Mi hija de cuatro años y 9 meses me viene
sometiendo a una permanente exposición a la película animada El Libro de la Vida, de Disney Co.,
desde que consiguió la primer muñeca de María en alguna de las dos cadenas de
comida chatarras internacionales. La película es sinceramente apasionante, vale
la pena y debe ser de las mejores producciones de su género en años. Tiene
tantas capas, sutilezas y metalenguajes que me sugirieron muchos ángulos para
enfocarla. Así que, como el costado bueno de ser un escritor no profesional es
que si nadie te publica, publicás lo que se te canta... aquí les va esta
extensa perorata sobre técnicas narrativas, feminismo, ecologismo, nacionalismo
burgués, imperialismo, y la lucha de clases en el mundo del inconsciente, la
cultura, las tradiciones y la religión.
Espero al menos que el viaje les sea
placentero.
Por qué vale la pena hacer esta reseña
Casi todos los grandes cuadros
teórico-prácticos del marxismo revolucionario, fundadores de métodos
filosóficos, constructores de partidos revolucionarios y conquistadores de
victorias para la clase obrera (algunos en una misma vida humana) coinciden en
decir que Beethoven fue lo más revolucionario que la música burguesa le aportó
a la humanidad. El propio Lenin, dirigente de la primer dictadura obrera
duradera del mundo, tenia un casi exagerado respeto por las obras de arte
producidas por la burguesía porque entendía que en el mundo del arte, como en
el de las ideas, justo es que una clase eternamente castigada y opimida como
los trabajadores y trabajadoras, aprendieran a gobernar el mundo también
aprendiendo lo mejor de la herencia cultural de la burguesía.
Contradictorio y dialéctico, como todo, no
podemos esperar que ninguna obra burguesa desarrolle los mejores valores
morales y estéticos posibles, por eso, mientras construimos tenazmente un
gobierno obrero y el socialismo, quienes estamos destinados a superar esta
sociedad putrefacta y caníbal, debemos hacer un enorme esfuerzo por decantar el
trigo y la cizaña y quedarnos con lo mejor de lo que hay.
Y si
somos padres de chicas o chicos en edad de cine infantil, no te cuento. Hay que
buscar con lupa algo que escape a la pelotudez de princesas forras y guerreros
galácticos.
Lo que tiene de revolucionaria la animación
digital para niños El libro de la vida¸digámoslo
ahora, es que ayuda a los niños a elaborar el trauma de la muerte desde edades
muy tempranas. Y eso sólo ya es revolucionario, porque se mete con uno de los
tabúes más importantes con los que el Estado sigue intentando programar las
mentes de las clases dominadas. Pues, qué tan efectivo como el miedo a la
muerte propia o de seres queridos para meter la cobardía, la culpa, el terror y
la parálisis en los huesos de las personas.
Para un régimen que le importa un rábano la
vida y que siembra muete a cada paso que dá, el culto del miedo a la muerte
sirve como un factor de control social como el que más.
Recuerdo que en una entrevista, hablando de
bueyes perdidos, Marcos Silber, poeta comunista de los 60 recordaba una obra de
teatro que le había parecido maravillosa en esos años. No recuerdo sinceramente
cómo se llamó ni su autor, tampoco sé muy bien si había llegado a ser censurada
o simplemente había levantado polvareda entre la crítica. Lo concreto es que
toda la obra infantil consistía en la historia de un pajarito que se le moría a
su niño y lo que este suceso generaba en su conciencia infantil. O podemos
recordar la canción de la genial María Elena Walsh sobre la pájara pinta, la de
la canción tradicional infantil, que denunciaba y repudiaba el asesinato de su
marido por un cazador pidiendo perdón por cantar un tema tan triste.
Porque, piénselo un sólo segundo ¿usted le
hablaría a su hijo/a de dos años sobre la muerte así como le explica como
agarrar la taza de la leche? Si su respuesta ha sido positiva usted está mucho
más avanzado y liberado de ataduras mentales que el 80 % de la población en
sudamérica. Las Iglesias de todo tipo, pero sobre todo las que sostienen
funciones políticas de justificación de la explotación de Estados y
empresarios, como la Católica Romana, la Judía o el Islam y alguna que otra
variante arcaica de protestantismo, unden uno de sus pilares de control
sicológico sobre las masas en la difusión de una imagen atemorizante de la
muerte en sus conciencias.
Varias historias bien enhebradas
El Libro
de la Vida le entra con todo al prejuicio
católico-occidental sobre el mundo de los muertos y para decirlo en jerga
mexicana, le da en la madre. Se trata de una historia escrita en capas y no por
casualidad.
En la superficie arranca con un grupo de
pequeños de distintas edades que hacen un
recorrido por un museo en alguna ciudad de Estados Unidos que tienen la
particularidad de ser niños “castigados”, los “rebeldes de la escuela” o los
quilomberos, depende como se mire. Estos pibes y pibas pendencieros se
encuentran con una guía muy particular que los introduce en un museo paralelo
al oficial, escondido del otro por una falsa pared que los lleva a un museo sumergido
dedicado exclusivamente a la cultura mexicana.
La guía femenina les cuenta a los niños la
historia de un libro donde están contenidas todas y absolutamente todas las
historias del mundo, las verdaderas y las inventadas.
(Digamos como paréntesis que es muy común y
llama mucho la atención al turista extranjero la particular forma de narrar las
historias que tienen las maestras de primaria en los museos como el Nacional de
Antropología Forense o el del Castillo de Chapultepec,. Esto es fácl de observar
cuando uno viaja de mochilero y accede a los grandes museos del DF los domingos
o feriados, cuando la entrada es gratuita y uno se puede cruzar con decenas de
contingentes de primarias con sus simpáticas maestras desplegando un arte
excelente que combina dosis justas de ternura, fantasía y rigurosidad
científica.)
De todas las historias del Libro, la guía
cuenta la de un pueblo que queda en el centro del universo, o sea, en México,
el pueblo de San Andrés, donde la diosa del mundo de los muertos recordados, la
contradictoriamente hermosa Catrina, nombre popular de la diosa náhuatl
Mictecacíhuatl, inmortalizada para todo el mundo no mexicano por los geniales
artistas plásticos revolucionarios Diego Rivera y Frida Khalo en varios
lienzos, y su enamorado, el temible Xibalba, dios del mundo de los muertos
olvidados, juegan en una apuesta irresponsablemente el destino de toda la
humanidad.
En el contexto de un Día de los Muertos, los dioses escogen a una niña y dos niños,
amigos los tres, enamorados de ella ambos, para ver quién de los gurises se
casa con la niña en el futuro. Catrina elije a Manolo, huérfano de madre,
apasionado morochito desde pequeño por la música y el amor romántico y
desinteresado pero proveniente de una dinastía masculina de toreros mientras
que Xibalba escoge a Joaquín, varón rubio, huérfano de un general victorioso en
la Revolución del 1910 pero asesinado por un temible bandido rural en la
posguerra, el Chacal. Mientras que Manolo expresa la masculinidad conectada con
los sentimientos afectivos, el mundo de la música y la poesía, respetuoso de
las mujeres y generoso, Joaquín es el símbolo del machote mexicano, egocéntrico
y poderoso, de carrera militar, “con grandes bigotes y muchas medallas en el
ancho pecho”.
En el momento central de la película se
desarrolla una típica tragedia griega, donde estos tres mortales se debaten
sobre sentimientos y valores propios de los inmortales, condicionados por los
dioses que intervienen sobre ellos como literales titiriteros.
(En otro paréntesis válido déjeme decir que
los directores hacen consciente y obvio el recurso a la tragedia griega
original, ya que una vez que Catrina y Xibalba nos son presentados, es fácil
reconocer a la diosa de los muertos en la voz y los ojos de la guía del museo y
al malvado dios encarnado en uno de los serenos del museo, quien intenta hacer
valer los reglamentos para prohibir la visita pero que cede ante la seducción
de la guía. La diosa disfrazada de guía representa la historia ficcional a los
niños díscolos de la visita utilizando muñecos de madera articulados, como los
títeres y la narración pasa de figuras más parecidas a personajes del mundo
real, o con una mayor pretensión de realismo, cuando se para en el nivel del
argumento introductorio -los niños en el museo- y se traslada a imágenes de
muñecos de madera cuando desarrolla el nivel de la historia central, la de
María, Manolo y Joaquín en San Andrés.)
Para determinar quién se casa con quién los
tres protagonistas están obligados a enfrentarse a sí mismos, a las opciones
éticas que los definirán como sujetos, en un momento muy cargado de simbolismo,
un día de todos los muertos cuando el trío cumple los 18 años, es decir, su
pasaje a la adultez sexual y civil.
Sabido es que el chiste de la tragedia griega
consiste precisamente en eso, la representación de situaciones límite,
absolutas y definitivas, impuestas por acontecimientos imposibles de controlar
por los seres humanos, situaciones perfectas propias de los dioses. Todo con el
objetivo más clásico del arte griego, el de representar escenarios morales
posibles para que los ciudadanos pudiesen hacer catarsis con la obra sin llegar
a una identificación plena con los personajes, una empatía tan fuerte que haga
imposible la separación afectiva y el pensamiento racional.
Los tres niños deben enfrentarse con la
disyuntiva de ser fieles a sus deseos y creencias o dejarse vencer por la
imposición de las leyes sociales y culturales que han definido un destino y un
camino a seguir en la vida en sociedad a través del Estado, encarnado en la
peli por un obispo obeso y su séquito de monjas cantoras, el padre adoptivo de
María, un general de la Revolución que está a cargo de la seguridad del pueblo
y el padre de Manolo, que oficia de representante de las tradiciones
patriarcales masculinas y encima, torero, que para la cultura española y
mexicana es algo así como un ídolo “deportivo” popular que difunde en las masas
la cultura hispánica machista y barbárica del gran macho que asesina al símbolo
máximo de la virilidad y el poder masculino desde hace milenios.
María toma su decisión desde pequeña, ya que
en su primer escena muestra por dónde viene la mano. Cuando los dioses los
descubren, los dos varoncitos jugaban a un combate de esgrima en el que se
disputaban el amor de su amiga, todo en términos inocentes e incluso
fraternales, en el que se gritaban “ella será mía” ante cada demostración de
destreza, coraje y heroísmo. Ante lo cual María toma una espada de juguete, los
derriba a ambos y declara, solemne como cualquier mujer convencida, sea la edad
que sea, “yo no soy de nadie”. Actitud de independencia y autonomía que enamora
a ambos cotendientes y que se refuerza en su segunda aparición, cuando María
convence a sus pequeños enamorados de liberar a los chanchos de los corrales
del pueblo, acaudillándolos en una corrida por las calles principales donde,
además de irritar al dueño de los chanchos y al pueblo todo por el quilombo que
hacen, se suelta también un enorme y demoníaco jabalí que casi mata al padre de
María. El desastre lo impide primero Joaquín salvando al padre de María y luego
Manolo, quien despliega una destreza increíble y maravillosa para torear al
jabalí con una hermosa y arriesgada coreografía, esquivando cada embiste mortal
y dejando al animal clavado en una baranda de madera.
La rebelde María es confinada a un monasterio
en España por su padre el general y los dos niños le juran amor y fidelidad
eternos para cuando regrese. El padre de María adopta a Joaquín y lo entrena
como militar mientras que el padre de Manolo comienza su etrenamiento también
espartano para matar toros reprimiendo su temprana vocación por la música y el
ecologismo.
El día de su regreso, cuando los tres ya
andaban por los 18, Joaquín ya era un reconocido militar y Manolo debutaba como
atracción principal en la corrida de toros estelar del Día de los Muertos en la
plaza principal del pueblo. No vamos a relatar toda la película, porque sino no
sería una buena reseña, baste decir que Manolo se niega a asumir la herencia
paterna, decide no matar al toro y además declarar un manifiesto casi político
en contra de que se sigan matando toros, lo que le vale el repudio generalizado
de su propia familia, las autoridades estatales y la masa popular entera,
aunque genera la confirmación del amor de María por el joven. Joaquín aprovecha
la situación y demuestra una total adaptación al orden establecido, ya que al
contrario de Manolo a decidido convertirse en el machote militar que se
esperaba de él, mostrando su destreza en combate y un desmedido amor propio y
fanfarronería.
En un nuevo giro que apela a los recursos
tradicionales de los clásicos griegos y romanos, herederos en parte de
tradiciones previas, hundidas en el Antiguo Egipto y la mesopotamia fértil,
cuando María está por comprometerse emocionalmente con Manolo, a escondidas y
en contra de su familia y las leyes de su sociedad, en un ritual propio del
amor romántico, en un amanecer en las afueras bucólicas del pueblo, luego de
que Manolo desplegara su enorme habilidad como guitarrista y cantante, Xibalba
mete la cola y aparenta la muerte de María, obligando a Manolo a aceptar ser
asesinado para así encontrase con su amada en el mundo de los muertos.
No por shakesperiano el guiño deja de ser
adecuado a la historia, que lo lleva a Manolo a un “descenso” a los infiernos,
que en lugar de los 7 niveles de Virgilio y el Dante, tiene sólo dos, el mundo
de los muertos recordados, lleno de alegría eterna y colorido a la mexicana y
el más profundo mundo de los muertos olvidados, este sí, casi un calco de
cualquier imagen tradicional del terrible Tártaro gobernado por Hades.
Como todo héroe clásico Manolo se enfrentará a
su peor temor, el de ser él mismo o claudicar ante lo que el Estado y su
tradición familiar quieren de él y vence. Y al vencer vuelve a tiempo al pueblo
para evitar que el Chacal y su ejército privado de forajidos masacre a todo San
Andrés, cosa ésta que siguiendo la mitología mexicana, mandaría a todo el
pueblo y a sus ancestros al destierro eterno en el mundo de los muertos
olvidados. Así, colorín colorado, la moraleja cierra con María y Manolo felices
y comiendo perdices e incluso reconcilia a los tres amigos, ya que Joaquín a
último momento descubre que la valentía y el coraje son imposibles y falsos si
se es egoísta y comete un último acto de generosidad que lo redime, jugándose
la vida por la de su amigo y rival y dejando de ser un obstáculo para que su
objeto de deseo, María, consuma el suyo propio con el varón contendiente, en
suma, deja su sentido de propiedad machista de lado.
El nacionalismo burgués progre una y otra vez
La película es claramente un balance de sus
autores de su cultura natal, la mexicana, atravesado por dos preocupaciones,
una bastante obvia que es la de inmigrantes que han hecho una trayectoria
profesional en Estados Unidos que pretenden presentar la cultura mexicana como
un valor positivo ante la sociedad huésped.
Es parte de una movida más general, en la que
se puede mencionar la tristísima imagen de Brasil for export que pretendió “vender”
el autor de los papagayos ecologistas de Río
y la más fontanarrosiana versión de la argentinidad que propuso Campanella en Metegol. Guillermo del Toro ya tiene un
largo recorrido como director y productor en la industria de Hollywood desde la
multipremiada El laberinto del fauno hasta
sagas más taquilleras como las de Hellboy o las del Hobbit. El director también
pertenece al mundo de hollywwod pero más ligado a la animación infantil para la
televisión. Ambos comparten una posición destacada en el mercado de los comics
y los videojuegos y son apasionados lectores de mitología.
En su balance de la cultura mexicana no
superan a los pensadores más avanzados del progresismo liberal burgués de
América Latina: el movimiento romántico de fines de siglo XIX y principios del
XX del que formaron parte tanto Rubén Darío como José Ingenieros, Mariátegui o Rodó.
Recurren entre otras cosas a la vieja demanda del liberalismo criollo de
colocar la Historia de Aztecas, Mayas e Incas como bienes simbólicos
equivalentes a la importancia de la tradicion clásica de Grecia y Roma para la
cultura europea.
Lo de la peli es tan relevante e interesante
como la genial version de los infiernos de Virgilio y el Dante en la Buenos
Aires del 900 de la infancia de Leopoldo Marechal, Jorge L. Borges y Xul Solar
inmortalizada en Adán Buenos Aires o
el más modesto pero no menos genial El
Ángel Gris de Alejandro Dolina llevando la mitología clásica al Barrio de
Flores de los años cincuenta u ochenta.
Para “vender” mejor la cultura popular de una
nación oprimida y darse rango equivalente a la cultura dominante extranjera los
nacionalistas burgueses siempre han buscado emparentarse con los clásicos
grecorromanos.
Bien mirado sería el intento honesto de
mexicanos “que triunfaron” por defender la mexicanidad en una coyuntura de
fuerte agresión reaccionaria por parte de una sociedad norteamericana que no
sólo explota salvajemente sino que subyuga y discrimina con fuerza a los
latinos. Aunque también es posible leer en el esfuerzo de productor y director
un intento de asimilación con la cultura norteamericana, apelando a lenjuajes
visuales y estéticos muy populares entre su juventud y anclándose en la
simpatía existente entre el Día de los Muertos y el Halloween.
En cualquier caso es seguro que presenta un
ejercicio de moralización sobre los propios compatriotas, intentando presentar
una tragedia moral donde se identifiquen los valores constitutivos de la
mexicanidad que deben ser conservados y aquellos que deberían ser repudiados y
superados por representar momentos arcaicos y “bárbaros” de su historia
nacional.
Así, toda la película es un compendio de la “mexicanidad”
analizado por mexicanos progresistas. Se resaltan el amor del pueblo mexicano
por la alegría y una visión feliz de la vida aún a pesar de las dificultades,
su fanatismo por el buen humor, ese que pone en ridículo todos y cada uno de
los aspectos de la realidad, incluso los más solemnes y temidos y hasta se
reivindica algo de ese coraje atávico del pueblo mexicano, protagonista de
cientos de sublevaciones durante toda su larga historia de lucha entre
poblaciones sometidas e imperios invasores cuando los tres amigos se enfrentan
junto a su pueblo contra el Chacal al grito de “nadie retrocede ni se rinde”.
Pero también se critica con toda dureza el
apego fanático del pueblo mexicano por el machismo y el lugar subordinado de
las mujeres a un mundo de charros o los elementos más salvajes simbolizados en
el asesinato ritual de animales, todavía hoy deporte popular en México y otras
regiones hispanohablantes.
Déjenme decir que festejo cada una de las
escenas donde María (durante varios pasajes es fácil identificarla con la
propia Catrina encarnada) hace gala de su independencia y coraje. En un
banquete que da su padre en homenae a Joaquín, con todas las burdas maniobras
destinadas a que ella acepte su oferta de casamiento, irónicamente ella le da a
entender que va a ser “una fiel esposa, que le limpie su ropa y consienta todos
sus caprichos” y él se queda embobado, como viendo realizado el sueño máximo de
todo hombre cuando ella lo despierta de un hondazo gritándole si “esa es tu
imagen de las mujeres? La de una criada al servicio de los hombres?” a lo que
la totalidad de los varones presentes en el restorán asienten afirmativamente
con la cabeza.
Lo mismo que cuando Manolo visita el mundo de
los muertos recordados y después de encontrarse con cada uno de sus ancestros
por vía paterna, todos grandes toreros y machazos, descubre que del lado de su
madre hay ancestros varones que fueron payasos y dos mellizas heroínas de la
revolución mexicana, disfrazadas de guerilleras con sus cinturones de balas
cruzados y fusil en ristre. O en el momento cúlmine de la película, en el que
Chacal invade el pueblo, las autoridades y Joaquín se rajan, Manolo seguía en
el inframundo batallando a todos los toros que su familia había matado en
siglos, María toma el sable de su padre, se para sobre el banco de la Iglesia y
arenga a todo el pueblo a armarse y dejar la vida luchando por su independencia
y libertad.
Todos gestos hermosos y valorables que
construyen una identificación ética y moral con una mujer emancipada, autónoma
y valiente que cualquier socialista enseñaría a su hija sin pensarlo mucho.
Lo mismo le cabe a ese llamado al pueblo
mexicano por abandonar la costumbre barbárica y bestial de masacrar toros en
espectáculos masivos. Aunque hay que reconocerle una notable sutileza al
planteo, sobre todo porque resuelve muy bien el concepto en el marco de una
película entretenida. La peli plantea el abandono de la práctica de dar muerte
al toro, propia del medioveo salvaje español y de la expansión de los
terratenientes ganaderos andaluces, que tergiversó la vieja y masiva ritualidad
popular del mediterráneo a una forma lujosa de faenar reses.
Porque en la tradición originada en el
Levante, en lo que después fuera Fenicia o Siria, y probablemente originada en
el culto del buey Apis en el Egipto antiguo, el rito de iniciación para ciertos
varones, su pasaje a la plena masculinidad sexual, consistía en hacer frente a
un toro o buey macho y mostrar su coraje, su entrega y también su destreza
física y su astucia mental esquivando los embistes del animal. En las
mitologías más antiguas del Mediterráneo el toro era considerado símbolo del
poder creativo del macho, por su capacidad de engendrar múltiples vástagos “sirviendo”
a un numero importante de hembras durante su corta vida sexual activa. Así los
pueblos marineros lo identificaron con la generosidad del mar origen de su
alimento y de la posibilidad de comerciar. Entre los fenicios su culto fue tan
importante que a la hora de consolidar una única religión de Estado los
descendientes del Rey David y Salomón debieron poner mucho énfasis en Moisés
destrozando “falsos dioses” con figuras taurinas.
Esa tauromaquia emparentada con las religiones
paleolíticas tenía incluso un respeto por la belleza y la armonía del “torero”
a la hora de elegir sus coreografías. Esa cultura original es la que
consideraba un deporte representativo de los mejores valores lidiar toros y que
como eran símbolos de dioses y por lo tanto sagrados, a nadie se le hubiese
ocurrido matarlos.
La peli reivindica inclusive el aspecto
festivo y kitsh de la música utilizada en las corridas, los pasodobles de
origen flamenco, el colorido de las guitarras y orquestas populares de origen
español y su profunda raíz en los corridos, rancheras, boleros que nutren la
cultura popular mexicana del siglo XX. De hecho el propio Manolo es en parte
músico porque es torero y parte de su coraje se lo debe también a esa profesión.
(Otra vez el mercenario Santaolalla demuestra un virtuosismo exacto al
encargarse de la banda sonora del film)
En suma la peli llama a tirar el agua sucia
sin botar al bebé. Pero con feminismo elemental y ecologismo sutil no alcanza.
Es lo máximo que la película puede ofrecer como
paso de superación de la cultura nacional mexicana y eso, sinceramente, es muy
poco. Empezando porque no debe haber lugar en la faz de la tierra donde a pesar
de contar con varios ejemplos de mujeres indvidualmente libres (desde Sor Juana
Inés en la etapa colonial hasta Frida Khalo y las mujeres guerrilleras) no haya
podido sacar a México de los niveles más altos de femicidios de hispanoamérica.
Por más bella que sea la película no podemos
dejar de resentirnos con una producción tan inteligentemente pensada que
termina construyendo un México tan maravilloso como inexistente, idílico, tan
alejado del México real donde las autoridades lejos de ser monigotes impotentes
de los cuales se ríen los dioses y los niños, han llevado a la sociedad
mexicana a niveles de descomposición y barbarie nunca vistos. Es hasta bizarro pensar
que algún mexicano pueda soñar con que el simple hecho de ser fieles a sí
mismos rescatará a su sociedad del narcoestado y la barbarie más acentuada
incluso antes de los 43 de Ayotzinapa.
Porque en el fondo la película no supera una
mirada tipica del nacionalismo burgués en México, anque progresista si se
quiere: el del “crisol de razas”, donde el mestizo Manolo, descendiente de
aztecas y conquistadores puede ser la síntesis del liderazgo nacional, un varón
no machista, romántico y torero pero defensor de animales... incluso amigado
con los herederos militares y políticos de la revolución de 1910, la casta que
gobierna méxico desde el carrancismo hasta el PRI y que lo ha llevado hasta la
descompsoición presente, sólo porque en algún momento abandona su egoísmo de
clase y se juega en batalla contra el invasor exterior junto a su pueblo y
abandona su machismo.
Como mucho es el sueño atrasado de un retorno
cada vez más imposible al nacionalismo burgués progresista del cardenismo, que
la burguesía mexicana, mal que le pese a Benicio, ha decidido abandonar como el
mal paso de la costurerita hace más de 60 años y al que no parece querer
retornar, viendo como ha gobernado y gobierna la última expresión
centroizquierdista de México, el PRD.
En su límite de clase, Del Toro y su director pretenden
una renovación cultural que pase por superar los límtes más atrasados de la
tradición hispánico-mexica, el machismo y su desprecio por la vida natural, a
través de la liberación de la educación de sus niños y niñas.
Pero en su propia limitada versión la peli
ofrece pistas para un camino más efectivo, quizás se trate de entender que para
lograr esa superación es necesario enfrentar a fondo a los defensores de la
tradición y el estatus quo, como Manolo y María que enfrentan al Estado
personificado en sus padres y al poder supremo, encarnado en los dioses del
inframundo. Toda la película está atravesada por el recuerdo subliminal y
permanente de la sublevación más fabulosa del proletariado rural, campesino y
urbano de Méxio entre 1910 y 1920, en múltiples menciones parciales y el clímax
se alcanza en una batalla campal a cielo abierto que recuerda las guerras
civiles contra los españoles desde 1810 o el emperador francés Maximiliano en
1820 o la guerra contra la anexión norteamericana de 1850 y pico.
La salida, aunque más no sea para parir una
cultura no machista y de respeto a la vida animal, también surgida de la
experiencia del pueblo y su larga tradición de lucha, es enfrentarse al orden
establecido, emanciparse de la explotación y hacerse cargo por sí mismos de su
propio destino. La traducción colectiva de esta epopeya individual es, ni más
ni menos, la necesidad de que el pueblo se haga cargo del gobierno de su propio
destino.
Imposible que la peli lo diga así de clarito y
no acusamos a los autores de expresar algo que probablemente no sientan, pero
es una lectura, creemos no demasiado forzada.
Para no pelearnos con nuestros lectores más
radicalizados consensuemos que el limitado llamado de la película a rebelarse individualmente
contra la tradición familiar-cultural y “escribir tu propio destino”, puede ser
leído en clave de “liberación colectiva” por medio de la lucha, atendiendo al
contexto concreto y las algunas marcas de sentido que aquí reseñamos.
La muerte no es mala: religión y lucha de clases
Pero por suerte para nosotros la
reivindicación del sueño idílico del inmigrante exitoso y progresista no es el
centro de la película. El centro de la película reivindica sin ambagues una
tradición religiosa anterior a la conquista, la del culto a los antepasados,
frente a la visión imperialista de los conquistadores españoles sobre el punto.
La película destaca una visión de la muerte
desprovista del morbo demoníaco que el catolicismo instauró desde que se
transformó en religión de Estado (cuando la dirección del cristianismo fue
cooptada por los emperadores romanos en el siglo IV) hasta que sus herederos
españoles la trajeron, como inmortalizara el fallecido genio uruguayo Galeano,
con la cruz empuñando los sables.
Y es interesante el concepto, ya que en última
instancia no es exclusivo de la mexicanidad sino en realidad forma parte de una
herencia universal de la estirpe humana. La gran mayoría de las cosmovisiones
inventadas por la humanidad en su esfuerzo por comprender el funcionamiento de
la realidad desde el paleolítico hasta la aparición de las clases dominantes y
los Estados, coinciden en entablar una relación mucho más sana con ese eterno y
atávico trauma que es para nosotros la muerte.
Los especialistas modernos, darwinistas todos
claro, consideran que desde el paleolítico medio uno de los signos de la
evolución de la capacidad intelectual humana ha sido sus capacidad de
abstracción en torno al problema de la muerte. Se cree con bases científicas
que los rituales de enterramiento presentes en los momentos más remotos de
nuestra especie se condicen con la creencia antiquísima de que cuando alguien
muere simplemente pasa a formar parte de la realidad desde otro plano,
invisible, escondido del mundo evidente a los sentidos, pero vivo y presente.
Desde milenios hemos enterrado a nuestros
familiares intentando por todos los medios dejarlos bien pertrechados para
continuar su existencia “en el otro mundo”. Desde los intentos de momificación
por preservar los cuerpos de egipcios e inkas hasta el simple gesto de los
irlandeses colocando dos monedas de oro en los ojos del difunto para que coimee
al “barquero” que lo cruzaría al otro lado, la humanidad lleva miles de años
confiando en que este mundo no es el que termina con la historia.
Un gesto hermoso que sirve sólo para
consolarnos con la angustia de dejar de existir definitivamente. Podrán decir
que es un recurso atrasado e irracional, ilusorio, un dulce placebo para
engañarnos y poder seguir vivos sin paralizarnos descubriendo que somos seres
finitos. Pero déjeme defender su mayor utilidad para quienes luchamos por un
mundo mejor que el paralizante miedo a dejar de existir o el cinismo
existencialista al que le importa un rábano la muerte con el argumento de que
de todos modos en el mejor de los casos nuestra condición de seres individuales
nos condena a una soledad en vida que no se distingue mucho de “la nada”...
Pero lo que se destaca del culto a los muertos
propio de las culturas aborígenes del valle del lago Texcoco hacia el norte y
hacia el sur quiché y maya es su celebración del encuentro permanente y festivo
entre los vivos y sus ancestros. Otras culturas adoptan la misma posición,
tanto en las comunidades de los andes centrales como en las culturas de la
vieja Europa y Asia. Por todos lados nos encontramos con una humanidad que cree
en que el paso de sus familiares por el mundo sensible no es en vano y deja
huellas, caminos que pueden ser recordados e incluso convocados para asistir en
ayuda del presente.
No mirábamos la muerte con terror, hubo un momento
en que el mundo de los muertos, estuviera ubicado bajo tierra como para los
cazadores de las montañas del norte europeo, cruzando el Nilo hacia el desierto
para los africanos o en las cumbres más altas como para los mesopotámicos, los
aymaras, los nepalenses o los mapuches, o debajo de las cavernas y ríos
subterráneos como para los pueblos indoeuropeos que poblaron la península helénica,
cada cultura interpretaba su medio ambiente y colocaba al mundo de los muertos
en el preciso lugar donde no se podía llegar, ver u oír, en ese mismo sitio
donde se movían también las extrañas fuerzas naturales que regían los destinos
del universo.
La importancia de prestar atención a este
detalle tiene interpretaciones sicológicas muy ricas, ya que el inframundo es
equiparable en la conciencia humana al subconsciente y el vieje de Manolo al
mundo de los muertos funciona como una buena y clásica alegoría al descenso a
lo profundo del propio inconsciente, lugar donde se ubican al mismo tiempo las
tradiciones en que la sociedad nos programó y nuestros miedos más atávicos.
Sólo la sublevación contra ellos y la reconciliación con lo mejor de nuestro
pasado nos permite madurar y ser individuos plenos.)
El miedo a la muerte como recurso de control social
Luego vinieron las clases dominantes a
construir un orden social basado en la destucción de todas las representaciones
políticas e ideológicas que se identificaban con el mundo igualitario previo. Porque
no debemos olvidarnos nunca que en nuestros más remotos orígenes y durante
nuestros primeros 3 millones y medio de años en este planeta, los seres humanos
vivimos en relaciones igualitarias donde imperaba la propiedad común. La
aparición de las religiones antropomórficas con figuras varoniles es propia de
la aparición de las clases sociales expropiadoras, la explotación de los
expropiados, el imperio de la herencia patrilineal y el Estado.
Desde que los sumerios, acadios y egipcios
entronaron a los dioses masculinos primero como esposos fieles de las antiguas
diosas herederas de un fuerte culto popular enraizado en milenios de
matriarcado, pasando por los atenienses imperialistas que después de milenios
de adorar a Palas Atenea entronaron a un varón fálico, Zeus el del gran rayo
que penetra la tierra, lo llevaron a violarse a todas las diosas preexistentes
del matriarcado y a imponer su reino de terror junto a su hermano Hades, amo y
señor del inframundo, que se transformó en un lugar temido. También las
familias ricas agrícolas que construyeron el primer Estado de Judá inventaron
un dios masculino -cuyo nombre no pronunciamos por cábala más que por respeto-,
que colmó al infierno de un aspecto bastante parecido al destierro en reinos
babilónicos, lleno de demonios que recuerdan a los viejos dioses sumerios y que
son el origen histórico concreto de la iconografía bíblica de los demonios
alados y zoomorfos.
La que más rosca le dió al asunto para la
cultura occidental moderna fue la Iglesia Católica Romana y luego medieval, que
conjurando al arcángel rebelde al reino del infierno transformó todos los ritos
prerrománicos de los mal llamados pueblos celtas, transformando a las druidas
herederas del saber mágico-religioso en brujas amantes del demonio, y a sus
querencias originales en medio de los bosques tan amados por los pueblos que
creían en el poder de la naturaleza transformados en sitios identificados con
el más arcaico temor a la oscuridad.
La Iglesia Romana facturó millones en ingresos
cuando trabajó fervientemente por inculcar el miedo en los corazones y mentes
de esclavos y campesinos, el miedo a una eternidad viviendo en las torturas del
inframundo, el miedo a ser muerto por los amos y señores feudales, el miedo que
se bajaba en los únicos momentos que la población campesina se reunía a recibir
una formación intelectual sobre el destino del mundo en las asambleas de la
misa en la parroquia del pueblo. Un trabajo sistemático y semanal durante
siglos sobre las conciencias iletradas, buscando debilitar con el terror la
fuerza potencial contra la explotación de esas mismas masas incultas y
trabajadoras.
Del mismo modo que los romanos borraron las
antiguas tradiciones religiosas comunitarias de las aldeas y bosques de Europa
cuando pisaron el continente desconocido empujaron a las diosas y dioses
náhuatl, mexicas, mayas, aymaras, guaraníes, quichwas y demás a convivir en el
temido infierno con Satanás. Y lo hicieron quemando vivos chamanes, prendiendo
fuego los libros sagrados, quemando las waqas sagradas y derrumbando a los “falsos ídolos” como Moisés
con el bellocino de oro después de su pacto con dios en el monte del Sinaí.
El día de los muertos es en sí mismo un
símbolo de esta lucha anti-imperialista entendida en clave religiosa. En la
mayoría de latinoamérica, sobre todo en aquella en que las tradiciones
campesinas y la opresión española fueron más persistentes, se celebra el Día de
Todos los Muertos el 2 de noviembre, coincidiendo con el santoral católico que
fija esta fecha en homenaje a los recién nacidos masacrados por Herodes para
evitar la profrecía que señalaba el nacimiento de Cristo, de ahí que en algunos
sitios se lo mencione como día de los Santos Inocentes o de los Muertos
Inocentes.
Originalmente fue el intento de la Iglesia
conquistadora por elminar los rituales de la cosecha, es decir, de la
transicion del invierno hacia la primavera en las culturas agrícolas que queían
dominar. Durante siglos, los aborígenes utilizaron la celebración del
reencuentro con los ancestros fallecidos y por lo tanto, la conexión con el
mundo de los dioses y diosas de la naturaleza para facilitar mágicamente el fin
del reino de la muerte invernal y acelerar el pasaje hacia la vida renaciente de
la primavera. En todo el mundo este tipo de rituales de comunicación con el
mundo de los muertos y los dioses adoptó diversas formas pero siempre sostuo
una posición festiva, al fin y al cabo uno se encontraba con gente querida a la
que recordaba para celebrar que habían zafado de morir durante el invierno y de
paso se juntaban poblaciones habitualmente dispersas para realizar las tareas
colectivas de la cosecha.
España necesitaba mantener el ritual para
sostener el calendario agrícola y mantener el flujo de impuestos agrarios con el que explotaba al
campesinado aborígen, pero no podía permitir la competencia de otros dioses (y
otros clérigos) en competencia con la verdadera fe (y con el destino final de
los diezmos). Se dió un “sincretismo imperialista” y cambiaron a la Catrina por
una anécdota de la Biblia y por una Madre Virgen y a otra cosa mariposa. Pero
en el profundo suelo del campo, los campesinos defendieron sus creencias, y
mientras los huincas peninsulares y criollos se llenan de crespones negros y
caras de velorio, los 2 de noviembre las masas inundan los cementerios para
compartir sus mejores comidas, músicas y alcoholes con los antepasados.
Vieja tradición también presente en los
anglosajones y celtas del bajo pueblo campesino que a fuerza de ser explotados
por anglicanos y protestantes se transformó en el contradictorio ritual de
Halloween, donde a la algarabía de niños y niñas disfrazados con motivos “demoníacos”
se matan de risa desafiando a los mayores a cambio de un “dulce o travesura”.
Quienes sólo miran las tradiciones religiosas
con la miopía del nacionalismo no pueden ver esta profunda línea de continuidad
entre el hallowen yankee y el día de los muertos latino. Cosa, dicho sea de
paso, que sí comprende Benicio y en su afán de caerle bien a sus amos de las
grandes cadenas de cine utiliza a su favor, generando una empatía entre ambas
expresiones culturales.
También hay una cierta cultura urbana tipo COMICON, de donde provinen Del Toro y Gutiérrez, de culto
a los zombis, las pelis de terror, los esqueletos, etc. que lind con cierto
anarquismo en contra de la hipocresía del sistema... interesante porque debe
ser producto de jóvenes yankees recuperando su rebeldía infantil del hallowen
ante el mundo sacrosanto de la religión y el velorio. En la peli hay un guiño
por ese lado ya que uno de los pibitos rebeldes que escucha la historia del
museo es un arquetipo de esta subcultura juvenil de aprecio por los símbolos
mortuorios.
Vivir (y luchar) sin temor a morir (o perder)
El genial Federico (se llamaba Friederich pero
yo lo siento un amigo del barrio) Engels, escribió en algún lado que nuestros
antepasados paleolíticos estuvieron más cerca de la verdad que las miles de generaciones
criadas por los Estados y las clases dominantes en la falsa idea de que dioses
con voluntad de reyes decidían a piaccere el destino de las masas. Se
preguntaba retóricamente Federico si la invisible fuerza de la gravedad, que la
ciencia humana descubrió casi al final del recorrido de la especie, que sabemos
domina al universo, no se asemejaba más a un mundo gobernado por los espíritus invisibles
de la naturaleza que a los enormes seres barbudos con togas y sombreros lujosos
que gobernaban por capricho, siempre obsesionados en que sus súbditos les
riendieran... tributo.
También pienso en Trostsky, curiosamente amigo
personal de Frida Kahlo y protagonista destacado de la tradición cultural del
pueblo mexicano que le dió asilo y donde fue finalmente alcanzado por el brazo
asesino del estalinismo, quien defendía una posición revolucionaria ante la
muerte como un paso inevitable del ciclo de la vida y que convocaba a no caer
en el dolor paralizante ante la desaparición física de amigos, familiares y
camaradas sino al recuerdo vivo de su aporte al movimiento por la emancipación
humana. Una actitud revolucionaria es la que se planta ante la muerte haciendo
un balance de lo valioso que el ser pudo aportarle a la vida y, por lo tanto, a
quienes seguirían batallando de este lado del mundo para los que las banderas
de los antecesores deberían servir como arma de combate.
Las ciencias actuales que examinan el
funcionamiento de la psicología humana y el mundo afectivo aseguran que uno de
los pasos necesarios para que el individuo pueda ser “funcional” en su vida
cotidiana es la “aceptación” o “asimilación” de la muerte como parte del
devenir natural. Aferrarse a la vida por temor a morirse puede llevar a la
aceptación de negociaciones miserables y humillantes con la vida hasta la
depresión y la parálisis patológica, dicen quienes de esto saben.
Los explotadores prefieren explotados
cobardes, que no se animen a enfrentarlos por temor a ser derrotados, heridos,
mutilados, encarcelados, muertos. El terror a morir es uno de los tantos
venenos que nos inoculan para mantener nuestras mentes cerradas y sumisas. Y de
paso nos llenan la vida de muertes profundamente dolorosas, porque nos van
matando a nuestros hijos de hambre y enfermedades curables, a nuestras niñas y
mujeres secuetradas vendidas, violadas o brutalmente asesinadas. Nos van
sembrando la conciencia de muerte, de pérdida, de angustia y de dolor. El uso
de la muerte por las clases dominantes pretende la desmoralización de los
luchadores.
Liberarse del temor a la derrota o de la
muerte es una de las condiciones necesarias para el triunfo de la lucha.
El libro
de la vida apunta en este sentido profundamente
revolucionario, recupera del fondo del arcón de las culturas más antiguas de la
especie una metodología para elaborar la muerte e incorporarla a nuestra
cotidianeidad mucho más sana que la de los últimos cinco mil años de herencia
hispánica judeo-cristiana. Claro que como el productor y director temen confiar
en la fuerza profunda del pueblo oprimido mexicano y siguen esperanzados en la
redención de su burguesía progresista, nunca imaginarían que el camino
definitivo para sacarse de las conciencias el peso muerto de las tradiciones
pasa porque todos los manolos y marías de la tierra se armen contra los
generales y los curas... y gobiernen por sus propios medios.
Confiamos en que nuestros hijos e hijas sean
más capaces para llevar adelante estos sueños. En parte de nosotros depende, en
tanto tempranos formadores de su personalidad y su inconsciente. Y confiamos en
que este tipo de películas los ayuden en ese camino desde su más tierna
infancia.
Porque no tenemos nada que perder y sí, todo por
ganar.
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