrita. Disney los condena a aceptar su rol secundario en los márgenes de un mundo liderado por otros y a nosotros nos encantaría dejarles decir su verdad y ponerlos al frente de la organización de otra sociedad, a ver qué sale.

¿Quién dice que del dolor real no pueda parirse algo más concreto y bello que de la falsa ilusión del amor?

¿Cómo serían las pelis que cuenten el mundo infantil del juego de varones y mujeres de la clase obrera? De los niños y niñas obligados a jugar con lo poco que tienen a mano, haciendo esfuerzos creativos mil veces más exigentes que los de los animadores digitales,  ya que además de transformar basura en algo digno de ser llamado juguete, deben imaginar todavía la felicidad propiamente dicha, cuando han asumido demasiado tempranamente la violencia de la explotación, la humillación y el hambre.

Y sin embargo es cierto, también son niños y niñas, también juegan a que son los protagonistas principales de una historia en la que vencen, en la que son felices.

¿Cómo lo hacen? ¿De dónde sacan la confianza en sí mismos cuando sus adultos se la niegan? ¿Dónde guardan los tesoros que los hacen ricos y bien comidos aquéllos/as que tienen los bolsillos de sus vestiditos donados todos rotos o llenos de agujeros?

Parafraseando la pregunta retórica del poeta, ¿de dónde saldrán los juguetes verdugos de las infancias rotas? Pues, que salgan del corazón adulto de quienes hemos sido también, niños y niñas tristes, traicionados por el desamor de una sociedad criminal e hipócrita como la nuestra.

jueves, 4 de febrero de 2016

¿Qué tenemos en la cabeza?

Ensayo sobre Intensamente, Disñey Pixar, 2015 y de paso prólogo para un libro de ensayos


Llego al departamento donde vive Leyla con su mamá a la hora prefijada para llevarla conmigo, como parte del acuerdo de tenencia compartida. Me encuentro con un cuadro de tensión. Están peleadas. Parece que la cosa tuvo su importancia, se hablan con un tono seco, duro. 

Son idénticas. No puedo dejar de divertirme ante las expresiones de enojo en sus rostros, mezcla de ofensa ante una injusticia y forzado sentimiento exactamente inverso al que se tienen. 

Son iguales, versiones de diferentes edades de la misma firmeza de carácter.

“Preguntale qué le pasa” fue el pedido de solidaridad ejercido en tono de orden seca que me impartió la madre, con la que seguimos siendo, obviamente, compañeros en el plan de trabajo de criar y cuidar de Leyla Isis. Claro, Leyla tiene cinco años recién cumplidos y no expresa con fluidez y elocuencia las razones que la llevan en las últimas semanas a tosquearse a muerte con la vieja por cualquier nimiedad, con arranques y berrinches complejos, como los que tenía en los primeros años, de esos que se tornan físicos, con rabietas que sólo terminan con un bañito tibio y muchos abrazos hasta que se duerme.

Vamos en el auto. Todo silencio y cara de culo. 

“Qué te pasa con tu mamá? ¿Por qué estás enojada?”. 

“No te voy a contar”, contesta, frunce toda la cara y mira para otro lado, llorando.

Llegamos al departamento que alquilo desde que nos separamos. No logré sacarle ningún dato firme. Preparo la cena, sigo infructuosamente alguna explicación, algún hilo de donde poder retomar una especie de deducción.

Nada.

Leyla prepara su cuarto, pone una peli trucha en el dvd que pide la extremaunción y me invita a cenar con ella en su función nocturna. Es una costumbre que inventamos juntos. No tengo tele, wifi, ni cable, solo un monitor y un dvd para ver pelis compradas al precio de 3 por 1 en ferias y demases.

“¿Qué vamos a ver hoy?”

Intensamente, papi”

Y de repente entendí muchas cosas. No sólo la razón de la pelea, o al menos las razones de Leyla en la pelea con su madre, entendí además cómo se expresa o intenta comprenderse a sí misma mi pequeña hija, entendí la razón de este libro.

Porque Leyla todavía no ha desarrollado su capacidad emocional para poder verbalizar exactamente qué es lo que siente. Uno de sus recursos desde muy pequeña ha sido recurrir a las mismas películas cada vez que su sistema afectivo atraviesa algún estado determinado. 

En las películas se encuentra enfrentada a situaciones emocionales en las que puede procesar lo que le ocurre, poniéndose a sí misma en el conflicto planteado por la historia, tomando el lugar de algún personaje, identificándose y logrando la catarsis, la proyección al exterior de su mundo interior, como para poder experimentar las diferentes posibilidades que el conflicto particular le plantea.

Como nos pasa con el arte si, como proponía Borges, podemos asumir “la fe de un niño” a la hora de encarar una obra literaria, despojarnos de nuestra incredulidad de adultos racionales y dejarnos llevar por la propuesta, en este caso, de las pelis.

Intensamente o, mejor dicho, Inside Out

El argumento de Intensamente, peli lanzada en 2015 por Pixar-Disney, es muy simple. La protagonista es una nena rubia –dato importante ya que Leyla es rubia- a quien le coincide la etapa de maduración de la pubertad con el impacto de la crisis económica yanquee sobre su familia de clase media blanca del interior norteamericano. Después de década y pico viviendo en una típica casa de dos plantas en los suburbios de una ciudad pequeña, integrante exitosa del equipo infantil de hockey del pueblo, el “american dream” todo mal, el viejo pierde el laburo y se mudan miles de kilómetros a un dos ambientes mentiroso en un edificio choto y estrecho en un barrio de la enorme urbe de San Francisco, a apechugarse y luquear una vida nueva.

Lo novedoso de la peli, lo que a todo el mundo ha llamado poderosamente la atención es que somos testigos de la forma en que los tres personajes van viviendo el conflicto desde su interior emocional, ya que la peli muestra el cerebro de mamá, papá y la nena como una sala de operaciones, con una consola llena de botones operada por una especie de Estado Mayor representado por todas las emociones humanas: alegría, tristeza, ira, miedo y algo parecido a vanidad.

La nena protagonista fue dirigida en todos esos años por Alegría, quien debe retirarse de los comandos centrales ante la crisis que configuró la mudanza. La nena es embargada por un profundo ataque de tristeza, que empieza a teñir de azul todo lo que existe en su interior (el típico juego de palabras en inglés ya que la palabra para el color azul, “blue”, es la misma que se utiliza para denotar tristeza) y Alegría impide que Tristeza asuma el control de la consola, generando una crisis donde los Recuerdos Primordiales están en riesgo de romperse o perderse definitivamente. 

Alegría y Tristeza comienzan un recorrido por todo el sistema emocional de la nena (formado por islas interconectadas que se fueron construyendo durante todos esos años:  la de la Familia, el mundo de los Juegos, las Amistades, etc.) utilizando el Tren del Pensamiento, invadiendo el Estudio de Televisión donde se re-elaboran los contenidos del Inconsciente para fabricar los sueños nocturnos tratando de rescatar los recuerdos constitutivos de su personalidad y de reponer el orden normal del funcionamiento.

Mientras tanto, la consola va quedando al mando alternativamente de las otras emociones, que no hacen más que cagadas, ya que el planteo de manual de la peli es que un ser humano se equivoca si está comandado por el miedo, la vanidad o, mucho peor, el enojo irracional, la ira.

Psicología y lucha de clases

Lo singular de la peli no está, sin embargo, en la resolución de la trama sino en este ir y venir por el mundo interno de los personajes. Además que se trata de un juego fascinante de imaginación, colores, una animación bellísima, la peli nos obliga a aceptar una idea para darle “credibilidad” a la historia: que todos estamos formados por este mundo interior emocional, que nuestra vida está gobernada por las emociones y que las emociones están formadas por nuestras experiencias personales, por la particular forma en que nuestras experiencias personales se grabaron en nuestros recuerdos, en las diferentes e insondables torres, islas, burbujas, cajoneras o archivos que forman el enorme universo de nuestra conciencia.

La vieja búsqueda del “alma”, la “conciencia”, el “ser” es resumida en esta peli en los avances de la ciencia psicológica y la neurociencia por un director de cine que quiso contar una historia después de una transición fuerte en la vida de su hija pequeña. Por eso su nombre en inglés es Inside Out, “lo de adentro para afuera” sería una traducción piadosa, en su doble significado de pretender mostrar cómo funciona el mundo afectivo interior y de la propuesta de sacar los sentimientos hacia el mundo consciente para tener una vida más sana.

La tesis es simple: todos/as somos el producto de la síntesis de sentimientos que nos 
gobiernan.

Entender que nuestros hijos simplemente muestran un grado en el desarrollo de esa historia de construcción emocional nos lleva a asumir la conciencia de que como padres, madres, docentes, tíos o lo que sea, somos los principales responsables de crear en sus conciencias registros emotivos que construirán su mundo afectivo interior, la base sólida donde surgirán todas las múltiples y azarosas posibilidades de desarrollo de un ser humano.

De ahí se desprenden las dos enseñanzas importantes de la peli.

En primer lugar debemos entender a los niños como seres humanos iguales a los adultos salvo que se encuentran en un nivel diferente de su desarrollo. Esto es fundamental, porque si no le damos a los niños y niñas el derecho de ser tratados con el mismo respeto intelectual que le daríamos a cualquier ser adulto no podemos establecer ningún tipo de relación sana ni útil para la criatura. Si salimos por un segundo de la sala de cine notaremos rápidamente que incluso los mismos que lloraron y rieron con la peli están ahora gritando, putiando y chocando con sus hijos e hijas por cualquier banalidad, desde el pochoclo que se comieron, la mugre que hacen o las siempre inoportunas ganas de hacer pis.

La enorme mayoría de la población no entiende que la infancia es una etapa madurativa y que esos seres tienen el derecho a ser escuchados y tratados como personas racional y afectivamente equiparables al resto de la humanidad.

En segundo lugar, aunque requiere de un poco de reflexión extra para llegar allí, que la vida no es simplemente la felicidad o la tristeza absolutas, y que toda búsqueda de estados anímicos absolutos llevan inevitablemente a la frustración. La vida es dialéctica, está formada por una permanente contradicción en lucha entre las alegrías y tristezas, los miedos y las broncas, y todos los sentimientos que el mundo nos va cargando. Somos el resultado de un intento permanente de gobierno de ese embrollo de contradicciones que tenemos dentro.

Que si gobierna sólo la alegría o sólo la tristeza viviremos en un lugar falso, inventado, destinado a quebrarse frente a la realidad y que si no superamos esa dualidad se apoderarán de nosotros el capricho, la negación irracional de la realidad, con su secuela de angustias y broncas que sólo dirigen acciones perjudiciales para nosotros y quienes nos rodean.
Si nos gobierna unilateralmente la abrumadora tristeza que forma el mundo, bueno, la depresión y sus múltiples formas de suicidio en cuotas o definitivo.

Disney, Trotsky y Lenin

La concepción de esta peli, como en el caso de Valiente, que citaremos más adelante en este libro, es producto de la atención especial que un padre o madre brindan a sus hijos/as en un determinado momento de sus vidas para intentar comprender cómo funciona su particularidad racionalidad. Quizás el psicólogo que más hizo avanzar los estudios sobre la inteligencia humana, el suizo Jean Piaget (1896-1980), lo hizo a partir de un estudio riguroso y tierno estudio de la evolución de sus tres hijos/as.

Qué interesante, el avance sobre la conciencia humana a partir de la actitud emocional de prestar atención y dar mucha importancia a la particular forma de pensar y actuar de pequeños seres humanos.

Tomé la decisión de publicar este libro porque quiero compartir con la mayor cantidad de personas mi propia experiencia como padre, formateado socialmente para convertirme en algo parecido a mi viejo, un padre ausente, machista, abusador que maltrataba a las mujeres que amaba poniéndolas en un lugar de servicio y dependencia emocional y material, en todo lo contrario.

Y en gran parte se debe a que la conexión con mi hija, se dio por mi predisposición desde el primer momento en intentar comprender su forma de asimilar el mundo para poder dialogar con ella y entendernos. Esa predisposición me permitió aprender de Leyla y evolucionar como persona. Mi hija me re-educó.

El azar quiso encontrarme leyendo el ensayo biográfico sobre Vladimir Illich Lenin escrito por Trotsky en el exilio en los vallecitos alrededor de la capital de San Luis, en los mismos días que supimos que íbamos a engendrar una nueva vida. El primer capítulo se me grabó, por esa coincidencia, a fuego. Ahí Trotsky se plantea qué tipo de crianza tuvo Vladimir niño que pudiese explicar al menos el carácter congénito del futuro líder de la clase obrera y el campesinado en Rusia y el mundo.

Y Trotsky hace una descripción que no por ser de una sencillez extrema es menos cierta. Lenin fue criado con mucho amor por parte de su madre, su padre y sus hermanos. Ese amor incondicional habría asentado en la personalidad de Illich un fuerte sentimiento de confianza en sí mismo. Al mismo tiempo, una disciplina de familia obrera o semi proletaria (el viejo de Lenin era un maestro pero que llegó a tener funciones en el aparato burocrático del Ministerio de Educación zarista) lo formateó desde niño en la auto suficiencia. Si se piensa un poco, si se leen las biografías del gran revolucionario, podríamos decir que probablemente se trate de las dos características de carácter personal que más influyeron en las decisiones del compañero en su vida adulta.

¿Qué sencillo, verdad? Que tu madre, tu padre y tus hermanos/as te quieran, te den el cariño suficiente para que tengas confianza en vos mismo/a.

Después de 8 años de trabajar como profesor de media en una escuela de jóvenes hijos de familias obreras (trabajadores/as precarizados, desocupados/as o en condiciones de lumpenización) de Villa Soldati, Lugano y Flores Sur, puedo asegurar que es muy poco frecuente encontrar esa sencilla práctica cotidianamente. Los y las jóvenes de nuestras clases más explotadas y oprimidas desde muy temprana edad han sido víctimas de la ausencia de ese amor o bien de todo lo contrario: la violencia en todas sus formas de parte del mundo de adultos y pares.

Las charlas con los estudiantes con mayor confianza se repiten, un ciclo permanente de carencias afectivas y desgarros emocionales que se recicla de hijos a padres, de padres a abuelos y así. Discutir con la madre de una piba que está embarazada a los 16 y escuchar el relato de frustración y culpa de su madre, de treinta y pico, que descarga su impotencia, su miedo sobre su niña y su futuro/a nieto/a porque “está haciendo lo mismo que yo a su edad” y volver a oír cómo su vieja la echó de su casa cuando ella quedó embarazada a los 16, como hace ella misma ahora, con su retoño.

A las clases explotadas nos quitan todo, desde nuestro tiempo libre hasta nuestra salud, pero también la capacidad de reflexionar conscientemente sobre nuestra propia historia familiar. Padres y madres no reconocen a sus crías como personas de pleno derecho y con su particular forma de sentir y razonar, pero tampoco fueron considerados así por sus progenitores, ni tampoco heredan la experiencia previa de sus familiares ante el choque con problemas similares.

Y el Estado, que no sólo es responsable de sostener el sistema de explotación que fabrica sensibilidades deformadas, amputadas en las clases explotadas y por lo tanto desarma a padres y madres transformándolos en abusadores/as y victimarios, también se desentiende de los resultados de su propia práctica, las vítimas.

Seguimos viviendo en una sociedad que trata a las personas cuyo mundo emocional se ha quebrado como leprosos/as despreciables que deben ser apartados en basureros humanos llamados manicomios, intervenidos en el mejor de los casos como muestras del museo de patologías humanas, cuando no como pedazos de carne con vida. La salud mental es por lejos la rama sanitaria más vapuleada por el régimen capitalista en todo el mundo, con un desfinanciamiento permanente por parte del Estado y donde los capitales privados se hacen un festín invirtiendo en investigación y en grandes gastos para las familias pudientes que tienen un integrante “enfermo”.

Entre las clases populares se sigue viendo la psicología como un estigma, se huye del profesional del Estado que te “sicologea”, equiparándolo/a con cualquier policía encargado de entrometerse en tus verdades para cagarte la vida. El sistema educativo de masas, en una contradicción paradójica, sumamente alienada, está diseñado hace veinte años por “psicopedagogos/as” pero sigue maltratando a sus estudiantes o ignorando sus necesidades emotivas al igual que lo hace con los seres encargados de su formación.

Notando estos simples hechos y destacando su importancia aparentemente superflua, podemos desarrollar todo un programa revolucionario contra el dolor emocional de nuestra propia clase social: recuperar nuestra realidad como resultado concreto de una familia con su historia de éxitos y fracasos, comprender de dónde venimos, ubicar en su justo lugar las responsabilidades del Estado, del régimen social y de nuestra familia en la constitución de nuestra personalidad; luego entendernos como una parte clave en la formación del mundo interior de nuestros hijos e hijas, para tomarnos muy en serio nuestra función y pensar seriamente cada paso que daremos en la relación con ellos/as; y finalmente la conciencia de la necesidad de organizarnos para expulsar del poder político necesario para organizar el régimen social a la clase que se obsesiona en destrozarnos la vida material y emocional.

Psicología barata y cultura popular

No soy psicólogo ni especialista en ninguna de las especialidades de las que me agarré para escribir cada parte de este libro. Tampoco pretendo que sea leído como un catálogo de verdades absolutas científicamente fundamentadas. Probablemente se escapen en mis razonamientos centenares de errores e inexactitudes. No es que lo reivindique pero sencillamente no tengo los recursos materiales que me permitan disponer de tiempo suficiente para indagar con profundidad en estas verdades para que su soporte sea más serio.

Por eso elijo el género del “ensayo”, que busca desarrollar algún tipo de argumentación sólida sobre ideas propias, construido con los saberes que puede disponer y tener a mano un trabajador con cierta cultura elemental a la que se puede acceder por internet. Con este reconocimiento cumplo con varios objetivos: avisar de antemano sobre la fragilidad del texto pero también permitir a los millones de personas que como yo no tienen tiempo ni guita para ser padres científicos las herramientas que andan por ahí al alcance de un espíritu mínimamente preocupado por mejorar la vida de las generaciones futuras.

Fui padre a los 33 años. Fue una decisión que me costó tomar. Mi experiencia personal como niño y adolescente en una familia destrozada por el impacto de los planes de ajuste cíclicos del imperialismo sobre la economía nacional pero sobre todo por las decisiones de una “unidad parental” cruzada por todos los límites de dos campesinos devenidos obreros a la fuerza, en la emigración y luego transformados en pequeños patrones.

Siglos de oscurantismo, opresión, machismo, explotación, obsesión con la riqueza y la propiedad privada, miles de años de mal amor, desamor, frustraciones obligadas por la miseria, y millones de sentimientos mal elaborados, mal cocinados con muy pocos recursos culturales y materiales con los que mi viejo y mi vieja “hicieron lo que pudieron”, que fue en buena parte malo.

Nos criaron repitiendo refranes, costumbres heredadas, lo mismo que hicieron con ellos sus padres y madres, abuelos y tías, lo que escucharon de un amigo que les parecía piola, o exitoso, lo que vieron en alguna telenovela o peli, lo que les decía Socolinsky en ATC…

La llamada “cultura popular”, o sea, la información sobre el mundo que recibimos permanentemente de nuestros ámbitos de socialización, familia, amigos, escuela y de los medios de comunicación, la tele pero también las canciones, las pelis, los programas de entretenimientos, todo eso va formando la conciencia de las masas, que son finalmente las que criarán a sus hijos e hijas sobre esos moldes.

Desde hace un par de décadas las películas animadas atraen la atención de las más amplias masas de la población. La pequeño burguesía acomodada accede a ellas en un ritual casi extinto de ir al cine en familia y salir a comer o jugar en shopings y demases, los más pobres compramos por medio paquete de cigarrillos copias truchas en cualquier plaza o estación de tren, subte o bondi.

En la escuela, la docencia ya ha asumido esta realidad abrumadora incorporando  a sus planificaciones la iconografía propia de estos modernos “cuentos clásicos infantiles”.
Es decir que son parte ineludible de la formación de la conciencia de niños/as, familias y docentes. Son al mismo tiempo un material único para establecer un diálogo en términos de igualdad con nuestros/as niños/as y al mismo tiempo exigen la crítica clasista y revolucionaria de sus significados, de su potencialidad y de sus usos comunes para intentar mejorar la conciencia de trabajadores y trabajadoras que tienen en su deseo la transformación definitiva de la miseria en dicha.

Claramente no pretendo ponerme a la altura de un Trostky o un Piaget, pero al menos sí me coloco en el lugar de aquellos artistas del cine, directores/as, guionistas, etc. que en algún momento de crisis creativa, como yo cuando llegué a la crisis de separarme de mi hija y de la familia que había construido con toda ilusión, prestamos atención con toda nuestra sensibilidad a flor de conciencia, ese mensaje oculto y extraño que nuestros hijos e hijas siembran en nuestras vidas todos los días.

En este libro vas a encontrar entonces una crónica, un relato entre literario y periodístico de mis experiencias como padre de Leyla en sus primeros cinco años de vida. Volqué aquí las reflexiones políticas, estéticas, históricas y psicológicas que Leyla me fue llevando a transitar en este esfuerzo permanente por entenderla y comunicarme de la mejor manera posible con ella. Preocupado por ser un buen padre para ella, ella me guío por el camino de la sabiduría y de alguna forma, ella me crió a mí.

Espero que al menos le sirva a ella en un futuro para tener un registro de sus primeros años de vida, un diario que la ayude a comprender al menos el origen de los errores de su padre, para que pueda distinguirlos claramente de los suyos propios.

En última instancia, como me enseñó Intensamente, que este libro sirva para sostener el equilibrio de la mesa en la que construimos sus “islas” y sus “recuerdos primordiales”, para que Alegría y Tristeza se den la mano para que tengas una vida lo más sana emocionalmente que puedas, hermosa.