Reflexiones sobre Violeta y otras flores, obra musical pensada e interpretada en voz
y roncoco por Edith Sartelli en base a canciones y poesías de diferentes
artistas latinoamericanos.
Asistimos a la presentación
de la obra musical “Violeta y otras flores”, ejecutada por la cantante Edith
Sartelli, el pasado 9 de enero en el Centro Cultural El Rumbo, en Villa
Insuperable, La Matanza.
Y desde que
comenzaron a sonar los primeros acordes del Roncoco de Edith, recordé la
anécdota que cuenta Nadhiezna Krupskáia sobre Vladimir Illich. Parece que Lenin
solía decir que no le gustaba escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven porque
le hacía pensar en todo lo bello que existía en este mundo, mientras que él
necesitaba concentrarse en toda la miseria y la explotación para dedicar cada
gramo de tiempo a destruir este régimen social.
Dejemos de lado
a los brutos anti-bolcheviques que saltarán con el puñal a pontificar contra la
falta de sensibilidad artística de un tipo que se daba el lujo de citar a los
poetas más bellos de la lengua rusa en medio de debates furiosos en congresos
no menos furiosos.
Retengamos un
segundo esa tensión del que ha decidido entregar su vida a la destrucción de un
régimen social precisamente porque es consciente del dolor que genera entre
millones de víctimas. El mismo individuo que dio su vida para construir una
sociedad donde la igualdad asegure la abundancia para la mayoría y por lo tanto
el alivio material para los dolores, el permiso concreto a la alegría.
Porque en un
punto es el dilema de quienes vivimos y luchamos en esta realidad para
construir otra cosa. Desde los que se dedican a sobrevivir y mejorar su ámbito
privado, el de su familia cercana, como el de los que pretendemos una realidad
superadora también para miles y millones de familiares indirectos que no
conocemos en persona.
Edith Sartelli construyó
un viaje emocional con el cuidado de una artesana metódica. Su selección de
poesías –de Nicanor Parra, Pablo Neruda, José Martí, Federico García Lorca, Juan
L. Ortíz y Roberto Santoro- y canciones –Violeta
Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral, Homero Manzi y Alfredo Zitarrosa- fue
pensada para guiarnos en un viaje íntimo, un viaje hacia dentro de nosotros
mismos. Los textos nos introducen en las más bellas formas de pensar el amor
hacia el universo que nos rodea sintetizado en una persona o un colectivo de
ellas. Versos sutiles, donde la naturaleza aparece siempre no sólo como bella
metáfora sino también como llamado de atención a la belleza que nos da forma
cotidianamente.
No se trata
nunca de un amor idílico o ingenuo, todo lo contrario, el optimismo
irresistible que genera su descubrimiento es siempre acompañado de la
conciencia sobre su finitud, su irracionalidad, sus contradicciones insalvables
en suma. Hay un espacio para el desgarro provocado por el corte del amor, por
su pérdida dolorosa. Espacio que es superado no desde el regodeo en la
autocompasión sino en el llamado épico a ser parte de un pueblo movilizado y en
lucha en defensa de lo poco de amor y alegría que puede existir en este valle
de lágrimas que es el mundo para la mayoría de quienes lo sufrimos
cotidianamente.
Pero lo
maravilloso de la obra de Edith no es este concepto sencillo, complejo y
sublime que nos comunica, sino su interpretación. Una interpretación musical
sencillamente exacta, justa, con todos los arreglos, arpegios y demás
virtuosismos técnicos en su lugar preciso, en el momento justo, acompañando,
complementando, sosteniendo una voz preciosa, bella, cuidada y cultivada. Si un
mirlo fuese al conservatorio y educara su voz conscientemente, y si fuese un
buen alumno, seguramente se acercaría a lo que nos ofreció Edith esta noche.
Ternura,
intimidad, quebranto, alegría y fuerza épica, todo eso en esa voz. En un bello
patio de tierra con familias bebiendo y comiendo, en el contexto de una especie
de peña santiagueña donde como corresponde el público sólo es llamado a
silencio y respeto si el intérprete logra imponerse, Edith Sartelli, con la
dulzura de su voz, con las notas pulidas y perfectas, logró meternos en una
cápsula, logró que nos desprendamos del ambiente para escuchar nuestros propios
dolores y dichas, para poder pensarnos un poco de nuevo, en este breve descanso
en medio de la lucha diaria. Como una suerte de encantamiento, de acto de magia
donde los recursos estaban honestamente presentados, sin camuflaje.
Pocas veces se
puede disfrutar de una artista tan conmovedora. En esas oportunidades uno debe
agradecer al azar haberlo puesto en ese camino.
La selección de
poesía y canción no es superflua, claro. Pero es obligación aclararle a los
lectores y lectoras que no se trata de una vuelta nostálgica a esas
producciones estéticas tan poderosas de los magníficos artistas que el
comunismo sudamericano parió entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Lejos de
ello la obra de Sartelli logra recabar en el legado cultural más importante y
monumental de nuestra herencia popular no para que nos calcemos la boina del
Che y tiñamos de hipocresía nuestro presente, como tanto han hecho los
intelectuales “progresistas” que barnizaron de revolución latinoamericanista
los lamentables 12 años que acabamos de pasar. Todo lo contrario, ella logra
señalarnos el uso correcto de esta herencia, su re-interpretación como materia
prima necesaria, indispensable, para quienes nos hemos tomado a pecho eso de
luchar contra el Estado y construir el Paraíso en la Tierra.
Ser fuertes para
enfrentar al enemigo sin perder la ternura, blindar la rosa para que de ella
surja el arma más efectiva, la del puño de la madre, de la amante, contra la
barbarie y el dolor.
Que de eso se
trata, de aceptar la vida con su “dicha y quebranto” para poder vencerla. Ponerle
gatillo a la Luna para disparar contra el mundo de la explotación y los
genocidios.
Edith hace honor
completo a los versos que Nicanor Parra escribió para Violeta y que son el
guión de toda la obra:
Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.
¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!
Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!
Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.
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