La provincia de Neuquén está formada por escalones de piedra original. Desde la confluencia de los ríos Neuquén, Limay y Negro, último vestigio de llanura que nos queda, último arraigo nostálgico con nuestra lejana Pampa, si miramos de frente al Ande majestuoso, primero tenemos la meseta triangular donde está enclavada la capital de esta provincia.
Como se
trata de un viaje consciente, decidí ir despojándome de a poco de mí mismo
hasta llegar a parecerme lo más posible a mi ancestro neolítico, cazador,
recolector, transhumante, semi-nómade.
Por eso,
la suerte de mi viaje requiere un reposo previo, una transición. Como una
cámara de descompresión para irme quitando las capas de la explotación y la
alienación urbana del cuerpo, para llegar al altar de la cumbre andina,
despojado, abierto, preparado.
Por eso
me detengo ante la entrada a la cumbre, la ciudad de Neuquén, la puerta del
desierto donde, al revés que Virgilio y Dante y como si el propio Maestro
U-Buey –la tortuga- me guiasen, leo:
“deja en esta puerta toda ilusión de control”
“deja en esta puerta toda ilusión de control”
Neuquén
está construida en una meseta muy elevada. Desde épocas anteriores a la llegada
del imperialismo europeo a esta región el Newequenén -tal su nombre verdadero
en mapungundún- era usado como posta de tropilladas que cruzaban la Cordillera
en ambos sentidos. Siguiendo los ríos cordilleranos, acompañando su curso, el
tajo que van hundiendo en la montaña, es como aprendimos a caminar por estos
territorios escarpados.
Desde
temprano los ríos han sido compañeros de cazadores y cazadoras y de pastores y
pastoras. Los mapugundún le han reconocido en particular al Newenquén su
carácter bravío, corajudo, con el respeto del ser humano intimidado por la
fuerza indomable del río cordillerano.
La
ciudad de Neuquén se construye, entonces, entre la encrucijada del homónimo, el
Limay y el Río Negro, en una llanura elevada de piedra caliza de este a oeste,
alrededor de la ruta 22. Debe ser la hermana más orgullosa de todas las
ciudades nacidas alrededor de una ruta en este país. Es que se encuentra en la
puerta de entrada obligada a la Cordillera que tiene menos de 400 km detrás de
sus “bardas”. Para
quien hizo el largo camino desde el Atlántico es el lugar ideal para reposar y
rearmarse antes de seguir.
Los genocidas de Roca trajeron sus ingenieros y le dieron a la región casi cerrando el siglo XIX diques y presas que permitieron controlar las crecidas de los ríos andinos, abriendo un verdadero oasis de humedad y vida en el medio del deserto árido y frío.
Los genocidas de Roca trajeron sus ingenieros y le dieron a la región casi cerrando el siglo XIX diques y presas que permitieron controlar las crecidas de los ríos andinos, abriendo un verdadero oasis de humedad y vida en el medio del deserto árido y frío.
Como si
la diosa Fortuna que adoraban los masones burgueses les sonriera, y el culto al
Progreso inevitable se hiciera dicha, al principio del siglo XX los
conquistadores modernos descubrieron que esa rara “agua de fuego” que admiraban
los mapugundún y que recordaba a la mitología griega (los “fuegos sagrados del
Hades” que resitían al agua) era sencillamente petróleo fluyendo libremente
alrededor del paraje conocido como Cutral Có, a espaldas de Neuquén, antes de
pasar la primer cadena montañosa yendo al Ande.
Neuquén
pasó a hacer de posta de pasajeros, al nudo donde el Estado Nacional decidió
organizar la comunicación entre la región frutícola al este y los yacimientos
petrolíferos y gasíferos del noroeste y sudoeste del Territorio Nacional luego
Provincia. Es, por lo tanto, una ciudad administrativa y comercial, dominada
por una pequeña burguesía de funcionarios y profesionales ligados al Estado y
el comercio.
La
ciudad es bella, orgullosa como su nombre, respeta casi taxativamente el ritmo horizontal
del paisaje en sus edificios, incluso aquéllos de mayor tamaño, que se
contruyen apaisados sobre la línea del río o bien subrayando la línea de la
barda, ese eructo tardío de la placa tectónica, que sale de la nada como una
barra de muy baja altura, que no llega a ser cerro y que bordea la ciudad.
Una
meseta de piedra calcárea, suelo y yacimiento que hace a la provincia
fabricarle los materiales de construcción a medio país, sus casas y edificios
son sólidos y orgullosos. Excepto los ranchos de madera y latón de los pobres,
al amparo de la Barda, claro está.
Crece de
este a oeste, mesopotama en pequeña escala. Pero el verdadero eje de su vida es la
ruta nacional 22, la arteria por donde fluye la mercancía, la ganancia, el
plusvalor desde y hacia los yacimientos de petróleo y de divisas de turistas a
las arcas de funcionarios y patrones, hacia Buenos Aires, Nueva York, Moscú y
Londres. Pensar que esa ruta viene a ser una de las venitas abiertas de las que
nos decía el gran Eduardo Galeano, también fallecido este año.
Pero
antes de poder ser dignos, pasamos por Arroyito, a mitad de camino entre la
capital y Cutral Có. En realidad no visitamos ningún pueblo sino un punto, una
coordenada específica, el exacto lugar de la ruta 22 donde un olvidable cabo de
la policía provincial disparó su escopeta de gases lacrimógenos a traición a la
luneta de un auto donde viajaba uno de los cientos de docentes combativos de
Aten-Ctera que estaban luchando por aumento salarial cortando la ruta en aquél jueves 4 de abril del 2007 en que comenzaba la Semana Santa
y por lo tanto uno de los fines de semana en que los múltiples paisajes cordilleranos
de la provincia esperaban la guita de millones de turistas.
El
gobernador no aflojaba, la burocracia celeste de CTERA no lanzaba el paro
nacional para proteger a su sindicato de base y nacionalizar un conflicto
docente que incendiaría todo el país, poniendo el calor de la lucha de clases a
una intensidad parecida al argentinazo sólo 6 años después y frente a un Estado
que pretendía “reconstruir la burguesía nacional” y su capacidad de control.
El
gobierno kirchnerista nacional y sus secuaces neuquinos, sus obsecuentes a la
cabeza de CTERA se complotaron para aislar la lucha de ATEN y lo empujaron a
tomar medidas tan drásticas como cortar el único acceso turístico de la
provincia en Semana Santa. Y así, funcionarios y burócratas del Estado, cargaron la pólvora y dispararon el gatillo que
fusiló a Carlos Fuentealba en la nuca.
Una
línea gris de asfalto y ripio. Allí murió Carlos. En el medio del desierto
neuquino, todo quieto, todo falto de vida.
¿Existe
un buen lugar para morir? No lo sé. En Arroyito es imposible estar sin sentir que la
soledad, el viento y la fuerza que hacen los cardos amarillos y violetas para
surgir de la piedra, son una especie de mausoleo para el guerrero.
Bajé del
auto, pisé el ripio, me hinqué para tomar un par de cantos rodados y unos
cardos amarillos. Con la remera de Tribuna Docente, que fue mi propio uniforme
en la guerra de clases, entre ese 4 de abril del 2007 cuando decidí
reincorporarme a la lucha hasta el 2011, cuando pasé a otro lado de la trinchera.
Ahora sí, he venido a agradecerle a
Carlos y en su nombre a esta maravillosa generación de docentes patagónicos,
porque siguen siendo una antorcha para sus hermanas y hermanos de clase a lo
ancho de toda la geografía de este lado del mundo.
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