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domingo, 26 de febrero de 2017

Me arrepiento de este amor


Apuntes sobre el amor de transferencia y los violadores  “consensuales”


En los últimos años, a partir de la visibilización de las problemáticas de género y de las expresiones microscópicas de la violencia machista y patriarcal en nuestras relaciones cotidianas, muchas mujeres de la clase obrera y la clase media con acceso a recursos materiales y culturales suficientes (salarios cercanos a la canasta familiar, ingresos provenientes otras fuentes no basadas en el trabajo explotado pero tampoco en la explotación de trabajo ajeno, educación secundaria, terciaria y/o universitaria, conocimientos o relaciones con abogados/as, asistentes sociales, activistas de la lucha de la mujer, etc.) han tomado conciencia de que fueron o son víctimas de violencia machista por parte de varones en quienes habían confiado afectivamente.

En la UBA se multiplican las denuncias contra profesores de diferentes ideologías políticas y diferentes lugares en el entramado político y económico de las academias. En la enseñanza secundaria el abuso de alumnas adolescentes está tan extendido como ocultado. En los niveles primarios e inicial de la educación suelen estallar públicamente, como repudio extendido y justificado de las familias en defensa de sus crías injuriadas y vejadas y como pasto de maléficas campañas en busca de rédito económico.

En el ámbito de la cultura popular, las denuncias contra Aldana sintetizan un cuadro de revisión consciente por parte de las fanáticas de bandas de rock de una idealización muy difundida sobre sus músicos preferidos.

Menos visibles, en las organizaciones de la clase obrera (reformistas, populistas o revolucionarias) se viene desplegando un silencioso pero poderoso proceso de visibilización de prácticas comunes de idealización de dirigentes de diferente rango que culminan en abuso y violencia machista en diferentes niveles.

En su defensa, abusadores y violadores alegan que todo fue consensuado. Si el planteo es inaceptable en el caso de niñas y niños (lo que no quita que haya una defensa “teórica” de la pederastía) cada vez que una adolescente o una joven denuncian a su pareja el cuestionamiento de la víctima parece contar con mayor consenso social.

Entendemos que esto puede deberse a la incomprensión de una forma de amor muy extendida y común, alentada por las industrias culturales que difunden ideología (cine, tele, radios), el amor idealizado o de transferencia. A pesar de ser considerado expresión de un mecanismo inconsciente, pr0vocado por carencias afectivas en la infancia, es una de las formas de amor más difundidas o toleradas en nuestra sociedad y es un campo propicio para un tipo específico de violadores, aquéllos que se encubren bajo un “consenso” falso, se aprovechan del amor de transferencia y del auto-flagelo de las víctimas.

Lo que sigue pretende ser simplemente un aporte para desmitificar esta práctica y ayudar a su erradicación.

Siempre me enamoro de los mismos tarados


Hace poco el Licenciado Hernán Scorofitz publicó en su página de Facebook uno de sus habituales comentarios que buscan esclarecer problemas de la vida cotidiana apelando a una difusión popular (género mal llamado vulgarización científica) de los basamentos de la teoría psicoanalítica. En este caso le apuntaba a un tweet del ilustre neurólogo Dr. Facundo Manes (Quilmes, 1969), académico de la Favaloro y universidades yankees, intelectual orgánico de una avanzada reaccionaria disfrazada de materialismo en el campo cultural macrista.

En el tweet se reduce a una reacción química en nuestro lóbulo frontal, la sensación habitual que sentimos muchos/as individuos cuando amamos, la de que se nos anula el costado racional de nuestra conciencia, operando en automático solamente con el emotivo. Scorofitz subraya con mucho sentido de la dialéctica –y de la polémica sutil- que Manes “olvida” también los factores extra-químicos que operan en dicho proceso y recupera para nosotres las opiniones de Freud sobre los procesos cognitivos y emocionales que sostienen esta sensación de enamoramiento “bobo”.

En “Sobre la dinámica de la transferencia”, de 1912, Sigmund Freud nos ofrece un resumido texto sobre la idealización o transferencia amorosa:

“todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también varios) que se repite –es reimpreso- de manera regular en la trayectoria de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutable frente a impresiones recientes. Ahora bien, según lo que hemos averiguado por nuestras experiencias, sólo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa ha recorrido el pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad consciente, y constituye una pieza de esta última. Otra parte de esas mociones libidinosas ha sido demorada en el desarrollo, está apartada de la personalidad consciente así como de la realidad objetiva, y sólo tuvo permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero en lo inconsciente, siendo entonces no consabida para la consciencia de la personalidad. Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con nuevas representaciones-expectativas libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de consciencia y la inconsciente, participen de tal acomodamiento.”

Si no entendí mal explica el origen de esa sensación -tan conocida y angustiante- cuando uno/una se enamora recurrentemente de personas que le hacen daño o mantiene más allá del agotamiento relaciones afectivas negativas. La idealización consistiría en transferirle al otro –u otra- características y virtudes morales, éticas, intelectuales, físicas que la/el enamorada/o considera buenas y que desearía tener. Desearía tenerlas dentro suyo, desearía ser eso que ama en el otro u otra.

Por eso dice el Lic. Scorofitz que Freud considera el amor como un proceso de “engaño” y “autoengaño”. La relación con la histeria estaría dada, si yo no entiendo mal, por la etimología original de la palabra griega, que designaba al proceso de “engaño” operado en la representación teatral por actores y actrices que se disfrazan (originalmente era literal, ya que en el teatro griego y en casi todas las representaciones colectivas rituales de las antiguas sociedades pre estatales existen formas de teatralización basadas en el uso de vestimentas y máscaras) de personas o conceptos que no son.

El amor es ciego


El engaño del amor no necesariamente es a propósito. Todo lo contrario, por lo general es involuntario: lo hacemos sin tener plena conciencia que lo estamos haciendo, hasta que ya estamos enganchados en una relación, nos acercamos lo suficiente al otro, para contrastar nuestras fantasías con la realidad y nos damos cuenta que “no era quien creíamos que era”.

Hay una línea sutil y contradictoria, que sólo se puede determinar “caso por caso”, entre el “auto engaño” y la “estafa”. Por lo general, cuando nos damos cuenta que elegimos a alguien equivocado reaccionamos violentamente contra él o ella, protestando de la estafa como su hubiese sido hecha a propósito para manipularnos en nuestra buena fe. También puede ser que nos enojemos con nosotras/os mismos/as, castigándonos cada vez con mayor crueldad a medida que vamos creciendo y el daño se torna más grave e inexplicable.

Resulta que no tenemos en cuenta si fuimos nosotros/as quienes tomamos un rasgo simbólico de una virtud del otro y construimos rápidamente el personaje que queríamos. Del otro lado, hay que ser muy serios para determinar si la persona de la que nos enamoramos se aprovechó a consciencia de nuestro mecanismo inconsciente de idealización para disfrutar de un falso amor o si también él o ella inconscientemente disfrutaron del enorme placer de ser amado por buenas virtudes que en realidad no poseen del todo, que sólo manifiestan como deseo o proyección de lo que les gustaría ser.

Una reflexión de G. W. Hegel, el filósofo idealista dialéctico que acuñó un texto muy bueno sobre la dialéctica del amo y el esclavo, donde destaca que en las relaciones de opresión, manipulación y explotación las dos partes son co-dependientes entre sí, ya que como decía más modestamente mi mamá, “para un roto siempre hay un descosido”.

En resumen, se juntan dos necesidades: la de quienes deseamos encontrar una persona que nos “complete” en aquellas virtudes personales que deseamos tener y no nos animamos a desarrollar en soledad y la de quienes desean ser reconocidos y premiados con la ternura y el placer sexual por las virtudes que creen personificar.

Así, la persona que ama transfiere –por lo general sin saberlo- virtudes que tiene incompletas, no desarrolladas, o que desea ser, en el otro amado; mientras que el amado disfruta –consciente o inconscientemente- del afecto y placer sexual con el que son beneficiados por esa idealización.

Como vemos, todo depende del grado de madurez emocional y racional que cada individuo tenga en una relación afectiva. Quiero decir, hasta que no tenemos un trabajo serio y sistemático con nosotros/as mismos/as, estamos condenados/as a amar a ciegas, a amar gobernados por mecanismos sicológicos (que tienen una base química y fisiológica también, ojo, esto no es menos importante) que no conocemos ni gobernamos.

Tu amor es puro chamuyo


La Iglesia Católica romana ha sido desenmascarada en las últimas décadas  a medida que sus víctimas lograron encontrarse en los pasillos y rincones mediáticos, reconocerse entre millones de casos como parte de una inocencia y devoción supremas violadas. La fe religiosa es, si se piensa un poco, el caso más claro de idealización y transferencia amorosa sin ninguna prueba material que existe. Roto el encantamiento miles de adultos han comenzado una sistemática denuncia imposible de banalizar o cuestionar.

Pero cuando una mujer “mayor de edad” sale de un proceso de amor inconsciente y denuncia a su pareja -gracias a la proliferación de trabajos de organizaciones feministas desnudando y desnaturalizando prácticas y costumbres que siempre parecieron “naturales” o “normales”- por lo general es atacada y cuestionada. 

Entonces se da este debate terrible, por parte de quienes temen que se propaguen falsas acusaciones que arruinen a víctimas inocentes. El temor a la “caza de brujas” en referencia a los procesos judiciales legales que durante varios siglos promovía la Iglesia Católica y protestante en Occidente y que encubrían intereses materiales de desprestigio social y expropiación de los bienes de las denunciadas y sus familias por parte de los denunciantes.

El problema es mayor, obviamente, para las verdaderas víctimas, que además de haber sido vejadas física y psicológicamente, sus vidas emocionales y materiales seriamente dañadas, deben enfrentar una Justicia que tiende a pararse del lado de los victimarios en defensa del poder masculino y las relaciones de poder patriarcales, que son una de las bases más firmes donde se asienta el poder de explotación de las clases dominantes desde hace cinco mil años.

Nadie que no conozca íntimamente el calvario por el que debe atravesar una mujer que ha sido violada por su pareja constituida, su padre o familiar cercano, su profesor, su responsable político, su músico o artista preferido, sabe o puede deducir abstractamente la segunda violación que sufre ante cada instancia de denuncia y del proceso necesario para la lograr una sanción efectiva que le permita culminar el proceso inverso, el de reconstruir la auto-confianza necesaria para reconstruir la vida que le han dañado.

No se trata sólo de apelar a la conciencia moral de cada quien y llamar a una reflexión automática sobre el lugar de la trinchera donde uno o una debe pararse para analizar “cada caso”. Se trata de llamar a la reflexión sobre situaciones concretas y hechos puntuales donde la responsabilidad del victimario debe ser repudiada sin ningún tipo de ambigüedad.

“No” significa “no”, maldito violador


El Lic. Scorofitz me ha sugerido la lectura de un texto de Sigmund Freud muy esclarecedor “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, escrito en 1914 y publicado junto a otros textos en Nuevos conceptos sobre la técnica del psicoanálisis III en 1915 (http://bibliopsi.org/docs/materias/obligatorias/CFP/etica/farina/Freud%20-%20Puntualizaciones%20sobre%20el%20amor%20de%20transferencia.pdf).

Freud toma consciencia el proceso de transferencia e idealización que constató en sus propias experiencias de análisis y en la de otros colegas. Entiende que el “enamoramiento” de una paciente (siempre se refiere a pacientes femeninas y doctores masculinos, aunque confieso que también nos ocurre a pacientes masculinos con doctoras femeninas) debe ser considerado siempre como un producto del tratamiento terapéutico.

El enfoque de Freud me pareció muy acertado por tres razones de equivalente valor. Primero porque tiene la honestidad y el coraje intelectual de señalar y criticar los efectos no deseados que la práctica científica de la que vive generan en sus pacientes; segundo porque, a pesar de compartir un desprecio moral propio de una sociedad hipócrita como la de la aristocracia y burguesía europea victoriana, no ejerce una búsqueda de la verdad del problema basado en esa misma moralina; tercero y coherentemente con los dos anteriores, porque nos ofrece una respuesta ética y moral basada en un criterio científico, en defensa de los intereses de las pacientes y de los objetivos del psicoanálisis como ciencia curativa.

En 1912 Freud consideraba que era normal, común, esperable, que una persona acudiese a terapia buscando una solución al problema de la repetición de búsquedas amorosas sobre la base de construcción de fantasías en el objeto amado, reimprimiese, repitiese los mecanismos que la aquejaban en la relación con su terapeuta. Una transferencia positiva, que el profesional podía desnudar frente a su paciente para poner delante de su conciencia los mecanismos ocultos de su construcción amorosa y de esa forma poder gobernarse.

Pero en 1914 Freud reflexiona sobre otra posibilidad, la de una transferencia negativa. En este caso, la paciente utilizaría el falso enamoramiento y la transferencia sobre su doctor para complicar inconscientemente la relación terapéutica, habiendo llegado al punto donde el sistemático escarvar sobre sus angustias inconscientes genere un dolor insoportable y la necesidad, también lógica, de impedir que el proceso continúe.

Sospecho que Freud estaba preocupado por las denuncias de las familias de mujeres ante casos que terminaron con la consumación de relaciones sexuales con sus analistas. Pero a pesar que repudia moralmente esa consumación, Freud convoca a los terapeutas a rechazar el “regalo” afectivo y/o sexual ofrecido por sus pacientes, no sólo porque daña la moral y la ética de la profesión, mucho menos para satisfacer los intereses de familiares, que muchas veces se agarran de la transferencia para intentar impedir que la cura implique descubrir los mecanismos patológicos de funcionamiento de toda la familia.

En ambos casos, Freud explica con sumo criterio que la aceptación de esta relación afectiva complota contra el objetivo verdadero de la relación: el tratamiento y cura de las neurosis de la paciente. Ella no fue al consultorio buscando amor, sino un tratamiento para sanar o al menos el mejor intento posible. Que se acepte como voluntaria y consciente esta relación afectiva, incluso en el caso que ambos terminen haciendo pública y legal la relación (por medio del casamiento), no deja de complotar contra el tratamiento y la cura.

Después de un análisis técnico sobre las mejores estrategias que puede desarrollar el médico ante la circunstancia de que se produzca un enamoramiento por transferencia de su paciente, viendo las posibilidades y dificultades que tiene para la prosecución de la cura la alternativa de suspender la terapia o de sostener conscientemente ese enamoramiento pero impidiendo que se concrete, cosa de permitir a la paciente “sacar afuera”, “poner delante de sus ojos” lo que ella misma no comprende de su neurosis, Freud no esquiva el bulto ni se hace el sordo, coloca la responsabilidad donde corresponde:

“Para el obrar del médico es decisiva la primera de esas tres propiedades del amor de transferencia que hemos mencionado. Él tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, para él, el resultado inevitable de una situación médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de importancia vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja personal. La condescendencia de la paciente no modifica nada, no hace sino volcar toda la responsabilidad sobre su propia persona.”

Ningún sicólogo puede argumentar, después de 1915, que no abusó de su situación de poder relativo frente a su paciente para aprovecharse de la transferencia en terapia en beneficio de sus deseos emotivos o sexuales personales. En la facultad debe estudiar sobre eso y aún si no lo hiciese, no importa, el sólo hecho de que este texto exista sirve como argumento definitivo en su contra, aunque se entienda su actuación como negligente sigue siendo mala praxis.

¡Hey, teacher, deja de violar a tus alumnas!


¿Cabe alguna consideración empática para el padre que se aprovecha de su natural condición como representante de las ilusiones infantiles de amor incondicional y fraterno para satisfacer sus apetitos sexuales básicos con el cuerpo y la salud psicológica de sus hijas?

¿Alguien puede argumentar con seriedad a favor de los derechos de un adulto varón que se aprovecha de la necesidad de una niña o adolescente de figuras masculinas que le ofrezcan virtudes éticas, morales, afectivas o intelectuales contrapuestas a las de su padre, para satisfacer su propio deseo de afecto y placer sexual?

¿Queda alguna duda que un sacerdote no puede reclamar el derecho al amor sexual consensuado de uno de sus monaguillos cuando es él quien ha despertado y promovido un amor de transferencia guiado por la búsqueda consciente de un bálsamo de afecto al vacío existencial de todo niño o joven que busca en la religión una cura?

La máxima de Freud debería ser sacada de los anaqueles y el polvo de los apuntes en los terciarios y universidades para explicar a los futuros docentes que cuando un profe trabaja en la conciencia de sus alumnos y estudiantes para desbloquear los mecanismos represivos inducidos por la sociedad, desarrollando su confianza y autoestima en la consecución de metas físicas, prácticas e intelectuales propias y cada vez más complejas, también aprieta los botones de la transferencia y la idealización. 

Los alumnos y alumnas, les estudiantes incluso en edades biológicas avanzadas, como bien señala Freud, llevamos al aula los mismos clisés que reimprimimos constantemente en nuestra vida común  como estrategias de enamoramiento.

El docente que se aprovecha de esa transferencia es responsable de aprovecharse de un engaño para conseguir la tan deseada dádiva afectiva o sexual. La única diferencia que deberíamos establecer entre docentes que se aprovechan del amor de transferencia de sus alumnos -sean estos menores o mayores de edad-, es del grado de la infamia.

Porque los profesores secundarios, terciarios y/o universitarios que sostienen y alimentan relaciones afectivas y sexuales con sus estudiantes, de cualquier género, aún cuando sean mayores de 18 o 21, están incurriendo en la misma irresponsabilidad que señala Freud para los sicoanalistas: la moral, desde luego, porque aprovechan una situación de poder relativo (el control de la calificación, el dominio aparente de un saber deseado por el otro, etc.) y la técnica, porque con esa actitud frenan el verdadero objetivo de su trabajo, el de ayudar a que el o la estudiante desarrolle sus propias capacidades sin entender que sólo puede desarrollarlas en comunión íntima con el docente.

Los violines del rock


Cuando Gustavo Cordera defendió la pedofilia argumentando que era de “caretas” desconocer la capacidad racional y autonomía de pensamiento a mujeres de trece años, nunca señaló argumentos para defender su responsabilidad como adulto que es capaz de discernir procesos de transferencia comunes de un amor basado en un dominio racional de la libido.

Porque Cordera y cualquier músico que vende millones de copias de su trabajo y que llena estadios sabe muy bien que trabaja sobre las carencias emocionales que la sociedad burguesa reprime en la juventud. Sabe, o debería saberlo, porque de eso se trata la responsabilidad, que esas masas de jóvenes transfieren inconscientemente las virtudes que sus familias y el Estado les quitan (amor incondicional y generoso, honestidad, libertad y fraternidad) hacia los líderes de manifestaciones culturales que dicen defender esas banderas en público, contra la sanción hipócrita del propio Estado, incluso.

Cordera y los que como Aldana usufructúan las carencias emotivas e ideológicas de una juventud abusada y avasallada, se aprovechan en beneficio propio de banderas libertarias en la política y la sexualidad que fueron forjadas por artistas que comprometieron su cuerpo en una lucha con organizaciones políticas y sindicales en los 60 y 70. Estas basuras bastardean las banderas libertarias del rock. Los fundadores del rock n´roll combativo y contestatario de los 60 y 70 no eran el chamuyo de los farsas pederastas que vemos hoy.

Los pederastas del rock nacional viven de las rentas sexuales que cobran como testaferros de una herencia libertaria hoy desgajada de cualquier movimiento de lucha real de las masas. Del “flower power” que cobraba un significado revolucionario en manos de una juventud que ponía flores en la boca de fusiles; del poder de consigna política que tenía el “cinco a uno” (Five to one en la canción combativa de los Doors) demostrando la fuerza cuantitativa de la generación juvenil en los sesenta frente al raquitismo y anquilosamiento de la generación que controlaba los resortes del poder; nos hemos quedado con un sexo, drogas & rockanroll al servicio de las necesidades de reconocimiento sexual de una banda de músicos descompuestos moralmente, que sólo razonan con sus braguetas y bolsillos.

La justa bandera de libertad sexual que reivindicaron las juventudes revolucionadas en los años 60 y 70 fueron pisoteadas por quienes las privatizaron para uso exclusivo de los machitos del rock y de las organizaciones de izquierda de diferentes tradiciones.

Idealización y abuso en las orgas políticas y sindicales


En el ámbito político y sindical pasa otro tanto. El varón responsable de un equipo de militantes (ni que hablar de los dirigentes de mayores rangos) debería asumir plena conciencia que su actividad promueve y despierta en las compañeras y compañeros novatos/as la lógica admiración por alguien que encarna (al menos en teoría) los valores éticos y morales a los que esta persona ha decidido consagrarles la vida que le roba el trabajo o la crianza de sus hijos/as. No conozco ninguna organización política o sindical de derecha o izquierda que plantee este problema de manera franca, abierta y colectiva.

En el caso de las organizaciones que se plantean un programa opuesto al régimen social de dominación y explotación imperante, lejos de ser más sencillo, el problema toma mayor gravedad. Del mismo modo que entre los grupos que siguen a las bandas musicales más contestatarias, se desarrollan costumbres y formas de sociabilidad no regidas por la moral oficial de la sociedad, que por lo mismo no tienen una legislación o jurisprudencia aceptadas por sus miembros/as, lo que deja librada a una justicia consuetudinaria (basada en las tradiciones y costumbres y no en los libros de derecho) de tipo individual, donde personalidades neuróticas, manipuladores emocionales y violadores que apelan al “consenso” de sus víctimas se hacen un picnic ya que son ellos mismos los portadores de la última palabra ética o moral y por lo tanto quienes tienen la facultad y el poder de juzgar.

No se trata de decirle a sus hijas “no vayas a un recital de rock” o “no milites” “porque te van a abusar”, solución estúpida si se tiene en cuenta que toda la justicia y el derecho oficiales están basadas en el sostenimiento material y moral de los patriarcas manipuladores, acosadores, violadores y femicidas, lejos de ser salvaguarda de sus hijas son los peores encubridores de sus victimarios potenciales.

Se trata de intentar aprovechar el terremoto provocado por el niunamenos en todas las instituciones de la vida social. Con mucha más razón y necesidad entre las filas de aquellas organizaciones voluntarias que pretenden erradicar al machismo y mucho más en aquéllas que buscan erradicarlo por la vía de terminar con su base material, el Estado clasista y patriarcal.

Maquillaje feminista


No alcanza con declamar valores éticos y morales superiores a los de la burguesía en los programas. Como bien señalaba Marx en su crítica al Programa del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán en Gotha, se trata de señalar las iniciativas concretas para derrocar las bases materiales que soportan las actitudes que queremos desterrar.

Llama la atención que las organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres en nuestro país, agrupadas en torno al Encuentro Nacional de Mujeres, no hayan todavía planteado una meta de “machismo cero” entre las filas de las propias organizaciones. La promoción de cupos femeninos en listas y cargos parlamentarios se ha demostrado igual de insuficiente que la existencia de cupos femeninos en las direcciones de las organizaciones o de las famosas “Secretarías de Mujer” en los sindicatos.

Dichas secretarías suelen contar con los mismos aportes presupuestarios que el Consejo Nacional de Mujeres del Estado argentino, incluso allí donde existen. Las políticas de protección de las afiliadas de las actitudes de machismo dentro del sindicato o en los lugares de trabajo son francamente irrisorias. En CTERA, para ofrecer un ejemplo del gremio al que pertenezco, no se promueve una sola iniciativa para frenar el enorme abuso sexual que existe en las escuelas y ministerios contra maestras, profes y preceptoras. Todo lo contrario, campean las secretarias de mujer que ofrecen salidas “decorosas” para situaciones “delicadas”, aconsejando a las denunciantes cambiar de escuela antes que la denuncia y el sumario.

Faccionalismo y burocratismo encubren al machismo


Se oye mucho hablar de “protocolos” pero lo que se necesitan son iniciativas concretas y no declamaciones formales. La mayoría de las denuncias por violencia machista son encapsuladas al interior de las organizaciones políticas y sindicales de todo tipo para proteger a la organización de los ataques desleales y facciosos de adversarios y enemigos.

Las campañas en las redes de parte de organizaciones de todo color político que buscan desprestigiar a todo un colectivo por situaciones individuales de sus miembros más o menos destacados, no contribuyen un ápice a que esos organismos atacados deslealmente desarrollen mecanismos para erradicar la violencia machista en sus filas. Todo lo contrario, generan una reacción natural de bloqueo y auto-negación.

A las compañeras que han decidido construir partidos, agrupamientos o sindicatos en función de tal o cual objetivo colectivo no les parece grato o atractivo que se destruya esa organización. En la mayoría de los casos que han tomado publicidad no se las escucha pedir la abolición del rock o de las organizaciones que construyen o construyeron.

Del otro lado, cuando estas organizaciones son atacadas con deslealtad egoísta por los intereses electorales mezquinos de las organizaciones atacantes, sus integrantes tienden rápidamente a minimizar la existencia de situaciones graves de violencia machista en su interior, anatemizando a les críticos/as honestos y lo que es supinamente peor, a sus propias compañeras denunciantes, con acusaciones de faccionalismo o de “feminismo falopa”.

Promueven de esa forma un aislamiento social que opera intensificando los desgarros de la violación original, frustrando la ilusión de las víctimas que descuentan la solidaridad incondicional y automática de la organización donde militan. Todavía más, bloquean la posibilidad de desarrollar el debate y las iniciativas necesarias para erradicar de una vez para siempre el machismo latente en mayor o menor medida en sus organizaciones.

Empieza por casa: tolerancia cero al machismo


El Estado es el principal promotor, garante, juez y gendarme que sostiene la violencia machista en nuestra sociedad. Por eso mismo todes nosotres estamos formateados muy profundo en nuestro inconsciente en la repetición de prácticas machistas. Pero una vez que las heridas del trauma han puesto lo oculto en evidencia, ya es responsabilidad consciente de nuestra parte hacer todo lo posible para corregir lo que esté en nuestras manos corregir.

Los teóricos de la dictadura del proletariado defendían la idea muy sugerente de que los partidos políticos de la clase obrera debían funcionar como escuelas donde la propia clase se entrenase en las funciones de todo tipo que debía asumir cuando, de concretarse exitosamente el deseo de la toma del poder, le tocase gobernar y dirigir una sociedad.

¿Sería demasiado osado y audaz que los partidos obreros socialistas se autoimpusieran puertas adentro lo que exigen del Estado?

Concretamente, organismos autónomos constituidos por mujeres elegidas por sus propias compañeras que cuenten con los recursos materiales necesarios (dentro de las posibilidades reales de cada organización) para recibir denuncias de violencia de género en sus propias filas, desplegar investigaciones que - orientadas por los intereses de las víctimas- discriminen entre reales y falsas, y propongan al resto de la organización las sanciones que correspondan y los recursos a su alcance para ayudar a las víctimas en su proceso de recuperación física y psicológica.

Este es mi aporte. Ustedes lo juzgarán como deseen.

El grito de las esclavas de la tierra ha retumbado otra vez.

Quien quiera oírlo, que actúe, sin miedo, sin falsas fantasías o temores, que elija de qué lado de la línea se va a poner, contra los violadores o contra las víctimas.

Y que cada quien asuma las consecuencias de su decisión consciente. En esta batalla no hay lugar para inconscientes.

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