Translate

domingo, 7 de junio de 2015

La muerte leída a los niños

Comentario sobre El Libro de la Vida, 2014, co-escrita y dirigida por Jorge Gutiérrez, de la 20th Century Fox, producida por Guillermo del Toro.


Mi hija de cuatro años y 9 meses me viene sometiendo a una permanente exposición a la película animada El Libro de la Vida, de Disney Co., desde que consiguió la primer muñeca de María en alguna de las dos cadenas de comida chatarras internacionales. La película es sinceramente apasionante, vale la pena y debe ser de las mejores producciones de su género en años. Tiene tantas capas, sutilezas y metalenguajes que me sugirieron muchos ángulos para enfocarla. Así que, como el costado bueno de ser un escritor no profesional es que si nadie te publica, publicás lo que se te canta... aquí les va esta extensa perorata sobre técnicas narrativas, feminismo, ecologismo, nacionalismo burgués, imperialismo, y la lucha de clases en el mundo del inconsciente, la cultura, las tradiciones y la religión.

Espero al menos que el viaje les sea placentero.

Por qué vale la pena hacer esta reseña


Casi todos los grandes cuadros teórico-prácticos del marxismo revolucionario, fundadores de métodos filosóficos, constructores de partidos revolucionarios y conquistadores de victorias para la clase obrera (algunos en una misma vida humana) coinciden en decir que Beethoven fue lo más revolucionario que la música burguesa le aportó a la humanidad. El propio Lenin, dirigente de la primer dictadura obrera duradera del mundo, tenia un casi exagerado respeto por las obras de arte producidas por la burguesía porque entendía que en el mundo del arte, como en el de las ideas, justo es que una clase eternamente castigada y opimida como los trabajadores y trabajadoras, aprendieran a gobernar el mundo también aprendiendo lo mejor de la herencia cultural de la burguesía.

Contradictorio y dialéctico, como todo, no podemos esperar que ninguna obra burguesa desarrolle los mejores valores morales y estéticos posibles, por eso, mientras construimos tenazmente un gobierno obrero y el socialismo, quienes estamos destinados a superar esta sociedad putrefacta y caníbal, debemos hacer un enorme esfuerzo por decantar el trigo y la cizaña y quedarnos con lo mejor de lo que hay.

Y si somos padres de chicas o chicos en edad de cine infantil, no te cuento. Hay que buscar con lupa algo que escape a la pelotudez de princesas forras y guerreros galácticos.

Lo que tiene de revolucionaria la animación digital para niños El libro de la vida¸digámoslo ahora, es que ayuda a los niños a elaborar el trauma de la muerte desde edades muy tempranas. Y eso sólo ya es revolucionario, porque se mete con uno de los tabúes más importantes con los que el Estado sigue intentando programar las mentes de las clases dominadas. Pues, qué tan efectivo como el miedo a la muerte propia o de seres queridos para meter la cobardía, la culpa, el terror y la parálisis en los huesos de las personas.

Para un régimen que le importa un rábano la vida y que siembra muete a cada paso que dá, el culto del miedo a la muerte sirve como un factor de control social como el que más.

Recuerdo que en una entrevista, hablando de bueyes perdidos, Marcos Silber, poeta comunista de los 60 recordaba una obra de teatro que le había parecido maravillosa en esos años. No recuerdo sinceramente cómo se llamó ni su autor, tampoco sé muy bien si había llegado a ser censurada o simplemente había levantado polvareda entre la crítica. Lo concreto es que toda la obra infantil consistía en la historia de un pajarito que se le moría a su niño y lo que este suceso generaba en su conciencia infantil. O podemos recordar la canción de la genial María Elena Walsh sobre la pájara pinta, la de la canción tradicional infantil, que denunciaba y repudiaba el asesinato de su marido por un cazador pidiendo perdón por cantar un tema tan triste.

Porque, piénselo un sólo segundo ¿usted le hablaría a su hijo/a de dos años sobre la muerte así como le explica como agarrar la taza de la leche? Si su respuesta ha sido positiva usted está mucho más avanzado y liberado de ataduras mentales que el 80 % de la población en sudamérica. Las Iglesias de todo tipo, pero sobre todo las que sostienen funciones políticas de justificación de la explotación de Estados y empresarios, como la Católica Romana, la Judía o el Islam y alguna que otra variante arcaica de protestantismo, unden uno de sus pilares de control sicológico sobre las masas en la difusión de una imagen atemorizante de la muerte en sus conciencias.

Varias historias bien enhebradas


El Libro de la Vida le entra con todo al prejuicio católico-occidental sobre el mundo de los muertos y para decirlo en jerga mexicana, le da en la madre. Se trata de una historia escrita en capas y no por casualidad.

En la superficie arranca con un grupo de pequeños de distintas edades que hacen un recorrido por un museo en alguna ciudad de Estados Unidos que tienen la particularidad de ser niños “castigados”, los “rebeldes de la escuela” o los quilomberos, depende como se mire. Estos pibes y pibas pendencieros se encuentran con una guía muy particular que los introduce en un museo paralelo al oficial, escondido del otro por una falsa pared que los lleva a un museo sumergido dedicado exclusivamente a la cultura mexicana.

La guía femenina les cuenta a los niños la historia de un libro donde están contenidas todas y absolutamente todas las historias del mundo, las verdaderas y las inventadas.

(Digamos como paréntesis que es muy común y llama mucho la atención al turista extranjero la particular forma de narrar las historias que tienen las maestras de primaria en los museos como el Nacional de Antropología Forense o el del Castillo de Chapultepec,. Esto es fácl de observar cuando uno viaja de mochilero y accede a los grandes museos del DF los domingos o feriados, cuando la entrada es gratuita y uno se puede cruzar con decenas de contingentes de primarias con sus simpáticas maestras desplegando un arte excelente que combina dosis justas de ternura, fantasía y rigurosidad científica.)

De todas las historias del Libro, la guía cuenta la de un pueblo que queda en el centro del universo, o sea, en México, el pueblo de San Andrés, donde la diosa del mundo de los muertos recordados, la contradictoriamente hermosa Catrina, nombre popular de la diosa náhuatl Mictecacíhuatl, inmortalizada para todo el mundo no mexicano por los geniales artistas plásticos revolucionarios Diego Rivera y Frida Khalo en varios lienzos, y su enamorado, el temible Xibalba, dios del mundo de los muertos olvidados, juegan en una apuesta irresponsablemente el destino de toda la humanidad.

En el contexto de un Día de los Muertos, los dioses escogen a una niña y dos niños, amigos los tres, enamorados de ella ambos, para ver quién de los gurises se casa con la niña en el futuro. Catrina elije a Manolo, huérfano de madre, apasionado morochito desde pequeño por la música y el amor romántico y desinteresado pero proveniente de una dinastía masculina de toreros mientras que Xibalba escoge a Joaquín, varón rubio, huérfano de un general victorioso en la Revolución del 1910 pero asesinado por un temible bandido rural en la posguerra, el Chacal. Mientras que Manolo expresa la masculinidad conectada con los sentimientos afectivos, el mundo de la música y la poesía, respetuoso de las mujeres y generoso, Joaquín es el símbolo del machote mexicano, egocéntrico y poderoso, de carrera militar, “con grandes bigotes y muchas medallas en el ancho pecho”.

En el momento central de la película se desarrolla una típica tragedia griega, donde estos tres mortales se debaten sobre sentimientos y valores propios de los inmortales, condicionados por los dioses que intervienen sobre ellos como literales titiriteros.

(En otro paréntesis válido déjeme decir que los directores hacen consciente y obvio el recurso a la tragedia griega original, ya que una vez que Catrina y Xibalba nos son presentados, es fácil reconocer a la diosa de los muertos en la voz y los ojos de la guía del museo y al malvado dios encarnado en uno de los serenos del museo, quien intenta hacer valer los reglamentos para prohibir la visita pero que cede ante la seducción de la guía. La diosa disfrazada de guía representa la historia ficcional a los niños díscolos de la visita utilizando muñecos de madera articulados, como los títeres y la narración pasa de figuras más parecidas a personajes del mundo real, o con una mayor pretensión de realismo, cuando se para en el nivel del argumento introductorio -los niños en el museo- y se traslada a imágenes de muñecos de madera cuando desarrolla el nivel de la historia central, la de María, Manolo y Joaquín en San Andrés.)

Para determinar quién se casa con quién los tres protagonistas están obligados a enfrentarse a sí mismos, a las opciones éticas que los definirán como sujetos, en un momento muy cargado de simbolismo, un día de todos los muertos cuando el trío cumple los 18 años, es decir, su pasaje a la adultez sexual y civil.

Sabido es que el chiste de la tragedia griega consiste precisamente en eso, la representación de situaciones límite, absolutas y definitivas, impuestas por acontecimientos imposibles de controlar por los seres humanos, situaciones perfectas propias de los dioses. Todo con el objetivo más clásico del arte griego, el de representar escenarios morales posibles para que los ciudadanos pudiesen hacer catarsis con la obra sin llegar a una identificación plena con los personajes, una empatía tan fuerte que haga imposible la separación afectiva y el pensamiento racional.

Los tres niños deben enfrentarse con la disyuntiva de ser fieles a sus deseos y creencias o dejarse vencer por la imposición de las leyes sociales y culturales que han definido un destino y un camino a seguir en la vida en sociedad a través del Estado, encarnado en la peli por un obispo obeso y su séquito de monjas cantoras, el padre adoptivo de María, un general de la Revolución que está a cargo de la seguridad del pueblo y el padre de Manolo, que oficia de representante de las tradiciones patriarcales masculinas y encima, torero, que para la cultura española y mexicana es algo así como un ídolo “deportivo” popular que difunde en las masas la cultura hispánica machista y barbárica del gran macho que asesina al símbolo máximo de la virilidad y el poder masculino desde hace milenios.

María toma su decisión desde pequeña, ya que en su primer escena muestra por dónde viene la mano. Cuando los dioses los descubren, los dos varoncitos jugaban a un combate de esgrima en el que se disputaban el amor de su amiga, todo en términos inocentes e incluso fraternales, en el que se gritaban “ella será mía” ante cada demostración de destreza, coraje y heroísmo. Ante lo cual María toma una espada de juguete, los derriba a ambos y declara, solemne como cualquier mujer convencida, sea la edad que sea, “yo no soy de nadie”. Actitud de independencia y autonomía que enamora a ambos cotendientes y que se refuerza en su segunda aparición, cuando María convence a sus pequeños enamorados de liberar a los chanchos de los corrales del pueblo, acaudillándolos en una corrida por las calles principales donde, además de irritar al dueño de los chanchos y al pueblo todo por el quilombo que hacen, se suelta también un enorme y demoníaco jabalí que casi mata al padre de María. El desastre lo impide primero Joaquín salvando al padre de María y luego Manolo, quien despliega una destreza increíble y maravillosa para torear al jabalí con una hermosa y arriesgada coreografía, esquivando cada embiste mortal y dejando al animal clavado en una baranda de madera.

La rebelde María es confinada a un monasterio en España por su padre el general y los dos niños le juran amor y fidelidad eternos para cuando regrese. El padre de María adopta a Joaquín y lo entrena como militar mientras que el padre de Manolo comienza su etrenamiento también espartano para matar toros reprimiendo su temprana vocación por la música y el ecologismo.

El día de su regreso, cuando los tres ya andaban por los 18, Joaquín ya era un reconocido militar y Manolo debutaba como atracción principal en la corrida de toros estelar del Día de los Muertos en la plaza principal del pueblo. No vamos a relatar toda la película, porque sino no sería una buena reseña, baste decir que Manolo se niega a asumir la herencia paterna, decide no matar al toro y además declarar un manifiesto casi político en contra de que se sigan matando toros, lo que le vale el repudio generalizado de su propia familia, las autoridades estatales y la masa popular entera, aunque genera la confirmación del amor de María por el joven. Joaquín aprovecha la situación y demuestra una total adaptación al orden establecido, ya que al contrario de Manolo a decidido convertirse en el machote militar que se esperaba de él, mostrando su destreza en combate y un desmedido amor propio y fanfarronería.

En un nuevo giro que apela a los recursos tradicionales de los clásicos griegos y romanos, herederos en parte de tradiciones previas, hundidas en el Antiguo Egipto y la mesopotamia fértil, cuando María está por comprometerse emocionalmente con Manolo, a escondidas y en contra de su familia y las leyes de su sociedad, en un ritual propio del amor romántico, en un amanecer en las afueras bucólicas del pueblo, luego de que Manolo desplegara su enorme habilidad como guitarrista y cantante, Xibalba mete la cola y aparenta la muerte de María, obligando a Manolo a aceptar ser asesinado para así encontrase con su amada en el mundo de los muertos.

No por shakesperiano el guiño deja de ser adecuado a la historia, que lo lleva a Manolo a un “descenso” a los infiernos, que en lugar de los 7 niveles de Virgilio y el Dante, tiene sólo dos, el mundo de los muertos recordados, lleno de alegría eterna y colorido a la mexicana y el más profundo mundo de los muertos olvidados, este sí, casi un calco de cualquier imagen tradicional del terrible Tártaro gobernado por Hades.

Como todo héroe clásico Manolo se enfrentará a su peor temor, el de ser él mismo o claudicar ante lo que el Estado y su tradición familiar quieren de él y vence. Y al vencer vuelve a tiempo al pueblo para evitar que el Chacal y su ejército privado de forajidos masacre a todo San Andrés, cosa ésta que siguiendo la mitología mexicana, mandaría a todo el pueblo y a sus ancestros al destierro eterno en el mundo de los muertos olvidados. Así, colorín colorado, la moraleja cierra con María y Manolo felices y comiendo perdices e incluso reconcilia a los tres amigos, ya que Joaquín a último momento descubre que la valentía y el coraje son imposibles y falsos si se es egoísta y comete un último acto de generosidad que lo redime, jugándose la vida por la de su amigo y rival y dejando de ser un obstáculo para que su objeto de deseo, María, consuma el suyo propio con el varón contendiente, en suma, deja su sentido de propiedad machista de lado.

El nacionalismo burgués progre una y otra vez

La película es claramente un balance de sus autores de su cultura natal, la mexicana, atravesado por dos preocupaciones, una bastante obvia que es la de inmigrantes que han hecho una trayectoria profesional en Estados Unidos que pretenden presentar la cultura mexicana como un valor positivo ante la sociedad huésped.

Es parte de una movida más general, en la que se puede mencionar la tristísima imagen de Brasil for export que pretendió “vender” el autor de los papagayos ecologistas de Río y la más fontanarrosiana versión de la argentinidad que propuso Campanella en Metegol. Guillermo del Toro ya tiene un largo recorrido como director y productor en la industria de Hollywood desde la multipremiada El laberinto del fauno hasta sagas más taquilleras como las de Hellboy o las del Hobbit. El director también pertenece al mundo de hollywwod pero más ligado a la animación infantil para la televisión. Ambos comparten una posición destacada en el mercado de los comics y los videojuegos y son apasionados lectores de mitología.

En su balance de la cultura mexicana no superan a los pensadores más avanzados del progresismo liberal burgués de América Latina: el movimiento romántico de fines de siglo XIX y principios del XX del que formaron parte tanto Rubén Darío como José Ingenieros, Mariátegui o Rodó. Recurren entre otras cosas a la vieja demanda del liberalismo criollo de colocar la Historia de Aztecas, Mayas e Incas como bienes simbólicos equivalentes a la importancia de la tradicion clásica de Grecia y Roma para la cultura europea.

Lo de la peli es tan relevante e interesante como la genial version de los infiernos de Virgilio y el Dante en la Buenos Aires del 900 de la infancia de Leopoldo Marechal, Jorge L. Borges y Xul Solar inmortalizada en Adán Buenos Aires o el más modesto pero no menos genial El Ángel Gris de Alejandro Dolina llevando la mitología clásica al Barrio de Flores de los años cincuenta u ochenta.

Para “vender” mejor la cultura popular de una nación oprimida y darse rango equivalente a la cultura dominante extranjera los nacionalistas burgueses siempre han buscado emparentarse con los clásicos grecorromanos.

Bien mirado sería el intento honesto de mexicanos “que triunfaron” por defender la mexicanidad en una coyuntura de fuerte agresión reaccionaria por parte de una sociedad norteamericana que no sólo explota salvajemente sino que subyuga y discrimina con fuerza a los latinos. Aunque también es posible leer en el esfuerzo de productor y director un intento de asimilación con la cultura norteamericana, apelando a lenjuajes visuales y estéticos muy populares entre su juventud y anclándose en la simpatía existente entre el Día de los Muertos y el Halloween.

En cualquier caso es seguro que presenta un ejercicio de moralización sobre los propios compatriotas, intentando presentar una tragedia moral donde se identifiquen los valores constitutivos de la mexicanidad que deben ser conservados y aquellos que deberían ser repudiados y superados por representar momentos arcaicos y “bárbaros” de su historia nacional.

Así, toda la película es un compendio de la “mexicanidad” analizado por mexicanos progresistas. Se resaltan el amor del pueblo mexicano por la alegría y una visión feliz de la vida aún a pesar de las dificultades, su fanatismo por el buen humor, ese que pone en ridículo todos y cada uno de los aspectos de la realidad, incluso los más solemnes y temidos y hasta se reivindica algo de ese coraje atávico del pueblo mexicano, protagonista de cientos de sublevaciones durante toda su larga historia de lucha entre poblaciones sometidas e imperios invasores cuando los tres amigos se enfrentan junto a su pueblo contra el Chacal al grito de “nadie retrocede ni se rinde”.

Pero también se critica con toda dureza el apego fanático del pueblo mexicano por el machismo y el lugar subordinado de las mujeres a un mundo de charros o los elementos más salvajes simbolizados en el asesinato ritual de animales, todavía hoy deporte popular en México y otras regiones hispanohablantes.

Déjenme decir que festejo cada una de las escenas donde María (durante varios pasajes es fácil identificarla con la propia Catrina encarnada) hace gala de su independencia y coraje. En un banquete que da su padre en homenae a Joaquín, con todas las burdas maniobras destinadas a que ella acepte su oferta de casamiento, irónicamente ella le da a entender que va a ser “una fiel esposa, que le limpie su ropa y consienta todos sus caprichos” y él se queda embobado, como viendo realizado el sueño máximo de todo hombre cuando ella lo despierta de un hondazo gritándole si “esa es tu imagen de las mujeres? La de una criada al servicio de los hombres?” a lo que la totalidad de los varones presentes en el restorán asienten afirmativamente con la cabeza.

Lo mismo que cuando Manolo visita el mundo de los muertos recordados y después de encontrarse con cada uno de sus ancestros por vía paterna, todos grandes toreros y machazos, descubre que del lado de su madre hay ancestros varones que fueron payasos y dos mellizas heroínas de la revolución mexicana, disfrazadas de guerilleras con sus cinturones de balas cruzados y fusil en ristre. O en el momento cúlmine de la película, en el que Chacal invade el pueblo, las autoridades y Joaquín se rajan, Manolo seguía en el inframundo batallando a todos los toros que su familia había matado en siglos, María toma el sable de su padre, se para sobre el banco de la Iglesia y arenga a todo el pueblo a armarse y dejar la vida luchando por su independencia y libertad.

Todos gestos hermosos y valorables que construyen una identificación ética y moral con una mujer emancipada, autónoma y valiente que cualquier socialista enseñaría a su hija sin pensarlo mucho.

Lo mismo le cabe a ese llamado al pueblo mexicano por abandonar la costumbre barbárica y bestial de masacrar toros en espectáculos masivos. Aunque hay que reconocerle una notable sutileza al planteo, sobre todo porque resuelve muy bien el concepto en el marco de una película entretenida. La peli plantea el abandono de la práctica de dar muerte al toro, propia del medioveo salvaje español y de la expansión de los terratenientes ganaderos andaluces, que tergiversó la vieja y masiva ritualidad popular del mediterráneo a una forma lujosa de faenar reses.

Porque en la tradición originada en el Levante, en lo que después fuera Fenicia o Siria, y probablemente originada en el culto del buey Apis en el Egipto antiguo, el rito de iniciación para ciertos varones, su pasaje a la plena masculinidad sexual, consistía en hacer frente a un toro o buey macho y mostrar su coraje, su entrega y también su destreza física y su astucia mental esquivando los embistes del animal. En las mitologías más antiguas del Mediterráneo el toro era considerado símbolo del poder creativo del macho, por su capacidad de engendrar múltiples vástagos “sirviendo” a un numero importante de hembras durante su corta vida sexual activa. Así los pueblos marineros lo identificaron con la generosidad del mar origen de su alimento y de la posibilidad de comerciar. Entre los fenicios su culto fue tan importante que a la hora de consolidar una única religión de Estado los descendientes del Rey David y Salomón debieron poner mucho énfasis en Moisés destrozando “falsos dioses” con figuras taurinas.

Esa tauromaquia emparentada con las religiones paleolíticas tenía incluso un respeto por la belleza y la armonía del “torero” a la hora de elegir sus coreografías. Esa cultura original es la que consideraba un deporte representativo de los mejores valores lidiar toros y que como eran símbolos de dioses y por lo tanto sagrados, a nadie se le hubiese ocurrido matarlos.

La peli reivindica inclusive el aspecto festivo y kitsh de la música utilizada en las corridas, los pasodobles de origen flamenco, el colorido de las guitarras y orquestas populares de origen español y su profunda raíz en los corridos, rancheras, boleros que nutren la cultura popular mexicana del siglo XX. De hecho el propio Manolo es en parte músico porque es torero y parte de su coraje se lo debe también a esa profesión. (Otra vez el mercenario Santaolalla demuestra un virtuosismo exacto al encargarse de la banda sonora del film)

En suma la peli llama a tirar el agua sucia sin botar al bebé. Pero con feminismo elemental y ecologismo sutil no alcanza.

Es lo máximo que la película puede ofrecer como paso de superación de la cultura nacional mexicana y eso, sinceramente, es muy poco. Empezando porque no debe haber lugar en la faz de la tierra donde a pesar de contar con varios ejemplos de mujeres indvidualmente libres (desde Sor Juana Inés en la etapa colonial hasta Frida Khalo y las mujeres guerrilleras) no haya podido sacar a México de los niveles más altos de femicidios de hispanoamérica.

Por más bella que sea la película no podemos dejar de resentirnos con una producción tan inteligentemente pensada que termina construyendo un México tan maravilloso como inexistente, idílico, tan alejado del México real donde las autoridades lejos de ser monigotes impotentes de los cuales se ríen los dioses y los niños, han llevado a la sociedad mexicana a niveles de descomposición y barbarie nunca vistos. Es hasta bizarro pensar que algún mexicano pueda soñar con que el simple hecho de ser fieles a sí mismos rescatará a su sociedad del narcoestado y la barbarie más acentuada incluso antes de los 43 de Ayotzinapa.

Porque en el fondo la película no supera una mirada tipica del nacionalismo burgués en México, anque progresista si se quiere: el del “crisol de razas”, donde el mestizo Manolo, descendiente de aztecas y conquistadores puede ser la síntesis del liderazgo nacional, un varón no machista, romántico y torero pero defensor de animales... incluso amigado con los herederos militares y políticos de la revolución de 1910, la casta que gobierna méxico desde el carrancismo hasta el PRI y que lo ha llevado hasta la descompsoición presente, sólo porque en algún momento abandona su egoísmo de clase y se juega en batalla contra el invasor exterior junto a su pueblo y abandona su machismo.

Como mucho es el sueño atrasado de un retorno cada vez más imposible al nacionalismo burgués progresista del cardenismo, que la burguesía mexicana, mal que le pese a Benicio, ha decidido abandonar como el mal paso de la costurerita hace más de 60 años y al que no parece querer retornar, viendo como ha gobernado y gobierna la última expresión centroizquierdista de México, el PRD.

En su límite de clase, Del Toro y su director pretenden una renovación cultural que pase por superar los límtes más atrasados de la tradición hispánico-mexica, el machismo y su desprecio por la vida natural, a través de la liberación de la educación de sus niños y niñas.

Pero en su propia limitada versión la peli ofrece pistas para un camino más efectivo, quizás se trate de entender que para lograr esa superación es necesario enfrentar a fondo a los defensores de la tradición y el estatus quo, como Manolo y María que enfrentan al Estado personificado en sus padres y al poder supremo, encarnado en los dioses del inframundo. Toda la película está atravesada por el recuerdo subliminal y permanente de la sublevación más fabulosa del proletariado rural, campesino y urbano de Méxio entre 1910 y 1920, en múltiples menciones parciales y el clímax se alcanza en una batalla campal a cielo abierto que recuerda las guerras civiles contra los españoles desde 1810 o el emperador francés Maximiliano en 1820 o la guerra contra la anexión norteamericana de 1850 y pico.

La salida, aunque más no sea para parir una cultura no machista y de respeto a la vida animal, también surgida de la experiencia del pueblo y su larga tradición de lucha, es enfrentarse al orden establecido, emanciparse de la explotación y hacerse cargo por sí mismos de su propio destino. La traducción colectiva de esta epopeya individual es, ni más ni menos, la necesidad de que el pueblo se haga cargo del gobierno de su propio destino.

Imposible que la peli lo diga así de clarito y no acusamos a los autores de expresar algo que probablemente no sientan, pero es una lectura, creemos no demasiado forzada.

Para no pelearnos con nuestros lectores más radicalizados consensuemos que el limitado llamado de la película a rebelarse individualmente contra la tradición familiar-cultural y “escribir tu propio destino”, puede ser leído en clave de “liberación colectiva” por medio de la lucha, atendiendo al contexto concreto y las algunas marcas de sentido que aquí reseñamos.

La muerte no es mala: religión y lucha de clases


Pero por suerte para nosotros la reivindicación del sueño idílico del inmigrante exitoso y progresista no es el centro de la película. El centro de la película reivindica sin ambagues una tradición religiosa anterior a la conquista, la del culto a los antepasados, frente a la visión imperialista de los conquistadores españoles sobre el punto.

La película destaca una visión de la muerte desprovista del morbo demoníaco que el catolicismo instauró desde que se transformó en religión de Estado (cuando la dirección del cristianismo fue cooptada por los emperadores romanos en el siglo IV) hasta que sus herederos españoles la trajeron, como inmortalizara el fallecido genio uruguayo Galeano, con la cruz empuñando los sables.

Y es interesante el concepto, ya que en última instancia no es exclusivo de la mexicanidad sino en realidad forma parte de una herencia universal de la estirpe humana. La gran mayoría de las cosmovisiones inventadas por la humanidad en su esfuerzo por comprender el funcionamiento de la realidad desde el paleolítico hasta la aparición de las clases dominantes y los Estados, coinciden en entablar una relación mucho más sana con ese eterno y atávico trauma que es para nosotros la muerte.

Los especialistas modernos, darwinistas todos claro, consideran que desde el paleolítico medio uno de los signos de la evolución de la capacidad intelectual humana ha sido sus capacidad de abstracción en torno al problema de la muerte. Se cree con bases científicas que los rituales de enterramiento presentes en los momentos más remotos de nuestra especie se condicen con la creencia antiquísima de que cuando alguien muere simplemente pasa a formar parte de la realidad desde otro plano, invisible, escondido del mundo evidente a los sentidos, pero vivo y presente.

Desde milenios hemos enterrado a nuestros familiares intentando por todos los medios dejarlos bien pertrechados para continuar su existencia “en el otro mundo”. Desde los intentos de momificación por preservar los cuerpos de egipcios e inkas hasta el simple gesto de los irlandeses colocando dos monedas de oro en los ojos del difunto para que coimee al “barquero” que lo cruzaría al otro lado, la humanidad lleva miles de años confiando en que este mundo no es el que termina con la historia.

Un gesto hermoso que sirve sólo para consolarnos con la angustia de dejar de existir definitivamente. Podrán decir que es un recurso atrasado e irracional, ilusorio, un dulce placebo para engañarnos y poder seguir vivos sin paralizarnos descubriendo que somos seres finitos. Pero déjeme defender su mayor utilidad para quienes luchamos por un mundo mejor que el paralizante miedo a dejar de existir o el cinismo existencialista al que le importa un rábano la muerte con el argumento de que de todos modos en el mejor de los casos nuestra condición de seres individuales nos condena a una soledad en vida que no se distingue mucho de “la nada”...

Pero lo que se destaca del culto a los muertos propio de las culturas aborígenes del valle del lago Texcoco hacia el norte y hacia el sur quiché y maya es su celebración del encuentro permanente y festivo entre los vivos y sus ancestros. Otras culturas adoptan la misma posición, tanto en las comunidades de los andes centrales como en las culturas de la vieja Europa y Asia. Por todos lados nos encontramos con una humanidad que cree en que el paso de sus familiares por el mundo sensible no es en vano y deja huellas, caminos que pueden ser recordados e incluso convocados para asistir en ayuda del presente.

No mirábamos la muerte con terror, hubo un momento en que el mundo de los muertos, estuviera ubicado bajo tierra como para los cazadores de las montañas del norte europeo, cruzando el Nilo hacia el desierto para los africanos o en las cumbres más altas como para los mesopotámicos, los aymaras, los nepalenses o los mapuches, o debajo de las cavernas y ríos subterráneos como para los pueblos indoeuropeos que poblaron la península helénica, cada cultura interpretaba su medio ambiente y colocaba al mundo de los muertos en el preciso lugar donde no se podía llegar, ver u oír, en ese mismo sitio donde se movían también las extrañas fuerzas naturales que regían los destinos del universo.

 (Otro paréntesis necesario, para hacer notar un detalle singular: la ubicación física del mundo de los muertos y los espíritus divinos. Siempre hemos colocado a nuestros antepasados y los espíritus de la naturaleza en lugares que nos fueron inaccesibles: los firmamentos estrellados, arriba de las nubes, el fondo profundo de los océanos o grandes lagos. Pero del mismo modo y con cierta lógica los lugares de encuentro con nuestros seres queridos fallecidos ofició siempre como un ritual de intemediación con las fuerzas superiores que regían el universo, de manera que los rituales se llevaban adelante en los sitios espacio-temporales fronterizos con lo desconocido: la cima de las montañas, las costas de los lagos, ríos o mares, las manifestaciones de las profundidades emergiendo a la superficie como los volcanes o las grutas acuíferas, el atardecer y el amanecer.

La importancia de prestar atención a este detalle tiene interpretaciones sicológicas muy ricas, ya que el inframundo es equiparable en la conciencia humana al subconsciente y el vieje de Manolo al mundo de los muertos funciona como una buena y clásica alegoría al descenso a lo profundo del propio inconsciente, lugar donde se ubican al mismo tiempo las tradiciones en que la sociedad nos programó y nuestros miedos más atávicos. Sólo la sublevación contra ellos y la reconciliación con lo mejor de nuestro pasado nos permite madurar y ser individuos plenos.)

El miedo a la muerte como recurso de control social


Luego vinieron las clases dominantes a construir un orden social basado en la destucción de todas las representaciones políticas e ideológicas que se identificaban con el mundo igualitario previo. Porque no debemos olvidarnos nunca que en nuestros más remotos orígenes y durante nuestros primeros 3 millones y medio de años en este planeta, los seres humanos vivimos en relaciones igualitarias donde imperaba la propiedad común. La aparición de las religiones antropomórficas con figuras varoniles es propia de la aparición de las clases sociales expropiadoras, la explotación de los expropiados, el imperio de la herencia patrilineal y el Estado.

Desde que los sumerios, acadios y egipcios entronaron a los dioses masculinos primero como esposos fieles de las antiguas diosas herederas de un fuerte culto popular enraizado en milenios de matriarcado, pasando por los atenienses imperialistas que después de milenios de adorar a Palas Atenea entronaron a un varón fálico, Zeus el del gran rayo que penetra la tierra, lo llevaron a violarse a todas las diosas preexistentes del matriarcado y a imponer su reino de terror junto a su hermano Hades, amo y señor del inframundo, que se transformó en un lugar temido. También las familias ricas agrícolas que construyeron el primer Estado de Judá inventaron un dios masculino -cuyo nombre no pronunciamos por cábala más que por respeto-, que colmó al infierno de un aspecto bastante parecido al destierro en reinos babilónicos, lleno de demonios que recuerdan a los viejos dioses sumerios y que son el origen histórico concreto de la iconografía bíblica de los demonios alados y zoomorfos.

La que más rosca le dió al asunto para la cultura occidental moderna fue la Iglesia Católica Romana y luego medieval, que conjurando al arcángel rebelde al reino del infierno transformó todos los ritos prerrománicos de los mal llamados pueblos celtas, transformando a las druidas herederas del saber mágico-religioso en brujas amantes del demonio, y a sus querencias originales en medio de los bosques tan amados por los pueblos que creían en el poder de la naturaleza transformados en sitios identificados con el más arcaico temor a la oscuridad.

La Iglesia Romana facturó millones en ingresos cuando trabajó fervientemente por inculcar el miedo en los corazones y mentes de esclavos y campesinos, el miedo a una eternidad viviendo en las torturas del inframundo, el miedo a ser muerto por los amos y señores feudales, el miedo que se bajaba en los únicos momentos que la población campesina se reunía a recibir una formación intelectual sobre el destino del mundo en las asambleas de la misa en la parroquia del pueblo. Un trabajo sistemático y semanal durante siglos sobre las conciencias iletradas, buscando debilitar con el terror la fuerza potencial contra la explotación de esas mismas masas incultas y trabajadoras.

Del mismo modo que los romanos borraron las antiguas tradiciones religiosas comunitarias de las aldeas y bosques de Europa cuando pisaron el continente desconocido empujaron a las diosas y dioses náhuatl, mexicas, mayas, aymaras, guaraníes, quichwas y demás a convivir en el temido infierno con Satanás. Y lo hicieron quemando vivos chamanes, prendiendo fuego los libros sagrados, quemando las waqas sagradas  y derrumbando a los “falsos ídolos” como Moisés con el bellocino de oro después de su pacto con dios en el monte del Sinaí.

El día de los muertos es en sí mismo un símbolo de esta lucha anti-imperialista entendida en clave religiosa. En la mayoría de latinoamérica, sobre todo en aquella en que las tradiciones campesinas y la opresión española fueron más persistentes, se celebra el Día de Todos los Muertos el 2 de noviembre, coincidiendo con el santoral católico que fija esta fecha en homenaje a los recién nacidos masacrados por Herodes para evitar la profrecía que señalaba el nacimiento de Cristo, de ahí que en algunos sitios se lo mencione como día de los Santos Inocentes o de los Muertos Inocentes.

Originalmente fue el intento de la Iglesia conquistadora por elminar los rituales de la cosecha, es decir, de la transicion del invierno hacia la primavera en las culturas agrícolas que queían dominar. Durante siglos, los aborígenes utilizaron la celebración del reencuentro con los ancestros fallecidos y por lo tanto, la conexión con el mundo de los dioses y diosas de la naturaleza para facilitar mágicamente el fin del reino de la muerte invernal y acelerar el pasaje hacia la vida renaciente de la primavera. En todo el mundo este tipo de rituales de comunicación con el mundo de los muertos y los dioses adoptó diversas formas pero siempre sostuo una posición festiva, al fin y al cabo uno se encontraba con gente querida a la que recordaba para celebrar que habían zafado de morir durante el invierno y de paso se juntaban poblaciones habitualmente dispersas para realizar las tareas colectivas de la cosecha.

España necesitaba mantener el ritual para sostener el calendario agrícola y mantener el flujo de impuestos agrarios con el que explotaba al campesinado aborígen, pero no podía permitir la competencia de otros dioses (y otros clérigos) en competencia con la verdadera fe (y con el destino final de los diezmos). Se dió un “sincretismo imperialista” y cambiaron a la Catrina por una anécdota de la Biblia y por una Madre Virgen y a otra cosa mariposa. Pero en el profundo suelo del campo, los campesinos defendieron sus creencias, y mientras los huincas peninsulares y criollos se llenan de crespones negros y caras de velorio, los 2 de noviembre las masas inundan los cementerios para compartir sus mejores comidas, músicas y alcoholes con los antepasados.

Vieja tradición también presente en los anglosajones y celtas del bajo pueblo campesino que a fuerza de ser explotados por anglicanos y protestantes se transformó en el contradictorio ritual de Halloween, donde a la algarabía de niños y niñas disfrazados con motivos “demoníacos” se matan de risa desafiando a los mayores a cambio de un “dulce o travesura”.

Quienes sólo miran las tradiciones religiosas con la miopía del nacionalismo no pueden ver esta profunda línea de continuidad entre el hallowen yankee y el día de los muertos latino. Cosa, dicho sea de paso, que sí comprende Benicio y en su afán de caerle bien a sus amos de las grandes cadenas de cine utiliza a su favor, generando una empatía entre ambas expresiones culturales.

También hay una cierta cultura urbana tipo COMICON, de donde provinen Del Toro y Gutiérrez, de culto a los zombis, las pelis de terror, los esqueletos, etc. que lind con cierto anarquismo en contra de la hipocresía del sistema... interesante porque debe ser producto de jóvenes yankees recuperando su rebeldía infantil del hallowen ante el mundo sacrosanto de la religión y el velorio. En la peli hay un guiño por ese lado ya que uno de los pibitos rebeldes que escucha la historia del museo es un arquetipo de esta subcultura juvenil de aprecio por los símbolos mortuorios.

Vivir (y luchar) sin temor a morir (o perder)

El genial Federico (se llamaba Friederich pero yo lo siento un amigo del barrio) Engels, escribió en algún lado que nuestros antepasados paleolíticos estuvieron más cerca de la verdad que las miles de generaciones criadas por los Estados y las clases dominantes en la falsa idea de que dioses con voluntad de reyes decidían a piaccere el destino de las masas. Se preguntaba retóricamente Federico si la invisible fuerza de la gravedad, que la ciencia humana descubrió casi al final del recorrido de la especie, que sabemos domina al universo, no se asemejaba más a un mundo gobernado por los espíritus invisibles de la naturaleza que a los enormes seres barbudos con togas y sombreros lujosos que gobernaban por capricho, siempre obsesionados en que sus súbditos les riendieran... tributo.

También pienso en Trostsky, curiosamente amigo personal de Frida Kahlo y protagonista destacado de la tradición cultural del pueblo mexicano que le dió asilo y donde fue finalmente alcanzado por el brazo asesino del estalinismo, quien defendía una posición revolucionaria ante la muerte como un paso inevitable del ciclo de la vida y que convocaba a no caer en el dolor paralizante ante la desaparición física de amigos, familiares y camaradas sino al recuerdo vivo de su aporte al movimiento por la emancipación humana. Una actitud revolucionaria es la que se planta ante la muerte haciendo un balance de lo valioso que el ser pudo aportarle a la vida y, por lo tanto, a quienes seguirían batallando de este lado del mundo para los que las banderas de los antecesores deberían servir como arma de combate.

Las ciencias actuales que examinan el funcionamiento de la psicología humana y el mundo afectivo aseguran que uno de los pasos necesarios para que el individuo pueda ser “funcional” en su vida cotidiana es la “aceptación” o “asimilación” de la muerte como parte del devenir natural. Aferrarse a la vida por temor a morirse puede llevar a la aceptación de negociaciones miserables y humillantes con la vida hasta la depresión y la parálisis patológica, dicen quienes de esto saben.

Los explotadores prefieren explotados cobardes, que no se animen a enfrentarlos por temor a ser derrotados, heridos, mutilados, encarcelados, muertos. El terror a morir es uno de los tantos venenos que nos inoculan para mantener nuestras mentes cerradas y sumisas. Y de paso nos llenan la vida de muertes profundamente dolorosas, porque nos van matando a nuestros hijos de hambre y enfermedades curables, a nuestras niñas y mujeres secuetradas vendidas, violadas o brutalmente asesinadas. Nos van sembrando la conciencia de muerte, de pérdida, de angustia y de dolor. El uso de la muerte por las clases dominantes pretende la desmoralización de los luchadores.

Liberarse del temor a la derrota o de la muerte es una de las condiciones necesarias para el triunfo de la lucha.

El libro de la vida apunta en este sentido profundamente revolucionario, recupera del fondo del arcón de las culturas más antiguas de la especie una metodología para elaborar la muerte e incorporarla a nuestra cotidianeidad mucho más sana que la de los últimos cinco mil años de herencia hispánica judeo-cristiana. Claro que como el productor y director temen confiar en la fuerza profunda del pueblo oprimido mexicano y siguen esperanzados en la redención de su burguesía progresista, nunca imaginarían que el camino definitivo para sacarse de las conciencias el peso muerto de las tradiciones pasa porque todos los manolos y marías de la tierra se armen contra los generales y los curas... y gobiernen por sus propios medios.

Confiamos en que nuestros hijos e hijas sean más capaces para llevar adelante estos sueños. En parte de nosotros depende, en tanto tempranos formadores de su personalidad y su inconsciente. Y confiamos en que este tipo de películas los ayuden en ese camino desde su más tierna infancia.

Porque no tenemos nada que perder y sí, todo por ganar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario