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jueves, 23 de julio de 2020

Re leer se

A los ciento veinte días de encierro obligatorio se le ocurrió revisar las libretas que coleccionaba sin pensarlo mucho desde la adolescencia. Creyó que estaba loco de nuevo. Repasaba una y otra leyendo con incredulidad. Estaban llenas de letras y palabras. No sólo las coleccionaba sino que las iba eligiendo por tamaño y confección. Parecían libritos. Siempre le habían fascinado los libros, nivel fantasía infantil de esas cosas que decimos a los seis años y los adultos nos festejan, tipo “los libros con cajitas mágicas porque sus personajes están vivos”.

Estas libretas se habían convertido claramente en los libros más íntimos, en los que se fue contando su historia a sí misma, mientras la iba descifrando. Las primeras, escritas con el entusiasmo ingenuo de los doce o catorce, plagadas de dualismos trágicos que creía haber comprendido gracias a los existencialistas. Puro pesimismo. Después las ilusiones que había encontrado en Marx y Engels le quitaron también casi todas las escamas de los ojos y le fueron permitiendo entender que la historia de la humanidad (y lo que era más importante para mí aunque nunca lo admitiría, de mí propia historia) podían y debían interpretarse en otros sentidos. Optimismo de la voluntad.

En algún momento, en las libretas más bellas de los últimos dos años, una violeta, la otra marrón, la otra colorada, había cambiado la persona gramatical. Parecía un diario que alguien escribía con mucha ternura para contarle su historia a una niña, niñe o niño. Con paciencia anotaba la fecha, el movimiento de la luna, la cuenta de los días encuarentenades y explicaba también con paciencia, como si la paciencia fuese el ingrediente más preciado de la ternura con  otro ser vivo.

Me acuerdo perfecto ese día –leyó-. Vos llevabas seis meses gobernando tu mundo desde afuera, arriba, no sé, en lo alto de vos. Te lo imaginabas como en esas películas yanquis, vos une ser diminute sentade en los controles adentro de tu cabeza, tu cuerpo todo como uno de esos robots enormes de Robotech o Mazinger Z. Claro, tenés que acordarte, a los ocho o nueve añitos esas imágenes te flasharon por algo. Una persona dirigiendo un cuerpo indestructible con el mismo nivel de coraje que vos tardaste casi cuarenta años en permitirte.

Te habías permitido liberarte de la cárcel donde aprendiste a obedecer tu condena. El amor increíble de las dos personas que te aceptaron así, recién salida de la celda, te animó a todo, a la conquista del mundo. Al fin saliste. Fueron seis meses de absoluta felicidad y entusiasmo. Claro que estabas aterrada. Afuera del encierro tu sensibilidad se hipermultiplicó por millones de amperes. Notaste cada mirada desaprobatoria en la calle, parecía que tu cuerpo notaba exactamente qué parte les parecía incorrecta, si la sombra de barba con el rouge en los labios, si la marca del viejo bóxer bajo la calza, las miradas pinchaban con el mismo frío de las gotitas de aguanieve en invierno.

Me daba gusto verte sobreponerte. Putiando, decidiendo cambios para protegerte, ibas encontrando ese valor –valía de coraje y de todo lo que valés- que creíste te habían prohibido los genes y el destino a cada paso, lo ibas practicando como quien ensaya para la obra de la escuela mientras camina a la parada. De practicar ser valiente fuiste armándote de valentía.

Así de cursi eras, así de ingenua y ternurita. Yo aplaudía toda orgullosa sentada en platea preferencial. Me mordía los labios pa no llamarte, pa no gritarte un adiós… no, en serio, pa no molestarte en tu crecimiento. Me ataba las manos para no decirte cómo evitar un error ni aconsejarte para eludir aquél dolor seguro que venía galopando directo a vos para golpearte. Ya lo habíamos hablado mucho y decidido que si vos ibas a salir a gobernar tu propia vida tenías todo el derecho del mundo a aprender sola, sin más muletas ni atajos, porque las muletas y los atajos se habían transformado en cadenas y rejas y de tanto protegerte llegaste a encerrarte del dolor, aislarte de la posibilidad que te Da estar viva, de doler y amar,  de doler y ser feliz.

Me sigo sintiendo orgullosa aunque tengo que hacer esto. Tengo que ponerme a contarte la verdad en estas libretas libritos porque el último golpe te noqueó; hay dolores que te muerden los nervios con un nivel de intensidad que te mutan la psicología entera. Te electrocutan de vos misma. Siento que si no intervengo de alguna forma no voy a cumplir mi verdadero rol de compañera en tu crianza. Todo bien con no seguirte protegiendo y de esa forma mantenerte encerrada, pero que no sea más una cárcel de seda no quiere decir que no tenga ningún rol que cumplir. Tampoco vos me podés encerrar en alguna prisión sin voz ni voto porque la verdad que yo siempre actué porque no quería que te maten ni que te mates.
Entonces me dije que el mejor laburo de una buena madre es ser la red de contención de tu hije trapeciste. La vida vivida en serio, detrás del deseo verdadero, es insoportablemente imprevisible y angustiantemente precaria siempre. Pero las amigas, les amantes, todes les seres de amor servimos en serio, somos fundamentales, cuando podemos ayudar a que las caídas no sean irreversibles. Entonces me dije, te voy a contar quién sos de verdad para que cuando quieras dejar de mentirte, cuando al fin te cueste más el dolor de mentirte y disfrazarte que todas las piñas que te dan por decidirte a ser quien sos de verdad, puedas encontrarte en el camino, otra vez.

Me acuerdo ese día porque fue el día. Se venía tu cumple y te pareció que el mejor regalo era contarle lo que estabas viviendo a tu mamá. Tu regalo era salir del clóset con ella. Todas las millones de cosas que hiciste en medio año te habían llenado de confianza en vos misma. Un cuatrimestre entero pasaste dando batalla cada hora de tu día consciente para sostener tu trabajo con tu identidad autopercibida. Desde el momento que decidías vestirte y maquillarte como poniéndote una armadura, repasabas cómo ibas a reaccionar si te jodía alguien en la calle, en el subte o el bondi, en el aula, la sala de profes o la oficinia de dirección. Tus argumentos, tus insultos, tus salidas con humor. Desde que enfrentabas el primer espejo en el baño o el living te ibas ensayando para la guerra. Toda tu vida había sido una lucha así que era la manera más natural de enfrentarlo.

Y venciste.  Porque lo más importante era sentirte satisfecha que no ibas a perder el sustento tuyo y de tu hija, que no ibas a dar ese argumento a ninguno de los que te cuestionaba tu decisión de llevar tu identidad a la vista siempre.

-Mami, mamita, tengo algo re importante que contarte –así le dijiste mientras le tomabas la mano en la cocinita de su departamento de vieja solitaria en ese límite mágico que siempre fue la avenida Entre Ríos entre Monserrat y Balvanera, entre el pasado y el presente.

-Volviste con Ella. Yo sabía. Es que el diablo sabe por viejo más que por diablo. Yo sabía. Esa chica es lo mejor que te pasó, te dio lo más maravilloso que te puede dar la vida, hijo, te hizo padre. Y a mí me dio una nieta, y eso se lo voy a agradecer toda la vida hasta que me muera. Es el amor más grande que una madre puede tener. Y justo a tiempo, cuando me había acostumbrado a pensar que ya no lo iba a poder disfrutar ser abuela.

-No, pará, mami, no. Con Ella está todo bien pero no pensamos volver a casarnos. La separación fue lo mejor que decidimos, nos hizo muy bien a las tres. De dónde sacás esas cosas, mamá.

-Me lo dijeron las cartas. Y también lo soñé el año pasado. ¿Cómo? Tu hermana me mostró las fotos en ese coso de internet. Eso también te digo, hijo, no publiques todo lo que te pasa en la vida. Hay que ser discretos, guardarse las cosas para la intimidad.

-No publico toda mi intimidad, Hermana dice boludeces, no importa. Esas fotos es porque estábamos celebrando que terminamos los papeles del divorcio, mamá. Entiendo tu trauma con ese asunto pero fue nuestra mejor decisión juntas, hoy somos una familia fuerte, unida, con mucho amor y respeto y sin ninguna violencia.

-Las familias están juntas en la misma casa, yo siempre voy a rezar para que tu hija vuelva a tener a sus padres juntos. Los chicos necesitan de sus dos padres viviendo en la casa. Sobre todo cuando son más chicos, después ya grandecitos se pueden arreglar. Pero antes no, el matrimonio es un sacrificio que hay que hacer para tus hijos, que son lo más importante.

-Mamá, no discutamos de nuevo eso. Dejame contarte lo que te quería contar. Estoy muy emocionada. Y muy cagada. Pero decidí que lo iba a hacer y lo voy a hacer.

-Siempre me podés contar lo que sea. Aunque seas un criminal tu madre siempre va a estar para vos, siempre.

-Bueno. Vos no sos boluda, ya me viste como me visto.

-Siempre fuiste un loco con la ropa. ¿Te acordás cuando tenías dieciocho y andabas con un sombrero y botas? Ya se te va a pasar.

-No es una locura, mamá. Son tacos, calzas, polleras. Y el maquillaje. Bueno, nada, que es obvio que ya lo descubriste pero no es lo mismo si no te lo cuento, si no lo hablamos. Ahora soy quien quiero ser de verdad. Quien siempre quise ser. Y vos tenés mucho que ver por eso te lo quería contar.

Te brillaban los ojitos –leía y recordaba cada parte casi con las mismas palabras- estabas toda ilusionada. Tu mamá te quería mucho más que sus prejuicios. Si ella misma había logrado vencer la fe religiosa y los preceptos morales con los que la habían criado, para protegerles de ese ser diabólico en el que se transformó su marido, su único amor de toda la vida, el tipo ideal que había elegido para formar su familia. Cómo no te iba a aceptar. No iba a ser exactamente como en la publicidad de Sprite, porque la vieja no daba el arquetipo de clase media progre de la cabeza de los guionistas de Palermo que la escribieron, pero iba a ser con final feliz seguro. Seguro, seguro, te dabas ánimos cuando lo fantaseabas en el ascensor, cuando te ibas imaginando cada escena de lo que iba a pasar.

A veces pienso que una de dos, o estamos en el paso previo de una esquizofrenia congénita o tenemos un defecto profesional cuando fantaseamos. Quizás sea solamente una estrategia de supervivencia medio rara que fuimos armando de los cachos de realidad ficticia que fuimos encontrando tirados en la basura del televisor y la radio desde siempre. No sé. Cuestión que anticipabas la escena de alguna forma para conjurarla, resabio atávico de la especie, la magia simpatética: si me imagino un final feliz ayudo a provocarlo. Idealismo fetichista de tu formación universitaria, seguro.

Como sea, no fue así. No termino siendo así.

-Soy travesti, mamá. No soy varoncito. Nunca me sentí cómoda siéndolo, siempre sentí que quería ser igual a vos. Hace poco empecé a quitarme el poco bello de las piernas. ¿Sabés qué fue lo primero que pensé? En tus piernas cuando yo tenía seis o siete. Yo te admiraba las piernas. No, ahora entiendo que te las envidiaba. ¡Y resulta que ahora tengo tu edad y tenemos las mismas piernas!

-Qué va, qué va, hijo. Tus piernas son más fornidas. ¿Por qué te vistes así? ¿Por qué te haces esto a ti mismo?

-No me hago nada malo, mamá. Soy libre. Hago lo que me gusta de verdad. Yo las veo iguales. Idénticas. Así me acuerdo que eran las tuyas.

-Tu siempre tuviste una memoria muy mala. Cambias todo lo que pasó o no te acuerdas nada. Una imaginación muy fantasiosa, tienes. Siempre fuiste así, desde pequeñito.

-Pequeñita, mamá, pequeñita. Yo entiendo que esto es muy fuerte para vos, muy raro. Pero… ¿te acordás cuando jugaba con las chicas todo el tiempo? ¿te acordás que me ponían tu ropa y hacíamos que yo era la mamá o una de las hermanas más chicas?

-Eso eran cosas de chicos, hijito, juegos de niños. Estás muy grande para jugar juegos de niños. Tienes responsabilidades. ¿En el trabajo qué te han dicho? Mira que tienes que mantener una hija. Su madre puede quitarte toda la tenencia. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quedarte sin tu hija?

-No, mamá, pará. No es así. En el trabajo fue muy duro pero en una escuela esty muy bien, me han aceptado, la directora hace cumplir la ley. Tenemos una Ley Nacional que nos protege, mamá. Una Ley, no estoy jugando. Nunca jugaría con el bienestar de Ella, nunca. En la otra escuela fue horrible, pero me trasladaron las horas a ésta y las sigo cobrando.

-No entiendo por qué haces esto hijito, no entiendo.

-Si no hago nada malo, mamita. Al contrario, es muy bueno. Ya no sufro de ataques de pánico, ni de cefaleas o cervicalgias. Estoy mucho mejor conmigo misma. Empiezo a entender todas las cagadas que me mandé en la vida y que no sabía por qué las hacía. ¿Qué tiene de malo que me vista con las ropas que me gustan o que me maquille? ¿A quién jodo?

-¿Cómo? ¿Te maquillas? Diosanto.

-No vengo maquillada a verte porque no quería impresionarte antes de que lo hablemos. Pero como vine con los tacos y las calzas la vez pasada y no dijiste nada, imaginé que lo ibas asimilando.

-¿Por qué te haces esto, hijito? ¿Por qué te disfrazas así?

-No, mamá, no. Ya no me disfrazo. Antes me disfrazaba mamá. Eso es lo que quería contarte. Que ya no me disfrazo más. Que ya no intento más ser igual que papá para ser un gran hombre y cagarle la vida a las personas que más amo. Que ya no soy más ese ogro violento y amargado en que me fui convirtiendo. Soy feliz, quería que te pusieras contenta porque al fin encontré mi camino y soy feliz. Y quería decirte eso, que vos tuviste todo que ver. Que me di cuenta que era mentira lo que decía el viejo, que no había que darte pelota a vos porque eras pésima haciendo negocios, que eras demasiado emocional y bonachona en un mundo de hijos de puta. Que me dí cuenta que la plata y la comodidad no sirven de nada si no hay amor. Que esas cosas vos nos las enseñaste desde que éramos muy pequeñes, y yo nunca les di bola.

Que siempre me protegiste de ese sorete, que siempre quise ser como vos, vestirme como vos, tener esa belleza, esa ternura. ¿Te acordás todas las fiestas que nos poníamos a cantar boleros y bailar pasodobles? ¿Te acordás que era como nuestro ritual? Yo me sentía una artista, una de las majestuosas divas de vestido flamenco de las películas blanco y negro que vos mirabas, una Lola Flores cantando y bailando con vos, éramos la misma, mamá, vos ponías la belleza y yo el canto y el salero, ¿te acordás, mamá, mamita, mi mamita querida?


Su cara le hubiera dejado claro a cualquiera menos a vos lo que iba a decir. Te miraba como si estuvieran en la sala de visitas permitidas a las familias en la clínica de salud mental. Había mucha confusión en la capa de lágrimas que le brillaba sobre el globo ocular, una mezcla de terror con la memoria física de sus siete décadas conscientes. Te miraba como si estuviera repasando toda su vida hasta ese momento y vos hicieras saltar cada porción de pasado con tus palabras activando una rocola que sentía la misma canción pero desde un lugar totalmente distinto. Porque esa canción que volvemos a pasar una y otra vez para volver a ese espacio hermoso sin palabras donde entendemos todo aunque no entendamos nada, aunque no lo aceptemos en la otra persona, la que la creó, la otra que lo escucha desde otro camino biográfico, le desencadena sentimientos sin palabras que no son los mismos que los tuyos, porque aunque sea la misma peli, cada una la vivió desde el otro lado del espejo.

A veces nos acercamos tanto a los espejos que los rompemos. Eso es yeta.

Había lástima por vos en su mirada. Vos sólo mirabas lo que querías, lo que sólo vos podías ver reflejado, el amor y la empatía de esa pena gitana que gritaba desde el otro lado del iris de ella, no quisiste, no pudiste verle la pena y el dolor. Otra vez la había cagado, quizás pensó detrás de esa catarata contenida en la cortina licuada que se sostenía entre los párpados. Vos te imaginaste aceptación y ella lloró una culpa trágica. Al final mirá cómo y de qué manera venía a llevar razones el difunto esposo hace treinta y pico años cuando empezó a recriminarle que estaba criando al hijo segundo como un mariconcito, que lo estaba malcriando bajo su falda y con sus tonterías. Otra vez ella culpable de haber arruinado la vida de uno de sus hijos.

Habrá vuelto a decirse que no era tarde todavía. Mientras le quedase un hilo de sangre y vitalidad en ese cuerpo que se venía haciendo pasa de uva, crisálida en abandono, ella iba a defender a sus hijos como la leona que siempre había sido.

-Hijito, tenés que curarte, mirá las cosas que estás diciendo. Mamá te va ayudar pero tenés que terminar con este disparate. Todavía estás a tiempo.

-No, mamá, es al revés.

-Hijo, mira, yo te quiero más que a mi vida, por eso te lo digo. Cada quien tiene sus gustos y está bien que los tenga. Pero son cosas de la intimidad, hijo. No tienes por qué mostrarlas a todo el mundo.

-No me quiero esconder más, mamá, por favor, no.

-Es que no entiendo por qué se te han metido estas cosas en la cabeza. Tu estabas bien. Estabas volviendo con Ella. Tienes una hija que es un primor, una belleza, muy sana.

Y sí, en su confusión, enredada en la historia de su propia vida, se puso violenta para protegerte.

-¿Es que no has pensado el dolor que le vas a causar a esa criatura?

-Ella es la que mejor me entiende, mamá.

-¿Qué puede entender una nena de ocho años, hijo? Pero ¿es que tú te has chalao o qué? Venga, vamos, que me estás haciendo daño, hijo, que estas cosas no me las merezco, que soy una persona muy mayor, coño. ¿Cómo puedes hacernos una cosa así? ¿Es que nunca piensas más que en ti mismo? ¿Cómo pude haber criado un hijo tan egoísta?

Y te fuiste amargando con su dolor y el tuyo, un dulce de leche de mierda líquida que intentabas no saliera como un grito o una palabra de desprecio.

-Te voy a pedir que no me trates más en masculino, mamá. Vos sabés que te quiero mucho. Carajo si te quiero mucho. Y siempre te voy a perdonar cualquier cosa porque sé que nunca lo hiciste con maldad. Pero cada vez que me hablás en masculino es como si me pegaras. Yo no soy más un machito. Nunca quise serlo. Por favor, mamá.

-Tu siempre fuiste mi hijo.

-Tu hija, mamá,, por favor.

-Yo parí un hombrecito. Cuarenta y dos años tuve un hijo y lo voy a seguir teniendo.
En tu escena perfecta e ideal, si pudieras ser la guionista de tu vida antes de que las cosas pasen, hubieras tecleado: guión, mayúsculas, mi identidad es mi derecho, mamá, no el tuyo, yo decido quién soy y cómo me presento ante los demás, es mi derecho decidir que me llamen en femenino, yo decido quién soy, no vos, ni nadie más, punto seguido, o aparte o punto y comas, el remate, por mucho que ame a esa persona no le voy a ceder el derecho de mi identidad.

Yo creo que fue ahí cuando empezaste a quebrarte un poco. Lo dejaron ahí como pudieron y seis meses después, cuando querías celebrar tu primera navidad siendo vos misma con tu familia y amigues, cuando te acostumbraste a enmascararlo de nuevo, a ahogar los brindis de las fiestas con alcohol para ocultarte el dolor del desprecio de tu familia, aunque ibas vestida de puta orgullosa, de trava fea pero victoriosa, hasta que tu hermano mayor ejerció su derecho relicto asegurado por la Constitución a la herencia del patriarca muerto y te escupió toda su ignorancia y violencia contra el género que te había enseñado a odiar, tu propio género. Y ella cuarenta años después no aprendió, no avanzó, no te acompañó en el avance de tu camino y decidió volver a proteger la cabecera de la mesa familiar, el orden constituido que le había arruinado la vida y saltó a favor del primogénito empoderado cuando tenía que haberse interpuesto al nuevo golpe de látigo de esa lengua hiriente que siempre existió en la familia.

Te levantaste y te fuiste, furiosa. Te comiste la andanada de trompadas que la justicia de clase y de género dicta para energúmenos como estos pero defendiste tu dignidad recién asumida.

Te escribo estas cosas acá y cada vez que pueda lo voy a hacer porque creo que después usaste el encierro obligado de la pandemia para olvidarte de tu dolor. Es una recaída, amor. Sabías que ibas a tener recaídas, lo hablaste en terapia, lo lloraste con amigas cien veces. No te frustres, es lógico, o natural. Quiero decir que no te des con un caño, que no estás loca ni sos mala. Mucho menos volviste a ser malo.

Nos vamos quedando pegadas a los recursos que usamos para sobrevivir. No se tiene que culpar nunca nunca a una sobreviviente por sobrevivir. La vida no te regala un manual de instrucciones para usar correctamente la persona que fabricaron cuando nacemos. En la incubadora no te ponen un casette con las recomendaciones específicas para el cuerpo o la sensibilidad que acaban de dar a luz. Después en la escuela los manuales que usan son para personas ideales que deberían corresponderse con tus genitales y el corte de pelo que usás. Nunca hablan de vos. A vos te queda tener que usar lo que encuentres tirado en tu camino, a ciegas amora, siempre a ciegas aunque creas que tenés la visión más clara del mundo. Mucho más, siempre están inventando esquemas y filosofías que parecen aclarar el universo y no paran de chingarle.

Estuve averiguando en los primeros meses de pandemia y tu sicóloga nos dijo que podría ser pérdida de la memoria de corto plazo generada por un trauma emocional demasiado fuerte. Que no es común –pero qué carajo viene siendo común en nuestra vida, ¿no?- en personas que no han recibido un golpe o una herida que afecte al cerebro pero que hipotéticamente un golpe emocional muy fuerte en una persona muy sensible puede provocarlo. ¿Después te acordás que leímos la última novela de la Piñeiro y te fascinaste con el personaje de la mejor amiga de la pibita que matan? A vos siempre las verdades se te aparecen en la literatura, como si estuvieras leyendo la verdad revelada más científica del mundo, acordate. Los libros dicen la verdad. Supongo que lo arrastramos de la crianza católica, el libro que dice la verdad, el libro sagrado, la palabra revelada.

Amnesia Anterógrada se llama cuando tenés toda la memoria como la tenías hasta el evento traumático y después de ahí no recordás nada y reseteás la compu cada vez que te vas a dormir. Pero en nosotras no funciona así, mi amor. Siempre sospechamos que teníamos cagada la capacidad de recordar y eso nos llevó a estudiar Historia, acordate. Cuestión que nuestra amnesia no era una amnesia común y corriente, que va, si nosotras no podemos ser comunes y corrientes, my love. Yo creo que como lo nuestro no es producto de un trauma neurológico, sino emocional, nos fuimos acostumbrando a clavar amnesia anterógrada cada vez que nos desborda un golpe y cuando nos sentimos fuertes de nuevo retomamos la claridad.

Ahí se me ocurrió hacer lo mismo que le aconsejan los médicos a la personaje de la novela y ponerme a escribirte en las libretas, libritos, libretos que venimos juntando, para que cuando te sientas muy sola y desesperada te acuerdes de quién sos y recuperes el hilo. 

Quizás elegimos que las libretas sean cada vez más lindas y llamativas para que nos puedan sorprender de la nada, como si fuera pura casualidad encontrarla aparentemente fuera de su lugar, en la mesa del almuerzo, molestando entre las sábanas. Para que nos recuerde todo sobre nosotras y este camino ya larguísimo que venimos luchando para entendernos.

Si estás flashando porque creés que es la primera vez que te pasa una cosa así fijate bien. Llevás muchos años escribiendo las cosas que te pasan como si fueran una novela de ridiculeces que le pasan a otro. A otre, bueno. Ponete a leerlas con paciencia. Acordate de controlar tu respiración y léete a vos misma. La prueba más irrefutable de que no estás loca es que, vos lo sabés muy bien, ésta es tu letra.

Mucha fuerza, boluda, vamos a salir de este laberinto, vas a ver. De alguna forma vamos a ser felices. Todo va a salir bien. Te amo. Cuidate, cuidanos. No dejes de escribirte, ni de leerte, es la única forma de tenernos presentes, de recordarnos y no volver a matarnos.

Para corregir es menester releer. Leer todo lo que escribiste de nuevo. Una y otra vez, hasta que salga como vos deseás.



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