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lunes, 27 de junio de 2022

Un trámite

 



No sé si pasa en el resto del planeta, pero acá, en las Provincias Unidas, cuando se dice “es un trámite” se suelen referir a que se trata de algo sencillo de superar, una boludez y no un obstáculo importante.

Usted, con toda seguridad, dirá que es un absurdo ponerse así por un trámite. Por engorroso que pueda ser, por más vueltas que le obliguen a dar para encontrar el turno, o la oficina, se trata de llenar un papel y listo, a otra cosa mariposa.

Pero yo tenía sobradas razones para desconfiar del Estado.

Por lo demás, ¿acaso es un trámite llenar el formulario de defunción de un familiar? Ese sencillo papel, con espacios en blanco que se ofrecen para ser completados con nombres y situaciones perfectamente conocidas, de repente se manifiesta como una prueba irrefutable de un hecho que une preferiría no haber experimentado nunca, evidencia ineludible de lo que sabemos debía pasar pero intentamos negar desde que nos contaron que la muerte era parte esencial de nuestro destino como especie.

(Mi abuela Nieves, tosca como la piedra que debían remover en su aldea para poder sembrar, pero con algo de astucia muy gitana, me dijo una vez a los siete años “¿ves la M dibujada en la palma de tu mano? Es porque todos llevamos la Muerte marcada en el cuerpo, es lo único seguro en nuestro destino.”.)

Usted dirá que también hay trámites que actualizan lo contrario, la felicidad indescriptible del nacimiento de la nueva vida, el encuentro de dos almas que se juran amor incondicional, qué se yo, la escritura tan buscada de un hogar, la patente de un vehículo bello que te llevará a conocer paisajes de sueño...

Certificar ante la sociedad toda, cumpliendo con los lenguajes formales de la legalidad ante las autoridades correspondientes, que se ha nacido, que se ha fallecido, que se ha amado.

No le pido fe o confianza ciegas en la veracidad de lo que le voy a contar. Le pido, sin embargo, que ahora mismo, sin darle mucha vuelta, me asegure que de existir la posibilidad de un certificado al mismo tiempo de triple defunción y doble nacimiento, garantizado y firmado por el escalafón correspondiente del Registro Civil de las Personas, sería capaz de solidarizarse un poquis al menos con el sentimiento de terror metafísico experimentado por la abajo firmante.

Así como lo lee, la posible existencia de un documento legal que certifique con los sellos correspondientes, el fallecimiento de tres individuos distintos, unidos por lazos de sangre, y el re-nacimiento de une de elles, todo en el mismo minuto.

Hágame de escribane de este flash, déle.

 

Cuestión que el encierro popular y obligatorio por el COVID a mí me hizo re mierda. Aca, como dicen mis amigues tucumanes. Llegué a perfeccionar mi rubro preferido de fantasías: la ideación suicida. Y en esa lucha conmigo misma por seguir respirando, tomé una decisión que venía postergando hace rato, la de hacer el cambio registral.

Puede que para la inmensa mayoría sea un trámite para celebrar, y no le niego una coma de respeto al derecho conquistado con tanta sangre y sudor por las compañeras que vinieron antes, que no. Pero aunque llevaba dos años y medio (trans)itando la identidad autopercibida, yo seguía siendo trotska. Como puse por algún lado, mi transición de género fue el acto más fiel al Programa de (Trans)ición del Viejo Trotsky, por aquello de si la revolución no es permanente entonces se manca y se pudre a sí misma; y por aquéllo de que les militantes debemos comenzar la lucha de clases primero en nuestra propia cabeza, en nuestra propia vida. Entonces, eso de darle tanta pelota a un trámite como el del DNI, para mí, constituía un acto de verdadera traición a mí misma, a los ideales a los que les puse el cuerpo toda mi vida adulta.

A mi favor y para que no me tome por loca –aunque, aguante mi locura-  debo decir que la famosa huelga del 1ro de mayo de 1909 fue convocada para luchar contra el primer intento de constituir un Documento de Identidad moderno.  La huelga no pasó desapercibida, como las que convocan los sindicatos kirchneristas por wasap. Llamada por la crónica de Semana Roja, por el tiempo que mantuvo en vilo a los poderes económicos y políticos, y también por los 38 charcos de sangre coagulada que el nefasto Ramón Falcón dejó tiñendo los adoquines de piedra sobre Avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña (que todavía no se llamaría así porque el coso ese todavía vivía).

Fue un anticipo casi calcado de la huelga general del 8 de enero de 1919, la Semana Trágica, diez años más tarde, que hizo flashar a la alta aristocracia argentina la inminencia de los soviets en Buenos Aires (verbigracia, los portuarios de La Boca llegaron a tomar por las armas un par de comisarías). Y se repitió por última vez en nuestra historia en enero de 1936 (sumando ya a los comunistas y trotskistas en la huelga que dio nacimiento al sindicato de la construcción, como la de 1919 dio origen al antepasado de la UOM). La huelga general del 17 de octubre de 1945, aunque continuaba en esa tradición, por sus resultados -el encumbramiento del peronismo en el Estado-, haría que las futuras huelgas generales, como las del 69 hasta el 75 tuvieran otro carácter.

Cuestión que en 1909 mis ancestres polítiques autopercibides rajaron las paredes de Buenos Aires contra el primer intento de la Policía Federal por obligar a los choferes de camiones de transporte de mercancías a portar una tarjeta con sus datos personales y su huella dactilar. El movimiento obrero organizado rechazó ese intento de volver a tratar a los trabajadores como delincuentes potenciales, igual que habían hecho Rivadavia y después Rosas con la libreta de conchabo, que Mitre y Sarmiento elevaron al Código Rural. Para perseguir a los gauchos independientes y obligarles a facturar para un estanciero, o a laburar como esclavos del Estado en la guerra contra los pueblos originarios de la pampa, el gobierno de Figueroa Alcorta pretendía encauzar la agitación política de un proletariado reo que daba combate contra la miseria más indigna de la pujante economía rioplatense.

De la derrota de nuestros principios éticos en la lucha de clases y de la asimilación permanente de la clase obrera al Estado es que vinieron la Cédula de Identidad, primero, y el DNI después, que dicen los especialistas en estos issues, se trata de uno de los mayores registros de información individual por parte del Estado en el mundo. En Estados Unidos y la Comunidad Europea, parece, las personas “de bien” aborrecen que sus Estados compilen tanta info personal en sus registros públicos. Aunque inventaron las redes sociales… vosfi.

Como verá, estimade escribane, antes que travesti, soy una persona con una autopercepción de clase muy aguda. Es que me gustó siempre saber por qué razones y a qué tradiciones le pongo la cuerpa. Y también pasa que vengo siendo travesti, como dice la machi Marlene Wayar y el DNI sólo te acepta “F” o “X” y yo, ni H2O ni XXY como dice la poeta Susy Shock, entonces otra mufa para hacerme el cambio registral.

Pero, como suele pasar también, a los principios éticos se los llevaron puestos necesidades más concretas. La decisión de rectificar mi DNI la tomé por el lado más sencillo. En esta lucha contra una misma que es la depresión clínica, una apuesta por las cosas que “justifican” seguir aguantando la angustia de la vida. Y yo siempre que pienso en las cosas por las que vale la pena seguir respirando, pienso en viajar. Y si alguna vez volvíamos a tener la posibilidad de movernos “libremente” por el vasto territorio nacional, yo iba a querer visitar a mis amigues y amantes en Neuquén y Catamarca, seguro iba a querer llevarla a la Leyla adolescente a conocer la tierra colorada donde me crié, y me quedan pendientes de conocer la Ruta de la Seda hacia Carhué, el Parque Nacional de Lihuel Calel y el de Mburucuyá.

Me imaginaba apeándome del micro en la estación de ómnibus de Posadas con una expresión de género distinta a la del DNI y me veía siguiendo la suerte de todas mis compañeras de género, encarceladas y maltratadas por la policía. Por eso me dije basta de gilada, por lo menos que si la yuta me agarra en un renuncio no tenga la excusa legal del DNI que “no coincide” para llevarme adentro por averiguación de antecedentes.

Así que le pedí a mi ángela de la guarda que labura en la Defensoría LGTB de Belgrano y Perú, La Magui Sosa, que me ayude a hacerla corta y me consiguieron el contacto de una empleada del Registro Civil de la calle Uruguay, a la vuelta de Tribunales, para que me ayudara con el chiste en medio de las restricciones de la pandemia. Lo que toca, toca y tocó que el 10 de junio tuviera turno para el cambio registral de la Partida de Nacimiento, trámite esencial para cambiar el nombre y el “sexo” en el DNI.

Y acá empieza, recién, la historia que te quiero contar desde el principio.

Fue un junio como casi todos los que recuerdo en los últimos treinta años de esta ciudad, frío y húmedo, obligada al enorme pullover lanudo y el camperón, medibachas de escolar bajo las calzas gruesas y unas modestas botitas de cuerina medio chuecas para armarme el outfit Raskólnikoff más aburrido posible; sin maquillarme nada, me tomé el 124 en la puerta de casa ya de arranque para no tener que darle muchas oportunidades al día de arruinarme el trámite.

Es que los trámites importantes son mufa para mí, entonces hace años que me esfuerzo por ponerme en una sintonía de desconexión con el mundo sensible y enfocarme en el trámite como si me metiera en un túnel, en automático. La única manera de no perder el buen humor era prepararme conscientemente para la caterva de estupideces sin sentido que cada oficinista iba a precisar de vos y que vos, obviamente, no ibas a tener encima, ergo, vuelva otro día, ergo, pasar por esta tortura all over again, my darling.

Para arrancar mal, me bajé lejos, por Callao y Corrientes, cuando después supe me convenía la parada siguiente y caminar por Córdoba. Pero no, me patié todo por Lavalle y luego Uruguay hasta Viamonte.

Este método mío tiene el defecto que te predispone mal para cualquier cosa. Ya vas con la guardia alta esperando que salga mal todo lo que pueda pasar. Y entonces no pude registrar un hecho que sería clave: estaba entrando al mismo edificio que entró el señor que fue mi padre, cuarenta y cuatro años atrás, para ejercer su derecho inalienable y responsabilidad legal ineludible, de registrar mi nacimiento frente al Estado.

El edificio del Registro Civil de la calle Uruguay está idéntico al que fundaron en 1943 porque Macri lo renovó en todo su esplendor aristocrático cuando fue intendente de la ciudad (usando el recorte de sueldos que nos metió a les municipales para financiarlo). Supongo, claro, que sin la cartelería con tipografías de diseño cool y amarillo y obviamente sin las pantallas LCD como turneros colgando del entrepiso del enorme hall central. Pero ese beige poroso del mármol travertino, como un café con leche con más café que leche, una piel pintada de mantecol artesanal del que servían en campanas de vidrio los almacenes de barrio, ese beige particular seguramente ya estaba en julio del 77.

Una mole de diez pisos, emplazado como un castillo de la Baja Edad Media, a la vez castillo poderoso y monasterio ascético, en el corazón de una manzana plagada de edificios más altos y anchos pero ni de cerca tan imponentes. Hermosa época en la que todavía el racionalismo en arquitectura no se había extremado a la línea muerta y el cemento sin sentimientos, los pasillos y escaleras se van ramificando amplios y acogedores alrededor del inmenso hall central, construidos con la idea de contener y acompañar con calidez al ciudadano responsable que viene a dar cuentas de los hitos de su vida privada, una especie de hospital solemne pero mucho más amigable, en tonos ocres restallando del brillo de los pasamanos de bronce pulido a los detalles de madera de caoba barnizada y los tapizados de cuero verde o marrón oscuro, lujosos y mullidos, de los sillones y sillas propios de una época más feliz para culos y posaderas de las infelices víctimas de la tradición nacional por la fila eterna.

El detalle de las luces en pasillos y oficinas, saliendo temerosas detrás de canaletas de yeso camufladas como dobleces naturales en paredes y cielorrasos, le termina de dar un ambiente de ensueño, de película aristocrática en sepias, de ú la lá qué elegancia la de Francia. Una luz lechosa y cálida que no encandilaba ni mataba las tonalidades, iluminando cada tanto prolijos cuadros de vidrio y metal en composé que muestran fotografías en blanco y negro de la Buenos Aires del 900, del exterior del mismo edificio, de las calles del centro con carruajes, trolebuses y automóviles lanchones de acero pulido, mostrando las vestimentas más extrañas, de película muda, ejerciendo los distintos trámites civiles ante los mostradores del colosal templo civil.

El tipo que vino a recibir mi manojito de fotocopias y certificados bajados de interné, también era del otro siglo. Retacón en su metro sesenta, el pelo engominado a dos aguas hacía que la avenida central de la cabellera la tuviera a la altura de mi vista. De ahí para abajo, el señor enfundado en impecable blazer de paño verde inglés, chaleco beige clarito/caquita/ al tono y unos pantalones con la raya tan marcada por la plancha que, además, supuse, llevaba tiradores. De remate, unos pulidos mocasines de charol, aunque mostrando las primeras llagas de unas arrugas “pata de gallo” que deschavaban que el sueldo de este municipal, por más que se vista de gala, no alcanza para dárselas de cajetilla.

Muy correcto el tipo, impostando una voz grave pero prolija, y de pocas palabras, me dijo qué formulario llenar y señaló dónde podía estacionar el culo para esperar que termine de procesar lo mío. Lo más amargo del trámite consistía en escribir de puño y letra tu identidad muerta, para luego rogarle al Estado tenga a bien reconocerte con la nueva identidad que le solicitás sumariamente.

A nuestro Señor Kafka le habían acomodado la oficina en una pecera con dos escritorios antediluvianos, pero había que esperar en un pasillo al lado de la escalera, del otro lado del ventanal de vidrio esmerilado.

Yo, concentrada y enfocada en terminar rápido y no tropezar más con nada, metida en el túnel gris sin prestarle atención a ninguna de las excentricidades en las que mi curiosidad suele entreverarse, completé todo rapidito y prolijamente y me dispuse a esperar con paciencia, controlando la respiración, inspirando por la nariz, exhalando por la boca y todo eso.

Recién cuando terminé de llenar el formulario y levanté la vista, me rescaté de la gente que estaba del otro lado del pasillo de espera, en la punta por la que nuestro Señor Bartleby, tenía una segunda puerta de comunicación con el público. Por aquél lado estaba atendiendo los detalles finales de un contrato bien horrible, un certificado de concubinato.

La escena era propia del sainete criollo-italiano de las pelis de Sandrini. Un señor de 56 años (lo sé con exactitud porque el escribiente leyó en voz alta frente a les interesades directes, testigues de parte y representante legal, el contenido entero y detallado del contrato) declaraba su compromiso de bienes compartidos y ganancias comunes con una mujer de treinta y dos, que según se desprendió de la lectura del funcionario civil, trabajaba como empleada en el comercio del cincuentón, un kiosco sobre Juan B. Justo a la altura de Chacarita, ubicado en la planta baja del tres ambientes donde vivía la parejita.

Mire si habrá sido forzado el acuerdo, que lo más romántico que le salió decir al energúmeno después que el escribano colectó las firmas y el “sí quiero” de los cónyuges fue “¿Estas contenta, querida? Ahí tenés tu papel.” que la esposa no recibió mal para nada, abrazándose toda exultante con la mamá, la hermana y la abuela, como si hubiesen conquistado un ingreso permanente que las mantendría a flote en la emigración forzada.

Del otro lado del mostrador, el viejo kiosquero de Chacarita rumiaba anécdotas sobre cómo adiestrar perros de pelea con el que parecía ser su abogado y el único testigo que trajo de parte, un tincho de veintipico vestido de ropa deportiva adaptada para pleisteyshion, demostrando que ese matrimonio lo avergonzaba lo suficiente para hacerlo casi a escondidas, en un pasillo y sin parientes cerca, al que habría accedido seguramente en su último intento de seguir garchando fijo una vez por mes antes que la tetosterona lo termine de abandonar a la fatal flaccidez del otrora poderoso falo.

La secuencia me heló la sangre por una sencilla razón, el señor tenía la misma estampa de mi viejo a su edad, cuando mi infancia. Aunque el tamaño del comercio y la casa de en la planta alta fueron, para mi familia, varias veces más grandes, la panza en punta para afuera, sólida y no fláccida, los anteojos estilo Ray-Ban pero bifocales, el pelo cortito tipo milico, canoso y gris, bien tupido a los costados y debajo de una pelada monacal; pero sobre todo la actitud de pequeño patrón de estancia, dueño de mercaderías y personas, que amaba más a su perro que a su flamante esposa me pusieron de frente al holograma de carne y hueso de mi padre.

La relación también era un espejo, ya que mi señor padre mantuvo clandestinamente por una década su bigamia cometida con la empleada de la caja registradora de su boliche, de la misma nacionalidad de la novia sin altar que teníamos enfrente.

Se me hizo un torbellino surrealista la vista, colmada del huracán de emociones mezcladas de un pasado muerto ya hace treinta años con el de mi presente apocalíptico pos pandémico. Recordé que, al mismo tiempo que la kuñatai se transformaba legalmente en kuñakarai, dentro de un intestino bien adornado de un templo burocrático de capital, mi hermano mayor se encaraba con otras tantas maquinarias legales para saldar el juicio sucesorio de la herencia que le correspondía por derecho de primogenitura. El tipo que había heredado el rol político de mi viejo en la familia para echarme del árbol genealógico por haberme decidido a dejar de mentirle al mundo y reconocerme como travesti, quizás anduviera moviendo clavijas sin saberlo de mecanismos increíbles y fantásticos, en otros tribunales de Posadas, que hacían que yo estuviera en este templo de la burocracia viendo visiones.

Ahí estaba para mí, sea como sea, una escena subliminal de una ceremonia que aconteció después de que mi vieja se enterara y peleara el divorcio, la de mi padre consumando legalmente su unión civil con su (¿ex?) empleada, pero reproducida en vivo y directo mientras yo esperaba mi trámite.

El fantasma de mi viejo, jodiendo desde el multiverso paralelo de los soretes, ayudado por su primer varón, persiguiéndome con ruidos de cadenas y apariciones súbitas. En el frenesí de las taquicardias y la locura, flashié que el viejo y la concubina me miraban, que les testigues y el boga de repente habían deado de hablar entre elles para mirarme, para sostenerme la mirada, de reproche, oteando el papel que tenía en la mano y estaba a punto de entregar, ya firmado, al empleado cajetilla.

¿Qué querían? ¿Qué mierda venían a reclamarme o reprocharme que ya no hubieran compensado en vida, cagándome la vida como me la cagaron?

Estas reflexiones, obligadas de prepo por la butaca de primera fila en la que se había transformado mi espera, me sacaron del túnel automático que había construido para completar el trámite.

Entonces empecé a ver con claridad de qué venía el enojo burocrático de los fantasmas. Dentro del caleidoscopio en que me encontraba, empecé a entrever que mi trámite no era una bagatela, una minucia. Comprendí contra toda mi mufa, contra todos mis intentos de minimización hiper-racionalizados, que yo estaba conquistando una epopeya personal, que este trámite tenía un valor mucho más grande que el que yo misma estaba dispuesta a concederle.

Consistía, sencillamente, en usurpar el derecho de mis progenitores a decidir qué nombre de pila y qué género habrían de constar en el cartoncito plastificado que iba a identificarme frente al Estado y mis congéneres cada día del resto de mi vida.

Porque reconozcamos que es así: entre los pocos derechos legales que un padre de cualquier clase social puede esgrimir con orgullo, está el de estamparle en un cartón la identidad a sus hijes. En este sencillo trámite, la recreación fantasmal que tenía en frente venía a recordarme que estaba violando ese derecho y en alguna forma, matando a mi viejo –de nuevo- para ocupar su puesto del otro lado de la firma y el sello. Y el de mi vieja, que eligió mis nombres desde la caamilla del Hospital Alemán, sufriendo el posoperatorio de la cesárea, los que borré sin piedad ni titubeo para escribir los que yo escogí en su lugar.

(Aunque reconozco que en el de pila guardé algo de compasión con ella y con cuatro décadas de ser llamada con la misma primera sílaba, como si fuese una gatita que no renuncia al sonido con que sus familiares la celebran y la retan.)

En ese sencillo acto, cuando Mr. Cockroach terminó de agasajar a los recién casados con frases de etiqueta y me entregó el papel con los sellos que respondían a mi deseo, el muy facho sorete de mi viejo volvió a morirse por segunda vez, mi vieja fue despojada de su poder para nombrarme y la carroza de espectros en carne y hueso se evaporó bajando las escaleras del aristocrático edificio.

Ese día de junio, el cordón umbilical se había oxidado tanto que, al cortarlo, no saltaron chorros de sangre por las paredes del templo civil, que siguieron impolutas e impávidas. La cadena de la patria potestad quedaba así, amolada al ras. Aunque sin darme cuenta, en algún universo paralelo yo estaba firmando también el nacimiento de una nueva persona -yo misma- y el de una nueva madre, también yo misma.

No estaba borracha perdida como Jack Torrance en el Overlook, y por eso pude entender con plena claridad que había entrado en la máquina que sintió la factura de miles de millones de trámites vitales como éstos, y que no se había tratado de ningún desperfecto en el tejido del espacio-tiempo lo que hizo que aparecieran tantas imágenes superpuestas frente a mi sensibilidad. El edificio buscó en su archivo infinito de todas las personas que habían atravesado su interior durante ochenta años, seleccionó aquellas imágenes estereotipadas que yo no podía dejar de notar, con un solo objetivo: poner frente a mis ojos el verdadero carácter y alcance del “trámite” que estaba intentando acometer de forma rutinaria y desapegada.

El edificio, por lo tanto, hizo lo que tenía que hacer, lo que sabe y debe hacer, para sacudirme la modorra cotidiana de la repetición inanimada de firmas y papeles, para que viera sin lugar a dudas que yo me estaba convirtiendo en mi propia madre.

Claro que esto no lo registré hasta que llegó por correo electrónico el resultado del trámite iniciado el 10 de junio. Cinco días después recibía en una de las pantallas a las que vivo encadenada, una imagen digital de la vieja partida de nacimiento ahora rectificada según mi deseo. En otra pestaña, las timelines de las dos telas-de-araña sociales donde intento socializar, no paraban de postear emocionantes flyers (¿voladores en vez de volantes?) que celebraban de miles de formas diversas el cumpleaños número 56 (sí, no es mentira) de la Comandanta Mariposa, Lohanna Berkins. Ahí por fin entendí lo que había pasado en el edificio del Registro Civil de la Calle Uruguay. Lo que el edificio había decidido hacer conmigo.

¿En serio serías capaz, después de este relato honesto de secuencias y situaciones verídicas, de pensar que se trata de una coincidencia banal?

 ¿Quiénes se esforzaron más que Lohanna Berkins y Claudia Pía Baudracco para que la Ley de Identidad permitiera que personas como yo pudiésemos cumplir con este trámite?

¿Seguís sin creer?

¿Y si te dijera que el homofóbico transodiante y abusador de mi viejo falleció en la misma madrugada que se sancionaba la Ley de Identidad, el 10 de mayo de 2012, como si esa noticia en la radio de la terapia intensiva que habitaba hacía tres meses hubiera sido demasiado para su castigado sistema nervioso?

Okey. Comprendo. No te voy a pedir nada más. Pero no me acuses de fabuladora cuando sepas que el turno para el DNI definitivo me lo dieron empleadas de ese siniestro edificio para el 28 de junio siguiente. Sí, en el aniversario del primer orgullo, el día que Sylvia Rivera tiró la primer piedra contra la yuta en la puerta de Stonewall y nos habilitó el camino para nuestros derechos.

Trámite al que ya asistí relajada, con conocimiento de causa, maquillada tipo arcoiris, alegre y muy orgushosa. Y ahora sí, a otra cosa, mariposa.

viernes, 24 de junio de 2022

El misgendreo de hoy


No es que me queje, sólo señalo que me agarraron recién despertada. Ya entendí que todos los días de mi vida algún ser humanoide se va a sentir con libertad para asignarme el género que quiera.

Qué forres son las personas trans -quizás pienses- con esto de la identidad están hipersensibles... Y me dirán que es invierno y la ropa no permite deducir...

Ese es el tema, vos no tenés que deducir una chota, simplemente no asumas la identidad del otre. Imaginate un segundo que te traten a vos todos los días con un género opuesto al tuyo.

Ejemplo tempranero, toma uno. Colectivo 99 de Parque Centenario hasta Plaza Irlanda, ya en las últimas mañanas que acompaño a Leyla a su primaria. Pronto cumple doce y lo va a querer hacer ella solita.

Pagamos, nos sentamos del medio para adelante, y sigo hablándole sobre una secuencia de maltrato naturalizada que me estaba contando en la parada, las "seños" y su obsecación con las llegadas tarde.

Como al hablar se me baja un poco -juro que un poco nada más - el tapabocas, el chofer me llama al orden, muy secante y gritando 

"SEÑOR colóquese el barbijo correctamente".

Lo violento de ese SEÑOR me golpea la garganta, un segundo quedo muda, sin reacción. La vez que me pasó lo mismo con el seguridad del Farmacity de Díaz Vélez e Hidalgo tuve un brote de bronca, lo amenacé y saqué a pelear, todo mal. Leyla también estaba presente y se fumó un momento re feo.

Supongo que queriéndole evitar a ella una nueva escena me limité a preguntar con tranquilidad "¿Perdón, cómo dijo?" y el tipo repitió: "Le pido que se coloque correctamente el barbijo, es la ley". Dejemos a un lado que por lo general soy yo la que se pelea con los tinchos en el bondi para que se pongan el barbijo, como el chófer no repitió el misgendreo, me lo ajusté sobre la nariz y le dije "¿Así está bien?" para cerrar el tema.

"Así está bien, SEÑOR" dijo el muy sorete y sin dejarlo tomar aire le grité "ME VOLVÉS A DECIR SEÑOR Y TE METO UNA DENUNCIA". Se quedó seco y siguió manejando sin decir NADA.

Pero Leyla me decía por lo bajo "no hace falta, mamá, no vale la pena" y eso me rompió el corazón 



Bajamos del bondi y le pido que me comparta sus sensaciones, que no se quede con la mierda adentro. Ella está en una etapa típica, en la que preferimos no meternos mucho a elaborar lo que nos pasa con nuestras madres y se cierra en un clásico "no sé".

Le explico que voy a insistir, porque vivimos una situación violenta y si no la elaboramos nos seguirá dañando. 

Encaro por otro lado. "¿Te fijaste cómo reaccionaste?", le tiro. Ella responde lo obvio, que quiso protegerme. Tomo y obligo, le pido que reflexione sobre su reacción: "fijate que me pediste que me callara, que silenciara mi voz, o sea que para vos la manera de defenderse, de protegerse, es callarse, mirar para otro lado y seguir".

Leyla, callada como si la retasen por haber hecho algo malo.

Ya estábamos bordeando la Plaza Irlanda por su lado oeste, al filo justo de la frontera entre Caba-shit-o y Flores, por Donato Álvarez. Dos cuadras más por Franklin nos esperaba la entrada de la escuela, seguro con el portón doble de vidrio cerrado al paso, las blancas palomas rezándole a la bandera de Borbón, con perdón, de Belgrano. 

"Eso es lo que te enseñan en la escuela", le digo, "a callarte. Te están entrenando para ser sumisa y tragarte tu bronca, aguantarte el maltrato y la vulneración de tus derechos.", le voy explicando mientras caminamos, "tu mamá no te enseña eso, tu mamá te viene enseñando a no callarte, porque yo no me callo más, porque no dejo que me pisen más. La situación es violenta y a mí no me gusta pelearme en la calle con nadie, si lo hago tan seguido es porque esta sociedad está llena de forros con carta blanca. Y a vos te va a pasar igual, hija, porque no pudimos hacer la revolución y darte algo mejor que esta bosta", termino mi sermón.

Leyla mastica todo en silencio, me saluda con afecto, como siempre, y se mete a la escuela.

La profe en la puerta me hace señas de ponerme en la fila para firmar el librito de las familias irresponsables que traemos tarde a nuestres vástagues a la sacrosanta institución sarmientina.

Espero a la madre delante mío, para termine de anotar a sus tres hijes y cuando le devuelve el cuadernito Gloria con casilleros hechos a mano para identificar alumnes y sus familiares pregunto si sigo yo,

"Sí, le toca a usted, papá", me dice la docente.

Yo voy como me ves en la foto, taco de 6 cm en botita de cuero, calzas azules bajo una blusa larga mostaza que sale debajo del pulover azul y la campera, rematada en boina de hilo azul y tapabocas violeta.

Imposible adivinar el género, aunque se puede sospechar tranquilamente que este personaje no debe comulgar mucho con las normas aceptadas de vestimenta.

Ya rayada por lo del colectivo, pero conteniéndome de prender fuego la primaria de mi hija, me limito a poner la voz más sarcástica que puedo y mientras lleno el librito le tiro "y encima vos le tenés que enseñar ESI a les pibis".

"¿Cómo dijo?", me responde de toque la "seño" en la puerta. ¿Se habrá tomado un tiempo para procesar la situación como yo en el bondi o no está acostumbrada a que le respondan cuando se manda una cagada?

Lejos de amilanarme, la miro fijo, me pongo de frente y le digo "Dije que el colmo de tu misgendreo es que vos le enseñás ESI a mi hija", le alcancé el librito del purgatorio y le señalé la casilla para poner "relación con el alumno", escrito en mayúsculas le leí en voz alta, como me enseñaron en la escuela, "MA-MÁ TRA-VES-TI, ¿entendés? Yo soy una mamá travesti".

Giré sobre los taco aguja con un gesto corriéndome el pelo para atrás, con algo de altanero desprecio, y me fui taqueando batido, cadereando el culito huesudo hasta la esquina, donde me largué a llorar sola, harta de este mundo de caca, su falta enorme de empatía y sus nulas ganas de aprender.

Maldita visibilidad trans



Con todo el asunto de la persecución laboral y el encubrimiento del acoso sexual a cinco estudiantes dentro de la escuela no pude contarles mi 31 de marzo.

Hace rato me dí cuenta que cuando caen las efemérides diseñadas para favorecer un poquis a las personas trans siempre me pasa algo particular. Digamos distinto a los insultos y maltratos cotidianos.

Subte, línea A, tres cuarenta y cinco de la tarde, itinere. Es la hora del mono, a la hora que nací en el 77 y la misma que inicia mi jornada laboral hace 14 años. La misma vida naciendo y muriendo en el molino del tiempo.

Ponele por Sánchez de Loria se sienta al ladito mío un nene en sus tiernos seis, con ropa de escuela y mochila. Parada de frente a él, agarrada del pasamano vertical de la puerta que da al norte, queda colgada la madre, una mujer en sus treinta.

Al rato, el tierno niño comienza a fluir por fuera del aburrido marco de leyes consuetudinarias del viaje en Subte y larga un grito impostado en larga "o" cerrada. Estas cosas ponen muy nerviosas a algunas madres, debido al temor fundado en una reacción negativa de les pasajeres y la presión social resultante.

Rápida de reflejos, como arquera de cancha chica, le digo:

"Pero ¡qué lindo cantás, chamigo! ¿Te sabés alguna canción de la escuela?"

La madre sonríe agradecida del desvío momentáneo de la situación de crisis por una triquiñuela que no calla al niño, sino que le permite hacer más llevadera su curiosidad, más creativa.

El niño entra en el lazo, orgulloso, y comienza una canción con menor volumen, más dulce, debido a la timidez recién aparecida. De toque la reconozco.

"Ay, ya sé, es una canción de Iglesia", le digo, "yo la cantaba con otra letra hace muchos años" y se la tarareo como prueba irrefutable, y  sin letra, para no ofender su religiosidad. El niño contento, chocho, y yo la felicito a la madre en voz alta, del buen trabajo que ha hecho en la crianza del niño, etc., etc. Cosas de docente empática, más de seño que de profe.

Mientras tanto, el niño me escucha, pensativo. Hasta que encuentra el hueco y me dispara a bocajarro:

"¿vos sos nena o nene?"

A quemarropa hubiera dicho, también. La pregunta ya me había sucedido antes, pero sólo en bondis, que es como le dicen les porteñes al "colectivo" del litoral o al "micro" de les platenses.

Mientras trataba de tragarla, de digerirla un poco, la respuesta digo, le hacía señas de truco a la mamá para que viera que no me había ofendido ni nada, pero estaba violeta de la vergüenza.

"Ni nena ni nene, yo soy travesti, es un género no binario, si querés tengo cosas de nene y cosas de nena." le dije, sin perder el tono cariñoso con que había empezado.

"¿Y vos, chamigo? ¿Sos nene o nena?", le sostuve la apuesta.

Hizo una mueca de agrandadito, como diciendo "obvio" con los labios y los ojitos entrecerrados y contestó "nene"

"¿Y eso quién lo decide? ¿Que te traten como un nene?"

"Yo", dice, cortante, firme, plantado.

"Y entonces ¿por qué yo no tengo derecho a decidir cómo quiero que me traten? ¿Le hice mal a alguien?"

Se queda callado, de golpe, quizá intentando pensar. Pero no, se bloquea, me retira la mirada.

"No hay sólo dos géneros posibles", la seño empieza de nuevo a militar su género, sólo porque el niño todavía puede cambiar, "entre todas las posibilidades yo me identifico como una femineidad travesti".

"Ahora se puede elegir", atropella la madre pero con la buena intención de avalarme con su autoridad frente a su cría. 

Fracasa.

"No, no se puede", sanciona el pequeño soberano se cruza de brazos y no me dirije más la palabra hasta que la madre lo toma del brazo y lo descarga en estación 30 de diciembre, antes Once de Setiembre, dos fechas igual de trágicas pero por distintas razones.

Ahí me agarra el flash de Cortázar con la línea Anglo, el tiempo corre más lento por efecto de la micro relatividad de Einstein y todavía me quedan tres paradas para digerir lo que me acaba de regalar mi DIA DE LA VISIBILIDAD TRANS.

Alcancé a decirles cuando se bajaban "chau, que tengan lindo día, y ojalá le den ESI en la escuela al nene". Y ahí noté por primera vez, su risa.

La de la mujer cis de mi edad sentada en el pasillo sur. 

La noté en la estela de la risa, de mi humorada con la ESI. Giré la cámara 180 grados desde que la puerta se cerró tragándose a la sufrida madre y su celestial hijo y me dice:

"Pensemos que tiene tiempo, que cuando sea grande, en la secundaria, con les amigues, le cambien el casette" me dijo, mostrando una dentadura amplia, generosa y de mina pobre como yo, laburante. 

"O le tire piedras a las compañeras con un pañuelo celeste al cuello", le digo yo con una mueca de mujer vencida como dijo Lepera.

Mi amiga no se iba a dejar ganar. En el interior de un vagón de subte atiborrado de cuadros colgados, le brilla la cara cuando entra a tirar letra "Yo era católica, y me creía el cuentito como él a esa edad, pero a los doce escuché a Charly Garcia y mandé a los chupacirios a la mierda.".

"A mi me criaron jesuitas, me arruinaron la vida" empecé a entonarme para que me escuche todo el vagón "yo fui monaguillo y abanderado, un pendejo cheto y mocosito como él, a su misma edad me empezaron a hacer bullin por marica, por nerd y por gordo y con aval del colegio y mi familia me des-homosexualizaron por 8 largos años. Pero ¿sabés cuándo los mandé a la mierda? Cuando el cura confesor me vino a decir que era una lástima, que mi hermana se iba a ir al infierno por tomar una decisión que sólo le correspondía a dios.". Eso fue hace treinta años, por cumplir los quince, en la Rectoría del Colegio Guadalupe de Palermo.

"Pero todos esos la pagan en vida, amiga" me dijo la rolinga, insistiendo en salvarme la tarde.

"Mi viejo, que abusó de mí y de toda la familia, se cagó muriendo a los 76 con más plata de la que yo voy a ver en toda mi vida. Soy docente, imaginate", y así, le clavo un vale cuatro formidable.

Y cuando le veo vencida, me paro para bajarme en Congreso, cruzo hasta su asiento le doy un beso pomposo y le digo: 

"Amiga, yo ya aprendí a seguirla luchando sin ninguna esperanza. Hoy es el DIA INTERNACIONAL DE LA VISIBILIDAD TRANS, y vos fuiste mi regalo, gracias. Aguyje iterei, añua mbarete."

Y yéndome por la puerta, todavía le grito, con un pie en el andén:

Y aguante Charly, loca linda!"

La mala leche

Kooch lloró 

amargamente su soledad, 

sus lágrimas crearon 

a Arrok, el primer mar, 

sus suspiros, 

a Xoshem, el viento.


Mitología Selknam, 

Tierra del Fuego


(Con mil demonios, otra vez rechazaron el plan de conquista. Ya va el cuarto. Pero… ¿qué carajo quieren estos tipos? Se está por acabar el tiempo estipulado por el presupuesto. Si tenemos que abortar la campaña tardaremos varias generaciones hasta tener la chance de volver a este planeta. Con lo difícil que nos fue encontrar uno tan prolífico en recursos.) 

…un paraíso único en este vasto rincón del universo. El tiempo apremia como todes sabemos, pero todavía debe vaciarse siete veces y volverse a llenar siete veces esta luna pálida y seca antes de que pasemos el punto de retorno. Debemos encontrar una forma de colonizar este planeta y asegurarle un flujo continuo de recursos a nuestra especie dentro de esta generación. Una fuente de riquezas que dure milenios, inagotable, inextinguible. 

(Debo cumplir la misión.)

Por eso convocamos de nuevo a los equipos técnicos. Aprovechamos que están llegando los nuevos informes de les antropólogues de avanzada. Fueron al extenso continente que cruza todo el planeta por su mitad más panzona. Un material fundamental para completar nuestros conocimientos sobre el total de la vida emergida. Fundamental para comenzar a definir el diseño de conquista y colonización.

(Que los burócratas de la Madre Patria se cuezan un poco más en sus laberintos. Encontraremos la bendita forma de lograr el objetivo usando los pocos recursos a disposición. Lo más urticante del asunto es que éstos mierdas son los responsables del desastre, en primer lugar.  ¿No se acuerdan acaso que calcularon varias veces por debajo la cantidad de población inteligente? Sus malditos presupuestos súper exactos nos pusieron en este brete. Con la tripulación y la tecnología asignada a estas tres miserables naves tempo-espaciales no nos alcanza para exterminar a toda la especie pensante en el tiempo suficiente para empezar la extracción de recursos, ni para poner a trabajar de inmediato bajo nuestro control al menos alguno de los cuadrantes más ricos. Un desastre. Un verdadero desastre.)

(No importa. Razonemos. Cada propuesta rechazada por los sabios cagatintas nos enseñó qué caminos son improbables.)

A ver, hagamos un repaso de nuestras conversaciones con el Alto Mando Estratégico en la Madre Patria. 

Rechazaron el genocidio total porque nos llevaría demasiado tiempo, ya que ésta especie ya está diseminada por todo el planeta. Alcanzar a cada une con nuestros recursos actuales tardaría demasiado. Aunque no lo descartaremos de plano. Llegados al punto de no retorno podríamos desatar un virus que limpie toda vida emergida y proceder a extraer la energía bruta del núcleo. Nos duraría menos de lo que necesitamos, pero peor es nada.

Los expertos en equilibrios de sistemas plantearon provocar una crisis ambiental, algo como aumentar la temperatura planetaria diez grados en veinte años, o en menos. Provocaríamos inundaciones y exterminio de más de la mitad de la diversidad biológica, lo que nos dejaría sin sujetos para esclavizar, además de una chance de perder valiosos recursos, incluso el planeta entero o dejarlo inútil, yermo. Y no contamos con veinte años. Carajo, no contamos ni con siete meses.

Veamos. 

Los intentos de colonizar porciones de territorio se enfrentaron con una feroz resistencia de seres mucho menos civilizados. Porque aunque inferiores, estos parásitos son muy difíciles de esclavizar. No podemos perseguirlos una vez que escapan y si les matamos a uno de los suyos, se enfurecen y comienzan a llegar en oleadas. Una especie muy orgullosa y hostil, sobre todo las que paren y las hechiceras mitad y mitad, esas meten miedo a simple vista.

Ergo, comprobamos que la energía requerida para mantenerles en un grado de control máximo y reprimir sus constantes rebeldías no justificaría los pocos recursos a extraer en ese lapso.

(De nada sirve haber concentrado la sabiduría tecnológica de tantos mundos durante estos últimos tres millones de años, hemos traído muy poco para tamaño desafío. Para colmo, la mayoría de la tripulación consiste en especialistas en extracción y transporte, y los malditos antropólogos. Insoportables. El personal especializado en genocidios y dominación física de trabajadores ha sido el mínimo indispensable. Estos burócratas de culo chato pecaron de pedantes y amarretearon. Porque en el fondo, ese es el meollo de la cosa: el emperador vuelve a encubrir la escasez de recursos del Estado desfinanciando las campañas de exploración; insisten a los técnicos para que escojan los reportes parciales que mejor encajen en presupuestos muy bajos. Y así nos va. Un círculo entrópico de nunca acabar. Las campañas fracasan o consiguen magros resultados y el corazón del Imperio se seca. 

Y empiezan los paros cardíacos. Nadie quiere vaticinar el fin de una civilización de tres millones de eras en su mandato.

Por lo demás, el resto de civilizaciones dentro de la Alianza, aunque inferiores, nos devoraría rápido, concentrando para ellos todos nuestros logros.) 

Algún plan perfecto debemos encontrar. Encarar la realidad, de eso se trata todo. Esa es la Gran Enseñanza. 

Por eso esta reunión es clave. Hemos convocado a todos los responsables de los equipos. 

(No me acostumbro todavía a estas nuevas tecnologías remotas. Resulta que atienden tantas campañas de colonización que han enviado estos viejos trastos con miles de extremidades multivalentes con sus conciencias incorporadas. Pero no pasan de ser transmisores, su propia inteligencia es solamente binaria, no son capaces de asumir contradicciones móviles. Soy el único ser capaz de establecer relaciones contradictorias y hacer síntesis complejas. Eso explica por qué el mío es el único sueldo que pagan, en realidad.) 

Pasemos entonces al último informe de les antropólogues. 

(El robot que traduce al responsable de les antropólogues no ha puesto más que obstáculos. Están fascinados en la Madre Patria con la posibilidad de tener a la vista las fases más tempranas en la evolución de una especie que ni siquiera es parecida a nosotres. Museólogos, meros clasificadores. Aunque han encontrado la clave que explica la resistencia de esta especie parlante.)

Ha resultado que les hemos cogido en un momento en el que las que son capaces de parir gobiernan cada familia del planeta. Como todavía dependen de su sexualidad para reproducirse, parece que la gran adaptación ha sido el desarrollo del clítoris -comparto infografía- haciendo que las que pueden parir sean la única especie viva de este planeta que goza cuando fornica. Así que gozan seguido, en lugar de sufrir el llamado de la calentura una o dos veces por ciclo solar, como sus parientes de especies que gestan los huevos en sus propios cuerpos, aumentando de esa forma sus posibilidades de fecundación. 

(Pero eso lo descubrieron les biólogues. Les antropólogues descubrieron que las uterinas son las únicas de la especie que pueden controlar su descendencia, pues son las únicas que saben cuáles son sus crías. Esto las ha ido empujando a asumir el rol gobernante en las decisiones, dirigiendo comunidades que comparten todo.

¿Cuál fue la frase que usaron? Ah, sí, claro, comparten hasta los abrigos. Así el motor de la existencia no pasa por apropiarse de cada vez más cosas, no tienen hambre de conquista. No tienen noción de la riqueza, de la propiedad privada. El suelo que pisan y pueblan no vale nada para elles, no se lo disputan. Simplemente pueblan los territorios hasta que el equilibrio entre las familias y los recursos naturales llega a un extremo y antes de quebrarlo se largan a caminar o navegar para otros ecosistemas.) 

Los expertos de probabilidades han determinado un modelo en el que les llevaríamos a una crisis por los recursos y obligarles a cambiar sus patrones de poblamiento y distribución de recursos, haciendo nacer en algún momento la necesidad de otras formas de gobierno y quizás la ansiedad de la acumulación y el poder, la dinámica de la conquista y colonización. Pero, otra vez, no estaremos aquí para verlo. 

Este gobierno planetario de madres es el que nos ha hecho imposible reducirlos a una esclavitud permanente y fructífera. Debe haber una forma de generar una división entre ellas que nos ayude a su destrucción.

Sí, bien, escuchamos a los especialistas en genética.

(...ya han completado el estudio del genoma de esta especie. No tienen grandes variaciones de fuerza o capacidad intelectual que podamos explotar para distanciarles. Tampoco fueron eficaces los intentos de inducirlos. Los grupos de talla alta han fracasado en abarcar grandes distancias, los veloces fracasaron ante las astucias y armas de los lentos y así con todo. La especie superior que quisimos implementar sacó la conclusión de que amaba a su propia estirpe y eligió exiliarse a vivir de su propia iniciativa.

(Si hasta hemos tenido que refugiarnos en tres picos solitarios de las principales cordilleras para evitar las rebeliones. Pasa el tiempo y me consume la presión de la responsabilidad. El futuro de nuestra civilización depende sólo de la decisión que tome aquí y ahora. Tengo esta sensación permanente de tener ante mis sentidos cada pequeña parte de la solución final pero no logro sintetizarla.)

(Más informes antropológicos, diantres en vinagre. Están exultantes porque han descifrado algunos de los idiomas más extendidos. Blabla, blablá… esto parece interesante. Están diciendo que sería la única especie que imagina en todo el planeta. Han comenzado a condensar en algunas regiones millones de años de paciente observación. Parece que basan todo su desarrollo tecnológico en la imitación. Primero, de los otros seres vivos que sobreviven mejor que elles. Desde lo más rudimentario, quitarles sus pieles para protegerse del clima hasta lo más sutil, imitan los movimientos de los depredadores para luchar, imitan los movimientos de las aves para decidir emboscadas. 

Ajá, esto puede ser muy útil: han descubierto los movimientos cíclicos más evidentes de planetas y estrellas, algunes construyen precarios relojes con piedras enormes y pequeñas para detectar los cambios en las estaciones y decidir sus movimientos. Pero sus hechiceras y poetas han imaginado que planetas y estrellas son en verdad las imágenes que proyectan sus cerebros cuando consumen alucinógenos.

Parece que han desarrollado delirantes teorías sobre planetas y estrellas, a las que asignan intenciones y sentimientos como los de elles. Esto puede ser un signo de debilidad, una ingenuidad fatal, si tan sólo supiera en qué plan perfecto incluirlo…)

(Es increíble que esta especie tan inferior se haya convertido en tamaño bloqueo para nuestro desarrollo. ¿Nos iremos de aquí sin nada? Nunca sabrán que han vencido a la especie dominante de varios cuadrantes del universo. ¿Es posible esta burla del destino, esta ironía de la providencia? Tres millones de años de civilización, el progreso detenido por un enjambre de parásitos montados en un planeta que es de una riqueza única.)

Excelente informe, como costumbre, muchas gracias. Si me permiten, creo que al fin he dado con la solución. Ni ironía, ni providencia ni nada, aquí triunfa la razón de nuevo.

¿Estáis todes? Creo que mi plan les parecerá perfecto para nuestros intereses y necesidades. La clave nos la han dado les antropólogues recién, es menester quebrar este sistema de desarrollo horizontal e igualitario de las madres y favorecer el desarrollo de un grupo pequeño y controlable de sujetos que nos garanticen una colonización eterna sin mayor participación o exposición de nuestra parte.

¿Recordáis los informes de los genetistas? De acuerdo, pues. Me he detenido en las comparaciones de les biólogues entre las distintas formas de vida con millones de células, órganos internos y demases, correcto. Hemos encontrado que en algunos casos los sujetos aportantes de semilla se tornan muy violentos, llegando a destrozar sin piedad a otros miembros de su comunidad he incluso devorarse sus propias crías. He pedido que aíslen los componentes genéticos y biológicos que podrían explicar estos estallidos. Les antropólogues han sugerido que precisamente para controlar esos estallidos es que hace unos tres millones de años de este mundo, aproximadamente para cuando nuestra especie lograba la planificación de su reproducción liberándose de la sexualidad, esas madres han organizado este sistema tan eficaz de desarrollo sin destrucción del ambiente ni competencia interna. 

Hemos aislado el que puede ser el componente clave. En realidad se trata de una sustancia que tienen todos sus cuerpos y determina la vida de distintos órganos, sus huesos, el pelo, las tonalidades de las voces. Se trata de un esteroide cristalino que combina diecinueve partes de Carbono, veintiocho de Hidrógeno y dos de Oxígeno.

Los genetistas me han convencido que cuando se encuentra en una proporción muy por encima de los parámetros habituales es capaz de inundarles el sistema nervioso de la obsesión por comer, por fornicar y por combatir contra otros sujetos por el control de algo tan absurdo como un palo. A diferencia de las que pueden parir, estos sujetos no tienen ninguna función en sus sociedades más que aportar la carga genética necesaria para la fecundación y luego toman posiciones de asistencia o bien se destacan en alguna actividad. Son el eslabón más débil del entramado político de estas comunidades.

¿Qué tal si les inyectamos una concentración tal de esta sustancia que les permita desarrollar su ansiedad de competencia y conquista de forma permanente? Por cierto que en algunas regiones donde el gobierno uterino de las madres es muy sólido serán vencidos una y otra vez. Pero si potenciamos esta sustancia en todas las regiones al mismo tiempo, seguramente en algunas regiones las condiciones de recursos y población les otorgarán victorias pequeñas pero decisivas. Esto les hará envalentonarse para ir hacia la conquista de otros sitios en el intento de construir enormes imperios. Claro que deberemos instruirles cada tanto para que no cometan errores mortales que lleven el diseño general al fracaso.

Estos seres aportan su semilla para la reproducción por medio de una protuberancia en su órgano excretador de toxinas líquidas. Esa protuberancia y la exterioridad de sus órganos productores de material genético parcial para la reproducción son sus únicas diferencias corporales a la vista con las que son capaces de parir. Además de la ausencia de mamas lactosas. 

Ideal para convertirlos en un símbolo sencillo que pueda servirles como bandera. Primero les aconsejaremos la similitud de esta protuberancia con algunos de los fenómenos físicos que admiran más, las explosiones volcánicas, las descargas eléctricas, las lluvias y tormentas del cielo. Identificaremos la capacidad destructiva y a la vez creadora de estas fuerzas -las llamaremos fálicas- con un destino manifiesto que les induzca a convencerse de su poder mágico. 

Diremos que nosotres mismes, no, mejor, asumiremos la forma superficial de estos individuos, exacerbados de musculatura y bello facial, y les diremos que los planetas son como ellos, a su imagen y semejanza creados. Ah, también con algunos árboles especialmente grandes, como esas pindoví hovy; podrían confeccionar imitaciones, cetros, varas mágicas, bastones de mando y poder. (Sí, sí, los equipos de manipulación sicológica han coincidido que se trata de una imagen sencilla y contundente fácil de asimilar para los sujetos que proponemos apadrinar. Esto va a caminar.)

Dejaremos volar su copiosa imaginación pero siempre alrededor de los mismos problemas y angustias sobre el origen de la vida. Llenaremos de brumas sus mentes para que no puedan ver el doblez de la trama. Deberán contarse creíbles epopeyas de sudorosos y musculosos invencibles seres barbados sometiendo sexualmente y mágicamente a las antiguas divinidades femeninas o mitad y mitad. Que no sobrevivan más que como meras ilusiones de un pasado indemostrable o una utopía que sólo sirva para seguirse moviendo en la noria de nuestro beneficio.

Crearemos narraciones que serán creíbles durante un tiempo considerable, por ejemplo induciendo castigos negativos y terroríficos contra el conocimiento científico, pero usando parábolas sencillas. Inventaremos toda una serie diversa de falsas teorías sobre la creación del universo que hará tortuoso el camino de quien intente comprender la verdad.

Deberemos crear, (eso sí, idea de les antropólogues) un grupo profesional que viva exclusivamente de narrar la Historia Oficial, eliminando todo este período o reduciéndolo a una etapa primitiva de la especie.

Iremos promoviendo cultos que compitan con el poder simbólico del gobierno de las madres, promoveremos así verdaderas guerras por todo el planeta que las destronen. Deberemos inventar algún mecanismo ingenioso para que estos tipos puedan controlar su propia descendencia, arrancándoles las crías al gobierno de sus madres y nodrizas, hiriéndolas de muerte. Debemos enseñarles métodos eficaces de control de la sexualidad y el placer. Quizás debamos sugerirles que el placer de ellas es nefasto para la especie mientras que el placer de ellos es necesario y justo.

Debemos inutilizar su imaginación al punto de la paranoia eterna.

(...esto marcha muy bien, la tormenta de ideas a puesto a todos los responsables de equipos en la misma sinergia, esto va a funcionar...)

Sí, de acuerdo, es menester que pongamos fin a toda la variedad de personalidades sexuales que proliferan en la especie. Limitaremos la sexualidad a la reproducción hasta que consideremos posible la planificación no sexual de la reproducción de sus esclavos.  Esos sujetes que disfrutan de distintos roles sexuales y les que poseen una estructuración neuronal distinta deben ser anulades socialmente, aislades y exiliades en todas las formas posibles. Van a ser las únicas mentes y corporalidades dispuestas para entrever esta trama que planeamos. Cada vez que por sus orientaciones fuera del binarismo sexual lleguen a descubrirnos, es menester que sean considerades alienades, extravagantes, delirantes sin credibilidad, monstruos ajenos y enemigos de la especie, desviades, degenerades.

Hemos discutido ese asunto con los equipos especializados en producción química y suministros. Creen que son capaces de producir bastante de esta sustancia, (¿cómo la llamaremos?) en el poco tiempo que nos queda y dejarla almacenada en pequeñas dosis a lo largo y ancho del planeta. Escogeremos organismos existentes capaces de inyectar líquidos en cuerpos ajenos. Tarántulas, serpientes, una cierta variedad de avispas que llaman kaviju, escorpiones negros (o dorados), murciélagos y alguna variedad específica de mosquitos. Codificaremos su genética para que inoculen dosis de esta sustancia con sistematicidad y generaremos narrativas mitológicas para que no les exterminen nunca, quizás un terror inexplicable sería útil, una fobia.

Eso también lo estudiamos, responsable. Hemos concluido que en el diseño general  es preferible nuestra más absoluta invisibilidad. Sólo dialogaremos directamente con estos especímenes una vez que hayan alcanzado un poder estable y permanente, que puedan asegurarse en varias generaciones. Allí estableceremos los pactos necesarios, la cantidad de recursos que deben entregar y los periodos. Deberemos enseñarles tecnologías para memorizar cantidades y tiempos, desde las más elementales hasta las más sutiles, a medida que vayan requiriéndolo, y también construir todo tipo de mecanismos arquitectónicos que les dejen al menos el recuerdo de nuestra existencia y superioridad. Los ingenieros han aprovechado a sugerir construcciones monumentales que podamos ver desde nuestras más sofisticadas tecnologías de visualización remota.

Luego nuestres ingenieres cibertrónicos han considerado que incluso las versiones ya desechadas por obsoletas de nuestras tecnologías de generación holográfica pueden servir para influenciar las frecuencias oníricas de los especímenes que designemos, de manera tal que podamos corregir y guiar sus voluntades de manera remota, como estamos desarrollando esta charla. De ser necesario para convencerles, podemos generar alucinaciones fuera de sus sueños y pesadillas, que impresionen a varias generaciones.

Deberán sentir, si somos eficaces, que estamos en todos lados pero invisibles y que conocemos todos los detalles del Gran Diseño.

He sido muy específico en este detalle: debemos inyectar el mismo plan en las distintas regiones del planeta y establecer acuerdos tributarios de forma separada y secreta, de manera de generar una reversión completa de la realidad actual y promover la mayor escalada de competencia posible. Los modelos de cálculos probabilísticos sugieren que incluso en la remota chance que una expansión de la especie y un desarrollo evolutivo en su conciencia llegase al punto tal de poder sintetizar todas las trayectorias de los grupos enriquecidos en toda su historia, incluso en descubriendo las coincidencias de mandatos en las distintas imaginaciones mágicas, etcétera, llegaría en un momento demasiado tardío para revertir la explotación de recursos ideal para nuestros intereses. 

Llegados a ese punto catastrófico podremos decidir si pasar al genocidio directo y explotar la energía de núcleo o simplemente abandonar el planeta a su autodestrucción.

(Pero ese dilema lo dejaremos a las generaciones futuras. O a sus contadores.)

Gracias a todes. Creo que al fin lo hemos resuelto. Y justo a tiempo. Enhorabuena.

Entiendo, entiendo, claro, procederemos a las evaluaciones de detalles y probabilidades, pero verán que en líneas generales el Gran Diseño es fuerte. 

Faltaba más, sólo cumplo con la misión encomendada. 

Espero pronto la asignación de nuevos destinos. 

(Ya comenzaba a aburrirme en este maldito planeta) 


domingo, 19 de junio de 2022

La mala sangre (tragedia escocesa-rioplatense)



Eduardo Mac Eachen, se llama. No. No te estoy bolaceando, ni un poquito. Así como oís: la “c” suena fuerte, como una “ka” bien cerrada y contundente. Y, después de un cortísimo silencio, “ícjen”, como si una jota se te quedara atragantada en la garganta y la querés sacar con la lengua toda encorvada sobre el paladar blando. El de arriba es el paladar blando.

Claro que es escocés, boluda, no iba a ser tano. Más te digo, es gaélico. Me contó que su apellido viene de la antigua lengua ancestral derivada del sánscrito, tal como se habló durante milenios en las montañas y fiordos de Asturias, Galiza, la verde Erin y las Highlands del Oeste. Viene de maceachainn, que suena a hebreo bíblico, o arameo ponele y significa “dueño de caballos” o, con más empatía, adiestrador, encantador de caballos.

Eso hizo. Me encantó. Me hechizó de toque.

Uff, re sí, una imagen poderosa. El pelo rapadito a los costados pero con algún rulo rebelde en la parte que deja crecer, de un colorado con tonalidades trigueñas, tirando a rubio como si el rubio fuese un reflejo, a glimpse my dear; y unos ojazos celestes verdosos que si los mirás fijo te tajean el aliento. 

Enamorador de yeguas alzadas, lo resignifiqué para mí misma. Y el porte… amiga tenés que ver esos hombros redondos y robustos, el porte bien plantado… no es alto.  Alto…  alto. Lo justo para una presencia segura, anclada. Un pony, un caballito harmoso pa mi galope.

Para nada. Esta vez mi afamada mirada de rayos equis no pudo atravesar el mameluco rojo por todas partes tiznado y manchado de cal y pintura. Yo le flasheo unos músculos de hierro pero de esos fabricados cargando bolsas de cemento y sacudiendo paredes con hachazos de maza. Las manos hoscas y ásperas, como buen albañil, pero de dedos cortos y delicados, todavía no hinchados. 

Sí, sí, espero que mi suerte gitana para las pijas enormes no me haya fallado tampoco con este. Que use el overol tan flojito en el tiro es una buena señal.

Pero no. No, boluda, no. No seas gila, todos estos días le hizo honor al apellido, un verdadero caballero, no le anoté una sola palabra con doble sentido ni picante. Para nada se le nota ningún tipo de machismo, ni el rancio de “otra época” ni el disfrazado de aliade. Y entre eso, que no existe en su oficio y esos ojos y ese pelo, me derritió desde que le abrí la puerta por primera vez.

Tenés razón. Sí, sí, ya sé que me voy a la mierda, ya sé que me estoy inventando otra vez una fantasía histérica imposible de concretar. Como una porno berreta de los ochenta o una mala telenovela de Migré. La Dama y el Albañil, ponele. Pero por eso te llamo a vo' y no a mi terapeuta, amicha. No necesito rescatarme de mi enfermedad congénita con la sabiduría froidiana, no, no. Necesito contarte este metejón con el albañil escocés que me viene quemando la imaginación desde el viernes pasado.

Dale. 

Viste que se me pudrieron los cimientos de las piezas. Primero porque la micro torre que metieron con el boom inmobiliario del ´17 nos movió todas las cañerías del edificio y el bidet metió un goteo de tortura china hasta que le aflojó a la vecina del segundo y tuvimos que romper; después con la saturación de presión de agua, porque el barrio colapsó de megatorres hasta que los caños de plomo del piso del baño dijeron “chau, al carajo, nos vimos, perdiste”. Con la cuarentena del ojete los forros del consorcio no mandaron a nadie y… bueno, bueno, eso, la cantinela de siempre. Cuestión que ahora que el Covid no le importa a nadie aunque tengamos trescientas muertes, por día me mandaron a este churrazo increíble.

Y es re buen charlador. Me le puse al lado a cebarle mates mientras picaba las paredes y rasqueteaba las buburjas de humedad. Obvio, cada uno con su mate. Y me empezó a contar del apellido, que viene de un tátara tío abuelo que llegó a ser candidato a presidente de Uruguay en la época de Battlle. Sí, del primero, del más famoso. Eduardo Mac Eachen (makíchn se pronuncia, sí, como un estornudo dijo fuerte, makíchn!), un economista liberal que llegó a ser presidente del Banco Central de ellos, onda Carlos Pellegrini de acá, pero que venía de hacer la guita con las tierras y vacas propias que su viejo había acumulado en Paysandú. 

¿Viste qué loco? 

Si hasta me mostró en el google maps la calle que le hicieron en Montevideo, en el corazón de Pocitos, que es como Olivos o Vicente López de acá: bien cajetilla.

Eso mismo le pregunté yo, flashera del orto: ¿cómo mierda termina laburando de albañil para consorcios de medio pelo porteño el tátara sobrino nieto de un millonario uruguayo-escocés? Y ahí apoyó ese culo de campeonato en el borde redondo del tacho con la mezcla, metió mirada nostálgica al vacío, y empezó a largarme una historia re trágica.  

Primera parada acá: el estereotipo del gaucho gringo. Capítulo uno de la novela porno mainstream. El tipo hablándome en pose Larralde en su Huanguelen natal en el corazón sagrado del Puelmapu -ahora llamada Provincia de La Pampa- un gringo colorado hermoso haciendo poesía filosófica existencialista. ¿Vos sabías que hubo un gaucho irlandés entre rubio y colorado, un Brad Pitt que fue el gaucho más guapo y temido por criollos, españoles, guaraníes, guaykurues, qom, pilagá y abipones del Paraná, justo para la Revolución de Mayo de 1810? Campbell.  “Pedro” Campbell. Uno de los clanes de las Highlands del este, cerca de Argyll, la pensínsula rodeada de fiordos ocupada por el pequeño clan Mac Eachan original, ponele del siglo 14 o 15, subordinados en vasallaje o reciprocidad de jefes de clanes, de los MacDonalds, los reyes de las Islas.

Cuestión que el chabón flashea que la familia tiene escrito un destino terrible en la sangre. 

Posta, no te la agrando ni un poquito. Arrancó así, explicándome que es RH-Negativo, del tipo de sangre residual que se especula viene de les descendientes de les neanderthales de Europa, les homínidos que perdieron hace 50 mil años, cuando se expandieron les sapiens-sapiens por todo el planeta. ¿Esa no la tenías? Pero si yo te la conté mil veces, boluda, yo también tengo ese tipo de sangre. 

Somos el cinco por ciento de la población mundial. 

A mí ya no me asombra, siempre me pasa que me encuentro con gente de mi tipo y factor, no sé, como un imán. Cuestión que mi encantador de historias, mi Sherezado del conurbano me explica que en su árbol familiar las grandes fortunas se perdieron siempre por decisiones terribles de mujeres mal enamoradas. Ovejas negras o heroínas épicas, según el lado de la familia que opine.

Su vieja, de donde saca el apellido y la estirpe escocesa, eligió mandar la fortuna familiar a la mierda para fugarse con un atorrante que garchaba como los dioses pero que no aportaba ni una mierda de dote y después de que la abandonara en la clínica en medio de las labores de parto, terminó encallando en una villa miseria de Ituzáingo. 

Lo dije muy bien, no me corrijas al pedo. Con el acento al final se llama la ciudad del norte correntino, porque es en guaraní, con el acento en la “a” es como le decimos en el conurba a esa ciudad de ligustrinas y nísperos que forma parte de otras tantas cuentas en el rosario impío del Sarmiento. 

Cómo no me voy a poner en pueta si estoy que me babea el punto G, hermana. También, de donde es el puto anarquista inmortal de Ioshua y la trapera más lúcida y ácida, la Sasha Satya. 

Es un amoroso. Tiene treinta y un añitos y me cuenta que desde los quince que se metió de aprendiz en las cuadrillas de paraguayos que armaban los bolivianos del barrio para matarse laburando en Puerto Madero o Palermo para ayudar a su hermanita, que no puede salir de la casa.

Pero sí, un dulce de caramelo, sacado de un tanguito meloso de Gardel, qué no. 

No sé, muy bien, viste… no me quiso contar el detalle. Y está bien que sea rescatado con la intimidad de la hermana. Parece que sufrió algo muy traumático a los diecisiete. A mí me late que debe ser una de esas enfermedades de mierda que te dejan postrada o algo así. ¿Por qué? No hay por qué, son mis conclusiones. Él literalmente dijo “encerrada como su ancestra Fionna MacDonnald en la Torre de Londres”. No te jodo, habla así. ¡Es lo que te vengo diciendo! Por qué creés que te tenía que llamar.

Resulta que la tradición del clan familiar repite los mismos nombres de pila para cada hijo e hija según el orden. Todos los primogénitos se llaman Eduardo desde el siglo dieciocho por lo menos y todas las hijas mayores se llaman Flora, que es la romanización del gaélico Fionna. Claro, de ahí lo toman los guionistas de Shrek. No es un bolazo, fijate que en la tres y la cuatro Fionna salva las cagadas del forro del marido mandándose como princesa guerrera y además es colorada como la ancestra de mi albañil. 

En la historia escocesa es un clásico, porque Sir Walter Scott la convirtió en la gran heroína del nacionalismo romántico de fines del siglo diecinueve. Fionna MacDonnald pertenecía a un clan de las islas de las tierras altas escocesas que no había colaborado con la insurrección del Príncipe Estuardo, el último jacobita escocés católico que disputó el trono de Inglaterra en 1745.

Esa misma, la que evoca Luca en Cruachan. Sí, en After chabón. Del 87 si mal no estoy. 87 u 88. Cómo no me voy a acordar, si tenía once añitos…

Cuestión que la Fionna esta se juega la ropa contra viento y marea, literalmente, porque al Bonnie Prince Charlie lo habían hecho verga en la Batalla de Collullan y se tuvo que rajar con lo puesto. Parece que se enamoraron, o eso chamuyan los escritores de leyendas, y la mina se la jugó para sacarlo de Escocia saltando de isla en isla hasta que otro pariente del albañil, un Edward Mac Eachen, como él, lo llevó hasta Francia, donde al sorete del príncipe lo mantuvieron como figura decorativa en la corte pero al ancestro de mi albañil lo largaron a laburar y murió en la pobreza y el destierro.

¿Vos sabías que masón significa albañil, arquitecto, creador en francés?

¡Ese es el flash del chabón, amiga! Que la tragedia por amor es el sino de su estirpe. Que su vieja y él y cualquier Mac Eachen que se plante por amor va a perder cualquier fortuna material cercana. Porque no es que pierden una oportunidad, el destino les despoja de todo lo que ya tienen o que van a heredar, ¿entendés?

Así me dejó el viernes, el primer día. Mojada como una almeja en la creciente.

Perate que no termina, no. Vino todavía tres mañanas más. Y cada una me subió la fantasía cada vez más. De una, de una, para el estallido. No, ahora no me corrás, ¿viste que era para contarte? ¿Viste?

Sí, el sábado. El sábado le conté que enseño historia en secus y se puso a guitarrear con su conocimiento del drama gaélico. No creo que milite orgánicamente, pero tiene el discurso del nacionalismo escocés de los 70 bien grabadito. Los ingleses son la peor peste de la humanidad, viste. No debe saber que es un pensamiento original de Carlitos y Federico, pero tiró eso de que las comunidades agrícolas pastoriles de Irlanda y las Tierras Altas Escocesas fueron la primer parada en la construcción del Imperio Inglés que conquistó el mundo durante los 200 años siguientes. Me relató en tono épico estilo Dickens las clearences, el proceso de expulsión masiva de población campesina pobre de cultura gaélica y católica de las Highlands, un verdadero genocidio que empezó al otro día de la represión sangrienta de la batalla famosa del 1745. Fijate el nombre que le pusieron, las “limpiezas”. Su familia fue expulsada del departamento de Argyll, al sudoeste de las Tierras Altas, la parte más celta de Escocia con las islas del Atlántico.  Ah, sí, ¿ya te conté? Perdonáme, mi cerebro. Rizomático y envejecido de dolor.

Bueno. Mirá cómo sigue la historieta. 

El primer Mac Eachen que pisó por acá vino en 1825. Con su esposa, Fionna MacNeill y dos o tres hijos en el famoso barco mercante Symmetry, con otres doscientos escoceses que vinieron al primer intento de fundar una colonia escocesa de los hermanos Robertson, unos comerciantes que andaban dando vueltas  por las Provincias Unidas desde las Invasiones Inglesas de 1806. 

La anécdota es famosa porque intentaron colonizar los terrenos de Monte Grande donde está la sede de la Universidad de Lomas y ahí por Ezpeleta hay muchas calles y cosas con el nombre de los tipos o “Nueva Caledonia” y ese tipo de cosas.

Que es lo único que quedó de los primeros escoceses, porque cuando se pudrió todo en el ´28 contra Lavalle, el rosismo se llevó puestas las tierras de los escoceses. Algunos, como el Edward éste, se refugiaron del otro lado del charco y prosperaron. 

Y ahí vuelve con el tema de la tragedia. El chabón me manda, mientras le disfruto las espaldas y los brazos colgado de la brocha con la que me impermeabiliza el techo del baño, que también estaba echo mierda de hongos y filtraciones… sí amiga, pasa que los tanques de agua los tengo encima de mi techo y son de la era del primer peronismo… jajaja, sí, Eras Utópicas extinguidas ya,… en qué estaba, ah, sí, que eso, mirá lo que tira, que de todas las tragedias familiares de la vieja Escocia celta, la de las familias que expulsaron al Río de la Plata es la más trágica, porque las que cayeron en Canadá o Nueva Zelandia encontraron la forma de rearmar sus tradiciones campesinas comunitarias y rescatar la cultura no sólo en lo simbólico y formal, el tartán, las gaitas, la lengua, sino en lo más profundo y esencial, la comunidad igualitaria. 

Pero acá, en el Río de la Plata, les fue para el orto. Y terminaron asimilándose a la colectividad inglesa, el comercio, las tierras, la banca y perdiendo todas las tradiciones ancestrales.

De una. Imaginate. No daba más. Me lo quería comer todo y ponerlo en un florero en la mesita de luz para toda la vida.

No sé, te digo que yo no agarré ninguna seña de que el chabón entendiera lo que me estaba pasando. Será que le gusta charlar, que está igual de sólo que yo, no sé. Siempre fui buena escuchadora, pero más cuando estoy tan caliente. No, no por manipuladora, boluda, porque posta que me metejoneo, me enamoro así de una yo. Ya sé que así me mando cagadas, a mí me lo vas a contar.

El domingo me la pasé flashando. Investigando toda la data que me tiró y toda la que pude encontrar sobre Escocia y Argentina. Escuchando Lorenna MacKennit de nuevo como en los noventa, mal, boluda, nivel repasando escenas de Corazón ValienteRob Roy o… claaa, el potrazo derechoso de Seann Connery que me calentaba la bragueta incluso antes que me diera cuenta todo lo que me gustaba la pija… sí, ¿te acordás? William Wilberforce en Amazing Grace...

Sí. Eso es. En un momento después del segundo día de laburo, me pasé todo el fin de semana de bajón. Yo no puedo permitirme estas aventuras delirantes. No más. No puedo ser la solterona clasemediera de Caba-shit’o que se garcha al sodero. Basta de mí misma un poquito, che. Así que lo agarré del cogote al amigo José Cuervo y me puse a revisar mis libros.

Resulta que la del Río de la Plata no se aleja tanto de la verdad. Los clanes de las Tierras Altas estaban tan anglicanizados para el siglo 18 como los descendientes de los scots de las Tierras Bajas, donde avanzaron el feudalismo y el capitalismo desterrando a la comunidad igualitaria celta al fondo de la prehistoria escocesa. Yo tenía ya re superada esa etapa de mi vida. Mi viejo era un fachista modelo nacionalista galego, una contradicción aberrante entre el antiguo romanticismo celta del entresiglos del 900, progresivo y radicalizado, republicano y anticlerical mezclado sin asco ni vergüenza con la basura mussoliniana revoltijada con Pío Baroja y el monarquismo castellano. Una escabechina desagradable. Olvidate.

Más, me dije. Esa idealización tan misógina de la heroína que se enamora del Príncipe desterrado. Pero los clanes luchaban junto a los aristócratas, por tierras y siervos, o por esclavos incluso, malditos escoceses, arruinaron Escocia. Un Príncipe reaccionario, que quería volver a imponer el catolicismo feudal, que terminó matando de hambre a sus últimos campesinos “libres” y los eyectó a América del Norte como una mala peste, fundando la clase de rednecks asesinos de afrodescendientes y llenando de ratas pestilentes los uniformes de las policías bravas de la costa este, cuando no de mafiosos contrabandistas, adictos a las esclavas sexuales, el opio y la merca en cantidades equivalentes. Escoria de la sociedad aunque hayan tenido unos pocos héroes y heroínas igual de valientes, luchaderes clasistas militando revoluciones en el protestantismo, el anarquismo, el socialismo y el trotskysmo, de uno y otro lado del Atlántico. 

Pero para toda la familia celta, en el viejo continente o la diáspora, ya sea en el Río de la Plata o la Gran Manzana, en Avellaneda o en el sur de Boston, en Chicago como en Nueva Pompeya o Villa Soldati, en política sufre de mal de amores también. Su tragedia es que esos pocos seres utópicos son la excepción, nunca la norma. El cinco por ciento, como su sangre maldita. Destinada a dejar de existir de la faz de la Tierra, como las culturas desaparecidas por los españoles y los romanos, sus ancestros directos, sus maestros.

Yo ya estaba en la resaca, claro. Reprochándome la mala conducta, la mala leche. Pero claro, no dejaba de darme vueltas el paralelismo entre su vida, su forma de revisarla, y la mía propia. Los desgarros y abusos de la infancia en una familia de mierda, llena de muertos oprimiendo el cerebro de los vivos, en una pobla pequeña, como gringa injertada de fuera, sapo de otro pozo, margen. Todo muy espejado. 

Yo alimentando la narrativa del amor escrito en el Libro del Destino. Ora vez. Como una pelotuda, otra vez.

No, vos estás mal, me dije al espejo. Los soretes de los hermanos Robertson, financiaron las aventuras benthamianas de Bernardino Rivadavia y la camarilla pestilente de herederos del anglófilo Carlos María de Alvear. Vos fijate, Carlos María, masculino y femenino. Contradicciones de la matrix, amiga. Estos tipos fueron los autores materiales de la sangría del préstamo fundador de nuestra deuda externa, ¿entendés? El de la Bahring Brothers que denunciaban Scalabrini Ortíz antes de ser peronista y Osvaldo Bayer, devenido anarquista contra el peronismo de sus amigos estalinistas. Los rajaron del país por malditos unitarios y agentes del imperialismo inglés. Rentados del Foreing Office, carajo. Mis sentimientos no pueden irse tan a la derecha con tal de coger, no señora.

El otro lunes llovió sudestada y no nos vimos. El frío demasiado frío para el primer otoño porteño y esa lluvia furiosa que castigaba el cemento y el macadam como vengándose, me hicieron retorcer en la melanco. Yo no me puedo permitir la melanco, vos sabés. Claro, como el Alcohólico Anónimo el vasito de tinto en la cena. Ni muerta. En guaraní dicen nahániri, “ni nunca”.

El jueves, cuando al fin vino, con la sudestada todavía en el aire y la humedad en los boquetes de mis paredes, resquebrajadas, abiertas y huecas, casi no cruzamos palabra. No sé si el chabón intuía algo de lo que me pasaba. Estaba retraído, hosco. Esas cosas que a mí me dan reflujo gástrico de la masculinidad, viste. Y ahí entré a recordarme el mantra transfemininja: con chongos no. Mucho menos así de metejoneada y de identificada místicamente. Basta de romanticismo machirulo patriarcal, nena. No es por acá que sembraron camino las Comandantas Mariposas Lohanna Berkins y Diana Sacayán. No era por acá que iban las palabras molotov de la Gran Reina Sylvia Rivera ni de Masha P. Thompson en Stonewall.

Así que yo estaba toda tensa y alerta, vagando como una gata en celo pero lastimada de la última vez, amor felino, amor gitano. Yendo y viniendo por el tresambientes como marcando territorio, como la brea de la marea de Serrat. 

El flash del tercer capítulo, el nudo. Como en los cuentos de Borges, un duelo de cuchillos. Pero en vez del filo del acero, cursi y ramplón, las miradas buscándose como en una zamba danzada norteña. Yo flashando Le Pera en eso de volvió una noche, no la esperaba, había en su rostro tanta ansiedad… sí, así de yo misma estaba.

Creo que lo eché de mi vida, amiga.

No estoy exagerando, no. Dejame que te termine de contar y vas a ver.

Sí, te espero que hagas pis. Aprovecho para terminar de hacer el mate.

¿Ya está? Bueno. Paréntesis aparte. Borges amaba a Stevenson, escocés anglicanizado de Edimburgh. El de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sí, el de La Isla del Tesoro, ese. Una especie de eslabón perdido entre Dickens, Edgar Allan Poe y Jack London. Bueno, Borges lo flashaba de adolescente, leyendo en el idioma de su abuelo, o de su abuela, no me acuerdo. Y la nostalgia de viejo que recuerda ciego ya el placer de la lectura juvenil, verdaderamente hedónica, inocente, naif que tanto amaba. Con el cinismo de la vejez y la borra amarga de la nostalgia, el sorete de Borges te explica en alguno de sus ensayos que el chiste de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde se le escapa a quienes lo leyeron conociendo la historia de antemano, debido a la popularidad que tuvo el autor durante cien años.

Según el viejo Borges, el jóven Borges se masturbaba literariamente hablando cuando descubrió al final del libro que el civilizado doctor victoriano y casi tory era al mismo tiempo, como en la Santísima Trinidad, el oscuro y abominable demonio del inframundo católico, heredero de un barbarismo que el novísimo y pujante Reino Unido de la Gran Bretaña debía sepultar. Como diría después Oscar Wilde, el realismo fantástico venía a mostrarle su verdadero rostro al imperialismo capitalista con capital en London.

Cierro paréntesis. ¿Ya estás cómoda?

Pues eso, el viernes ya no vino a laburar. Dejó un hueco en la base de una de las vigas de la casa y el baño sin terminar. Una imagen perfecta de cómo me sentía. Pasé otro fin de semana enloquecida rumiando en la amargura de las canciones una salida de este malamor que me había inventado en la cabeza. 

Me tengo que querer más. Me la tengo que creer un poquito. Tengo que dejar de creer en las visiones oníricas, en estos dramas de telenovela berreta que me armo para escaparme de mi desesperación de heladera vacía y cama seca. 

Si hasta llegué a pensar que el tipo se había “dado cuenta” de quién soy y eso no le entraba en su cabeza de macho reaccionario, romántico y facho. Sí, facho. Seguro que la volví a cagar exactamente como siempre y debajo de ese tipo idílico que me había inventado en medio de la fiebre poética y la calentura, me encontraba con la cruda verdad de un prototipo de facho white trash del conurbano. Luca tenía razón, acá también, en Buenos Aires Town.

Date cuenta, pensé. Idealizás a un tipo que añora un pasado que nunca ocurrió en su vida. Un tipo que llora nostalgias de otres. Y encima no tiene los huevos para enamorarse de una travesti de honra y porte como quienleshabla.  

Basta, me dije. Y encima me deja plantada para que no se lo pueda escupir a la cara, el muy cagón. Pero no. De esta furia trava este pelotudo, no zafa, me daba manija yo.

Se lo escribí todo así como te lo cuento. Casi como si te estuviera leyendo nuestra charla, mirá lo que te digo.

Y el lunes a primera hora, fresca como una lechuga pero pintada como una loba de Monster High, encaré taconeando para la oficina del consorcio, en Almagro. Necesitaba algún chamuyo para que el administrador me diera el nombre y la dirección del albañil. La hice re bien, pero cuando vi la ficha me quise matar, me sentí la más pelotuda del universo. Y a mí realmente todavía me cuelga perfecto ese insulto. A él, no le cuelga nada. 

En su ficha original me dí cuenta por qué nos identificábamos tanto. Fui una boluda, amicha del cora, una boluda fatal. Está obsesionado con su identidad originaria, igual que yo, por las mismas razones. Sufre por la misma herida que yo pero del otro lado del espejo. 

En la ficha laboral oficial Eduardo MacEachan todavía no había hecho el cambio registral, y en su dni figuraban su identidad y su “sexo” de nacimiento, muertos ya en el presente.

Pero lo que más me dolió, amiga, no fue lo que figuraba en la ficha, sino lo que no figuraba. No había ninguna dirección reciente.

Y no lo ví más.