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domingo, 9 de marzo de 2014

Buscando la anti-princesa

(reseña inédita perteneciente a la serie CINE INFANTIL PARA MADRES Y PADRES CONCIENTES)


Un comentario sobre Valiente, de Disney Pixar

Cuando uno o una tiene hijas y una conciencia, le es muy difícil criarlas con valores que no sean los de las grandes productoras de contenidos infantiles. En lo personal, llevo un tiempo enfrentado con la moda de las “princesas”. Disney –entre otros- ha instalado esta fascinación por el mundo medieval, el deseo de riqueza, lujo y glamour, como punto de máxima aspiración de las pequeñas mujeres y niñas de familias obreras y clasemedieras.

Nada nuevo, reflotan el viejo cuento medieval de la Cenicienta, una huérfana en una familia campesina, destinada a una vida horrible de trabajo y humillaciones (sirvienta de sirvientes) cuyo éxito pasa por una combinación de suerte y magia (no es producto de su esfuerzo personal o colectivo) y yace en encontrarse con un príncipe hermoso, rico y poderoso que la rescate para siempre de su condición social de explotada y la lleve a sentarse en el lujoso palacio a disfrutar una vida de felicidad sin importarle un rábano que sea a costa de la explotación y humillación de las miles de otras Cenicientas que no tuvieron hada madrina, suerte ni príncipe. Tema que agradecemos a Shrek haber contribuido notablemente a destrozar.

Por eso agradezco haberme cruzado con Valiente, Oscar al mejor largometraje animado en febrero de 2013, película de excelente calidad de animación de los estudios Pixar y Disney.

Aunque no rompe el molde clásico de Disney Co. -ya que la protagonista es una heredera al trono de la principal familia noble del reino-, se trata de una princesa que se rebela contra su condición de tal. Mérida es una niña que desafía a su madre (la creadora confiesa que se inspiró en el espíritu indomable de su hija de 4 años que la peleaba como si fuese adolescente) y a las tradiciones y leyes que la obligan a casarse con el primogénito de uno de los 4 clanes tribales que gobiernan la vieja Escocia para mantener la alianza política entre ellos.

Disney, sin dejar de reivindicar el sagrado matrimonio heterosexual como sostén del status quo, al menos defiende el derecho de las jóvenes a decidir con quién unirse y critica el matrimonio por compromiso o forzado. Peor es nada.

El contexto histórico-geográfico elegido es uno de los pocos que pueden justificar esta ficción sin abusar demasiado de la licencia poética. Y es que los clanes escoceses que mantuvieron su independencia de la conquista romana y vikinga, los de las altas tierras montañosas, todavía sostenían una forma de organización política y económica más cercana al comunismo igualitario de los orígenes de la humanidad que a las relaciones feudales de nobles explotando campesinos. Si bien Disney Co. no puede imaginarse el pasado sin reyes, lo cierto es que los jefes de los clanes (conjuntos de familias con antepasados comunes) eran elegidos por su capacidad en la caza, la guerra o cualquiera de las tareas  necesarias para la comunidad. De allí que las competencias de prestigio consistían en pruebas de fuerza como lanzar mazas, troncos de árboles o grandes piedras.

Pero los jefes no basaban su riqueza en la explotación del campesinado, que no existía cosechando la tierra sino más bien ligado al pastoreo y la cría de ganado, y que por lo demás seguía teniendo los mismos derechos y obligaciones del resto.

Todo el entorno que aparece en la palícula, de castillos almenados, princesas y reinas con servidumbre de palacio, vinieron a las tierras altas escocesas mucho después, con la conquista de los señores feudales del sur y Escandinavia. Incluso no sería descabellado suponer que en los clanes más antiguos las mujeres hubiesen alcanzado por su propias capacidades en la caza y la guerra un lugar relativamente más protagónico.

A los creadores de esta película no les dio para tanto, pero dejaron plantada la semillita. El conflicto central de la película re-elabora un viejo mito de las poblaciones pre romanas de la Europa central y del norte, el de la diosa Artio, diosa-madre de la caza y, por lo tanto, la que conseguía el principal suministro de alimento para las sociedades primigenias. La diosa Artio era representada por una Osa feroz, de mandíbula poderosa, protectora de su cría. Su identificación con el arte de la caza la emparenta con la diosa etrusca -y luego romana- Diana, la cazadora, especialista en el uso del arco y flecha y probablemente un recuerdo de la importancia de las mujeres en las primeras comunidades humanas.

Desmintiendo el mito absolutamente falso de “los varones cazan, las mujeres recolectan” de los manuales de historia, Mérida domina el arco y la flecha y logra arrancar a su madre de la pelotudez de las “tareas femeninas” y el mundo pedorro de las bodas al obligarla a transformarse en una osa y entrar en contacto con su “mujer primitiva”.

Para quienes gustan como yo del placer de identificar el común origen de nuestra especie a través del tiempo, sepan que los primitivos habitantes de Arcadia, en la península griega del Peloponeso (nunca vencidos por sus vecinos más famosos, esa casta de milicos llamados espartanos), se consideraban descendientes de Calisto, una versión local de la diosa primitiva Artemisa, a quien Zeus pasó a la inmortalidad llevándola al cielo en forma de constelación de estrellas.

Lo que nos transporta hacia los primitivos pueblos que habitaban las llanuras y montañas del actual Irán y la India, especialistas en montar caballos y dominar el arco y flecha, desde donde migraron hacia Europa en el XII a. C.: los persas adoraban a una diosa de la guerra llamada Anahita que los griegos llamaron Artemis Pérsica y los antiguos hindúes adoraban a Durga, diosa de la guerra y el amor asociada con arcos y flechas y montando tigres o leones.

En el mismo sentido,la película ubica el justo lugar de la hechicera (mal llamada bruja) verdadero sostén de la religiosidad comunal, ligada al animismo, o sea, la creencia en que los espíritus de animales y plantas gobiernan y dan sentido al universo. Sería imposible defender con algún grado de realismo una princesa que se rebela a su destino matrimonial con la Iglesia Católica en el medio del asunto...

Parece poco para justificar una defensa de la película. Seguramente una mirada más rigurosa podría decir que esta crítica claudica frente a la ideología burguesa. Pero soy de los que creen que es imposible pedirle peras al olmo. Hasta que otra clase de personas gobierne este mundo, personas que aborrezcan la explotación de los seres humanos, no podremos contar con los enormes recursos necesarios para hacer películas de tan alta calidad y distribuirlas masivamente por el mundo de forma de ayudar a crear una conciencia diferente.

Por eso, y porque mi realidad de trabajador hiperexplotado me obliga a criar a mi hija con recursos pobres y modestos, me agarro de esta grieta al interior del dogma oficial de Disney Co. para inculcarle a mi hija la historia de una princesa que odia ser princesa, de la princesa rebelde que ama el contacto con la naturaleza, la aventura, el amor por los animales y su familia. Una princesa que no duda un segundo en enfrentarse a la tradición, tomar arco y flecha y luchar por su propio destino. Una mujer que vuelve a sus orígenes más profundos, de cazadora, guerrera y diosa.

Pero también para llamarla a la reflexión sobre las posibilidades de la libertad individual en un mundo donde el Estado no ha llegado todavía para imponer sus condiciones, porque en lugar de soñar con el retorno al pasado de Disney Co., quiero proponerle un futuro donde las relaciones sociales sean igualitarias y no reine la explotación y la jerarquía. Un mundo donde Mérida aproveche su triunfo para cuestionarse la situación de las sirvientas del castillo y que el derrotero final de su lucha por el destino sea la posibilidad de elegir, además de con quién casarse, (sea varón, mujer, etc.) la necesidad misma del casamiento.

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