(reseña inédita perteneciente a la serie CINE INFANTIL PARA MADRES Y PADRES CONCIENTES)
Un comentario sobre Valiente, de Disney Pixar
Nada nuevo, reflotan el viejo cuento medieval
de la Cenicienta, una huérfana en una familia campesina, destinada a una vida
horrible de trabajo y humillaciones (sirvienta de sirvientes) cuyo éxito pasa
por una combinación de suerte y magia (no es producto de su esfuerzo personal o
colectivo) y yace en encontrarse con un príncipe hermoso, rico y poderoso que
la rescate para siempre de su condición social de explotada y la lleve a
sentarse en el lujoso palacio a disfrutar una vida de felicidad sin importarle
un rábano que sea a costa de la explotación y humillación de las miles de otras
Cenicientas que no tuvieron hada madrina, suerte ni príncipe. Tema que
agradecemos a Shrek haber contribuido
notablemente a destrozar.
Por eso agradezco haberme cruzado con Valiente, Oscar al mejor largometraje
animado en febrero de 2013, película de excelente calidad de animación de los
estudios Pixar y Disney.
Aunque no rompe el molde clásico de Disney Co.
-ya que la protagonista es una heredera al trono de la principal familia noble
del reino-, se trata de una princesa que se rebela contra su condición de tal.
Mérida es una niña que desafía a su madre (la creadora confiesa que se inspiró
en el espíritu indomable de su hija de 4 años que la peleaba como si fuese
adolescente) y a las tradiciones y leyes que la obligan a casarse con el primogénito
de uno de los 4 clanes tribales que gobiernan la vieja Escocia para mantener la
alianza política entre ellos.
Disney, sin dejar de reivindicar el sagrado
matrimonio heterosexual como sostén del status quo, al menos defiende el
derecho de las jóvenes a decidir con quién unirse y critica el matrimonio por
compromiso o forzado. Peor es nada.
El contexto histórico-geográfico elegido es
uno de los pocos que pueden justificar esta ficción sin abusar demasiado de la
licencia poética. Y es que los clanes escoceses que mantuvieron su
independencia de la conquista romana y vikinga, los de las altas tierras
montañosas, todavía sostenían una forma de organización política y económica
más cercana al comunismo igualitario de los orígenes de la humanidad que a las
relaciones feudales de nobles explotando campesinos. Si bien Disney Co. no
puede imaginarse el pasado sin reyes, lo cierto es que los jefes de los clanes
(conjuntos de familias con antepasados comunes) eran elegidos por su capacidad
en la caza, la guerra o cualquiera de las tareas necesarias para la comunidad. De allí que las
competencias de prestigio consistían en pruebas de fuerza como lanzar mazas,
troncos de árboles o grandes piedras.
Pero los jefes no basaban su riqueza en la
explotación del campesinado, que no existía cosechando la tierra sino más bien
ligado al pastoreo y la cría de ganado, y que por lo demás seguía teniendo los
mismos derechos y obligaciones del resto.
Todo el entorno que aparece en la palícula, de
castillos almenados, princesas y reinas con servidumbre de palacio, vinieron a
las tierras altas escocesas mucho después, con la conquista de los señores
feudales del sur y Escandinavia. Incluso no sería descabellado suponer que en
los clanes más antiguos las mujeres hubiesen alcanzado por su propias
capacidades en la caza y la guerra un lugar relativamente más protagónico.
A los creadores de esta película no les dio
para tanto, pero dejaron plantada la semillita. El conflicto central de la
película re-elabora un viejo mito de las poblaciones pre romanas de la Europa
central y del norte, el de la diosa Artio, diosa-madre de la caza y, por lo
tanto, la que conseguía el principal suministro de alimento para las sociedades
primigenias. La diosa Artio era representada por una Osa feroz, de mandíbula
poderosa, protectora de su cría. Su identificación con el arte de la caza la emparenta
con la diosa etrusca -y luego romana- Diana, la cazadora, especialista en el
uso del arco y flecha y probablemente un recuerdo de la importancia de las
mujeres en las primeras comunidades humanas.
Desmintiendo el mito absolutamente falso de
“los varones cazan, las mujeres recolectan” de los manuales de historia, Mérida
domina el arco y la flecha y logra arrancar a su madre de la pelotudez de las
“tareas femeninas” y el mundo pedorro de las bodas al obligarla a transformarse
en una osa y entrar en contacto con su “mujer primitiva”.
Para quienes gustan como yo del placer de
identificar el común origen de nuestra especie a través del tiempo, sepan que
los primitivos habitantes de Arcadia, en la península griega del Peloponeso
(nunca vencidos por sus vecinos más famosos, esa casta de milicos llamados
espartanos), se consideraban descendientes de Calisto, una versión local de la
diosa primitiva Artemisa, a quien Zeus pasó a la inmortalidad llevándola al
cielo en forma de constelación de estrellas.
Lo que nos transporta hacia los primitivos
pueblos que habitaban las llanuras y montañas del actual Irán y la India,
especialistas en montar caballos y dominar el arco y flecha, desde donde
migraron hacia Europa en el XII a. C.: los persas adoraban a una diosa de la
guerra llamada Anahita que los griegos llamaron Artemis Pérsica y los antiguos
hindúes adoraban a Durga, diosa de la guerra y el amor asociada con arcos y
flechas y montando tigres o leones.
En el mismo sentido,la película ubica el justo
lugar de la hechicera (mal llamada bruja) verdadero sostén de la religiosidad
comunal, ligada al animismo, o sea, la creencia en que los espíritus de
animales y plantas gobiernan y dan sentido al universo. Sería imposible
defender con algún grado de realismo una princesa que se rebela a su destino matrimonial
con la Iglesia Católica en el medio del asunto...
Parece poco para justificar una defensa de la
película. Seguramente una mirada más rigurosa podría decir que esta crítica
claudica frente a la ideología burguesa. Pero soy de los que creen que es
imposible pedirle peras al olmo. Hasta que otra clase de personas gobierne este
mundo, personas que aborrezcan la explotación de los seres humanos, no podremos
contar con los enormes recursos necesarios para hacer películas de tan alta
calidad y distribuirlas masivamente por el mundo de forma de ayudar a crear una
conciencia diferente.
Por eso, y porque mi realidad de trabajador
hiperexplotado me obliga a criar a mi hija con recursos pobres y modestos, me
agarro de esta grieta al interior del dogma oficial de Disney Co. para
inculcarle a mi hija la historia de una princesa que odia ser princesa, de la
princesa rebelde que ama el contacto con la naturaleza, la aventura, el amor
por los animales y su familia. Una princesa que no duda un segundo en enfrentarse
a la tradición, tomar arco y flecha y luchar por su propio destino. Una mujer
que vuelve a sus orígenes más profundos, de cazadora, guerrera y diosa.
Pero también para llamarla a la reflexión
sobre las posibilidades de la libertad individual en un mundo donde el Estado
no ha llegado todavía para imponer sus condiciones, porque en lugar de soñar
con el retorno al pasado de Disney Co., quiero proponerle un futuro donde las
relaciones sociales sean igualitarias y no reine la explotación y la jerarquía.
Un mundo donde Mérida aproveche su triunfo para cuestionarse la situación de
las sirvientas del castillo y que el derrotero final de su lucha por el destino
sea la posibilidad de elegir, además de con quién casarse, (sea varón, mujer,
etc.) la necesidad misma del casamiento.
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