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sábado, 9 de enero de 2016

Dicha y quebranto

Reflexiones sobre Violeta y otras flores, obra musical pensada e interpretada en voz y roncoco por Edith Sartelli en base a canciones y poesías de diferentes artistas latinoamericanos.

Asistimos a la presentación de la obra musical “Violeta y otras flores”, ejecutada por la cantante Edith Sartelli, el pasado 9 de enero en el Centro Cultural El Rumbo, en Villa Insuperable, La Matanza.

Y desde que comenzaron a sonar los primeros acordes del Roncoco de Edith, recordé la anécdota que cuenta Nadhiezna Krupskáia sobre Vladimir Illich. Parece que Lenin solía decir que no le gustaba escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven porque le hacía pensar en todo lo bello que existía en este mundo, mientras que él necesitaba concentrarse en toda la miseria y la explotación para dedicar cada gramo de tiempo a destruir este régimen social.

Dejemos de lado a los brutos anti-bolcheviques que saltarán con el puñal a pontificar contra la falta de sensibilidad artística de un tipo que se daba el lujo de citar a los poetas más bellos de la lengua rusa en medio de debates furiosos en congresos no menos furiosos.

Retengamos un segundo esa tensión del que ha decidido entregar su vida a la destrucción de un régimen social precisamente porque es consciente del dolor que genera entre millones de víctimas. El mismo individuo que dio su vida para construir una sociedad donde la igualdad asegure la abundancia para la mayoría y por lo tanto el alivio material para los dolores, el permiso concreto a la alegría.

Porque en un punto es el dilema de quienes vivimos y luchamos en esta realidad para construir otra cosa. Desde los que se dedican a sobrevivir y mejorar su ámbito privado, el de su familia cercana, como el de los que pretendemos una realidad superadora también para miles y millones de familiares indirectos que no conocemos en persona.

Edith Sartelli construyó un viaje emocional con el cuidado de una artesana metódica. Su selección de poesías –de Nicanor Parra, Pablo Neruda, José Martí, Federico García Lorca, Juan L. Ortíz y Roberto Santoro- y  canciones –Violeta Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral, Homero Manzi y Alfredo Zitarrosa- fue pensada para guiarnos en un viaje íntimo, un viaje hacia dentro de nosotros mismos. Los textos nos introducen en las más bellas formas de pensar el amor hacia el universo que nos rodea sintetizado en una persona o un colectivo de ellas. Versos sutiles, donde la naturaleza aparece siempre no sólo como bella metáfora sino también como llamado de atención a la belleza que nos da forma cotidianamente.

No se trata nunca de un amor idílico o ingenuo, todo lo contrario, el optimismo irresistible que genera su descubrimiento es siempre acompañado de la conciencia sobre su finitud, su irracionalidad, sus contradicciones insalvables en suma. Hay un espacio para el desgarro provocado por el corte del amor, por su pérdida dolorosa. Espacio que es superado no desde el regodeo en la autocompasión sino en el llamado épico a ser parte de un pueblo movilizado y en lucha en defensa de lo poco de amor y alegría que puede existir en este valle de lágrimas que es el mundo para la mayoría de quienes lo sufrimos cotidianamente.

Pero lo maravilloso de la obra de Edith no es este concepto sencillo, complejo y sublime que nos comunica, sino su interpretación. Una interpretación musical sencillamente exacta, justa, con todos los arreglos, arpegios y demás virtuosismos técnicos en su lugar preciso, en el momento justo, acompañando, complementando, sosteniendo una voz preciosa, bella, cuidada y cultivada. Si un mirlo fuese al conservatorio y educara su voz conscientemente, y si fuese un buen alumno, seguramente se acercaría a lo que nos ofreció Edith esta noche.

Ternura, intimidad, quebranto, alegría y fuerza épica, todo eso en esa voz. En un bello patio de tierra con familias bebiendo y comiendo, en el contexto de una especie de peña santiagueña donde como corresponde el público sólo es llamado a silencio y respeto si el intérprete logra imponerse, Edith Sartelli, con la dulzura de su voz, con las notas pulidas y perfectas, logró meternos en una cápsula, logró que nos desprendamos del ambiente para escuchar nuestros propios dolores y dichas, para poder pensarnos un poco de nuevo, en este breve descanso en medio de la lucha diaria. Como una suerte de encantamiento, de acto de magia donde los recursos estaban honestamente presentados, sin camuflaje.

Pocas veces se puede disfrutar de una artista tan conmovedora. En esas oportunidades uno debe agradecer al azar haberlo puesto en ese camino.

La selección de poesía y canción no es superflua, claro. Pero es obligación aclararle a los lectores y lectoras que no se trata de una vuelta nostálgica a esas producciones estéticas tan poderosas de los magníficos artistas que el comunismo sudamericano parió entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Lejos de ello la obra de Sartelli logra recabar en el legado cultural más importante y monumental de nuestra herencia popular no para que nos calcemos la boina del Che y tiñamos de hipocresía nuestro presente, como tanto han hecho los intelectuales “progresistas” que barnizaron de revolución latinoamericanista los lamentables 12 años que acabamos de pasar. Todo lo contrario, ella logra señalarnos el uso correcto de esta herencia, su re-interpretación como materia prima necesaria, indispensable, para quienes nos hemos tomado a pecho eso de luchar contra el Estado y construir el Paraíso en la Tierra.

Ser fuertes para enfrentar al enemigo sin perder la ternura, blindar la rosa para que de ella surja el arma más efectiva, la del puño de la madre, de la amante, contra la barbarie y el dolor.

Que de eso se trata, de aceptar la vida con su “dicha y quebranto” para poder vencerla. Ponerle gatillo a la Luna para disparar contra el mundo de la explotación y los genocidios.
Edith hace honor completo a los versos que Nicanor Parra escribió para Violeta y que son el guión de toda la obra:

Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.


¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!

Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.

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