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jueves, 23 de julio de 2020

Re leer se

A los ciento veinte días de encierro obligatorio se le ocurrió revisar las libretas que coleccionaba sin pensarlo mucho desde la adolescencia. Creyó que estaba loco de nuevo. Repasaba una y otra leyendo con incredulidad. Estaban llenas de letras y palabras. No sólo las coleccionaba sino que las iba eligiendo por tamaño y confección. Parecían libritos. Siempre le habían fascinado los libros, nivel fantasía infantil de esas cosas que decimos a los seis años y los adultos nos festejan, tipo “los libros con cajitas mágicas porque sus personajes están vivos”.

Estas libretas se habían convertido claramente en los libros más íntimos, en los que se fue contando su historia a sí misma, mientras la iba descifrando. Las primeras, escritas con el entusiasmo ingenuo de los doce o catorce, plagadas de dualismos trágicos que creía haber comprendido gracias a los existencialistas. Puro pesimismo. Después las ilusiones que había encontrado en Marx y Engels le quitaron también casi todas las escamas de los ojos y le fueron permitiendo entender que la historia de la humanidad (y lo que era más importante para mí aunque nunca lo admitiría, de mí propia historia) podían y debían interpretarse en otros sentidos. Optimismo de la voluntad.

En algún momento, en las libretas más bellas de los últimos dos años, una violeta, la otra marrón, la otra colorada, había cambiado la persona gramatical. Parecía un diario que alguien escribía con mucha ternura para contarle su historia a una niña, niñe o niño. Con paciencia anotaba la fecha, el movimiento de la luna, la cuenta de los días encuarentenades y explicaba también con paciencia, como si la paciencia fuese el ingrediente más preciado de la ternura con  otro ser vivo.

Me acuerdo perfecto ese día –leyó-. Vos llevabas seis meses gobernando tu mundo desde afuera, arriba, no sé, en lo alto de vos. Te lo imaginabas como en esas películas yanquis, vos une ser diminute sentade en los controles adentro de tu cabeza, tu cuerpo todo como uno de esos robots enormes de Robotech o Mazinger Z. Claro, tenés que acordarte, a los ocho o nueve añitos esas imágenes te flasharon por algo. Una persona dirigiendo un cuerpo indestructible con el mismo nivel de coraje que vos tardaste casi cuarenta años en permitirte.

Te habías permitido liberarte de la cárcel donde aprendiste a obedecer tu condena. El amor increíble de las dos personas que te aceptaron así, recién salida de la celda, te animó a todo, a la conquista del mundo. Al fin saliste. Fueron seis meses de absoluta felicidad y entusiasmo. Claro que estabas aterrada. Afuera del encierro tu sensibilidad se hipermultiplicó por millones de amperes. Notaste cada mirada desaprobatoria en la calle, parecía que tu cuerpo notaba exactamente qué parte les parecía incorrecta, si la sombra de barba con el rouge en los labios, si la marca del viejo bóxer bajo la calza, las miradas pinchaban con el mismo frío de las gotitas de aguanieve en invierno.

Me daba gusto verte sobreponerte. Putiando, decidiendo cambios para protegerte, ibas encontrando ese valor –valía de coraje y de todo lo que valés- que creíste te habían prohibido los genes y el destino a cada paso, lo ibas practicando como quien ensaya para la obra de la escuela mientras camina a la parada. De practicar ser valiente fuiste armándote de valentía.

Así de cursi eras, así de ingenua y ternurita. Yo aplaudía toda orgullosa sentada en platea preferencial. Me mordía los labios pa no llamarte, pa no gritarte un adiós… no, en serio, pa no molestarte en tu crecimiento. Me ataba las manos para no decirte cómo evitar un error ni aconsejarte para eludir aquél dolor seguro que venía galopando directo a vos para golpearte. Ya lo habíamos hablado mucho y decidido que si vos ibas a salir a gobernar tu propia vida tenías todo el derecho del mundo a aprender sola, sin más muletas ni atajos, porque las muletas y los atajos se habían transformado en cadenas y rejas y de tanto protegerte llegaste a encerrarte del dolor, aislarte de la posibilidad que te Da estar viva, de doler y amar,  de doler y ser feliz.

Me sigo sintiendo orgullosa aunque tengo que hacer esto. Tengo que ponerme a contarte la verdad en estas libretas libritos porque el último golpe te noqueó; hay dolores que te muerden los nervios con un nivel de intensidad que te mutan la psicología entera. Te electrocutan de vos misma. Siento que si no intervengo de alguna forma no voy a cumplir mi verdadero rol de compañera en tu crianza. Todo bien con no seguirte protegiendo y de esa forma mantenerte encerrada, pero que no sea más una cárcel de seda no quiere decir que no tenga ningún rol que cumplir. Tampoco vos me podés encerrar en alguna prisión sin voz ni voto porque la verdad que yo siempre actué porque no quería que te maten ni que te mates.
Entonces me dije que el mejor laburo de una buena madre es ser la red de contención de tu hije trapeciste. La vida vivida en serio, detrás del deseo verdadero, es insoportablemente imprevisible y angustiantemente precaria siempre. Pero las amigas, les amantes, todes les seres de amor servimos en serio, somos fundamentales, cuando podemos ayudar a que las caídas no sean irreversibles. Entonces me dije, te voy a contar quién sos de verdad para que cuando quieras dejar de mentirte, cuando al fin te cueste más el dolor de mentirte y disfrazarte que todas las piñas que te dan por decidirte a ser quien sos de verdad, puedas encontrarte en el camino, otra vez.

Me acuerdo ese día porque fue el día. Se venía tu cumple y te pareció que el mejor regalo era contarle lo que estabas viviendo a tu mamá. Tu regalo era salir del clóset con ella. Todas las millones de cosas que hiciste en medio año te habían llenado de confianza en vos misma. Un cuatrimestre entero pasaste dando batalla cada hora de tu día consciente para sostener tu trabajo con tu identidad autopercibida. Desde el momento que decidías vestirte y maquillarte como poniéndote una armadura, repasabas cómo ibas a reaccionar si te jodía alguien en la calle, en el subte o el bondi, en el aula, la sala de profes o la oficinia de dirección. Tus argumentos, tus insultos, tus salidas con humor. Desde que enfrentabas el primer espejo en el baño o el living te ibas ensayando para la guerra. Toda tu vida había sido una lucha así que era la manera más natural de enfrentarlo.

Y venciste.  Porque lo más importante era sentirte satisfecha que no ibas a perder el sustento tuyo y de tu hija, que no ibas a dar ese argumento a ninguno de los que te cuestionaba tu decisión de llevar tu identidad a la vista siempre.

-Mami, mamita, tengo algo re importante que contarte –así le dijiste mientras le tomabas la mano en la cocinita de su departamento de vieja solitaria en ese límite mágico que siempre fue la avenida Entre Ríos entre Monserrat y Balvanera, entre el pasado y el presente.

-Volviste con Ella. Yo sabía. Es que el diablo sabe por viejo más que por diablo. Yo sabía. Esa chica es lo mejor que te pasó, te dio lo más maravilloso que te puede dar la vida, hijo, te hizo padre. Y a mí me dio una nieta, y eso se lo voy a agradecer toda la vida hasta que me muera. Es el amor más grande que una madre puede tener. Y justo a tiempo, cuando me había acostumbrado a pensar que ya no lo iba a poder disfrutar ser abuela.

-No, pará, mami, no. Con Ella está todo bien pero no pensamos volver a casarnos. La separación fue lo mejor que decidimos, nos hizo muy bien a las tres. De dónde sacás esas cosas, mamá.

-Me lo dijeron las cartas. Y también lo soñé el año pasado. ¿Cómo? Tu hermana me mostró las fotos en ese coso de internet. Eso también te digo, hijo, no publiques todo lo que te pasa en la vida. Hay que ser discretos, guardarse las cosas para la intimidad.

-No publico toda mi intimidad, Hermana dice boludeces, no importa. Esas fotos es porque estábamos celebrando que terminamos los papeles del divorcio, mamá. Entiendo tu trauma con ese asunto pero fue nuestra mejor decisión juntas, hoy somos una familia fuerte, unida, con mucho amor y respeto y sin ninguna violencia.

-Las familias están juntas en la misma casa, yo siempre voy a rezar para que tu hija vuelva a tener a sus padres juntos. Los chicos necesitan de sus dos padres viviendo en la casa. Sobre todo cuando son más chicos, después ya grandecitos se pueden arreglar. Pero antes no, el matrimonio es un sacrificio que hay que hacer para tus hijos, que son lo más importante.

-Mamá, no discutamos de nuevo eso. Dejame contarte lo que te quería contar. Estoy muy emocionada. Y muy cagada. Pero decidí que lo iba a hacer y lo voy a hacer.

-Siempre me podés contar lo que sea. Aunque seas un criminal tu madre siempre va a estar para vos, siempre.

-Bueno. Vos no sos boluda, ya me viste como me visto.

-Siempre fuiste un loco con la ropa. ¿Te acordás cuando tenías dieciocho y andabas con un sombrero y botas? Ya se te va a pasar.

-No es una locura, mamá. Son tacos, calzas, polleras. Y el maquillaje. Bueno, nada, que es obvio que ya lo descubriste pero no es lo mismo si no te lo cuento, si no lo hablamos. Ahora soy quien quiero ser de verdad. Quien siempre quise ser. Y vos tenés mucho que ver por eso te lo quería contar.

Te brillaban los ojitos –leía y recordaba cada parte casi con las mismas palabras- estabas toda ilusionada. Tu mamá te quería mucho más que sus prejuicios. Si ella misma había logrado vencer la fe religiosa y los preceptos morales con los que la habían criado, para protegerles de ese ser diabólico en el que se transformó su marido, su único amor de toda la vida, el tipo ideal que había elegido para formar su familia. Cómo no te iba a aceptar. No iba a ser exactamente como en la publicidad de Sprite, porque la vieja no daba el arquetipo de clase media progre de la cabeza de los guionistas de Palermo que la escribieron, pero iba a ser con final feliz seguro. Seguro, seguro, te dabas ánimos cuando lo fantaseabas en el ascensor, cuando te ibas imaginando cada escena de lo que iba a pasar.

A veces pienso que una de dos, o estamos en el paso previo de una esquizofrenia congénita o tenemos un defecto profesional cuando fantaseamos. Quizás sea solamente una estrategia de supervivencia medio rara que fuimos armando de los cachos de realidad ficticia que fuimos encontrando tirados en la basura del televisor y la radio desde siempre. No sé. Cuestión que anticipabas la escena de alguna forma para conjurarla, resabio atávico de la especie, la magia simpatética: si me imagino un final feliz ayudo a provocarlo. Idealismo fetichista de tu formación universitaria, seguro.

Como sea, no fue así. No termino siendo así.

-Soy travesti, mamá. No soy varoncito. Nunca me sentí cómoda siéndolo, siempre sentí que quería ser igual a vos. Hace poco empecé a quitarme el poco bello de las piernas. ¿Sabés qué fue lo primero que pensé? En tus piernas cuando yo tenía seis o siete. Yo te admiraba las piernas. No, ahora entiendo que te las envidiaba. ¡Y resulta que ahora tengo tu edad y tenemos las mismas piernas!

-Qué va, qué va, hijo. Tus piernas son más fornidas. ¿Por qué te vistes así? ¿Por qué te haces esto a ti mismo?

-No me hago nada malo, mamá. Soy libre. Hago lo que me gusta de verdad. Yo las veo iguales. Idénticas. Así me acuerdo que eran las tuyas.

-Tu siempre tuviste una memoria muy mala. Cambias todo lo que pasó o no te acuerdas nada. Una imaginación muy fantasiosa, tienes. Siempre fuiste así, desde pequeñito.

-Pequeñita, mamá, pequeñita. Yo entiendo que esto es muy fuerte para vos, muy raro. Pero… ¿te acordás cuando jugaba con las chicas todo el tiempo? ¿te acordás que me ponían tu ropa y hacíamos que yo era la mamá o una de las hermanas más chicas?

-Eso eran cosas de chicos, hijito, juegos de niños. Estás muy grande para jugar juegos de niños. Tienes responsabilidades. ¿En el trabajo qué te han dicho? Mira que tienes que mantener una hija. Su madre puede quitarte toda la tenencia. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quedarte sin tu hija?

-No, mamá, pará. No es así. En el trabajo fue muy duro pero en una escuela esty muy bien, me han aceptado, la directora hace cumplir la ley. Tenemos una Ley Nacional que nos protege, mamá. Una Ley, no estoy jugando. Nunca jugaría con el bienestar de Ella, nunca. En la otra escuela fue horrible, pero me trasladaron las horas a ésta y las sigo cobrando.

-No entiendo por qué haces esto hijito, no entiendo.

-Si no hago nada malo, mamita. Al contrario, es muy bueno. Ya no sufro de ataques de pánico, ni de cefaleas o cervicalgias. Estoy mucho mejor conmigo misma. Empiezo a entender todas las cagadas que me mandé en la vida y que no sabía por qué las hacía. ¿Qué tiene de malo que me vista con las ropas que me gustan o que me maquille? ¿A quién jodo?

-¿Cómo? ¿Te maquillas? Diosanto.

-No vengo maquillada a verte porque no quería impresionarte antes de que lo hablemos. Pero como vine con los tacos y las calzas la vez pasada y no dijiste nada, imaginé que lo ibas asimilando.

-¿Por qué te haces esto, hijito? ¿Por qué te disfrazas así?

-No, mamá, no. Ya no me disfrazo. Antes me disfrazaba mamá. Eso es lo que quería contarte. Que ya no me disfrazo más. Que ya no intento más ser igual que papá para ser un gran hombre y cagarle la vida a las personas que más amo. Que ya no soy más ese ogro violento y amargado en que me fui convirtiendo. Soy feliz, quería que te pusieras contenta porque al fin encontré mi camino y soy feliz. Y quería decirte eso, que vos tuviste todo que ver. Que me di cuenta que era mentira lo que decía el viejo, que no había que darte pelota a vos porque eras pésima haciendo negocios, que eras demasiado emocional y bonachona en un mundo de hijos de puta. Que me dí cuenta que la plata y la comodidad no sirven de nada si no hay amor. Que esas cosas vos nos las enseñaste desde que éramos muy pequeñes, y yo nunca les di bola.

Que siempre me protegiste de ese sorete, que siempre quise ser como vos, vestirme como vos, tener esa belleza, esa ternura. ¿Te acordás todas las fiestas que nos poníamos a cantar boleros y bailar pasodobles? ¿Te acordás que era como nuestro ritual? Yo me sentía una artista, una de las majestuosas divas de vestido flamenco de las películas blanco y negro que vos mirabas, una Lola Flores cantando y bailando con vos, éramos la misma, mamá, vos ponías la belleza y yo el canto y el salero, ¿te acordás, mamá, mamita, mi mamita querida?


Su cara le hubiera dejado claro a cualquiera menos a vos lo que iba a decir. Te miraba como si estuvieran en la sala de visitas permitidas a las familias en la clínica de salud mental. Había mucha confusión en la capa de lágrimas que le brillaba sobre el globo ocular, una mezcla de terror con la memoria física de sus siete décadas conscientes. Te miraba como si estuviera repasando toda su vida hasta ese momento y vos hicieras saltar cada porción de pasado con tus palabras activando una rocola que sentía la misma canción pero desde un lugar totalmente distinto. Porque esa canción que volvemos a pasar una y otra vez para volver a ese espacio hermoso sin palabras donde entendemos todo aunque no entendamos nada, aunque no lo aceptemos en la otra persona, la que la creó, la otra que lo escucha desde otro camino biográfico, le desencadena sentimientos sin palabras que no son los mismos que los tuyos, porque aunque sea la misma peli, cada una la vivió desde el otro lado del espejo.

A veces nos acercamos tanto a los espejos que los rompemos. Eso es yeta.

Había lástima por vos en su mirada. Vos sólo mirabas lo que querías, lo que sólo vos podías ver reflejado, el amor y la empatía de esa pena gitana que gritaba desde el otro lado del iris de ella, no quisiste, no pudiste verle la pena y el dolor. Otra vez la había cagado, quizás pensó detrás de esa catarata contenida en la cortina licuada que se sostenía entre los párpados. Vos te imaginaste aceptación y ella lloró una culpa trágica. Al final mirá cómo y de qué manera venía a llevar razones el difunto esposo hace treinta y pico años cuando empezó a recriminarle que estaba criando al hijo segundo como un mariconcito, que lo estaba malcriando bajo su falda y con sus tonterías. Otra vez ella culpable de haber arruinado la vida de uno de sus hijos.

Habrá vuelto a decirse que no era tarde todavía. Mientras le quedase un hilo de sangre y vitalidad en ese cuerpo que se venía haciendo pasa de uva, crisálida en abandono, ella iba a defender a sus hijos como la leona que siempre había sido.

-Hijito, tenés que curarte, mirá las cosas que estás diciendo. Mamá te va ayudar pero tenés que terminar con este disparate. Todavía estás a tiempo.

-No, mamá, es al revés.

-Hijo, mira, yo te quiero más que a mi vida, por eso te lo digo. Cada quien tiene sus gustos y está bien que los tenga. Pero son cosas de la intimidad, hijo. No tienes por qué mostrarlas a todo el mundo.

-No me quiero esconder más, mamá, por favor, no.

-Es que no entiendo por qué se te han metido estas cosas en la cabeza. Tu estabas bien. Estabas volviendo con Ella. Tienes una hija que es un primor, una belleza, muy sana.

Y sí, en su confusión, enredada en la historia de su propia vida, se puso violenta para protegerte.

-¿Es que no has pensado el dolor que le vas a causar a esa criatura?

-Ella es la que mejor me entiende, mamá.

-¿Qué puede entender una nena de ocho años, hijo? Pero ¿es que tú te has chalao o qué? Venga, vamos, que me estás haciendo daño, hijo, que estas cosas no me las merezco, que soy una persona muy mayor, coño. ¿Cómo puedes hacernos una cosa así? ¿Es que nunca piensas más que en ti mismo? ¿Cómo pude haber criado un hijo tan egoísta?

Y te fuiste amargando con su dolor y el tuyo, un dulce de leche de mierda líquida que intentabas no saliera como un grito o una palabra de desprecio.

-Te voy a pedir que no me trates más en masculino, mamá. Vos sabés que te quiero mucho. Carajo si te quiero mucho. Y siempre te voy a perdonar cualquier cosa porque sé que nunca lo hiciste con maldad. Pero cada vez que me hablás en masculino es como si me pegaras. Yo no soy más un machito. Nunca quise serlo. Por favor, mamá.

-Tu siempre fuiste mi hijo.

-Tu hija, mamá,, por favor.

-Yo parí un hombrecito. Cuarenta y dos años tuve un hijo y lo voy a seguir teniendo.
En tu escena perfecta e ideal, si pudieras ser la guionista de tu vida antes de que las cosas pasen, hubieras tecleado: guión, mayúsculas, mi identidad es mi derecho, mamá, no el tuyo, yo decido quién soy y cómo me presento ante los demás, es mi derecho decidir que me llamen en femenino, yo decido quién soy, no vos, ni nadie más, punto seguido, o aparte o punto y comas, el remate, por mucho que ame a esa persona no le voy a ceder el derecho de mi identidad.

Yo creo que fue ahí cuando empezaste a quebrarte un poco. Lo dejaron ahí como pudieron y seis meses después, cuando querías celebrar tu primera navidad siendo vos misma con tu familia y amigues, cuando te acostumbraste a enmascararlo de nuevo, a ahogar los brindis de las fiestas con alcohol para ocultarte el dolor del desprecio de tu familia, aunque ibas vestida de puta orgullosa, de trava fea pero victoriosa, hasta que tu hermano mayor ejerció su derecho relicto asegurado por la Constitución a la herencia del patriarca muerto y te escupió toda su ignorancia y violencia contra el género que te había enseñado a odiar, tu propio género. Y ella cuarenta años después no aprendió, no avanzó, no te acompañó en el avance de tu camino y decidió volver a proteger la cabecera de la mesa familiar, el orden constituido que le había arruinado la vida y saltó a favor del primogénito empoderado cuando tenía que haberse interpuesto al nuevo golpe de látigo de esa lengua hiriente que siempre existió en la familia.

Te levantaste y te fuiste, furiosa. Te comiste la andanada de trompadas que la justicia de clase y de género dicta para energúmenos como estos pero defendiste tu dignidad recién asumida.

Te escribo estas cosas acá y cada vez que pueda lo voy a hacer porque creo que después usaste el encierro obligado de la pandemia para olvidarte de tu dolor. Es una recaída, amor. Sabías que ibas a tener recaídas, lo hablaste en terapia, lo lloraste con amigas cien veces. No te frustres, es lógico, o natural. Quiero decir que no te des con un caño, que no estás loca ni sos mala. Mucho menos volviste a ser malo.

Nos vamos quedando pegadas a los recursos que usamos para sobrevivir. No se tiene que culpar nunca nunca a una sobreviviente por sobrevivir. La vida no te regala un manual de instrucciones para usar correctamente la persona que fabricaron cuando nacemos. En la incubadora no te ponen un casette con las recomendaciones específicas para el cuerpo o la sensibilidad que acaban de dar a luz. Después en la escuela los manuales que usan son para personas ideales que deberían corresponderse con tus genitales y el corte de pelo que usás. Nunca hablan de vos. A vos te queda tener que usar lo que encuentres tirado en tu camino, a ciegas amora, siempre a ciegas aunque creas que tenés la visión más clara del mundo. Mucho más, siempre están inventando esquemas y filosofías que parecen aclarar el universo y no paran de chingarle.

Estuve averiguando en los primeros meses de pandemia y tu sicóloga nos dijo que podría ser pérdida de la memoria de corto plazo generada por un trauma emocional demasiado fuerte. Que no es común –pero qué carajo viene siendo común en nuestra vida, ¿no?- en personas que no han recibido un golpe o una herida que afecte al cerebro pero que hipotéticamente un golpe emocional muy fuerte en una persona muy sensible puede provocarlo. ¿Después te acordás que leímos la última novela de la Piñeiro y te fascinaste con el personaje de la mejor amiga de la pibita que matan? A vos siempre las verdades se te aparecen en la literatura, como si estuvieras leyendo la verdad revelada más científica del mundo, acordate. Los libros dicen la verdad. Supongo que lo arrastramos de la crianza católica, el libro que dice la verdad, el libro sagrado, la palabra revelada.

Amnesia Anterógrada se llama cuando tenés toda la memoria como la tenías hasta el evento traumático y después de ahí no recordás nada y reseteás la compu cada vez que te vas a dormir. Pero en nosotras no funciona así, mi amor. Siempre sospechamos que teníamos cagada la capacidad de recordar y eso nos llevó a estudiar Historia, acordate. Cuestión que nuestra amnesia no era una amnesia común y corriente, que va, si nosotras no podemos ser comunes y corrientes, my love. Yo creo que como lo nuestro no es producto de un trauma neurológico, sino emocional, nos fuimos acostumbrando a clavar amnesia anterógrada cada vez que nos desborda un golpe y cuando nos sentimos fuertes de nuevo retomamos la claridad.

Ahí se me ocurrió hacer lo mismo que le aconsejan los médicos a la personaje de la novela y ponerme a escribirte en las libretas, libritos, libretos que venimos juntando, para que cuando te sientas muy sola y desesperada te acuerdes de quién sos y recuperes el hilo. 

Quizás elegimos que las libretas sean cada vez más lindas y llamativas para que nos puedan sorprender de la nada, como si fuera pura casualidad encontrarla aparentemente fuera de su lugar, en la mesa del almuerzo, molestando entre las sábanas. Para que nos recuerde todo sobre nosotras y este camino ya larguísimo que venimos luchando para entendernos.

Si estás flashando porque creés que es la primera vez que te pasa una cosa así fijate bien. Llevás muchos años escribiendo las cosas que te pasan como si fueran una novela de ridiculeces que le pasan a otro. A otre, bueno. Ponete a leerlas con paciencia. Acordate de controlar tu respiración y léete a vos misma. La prueba más irrefutable de que no estás loca es que, vos lo sabés muy bien, ésta es tu letra.

Mucha fuerza, boluda, vamos a salir de este laberinto, vas a ver. De alguna forma vamos a ser felices. Todo va a salir bien. Te amo. Cuidate, cuidanos. No dejes de escribirte, ni de leerte, es la única forma de tenernos presentes, de recordarnos y no volver a matarnos.

Para corregir es menester releer. Leer todo lo que escribiste de nuevo. Una y otra vez, hasta que salga como vos deseás.



miércoles, 15 de julio de 2020

Ludovica y la decadencia de la Aristocracia Argenta

Una lectura de Mi China. Diario íntimo de un viaje, de Ludovica Squirru, Penguin Random House, Buenos Aires, 2020. (publicado originalmente en http://evaristocultural.com.ar/2020/07/14/ludovica-y-la-decadencia-de-la-aristocracia-argenta/?fbclid=IwAR3kX2q65PlOB0ekydqyP66jrvJkpo1cBlmDDGFrpjaviXBDAZ289xeL6xI)


Si algún acto simbólico le faltaba al gran pulpo editorial para declarar su supremacía sobre el cielo cultural argentino era esta re-edición del diario de viaje donde Ludovica Squirru volcó sus experiencias con en el año nuevo chino del dragón en enero-febrero de 1987.

Es que Ludovica Squirru es una parte esencial de ese cielo tan particular, satélite permanente de esta nueva aristocracia contemporánea que llamamos farándula en nuestro país, conocida con mucho más seriedad como showbizz en Estados Unidos. Y en parte llegó a ese lugar cuando el medio de comunicación más masivo no era Instagram, sino la tele y la industria editorial, dos negocios que la instalaron en un lugar exclusivo de la conciencia popular durante el alfonsinismo. Astrólogas famosas e influencers hubo muchas, pero ninguna con el monopolio absolutista del horóscopo chino –a nivel nacional e hispanohablante- que la convirtió en una de las bestsellers más exitosas de nuestro magro mercado.

La reseña de esta nouvelle autobiográfica nos permitirá radiografiar una porción importante del estado de salud de la cultura argentina en democracia, en el doble nivel que permite un análisis serio de la farándula: el de una caracterización del estado de la ideología de las clases dominantes y del nivel de conciencia de las clases dominadas.

Una aristócrata de fin de siglo

Se trata de un libro que entra redondo en ese género tan argentino que es, desde que David Viñas lo notara con tanta claridad, el del viaje iniciático del escritor aristocrático, obligación simbólica que, iniciada por Mansilla y Sarmiento a fines del siglo 19, durante todo el siglo 20 siguió poniendo el piso mínimo para que un escritor pudiera permitirse el éxito. Con dos notables diferencias a favor de Squirru: se trata de una de las pocas mujeres que intentaron el viaje iniciático pensado como otro privilegio patriarcal y además de ejercerlo sin ayuda de marido o padre, luego de cumplir con las metas clásicas de New York, París y Roma, lo extrema a un destino considerado exótico: China.

Hasta aquí los únicos aportes felices de la lectura. Todo lo demás constituye un retroceso a lo peor de este tipo de literatura, porque no sólo empuña la pluma en toda la gama de lugares comunes posibles, sino que además abreva en lo peor de la mirada racista y machista de los viajeros de la aristocracia artística nacional.

La autora confiesa que se trató de un viaje bisagra en su biografía. A los treinta años lo concibió a la altura de los viajes de Marco Polo. Después de leerla creemos que no alcanza ni de lejos al maravilloso veneciano del siglo 14 ni en el riesgo vital asumido ni el impacto para la cultura occidental de este diario dedicado en un cincuenta por ciento a describir sus tres comidas diarias. Durante la primera mitad del libro la autora se permite aburrirnos con una de las dos justificaciones que la llevaron a emprender el viaje y el diario, procesar en el pasaje a su madurez la herencia emocional de su padre, que fuera attaché civil de la embajada argentina en Shanghai entre 1946 y 1953.

Aquí nos salta el asombro de leer que la autora no ha corregido ninguna de las alabanzas groseras del machismo patriarcal consensuado de su familia después de treinta y tres años. Une podría comprender (aunque nunca justificar ni compartir) que en 1988 Squirru brindara un fresco meloso de una fascinación por su padre (complejo de Electra que reivindica orgullosamente sin reparar que se trata de la imagen elegida para describir el origen de patologías psicológicas) pero no nos entra en la cabeza por qué se permite hoy seguir reivindicando a su padre que describe como:

“En la parte doméstica era un sultán al que le encantaba que sus geishas lo atendieran a pleno. Su máxima era: ´La mujer no debe molestar y en lo posible hacerse útil´.”

Y esto sin una gota de ironía, como vemos más adelante en la misma “Presentación”:

“Con mamá y Margarita tratamos de no hacerle sentir mucho la falta del varón, y él no se cansaba de decirnos con su gracia típica: ´Mi hogar ha sido bendecido sin ningún hijo varón´.”

La descripción pormenorizada de la relación con su padre se complementa con la publicación de partes de su diario de viaje en el primer tercio del libro, lo que demostraría que la autora tuvo un enorme grado de libertad a la hora de publicarlo, debido a un éxito de ventas casi que garantizado, pusiera lo que pusiera. De allí empezamos a entrever los elementos constitutivos de la mirada que reseñamos, su padre llegó a asesorar la primer embajada argentina en China debido a que era heredero de una de las fortunas en tierras de la oligarquía nacional, ligado al gobierno filo-nazi y luego filo-yanqui del G.O.U. (Grupo de Oficiales Unidos) que diera el golpe de Estado del año 1943 para evitar que el ganador de las elecciones presidenciales de ese año rompiera la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial.

El diario de Squirru padre es pródigo en todos los lugares comunes del romanticismo del siglo 19 en la descripción de una Buenos Aires bucólica que tiene como límites las confiterías de Florida y la Recoleta. Cuarenta años después, Squirru hija no avanza un milímetro de su herencia de clase cuando se dispone a experimentar el mismo viaje. Comparte con su padre, a pesar de las décadas, un mismo desprecio de clase por el pueblo chino y sobre todo por el triunfo de su principal expresión política del siglo 20, el Partido Comunista. Mientras su padre propagandizaba las virtudes la intervención norteamericana que sostenía financieramente al gobierno liberal de Chang-Kai Sek (responsable de la derrota frente al invasor japonés y de un genocidio contra millones de obreros y campesinos comunistas) antes de la Revolución del 49 y se quejaba de la corrupción e ineficiencia esencial de los chinos, lo más desagradable del diario de la hija es la incontable cantidad de veces que vomita su desprecio por una población a la que considera sucia, desprolija, inmoral, corrupta y con una tendencia natural a robar a les extranjeres.

O bien Ludovica no tenía la guita suficiente para pagarse los mejores hoteles o bien decidió gastársela toda en las etapas previas de New York y París, lo cierto es que estuvo obligada a compartir los medios de transporte y fondas del pueblo de a pié en su excursión por Beijín, Xian, Nangkin y Shanghai. Nunca, ni después de varias re-ediciones en treinta y tres años la autora tomó la decisión de ahorrarnos el tedio y la vergüenza ajena de sus recurrentes insultos contra los olores, falta de higiene, desprolijidad, desorden de la población campesina y obrera con la que compartió combis, trenes y aviones y siempre con imágenes que los comparan peyorativamente con animales. Aquí también honra su herencia de clase, volviendo al recurso ideológico del racismo criollo, que pretendió justificar su genocidio contra pueblos originarios y afrodescendientes rebajándoles su condición de humanidad al nivel inferior de los animales.

Todo el diario de viaje de Squirru es, aunque no se pueda creer después de cien años, un retorno al dualismo positivista de civilización y barbarie. Lo mismo le vale a los pocos paquistaníes que conoció en dos paradas obligadas de su viaje en avión. Y no son pocas las veces que equipara estos defectos de las masas chinas con equivalentes que ella reconoce en la población argentina.

En el Tao de Mao

El otro rasgo que se impone en todo el relato es un anti-comunismo ramplón, del nivel intelectual de las películas yanquis de bajo presupuesto de los años 50 u 80. Los comunistas son aburridos, grises, fríos e inhumanos en su pretensión de distribuir la miseria y excluir a sus ciudadanes del disfrute de “la libertad”. Su oposición no surge de un análisis serio, al punto que sus propias experiencias de viaje no la obligan a revisar algunas notorias contradicciones. La más evidente, ya que nos lleva por todos los museos, universidades y registros arqueológicos posibles de visitar en esas ciudades, es que gracias a su odiado comunismo pudo acceder a ellos, porque mientras estuvieron bajo uso y usufructo de la nobleza aristocrática imperial ni el pueblo llano ni las plebeyas aristocráticas como ella tenían acceso a esos tesoros.  Mientras acusa –con razón- al régimen comunista de un exceso represivo autoritario contra las expresiones culturales del pasado, sobre todo las del tipo religioso, no se percata que la supervivencia de esas expresiones bajo el comunismo es la que le permite a ella estudiarlas y reivindicarlas de primera mano.

De seguir vigente el régimen feudal y semi liberal de la vieja China, Ludovica Squirru no podría nunca haber accedido a disfrutar como simple turista de esos “tesoros culturales”.

Todo el diario es una letanía de esa China milenaria y feudal que ya no existe, que Squirru intenta desesperadamente recrear en cada palacio. La viajera flaneur añora la época en que millones de almas eran torturadas en un sistema de explotación de los más criminales de la historia humana mientras desprecia el presente de ciudades industrializadas y pujantes. Cuando debería agradecerle a Mao el disfrute de palacios y sabidurías que fueron abiertas al pueblo y a ella misma, que nunca podría haberse sacado una foto dentro de ellos ni hacer ese viaje de existir aún el despotismo imperial.

Curro, invento, moda o tradición

Ella descubre en su relación afectiva con el padre y los varones de quienes se enamoró después una conexión, una herencia “kármica” que la ligó a la profesión que le garantizó su lugar en el entramado social argentino. Su padre la inició en el fanatismo por la cultura china con objetos, anécdotas y máximas filosóficas que le habría transmitido en la infancia y su primer amor a los 18 años le habría regalado el primer libro –de edición española- sobre el horóscopo chino. De ahí el segundo objetivo del viaje:

“Volver a mi país y gritar desde el obelisco que el Horóscopo Chino no es un curro ni un invento mío ni una moda.”

Debemos suponer que la autora sintetiza en esta oración la esencia de las críticas que habría recibido desde que se hizo famosa por encarnar el personaje de una astróloga en uno de los sketchs del programa de Tato Bores en 1983, donde se hizo amiga entre otres del reconocido comediante Carlos Percivale. Así nos enteramos que Squirru había estudiado en realidad actuación y que a través de esa profesión comenzó a colocar su pasión por el horóscopo chino entre las líneas del libreto generando tal repercusión que la extinta Editorial Atlántida le imprimió millones de tiradas todos los años desde 1984 con sus anticipaciones para cada signo, casi al nivel de ventas del otro gran betseller nacional, Horangel.

Lo cierto es que su diario de viaje no pasa de demostrar esta evidencia, a saber, que la mayoría de la población en China sigue confiando en las prescripciones de costumbres religiosas neolíticas, como la de guiar sus decisiones cotidianas por el calendario solar y lunar y las indicaciones de monjes taoístas y budistas. Otra vez debería preguntarse al menos cómo escaparon millones de personas a las persecuciones del autoritarismo comunista. No hacía falta hacer un viaje tan difícil y tortuoso para comprobar que estadísticamente los años considerados favorables, como el del dragón y la rata se disparan las estadísticas de casamientos, nacimientos y contratos de compra venta de propiedades.

Y aunque la auto-titulada astróloga y especialista en cultura China antigua haya entablado relación con profesores y estudiantes de las tradiciones que le interesan  (en universidades comunistas construidas después de la Revolución Cultural de los años sesenta que la autora rechaza de un plumazo sin argumentos) en este libro no nos brinda ni un solo concepto que demuestre la importancia o trascendencia científica y filosófica de la concepción china que la hizo famosa y multimillonaria.

De Nietszche a Jung

Tampoco encontramos en el libro una conciencia de la herencia cultural que asume Ludovica Squirru que vuele mucho más allá de los límites de la auto-referencia. Pareciera que su padre y ella descubrieron China como Colón, a pesar de que ya existiera mucho antes. En efecto, la fascinación por la religiosidad china de los sectores aristocráticos de las clases dominantes de occidente se remonta a los ejercicios del sistema de Shopenhauer, que importó las filosofías véddicas de la India, el taoísmo y el budismo para interpelar lo que él y su más famoso discípulo, Nietzche, consideraban la falta de espiritualidad de la filosofía iluminista, del racionalismo del siglo 18 que se impusiera como ideología dominante en las nuevas y triunfantes Repúblicas Burguesas en todo el siglo 19.

Como Squirru, aunque doscientos años antes, la aristocracia feudal europea le reprochaba a la burguesía industrial su desprecio por las motivaciones y virtudes espirituales, su rechazo ateo a la potencialidad del pensamiento religioso y por lo tanto la caracterizaban de una cultura materialista y gris, deshumanizante. Un evidente desprecio por las virtudes de la ciencia y el comercio, que habían logrado conquistar el máximo poder político y económico en Europa precisamente porque pudieron removerse mil años de atraso causado por la Santa Iglesia Vaticana.

El que Shopenhauer y Nietzcshe no fueran miembros plenos de la nobleza feudal terrateniente no desmiente que su situación de clase, intelectuales universitarios de rentas garantizadas por un estado semi-nobiliario como el de los principados alemanes, sostiene una crítica a la sociedad capitalista de corte reaccionario. Proponían el retorno a un paraíso idílico y utópico, el de una Europa fiel a sus raíces eslavas, germanas, francas y celtas, el de un orden bucólico de grandes príncipes, barones, castillos y banquetes del que es necesario eliminar la evidencia histórica de la horrible explotación de billones de campesines y esclaves bajo uno de los regímenes más criminales, etnogenocidas y femigenocidas de la milenaria historia de la barbarie humana.

Y eso que ellos fundaban las raíces del existencialismo contemporáneo. Más pesimista cuando Schopenhauer perdía en prestigio, cargos, sueldos y discípulos frente al auge del genio Whilhelm Hegel en su momento de apogeo; más optimista y revolucionario en un Nietzche casi un siglo después, que enfrentaba el nacimiento del imperialismo financiero, al mismo tiempo que sus camaradas de generación de discípulos de la izquierda hegeliana, los también alemanes Karl Marx y Friederich Engels, aunque estos últimos fundando la filosofía en imprentas y asambleas, a salto de mata de bibliotecas públicas y exilios políticos, mientras la fundían con la Historia y la Política.

Miren todo lo que podría haber escrito Squirru y gozar de imprimir la mayor empresa editorial del momento si hubiesen leído alguna enciclopedia analógica o digital en los últimos treinta y tres años. Y no termina ahí. Después, una parte importante de la revolucionaria burguesía protestante o atea que había derrotado al milenio eclesiástico se vio pariendo de sus más genuinas involuciones morales a la bestia nazifachista, forma pura y concentrada del nacionalismo romanticista de la aristocracia venida a menos del siglo 19. Y entraron en una crisis de identidad y de moral que llevó a intelectuales del prestigio científico del calibre de Carl Gustav Jung a rechazar el racionalismo materialista del liberalismo, que asignan a los orígenes judaicos del freudismo y el marxismo y culpan de la pérdida de espíritu y grandeza de las razas caucásicas. Y entonces, teniendo prohibido volver a las garantías políticas que les brindaban los Reinos Católicos, por impresentables ante las heridas de millones de familias campesinas, artesanas y burguesas tenían frescas del látigo feudal católico-romano en los propios huesos, Jung derivó otra vez en las filosofías religiosas “de oriente”. Uno tan amplio como para incluir cinco milenios de pensamiento humano de geografías tan dispares como la arabia española de Averroes, hasta la otra punta del Mediterráneo, las islas griegas, la medialuna de las tierras fértiles, la nigromancia egipcia, la kabbalah judía, los místicos sumerios y babilonios, la fantasía de los sacerdotes jhaveítas en el cautiverio persa y su Biblia, los cuentos del Corán y Las mil una noches.

Taoísmo y zapatos de goma

Aunque en ningún lugar lo reconozca ni lo mencione, seguramente Lodovica Squirru comenzó a leer el oráculo impreso en el Libro de las Mutaciones/ I Ching, de la edición que Jorge Luis Borges ya Ministro de Cultura sin cartera de varias dictaduras filonazis le obligó a imprimir al gran pulpo editorial de habla hispana Sudamericana en 1975. Con el prólogo de Jung presentando un breve ensayo sobre el aporte fundamental de las viejas filosofías alquimistas de las religiones imperiales antiguas, dos mil quinientos años antes de la Revolución Industrial, o sea, de un avance tan positivo como la penincilina.

Squirru demuestra en este libro que su fascinación con el taoísmo y la astrología china no pasan de un conocimiento superficial y la búsqueda de respuestas sencillas para las tragedias emocionales del occidente cristiano capitalista. Ni siquiera es capaz de cometer una correcta comprensión de la propia tradición que encarna. Como toda aristócrata, Squirru vive sin ninguna de las presiones materiales y simbólicas que sufrimos cotidianamente las personas que no gozamos del privilegio de ser propietarias de alguna riqueza que asegure prosperidad. Incapaz de empatizar con el pueblo gris y sucio, reduce dos mil quinientos años de una de las filosofías más dialécticas de la historia, la de Kong Fu Tszé (Confucio), equiparable a la de los materialistas de las islas griegas como su contemporáneo Heráclito, a banales frases hechas de autoayuda, del estilo “cree en ti misma y conquistarás tus sueños”, que sólo son verídicas si una es millonaria como Squirru.

Borradas las realidades concretas de las clases sociales en lucha de la realidad, la que pudo ser actriz y llegar a la fama televisiva gracias a las rentas de las tierras heredadas en Córdoba y Morón, la que tiene amigues y relaciones políticas entre las clases acomodadas en medio planeta, no puede desprender al taoísmo de su peor defecto, el de haber sido una ética construida al servicio del poder patriarcal de los nobles y emperadores. En el mejor de los casos, si se recupera un método para pensar el universo del taoísmo en una época muy primitiva del desarrollo de la conciencia humana, como hacen los grandes filósofos del presente o incluso enormes pensadores como el mismo Jung o Nietzsche, debería apreciarse que su verdadera potencialidad se desenvuelve cuando es ubicado en la realidad concreta de cada individuo colocado en su situación de clase y género.

¿Cuál es el sentido de un horóscopo capaz de decir todo sobre une individue gracias a una comprensión holística del funcionamiento de la realidad, si se toman en cuenta la ubicación de más de 300 astros en el mismo instante de su nacimiento pero no nos fijamos en si nació campesine o dueño de campesines, si nació mujer, varón o trans?

Es la banalización fatal de una filosofía tan diversificada y rica como el taoísmo en las manos de una intelectual encerrada en el disfrute de sí misma y de sus intereses más primitivos como son el seguir alimentando su prestigio, fama y riqueza con una difusión superficial de la astrología china. Lo que Squirru no comenta en el diario de viaje es que confirmó en China lo que había fascinado a su padre cuarenta años antes a juzgar por su diario, el efecto de fidelidad irracional que provoca en las masas del pueblo empobrecido la idea neolítica según la cual haciendo rituales muy sencillos une explotade puede controlar a su favor una parte de la realidad.

Este “descubrimiento” nos lo hizo notar otro gran divulgador de filosofías ancestrales de la farándula argenta, el Negro Dolina en su programa radial de culto La venganza será terrible, también nacido en el “destape” del alfonsinismo tardío aunque con mucho mejor nivel, que ya había sido alcanzado antes por Joseph Campbell, el profesor universitario yanqui que releyó los registros arqueológicos y antropológicos en 1944 con la mirada de Jung y nos donó el mejor manual para escribir ciencia ficción y literatura maravillosa, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, que inspiró obras tan geniales como la de Úrsula K. Le Guin, Jorge Luis Borges, Philip Dick o les Wachowtski y Guillermo del Toro.

Que nos llevaron de la mano al filólogo británico más famoso y delirante, Sir James Frazer, que metió en miles de páginas la mayor compilación de mitologías de todo el planeta que se conozca para explicarse un solo cuadro. Allí, el cerrado cerebro del victoriano imperialista descubrió que el fetichismo, el animismo y el pensamiento mágico simpatético son las manifestaciones más antiguas de les homo sapiens sapiens por interpretar la realidad, comprenderla y transformarla. Como subrayaba Engels: en sus primeros intentos la humanidad primitiva acertaba en lo esencial del éxito del método científico moderno. Imitar a la lluvia para hacer llover. Hace doscientos mil años era revolucionario hoy nos parece una banal superchería.

La China de Bertolt Brecht

La decadencia de la aristocracia feudal devenida productora de fantasías en los medios masivos de comunicación, nos deja con lo peor del asunto, la nostalgia y la construcción de paraísos pasados y utópicos. Comparten con las burocracias de intelectuales al servicio del Estado Imperial chino, y las de todas las religiones al servicio del Estado en nuestra historia, la función de elaborar conjuros y artificios alquímicos para mantener a las poblaciones oprimidas y explotadas en una nube de estupefacción, en un espejismo de ilusiones que les consuele la pena, les permita una esperanza, que les ayude a sobrellevar la miseria y la muerte en vida del trabajo explotado.

Eso es lo que deja vivo el estalinismo cerrado de autócratas como Stalin o Mao Tse Tung, la peor herencia del taoísmo, aunque no borra de la mística popular de las masas que sigue manteniendo en la miseria y la explotación aún después de expropiar colectivamente al feudalismo y el capital. Porque como a los emperadores del pasado, a los nuevos explotadores de la burocracia estalinista y maoísta les convienen estos dispositivos de control de masas del pasado.

El genial dramaturgo alemán Bertolt Brecht encaró a su tiempo esa fascinación aristocrática del proto nazismo de la clase social dominante en su sociedad, durante los años 30, reconstruyendo magníficas piezas de teatro donde se ataca la inutilidad de la casta de intelectuales burócratas del Palacio para predecir y adivinar la crisis final del Emperador, ubicada en el funcionamiento de su economía monopolista, fiscalista y mercantilista combinada con el crecimiento del poder de lucha de las masas explotadas. En su Turandot o el Congreso de los Blanqueadores inaugura su saga contra los Tuis, apócope de Intelectuales, destila lo mejor de su ingenio en mostrar la inutilidad de las antiguas percepciones filosóficas para comprender el funcionamiento de la realidad frente a sus ojos, segados por los miserables intereses de casta y de clase.

Una denuncia por elevación a todes les adoradores de estes héroes del Espíritu y la Idea de occidente.

Caja boba y falopa, la rebarba que deja la banalización de la filosofía taoísta. Lo que llega al pueblo a través de divulgadoras como Squirru es el paco de uno de los más impresionantes aportes al conocimiento humano de la historia, mientras que Brecht encontró en las artes dramáticas antiguas los ladrillos que le faltaban para su revolucionario teatro de la distancia o el distanciamiento.

Ni astronomía ni astrología

En su Cosmos, escrito y representado en los mismos años 80 que Squirru viajaba entre fama y misticismo, el físico Carl Sagan se quejaba de su época porque mientras poníamos sondas en el confín del universo, sus camaradas de especie agotaban millares de ejemplares de revistas y libros de astrología en los kioscos de revistas de las grandes ciudades. Sin saberlo, nombraba a Squirru y el ámbito de su éxito y fama. Sin embargo, Squirru ni siquiera se toma el enorme trabajo de medición técnica y observación astronómica de los astrólogos de la Antigüedad, que definían no sólo los momentos del año más favorables casamientos y embarazos, sino la construcción de todas las obras de infraestructura y los tiempos de las siembras y cosechas de todo el imperio.

Ni siquiera en el plano más científico de las pretensiones de prácticas como la acupuntura, el tai-chi, el feng-shui o la astronomía antigua se concentra Squirru. Una viajera que se dedica con tanta pasión y algo de poesía a reflejar cómo el cambio de hemisferio desordena y vuelve a ordenar de otra forma las moléculas de una persona en un viaje de un año, sin embargo no es capaz de apreciar que lleva treinta y seis años realizando observaciones sobre cartas natales que no ubican la exacta localización de los astros con instrumentos científicos modernos y que no son adaptadas a las diferencias estacionales de los hemisferios.

Los chinos, como centenares de miles de pueblos agrario dependientes, colocan su oráculo astronómico ordenado desde el inicio del ciclo solar, la primer luna nueva de primavera. Squirru no ha adaptado ese calendario a la estacionalidad del hemisferio sur, donde vive la mayor parte de la población obrera y campesina que conforman sus fans. Debe admitirse al menos un desfasaje de seis meses en la aplicación del calendario chino al hemisferio sur, lo que invalidaría una buena parte de las predicciones que llevan ya treinta y seis anuarios y una participación permanente en la televisión y portales de diarios de habla hispana del tamaño del Grupo Clarín-Canal 13-El País.

China en Argentina

Después de tantos años de fascinación y estudio de la cultura china en Occidente, sólo un grado tóxico de narcisismo autoreferencial importante puede concederle a Squirru el privilegio de ser su única referente.

En la cultura argentina, por ejemplo, también se sintió el profundo impacto de esa bomba atómica que generó en el planeta la Revolución China del 59 y la Revolución Cultural de Mao del 68, que llevó a la victoria en Vietnam y Corea, que rompió relaciones con la coexistencia pacífica del estalinismo, alentó revoluciones de todos colores en más de medio planeta hasta que firmó la colaboración con el imperialismo yanky paralelamente a la Perestroika.

Raúl González Tuñón, Bernardo Kordon, Andrés Rivera y los muy jóvencites Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Felipe Piglia eran "chinos" en la jerga de izquierda argentina de los setenta. Casi todes dejaron sus impresiones de viajes a la China de Mao en el periodismo de la época. Fueron les promotores de avances serios en la filosofía con pensadores de la envergadura de Alfredo Llanos.

Mientras éstes le sacaban el jugo a la dialéctica materialista más refinada del marxismo para ponerle aceite a las estrategias y tácticas que buscaban fundar una sociedad sin explotación de clases, el existencialismo borgeano hundía en el pesimismo humanista al desapego idealista de las clases poderosas, aburridas frente al avance del liberalismo y el comunismo.

Lejos de todes elles, Squirru padre e hija, no salen de su propio mambo. Aunque equiparen sus miradas de turistas ignorantes y pajuearanos a las de eminencias del cine como Kurosawa (papá Squirru cita Rashomon de 1950) o Steven Spielberg (hija Skirru cita El imperio del sol del mismo 1987), se terminan pareciendo al fiasco que vive el protagonista de M. Butterfly (1995) de David Cronemberg, un asesor civil de la embajada francesa en Beijing que cree saber todo sobre su cultura pero se enamora de un actor de la ópera clásica a quien creyó una mujer. El colmo de la mirada del visitante como invasor, de superioridad civilizatoria y racial asumida, que ve al otro tan diferente como una especie distinta y no registra que ese olor fétido y falta de higiene tienen como causa la miseria permanente que permitió a Europa construir paisajes perfectos, armónicos, limpios y elegantes.

Y ya que estamos en identidades de género, el diario íntimo de Squirru nunca termina de brindarnos los ingredientes necesarios para construir la imagen de una mujer libre y autónoma que Squirru prometió. Si la descripción honesta y desnuda de su apasionado romance con el estudiante marroquí de acupuntura Aziz en dos o tres noches de hotel nos había ilusionado, nunca sale de los límites que le impone su “karma” de mujer deseante limitada por los hombres de su deseo. Así como reivindica su amor por el padre machista y lo ve reflejado en los hombres que amó durante su juventud, admite como máximo nivel de amor posible para ella anhelar el reencuentro imposible “con el instinto que tienen las hembras cuando extrañan al macho”. Por eso no vamos a encontrar en ningún lugar del libro una crítica evidente para cualquiera que haya leído el I Ching al menos en diagonal, sobre la enorme carga del machismo patriarcal feudal, en donde las hijas, esposas y concubinas son consideradas esclavas de sus padres, hermanos y esposos en distintos niveles; la de Squirru es una mirada, al menos en este texto, que no sólo evita corregir o adaptar los límites de clase y de género del confucianismo, sino que revive los prejuicios más viejos para describir sus impresiones y premoniciones en el presente.

No ejercemos una crítica farisea del rol indiscutible de Ludovica Squirru como formadora de una conciencia colectiva de masas en nuestro país durante las tres décadas y pico de régimen democrático. Mucho menos nos vamos a burlar de la urgencia ansiosa de la gran mayoría del pueblo explotado y oprimido para encontrar cosmovisiones que le expliquen su lugar en el universo –a nivel colectivo e individual- y le permitan encontrar caminos para que su deseo tenga alguna chance de satisfacción y guíe su lucha en consecuencia.

Pero nos queda claro que no es inocente la selección de relatos sobre un tema tan popular y marketinero como la filosofía china de Penguin Random House, que habiendo reimpreso el I Ching de Borges y Jung en el último auge de orientalismo favorecido por la presidencia de Mauricio Macri, admirador y promotor del gurúes hindúes, ahora reimprime sin ninguna revisión crítica esta aproximación y ninguna de las que aquí hemos ido reseñando de Brecht a Kordon. Deciden seguir promoviendo las ilusiones metafísicas y ramplonas antes que las armas críticas con potencial revolucionario de esa tradición filosófica.

No sea cosa de alentar nuevas rebeliones masivas contra las ideologías supersticiosas de las religiones estatales y para-estatales, ni de dejar de vender libros como caramelos.

jueves, 9 de julio de 2020

Tercer Ojo

Ano y vulva,
círculo y rombo,
doble triángulo y cuadratura del ibídem,

Chakra y nudo gordiano
de mi verdadere yo
sima de mi esencia

Un túnel de energía emocional
psicosexual,
elipse que conecta dos polos
del mismo ser

El hueco de entrada que alimenta el cuerpo
visible, en primer plano
aceptado, presentable

Embajador
que articula la comunicación
con los Otros,
que mandan, juzgan y reprimen
diseñan sus contornos, obligan su higiene
Odontólogos del género


La otra puerta
ocultada antes que oculta
forzada al destino trágico
de pura salida
de impuros deshechos

Puerta clausurada
Impedida moralmente de ser también
ella
entrada, bienvenida
y recepción activa

músculo prohibido de introducir otros alimentos
que nutran el alma, las emociones, la sexualidad
impedida de ser también 
asimiladora de placer

Clausura sin metáfora
prohibición de entrar
desem-boca-dura
Muro impuesto en la frontera del deseo
placer declarado inmigrante ilegal

Boca al revés
para dialogar con les Otres
les que vienen a jugar y divertirse
al dale que nos liberamos

Cuando los curas,
los comisarios políticos
y las bellas terfas
son expulsadas
del lugar preferencial
del trono ético principal
del juzgado supremo de tu conciencia

El Palacio de Invierno conquistado al fin
por la obcecada lucha sistemática
nunca quebrantada
de tu tierna infancia mutilada,
oprimida, manipulada
maltratada,
abusada

Bailar es entonces de nuevo 
usar las cadenas de cascabeles,
cuando la cadera rompe el candado prostático
desentumece al origen de las gambas
Se bambolea para sacudirse
el hielo de las buenas costumbres

Electricidad del perreo
que electrocuta muros,
terremota represas,
am-puta cerraduras

Abrirse al fin
abrirse siempre
de boca y ano
transmutar
contra-boca y contra-ano
unirse, soldarse
el círculo perfecto se romboidea
declara la bienvenida al placer sexual 
más intenso
que busca la libertad
nunca la reproducción cíclica de la familia
y la explotación de sus hijes

el gemido se aspira en la respiración del ano
y se grita en el rombo pintado al otro extremo
transfigurado en círculo anal

la hembra nueva alquimia una vulva 
emocional
que no rombo perfecto ni círculo cerrado

canal de energía, sí
columna que vertebra
que gime un celo de puro
deseo animal
y recupera así la salud
del cerebro torturado
por el patriarcado

Así ritualiza
la hechicera,
alquimista y pedagoga
bruja transgénero, 
trava y trans
alterego de la Santa Inquisición
carne de hoguera sexual

y practica
su mutación

y ejerce su derecho
a elegir el cuerpo cuerpa

que entregará a la lucha
permanente

y a la muerte
siempre inminente

culto eterno
en el altar consagrado

contrapaga del amor verdadero

sabiduría del tercer ojo

vulvático anal
análico vulval

conciencia superior

puerta corporal y emocional
                                                al Nirvana en la Tierra