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martes, 28 de febrero de 2017

Madre hay una sola

Desde chiquito tiene la
obsesión,
la madre lo cagó,
a palos, de hambre, 
lo encerraba en el placar.

Aunque no esté más
en cada una la busca,
se enamora, la seduce.

En cada una la busca,
y como no la encuentra,
traga merca.

Falso yeso
que no tapa huecos,
te los abre en la cabeza.

Todo se hace confuso
algunas veces la ve
y se pone a llorar entre sus piernas,
pero también le pega,
se la viola.

Porque 
en cada una 
está
la que busca
castigar.

Parece mentira pero
la quiere matar
#niunamenos grita 
pero no es verdad.

La culpa a ella
y no al sistema.

Lo angustia la que se fue,
porque lo mataba de hambre y a palos
y al final lo abandonó.

"Se merecen eso y peor".

En cada una la busca
para devolverle 
todo su dolor.

Va matando a cada una
para dejar de tomar
pero ya no puede
ni metaforizar.

domingo, 26 de febrero de 2017

Me arrepiento de este amor


Apuntes sobre el amor de transferencia y los violadores  “consensuales”


En los últimos años, a partir de la visibilización de las problemáticas de género y de las expresiones microscópicas de la violencia machista y patriarcal en nuestras relaciones cotidianas, muchas mujeres de la clase obrera y la clase media con acceso a recursos materiales y culturales suficientes (salarios cercanos a la canasta familiar, ingresos provenientes otras fuentes no basadas en el trabajo explotado pero tampoco en la explotación de trabajo ajeno, educación secundaria, terciaria y/o universitaria, conocimientos o relaciones con abogados/as, asistentes sociales, activistas de la lucha de la mujer, etc.) han tomado conciencia de que fueron o son víctimas de violencia machista por parte de varones en quienes habían confiado afectivamente.

En la UBA se multiplican las denuncias contra profesores de diferentes ideologías políticas y diferentes lugares en el entramado político y económico de las academias. En la enseñanza secundaria el abuso de alumnas adolescentes está tan extendido como ocultado. En los niveles primarios e inicial de la educación suelen estallar públicamente, como repudio extendido y justificado de las familias en defensa de sus crías injuriadas y vejadas y como pasto de maléficas campañas en busca de rédito económico.

En el ámbito de la cultura popular, las denuncias contra Aldana sintetizan un cuadro de revisión consciente por parte de las fanáticas de bandas de rock de una idealización muy difundida sobre sus músicos preferidos.

Menos visibles, en las organizaciones de la clase obrera (reformistas, populistas o revolucionarias) se viene desplegando un silencioso pero poderoso proceso de visibilización de prácticas comunes de idealización de dirigentes de diferente rango que culminan en abuso y violencia machista en diferentes niveles.

En su defensa, abusadores y violadores alegan que todo fue consensuado. Si el planteo es inaceptable en el caso de niñas y niños (lo que no quita que haya una defensa “teórica” de la pederastía) cada vez que una adolescente o una joven denuncian a su pareja el cuestionamiento de la víctima parece contar con mayor consenso social.

Entendemos que esto puede deberse a la incomprensión de una forma de amor muy extendida y común, alentada por las industrias culturales que difunden ideología (cine, tele, radios), el amor idealizado o de transferencia. A pesar de ser considerado expresión de un mecanismo inconsciente, pr0vocado por carencias afectivas en la infancia, es una de las formas de amor más difundidas o toleradas en nuestra sociedad y es un campo propicio para un tipo específico de violadores, aquéllos que se encubren bajo un “consenso” falso, se aprovechan del amor de transferencia y del auto-flagelo de las víctimas.

Lo que sigue pretende ser simplemente un aporte para desmitificar esta práctica y ayudar a su erradicación.

Siempre me enamoro de los mismos tarados


Hace poco el Licenciado Hernán Scorofitz publicó en su página de Facebook uno de sus habituales comentarios que buscan esclarecer problemas de la vida cotidiana apelando a una difusión popular (género mal llamado vulgarización científica) de los basamentos de la teoría psicoanalítica. En este caso le apuntaba a un tweet del ilustre neurólogo Dr. Facundo Manes (Quilmes, 1969), académico de la Favaloro y universidades yankees, intelectual orgánico de una avanzada reaccionaria disfrazada de materialismo en el campo cultural macrista.

En el tweet se reduce a una reacción química en nuestro lóbulo frontal, la sensación habitual que sentimos muchos/as individuos cuando amamos, la de que se nos anula el costado racional de nuestra conciencia, operando en automático solamente con el emotivo. Scorofitz subraya con mucho sentido de la dialéctica –y de la polémica sutil- que Manes “olvida” también los factores extra-químicos que operan en dicho proceso y recupera para nosotres las opiniones de Freud sobre los procesos cognitivos y emocionales que sostienen esta sensación de enamoramiento “bobo”.

En “Sobre la dinámica de la transferencia”, de 1912, Sigmund Freud nos ofrece un resumido texto sobre la idealización o transferencia amorosa:

“todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también varios) que se repite –es reimpreso- de manera regular en la trayectoria de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutable frente a impresiones recientes. Ahora bien, según lo que hemos averiguado por nuestras experiencias, sólo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa ha recorrido el pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad consciente, y constituye una pieza de esta última. Otra parte de esas mociones libidinosas ha sido demorada en el desarrollo, está apartada de la personalidad consciente así como de la realidad objetiva, y sólo tuvo permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero en lo inconsciente, siendo entonces no consabida para la consciencia de la personalidad. Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con nuevas representaciones-expectativas libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de consciencia y la inconsciente, participen de tal acomodamiento.”

Si no entendí mal explica el origen de esa sensación -tan conocida y angustiante- cuando uno/una se enamora recurrentemente de personas que le hacen daño o mantiene más allá del agotamiento relaciones afectivas negativas. La idealización consistiría en transferirle al otro –u otra- características y virtudes morales, éticas, intelectuales, físicas que la/el enamorada/o considera buenas y que desearía tener. Desearía tenerlas dentro suyo, desearía ser eso que ama en el otro u otra.

Por eso dice el Lic. Scorofitz que Freud considera el amor como un proceso de “engaño” y “autoengaño”. La relación con la histeria estaría dada, si yo no entiendo mal, por la etimología original de la palabra griega, que designaba al proceso de “engaño” operado en la representación teatral por actores y actrices que se disfrazan (originalmente era literal, ya que en el teatro griego y en casi todas las representaciones colectivas rituales de las antiguas sociedades pre estatales existen formas de teatralización basadas en el uso de vestimentas y máscaras) de personas o conceptos que no son.

El amor es ciego


El engaño del amor no necesariamente es a propósito. Todo lo contrario, por lo general es involuntario: lo hacemos sin tener plena conciencia que lo estamos haciendo, hasta que ya estamos enganchados en una relación, nos acercamos lo suficiente al otro, para contrastar nuestras fantasías con la realidad y nos damos cuenta que “no era quien creíamos que era”.

Hay una línea sutil y contradictoria, que sólo se puede determinar “caso por caso”, entre el “auto engaño” y la “estafa”. Por lo general, cuando nos damos cuenta que elegimos a alguien equivocado reaccionamos violentamente contra él o ella, protestando de la estafa como su hubiese sido hecha a propósito para manipularnos en nuestra buena fe. También puede ser que nos enojemos con nosotras/os mismos/as, castigándonos cada vez con mayor crueldad a medida que vamos creciendo y el daño se torna más grave e inexplicable.

Resulta que no tenemos en cuenta si fuimos nosotros/as quienes tomamos un rasgo simbólico de una virtud del otro y construimos rápidamente el personaje que queríamos. Del otro lado, hay que ser muy serios para determinar si la persona de la que nos enamoramos se aprovechó a consciencia de nuestro mecanismo inconsciente de idealización para disfrutar de un falso amor o si también él o ella inconscientemente disfrutaron del enorme placer de ser amado por buenas virtudes que en realidad no poseen del todo, que sólo manifiestan como deseo o proyección de lo que les gustaría ser.

Una reflexión de G. W. Hegel, el filósofo idealista dialéctico que acuñó un texto muy bueno sobre la dialéctica del amo y el esclavo, donde destaca que en las relaciones de opresión, manipulación y explotación las dos partes son co-dependientes entre sí, ya que como decía más modestamente mi mamá, “para un roto siempre hay un descosido”.

En resumen, se juntan dos necesidades: la de quienes deseamos encontrar una persona que nos “complete” en aquellas virtudes personales que deseamos tener y no nos animamos a desarrollar en soledad y la de quienes desean ser reconocidos y premiados con la ternura y el placer sexual por las virtudes que creen personificar.

Así, la persona que ama transfiere –por lo general sin saberlo- virtudes que tiene incompletas, no desarrolladas, o que desea ser, en el otro amado; mientras que el amado disfruta –consciente o inconscientemente- del afecto y placer sexual con el que son beneficiados por esa idealización.

Como vemos, todo depende del grado de madurez emocional y racional que cada individuo tenga en una relación afectiva. Quiero decir, hasta que no tenemos un trabajo serio y sistemático con nosotros/as mismos/as, estamos condenados/as a amar a ciegas, a amar gobernados por mecanismos sicológicos (que tienen una base química y fisiológica también, ojo, esto no es menos importante) que no conocemos ni gobernamos.

Tu amor es puro chamuyo


La Iglesia Católica romana ha sido desenmascarada en las últimas décadas  a medida que sus víctimas lograron encontrarse en los pasillos y rincones mediáticos, reconocerse entre millones de casos como parte de una inocencia y devoción supremas violadas. La fe religiosa es, si se piensa un poco, el caso más claro de idealización y transferencia amorosa sin ninguna prueba material que existe. Roto el encantamiento miles de adultos han comenzado una sistemática denuncia imposible de banalizar o cuestionar.

Pero cuando una mujer “mayor de edad” sale de un proceso de amor inconsciente y denuncia a su pareja -gracias a la proliferación de trabajos de organizaciones feministas desnudando y desnaturalizando prácticas y costumbres que siempre parecieron “naturales” o “normales”- por lo general es atacada y cuestionada. 

Entonces se da este debate terrible, por parte de quienes temen que se propaguen falsas acusaciones que arruinen a víctimas inocentes. El temor a la “caza de brujas” en referencia a los procesos judiciales legales que durante varios siglos promovía la Iglesia Católica y protestante en Occidente y que encubrían intereses materiales de desprestigio social y expropiación de los bienes de las denunciadas y sus familias por parte de los denunciantes.

El problema es mayor, obviamente, para las verdaderas víctimas, que además de haber sido vejadas física y psicológicamente, sus vidas emocionales y materiales seriamente dañadas, deben enfrentar una Justicia que tiende a pararse del lado de los victimarios en defensa del poder masculino y las relaciones de poder patriarcales, que son una de las bases más firmes donde se asienta el poder de explotación de las clases dominantes desde hace cinco mil años.

Nadie que no conozca íntimamente el calvario por el que debe atravesar una mujer que ha sido violada por su pareja constituida, su padre o familiar cercano, su profesor, su responsable político, su músico o artista preferido, sabe o puede deducir abstractamente la segunda violación que sufre ante cada instancia de denuncia y del proceso necesario para la lograr una sanción efectiva que le permita culminar el proceso inverso, el de reconstruir la auto-confianza necesaria para reconstruir la vida que le han dañado.

No se trata sólo de apelar a la conciencia moral de cada quien y llamar a una reflexión automática sobre el lugar de la trinchera donde uno o una debe pararse para analizar “cada caso”. Se trata de llamar a la reflexión sobre situaciones concretas y hechos puntuales donde la responsabilidad del victimario debe ser repudiada sin ningún tipo de ambigüedad.

“No” significa “no”, maldito violador


El Lic. Scorofitz me ha sugerido la lectura de un texto de Sigmund Freud muy esclarecedor “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, escrito en 1914 y publicado junto a otros textos en Nuevos conceptos sobre la técnica del psicoanálisis III en 1915 (http://bibliopsi.org/docs/materias/obligatorias/CFP/etica/farina/Freud%20-%20Puntualizaciones%20sobre%20el%20amor%20de%20transferencia.pdf).

Freud toma consciencia el proceso de transferencia e idealización que constató en sus propias experiencias de análisis y en la de otros colegas. Entiende que el “enamoramiento” de una paciente (siempre se refiere a pacientes femeninas y doctores masculinos, aunque confieso que también nos ocurre a pacientes masculinos con doctoras femeninas) debe ser considerado siempre como un producto del tratamiento terapéutico.

El enfoque de Freud me pareció muy acertado por tres razones de equivalente valor. Primero porque tiene la honestidad y el coraje intelectual de señalar y criticar los efectos no deseados que la práctica científica de la que vive generan en sus pacientes; segundo porque, a pesar de compartir un desprecio moral propio de una sociedad hipócrita como la de la aristocracia y burguesía europea victoriana, no ejerce una búsqueda de la verdad del problema basado en esa misma moralina; tercero y coherentemente con los dos anteriores, porque nos ofrece una respuesta ética y moral basada en un criterio científico, en defensa de los intereses de las pacientes y de los objetivos del psicoanálisis como ciencia curativa.

En 1912 Freud consideraba que era normal, común, esperable, que una persona acudiese a terapia buscando una solución al problema de la repetición de búsquedas amorosas sobre la base de construcción de fantasías en el objeto amado, reimprimiese, repitiese los mecanismos que la aquejaban en la relación con su terapeuta. Una transferencia positiva, que el profesional podía desnudar frente a su paciente para poner delante de su conciencia los mecanismos ocultos de su construcción amorosa y de esa forma poder gobernarse.

Pero en 1914 Freud reflexiona sobre otra posibilidad, la de una transferencia negativa. En este caso, la paciente utilizaría el falso enamoramiento y la transferencia sobre su doctor para complicar inconscientemente la relación terapéutica, habiendo llegado al punto donde el sistemático escarvar sobre sus angustias inconscientes genere un dolor insoportable y la necesidad, también lógica, de impedir que el proceso continúe.

Sospecho que Freud estaba preocupado por las denuncias de las familias de mujeres ante casos que terminaron con la consumación de relaciones sexuales con sus analistas. Pero a pesar que repudia moralmente esa consumación, Freud convoca a los terapeutas a rechazar el “regalo” afectivo y/o sexual ofrecido por sus pacientes, no sólo porque daña la moral y la ética de la profesión, mucho menos para satisfacer los intereses de familiares, que muchas veces se agarran de la transferencia para intentar impedir que la cura implique descubrir los mecanismos patológicos de funcionamiento de toda la familia.

En ambos casos, Freud explica con sumo criterio que la aceptación de esta relación afectiva complota contra el objetivo verdadero de la relación: el tratamiento y cura de las neurosis de la paciente. Ella no fue al consultorio buscando amor, sino un tratamiento para sanar o al menos el mejor intento posible. Que se acepte como voluntaria y consciente esta relación afectiva, incluso en el caso que ambos terminen haciendo pública y legal la relación (por medio del casamiento), no deja de complotar contra el tratamiento y la cura.

Después de un análisis técnico sobre las mejores estrategias que puede desarrollar el médico ante la circunstancia de que se produzca un enamoramiento por transferencia de su paciente, viendo las posibilidades y dificultades que tiene para la prosecución de la cura la alternativa de suspender la terapia o de sostener conscientemente ese enamoramiento pero impidiendo que se concrete, cosa de permitir a la paciente “sacar afuera”, “poner delante de sus ojos” lo que ella misma no comprende de su neurosis, Freud no esquiva el bulto ni se hace el sordo, coloca la responsabilidad donde corresponde:

“Para el obrar del médico es decisiva la primera de esas tres propiedades del amor de transferencia que hemos mencionado. Él tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, para él, el resultado inevitable de una situación médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de importancia vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja personal. La condescendencia de la paciente no modifica nada, no hace sino volcar toda la responsabilidad sobre su propia persona.”

Ningún sicólogo puede argumentar, después de 1915, que no abusó de su situación de poder relativo frente a su paciente para aprovecharse de la transferencia en terapia en beneficio de sus deseos emotivos o sexuales personales. En la facultad debe estudiar sobre eso y aún si no lo hiciese, no importa, el sólo hecho de que este texto exista sirve como argumento definitivo en su contra, aunque se entienda su actuación como negligente sigue siendo mala praxis.

¡Hey, teacher, deja de violar a tus alumnas!


¿Cabe alguna consideración empática para el padre que se aprovecha de su natural condición como representante de las ilusiones infantiles de amor incondicional y fraterno para satisfacer sus apetitos sexuales básicos con el cuerpo y la salud psicológica de sus hijas?

¿Alguien puede argumentar con seriedad a favor de los derechos de un adulto varón que se aprovecha de la necesidad de una niña o adolescente de figuras masculinas que le ofrezcan virtudes éticas, morales, afectivas o intelectuales contrapuestas a las de su padre, para satisfacer su propio deseo de afecto y placer sexual?

¿Queda alguna duda que un sacerdote no puede reclamar el derecho al amor sexual consensuado de uno de sus monaguillos cuando es él quien ha despertado y promovido un amor de transferencia guiado por la búsqueda consciente de un bálsamo de afecto al vacío existencial de todo niño o joven que busca en la religión una cura?

La máxima de Freud debería ser sacada de los anaqueles y el polvo de los apuntes en los terciarios y universidades para explicar a los futuros docentes que cuando un profe trabaja en la conciencia de sus alumnos y estudiantes para desbloquear los mecanismos represivos inducidos por la sociedad, desarrollando su confianza y autoestima en la consecución de metas físicas, prácticas e intelectuales propias y cada vez más complejas, también aprieta los botones de la transferencia y la idealización. 

Los alumnos y alumnas, les estudiantes incluso en edades biológicas avanzadas, como bien señala Freud, llevamos al aula los mismos clisés que reimprimimos constantemente en nuestra vida común  como estrategias de enamoramiento.

El docente que se aprovecha de esa transferencia es responsable de aprovecharse de un engaño para conseguir la tan deseada dádiva afectiva o sexual. La única diferencia que deberíamos establecer entre docentes que se aprovechan del amor de transferencia de sus alumnos -sean estos menores o mayores de edad-, es del grado de la infamia.

Porque los profesores secundarios, terciarios y/o universitarios que sostienen y alimentan relaciones afectivas y sexuales con sus estudiantes, de cualquier género, aún cuando sean mayores de 18 o 21, están incurriendo en la misma irresponsabilidad que señala Freud para los sicoanalistas: la moral, desde luego, porque aprovechan una situación de poder relativo (el control de la calificación, el dominio aparente de un saber deseado por el otro, etc.) y la técnica, porque con esa actitud frenan el verdadero objetivo de su trabajo, el de ayudar a que el o la estudiante desarrolle sus propias capacidades sin entender que sólo puede desarrollarlas en comunión íntima con el docente.

Los violines del rock


Cuando Gustavo Cordera defendió la pedofilia argumentando que era de “caretas” desconocer la capacidad racional y autonomía de pensamiento a mujeres de trece años, nunca señaló argumentos para defender su responsabilidad como adulto que es capaz de discernir procesos de transferencia comunes de un amor basado en un dominio racional de la libido.

Porque Cordera y cualquier músico que vende millones de copias de su trabajo y que llena estadios sabe muy bien que trabaja sobre las carencias emocionales que la sociedad burguesa reprime en la juventud. Sabe, o debería saberlo, porque de eso se trata la responsabilidad, que esas masas de jóvenes transfieren inconscientemente las virtudes que sus familias y el Estado les quitan (amor incondicional y generoso, honestidad, libertad y fraternidad) hacia los líderes de manifestaciones culturales que dicen defender esas banderas en público, contra la sanción hipócrita del propio Estado, incluso.

Cordera y los que como Aldana usufructúan las carencias emotivas e ideológicas de una juventud abusada y avasallada, se aprovechan en beneficio propio de banderas libertarias en la política y la sexualidad que fueron forjadas por artistas que comprometieron su cuerpo en una lucha con organizaciones políticas y sindicales en los 60 y 70. Estas basuras bastardean las banderas libertarias del rock. Los fundadores del rock n´roll combativo y contestatario de los 60 y 70 no eran el chamuyo de los farsas pederastas que vemos hoy.

Los pederastas del rock nacional viven de las rentas sexuales que cobran como testaferros de una herencia libertaria hoy desgajada de cualquier movimiento de lucha real de las masas. Del “flower power” que cobraba un significado revolucionario en manos de una juventud que ponía flores en la boca de fusiles; del poder de consigna política que tenía el “cinco a uno” (Five to one en la canción combativa de los Doors) demostrando la fuerza cuantitativa de la generación juvenil en los sesenta frente al raquitismo y anquilosamiento de la generación que controlaba los resortes del poder; nos hemos quedado con un sexo, drogas & rockanroll al servicio de las necesidades de reconocimiento sexual de una banda de músicos descompuestos moralmente, que sólo razonan con sus braguetas y bolsillos.

La justa bandera de libertad sexual que reivindicaron las juventudes revolucionadas en los años 60 y 70 fueron pisoteadas por quienes las privatizaron para uso exclusivo de los machitos del rock y de las organizaciones de izquierda de diferentes tradiciones.

Idealización y abuso en las orgas políticas y sindicales


En el ámbito político y sindical pasa otro tanto. El varón responsable de un equipo de militantes (ni que hablar de los dirigentes de mayores rangos) debería asumir plena conciencia que su actividad promueve y despierta en las compañeras y compañeros novatos/as la lógica admiración por alguien que encarna (al menos en teoría) los valores éticos y morales a los que esta persona ha decidido consagrarles la vida que le roba el trabajo o la crianza de sus hijos/as. No conozco ninguna organización política o sindical de derecha o izquierda que plantee este problema de manera franca, abierta y colectiva.

En el caso de las organizaciones que se plantean un programa opuesto al régimen social de dominación y explotación imperante, lejos de ser más sencillo, el problema toma mayor gravedad. Del mismo modo que entre los grupos que siguen a las bandas musicales más contestatarias, se desarrollan costumbres y formas de sociabilidad no regidas por la moral oficial de la sociedad, que por lo mismo no tienen una legislación o jurisprudencia aceptadas por sus miembros/as, lo que deja librada a una justicia consuetudinaria (basada en las tradiciones y costumbres y no en los libros de derecho) de tipo individual, donde personalidades neuróticas, manipuladores emocionales y violadores que apelan al “consenso” de sus víctimas se hacen un picnic ya que son ellos mismos los portadores de la última palabra ética o moral y por lo tanto quienes tienen la facultad y el poder de juzgar.

No se trata de decirle a sus hijas “no vayas a un recital de rock” o “no milites” “porque te van a abusar”, solución estúpida si se tiene en cuenta que toda la justicia y el derecho oficiales están basadas en el sostenimiento material y moral de los patriarcas manipuladores, acosadores, violadores y femicidas, lejos de ser salvaguarda de sus hijas son los peores encubridores de sus victimarios potenciales.

Se trata de intentar aprovechar el terremoto provocado por el niunamenos en todas las instituciones de la vida social. Con mucha más razón y necesidad entre las filas de aquellas organizaciones voluntarias que pretenden erradicar al machismo y mucho más en aquéllas que buscan erradicarlo por la vía de terminar con su base material, el Estado clasista y patriarcal.

Maquillaje feminista


No alcanza con declamar valores éticos y morales superiores a los de la burguesía en los programas. Como bien señalaba Marx en su crítica al Programa del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán en Gotha, se trata de señalar las iniciativas concretas para derrocar las bases materiales que soportan las actitudes que queremos desterrar.

Llama la atención que las organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres en nuestro país, agrupadas en torno al Encuentro Nacional de Mujeres, no hayan todavía planteado una meta de “machismo cero” entre las filas de las propias organizaciones. La promoción de cupos femeninos en listas y cargos parlamentarios se ha demostrado igual de insuficiente que la existencia de cupos femeninos en las direcciones de las organizaciones o de las famosas “Secretarías de Mujer” en los sindicatos.

Dichas secretarías suelen contar con los mismos aportes presupuestarios que el Consejo Nacional de Mujeres del Estado argentino, incluso allí donde existen. Las políticas de protección de las afiliadas de las actitudes de machismo dentro del sindicato o en los lugares de trabajo son francamente irrisorias. En CTERA, para ofrecer un ejemplo del gremio al que pertenezco, no se promueve una sola iniciativa para frenar el enorme abuso sexual que existe en las escuelas y ministerios contra maestras, profes y preceptoras. Todo lo contrario, campean las secretarias de mujer que ofrecen salidas “decorosas” para situaciones “delicadas”, aconsejando a las denunciantes cambiar de escuela antes que la denuncia y el sumario.

Faccionalismo y burocratismo encubren al machismo


Se oye mucho hablar de “protocolos” pero lo que se necesitan son iniciativas concretas y no declamaciones formales. La mayoría de las denuncias por violencia machista son encapsuladas al interior de las organizaciones políticas y sindicales de todo tipo para proteger a la organización de los ataques desleales y facciosos de adversarios y enemigos.

Las campañas en las redes de parte de organizaciones de todo color político que buscan desprestigiar a todo un colectivo por situaciones individuales de sus miembros más o menos destacados, no contribuyen un ápice a que esos organismos atacados deslealmente desarrollen mecanismos para erradicar la violencia machista en sus filas. Todo lo contrario, generan una reacción natural de bloqueo y auto-negación.

A las compañeras que han decidido construir partidos, agrupamientos o sindicatos en función de tal o cual objetivo colectivo no les parece grato o atractivo que se destruya esa organización. En la mayoría de los casos que han tomado publicidad no se las escucha pedir la abolición del rock o de las organizaciones que construyen o construyeron.

Del otro lado, cuando estas organizaciones son atacadas con deslealtad egoísta por los intereses electorales mezquinos de las organizaciones atacantes, sus integrantes tienden rápidamente a minimizar la existencia de situaciones graves de violencia machista en su interior, anatemizando a les críticos/as honestos y lo que es supinamente peor, a sus propias compañeras denunciantes, con acusaciones de faccionalismo o de “feminismo falopa”.

Promueven de esa forma un aislamiento social que opera intensificando los desgarros de la violación original, frustrando la ilusión de las víctimas que descuentan la solidaridad incondicional y automática de la organización donde militan. Todavía más, bloquean la posibilidad de desarrollar el debate y las iniciativas necesarias para erradicar de una vez para siempre el machismo latente en mayor o menor medida en sus organizaciones.

Empieza por casa: tolerancia cero al machismo


El Estado es el principal promotor, garante, juez y gendarme que sostiene la violencia machista en nuestra sociedad. Por eso mismo todes nosotres estamos formateados muy profundo en nuestro inconsciente en la repetición de prácticas machistas. Pero una vez que las heridas del trauma han puesto lo oculto en evidencia, ya es responsabilidad consciente de nuestra parte hacer todo lo posible para corregir lo que esté en nuestras manos corregir.

Los teóricos de la dictadura del proletariado defendían la idea muy sugerente de que los partidos políticos de la clase obrera debían funcionar como escuelas donde la propia clase se entrenase en las funciones de todo tipo que debía asumir cuando, de concretarse exitosamente el deseo de la toma del poder, le tocase gobernar y dirigir una sociedad.

¿Sería demasiado osado y audaz que los partidos obreros socialistas se autoimpusieran puertas adentro lo que exigen del Estado?

Concretamente, organismos autónomos constituidos por mujeres elegidas por sus propias compañeras que cuenten con los recursos materiales necesarios (dentro de las posibilidades reales de cada organización) para recibir denuncias de violencia de género en sus propias filas, desplegar investigaciones que - orientadas por los intereses de las víctimas- discriminen entre reales y falsas, y propongan al resto de la organización las sanciones que correspondan y los recursos a su alcance para ayudar a las víctimas en su proceso de recuperación física y psicológica.

Este es mi aporte. Ustedes lo juzgarán como deseen.

El grito de las esclavas de la tierra ha retumbado otra vez.

Quien quiera oírlo, que actúe, sin miedo, sin falsas fantasías o temores, que elija de qué lado de la línea se va a poner, contra los violadores o contra las víctimas.

Y que cada quien asuma las consecuencias de su decisión consciente. En esta batalla no hay lugar para inconscientes.

jueves, 23 de febrero de 2017

El Principito, todo el poder a la infancia


Una reflexión sobre la literatura infantil contemporánea


Aunque las fotos lo muestren de barba, fumando enormes cigarros y acompañando al bombardero de Afganistán, Barak Obama, en su visita guiada por los estudios de DreamWorks, el director de Cómo entrenar a tu dragón Dean DeBlois en sus 47 años declara que “nunca dejó de ser niño” aunque inmediatamente combate este cliché caro a la literatura infantil, con una buena dosis de honestidad:

“Es peligroso ponerte en la mente de un sector demográfico, decir: "Esto es lo que pienso que le gustará a un niño de siete años". No tienes siete años, así que no tienes ni idea. Lo único que sé es que cuando era pequeño, las películas que mis padres elegían para mí y consideraban seguras, eran las más aburridas. Recuerdo que me llevaron a ver The Man from Snowy River (George Miller, 1982), que fue el tedio máximo. Y cómo, en cambio, echaba vistazos furtivos a El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). ” 

En una charla informal y para nada académica en la casa de Kike Ferrari –en la difusa frontera entre Balvanera y Almagro- sobre la literatura infantil y para adolescentes, único rubro que parece asegurar ventas suficientes para que los escritores aspiren a tener un ingreso decente antes de ser eminencias, en ese truco verbal que tanto nos gusta, le señalé mi fascinación por Las cenizas de Ángela, la novela autobiográfica de Frank McCourt que leí el mismo año de su publicación, en 1996.

La historia es desgarradora en sí misma, el relato de la vida cotidiana de una familia pobre que intentó zafar de la miseria en Limmerik, oeste de Irlanda libre (Eire) emigrando a New York, donde nació Frank, y que ante el impacto de la Gran Depresión debió retornar al pueblo sumando una desilusión a su extrema miseria. El corazón del relato gira alrededor de las innumerables estrategias que desarrollan los niños y niñas capitaneados por Ángela, su joven madre, para sobrevivir a la miseria y a la brutal violencia física y psicológica a la que los somete su padre, quebrado por el alcoholismo.

Pero lo que me fascinaba era que el viejo Francis había logrado a sus sesenta años recuperar la mirada que tuvo a los 10 años y la novela es un fresco terrible descripto por un niño.
Kike me señaló que había pasado por la misma fascinación –ante la capacidad narrativa de colocarse aunque adulto en la mirada y lenguaje de un niño- leyendo Piedritas bajo la almohada (Alfaguara, 2002) un ejercicio doble, donde el comunista luego tupamaro escritor uruguayo Mauricio Rosencof (Florida, 1933) revisa sus experiencias bajo tortura y prisión desde la imaginación de una niña y un niño traumatizados por la ausencia impuesta de sus padres, presos políticos.

Más cerca, una nueva generación de escritores/as han parido una obra donde el esfuerzo por acercarse a las sensaciones íntimas de su infancia es allanado notablemente por un artesanal trabajo sobre el lenguaje, las voces de personajes y narradores/as. Los casos que más me han impactado son Una muchacha muy bella, de Julián López (2013, Eterna Cadencia) y la reconstrucción del terrible mundo femicida de una adolescente provinciana en Chicas muertas (Random House, 2014).

En todos estos casos se narran experiencias desgarradoras como sólo es capaz de alentar una sociedad putrefacta sobre las conciencias infantiles. Sólo algunos son capaces de sobrevivir, menos quienes pueden narrarlo y casi contados aquellos seres que pueden despojarse parcialmente de toda la carga emotiva del lenguaje adulto para narrar como niños.
Es el dilema contenido en la breve idea al pasar de DeBlois, ¿hasta qué punto es posible mantenerse niño o posicionarse empáticamente en los zapatos de una conciencia en formación?

Antoine De Saint-Exupéry, ¿el primer cronopio?


Probablemente sea Le Petit Prince (El pequeño príncipe en la traducción española, El principito en la traducción latinoamericana de Emecé), la novela corta publicada en 1943 y escrita por el aviador y empresario francés Antoine de Saint-Exupéry un año antes de su desaparición física en un accidente aéreo (Lyon, 1900 – Mediterráneo, 1944) la primera y mejor resolución del dilema planteado por la literatura infantil.

En medio de una crisis existencial basada en la frustración de sus relaciones afectivas con las mujeres que amaba (esposa y amantes) y las falsas amistades que ofrecía y ofrece la sociabilidad burguesa y aristocrática, agudizadas por la crisis moral y material de la burguesía imperialista francesa bajo la ocupación del imperialismo nazi, Antoine se permitió dialogar con los valores más puros que había podido soñar en su infancia idílica en una familia aristocrática y las maravillas que su pasión de aviador le permitieron recolectar atravesando los cielos de África y la Patagonia, surcando los pueblos exóticos y revolucionados de Moscú, España y Vietnam entre los años 20 y 30 del siglo pasado.

(No puedo dejar de señalar el profundo impacto que me generó descubrir fortuitamente, hace pocas semanas, que el aviador francés vivió en Buenos Aires el tiempo suficiente para enamorarse de su esposa, una aristócrata guatemaleteca, en el mismo edificio de la Galería Güemes que Cortázar usó para uno de sus cuentos más maravillosos y en la que trabajé como vendedor de una modesta librería entre 1998 y 2000, sin saber la importancia que tendrían estas coincidencias en mi propia trayectoria como escritor, quince años después)
Exupéry se puso en contacto con su conciencia más primitiva para traer a la realidad vacía de su mundo emocional de adulto su niño interior y tuvo la osadía de ofrecer las impresiones de su viaje interior al universo.

Los símbolos filosóficos de su recorrido interior y el método surrealista que usó para enhebrarlos en una narración corta y de ágil lectura, fueron un modelo revolucionario para el género infantil durante los siguientes setenta años, atravesando todas las culturas del mundo. (Una antropóloga asegura en Wikipedia que existe una traducción al lenguaje qom, que sorprende por la fácil asimilación que provocan zorros sabios en una cultura todavía ligada filosóficamente a la naturaleza). 

Lo esencial es invisible a los patrones


Entiendo que la clave del éxito de El pequeño príncipe está en la superación dialéctica de la empatía con las conciencias infantiles. Exupéry no sólo se coloca magistralmente en el punto de vista y el horizonte de la imaginación infantil -mirando el mundo adulto con la fascinación propia de esa edad- sino que le otorga un poder que las más logradas narraciones empáticas no alcanzan, el de explicar la realidad.

La consigna eterna del principito, lo esencial es invisible a los ojos, conclusión de cualquier niño/a inmortalizada también en el refrán popular los niños y los locos dicen la verdad, desnuda la clave de lectura que le permitió a Karl Marx ofrecer una comprensión científica y acabada del funcionamiento de las sociedades modernas, no sólo del capitalismo, sino de todas las sociedades basadas en la explotación del trabajo humano que han existido.

Porque la contradicción más lacerante para la conciencia humana en los últimos cinco mil años es esa, que bajo la apariencia de un mundo ordenado y feliz se oculta una esencia de leyes sociales y naturales inversa, caótica y desesperante.

El adulto frustrado por el fracaso de las falsas promesas de progreso y felicidad en su experiencia vital se enfrenta a su drama existencial, permite que sus deseos primitivos afloren de nuevo a la superficie y en lugar de compadecerse y minimizarlos, ya sea por la vía de la represión o por la más nefasta de la mirada condescendiente de las leyendas ingenuas, le devuelve todo su poder, las coloca en el trono, se somete humildemente a su más íntima verdad.

Esos momentos íntimos cuando les artistas se permiten un diálogo franco y respetuoso con su consciencia reprimida por la sociedad son los que constituyen la clave del arte y la ciencia. Allí reside, creo yo, la verdadera potencialidad revolucionaria del arte y la ciencia. Una serie de factores azarosos permiten la existencia de estos maravillosos seres, como las posibilidades que su condición de clase le permiten, en el acceso a las herramientas para crear y sobre todo para llegar a publicar y difundir sus creaciones. Uno de los principales es la capacidad de transformar las experiencias desgarradoras con la ilusión de felicidad que nos programa la sociedad oficial, el establishment, el statu quo, el orden establecido, la ideología dominante, el sentido común o como ustedes prefieran llamarla.

Son individuos a quienes las promesas de felicidad individual o colectiva les estallan en la cara, seres traumatizados por experiencias personales profundas, que se ven ante el dilema de desarmar todo en lo que creían y sobre lo que construyeron su vida adulta y se animan a navegar en las profundas y desconocidas aguas del re-descubrimiento interior.

La imagen que sintetizó Oscar Wilde en el planteo que les verdaderos/as artistas se desnudan a sí mismos sin búsquedas morales, dispuestos/as a encarar su más íntima verdad, buena o mala, y ofrecerla al mundo como un espejo cruel donde todas las conciencias puedan ver de qué estamos hechos en esencia.

Se me ocurren centenares de ejemplos para dar, basados obviamente en los pocos casos que mi experiencia de consumidor de arte o ciencia me han permitido en estos años. Casos de renombre universal y amigos y amigas a quienes el capitalismo y sus maquinarias culturales han impedido expresarse, flores cortadas por las leyes del mercado y la raquítica promoción de la educación popular.

Creo sin embargo que el máximo exponente de esa mirada entre nosotres fue un contemporáneo de Exupéry, nacido también de un funcionario del Estado con aires de aristócrata en 1914 en Bélgica y venido a menos en términos sociales entre los paisajes bucólicos de su infancia en Banfield bajo el amparo del cariño y la imaginación ingenua de su madre y su primera juventud entre Barrio Rawson y Chivilcoy, hasta su florecimiento junto a la maravillosa generación rebelde de París y América Latina en los años 60 y 70.

Julio Cortázar nos legó piezas donde la esencia invisible del planteo de Exupéry llega al paroxismo literario, no sólo con novelas revolucionarias como Rayuela (1963) o El libro de Manuel (1973) y una colección maravillosa de cuentos, sino sobre todo en esa genial superación dialéctica de El principito que fascina a niños, niñas igual que a sus deformaciones madurativas desde 1962, Historias de cronopios y de famas.

En una aparentemente delirante compilación de reflexiones sobre los nutrientes filosóficos y estéticos de su propia obra, Una vuelta al día en ochenta mundos, de 1967, Cortázar desenvuelve con una tensión permanente esta idea del verdadero arte, el que desnuda la realidad, surgido de la crisis con el mundo evidente, originada en la crisis existencial del ser humano que se permite mirar hacia el fondo de sí mismo y nos ofrece una verdadera guía para encontrar un camino de salida que nos permita volver a la realidad dominante armados/as para combatir la mentira y sobrevivir sin dejarnos vencer por la opresión y la angustia de la alienación.

Quizás la relación de Cortázar con clases sociales organizadas y en lucha contra el capitalismo, desde los límites más explotados del sistema mundial, (los obreros y campesinos de las colonias y semicolonias, su propia realidad de explotado y extranjero en una París revolucionada por estudiantes y obreros industriales ante el fracaso del Plan Marshall y la ilusión renovada por Cuba, Beijín, Vietnam, Argel, Praga o Lisboa), le hayan permitido a Julio una mayor radicalidad en su crítica de la hipocresía burguesa y una revolucionaria forma de expresión, superiores en ambos planos a la excelente obra de Exupéry, quien sólo sintió superficialmente el empuje de esas clases sociales reprimidas como niños interiores, a vuelo de avión.

Esa misma realidad explica que El principito haya recibido el mejor homenaje posible de parte de la industria cultural infantil en 2015, en una maravillosa película animada, mientras que todavía nadie ha puesto el dinero y la creatividad necesarias para un homenaje a la altura del gran cronopio.

Ingenieros de ilusiones


Pasaron casi ochenta años para que las industrias de películas infantiles maduraran una narración respetuosa y no condescendiente de sus principales espectadores/as.

Este año se cumplen cien de la proyección de la primer película con dibujos animados, El apóstol, una sátira política contra el presidente Yrigoyen (posiblemente en tono conservador) producida por el dibujante italiano Quirino Cristiani (Santa Giulieta, 1896 – Quilmes, 1984) y el primer empresario cinematográfico de Argentina, otro italiano, Federico Valle (Asti, 1880 – Buenos Aires, 1960) llegado para la época del Centenario de Mayo (apogeo de la burguesía italiana en el Río de la Plata), que había aprendido en el oficio de cámera-man y director con los hermanos Lummiére y fundado uno de los primeros laboratorios en la región.

La primer narración cinematográfica animada para el público infantil llegaría diez años después, con Las aventuras del príncipe Akhmed realizada por la animadora Lötte Reinigier (Berlín, 1899 – Dettenhausen, 1981) con una técnica similar al teatro de sombras chino. Pero recién en 1938 se consagraba el género con el primer largometraje totalmente animado en technicolor y sonoro de la historia, un éxito de taquilla y de premios: Blancanieves y los siete enanitos de Walt Disney.

Este hijo de granjeros pobres de origen irlandés y alemán, nacido en Chicago en 1901 y fallecido en California en 1966, fundó su imperio gracias a esa peli después de veinte años de aprovecharse del trabajo de excompañeros dibujantes, camarógrafos y actrices.

Casi calcando las biografías de Edison y Tesla, o el camino seguido más de medio siglo después por Steve Jobs o Jack Ma, Disney alcanzó la gloria luego de profesionalizarse en el arte de la estafa de los grandes estudios, como Universal, que le robaron el primer éxito inventado por su dibujante estrella Ubbe Wikkers, el conejo Oswald. Un mediocre dibujante y camarógrafo con la sangre fría necesaria para mandar varias veces sus estudios a la quiebra y hacerle a su “amigo” Wikkers con Mickey Mouse lo mismo que le hicieron con el “suertudo” conejo Oswald.

Otra vez los creadores de Los Simpsons se colocaron a la vanguardia de la conciencia de les trabajadores y trabajadoras de la industria animada infantil, satirizando la estafa que dio origen al gremio y sus empresarios en el episodio 146, de la séptima temporada, en 1996, titulado El día en que la violencia murió, cuando Bart descubre que un homeless es el verdadero inventor del ratón de la serie Tom y Daly (Itchy & Scratchy).

El éxito de Walt Disney Company se basó por lo tanto en el ingenio y creatividad de cientos de dibujantes, técnicos/as, actores y actrices pagados con salarios muy inferiores a las ganancias que producían, en una actitud negrera que le valió la primer gran huelga del Screen Cartonist Guild en 1941, que terminó imponiendo la organización sindical dentro de la Compañía y el uso por parte de la patronal de métodos “legales” para quebrar a les activistas.

El ingrediente clave que le faltaba al éxito de Disney fue su relación con el Estado imperialista yanqui y las Naciones Unidas, poniendo la creatividad de sus empleados/as al servicio de la moralina familiar alentada por los reaccionarios que fundaron el New Deal y la reactivación industrial apalancada por la participación en la Segunda Guerra Mundial.

El límite de los sindicatos de guionistas, técnicos/as y actores y actrices de la industria cinematográfica y televisiva está quizás en la ausencia de ese ingrediente, ya que son capaces de tenaces luchas por mejoras salariales pero hasta ahora no se ha constatado que enfrenten al Estado imperialista en su doble carácter de sostén de sus condiciones de explotación y de principal consumidor y difusor de las ficciones que ellos mismos crean.

A la altura de los grandes burgueses “innovadores” como Edison (fundador del pulpo energético General Electric en 1890) o Henry Ford, Walt Disney contribuyó con su industria a ofrecer el placebo del american dream a una clase obrera norteamericana sacudida por la miseria de la Gran Depresión y acicateada por el ascenso de la Revolución Proletaria en la Unión Soviética.

Mickey Mouse, el Pato Donald y Goofy, las historias populares germánicas de los hermanos Grimm, se pusieron al servicio de la maquinaria imperialista como propaganda en las cabezas de obreros y obreras sumisos/as, obedientes y futura carne de cañón de la masacre humanitaria más grande de los últimos doscientos años. Disney reemplazó en eficacia al servicio de la ideología dominante del Estado a la industria ideológica más importante desde las Cruzadas de 1061, la Iglesia Católica. Vino viejo en nuevos y relucientes odres.

Bob Esponja épica del trabajo tercerizado


La proyección mundial de The Little Prince por la Paramount realizada con capitales de la televisión privada francesa, dirigida por uno de los creativos más reconocidos de la nueva generación de los años 90, expresa sino un salto revolucionario, al menos el reconocimiento de mejores bases para la producción cultural destinada al público infantil.

El trabajo de Mark Osborne (New Jersey, 1970) podría ser considerado una bisagra clave en el mundo de la cultura infantil contemporánea. Antes de alcanzar el éxito comercial con Kung Fu Panda en 2008, co-dirigió la animación de la exitosa tira televisiva Bob Esponja, difundida por la cadena de televisión por cable Nikelodeon (heredera díscola de la Warner y prima hermana de MTV en los 80) desde 1999, creada por el biólogo marino Stephen Hillenburg (Oklahoma, 1961). Bob Esponja es probablemente la primer serie de dibujos animados que traslada al consumo infantil –con éxito comercial equivalente- la sátira de las relaciones afectivas en crisis de las familias obreras que popularizaron tiras animadas para el mundo adulto como Los Simpsons y South Park (creada en 1997 por Trey Parker y Matt Stone para Comedy Central).

Su protagonista es un joven trabajador precarizado de una cadena de hamburguesas dirigida por un cruel y avaro cangrejo burgués, enemistado con su competidor, un despiadado y ridículo plancton con delirios de megalomanía. Las aventuras de Bob y sus amigos y amigas van desnudando la hipocresía de las relaciones sociales en Bikini Bottom (el fondo de Bikini), el fracaso del sistema educativo, la competencia despiadada entre capitalistas, la explotación que aliena al amargado compañero de trabajo y alter-ego de Bob, Calamardo.

La conciencia alienada de Bob, que parece tener una ingenuidad a prueba de balas, rayana en la torpeza boba de Patricio, que irrita a su mejor amiga Sandy, la única mamífera que vive en el fondo del mar, con escafandra permanente, la Señorita Puff, símbolo de la docente cándida pero sobrepasada… todas caracterizaciones de las diferentes respuestas posibles en las conciencias obreras alienadas por una sociedad organizada para explotarles y generarles las crisis personales más absurdas y delirantes.

Al mismo tiempo, Bob Esponja subvierte las narraciones clásicas de los dibujitos animados infantiles, haciendo masiva por primera vez la propuesta más disruptiva hasta ese momento, proyectada también por Nickelodeon entre 1990 y 1996, la surrealista y ácida escatología de Ren y Stimpy, del canadiense John Kricfalusi (Quebec, 1995), a quien Los Simpsons reconocieron el impacto de su propuesta en un chiste del sofá y capítulos de la “Casita del Horror”. Bob Esponja hace masivo por primera vez ese tono bizarro en la narración, esa adaptación del guión al caos que construyen niños y niñas con los fragmentos de realidad que alcanzan a comprender a su propio modo y ritmo. Algo que Tiempo de Aventuras, de Pendleton Ward (EE. UU., 1982), presentado por Cartoon Network desde 2006, ha llevado al paroxismo, transformando para siempre el universo de los dibujitos animados para chicos/as, en una especie de narración caótica cuya única estructura está en permanente mutación, habilitando una variedad infinita de interpretaciones y lecturas.

Más de lo mismo


Osborne es por lo tanto un representante magistral de esta joven generación de creativos que creyó repetir con el manejo de las nuevas técnicas de animación a fines de los 80, el camino de éxito y millones de Disney a comienzos del siglo que terminaba, pero atravesados por la dura realidad de una industria que tempranamente reservaba los millones para los Steve Jobs (Pixar) y los Spielberg (DreamWorks) condenando a la explotación a los más jóvenes y recién llegados.

En 1998 Osborne presentó un cortometraje ideado y dirigido por él, de seis minutos de duración y filmado utilizando la técnica de animación previa a la era digital, el stopmotion, titulado More (Más en https://www.youtube.com/watch?v=cCeeTfsm8bk) premiado por el progresismo de la industria en Sundance y Cannes y reconocido por la industria comercial tradicional con una nominación al Oscar.

Se trata de un verdadero manifiesto clasista de la nueva generación de escritores y animadores de la industria yanqui. Tres años después del boom técnico y taquillero de Disney Pixar Toy Story, Osborne imprime las sensaciones de angustia que provoca la alienación de la industria infantil en sus obreros. El protagonista se levanta a las seis menos cuarto con una cara de tristeza y soledad que se intensifica a medida que lo vemos atravesar una enorme ciudad gris y opresiva, hacia su laburo, mirando al vacío por la ventana del colectivo (un creativo yanqui tomándose un bondi para ir a laburar, increíble).

La desolación y desesperanza en su mirada son idénticas a sus compañeros de colectivo y de trabajo, en una línea de montaje infinita, separada en escritorios individuales donde cada operario construye con sus propias herramientas una máquina extraña, especies de visores de realidad 3D con una “carita feliz” en la carcaza, única nota de color en todo el film, y de marca “Happy” (feliz). En medio del laburo tedioso el capataz interrumpe la monotonía arengando desde lo alto y bramando para controlar la intensidad en los ritmos de producción.

El protagonista del corto, un humanoide de masilla gris con rasgos que inevitablemente nos llevan a la imagen del extraterrestre de E.T., sufre porque en medio de esa alienación una imagen se proyecta desde su bajo vientre -sus vísceras- y va invadiendo sus sueños, imponiéndose de a poco en su mundo consciente, distrayéndolo de sus obligaciones y rutina. De a poco empieza a trabajar en sus horas libres y luego en su propio trabajo para crear con las piezas de los proyectores que fabrica un nuevo invento, hasta que lo logra. Diseña una especie de lentes redondos que filtran la realidad y la transforman en su opuesto. Así, a través de estos lentes, la ciudad gris y monótona se transfigura en un paraíso lleno de colores cálidos, eléctricos y alegres.

La clave para terminar su invento la encontró cuando tomó un poco de la materia de sus sueños viscerales con la punta de los dedos y tocó las pantallas de sus lentes mágicas. La identificación con el impacto emocional de E.T. en la conciencia prematura de estos creativos parece repetirse en Osborne como aseguraba DeBlois.

El invento, llamado Bliss (Felicidad) le vale el título de greatest inventor ever (el más grande inventor de la historia) reemplaza en el mercado al producto que él fabricaba y lo catapulta de la mesa de montaje a la dirección de la megaempresa que los fabrica.

Sin embargo, nuestro gran inventor vuelve a sentir la angustia, ahora desde lo alto de su gran oficina. La felicidad que mira a través de su invento se le aparece vacía y falsa, mientras debajo suyo el obrero que lo reemplaza en la línea de montaje, idéntico a él, toma sus lentes para mirar al mismo capataz que le grita y lo acosa, aunque ahora se le aparece como un ser bondadoso y amable rodeado de arcoíris lisérgicos.

Por primera vez hacia el final, el narrador toma el control de la historia y nos fuga a vuelo de pájaro desde el balcón de la oficina donde el Gran Inventor mira al vacío de su propia angustia existencial y nos lleva a hacia una modesta plaza en un barrio obrero de la gran ciudad. Allí observamos la misma escena que inicia el corto, el sueño que nacía desde las vísceras del protagonista.

Cuatro chicos o chicas, de colores cálidos, sobre una calesita de hierro gris, de esas que se mueven centrífugamente con el movimiento de los cuerpos infantiles, con una pierna en tierra para dar impulso y aferrados al manubrio que los une en círculo, riéndose con la felicidad del esfuerzo colectivo.

Esa imagen de felicidad es la que atormentaba al obrero alienado. Con esa materia prima inventó una máquina que superaba la vieja máquina de ilusiones de felicidad. Pero el corto termina con un acercamiento al pivote del juego de plaza, que llamativamente remata en la punta con una serie de espejitos que reflejan los cuerpos y caras de los/as niños/as.

El mensaje es transparente: los sueños de felicidad que alimentan a los creativos de la industria son nada más que limitados reflejos en su inconsciente de una alegría infantil deformada. Su vida adulta es una verdadera bosta porque de ese mundo feliz sólo les queda un recuerdo deforme. Es imposible reconstruir un mundo feliz inventando mecanismos tecnológicos que recreen con absoluta fidelidad esa nostalgia.

Una crítica demoledora a Pixar y su planteo revolucionario para la industria de imágenes infantiles y mundos ideales sintetizada en Toy Story.

Las nuevas técnicas de animación, aunque puedan desterrar a las viejas técnicas clásicas de Disney, nunca van a servir para construir el mundo feliz que promueven. Una denuncia demoledora también contra la otra ilusión de felicidad ligada a la innovación digital: en la línea de montaje siguen habiendo obreros explotados y alienados de su humanidad, aunque ahora nos digan que los nuevos dueños y capataces son seres maravillosos e inspiradores como los que fabrica la nueva cultura de empresarios “cool” y “motivadores” onda Steve Jobs.

Es una farsa, una ilusión mentirosa, el triste remedo de un apagado recuerdo de felicidad.
Mark Osborne pertenece a la misma generación de escritores y dibujantes que protagonizó las dos huelgas más largas y duras de la historia de la industria, las 22 semanas de 1988 y las 14 semanas de noviembre de 2007 a febrero de 2008. Su manifiesto clasista de 1998 anticipa en doce años a la demoledora imagen de la industria cultural infantil que promueve el famoso chiste del sofá de Bansky en Los Simpsons en 2010 que citamos más arriba.

De príncipe a laburante


Ésta es la calidad de director de animación multipremiado que consiguió financiamiento por fuera de las grandes empresas de cine infantil para erigir un monumento estético de la más alta calidad tecnológica a la novela de Saint-Exupéry en 2015, a setenta años de su primera edición y la muerte de su autor.

En ella Osborne pone toda su capacidad creativa en función de resolver una estructura narrativa absolutamente sorprendente. Se trata de una historia inventada por el director dentro de la cual se va narrando la historia original casi por completo. La primer genialidad es sencilla: cómo enhebrar la historia original siendo absolutamente fieles al texto y además contar una historia que re-interpreta el libro desde la visión del a director, logrando que ambas se complementen y desenvuelvan una narración fluida.

El segundo elemento que nos provoca absoluta admiración es que Osborne construye una interpretación personal de la obra de Exupéry que extrae la intención del autor y la reformula devolviéndole su brillo, enalteciendo el original.

Mientras Exupéry expone su diálogo con su propia infancia feliz para explicarse al esencia del mundo adulto, Osborne nos ofrece la historia de una madre soltera que trabaja en una oficina y construye un mundo obsesivo para disciplinar a su pequeña hija de 10 años, a quien planifica cada minuto de su vida para conseguir entrar a la mejor escuela y el mejor trabajo, para alcanzar la felicidad.

Al invertir el género de la pareja protagónica, Osborne complementa el drama original con una realidad más popular y realista de nuestro presente y lleva la reflexión filosófica genérica del texto original hacia un contexto de alienación obrera, otra vez, volviendo en un nivel superior a su cortometraje de 1998.

La pequeña protagonista está convencida que la obsesión de su madre se construye desde el amor y la búsqueda de “lo mejor para ella” y obedece a conciencia, asumiendo como propio el mandato de alcanzar la misma vida de su mamá. Hasta que un anciano que vive del otro lado de la medianera de su nueva casa, un viejo aviador que pasa sus días trabajando en un jardín enorme (en una casa vieja que nos recuerda la imagen de Up de una casita de abuelos con dos plantas, jardín interno y techo a dos aguas en medio de un barrio de monótonas y grises casas funcionales) sobre los restos de un avión modelo Camel rojo, como los que usaba la aviación francesa en la Primer Guerra Mundial.



El viejo aviador se esfuerza en construir un vínculo de amistad con la niña con el mismo método que el zorro propone al principito en la novela para domesticarlo, pero en lugar de usar comida como medio físico para generar el interés, usa la novela de Exupéry, con sus dibujos originales.

De esta forma, las dos historias se van complementando en una danza armónica que tiene la virtud, encima, de no ser demasiado explícita, permitiendo al espectador que conoce la obra, los vacíos de sentido necesarios para que los complete apelando a su propia capacidad, convocándonos a un juego permanente de asociaciones e hipótesis de lectura que además de entretenernos nos sostiene en una tensión emocional a la espera de cómo se va a resolver la trama.

Osborne elije usar dos técnicas de animación diferentes para cada plano de la historia. Usa la última tecnología digital logrando frescos hiperrealistas increíbles para ambientar la felicidad infantil en un jardín que por momentos nos envuelve en una selva mágica de verano, como en los mejores pasajes del océano de Nemo o los cielos de Cómo entrenar a tu dragón pero en un ambiente mucho más cercano y real a nuestros propios registros emotivos, ya que es mucho más plausible que hayamos encontrado esos paraísos infantiles en las vacaciones de plazas y jardines de parientes incluso para quienes nos criamos en las urbes más modernas y graníticas.

Pero las historias del principito son representadas usando la antigua técnica del stopmotion, la fotografía cuadro por cuadro de modelos reales en miniatura. Este recurso, que varios creativos modernos siguen reivindicando (en Lego, the movie  y El libro de la vida se combinan ambas técnicas) en la película de Osborne adquiere un significado más profundo, el de señalar la vieja historia de la especie humana en su esfuerzo por contar historias, ya que los objetos fotografiados para contar la historia del principito son figuras de papel que remiten al origami, dando vida con fidelidad los dibujos originales del escritor francés.
Usted comprenderá por qué hemos decidido darle un lugar tan importante al análisis de esta peli en nuestro libro. Cada capa provoca asombro, fascinación y una alegría al mismo tiempo emotiva y racional que pocos productos de la industria del entretenimiento pueden generar en los últimos años. Setenta años después Osborne es capaz de reconstruir en nuestra sensibilidad las mismas sensaciones que nos provocara la historia para niños más difundida del planeta. Se trata de un desafío casi imposible de lograr.

Para rematarla, si era posible pedirle más a esta genialidad, Osborne cierra la historia anclando todavía más una lectura clasista del principito. El nudo angustiante de la peli nos atraganta cuando el viejo aviador comienza a alertar a su amiga de su próxima partida, repitiendo el tratamiento maravilloso de la angustia ante la separación definitiva de los afectos más sentidos cuando se despiden el zorro del principito y el principito del aviador perdido en el desierto. Paralelamente, la madre de la niña descubre que ha roto toda la planificación por relacionarse con este viejo sospechoso, la castiga y confronta con violencia represiva.

Ante esta angustia de muerte, provocada por la internación del viejo en un hospital, la niña repite el maravilloso último capítulo de la novela original, y entra en un trance donde nadie puede afirmar con pruebas contundentes si se trata de un sueño la búsqueda del pozo de agua en la noche del desierto y el viaje de la niña en el avión rojo del patio del viejo buscando al verdadero principito.

Osborne relee con genialidad todo el viaje original y la niña va encontrando al Rey, el Vanidoso y al Empresario dueño de las Estrellas pero en el planeta urbano que su madre construyó alrededor de ella; Osborne transforma al Vanidoso en un agente de policía y al Empresario en un Empresario que gobierna el mundo basando su poder de manipulación de los súbditos explotados en la expropiación de la imaginación, porque todas las estrellas están encerradas en los depósitos bancarios de la empresa y ningún obrero puede soñar con un mundo diferente al no contar con ningún elemento concreto que dispare su fantasía.

Mientras Exupéry sólo forjó un modesto farolero en el libro de 1943 para representar a la clase obrera mundial, encadenada a trabajos con algún sentido productivo y social verdadero pero de factura absurda y rutinaria, Osborne encuentra al principito perdido y ya adulto, trabajando como deshollinador de las tuberías del edificio de la empresa, explotado y alienado por el Empresario expropiador de las estrellas.

Intentando sostener viva su nueva ilusión infantil, la niña protagonista que ha comprendido cabalmente la metáfora de la novela original, saca al principito de su letargo adulto, le devuelve su memoria de niño, le enseña a ver lo esencial de nuevo y juntos encabezan una rebelión, el principito confronta a su patrón, renuncia y liberan las estrellas que vuelven al cielo para iluminar las grises vidas de los millones de explotados, quienes vuelven a soñar con futuros de libertad y felicidad, sugiriendo la rebelión mundial contra el orden capitalista.

Mark Osborne ha diseñado con meticulosidad de artesano y respeto de niño adulto una hermosa metáfora anticapitalista para que podamos disfrutarla junto a nuestros hijos e hijas cada vez que lo deseemos. Si ya deberíamos estarle agradecidos por la diversión rebelde de tantas mañanas de Bob Esponja y esa bella epopeya de libertad de Kung Fu Panda su esfuerzo para producir esta maravillosa reinterpretación de El Pequeño Príncipe debería alcanzar para que le demos nuestra eterna gratitud.

Eppur… si muove


Necesito terminar este libro compartiendo con ustedes una anécdota muy íntima. Cuando por fin empecé a reconstruir una estructura de vida “normal” después de los primeros y confusos meses de la separación, entre el otoño y la primavera de 2014, Leyla y yo disfrutamos juntos de uno de los barrios más tranquilos y verdes que se pueden vivir en esta enorme masa de furia y alienación que es Buenos Aires. Aprovechamos cada segundo libre para conocer y disfrutar juntos el Parque de Agronomía, el más grande y “rústico” pulmón verde de la ciudad, rodeado de barrios bucólicos de pequeña burguesía acomodada hacia el sur como Villa del Parque o Barrio Rawson y rudas geografías mágicas de barrios obreros como Paternal al este y Parque Chas al noroeste.

Un ámbito terapéutico ideal para que a mis 38 años y en medio de una crisis existencial plagada de frustración y violencia trabajase en relajarme y un mundo perfecto para que Leyla pudiese disfrutar de la naturaleza, los gatitos semi-nómades y los enormes espacios abiertos, acompañando la creación de un mundo de ingenuidad para nutrirla a sus cuatro años de elementos de felicidad que contrapesaran una muy temprana angustia provocada por la separación de sus seres más queridos.

Al comienzo del otoño compramos en el Barrio Chino –nuestro lugar preferido de aventuras- una bolsita con estrellas y un cuarto creciente fosforescentes de plástico, idéntico al que tenía pegado en el techo del cuarto del hogar donde nació. Mi idea era recrear en el departamento que había alquilado para transitar mi soltería no deseada, un ambiente lo más parecido al de su casa, tratando de generar artificialmente una sensación tranquilizadora de continuidad para aplacar la nostalgia.

Pero Leyla no quiso que las pegase en el techo sobre la cama de su nueva casa. Al principio me negué, intenté explicarle con miles de argumentos perfectos e indestructibles que las estrellitas y la luna iban en el cielo, arriba de ella, como en la casa de su mamá. Recuerdo que llegamos a pelearnos hasta que de muy mala gana me resigné a su único argumento pueril y caprichoso: eran su cuarto y sus estrellas y luna y ella decidía dónde iban a ir.

Después de un rato enojado volví para notar que los había pegado a la altura de su horizonte visual, metro y medio del suelo sobre la parel lateral donde se apoyaba su cama. No dije nada hasta que unas semanas después noté que no estaban en su lugar original, en el que se podía distinguir la huella del adhesivo, y que las había vuelto a colocar unos treinta centímetros a la izquierda, con evidentes daños producto del trabajo de sus manitos arrancando el plástico.

Cuando le pregunté por qué lo había hecho, casi en tono de reproche por las miguitas de plástico esparcidas debajo de la cama, con toda simpleza me contestó: porque se mueven, como en el cielo.

Leyla observa con asombro filosófico el mundo que la rodea desde su más temprana infancia, como todes les niños y niñas del mundo, siempre.

Podría recordar decenas de ejemplos como este, en los que Leyla defendió, con la misma tenacidad que el principito repite sus cuestionamientos al mundo adulto en la novela (que nunca en su vida había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado), argumentos y razonamientos aparentemente ilógicos y caprichosos, pero que si me permitía sopesarlos desde su punto de vista y no desde mi configuración racional, terminaban cobrando una potencia explicativa que superaba largamente mis primeros argumentos.

Aprendí a desarmarme en cada conversación, abandoné el tono complaciente que con muy buena voluntad tenía con ella, me bajé del trono para dialogar desde el mismo plano donde ella absorvía y sentía el mundo. Es algo más difícil de lograr que la empatía, implica el esfuerzo por deconstruir –como se dice ahora- todo el entramado racional con el que yo mismo encaro la vida adulta para reconstruir la realidad fragmentada, lo que se ve con los ojos, con los mecanismos y estrategias de una conciencia que aún no ha sido sepultada en el inconsciente ni formateada por la educación formal y las leyes sociales.

Es el ingrediente secreto con que se forjan los grandes descubrimientos científicos y artísticos, el pensar los viejos problemas desde puntos de vista desviados, incontaminados por la presión de la rutina y la costumbre conservadora, desde Newton y la manzana hasta Einstein pensando el mundo sin un tiempo y espacio absolutos.

La prueba que no se trata de una mera idealización oportunista de la relación entre un padre soltero y su hija única, que me resisto como la peste a reproducir, está en que comencé a resolver las frustraciones de mi vida concretamente. En estos tres años de entrenamiento, Leyla me ayudó a dejar atrás la bronca irracional e irreflexiva que me transformaba en un ser que descargaba la violencia y la tensión del fracaso personal sobre sus seres queridos, que en el mejor de los casos después de diez años de trabajo psicológico sólo había podido canalizar contra mí mismo y contra el Estado, y pude encontrar nuevos caminos, fuera de la programación a la que me había sometido durante veinte años desde que dejé la juventud para transformarme en un adulto.

En estos tres años admití que mi sueño y deseo estaba vinculado al arte, con mucho esfuerzo llevo publicados con este tres libros de forma independiente y tengo dos listos para imprimir y uno en escritura; admití también que no estaba viviendo una sexualidad plena bajo el mandato patriarcal y heterosexual y asumí una búsqueda consciente de mi verdadera identidad de género; confronté a las estructuras y personas que había idealizado y colocado artificialmente en un lugar protagónico para esconder mi cobardía personal a la hora de tomar decisiones fundamentales.

Tres años después de la última crisis existencial importante, gracias a este entrenamiento perseverante y sistemático evité la posibilidad real y concreta de que mi camino se truncara en una forma negativa y hoy soy mejor docente, mejor militante, mejor amigo, mejor amante y por sobre todo, un mucho mejor padre del que era. Y ese, amigos, fue siempre mi mayor sueño.

Charlie Brown y un Snoopy aviador buscando un final feliz


Leyla Isis también ha superado esta primer etapa de su desarrollo consciente exitosamente. Su familia se ha reconstruido de la mejor forma al alcance de una mamá y un papá con los limitados medios materiales que nos deja la etapa de mayor explotación sobre la clase obrera docente desde 1956. Ha sabido construir relaciones afectivas con sus pares de la mejor madera, fue elegida por sus compañeras y compañeros de salita durante cuatro años para representarles en su fiesta de graduación. Es la amiga de todos los subgrupos de amigos/as en que se han fragmentado naturalmente.

Para ser justo con ella, el último año se ha identificado plenamente con una peli que ha pasado bajo el radar en el mercado de habla hispana, Snoopy y Charlie Brown, Peanuts la película (Blue Sky, 2015) basada en la serie de historietas más conocida de la cultura anglosajona, que el dibujante Charles Shultz (Minneapolis, 1922 – California, 2000) publicó ininterrumpidamente desde 1950 hasta su muerte.

Se trata de una comunidad de niños y niñas de clase obrera y clase media yanqui, blancos, anglosajones, protestantes que viven sin grandes conflictos en los suburbios de la infancia idealizada de Shultz, una especie de eterno e inmortal paraíso del American Dream en el recuerdo nostálgico de uno de los pocos privilegiados que lo disfrutó. Esa armonía social y material le permitieron desarrollar uno de los símbolos más famosos de la amistad fraterna en la cultura occidental, su perro Snoppy y su canario desprolijo, sus amigos y amigas de la primaria. No dejo de pensar que las aventuras infantiles de Bart y Lisa Simpson son una reversión y homenaje de Matt Groenring a esta tradicional tira.

En esta peli, los hijos del dibujante, con mucho respeto por la trama y la iconografía del padre, desarrollan dos historias entreveradas que bien podrían explicar dos facetas complementarias de la vida del autor. En un plano las aventuras dramáticas de Charlie Brown, el típico pibe torpe que fracasaba a la vista de todos en cada cosa que intentaba, desde volar un barrilete hasta seducir a la niña que le gustaba. El arquetipo del pibe tímido, impopular, sin suerte ni características socialmente premiadas, que sin embargo logra el éxito final gracias a su irrenunciable opción por la honestidad y la solidaridad desinteresada, aún en contra de su propio beneficio personal.

Con la ternura de los planteos sencillos, en paralelo, su perro escribe una novela de aventuras basada en todo lo contrario, audacia y arrojo, donde el perro es –en un guiño evidente al genial Exupéry- un valiente aviador francés de la primer guerra mundial. El tímido dibujante suburbano animándose a vivir de un trabajo basado en el desafío personal de enfrentarse a las crisis creativas, asumirse como un artista cuando todo tu entorno te empuja a una gris oficina, ayudándose en la idealización de todas sus fantasías en los personajes que crea. El mismo mecanismo sicológico de Exupéry y de miles de artistas de diferente calidad y reconocimiento.

Creo que a Leyla la atrae esta sensación íntima mezclada de ansiedad y terror que significó para todes el pasaje a la primaria, a una nueva etapa desconocida de relación con el mundo y con una misma. Mirándola con ella no pude más que sentirme reflejado en la angustia de sostener contra viento y marea las decisiones personales –íntimas, profesionales y políticas- que esta nueva etapa de mi vida me tiran como desafío.

Si como decía Piglia el arte de la literatura pasa por saber enmascarar como ficticios los verdaderos sentimientos y opiniones de les escritores/as, creo que con estos ensayos irresponsables sobre las pelis y dibujitos que compartimos con Leyla Isis durante tres años no hice más que tratar de armarme para la nueva etapa con las armas que nos permitieron madurar juntos, y a la par.

Si todo sale bien, la continuidad de este libro tendría que comprobar que lo hemos logrado.
La decisión de imprimirlo en papel y hacerlo público, de compartirlo con todes ustedes, sin embargo, está motivada por otro deseo. El de contribuir un poquitito a entrenarnos juntos/as como individuos mejores, ya seamos padres y madres, militantes o luchadores/as no-organizados/as, infantes/as luchando contra la represión de la sociedad de clases o seres encerrados en sexualidades impuestas y roles que odiamos reproducir.

En la esperanza que todes les deshollinadores/as de volcanes, jardineros/as de baobabs, sembradores/as de rosas y faroleros/as del mundo, podamos unirnos cada vez más y alcanzar juntos/as alguna vez la posibilidad de construir un Paraíso de Felicidad Infantil en la Tierra, enfrentando con éxito a los Emperadores del trabajo ajeno y reapropiándonos de las estrellas y lunas que desde hace cinco mil años nos han arrebatado.

Para que, como dijo un sabio ukraniano hace más de setenta años, las futuras generaciones puedan disfrutar con plenitud de la hermosa vida que ha nosotres nos han arrancado.

Así sea.