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sábado, 6 de febrero de 2016

El ladrillo rojo

Ensayo sobre Lego, la película, de Warner Bros., 2014

La última gran película infantil que ha retomado con el mismo poder y éxito el planteo original de Toy Story en sus diferentes aspectos, es Lego, the Movie, estrenada en 2014 y dirigida por los mismos autores de la desopilante Lluvia de hamburguesas, Phil Lord y Cristopher Miller y pagada por uno de los pulpos de la industria del cine como la Warner Brothers y uno de los amos de la industria del juguete, la multinacional danesa Lego, inventora de los ladrillos de plástico para armar tan famosos desde los años 50 y 60 en todo el mundo.

Márketin y sensibilidad popular

Como la pionera del cine animado, Lego, la película es una reflexión sobre el mundo íntimo de los niños a través de uno de sus principales pilares, el juego. Claro que como en aquélla el argumento es una excusa para instalar un nuevo cúmulo de sensaciones de simpatía con el producto para aumentar sus ventas entre las nuevas generaciones de padres con capacidad para comprarse juguetes de cierto precio.

En un mercado tan competitivo y marcado hace rato por las crisis de sobreproducción, la película y las series animadas subproducto de ella que inundan las grillas de esos horribles promotores del consumismo infantil que son los canales de televisión por cable para niños, la compañía Lego ha logrado volver a instalar en el universo infantil el deseo por un juguete de más de sesenta años de vigencia.

La tesis central de la película, aunque admita interpretaciones más altruistas, en última instancia sirve como explicación de la increíble vigencia de un estilo de juguete tan sencillo: lo importante a la hora de jugar no es el juguete sino la imaginación de quien juega.
Algo que sabe evidentemente la familia Kristiansen, heredera de la carpintería y juguetería fundada en 1939 por el viejo Ole Kirk Christiansen en su pueblito natal de Billund, en el centro de la pequeña península de Dinamarca.

Algo que sabemos todos los papás y mamás del mundo que hemos comprobado que nuestros niños y niñas, mientras menos desarrollada tienen su conciencia racional, pueden pasarse horas entretenidos con la caja de cartón donde venía el juguete rimbombante que tantas horas de laburo nos costó, al que dejan arrumbado en un rincón para desgracia y sufrimiento de quienes han entendido Toy Story con demasiada literalidad.

La película, a pesar de este objetivo panfletario y marketinero tan mezquino, es sin embargo un acierto en cuanto producto artístico. Su guión entraña un cuestionamiento metafórico a la organización política de nuestra sociedad, un cuestionamiento en suma al poder, tanto en un plano colectivo como en el que Michel Foucault encontrase los “micropoderes” de la vida íntima y familiar.

Todo es increíble

Como en Toy Story, la trama se desarrolla en el universo creado por un niño de 7 u 8 años, que en este caso encarna un actor de carne y hueso, quien se pasa horas en el sótano de su casa, donde su papá (ese genial actor que es Will Farrell) tiene instalados varios paneles de mundos construidos con ladrillos Lego. Lo que para el padre era una especie de hobby caro como el de la construcción de maquetas de trenes, para su pequeño hijo eran millones de piezas de Lego a su disposición para armar y desarmar.

Entonces tenemos dos historias entrelazadas pero en dos niveles diferentes. Una, la que sostiene la mayor parte de la narración, transcurre en el universo de Emett, un insignificante obrero de la construcción que trabaja para el megamonopolio más importante de este mundo imaginario, construyendo todo lo que existe usando, claro está, ladrillos y piezas Lego. La otra, la del mundo “real”, el conflicto entre el niño y su padre acerca del uso de las piezas, un debate sobre las relaciones familiares de poder y la imaginación.

Como puede imaginarse el lector que no vio la peli, el mundo más interesante es el que construye el niño. En su “inocente” imaginación, el pibito da en la tecla, ya que el malo más malo es el empresario dueño de la megacorporación, Mr. Business o el Señor Negocios, representación en plástico de un diminuto Will Farrell con traje de empresario y actitudes despreciables como ser humano, un monstruo sagrado de pura maldad que pretende usar pegamento definitivo para ajustar todas las piezas del mundo en una versión quieta y definitiva, fija, de su poder y dominación.

El mundo construido por este poderoso empresario es una copia rutinaria y exagerada como caricatura de nuestro mundo cotidiano: enormes ciudades llenas de gente que se levanta, desayuna, ve la tele, se llena de comentarios y conversaciones burdas sobre el programa pedorro que vieron a la noche, cantando todos la misma canción de moda y ocupándose de sus tareas habituales.

Emett es un simple e invisible individuo gris en medio de este mundo monótono y monocorde, un explotado que no tiene idea de que lo es y hasta que punto, que no cuestiona el orden ni el poder del que emana, como millones de próximos suyos, hasta que un día se choca con una mujer hermosa, que lo enamora antes de seducirlo políticamente. Wildstyle (literalmente Estilo Salvaje, seudónimo militante de una más sencilla Lucía, muy berretamente traducido al castellano como “Estilo Libre”) es miembro de una logia clandestina de superhéroes llamados “Maestros Constructores” en una obvia alusión a los Maestros Jedi de Star Wars (los que aparecen en la peli), pero que puede aceptar la analogía con la Liga de la Justicia, ya que Batman, Superman, la Mujer Maravilla y Aqcuamán también aparecen y la Cofradía del Anillo, representada en uno de los personajes principales del film, el Gran Mago Blanco, caricatura de Gandalf.

El Gandalf de esta peli, llamado Vitruvius y doblado por el inmortal Morgan Freeman, lidera a este grupo desopilante de superhéroes que tienen la capacidad innata y sobrenatural de construir cualquier cosa imaginable utilizando las piezas de Lego que fueron diseñadas y fabricadas para funciones totalmente diferentes. La logia lucha en la clandestinidad contra Mr. Business para encontrar la “pieza de resistencia” un objeto mágico-sagrado que servirá para evitar que el malvado fije eternamente los ladrillos del mundo en una sóla e inextinguible forma.

En una clara alusión a la saga The Matrix, los maestros constructores tienen el poder de detectar la esencia de la construcción ficticia del mundo real de ladrillos y manejarla a su antojo, pudiendo construir objetos que no estaban diseñados originalmente y el Señor Negocios cuenta con un ejército de policías y agentes especiales liderado por Policía Bueno-Policía Malo (otro actor desproporcionado, el irlandés Liam Neeson) que remite al famoso Mr. Smith de la mítica saga de los hermanos Wachowski.

El éxito de la película se soporta en la excelente calidad técnica desenvuelta para desarrollar la trama, una mezcla de animación digital de última generación, conocida como CGI,  y la pionera técnica de animación del Stopmotion, consistente en sacar foto por foto de muñecos reales de Lego hasta dar la impresión de su movimiento por la superposición de las imágenes. Los creadores del film tienen la enorme capacidad de superar cualquier grado de delirio imaginativo de cualquier niño/a o adulto que se haya apasionado jugando con estos ladrillos o sus miles de falsificaciones (los Rasti en nuestro país, por ejemplo, o Playmovil).
Además, está llena de una sucesión interminable de referencias a decenas de películas que nos han fascinado durante las últimas tres décadas, con lo que la Warner y Lego matan varios pájaros de un tiro asegurándose la producción y venta masiva de cajas con ladrillos de todos esos universos culturales de masas.

Reforma o Revolución

Toda la tensión argumentativa, sin embargo, está puesta en la lucha de los sujetos oprimidos en un sistema social contra el poder dominante y la cuestión se juega en dos contradicciones elementales: la lucha del individuo para encontrar su verdadera identidad contra la que el sistema social le ha impuesto y la del caos contra el orden.

En primer lugar, un sencillo obrero cuyo destino es el de una rutinaria y eterna explotación camuflada bajo la apariencia de un mundo perfectamente feliz, diseñado por las corporaciones capitalistas, los medios de comunicación, la escuela y la familia, se rebela y descubre que, como Neo, está llamado a transformarse en el Salvador de la humanidad, en el Gran Maestro Constructor que lidere la conquista de la Pieza de Resistencia y detenga los objetivos finales del gran malvado. En un guiño costumbrista, los directores resuelven que no sea la profecía mágica ni la creatividad especial de Emett las herramientas claves en la realización de sus deseos y el de su especie, sino precisamente en la sencillez de su humilde forma de concebir el mundo.

Pecando de absoluta ingenuidad, debido a que se trata de la cosmovisión de un niño de 8 años, no fue el descubrimiento de la pieza de resistencia (el Santo Grial) lo que permitió vencer al Mal, sino la apelación al costado humano del Gran Capitalista Salvaje, que lo hizo reflexionar sobre el amor y el afecto y lo aflojó, haciéndolo retracarse y permitir que el mundo siguiera fluyendo, armándose y desarmándose sin ningún plan pre-establecido.
En el climax del film, ambas historias se fusionan, y Emett y el niño son uno mismo enfrentando a Mr. Business y al padre en la vida real, cuestionándole su intención de mantener los juguetes fijos en sus formas de fábrica cuando fueron inventados para que los niños y niñas los armen y desarmen a placer, inventando tantos universos como dicte su imaginación, no el mapita clásico de las cajas de marras.

Will Farrel, como todo buen padre cuyo pequeño hijo le cuestiona la falta de atención y afecto, después de un primer intento de negación y reto entra en razones y renuncia ante la evidente muestra de capacidad creativa e imaginativa del hijo, que le recuerda lo más importante de su propia pasión infantil por el juego.

Otra vez, como en Toy Story y Ralph el Demoledor, lo excitante del cuestionamiento de la realidad que podemos experimentar en el viaje de los héroes para encontrar la verdad liberadora, cae en decepción ante resoluciones que reconstruyen un orden armónico, de convivencia entre opresores y oprimidos, el verdaderamente ingenuo deseo de un mundo de conciliación de clases.

Son realmente ingenuos los realizadores que pretenden que la solución a la alienación y vacío de las relaciones humanas generadas por el capitalismo van a desaparecer el día que los poderosos sean alcanzados por ataques de conciencia promovidos por la generosidad y el amor desinteresado de sus súbditos.

Mucho más ingenuos que el propio pibe de la película, que logra poner de rodillas al poder absoluto cuando Wildstyle arenga a la población de la megápolis a transformarse cada uno y cada una en un Maestro Constructor, un llamado individualista pero eficaz a que cada sujeto se transforme en el constructor de sus propias armas para destruir al poder. Wildstyle saca la conclusión no deseada más revolucionaria, la salvación no vive en la esperanza de un líder iluminado que con su sabiduría descubra el método para vencer al sistema (la utopía cristiana de The Matrix) sino en que el pueblo explotado sea armado y se organice en una lucha sin cuartel por el poder, contra el poder.

Claro que decepcionarse ante el cierre de estas películas es tan irracional como pretender creerlas literalmente. Sería tan irracional como esperar peras del olmo. Los olmos no dan peras como las multimillonarias producciones de empresas capitalistas del cine y la industria del juguete no van a salir a inundar las mentes de las masas explotadas del mundo entero con la esperanza de vencer al poder con sus propias fuerzas. Esperar algo más que esto de Hollywood sería incorrecto.

Sin embargo, toda industria que pretenda atraer el deseo y el interés de las masas explotadas y oprimidas debe establecer un puente con ellas, está obligada a prestar intención a esos deseos, a esos intereses, y si es inteligente y sutil, ofrecerá una idea que pueda ser abrazada con pasión por las masas dominadas. El éxito masivo de Lego, la película, o Ralph, el demoledor (cuesta tensar la soga para el caso de Toy Story, donde la relación entre los juguetes y sus amos humanos no es puesta en términos de dominación sino de amistad, con excepción de la lucha entre juguetes y especuladores de la 2 o entre los juguetes abusados y la burocracia del Osito de Peluche en la 3) está en que millones en todo el mundo nos identificamos emocionalmente con los personajes que luchan para abolir su sufrimiento y que como pasa en la vida real todo el tiempo nos movemos en la angustiante decisión de romper todas las leyes existentes o lograr algún tipo de acuerdo con el régimen.


Reforma o Revolución parece ser que nos invitan a pensar los autores de estas pelis, verdaderos artistas que viven del sutil arte de comprender a las masas y seducirlas. Para vender pelis, juguetes, comics o videojuegos, o para moldear las conciencias populares, que en algún punto es lo mismo, pero no es igual.

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