Ensayo sobre Lego, la película, de Warner Bros., 2014
La última gran
película infantil que ha retomado con el mismo poder y éxito el planteo
original de Toy Story en sus
diferentes aspectos, es Lego, the Movie,
estrenada en 2014 y dirigida por los mismos autores de la desopilante Lluvia de hamburguesas, Phil Lord y
Cristopher Miller y pagada por uno de los pulpos de la industria del cine como
la Warner Brothers y uno de los amos de la industria del juguete, la
multinacional danesa Lego, inventora de los ladrillos de plástico para armar
tan famosos desde los años 50 y 60 en todo el mundo.
Márketin y sensibilidad popular
Como la pionera
del cine animado, Lego, la película
es una reflexión sobre el mundo íntimo de los niños a través de uno de sus
principales pilares, el juego. Claro que como en aquélla el argumento es una
excusa para instalar un nuevo cúmulo de sensaciones de simpatía con el producto
para aumentar sus ventas entre las nuevas generaciones de padres con capacidad
para comprarse juguetes de cierto precio.
En un mercado
tan competitivo y marcado hace rato por las crisis de sobreproducción, la
película y las series animadas subproducto de ella que inundan las grillas de
esos horribles promotores del consumismo infantil que son los canales de
televisión por cable para niños, la compañía Lego ha logrado volver a instalar
en el universo infantil el deseo por un juguete de más de sesenta años de vigencia.
La tesis central
de la película, aunque admita interpretaciones más altruistas, en última
instancia sirve como explicación de la increíble vigencia de un estilo de
juguete tan sencillo: lo importante a la hora de jugar no es el juguete sino la
imaginación de quien juega.
Algo que sabe
evidentemente la familia Kristiansen, heredera de la carpintería y juguetería
fundada en 1939 por el viejo Ole Kirk Christiansen en su pueblito natal de
Billund, en el centro de la pequeña península de Dinamarca.
Algo que sabemos
todos los papás y mamás del mundo que hemos comprobado que nuestros niños y
niñas, mientras menos desarrollada tienen su conciencia racional, pueden
pasarse horas entretenidos con la caja de cartón donde venía el juguete
rimbombante que tantas horas de laburo nos costó, al que dejan arrumbado en un
rincón para desgracia y sufrimiento de quienes han entendido Toy Story con
demasiada literalidad.
La película, a
pesar de este objetivo panfletario y marketinero tan mezquino, es sin embargo
un acierto en cuanto producto artístico. Su guión entraña un cuestionamiento
metafórico a la organización política de nuestra sociedad, un cuestionamiento
en suma al poder, tanto en un plano colectivo como en el que Michel Foucault
encontrase los “micropoderes” de la vida íntima y familiar.
Todo es increíble
Como en Toy Story, la trama se desarrolla en el
universo creado por un niño de 7 u 8 años, que en este caso encarna un actor de
carne y hueso, quien se pasa horas en el sótano de su casa, donde su papá (ese
genial actor que es Will Farrell) tiene instalados varios paneles de mundos
construidos con ladrillos Lego. Lo que para el padre era una especie de hobby
caro como el de la construcción de maquetas de trenes, para su pequeño hijo
eran millones de piezas de Lego a su disposición para armar y desarmar.
Entonces tenemos
dos historias entrelazadas pero en dos niveles diferentes. Una, la que sostiene
la mayor parte de la narración, transcurre en el universo de Emett, un
insignificante obrero de la construcción que trabaja para el megamonopolio más
importante de este mundo imaginario, construyendo todo lo que existe usando,
claro está, ladrillos y piezas Lego. La otra, la del mundo “real”, el conflicto
entre el niño y su padre acerca del uso de las piezas, un debate sobre las
relaciones familiares de poder y la imaginación.
Como puede
imaginarse el lector que no vio la peli, el mundo más interesante es el que
construye el niño. En su “inocente” imaginación, el pibito da en la tecla, ya
que el malo más malo es el empresario dueño de la megacorporación, Mr. Business
o el Señor Negocios, representación en plástico de un diminuto Will Farrell con
traje de empresario y actitudes despreciables como ser humano, un monstruo
sagrado de pura maldad que pretende usar pegamento definitivo para ajustar
todas las piezas del mundo en una versión quieta y definitiva, fija, de su
poder y dominación.
El mundo
construido por este poderoso empresario es una copia rutinaria y exagerada como
caricatura de nuestro mundo cotidiano: enormes ciudades llenas de gente que se
levanta, desayuna, ve la tele, se llena de comentarios y conversaciones burdas
sobre el programa pedorro que vieron a la noche, cantando todos la misma
canción de moda y ocupándose de sus tareas habituales.
Emett es un
simple e invisible individuo gris en medio de este mundo monótono y monocorde,
un explotado que no tiene idea de que lo es y hasta que punto, que no cuestiona
el orden ni el poder del que emana, como millones de próximos suyos, hasta que
un día se choca con una mujer hermosa, que lo enamora antes de seducirlo
políticamente. Wildstyle (literalmente Estilo Salvaje, seudónimo militante de
una más sencilla Lucía, muy berretamente traducido al castellano como “Estilo
Libre”) es miembro de una logia clandestina de superhéroes llamados “Maestros
Constructores” en una obvia alusión a los Maestros Jedi de Star Wars (los que
aparecen en la peli), pero que puede aceptar la analogía con la Liga de la
Justicia, ya que Batman, Superman, la Mujer Maravilla y Aqcuamán también
aparecen y la Cofradía del Anillo, representada en uno de los personajes
principales del film, el Gran Mago Blanco, caricatura de Gandalf.
El Gandalf de
esta peli, llamado Vitruvius y doblado por el inmortal Morgan Freeman, lidera a
este grupo desopilante de superhéroes que tienen la capacidad innata y
sobrenatural de construir cualquier cosa imaginable utilizando las piezas de
Lego que fueron diseñadas y fabricadas para funciones totalmente diferentes. La
logia lucha en la clandestinidad contra Mr. Business para encontrar la “pieza
de resistencia” un objeto mágico-sagrado que servirá para evitar que el malvado
fije eternamente los ladrillos del mundo en una sóla e inextinguible forma.
En una clara
alusión a la saga The Matrix, los
maestros constructores tienen el poder de detectar la esencia de la
construcción ficticia del mundo real de ladrillos y manejarla a su antojo,
pudiendo construir objetos que no estaban diseñados originalmente y el Señor
Negocios cuenta con un ejército de policías y agentes especiales liderado por
Policía Bueno-Policía Malo (otro actor desproporcionado, el irlandés Liam
Neeson) que remite al famoso Mr. Smith de la mítica saga de los hermanos
Wachowski.
El éxito de la
película se soporta en la excelente calidad técnica desenvuelta para
desarrollar la trama, una mezcla de animación digital de última generación,
conocida como CGI, y la pionera técnica
de animación del Stopmotion, consistente en sacar foto por foto de muñecos
reales de Lego hasta dar la impresión de su movimiento por la superposición de
las imágenes. Los creadores del film tienen la enorme capacidad de superar
cualquier grado de delirio imaginativo de cualquier niño/a o adulto que se haya
apasionado jugando con estos ladrillos o sus miles de falsificaciones (los
Rasti en nuestro país, por ejemplo, o Playmovil).
Además, está llena
de una sucesión interminable de referencias a decenas de películas que nos han
fascinado durante las últimas tres décadas, con lo que la Warner y Lego matan
varios pájaros de un tiro asegurándose la producción y venta masiva de cajas
con ladrillos de todos esos universos culturales de masas.
Reforma o Revolución
Toda la tensión
argumentativa, sin embargo, está puesta en la lucha de los sujetos oprimidos en
un sistema social contra el poder dominante y la cuestión se juega en dos
contradicciones elementales: la lucha del individuo para encontrar su verdadera
identidad contra la que el sistema social le ha impuesto y la del caos contra
el orden.
En primer lugar,
un sencillo obrero cuyo destino es el de una rutinaria y eterna explotación
camuflada bajo la apariencia de un mundo perfectamente feliz, diseñado por las
corporaciones capitalistas, los medios de comunicación, la escuela y la
familia, se rebela y descubre que, como Neo, está llamado a transformarse en el
Salvador de la humanidad, en el Gran Maestro Constructor que lidere la
conquista de la Pieza de Resistencia y detenga los objetivos finales del gran
malvado. En un guiño costumbrista, los directores resuelven que no sea la
profecía mágica ni la creatividad especial de Emett las herramientas claves en
la realización de sus deseos y el de su especie, sino precisamente en la
sencillez de su humilde forma de concebir el mundo.
Pecando de absoluta ingenuidad, debido a que
se trata de la cosmovisión de un niño de 8 años, no fue el descubrimiento de la
pieza de resistencia (el Santo Grial) lo que permitió vencer al Mal, sino la
apelación al costado humano del Gran Capitalista Salvaje, que lo hizo
reflexionar sobre el amor y el afecto y lo aflojó, haciéndolo retracarse y
permitir que el mundo siguiera fluyendo, armándose y desarmándose sin ningún
plan pre-establecido.
En el climax del
film, ambas historias se fusionan, y Emett y el niño son uno mismo enfrentando
a Mr. Business y al padre en la vida real, cuestionándole su intención de
mantener los juguetes fijos en sus formas de fábrica cuando fueron inventados
para que los niños y niñas los armen y desarmen a placer, inventando tantos
universos como dicte su imaginación, no el mapita clásico de las cajas de
marras.
Will Farrel,
como todo buen padre cuyo pequeño hijo le cuestiona la falta de atención y
afecto, después de un primer intento de negación y reto entra en razones y
renuncia ante la evidente muestra de capacidad creativa e imaginativa del hijo,
que le recuerda lo más importante de su propia pasión infantil por el juego.
Otra vez, como
en Toy Story y Ralph el Demoledor, lo excitante del cuestionamiento de la realidad
que podemos experimentar en el viaje de los héroes para encontrar la verdad
liberadora, cae en decepción ante resoluciones que reconstruyen un orden
armónico, de convivencia entre opresores y oprimidos, el verdaderamente ingenuo
deseo de un mundo de conciliación de clases.
Son realmente
ingenuos los realizadores que pretenden que la solución a la alienación y vacío
de las relaciones humanas generadas por el capitalismo van a desaparecer el día
que los poderosos sean alcanzados por ataques de conciencia promovidos por la
generosidad y el amor desinteresado de sus súbditos.
Mucho más
ingenuos que el propio pibe de la película, que logra poner de rodillas al
poder absoluto cuando Wildstyle arenga a la población de la megápolis a
transformarse cada uno y cada una en un Maestro Constructor, un llamado
individualista pero eficaz a que cada sujeto se transforme en el constructor de
sus propias armas para destruir al poder. Wildstyle saca la conclusión no
deseada más revolucionaria, la salvación no vive en la esperanza de un líder
iluminado que con su sabiduría descubra el método para vencer al sistema (la
utopía cristiana de The Matrix) sino
en que el pueblo explotado sea armado y se organice en una lucha sin cuartel
por el poder, contra el poder.
Claro que
decepcionarse ante el cierre de estas películas es tan irracional como
pretender creerlas literalmente. Sería tan irracional como esperar peras del
olmo. Los olmos no dan peras como las multimillonarias producciones de empresas
capitalistas del cine y la industria del juguete no van a salir a inundar las
mentes de las masas explotadas del mundo entero con la esperanza de vencer al
poder con sus propias fuerzas. Esperar algo más que esto de Hollywood sería
incorrecto.
Sin embargo,
toda industria que pretenda atraer el deseo y el interés de las masas
explotadas y oprimidas debe establecer un puente con ellas, está obligada a
prestar intención a esos deseos, a esos intereses, y si es inteligente y sutil,
ofrecerá una idea que pueda ser abrazada con pasión por las masas dominadas. El
éxito masivo de Lego, la película, o Ralph, el demoledor (cuesta tensar la
soga para el caso de Toy Story, donde
la relación entre los juguetes y sus amos humanos no es puesta en términos de
dominación sino de amistad, con excepción de la lucha entre juguetes y
especuladores de la 2 o entre los juguetes abusados y la burocracia del Osito
de Peluche en la 3) está en que millones en todo el mundo nos identificamos
emocionalmente con los personajes que luchan para abolir su sufrimiento y que
como pasa en la vida real todo el tiempo nos movemos en la angustiante decisión
de romper todas las leyes existentes o lograr algún tipo de acuerdo con el régimen.
Reforma o
Revolución parece ser que nos invitan a pensar los autores de estas pelis,
verdaderos artistas que viven del sutil arte de comprender a las masas y
seducirlas. Para vender pelis, juguetes, comics o videojuegos, o para moldear
las conciencias populares, que en algún punto es lo mismo, pero no es igual.
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