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domingo, 16 de marzo de 2014

El mejor amigo del Flamenco

(crónica inédita de la serie SERIGRAFÍAS PORTEÑAS)


Crónica del tercer aniversario del tablao flamenco El Perro Andaluz, Bolívar 854, San Telmo, Buenos Aires

Quiso la casualidad -o la magia- que conociera el Flamenco en vivo y en directo por primera vez en mi vida, justo el día que uno de los más importantes tablaos del género cumplía sus primeros tres años de vida. No es cuestión de andarse peleando ni ofendiendo a nadie pero digamos que para los artistas del Flamenco en la ciudad -y muchos del extranjero- se ha convertido quizás en el más amado.

El lugar, de noche, parece sacado de la cabeza de Cortázar: por afuera, da la impresión de ser un pequeño boliche de esos que abundan en San Telmo, con el espacio suficiente para divertirse en medio de la asfixia, sin embargo por dentro es enorme, como un viejo bodegón porteño de esos que no existen más. Su pared sur conserva una diversa gama de ladrillos rojos de diversos tamaños y formas, lo que evidencia un origen colonial.

Vaya a saber para qué se construyó originalmente y quiénes la habitaron durante quinientos años, pero hoy aporta su magia al tablao. Algó habrá en ella del sudor de los esclavos que la construyeron, las pisadas de los criollos que la fatigaron con sus comercios, sus amores, sus luchas, de los ricos que las habitaron en el despilfarro como de los miserables inmigrantes que las okuparon cuando la fiebre amarilla transformó al barrio más oligárquico de la ciudad en el más proletario.

Se nota claramente por qué los artistas flamencos porteños adoran este lugar: el centro, el corazón, el ambiente más importante, más cuidado, más mimado, no es la cocina ni el espacio destinado a los ocasionales “clientes”, es el escenario: amplio, generoso, con la acústica y las luces exactas, con la disposición y la consistencia que la artista que lo concibió, la bailaora María de la Paz, habrá soñado desde vaya a saber cuándo.

Es extraño reseñar un espectáculo de una cultura tan importante y extraña para alguien que la ve por primera vez. Conozco el Flamenco como la gran mayoría de la población medio culta de esta ciudad: de haber escuchado temas sueltos, alguna vez un CD comprado al azar de (Paco de Lucía), algún amigo o amiga que te hizo oír algo alguna noche y no mucho más. Nunca estuve en Andalucía y nunca tuve la guita para pagarme una entrada cuando vino Camarón o el recientemente fallecido mago de la guitarra.

Pero la experiencia del cante, las palmas y la caja al compás frenético del zapateo, esas guitarras que entreveran miles de años de desiertos, luchas, sueños y lágrimas, guitarras que parecen tejer los hilos de una manera extraña, en un lenguaje que nos suena absolutamente ajeno pero que por algún motivo se nos mete en la sangre.

Esa experiencia no se puede tener viendo un video por youtube, por más buena onda que uno (o una) le ponga.

Entre más de cien concurrentes creo que era el único neófito, y como todos/as parecían amigos/as de la casa, bailarines, músicos y cantaores/as, me sentía más raro, como un bicho. Los “óles” caían todos en el mismo compás, el aplauso, las bromas... parecían ocultar un código para “entendidos” que se me escapó toda la noche.

Soy incapaz de decir si lo que vi fue el mejor o el peor Flamenco de la ciudad, pero puedo reconocer que todas las voces que escuché esta noche me emocionaron, en particular la de una cantaora de la que ignoro el nombre, quien, fuera de programa, fue “presionada” por su amiga a subirse y acompañar con unas coplas.

Esta joven mujer sacó de su más profundo interior una voz llena de fuerza para cantar con una pena indescriptible que, para qué le voy a mentir, me arrancó las lágrimas, también fuera de programa.

Lo mejor de la noche fueron precisamente esos números fuera de programa. Ojo, se trata de gustos, no discuto el enorme valor estético del espectáculo montado antes, pero cuando entraron a subirse bailaores y bailaoras algunos con ropa de calle, y gente que se acomodaba como si estuviera en el patio del caserón del abuela, sin saberlo, se olvidaron del mundo y se entregaron a una fiesta pura de energía, alegría y entusiasmo que arrancó a todo el mundo del asiento y de la pose de espectador.

Quizá eso sea lo que los entendedores llaman “el duende” del Flamenco, ese momento único que no puede ser preparado ni planificado, aunque sí, desde ya, ensayado, buscado, perseguido...

Buenos Aires está viviendo una crisis cultural hace rato. La cantidad de gente con “pupila, talento y salero” para las más variadas expresiones artísticas que patean esta ciudad es enorme, increíble y, al mismo tiempo, es inversamente proporcional a la posibilidad que tienen para pulir su arte y mostrarlo.

La emoción de esta noche seguramente está relacionada con el esfuerzo de Paz y los suyos para mantener en pie El perro... parece increíble que por 40 pesos se pueda experimentar algo tan hermoso, de tal calidad y en cantidades industriales. Parece inreíble que esa sala no esté llena todos los fines de semana.

Sin embargo, si se mira bien, todo San Telmo de noche es, aunque parezca la meca cultural de una ciudad cosmopolita, una especie de museo donde ud. puede observar las más variadas expresiones culturales que alguna vez supieron ser masivas, en vías de desaparición.

Responsabilidad obvia de un sistema que, al revés de los artistas, piensa en ganancias antes que en experiencias emocionales. Está claro. Pero también, aunque menos evidente, de un mundo artístico fragmentado, aislado, narcisista, que no logra conectarse con corrientes profundas de la población, cantar y tocar sus sentimientos, o al menos convocarlos para eso y que prefiere la aventura de buscar una salida individual, esperando la mano del mecenas o del Estado, en lugar de la mucho más segura y dura vía de la organización y la lucha colectiva contra la dependencia del mecenas y del Estado.

Uno no es nadie para andar escribiendo estas cosas, ni los editores parecen creer en la necesidad de publicarlas, pero me meto de puro bruto y me permito confiar en que también entre esas y esos trabajadores incansables, proletarios de los sueños, la música y la danza, saldrán compañeras y compañeros que entenderán que el duende que se vió hoy en El perro lo lograron con la solidaridad de cientos de personas que, el resto del tiempo, actúan solas.

Ellas y ellos abrán encontrar los métodos y la templanza para que el Flamenco deje de languidecer y se transforme en la forma de expresión de miles de personas que necesitan gritarle al mundo su dolor, su orgullo, su pena, su lucha. Así se hizo mundialmente famoso. Así renacerá alguna vez. O al menos eso deseamos.

San Patricio en Malvinas

(artículo inédito de la serie SERIGRAFÍAS PORTEÑAS)

Sobre el nacionalismo irlandés

Todos los 17 de marzo los porteños nos empachamos de imágenes televisivas de cientos de personas emborrachándose en las tabernas del Bajo Retiro y para muchos esa es la única impresión que les quedará de una de las culturas más ricas e interesantes del planeta.

Se trata sin embargo de una de las celebraciones más extendidas por el globo, debido a la importante corriente de inmigración irlandesa de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. La terrible explotación del campesinado, por parte de señores feudales irlandeses e ingleses, llevó a una terrible crisis agraria que se extendió entre 1845 y 1852, provocando epidemias de hambre (que recuerdan como the Great Famine) que empujaron a la población de la pequeña isla a emigrar forzosamente a Estados Unidos, Argentina y cientos de otros países.

San Patricio, fallecido un 17 de marzo del año 460, es considerado por la tradición como el responsable de haber convertido al catolicismo a la gran mayoría de la población gaélica, descendiente de los pueblos indoeuropeos que poblaron la isla durante el Paleolítico y que conservaba una religión propia ligada al culto de las fuerzas de la naturaleza.

El catolicismo en Irlanda, como en otras regiones celtas, fue sufrido como la ideología del imperio romano invasor y asesino. Pero la conversión de la nobleza inglesa a las religiones protestantes lo transformaron en la ideología religiosa de la lucha por la independencia nacional, ya que la isla fue la primer colonia de Inglaterra, conquistada en 1171.

Otro símbolo característico de la cultura irlandesa también se debe a San Patrick, el famoso trébol verde de tres hojas, the shamrock, que la leyenda dice fue usado por el sacerdote para explicarle a las masas esa idea tan extraña según la cual dios es uno y tres al mismo tiempo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La lucha del pueblo irlandés –y de parte de su clases poderosas también- contra la explotación del Imperio Inglés ha sido parte inseparable de su vida cotidiana durante más de 700 años, hasta que el Ejército Republicano (IRA por su sigla en inglés) logró la independencia de Inglaterra y la instauración de una República burguesa en 1922, después de entregar a los sectores más radicalizados de las ciudades y el campo que buscaban algo más parecido a una República de Trabajadores, como recuerda la excelente película de Ken Loach, El viento que acaricia el prado (2006).

Para los irlandeses católicos (la gran mayoría de las clases pobres) del Norte de Irlanda, todavía sigue siendo la rebeldía contra los protestantes ingleses parte esencial de su vida, por eso quienes nacimos en el siglo XX identificamos al IRA como lo que terminó siendo: un grupo terrorista que combatió hasta principios del nuevo siglo colocando bombas en diferentes símbolos del régimen invasor.

Es por esta razón que el irlandés debe ser uno de los pocos pueblos cuyo folklore está marcado por las canciones de protesta, al punto que constituyen un género específico, las rebel songs.

Uno de los grupos de canciones rebeldes más famoso es The Wolf Tones, que curiosamente dedicó una canción en homenaje al Almirante William (Guillermo) Brown, fundador de la Armada argentina, nacido en 1777 en County Mayo, Irlanda y que dirigió los barcos de las Provincias del Río de la Plata en la guerra contra España y el Imperio de Portugal desde 1810 hasta 1826. Considerado el fundador de la Armada Argentina, Brown pasó sus últimos días en su quinta de La Boca conocida por los hinchas como Casa Amarilla. Se dice que su esposa, Elizabeth Chitty, inglesa y portestante, fue enterrada bajo la actual plaza 1° de Mayo, en el antiguo cementerio para protestantes del rosismo, en Balvanera.

La canción reivindica la lucha de 1806 y 1807 contra las Invasiones Inglesas, homenajea a San Martín y al pueblo argentino en su lucha por la “libertad”.

El nacionalismo católico de la banda es superado por su odio al imperialismo inglés y la denuncia de sus crímenes en todo el mundo. Antes de dedicar su estribillo a “Islas Malvinas Argentinas” (literalmente y en castellano), los Wolf Tones nos recuerdan que la colectividad irlandesa en Argentina es la quinta por tamaño de irlandeses fuera de Irlanda, producto de la inmigración de pastores de ovejas durante el boom de la lana de 1860 a 1873 y de cientos de miles los irlandeses que terminaron trabajando como obreros manuales en los trenes, debido a su manejo del idioma de los patrones británicos, y en las primeras industrias nacionales que nacieron después de la crisis de 1890.

La canción, que no menciona a los explotadores irlandeses y su rol en la opresión de su propio pueblo durante siete siglos ni el abandono de sus hermanos del norte, todavía bajo el yugo de la Corona, es un profundo llamado a los irlandeses de todo el mundo a no colaborar un segundo en el apoyo a Inglaterra en la cuestión Malvinas.  

Otra de las bandas folklóricas irlandesas más importantes, The Chieftains, publicó en 2010 un CD completo dedicado al Batallón San Patricio, que desertó en 1846 del ejército norteamericano que invadió México y terminó anexándose los actuales territorios de Texas, California y Nuevo México. El batallón decidió pasarse a la defensa de un país católico y sojuzgado por un Imperio heredero de los británicos y lo pagó con su vida, después de ser marcados con hierro candente y ahorcados el 13 de setiembre de 1847 frente a la Batalla de Chapultepec, en el mismo instante que la bandera yankee flameaba en la capital de México.

Valga esta semblanza para recordar la mejor tradición cultural de un nacionalismo progresista, que lideró al pueblo irlandés durante siglos en lucha por su independencia, al punto que se transformó en una especie de extraño internacionalismo que los unió con todas las naciones invadidas del planeta. Aunque sea para que los próximos 17 de marzo recordemos algo más interesante que el atávico abuso de los varones explotados de Irlanda por el whiskey y la cerveza Guiness.

domingo, 9 de marzo de 2014

Sirvientas, madres o cazadoras

Sobre el verdadero lugar de las mujeres en los orígenes de la especie humana

 

Es muy común que cuando se enseña la historia de la humanidad en los tres millones y medio de años que duró el Paleolítico, se explique en los manuales del secundario, que existía una división sexual del trabajo que permitía organizar la vida social y económica de las tribus y clanes. Según esta fórmula tan repetida, mientras los varones se dedicaban a tareas arriesgadas como la caza, las mujeres se quedaban con tareas de menor requerimiento de valentía y destreza como la de cuidar a niños/as y ancianos/as o juntar frutos y vegetales maduros del suelo.

Esta visión no es real, es producto de una serie de prejuicios típicos de las sociedades patriarcales y machistas nacidas en los últimos 5 mil años producto del nacimiento de la explotación de clases sociales ricas sobre poblaciones oprimidas, ya sea en economías agrícolo-pastoriles o industrializadas.

Su objetivo es el de justificar la opresión que sufren las mujeres en nuestra sociedad con un argumento “natural”: ya que “siempre” habrían ocupado un lugar secundario en la sociedad, casi como si estuviera determinado en nuestros genes.

Las personas más conscientes de este daño combaten esa idea recurriendo a los registros arqueológicos que muestran la existencia, desde el mismo Paleolítico, de un extendido pensamiento religioso donde se adoraban diosas femeninas relacionadas con la maternidad y por lo tanto con la creación de vida, lo que valía para convertirlas en proveedoras de todo tipo de alimentos, las “diosas madre”.

Si bien este argumento es correcto, y permite demostrar que las mujeres ocupaban un rol protagónico en la vida humana desde sus orígenes, termina contribuyendo a fundamentar otra imagen “natural” e incompleta del rol de la mujer en nuestro pasado como especie, ese rol que la encadena a su útero, a su capacidad única para engendrar nuevos seres. Así, pasamos de la mujer pasiva que junta manzanas mientras el macho caza, a la idea de que las mujeres tienen una importancia fundamental, pero siempre que sean madres.

Este artículo intenta contribuir en tan necesaria batalla llamando la atención sobre otro rol que las mujeres han ocupado en los orígenes, el de cazadoras y guerreras.

Para entender la mitología
El gran problema de conocer cómo vivíamos los seres humanos hace tres millones de años está en la dificultad para entender las pruebas que nos quedaron de esas épocas. Lo único que sobrevivió fueron las cosas que fabricamos de materiales que existieran el tiempo enterradas bajo varios metros de profundidad o en cuevas. ¿Cómo interpretamos herramientas y armas de madera petrificada, hueso o piedra? ¿Para qué servían, cómo se usaban?

Cuando arqueólogos e historiadores forjaron la idea de una división sexual del trabajo, lo hicieron trasladando sus propias concepciones sobre el rol de la mujer en la sociedad del siglo XIX (dependiente, secundario, atado al hogar, pasivo, etc.) a un pasado tan remoto que sólo podían imaginarlo.

Las concepciones sobre la importancia de rituales mágicos donde se adoraban “diosas madres”, al menos tiene la virtud de estar basada en estatuillas de madera o hueso con formas de mujeres de vientres anchos y grandes pechos, que podrían interpretarse en un sentido de fertilidad, abundancia, embarazo. Pero nada dice que la única relevancia que nuestros remotos antepasados dieron a las mujeres haya pasado pura y exclusivamente por el hecho de que fuesen madres y dadoras de vida.

Hay otro registro que puede ser utilizado para intentar fundamentar una idea de cómo era el rol femenino en el pasado, el estudio de las religiones antiguas. Si bien se presta a la interpretación y la subjetividad, es posible “leer” en las religiones la síntesis de una serie de ideas contenidas en ellas que nos iluminen sobre los seres que las inventaron.

Para lograrlo en primer lugar hay que seguir la genial idea de Karl Marx de que “no fueron los dioses los quienes crearon a los seres humanos sino los seres humanos los que inventaron a los dioses a su imagen y semejanza”.

Y es que cada sociedad humana, desde que comienza a pensar cómo funciona el mundo que la rodea, imagina causas, explicaciones. Y por lo tanto, la idea de que existen seres mágicos, fuerzas invisibles y poderosas que ordenan el mundo real, es la que está en la base de todas las mitologías, desde las del paleolítico hasta las de los superhéroes del mundo actual.

En un primer momento creíamos que se trataba de la energía que habitaba en todas las cosas que nos rodeaban, una especie de espíritu mágico que daba sentido al mundo. En los primeros cientos de miles de años, nuestra especie sobrevivía de una manera brutal y cruel, el ambiente que nos rodeaba era terriblemente hostil. Ni siquiera cazábamos, nos limitábamos a juntar frutas, raíces, plantas del suelo y a robarnos las sobras de lo que otros animales cazaban. Cualquier inundación o incendio natural terminaba en horas con buena parte de la tribu. Admirábamos el poder del viento y la lluvia, del trueno y el relámpago y de los animales más feroces, los depredadores.

Intentábamos que ese poder se nos pegase y por eso los primeros rituales religiosos de nuestra especie se reducían a imitar a las fuerzas naturales con la ilusión de que su fuerza se transmitiera a nuestros cuerpos.

Es por eso que aún en los dioses inventados millones de años después, como Zeus u Odín, se mantuvieran símbolos de poder como el rayo o el trueno, propios de ideas muy anteriores.

Antes de descubrir la forma de producir nuestra propia comida con la Agricultura y la Ganadería (la Revolución Productiva más importante de nuestra historia hasta la Revolución Industrial), cosa que pasó más o menos hace 10 mil años, en algún momento aprendimos a conseguir nuestras fuentes de carne animal sin depender de las sobras de los demás y nos hicimos cazadores/as. La caza no es una tarea fácil, sobre todo si sólo tenemos una tecnología basada en el uso de cuerdas, palos y piedras. En realidad el arma más importante de los primeros cazadores/as fue siempre el trabajo colectivo. Cualquier mamífero obligado a defenderse, no importa su tamaño o inteligencia, se transformaba en una amenaza mortal para quienes lo perseguíamos. En épocas donde éramos grupos muy pequeños y donde cada individuo era un aporte imprescindible para la sobrevivencia de la comunidad, la muerte de los cazadores y cazadoras era un lujo a evitar.

Por eso la comunidad intentaba apelar a la fuerza o espíritu de los animales que tenían mejores dotes para la caza para contagiarse y tener éxito en la tarea.

En esas épocas comenzamos a adorar dioses y diosas con forma de predadores, cada comunidad según su ambiente: los grandes felinos (tigres, leones, pumas), las aves rapaces (águilas, halcones, búhos), los grandes cazadores en manada como los lobos, o solitarios como los osos; incluso reptiles e insectos como las arañas y serpientes venenosas o los cocodrilos. Sus pieles, plumas y escamas, sus picos, garras o patas, sus forma imitadas en madera, barro o piedra tallada se transformaron en objetos mágicos, amuletos o tótems que terminaron diferenciando a cada tribu del resto. Millones de apellidos en el mundo hoy día siguen mostrando este origen profundo.

Muchos de los dioses y diosas venerados por las sociedades patriarcales y agrícolas de todo el mundo, aunque ya no dependiesen más de la caza, siguieron manteniendo una identificación con ese pasado y no faltan ejemplos de las divinidades zoo-antropo-mórficas de Egipto, Persia o la India para demostrarlo.

En conclusión, podríamos decir sin ningún temor que cuando se reconoce una divinidad que porta atributos propios del mundo natural o de animales predadores, se está leyendo a una comunidad humana que nos explica a su modo de dónde vienen y a qué se dedicaban millones de años atrás.

Los pueblos indoeuropeos
Hay un particular grupo humano que dejó una marca importante en la cultura de muchas sociedades actuales aunque, contradictoriamente, son muy difíciles de reconocer. En primer lugar porque los que fuimos educados en el mundo occidental, descendientes de las potencias coloniales europeas, sólo los conocemos a través de la deformación de la mirada del imperialismo romano, que llamaron a todos los pueblos de pastores y cazadores que habitaban las estepas eslavas, las llanuras actualmente alemanas y francesas y las montañas y fiordos del norte con un nombre genérico griego, keltoi, que en castellano se traduce como celta y al que los romanos también denominaban galos. De ahí viene el curioso hecho histórico de que muchas poblaciones tan distantes entre sí como el Cáucaso, las Islas Británicas o el noroeste de España tengan lugares con nombres similares: Galitzia, Gales y Galicia.

Las culturas de Oriente tienen mucho más presente la influencia de estos pueblos porque tanto en el Imperio Chino, como en los diferentes “principados” hindúes y sobre todo entre los persas, su impacto fue más evidente. Mientras para los romanos se trataba de pueblos ordinarios y salvajes que no merecían otro trato que el de la anexión, el asesinato en masa o la explotación, para la Mesopotamia  los valles fértiles del Indo y el Ganges se trató de pueblos que ocuparon y conquistaron esos territorios durante la cantidad de tiempo necesaria para imponerles sus rasgos culturales. Los descendientes de los “celtas” que lograron vencer al imperio romano en el siglo V d.C. ya lo hicieron después de siglos de “romanización” por lo que mucho de su cultura original se perdió.

La Historia y la Arqueología -tan faltas de poesía a pesar de ser ciencias tan apasionantes-, les dieron un nombre también genérico y sin alma: pueblos indoeuropeos. Estos pueblos se habrían asentado en las llanuras, montañas y estepas asiáticas entre los territorios que conocemos como la estepa rusa y el sur de Ucrania entre el 100 mil y 90 mil años atrás aproximadamente.

Los cambios climáticos y tecnológicos que se dieron entre el 1200 y el 1000 a.C. los llevaron a buscar nuevos ambientes donde desarrollarse y allí comenzó su peregrinación hacia el Este, luchando contra las poblaciones sedentarias del río amarillo, al sur, penetrando en bosques y selvas de la península hindú y hacia occidente, llegando a dominar la Mesopotamia a partir de los medos y persas, o habitando progresivamente la península helénica, adoptando nombres como dorios, jonios o aqueos, quienes iban a ser, en última instancia, los creadores de la cultura más importante para Europa.

En el resto de Europa siguieron viviendo de formas muy parecidas a su terruño natal, entre clanes y tribus basadas en relaciones de parentesco, compartiendo una propiedad colectiva de los medios de subsistencia  dedicándose a la agricultura en pequeña escala, el pastoreo de mamíferos productores de lácteos y abrigo y a la caza mayor.

Así vivieron durante miles de años antes de la migración del siglo XIII. Y se supone que su enorme capacidad para el combate (al que aportaron dos novedades que les dieron ventaja en su migración sobre todo el resto, el combate a caballo y el uso del hierro en sus armas), devino de miles de años perfeccionándose para cazar animales feroces y de la permanente necesidad de enfrentarse con otros grupos humanos en disputa por el mismo territorio. Miles de años de nomadismo y caza los prepararon para matar más eficientemente que a civilizaciones muy poderosas y desarrolladas que durante ese tiempo se dedicaron las artes menos bélicas propias del sedentarismo: astronomía, geometría, contabilidad, ingeniería, escritura, comercio, alfarería, etc.

Estos pueblos veneraron una serie de divinidades que muestran la supervivencia de cultos ancestrales. Y la gran novedad, es que la gran mayoría, son divinidades femeninas relacionadas con armas de combate y caza y con animales totémicos relacionados con la fuerza, la destreza, el coraje y la inteligancia necesarios para cazar.

Las diosas cazadoras
En una imagen anónima del siglo XVIII (d.C.) se puede ver la representación de la diosa hindú Durga (que en sánscrito significa “la invencible”), cabalgando un hermoso tigre de bengala y en cada uno de sus ocho brazos portando, un cetro de poder, una campana y diversas armas, las más antiguas que se hayan usado para la caza y la guerra como el escudo, la lanza y el arco y flecha y algunas propias del combate cuerpo a cuerpo, como dagas y una cimitarra árabe.


Entre los antiguos armenios y los persas se adoraba a una diosa relacionada con el agua, la fertilidad, la sexualidad y la guerra, llamada Aredvi Sura Anahita, que los zoroastristas identificaron con el planeta que los romanos llamaron Venus y que podría ser tranquilamente uno de los orígenes de las más conocidas Afrodita y Venus. Los griegos que combatieron al imperio Persa la conocían como la Artemisa Persa. En las diferentes imágenes que se pueden consultar siempre aparece rodeada de leones que bien pueden ser leonas, uno de los felinos más emblemáticos de la caza y la guerra en miles de culturas humanas de todos los tiempos.

También identificada con el león estaba la diosa hurrita, de la región de Kish, en la península anatólica, Hebat, divinidad de la fertilidad y compañera del dios de la guerra.

Cruzando el charco, los griegos -también provenientes del tronco común de hititas, hurritas, hindúes y persas- hicieron famosa a una diosa de la caza, la fertilidad y la sexualidad, Artemisa, a quien los romanos adoptarían por su prestigio e importancia con el nombre de Diana, y que es representada desde hace milenios con un arco y flecha y rodeada de un ciervo (presa habitual de los cazadores de los bosques húmedos europeos) y un ciprés (que además de ser uno de los mejores árboles para construir casas demuestra el vestigio de una creencia animista).

En Arcadia (región del Peloponeso) su rey mitológico fundador, Licaón, tuvo como hija a Calisto, quien después de la conquista de los griegos del norte pasó a integrar el séquito de ayudantes de Artemisa (como todo sincretismo, nunca se sabe si es producto de un invasor tolerante con los cultos locales, el producto de una alianza entre las clases dominantes invasoras y as que se dejaron invadir o la tenaz lucha de un pueblo sometido por sostener sus creencias). Seguramente era una diosa ligada a la caza, no sólo por su identificación con Artemisa sino porque en su propia mitología era madre de Arcas, el cazador. Cuenta la leyenda que Artemisa, enojada por su maternidad, la convirtió en una Osa, (otro animal totémico ligado a la caza propia de bosques húmedos, la pesca, el coraje y la protección de la familia) con tan mala suerte que su hijo casi la mata y que, Zeus, para protegerla, decidió enviarla al cielo, dando a luz a la constelación de la Osa Mayor, que bien llamada debería ser de Calisto.

Finalmente, y ya que estamos entre osas, en los bosques al norte de los Alpes, desde la actual Suiza hasta las Islas Británicas, pasando por la antigua Germania y Franconia, reinaba una diosa cazadora muy particular, identificada también con el arco y la flecha, que solía montar a caballo mientras cazaba, cuyo animal totémico era la Osa y que la mitología escocesa, galesa e irlandesa reconoce con el nombre de Artio. De tanta importancia que se sospecha una relación entre la diosa y el nombre del Rey mitológico más importante de esos lugares, el galés Arturo, sí, el de los Caballeros de la Mesa Redonda.

(Como nota al margen, nótese que en la mitología moderna desarrollada por Disney en sus películas animadas de los últimos 20 años, coinciden dos símbolos femeninos que luchan a caballo y utilizando arco y flecha, de dos culturas que podrían tener un tronco indoeuropeo común: la china Mulán, de 1998 y la escocesa Mérida de Valiente de 2013).

Para no abrumar (y porque ellas requieren un capítulo aparte) sólo mencionemos al pasar a las diosas más importantes de las civilizaciones más antiguas del mundo de las que se tienen registros, las de los pueblos de la Mesopotamia y Egipto, que parieron diosas del amor, el sexo, la guerra y la fertilidad como Isis, Ishtar, Innana y Astarté. En la imagen más antigua que se tenga de la diosa sumeria Inanna, probablemente de 1800 años a.C. se la muestra con alas y garras de algún ave de cazadora, probablemente la lechuza, ya que dos ejemplares la acompañan a ambos lados mientras que a sus pies reposan un león y una leona en clara actitud desafiante. Identificadas en épocas agrícolas con las estrellas (Sirio) y planetas (Venus) usados, como la Luna, antes de descubrir el calendario solar, para marcar el tiempo de la siembra y la cosecha, su influencia en las religiones de toda la región euroasiática es tan importante que hay que ser un erudito para distinguir los matices entre tanto sincretismo.

El rol histórico de las mujeres

Evidentemente, para este grupo de seres humanos durante los miles de años que se dedicaron a recorrer la geografía de Asia y Europa, obligados por necesidad a perfeccionar los métodos y las armas para cazar, luchar contra otros pueblos o defenderse, las mujeres tuvieron un protagonismo que en algún momento los llevó a creer que una diosa, una mujer invisible y todopoderosa, probablemente alguna de las ancestras fundadoras de alguna de las familias más prestigiosas del remotísimo pasado, les conseguirían mejores resultados en esas tareas que ninguno de los varones míticos que conocían.

Y es que, si uno o una se saca el velo del patriarcado de los ojos por un momento, y hace la misma reflexión que los arqueólogos e historiadores del siglo XIX, le puede parecer mucho más lógico que los primeros seres humanos, en tan disminuidas condiciones, a la hora de salir a jugarse la vida para conseguir carne, en lugar de fijarse en los genitales de los miembros de la horda, el clan o la tribu, meditaran sobre su fuerza, agilidad, coraje e inteligencia.

Y conociendo el verdadero papel heroico que juegan las mujeres de las clases explotadas y oprimidas en la historia humana, defendiendo sus condiciones de vida y las de su familia al punto de hacer los sacrificios más inimaginables, no sería nada raro suponer que fuesen elegidas las mujeres jóvenes para ir a cazar.

Pero mucho cuidado con creer que esta larga excursión por la historia humana termina defendiendo que las mujeres habrán tenido un lugar equivalente al de los varones en la organización social paleolítica o que este coraje, inteligencia y fuerza son propios del todas las mujeres por simple constitución genética.

En el primer caso la igualdad no era un tema de género en el origen de los tiempos, sino del conjunto de la comunidad, ya que la desigualdad se inventó recién con la propiedad privada, las clases sociales y el Estado -como dijimos-, hace 5 mil años nada más.

En el segundo caso, hasta que no se descubra una correlación genética superior entre testículos u ovarios y coraje, queda claro que esas virtudes sólo surgen ante la extrema necesidad, y así como millones de mujeres trabajadoras pueden caer como víctimas del sistema social en la más profunda depresión y muchas mujeres de la burguesía o la aristocracia pudieron haber dado muestras de arrojo y valor en circunstancias específicas y concretas de sus historias personales, la historia demuestra que es más fácil encontrar estas virtudes entre las mujeres de clases oprimidas que al revés, simplemente porque son ellas quienes tienen en su vida de todos los días las mayores presiones y necesidades a la hora de sobrevivir.

Así como uno sueña con un futuro donde la humanidad sea capaz de garantizar las mejores condiciones materiales de vida para el conjunto de la población, aprovechando al máximo los conocimientos de la revolución industrial, también pretendemos que sean repartidos en forma igual y sin distinciones de ningún tipo para todos y todas, retomando la mejor tradición de la igualdad real que nos caracterizó como especie durante tres millones y medio de años antes de descubrir la Agricultura.

Esperemos que en ese momento recuperemos para todos y todas, ese profundo, atávico valor, inteligencia, fuerza y coraje que las mujeres de nuestra especie han sabido darnos en los peores momentos de nuestra Historia.

Zarina, el hada pirata

(reseña inédita de la serie CINE INFANTIL PARA MADRES Y PADRES CONCIENTES)

Un comentario sobre Tinker Bell: Hadas y Piratas


Nadie discute que las películas de Disney, junto a las diferentes Iglesias y el Estado, como dijera John Lennon, “nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad”.  

Para quienes somos padres y madres en este mundo, en este instante concreto, se nos plantea el desafío de no colaborar con la “programación” de las cabezas de nuestras hijas e hijos pero al mismo tiempo no aislarlos de la cultura de su tiempo, en última instancia, de su cultura.

Entonces vale la pena tomarse el trabajo de buscar entre tanta porquería aquello que nos pueda servir de puente hacia los valores que nosotros/as  queremos promover.

Porque mientras luchamos para que las nuevas generaciones ocupen un lugar que les permita desarrollar mejores valores y contenidos en el cine, este es el cine que tenemos.

Pues bien, contradictoriamente, la última película de hadas de Disney Co., Tinker Bell, Hadas y Piratas, estrenada en Buenos Aires en febrero de este año, es una película muy útil.

Se trata de la sexta película de la saga de Tinker Bell que, para quienes no la conocen aún, es la “historia de vida” del hada famosa de Peter Pan, que en castellano llamamos “Campanita” porque, según el cuento original de 1904 del escocés James Mathew Barrie, cuando las hadas hablan los seres humanos escuchamos un sonido de pequeñas campanas en lugar de comprender su voz.

Disney, jugando con el “apellido” inglés del hada del cuento, idéntico al de otro escocés, el inventor del teléfono, Alexander Graham Bell, imaginó que Tinker Bell era un hada “artesana”. En la primera película de la saga, de 2008, se retoma la mitología popular de las islas británicas antes de la llegada de los romanos, en la que los campesinos, cazadores y pastores escoceses, bretones, galeses e irlandeses creían que cada aspecto de la vida natural estaba organizado por pequeñas personas mágicas, los varones llamados duendes, las mujeres llamadas hadas.

Es una idea muy primitiva, emparentada con esa imagen tan común de la abuela que, para salir rápido del problema, le explica al nietito que las agujas del reloj giran “hay un enanito adentro que lo mueve”.

Y aunque sea primitiva, tuvo el valor para los primeros seres humanos de intentar salir de la ignorancia absoluta sobre el funcionamiento de la realidad, obligando a sus cerebros a comenzar la milenaria búsqueda de las leyes que lo explican.

La novedad que aporta Disney es muy significativa, ya que entre las tareas de las hadas (hacer crecer las plantas y los animales, movilizar agua, aire y fuego, trabajar para que se desenvuelvan las cuatro estaciones, etc.) Tinker Bell viene a ocupar el lugar de Hada Artesana, es decir, colaborar en la fabricación de herramientas e instrumentos que faciliten la tarea de las otras hadas. Tinker Bell fue la inventora de las máquinas en el mundo mágico de Nunca Jamás y por lo tanto se transforma en una reivindicación de la Revolución Industrial insertada en una mitología pre-agrícola, lo que tiene la virtud de rescatar una significación positiva y no reaccionaria de dicha mitología. Es decir, si bien la saga de Tinker Bell podría aportar al nefasto sueño con un mundo anterior al moderno, idílico y bucólico, cuando reivindica la capacidad humana para transformar la naturaleza en su propio provecho, le da un sentido totalmente diferente, que anula al anterior o lo lleva a su mínima expresión.

Pero lo realmente mágico es que Disney le da la tarea de la creación y fabricación de máquinas, propia del mundo masculino, a una mujer. ¿Qué estará pasando en esos estudios que a los inventores de las princesitas se les escapa un arquetipo que rompe el molde tradicional que el propio Disney inventó para las mujeres, atadas al hogar y las tareas “de señoritas”?

En esta nueva peli, la protagonista es Zarina, irónico nombre para un hada que es obrera en la línea de montaje de la fábrica de polvillo dorado de Nunca Jamás. Condenada a una tarea manual y repetitiva, Zarina desafía el status quo dedicando su tiempo libre a la experimentación científica con el objetivo de crear polvillo mágico de otros colores, para superar los límites del polvillo dorado.  Las autoridades de Nunca Jamás reprimieron su iniciativa por el riesgo que implicaba y Zarina eligió el auto-exilio, dejando Nunca Jamás para volver un año después convertida en... capitana de un barco pirata.

No les voy a contar la trama entera para que tengan la chance de descubrirla ustedes mismos/as y disfrutar del misterio. Déjenme decirles que se trata de una especie de “precuela” que “explica” el origen del Capitán Garfio y el de “Tic-Tac”, el cocodrilo que volvía loco al pirata en la película Peter Pan de 1953.

Lo verdaderamente importante de esta película es que vuelve al planteo original de la serie, el éxito individual de una mujer, aunque en un mundo gobernado y poblado por mujeres, que triunfa en tareas tradicionalmente asignadas a varones: primero Tinker Bell inventando máquinas y ahora Zarina, descubriendo nuevos colores de polvillos mágicos y conduciendo un barco pirata, con sombrero y espada al cinto.

Leyla, de 3 años y medio (verdadera responsable de esta columna), está en su fase de descubrir los primeros miedos (a la oscuridad, a los monstruos, a la tristeza) y se pasó la semana siguiente al cine “combatiendo” monstruos en los parques y su cuarto al grito de “nadie vencerá a Zarina, el hada pirata” blandiendo una enorme “espada” hecha de una ramita de árbol de la plaza y polvillo mágico de la imaginación.
 
Dos cosas se me pasaron por la cabeza automáticamente. El contraste con mi infancia, donde la lucha con espadas y los juegos de plaza transformados en barcos piratas estaban reservados a los varoncitos (y estaban geniales). Y en segundo lugar, lo más importante, qué bueno que Leyla haya encontrado en su propia cultura una herramienta para defenderse de la mierda del mundo.

Buscando la anti-princesa

(reseña inédita perteneciente a la serie CINE INFANTIL PARA MADRES Y PADRES CONCIENTES)


Un comentario sobre Valiente, de Disney Pixar

Cuando uno o una tiene hijas y una conciencia, le es muy difícil criarlas con valores que no sean los de las grandes productoras de contenidos infantiles. En lo personal, llevo un tiempo enfrentado con la moda de las “princesas”. Disney –entre otros- ha instalado esta fascinación por el mundo medieval, el deseo de riqueza, lujo y glamour, como punto de máxima aspiración de las pequeñas mujeres y niñas de familias obreras y clasemedieras.

Nada nuevo, reflotan el viejo cuento medieval de la Cenicienta, una huérfana en una familia campesina, destinada a una vida horrible de trabajo y humillaciones (sirvienta de sirvientes) cuyo éxito pasa por una combinación de suerte y magia (no es producto de su esfuerzo personal o colectivo) y yace en encontrarse con un príncipe hermoso, rico y poderoso que la rescate para siempre de su condición social de explotada y la lleve a sentarse en el lujoso palacio a disfrutar una vida de felicidad sin importarle un rábano que sea a costa de la explotación y humillación de las miles de otras Cenicientas que no tuvieron hada madrina, suerte ni príncipe. Tema que agradecemos a Shrek haber contribuido notablemente a destrozar.

Por eso agradezco haberme cruzado con Valiente, Oscar al mejor largometraje animado en febrero de 2013, película de excelente calidad de animación de los estudios Pixar y Disney.

Aunque no rompe el molde clásico de Disney Co. -ya que la protagonista es una heredera al trono de la principal familia noble del reino-, se trata de una princesa que se rebela contra su condición de tal. Mérida es una niña que desafía a su madre (la creadora confiesa que se inspiró en el espíritu indomable de su hija de 4 años que la peleaba como si fuese adolescente) y a las tradiciones y leyes que la obligan a casarse con el primogénito de uno de los 4 clanes tribales que gobiernan la vieja Escocia para mantener la alianza política entre ellos.

Disney, sin dejar de reivindicar el sagrado matrimonio heterosexual como sostén del status quo, al menos defiende el derecho de las jóvenes a decidir con quién unirse y critica el matrimonio por compromiso o forzado. Peor es nada.

El contexto histórico-geográfico elegido es uno de los pocos que pueden justificar esta ficción sin abusar demasiado de la licencia poética. Y es que los clanes escoceses que mantuvieron su independencia de la conquista romana y vikinga, los de las altas tierras montañosas, todavía sostenían una forma de organización política y económica más cercana al comunismo igualitario de los orígenes de la humanidad que a las relaciones feudales de nobles explotando campesinos. Si bien Disney Co. no puede imaginarse el pasado sin reyes, lo cierto es que los jefes de los clanes (conjuntos de familias con antepasados comunes) eran elegidos por su capacidad en la caza, la guerra o cualquiera de las tareas  necesarias para la comunidad. De allí que las competencias de prestigio consistían en pruebas de fuerza como lanzar mazas, troncos de árboles o grandes piedras.

Pero los jefes no basaban su riqueza en la explotación del campesinado, que no existía cosechando la tierra sino más bien ligado al pastoreo y la cría de ganado, y que por lo demás seguía teniendo los mismos derechos y obligaciones del resto.

Todo el entorno que aparece en la palícula, de castillos almenados, princesas y reinas con servidumbre de palacio, vinieron a las tierras altas escocesas mucho después, con la conquista de los señores feudales del sur y Escandinavia. Incluso no sería descabellado suponer que en los clanes más antiguos las mujeres hubiesen alcanzado por su propias capacidades en la caza y la guerra un lugar relativamente más protagónico.

A los creadores de esta película no les dio para tanto, pero dejaron plantada la semillita. El conflicto central de la película re-elabora un viejo mito de las poblaciones pre romanas de la Europa central y del norte, el de la diosa Artio, diosa-madre de la caza y, por lo tanto, la que conseguía el principal suministro de alimento para las sociedades primigenias. La diosa Artio era representada por una Osa feroz, de mandíbula poderosa, protectora de su cría. Su identificación con el arte de la caza la emparenta con la diosa etrusca -y luego romana- Diana, la cazadora, especialista en el uso del arco y flecha y probablemente un recuerdo de la importancia de las mujeres en las primeras comunidades humanas.

Desmintiendo el mito absolutamente falso de “los varones cazan, las mujeres recolectan” de los manuales de historia, Mérida domina el arco y la flecha y logra arrancar a su madre de la pelotudez de las “tareas femeninas” y el mundo pedorro de las bodas al obligarla a transformarse en una osa y entrar en contacto con su “mujer primitiva”.

Para quienes gustan como yo del placer de identificar el común origen de nuestra especie a través del tiempo, sepan que los primitivos habitantes de Arcadia, en la península griega del Peloponeso (nunca vencidos por sus vecinos más famosos, esa casta de milicos llamados espartanos), se consideraban descendientes de Calisto, una versión local de la diosa primitiva Artemisa, a quien Zeus pasó a la inmortalidad llevándola al cielo en forma de constelación de estrellas.

Lo que nos transporta hacia los primitivos pueblos que habitaban las llanuras y montañas del actual Irán y la India, especialistas en montar caballos y dominar el arco y flecha, desde donde migraron hacia Europa en el XII a. C.: los persas adoraban a una diosa de la guerra llamada Anahita que los griegos llamaron Artemis Pérsica y los antiguos hindúes adoraban a Durga, diosa de la guerra y el amor asociada con arcos y flechas y montando tigres o leones.

En el mismo sentido,la película ubica el justo lugar de la hechicera (mal llamada bruja) verdadero sostén de la religiosidad comunal, ligada al animismo, o sea, la creencia en que los espíritus de animales y plantas gobiernan y dan sentido al universo. Sería imposible defender con algún grado de realismo una princesa que se rebela a su destino matrimonial con la Iglesia Católica en el medio del asunto...

Parece poco para justificar una defensa de la película. Seguramente una mirada más rigurosa podría decir que esta crítica claudica frente a la ideología burguesa. Pero soy de los que creen que es imposible pedirle peras al olmo. Hasta que otra clase de personas gobierne este mundo, personas que aborrezcan la explotación de los seres humanos, no podremos contar con los enormes recursos necesarios para hacer películas de tan alta calidad y distribuirlas masivamente por el mundo de forma de ayudar a crear una conciencia diferente.

Por eso, y porque mi realidad de trabajador hiperexplotado me obliga a criar a mi hija con recursos pobres y modestos, me agarro de esta grieta al interior del dogma oficial de Disney Co. para inculcarle a mi hija la historia de una princesa que odia ser princesa, de la princesa rebelde que ama el contacto con la naturaleza, la aventura, el amor por los animales y su familia. Una princesa que no duda un segundo en enfrentarse a la tradición, tomar arco y flecha y luchar por su propio destino. Una mujer que vuelve a sus orígenes más profundos, de cazadora, guerrera y diosa.

Pero también para llamarla a la reflexión sobre las posibilidades de la libertad individual en un mundo donde el Estado no ha llegado todavía para imponer sus condiciones, porque en lugar de soñar con el retorno al pasado de Disney Co., quiero proponerle un futuro donde las relaciones sociales sean igualitarias y no reine la explotación y la jerarquía. Un mundo donde Mérida aproveche su triunfo para cuestionarse la situación de las sirvientas del castillo y que el derrotero final de su lucha por el destino sea la posibilidad de elegir, además de con quién casarse, (sea varón, mujer, etc.) la necesidad misma del casamiento.

Autoestima femenina y flamenco

(artículo inédito, perteneciente a la serie FLORES EN EL BOQUETE)


La fundación andaluza Autoestima Flamenca* desarrolla hace más de veinte años un método de enseñanza del flamenco que combina las técnicas estéticas propias de la danza, el cante y la música incorporándole nociones de la psicología gestáltica y cognitivo-conductual así como estrategias de la psicopedagogía moderna. Defienden la idea de que la enseñanza del flamenco puede funcionar como una terapia “sanadora” para personas con la confianza en sí mismas lastimada, permitiéndoles rearmarse psicofísicamente para enfrentar exitosamente su realidad. En su página web pueden leerse experiencias exitosas entre comunidades pobres de barrios obreros de Sevilla, trabajos con mujeres víctimas de delitos sexuales y con personas en situación de encierro.

Las claves pasan por una cultura que reivindica el orgullo de una etnia perseguida y atacada durante milenios pero que decide resistir y enfrentar la adversidad, una danza que impacta fuerte en lo físico, aumentando el conocimiento del propio cuerpo, mejorando la salud y dotando de fuerza; la disciplina y constancias necesarias para incorporar los pasos y coreografías promueven un sentido de la autodisciplina indispensable para la autosuperación; el trabajo en equipo, dependiente de un sentido colectivo de coordinación y respeto, permite generar vínculos profundos entre las personas.

Entrevistamos a Andrea Zotta*, instructora de flamenco reconocida en el ambiente por sus métodos rigurosos en el respeto a la esencia del arte y al mismo tiempo capaz de una audaz exploración con otros lenguajes como la literatura y el teatro. Por sus cursos y seminarios han pasado centenares de mujeres de diversas clases sociales, profesiones y edades, y en todas ellas se comprueba esta acción terapéutica del flamenco: “cuando llegás a la parte de la clase donde trabajás de la cintura para arriba, el pecho, el corazón, se generan profundas sensaciones, desde mujeres que se ponen a llorar hasta otras que dan un portazo y no las ves más.” Fue testigo de muchas alumnas que procesaron en el baile historias personales “muy pesadas”.

En su estudio de Senillosa 730 de Caballito, trabaja hace años con un proyecto íntimo, el “Laboratorio de improvisación y creación coreográfica”. En él, un grupo de alumnas con más experiencia y profundos vínculos de amistad y camaradería -que exceden lo artístico- y con la particularidad de que ninguna de ellas es profesional, realizan presentaciones especiales en diferentes salas de la ciudad como el Teatro Colonial, la Sala Mediterránea o el tablao más emblemático de Buenos Aires, El perro andaluz.

Una de ellas, la que representaron en el marco de la última Bienal de Flamenco organizada por el Gobierno de la Ciudad en 2012, pusieron en escena “Tabula Rasa”, una idea original de Andrea donde, en lenguaje propio del flamenco, se describe una costumbre arraigada desde la antigüedad en las aldeas campesinas del sur de Italia, la danza de la pizzica (picadura), emparentada con los orígenes de la tarantella. Allí, las mujeres víctimas de abusos sexuales, traumatizadas al extremo, que fueron históricamente aparadas de la comunidad por las propias familias como verdaderas “intocables”, por lo general aisladas en algún lugar del hogar, sumidas en un silencio permanente que hoy identificaríamos con un cuadro depresivo agudo.

Era tradición que se encubrieran las causas nefastas del trauma, considerando a las mujeres picadas por una tarántula propia del lugar y todos los años la familia contrataba a músicos que la rodeaban y la obligaban a bailar hasta que entrara en éxtasis cuando se la consideraba “curada” y podía reintegrarse a la vida social.

La música como única cura para males intratables...

Mercedes, de 35 años, docente desde los 19 y madre de dos mellizas de 5 y un varón de 8 años, trabaja en su hogar y en las escuelas 12 horas diarias, pero antes de terminar el día dedica dos horas a la práctica del baile flamenco en la reconocida institución de Hugo Salvatierra, Estudio Alas, en Sánchez de Bustamante casi Corrientes.

Bailarina no profesional desde los 4 años (clásica, jazz y rítmica aeróbica), nos cuenta que a los 22 conoció el flamenco en un viaje a Granada y le “voló la cabeza”.

Amante de García Lorca como profesora de Literatura, dice que en el flamenco descubrió “un ambiente de magia, seducción y pasión”, el “duende” del que habla el poeta –y que los grandes maestros del arte defienden como parte esencial del flamenco-, como en ninguna otra danza. En esas dos horas diarias descubre en sí misma “una cosa más seductora y aguerrida que dista de mi personalidad cotidiana”.

En todos los años que lleva practicando el flamenco sin pretensiones profesionales reconoce haber compartido amistades profundas con sus compañeras de baile en las que conoció muchas mujeres que lo usaron como terapia para superar “historias personales de muertes, pérdidas y separaciones”.

Orgullo, pasión, catarsis, terapia, son palabras que se repiten en miles de comentarios en foros, muros y tweets de mujeres que han experimentado con el flamenco. Conceptos fundamentales para que una cualquiera reconstruya su mundo afectivo, su apreciación de sí misma, su autoconfianza y autoestima.

Mucho para una práctica que, sin embargo, sobrevive lánguidamente sin apoyo financiero del Estado ni de privados, en cientos de institutos sostenidos a pulmón por docentes que alquilan salas a costa de sus magros ingresos y alumnas que pagan módicas cuotas.

En momentos en que son moda experiencias de baile estilo “comedia musical” donde se promueve todo lo contrario, el éxito individual a costa de la competencia desleal, el arte como puente a una vida mejor sin importar los medios, no estaría de más que sea política de Estado la promoción del flamenco como disciplina artística con títulos oficiales, con docentes reconocidos y bien pagos y establecimientos adecuados para su práctica y exposición. Andrea Zotta es una de las que pelean (pateando oficinas ministeriales) para que incluyan al Flamenco en la prometida Ley de Danzas.

Ojalá el “duende” haga su magia también fuera del tablao.
 

*http://www.autoestimaflamenca.es/

*http://andreazotta.blogspot.com.ar/

Orgullo árabe de mujer en Soldati

(Publicada el 7 de marzo de 2014 en http://www.plazademayo.com/2014/03/orgullo-arabe-de-mujer-en-soldati/; perteneciente a la serie FLORES EN EL BOQUETE)


El piberío de nuestras barriadas populares utiliza un concepto muy particular para describir el acto de recuperarse de una situación trágica por tus propios medios: “rescatarse”. Esta es la historia de una mujer de Villa Soldati que se “rescató” de la pobreza y el mundo machista siguiendo una pasión prácticamente desconocida para su barrio, las danzas árabes.

Rossana Benítez (31) , nacida y criada en lo que Catastro llama lacónicamente Villa 3 y sus habitantes se acostumbraron a llamar Barrio Fátima, por la parroquia católica de la localidad.

Hija de los primeros inmigrantes paraguayos que poblaron esos terrenos baldíos y pantanosos en los años ´70, como toda mujer tuvo que luchar contra las miles de adversidades que el mundo opone a su género, pero además, como mujer pobre de familia paraguaya tuvo que pelearse con algunas más, propias de las mujeres de su condición social.

Sumida en una familia dirigida con mano de hierro por su padre, arpista y a la vez uno de los primeros presidentes del barrio, desde muy pequeña Rossana buscó en la música ese puente afectivo con el padre distante. Pero la vida quiso que no fuese la pasión por las polkas ni las guaranias las que enamoraran a la niña, sino una música desconocida y extraña, la música árabe que escuchó de casualidad (cosa inexistente) en alguna emisora radial y siguiendo las pioneras transmisiones de Araceli Odalisca (pionera del género en nuestro país) en televisión.

Poco le importó que sus amigas de la primaria y el secundario la miraran como un bicho raro. “Si no entendés lo que dicen y la música es rarísima”, le decían y ella se ríe hoy recordando que a fines de los ´80 la moda imponía grupos como Bon Jovi o Gun´s & Roses, de música estridente y extraña en un idioma también desconocido. Peor fue en su casa, donde el padre censuró su gusto usando los mismos argumentos “estéticos” pero agregando uno de su propio cuño cultural, ya que para un católico ferviente esa era “música del demonio”. Poco importó que Rossana nunca haya comulgado con una de las religiones con la que se emparenta siempre a la cultura árabe, el islam.

Este prejuicio tan sencillo, pero de más de mil años de antigüedad, hizo que a los 13 años tuviese que ratearse de la escuela (la secundaria católica de Fátima) para ocultar su primer visita a una clase de danzas árabes en un localcito olvidado cerca de la Estación de tren de Villa Lugano.

Ese día sintió la música metida “en el cuerpo y en el corazón” y comenzó un camino que la rescataría de todas las adversidades de su vida.

Repitió el primer año del secundario porque los horarios coincidían con la escuela y a la mentira descubierta siguieron la prohibición de continuar su pasión por dos años.

Como tantas mujeres de su barrio, cuenta que a los 15 tuvo que “juntarse” con un novio para poder salir de la casa familiar y hacer lo que ella quisiera. Pero en esa nueva relación “libre” también tenía que ocultarle al joven marido que mientras el salía a trabajar ella se escabullía a bailar árabe. Porque a los novios, más que el problema religioso –relata-, les molesta que su novia “baile como una puta”, otro extendido prejuicio sobre las mujeres que bailan árabe.

Prejuicio que también tiene su raíz histórica, porque, contradictoriamente, una de las danzas más sensuales del mundo tiene su origen en una de las culturas más machistas del planeta. Sólo las awalim, bailarinas de alto nivel, tienen permitido seducir con su cuerpo y su piel a los jeques de la tribu y sus amigos varones. Mientras las awalim, como gueishas, se quitan los velos usando su cuerpo como arma de seducción, el resto de las mujeres árabes vive “respetando” el pudor de los varones bajo un enorme y eterno velo negro que opaca su figura.

Pero esta cultura, mucho antes de ser dominada por religiones machistas y oscurantistas, también contempló la rebeldía femenina. Rossana nos cuenta que existe una danza particular, “la Milleia”, que relata la leyenda de la awalim que se rebeló contra las prohibiciones sexuales inventando el baile más erótico de las danzas árabes.

Rossana cumplió casi todos sus sueños, llegando a reemplazar años de trabajos como empleada doméstica, de limpieza en empresas y administrativa en una clínica privada con el aporte económico que le brindó su profesión de instructora de danzas árabes. Llegó a ser socia, amiga y segunda mano de su ídola infantil, Araceli Odalisca y bailó junto a las mejores en su profesión, de aquí y del mundo.

Hoy día sostiene desde hace siete años, sin ayuda financiera ni de la colectividad (las embajadas árabes que la discriminan por su laicicismo, los grandes burgueses de la colectividad porque no tienen plata para gastar en la difusión de su cultura), su propio instituto, “Luces de Oriente”, en la calle Gaddini151 de Tristán Suárez, partido de Ezeiza. En él enseña a más de cien jóvenes, desde los 4 hasta los 50 años de edad, la pasión que a ella le salvó la vida.

Sin embargo hay dos sueños que le restan cumplir, el primero actuar en algún escenario de Egipto, el segundo, que casi quedó trunco, hace de esta entrevista una nota especial.

Entre 2011 y 2012, Rossana mantuvo a pulmón un taller de danzas y cultura árabe en su barrio natal de Soldati. Casi sin cobrar un peso, haciendo ella misma los bordados, mostacillas y la costura de los hermosos trajes de las bailarinas y peleando para mantener a raya a delincuentes y varones lascivos lejos de niñas y adolescentes que iban y venían vestidas en ajustadas calzas, sostuvo su ilusión de aportar a las mujeres de su barrio la salida que ella encontró para una vida tan difícil.

Porque aunque Rossana no estudió psicología ni pedagogía, descubrió en la práctica algo que estas ciencias ya concocían, los valores terapéuticos de la danza para la regeneración psicológica de personas con una autoestima destrozada.

Porque la danza árabe, como otras, apela al ejercicio físico, dotando de confianza en el propio cuerpo y mejorando la salud; su repetición de coreografías hace jugar la memoria, la coordinación y el trabajo en solidaridad con otras personas; el espacio lúdico del baile grupal permite conectarse y conocer a personas que sufren las mismas desgracias, permitiendo construir vínculos en grupos humanos que se caracterizan por venir de familias y grupos de amistad deteriorados; la sistematicidad y la disciplina que requiere un ballet para actuar en público (las jóvenes de Soldati debutaron en el Paseo La Plaza el 2 de noviembre del 2012 para orgullo de ellas mismas pero sobre todo de sus madres) son fundamentales para toda persona que necesite superar una vida de frustraciones y luchar por “rescatarse”.

Las danzas árabes tienen un particular efecto sobre la autoestima femenina gracias al reconocimiento de su cuerpo, la adopción de nuevas capacidades, la indescriptible sensación de orgullo que genera emocionar al público y arrancar el aplauso y el reconocimiento en espíritus quebrados por el abandono, la frustración y la represión del otro.

De toda esta terapia fue testigo Rossana, primero en su propia vida y luego como docente de centenares de mujeres que pasaron por su taller. Vio reconstruir sus vidas a niñas y adolescentes víctimas de abuso y violación, perdidas en las adicciones terribles o a madres que dejaron de lado sus sueños propios en décadas de devota dedicación a sus hijos y su esposo.

El club vecinal que la cobijó prefirió expulsarla para colaborar en la destrucción de la juventud de Soldati reemplazando la mostacilla y la música “rara” por un pool y la venta inescrupulosa de alcohol y vaya a saber qué más.

Rossana hoy lucha para mantener su instituto sin subsidio municipal ni de ningún tipo y no abandona la batalla para que alguna escuela de Soldati, ceda un par de horas de sus sábados a esta soñadora que se rescató bailando la música más maravillosa y extraña que se escuchó nunca en Soldati... la de su amor por sí misma y por las suyas.

 
*Para comunicarse con Rossana: teléfono 4234-8861