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miércoles, 8 de julio de 2020

El canto de las esclavas

Una lectura de Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood, publicada por Random House, Barcelona, 2020; se respeta la edición previa en http://evaristocultural.com.ar/2020/07/08/penelope-y-las-doce-criadas-margaret-atwood/?fbclid=IwAR0Mkfis_gAu_G6vTYTzz_mrFi6f3FcLdwsEaBKmGYrLUl4tafh-jtN5QTY


Una de las pocas cosas que podríamos agradecer de haber sido colonizades por la gran industria editorial europea es que nos acerquen en idioma local obras de escritoras como la canadiense Margaret Atwood. Pero aquí se acaba lo bueno. Porque también es parte de la identidad colonizada de nuestra cultura que historias impactantes como su novela más famosa, The Handmails Tail / El cuento de la criada, nos lleguen a través del éxito mundial del streamin en 2017, treinta y dos años después de la edición original de la novela en 1985. Nos maravillamos con una historia heredera del feminismo de la “segunda ola” en medio de la cuarta.

Este delay se ha acortado un poco gracias al éxito arrollador de la serie y ahora Random House nos trae en traducción castiza (con sus “mola” y “puñeteros”) una de las muchas novelas que publicó esta prolífica escritora, que se autodefine como poeta y que ha transitado también el ensayo. Nacida en 1939 y dedicada a la educación universitaria del complejo educativo canadiendse-neoyorkino, podría considerársela una de las pioneras de la literatura fantástica de mirada feminista de los años sesenta y setenta a la par de la gran Úrsula K. Le Guin.

En 2002 publicaba su The Penelopiad / La Penelopíada, que desde el título vendía con claridad lo más atractivo de la obra: una revisión de la colección de mitos clásicos griegos en torno a La Odisea de Homero narrada desde el punto de vista protagónico de su esposa, Penélope, reina de Ítaca. Sus traductores al castellano han visto la oportunidad para los negocios y le han agregado, Penélope y las doce criadas para pegar la tapa al éxito televisivo, aunque valiéndose del argumento central, ya que la escritora apunta a superar la empatía feminista con la reina para enfocar el múltiple femicidio de las criadas de la reina a manos de Telémaco, desenlace de la epopeya clásica que suele pasar desapercibido.

Quien busque una continuidad con la obra más famosa de Atwood se sentirá traicionade por la ética marquetinera de Random House aunque si se deja llevar por la sencillez y practicidad de la prosa y la trama rápidamente se alegrará de haber encarado la lectura de esta obra.

Penélope, arquetipo de la mujer patriarcal

Atwood maneja el poema original atribuido a Homero en sus detalles, se guía por los agregados y matices de otros griegos clásicos en la recopilación clásica de Robert Graves Los mitos griegos de 1955, para imaginarse a la mismísima Penélope contándonos en primera persona su propia versión de la historia después de dos mil quinientos años, desde su morada en el Hades.

Atwood construye un personaje muy creíble, una aristócrata ganada por el cinismo, que aporta una mirada herética del poema clásico pero que no rompe con el fondo del asunto. No se trata de subvertir la trama de las canciones que moldearon la alta cultura occidental sino de sacar de la oscuridad y el segundo plano las verdaderas relaciones sociales y políticas de la antigüedad greco-romana, a saber, una sociedad enraizada en la violencia más brutal, que construyó el poder de sus grandes héroes, guerreros y reyes en la subordinación de los orígenes matriarcales de las sociedades de la península y las islas del Egeo.

La autora no se corre de una narrativa propia de una profesora de filología, nos ahorra esfuerzos absurdos y elitistas por desenmascarar simbologías herméticas. Va directo al hueso de una historia muy divulgada. Penélope recuerda su crianza como una princesa de la corte de Esparta y su casamiento con Odiseo (Ulises en la versión latina de Virgilio) como si se tratara de la cría y engorde de un toro campeón o una yegua purasangre. Narra sin pasión, asumiendo su destino sin rebeldía, aceptando su irreversibilidad después de dos milenios de muerta, en un presente sin cuerpo ni tiempo, como si destejiera de nuevo, no el sudario famoso para su suegro, sino la trama de su propia vida.

El relato de su infancia nos permite imaginar una mujer forjada por el patriarcado, aunque es capaz de reconocer el poder de su padre en las decisiones más crueles, como arrojarla al mar de niña, sus reproches más fuertes los dedica a la falta de dedicación de su madre, una ninfa del agua desapegada de las presiones y responsabilidades del mundo de los mortales. Después de dos mil quinientos años y con la chance de frecuentar los espíritus de todes les griegues involucrades, todavía es incapaz de sacar conclusiones sobre las motivaciones de su padre para intentar matarla y hasta se permite una hipótesis simpática con él, se habría tratado de una imposición de Poseidón.

Sin embargo, el recuerdo de su matrimonio forzado a los quince años es contundente en mostrarnos el funcionamiento de una institución en la que los machos que gobiernan las poleis griegas distribuyen sus riquezas usando los cuerpos de sus hijas como garantías de hipotecas. La competencia de postulantes en la que Odiseo “gana” el derecho de conquista sobre Penélope seguramente disparará el recuerdo gráfico de la historia de la princesa Mérida en la ganadora del Oscar 2012 Brave/Valiente, que su autora Brenda Chapman también basó en el estudio de tradiciones mitológicas europeas. Aunque también aquí Penélope se muestra incapaz de superar del todo los límites estrechos de la ideología machista de la sociedad donde ocupó un lugar secundario dentro de las familias poderosas, y su envidia contra su prima Helena, casada con Menelao, rey de Esparta después que fuera desplazado del trono el padre de Penélope, consume su odio y repudio al punto de coincidir con la versión oficial que la culpa por las masacres de dos guerras civiles, las guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta (Helena había sido raptada a los 12 años primero por Teseo y un amigo) y luego la famosa guerra contra Troya o Ilión.

Dándole voz a las sujetas históricas

Penélope y las doce criadas nos ha agradado mucho porque supera largamente la mirada clásica del feminismo liberal o burgués, aportando una mirada más disruptiva sobre las diferencias de clase en el tratamiento de la violencia machista. La autora retoma de la tradición clásica del teatro griego el recurso de la voz colectiva del coro, que en la satírica permite una lectura distinta de la historia oficial, la que despliega razones ocultadas por el poder. En este caso, son las doce esclavas del servicio personal de Penélope las que machacan con sarcasmo e ironía descarnada las mentiras del relato oficial del patriarcado, tanto el de la mirada del poder masculino como la de la versión femenina del mismo poder, la de la reina Penélope.

Un acierto revolucionario de Atwood en su madurez intelectual y política, capaz de cuestionar al mismo tiempo la crítica de un feminismo que pretendió igualar el sufrimiento de las reinas y de las esclavas, unidas por su condición de género pero radicalmente distanciadas por su lugar en la “pirámide” social. En una breve novela didáctica, la profesora canadiense fue capaz de brindarnos varias lecturas posibles y verídicas de la operación ideológica de la mitología patriarcal clásica. La pregunta que estimula la lectura es ¿por qué Odiseo manda asesinar a su hijo Telémaco, además de los cientos de pretendientes que osaron apropiarse de sus riquezas materiales a través del intento de casarse con su esposa, también a las doce adolescentes que trabajaban para su reina? Penélope denuncia que se trató de un error suyo al no haberle confesado a su marido a tiempo que la relación íntima de las esclavas con los pretendientes al trono de Ítaca fue parte de su estrategia para defender la honra masculina pero el coro denuncia la conveniencia de la reina en deshacerse de las únicas testigas de su falsa castidad de veinte años tejiendo y destejiendo el sudario famoso, aunque también argumentan lo que les antopólogues de la mitología han descubierto en los últimos cincuenta años o más, a saber, que se trató de la construcción simbólica de los fundadores del Estado patriarcal griego para justificar el triunfo de su voluntad sobre las antiguas tradiciones políticas de las familias matrilineales del oikós arcaico micénico.

Las doce doncellas y su reina simbolizan los trece meses del año lunar y la ritualidad más antigua de las religiones femeninas de la diosa madre lunar, quienes sufrieron en las sagas posteriores de los hermanos Poseidón, Zeus y Hades un raid de violaciones y raptos simbólicos que sirvieron para explicar a las nuevas generaciones el nuevo poder que había surgido sobre las viejas tradiciones femeninas.

Guerra de géneros, guerra de clases

Hipótesis de lectura que nos permitimos recordar es heredera de dos pioneros que llegaron a ellas no desde las discusiones académicas sino desde la necesidad de desarrollar una estrategia política contra el régimen capitalista. Nos referimos a Friederich Engels y Paul Lafargue, quienes desplegaron por primera vez con fuerza las conclusiones políticas más revolucionarias de la hipótesis de la pre-existencia de relaciones sociales de distribución del trabajo humano y los recursos económicos por familias centralizadas en las madres en las sociedades humanas previas al desarrollo de la propiedad privada, la explotación de clases y el Estado. Engels, como sabemos quienes leímos El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en 1884 recuperaba la opinión apuntada en ese sentido por el filólogo suizo Johann Bachofen en su clásico El derecho materno de 1861 a la luz de las pruebas recopiladas por el fundador de la antropología norteamericana Lewis Morgan en sus estudios de campo entre les iroqueses, que permitían imaginarse que las relaciones de parentesco que organizaban la sociedad, la economía y la política antes de la revolución agraria eran matrilineales.

En un debate con Karl Marx, en el que el autor de Das Kapital se negaba a concluir la pre-existencia de un matriarcado argumentando -al parecer con razón- que las familias centradas en las madres no habían desarrollado en su favor una explotación clasista como sí lo hicieron luego las familias centradas en los padres, Paul Lafargue extremó el análisis de Engels y se animó a afirmar la existencia del matriarcado en un folleto titulado El mito de la inmaculada concepción de 1896, en el que demuestra que la permanencia entre los católicos del absurdo de una madre virgen de la principal figura masculina de su culto remite a la resistencia del poder simbólico en las sociedades de la cuenca del Mediterráneo y Asia “Menor”  de las antiguas tradiciones matriarcales, ya que se trata de una mujer que no necesitó ser penetrada por una divinidad masculina para procrear.

El debate no es menor, ya que el marxismo tuvo la virtud de iluminar la importancia histórica del patriarcado, que apareció como un invento antinatural de la especie para cambiar la forma de organizar las familias, una verdadera contra-revolución ocurrida en Asia y Europa alrededor del 1200 a.C., de la mano del uso del hierro en armas y herramientas, que sirvió para permitir la acumulación de ganancias y propiedades exclusivas para ciertas familias, rompiendo la distribución igualitaria de recursos de las comunidades con organización matrilineal. Mal que le pese al feminismo anti-trosco del peronismo de izquierda que dirige las luchas en nuestro país, el discurso más radicalizado en contra del patriarcado es heredero de esta caracterización histórica, que muestra una fusión milenaria entre el machismo y las necesidades de la explotación de clases que fundaron a los Estados antiguos y modernos.

Atwood se coloca entonces en las huellas de una tradición que se remonta a lo mejor de esa antigua disciplina, la filología, que mucho antes de poder contar con los recursos científicos de la moderna arqueología, interpretaba las fantasías simbólicas de las mitologías antiguas como verdaderos registros arqueológicos de las culturas desaparecidas.

Sería interesante que la todopoderosa Random House continuara sacándole el jugo a la popularidad de la autora de El cuento de la criada hasta el punto de brindarnos en castellano los ensayos y colecciones de poesía de los setenta en los que Atwood fue forjando una crítica feminista de las fantasías populares europeas condensadas en los cuentos de los Hermanos Grimm, de donde robare oportunamente ese gran plagiador que fue Walt Disney para formatear las mentes de las infancias durante el siglo 20.

Mientras tanto, podemos confiar en esta Penelopíada para contrarrestar didácticamente la influencia machista de la currícula oficial de la escuela secundaria, que sigue aburriendo a les estudiantes con su regurgitación eterna de la Grecia Clásica para sostener esta ideología patriarcal occidental que las esclavas del mundo vienen horadando sistemáticamente en las calles y los claustros en cada oleada de su furiosa lucha durante los últimos cinco mil años y que, como el coro de esta novela, empiezan a tener voz gracias a las intelectuales que logran romper los muros de contención del mercado cultural.

Así de contradictoria es la vida, la lucha histórica de las esclavas es tan fuerte, su mensaje de libertad tan poderoso frente al derrumbe del sistema de explotación patriarcal, que sus voces, interpretadas por mujeres que lograron lugares de privilegio en el entramado intelectual dirigido por machos, hoy conquistan un espacio propio en el mismo sistema de difusión cultural del régimen.

Queda en nosotres valernos de estas contradicciones en el régimen de explotación patriarcal para sacarle el jugo a la potencialidad revolucionaria de construir nuevas fantasías simbólicas que denuncien la verdad a los ojos de las multitudes engañadas, como las coreutas de la antigüedad, en la esperanza seria de mejorar las armas en esta lucha milenaria, hasta la victoria y el derrumbe del patriarcado.

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