Impresiones en voz alta de la obra 1789, de Ariane Svletana Mnouchkine, por
el Grupo Tambo Teatro, los viernes a las 20 hs. en la Chacra de los Remedios,
Parque Avellaneda, Avenida Lacarra y Monte.
Muchas veces se
hacen esfuerzos dolorosos aparentemente sin sentido. Son las cosas que uno se
permite por ver a la banda o al equipo preferidos. Quien mira desde afuera lo
adjudica a la irracionalidad del fanatismo. Como quedé fascinado con la destreza
del Grupo Tambo en su puesta de Bertolt Brecht en 2016 (http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2016/10/impresiones-sobre-elalma-buena-de.html), me impuse la obligación fanática de ver el debut de su 1789. Este viernes 11 de agosto, sin embargo, el universo complotó
para que no pudiera cumplir conmigo mismo.
Una asamblea clave en la escuela
donde trabajo para intentar impedir el despido encubierto de un compañero de
muchos años, luego la movilización a Plaza de Mayo para exigir la aparición con
vida de Santiago Maldonado, secuestrado por Gendarmería en medio de una feroz
represión contra la comunidad mapuche. Sólo llegar de cualquier lugar de la
ciudad hasta Parque Avellaneda en colectivo con el caos vehicular de un viernes
porteño hacía la misión casi imposible.
Pero si se ha
presenciado una obra del Grupo Tambo se sabe que el esfuerzo valdrá su fruto.
Aunque confieso que después de correr a través del Parque Avellaneda hecho un
barrizal, bajo una molesta lluvia invernal, casi a oscuras, para llegar a
horario, me hizo replantear mi fanatismo. Puteaba mientras corría preguntándome
por qué no escogían, por ejemplo, una sala mejor ubicada, más accesible.
La presentación
de hoy me contestó esa pregunta. El viejo Tambo donde los Olivera mantenían sus
vacas lecheras entre 1822 y 1912, es una construcción rectangular en muy buen
estado de conservación que le permite a un excelente director romper con casi
todas las convenciones escenográficas casi sin recursos tecnológicos. Bastan
cuatro luces y apilar tres hileras de sillas longitudinalmente y el viejo Tambo
se convierte en un teatro con dos escenarios enfrentados, un largo pasillo
flanqueado por les espectadores, que será también foco de la acción hasta el
paroxismo de que cada rincón exterior a la escena haya sido utilizado en el
clímax de la función.
Un lugar ideal
para poner una de las obras que revolucionó la forma de hacer teatro en los
años 60 y que el Grupo Tambo supo homenajear con soltura. 1789 es la primer obra del Téathre Du Soléil, fundado por Ariane en
1964 y que ocupó para siempre una vieja fábrica de armas, la Cartoucherie,
ubicada en el bosque de Vincennes, cerca de París. El paralelismo entre el
viejo Tambo en la cabecera de uno de los pocos “bosques parisinos” de la ciudad
de Buenos Aires nos explica mucho sobre la identificación política y estética
del Grupo Tambo con la propuesta del Soléil.
El Grupo Tambo,
que en diez años ya montó cinco obras, conformado en su mayoría por actrices y
actores que trabajan de otra cosa el 80 por ciento de su vida, sin subsidio
estatal ni privado alguno, que hacen una vaquita para pagarse su propio
vestuario y utilería, con un despliegue de creatividad y destreza asombrosos,
nos donan con generosidad una particular y poco habitual pasión por los grandes
desafíos.
Saludo final. En la página Facebook del Grupo Tambo Teatro se puede leer el nombre de cada actriz/actor etiquetadxs |
Allons enfants de la patrie
Contando
cualquier otra historia el grupo podría haber logrado el maravilloso efecto de
asombro y emociones orgásmicas que nos
provocó. Porque la protagonista principal en 1789 es la forma de
contarnos la historia elegida por su autora y excelentemente dirigida por
Daniel Begino, a quien hay que reconocer gran calidad como director y, por lo que se intuye desde la butaca, un gran entrenador de equipos de trabajo actoral. Se tiene la sensación de un grupo humano que es feliz en escena, que es feliz con su rol en la obra y que interactúa al mismo tiempo con camaradería y disciplina. Coordinar el trabajo de más de treinta personas y que resulte así es una tarea titánica que seguramente se explica, además de la capacidad técnica y humana del director por la organización democrática del propio grupo.
Pero con todo lo
que se pueda decir de la estética de la obra, y ojo que se podrían escribir
seminarios, encima eligen contar de forma revolucionaria la revolución más importante
en la historia de la humanidad hasta la Revolución proletaria y campesina de la
Unión Socialista de Repúblicas Soviéticas hace cien años.
Si el primero
era un enorme desafío (que la resolución haya sido casi perfecta en su debut no
debe hacernos olvidar de que era enorme en verdad) el segundo no lo es menos.
Porque la autora y su grupo, crearon una genialidad para contar una historia
que aprendieron en la primaria de un país y un momento histórico que no tienen
nada que ver con nuestro país y nuestro tiempo excepto en lo que es esencial.
Para explicarme mejor, hay chistes que sólo se entienden en francés, y me
animaría a decir, en francés correctamente pronunciado.
Intente contarle
la historia argentina, incluso la más edulcorada, la de Mitre, la de Billiken o
la de Zamba a un francés de “clase media” de París de 2017 y dígame cómo le fue. ¿Cómo contaría
usted a un público no francés la historia mes a mes de la Revolución Francesa
de julio a octubre de 1789?
Como estarán comprobando, no soy un buen escritor.
Por eso me doy cuenta cuando estoy frente a un hecho estético, técnicamente
desafiante y bien resuelto. Pero sí soy un buen profesor de secundaria hace
quince años y sin embargo he intentado esquivar siempre dar en clase la
Revolución Francesa a les estudiantes adolescentes. No por falta de
conocimiento. Probablemente sea la unidad que más disfruta un estudiante
universitario, por la riqueza de lecturas y conclusiones, por las enormes
implicancias históricas que tuvo uno de los momentos más importantes de toda la
rica historia humana.
Tampoco es
porque me falte pasión con el tema. En los años de formación política de
cualquier militante el estudio de la Revolución Francesa en sus más mínimos
detalles ha sido siempre un momento enriquecedor, sabido es que la dinámica de
las clases sociales en esos años ha sido el molde de casi todos los eventos
revolucionarios en la sociedad que vivimos. Mucho más si usted ha militado en
cualquier organización que se plantee el poder social y ni le cuento si tuvo la
dicha y el privilegio de combatir junto a la clase obrera por una revolución
socialista, contra un Estado corrupto, narco y genocida como el nuestro y
tumbado un presidente en la calle.
Creo que fue
Federico Engels quien señaló que el estudio detallado, minucioso y preciso de
la Revolución francesa fue fundamental para el nacimiento del marxismo tanto
como lo es el estudio de cada revolución obrera, campesina o socialista de la
historia. Todas las honestas tradiciones revolucionarias se definen en su
esencia según una lectura de cada revolución previa. Lo que nunca me va a
parecer una mala costumbre de la izquierda exigirse a sí misma cierta
rigurosidad histórica.
Sin embargo no
hay manual de historia que la cuente de manera tal que no sea un absoluto
bodrio. Los apellidos impronunciables de un idioma germano y gutural con más de
un acento por palabra, la cantidad infinita de eventos concatenados ineludibles
para comprender el todo.
Si encima de
todo unx pretende subrayar las conclusiones verdaderas, esas que los libros de
Historia eluden o enmascaran… ¿cómo se hace para transmitir a otro ser humano
las razones del hambre? ¿Cómo se narra la sensación de ser unx y al mismo
tiempo sentirse un grano de arena protagonizando colectivamente una tormenta
social que sacudirá el orden establecido durante mil años?
Brecht o no Brecht, esa es la cuestión
El Grupo de
Teatro Tambo ha tomado el desafío y lo ha cumplido con creces. Treinta actores
y actrices en escena mutando de rol durante hora y media, incesantemente.
Cuando les espectadores creímos haber comprendido de qué se trataba fuimos
sorprendidos una y otra vez hasta el punto de no saber cómo desempeñar nuestro
propio papel, el más sencillo de todos. Un despliegue actoral increíble para un
desafío imposible.
Han usado cada
pedazo de recurso narrativo al alcance de la mano, un realismo social empático
para colocar la angustia de un pueblo hambriento y la crueldad de la nobleza
terrateniente, el absurdo tragicómico para burlarse de las clases sociales
poderosas y las farsas que nos ofrecen como grandes y pomposos acontecimientos,
humor ácido de clowns para fustigar la hipocresía de reyes, ministros y
cortesanos. No hizo falta que el guión apelase a ningún recurso facilongo para emparentar
a los políticos del antiguo régimen con la politiquería criolla para que el
público demostrara con la carcajada espontánea que esa mentira, esa impostura
ya la había visto en la tele mil veces.
La obra tiene
varios momentos para destacar. No uno, sino varios pasajes en los que el
despliegue físico de los cuerpos, las voces y los textos son al mismo tiempo un
asombroso desafío y una increíble resolución. Se animan a recrear el clima de
la Sala de Sesiones de la Asamblea Nacional que redactó la famosa Declaración
de los Derechos del Hombre usando los debates originales para que palpemos el
desorden, la improvisación, la tensión de las fuerzas sociales y en medio de
ese revoltijo entendamos que se trató de un debate sobre los límites a la
libertad e igualdad que necesariamente se frustran frente al único derecho
inviolable en nuestra sociedad: la riqueza privada. Marx hubiese estado feliz
con esa escena.
No es que no
haya habido actuaciones individuales descollantes, para nada. La
personificación burlesca del Rey Luis y María Antonieta convocando a los
Estados Generales fue brillante en los tres planos de la pedagogía política, la
efectiva comunicación de la risa con recursos corporales. Una escena de
exquisito clima tenebroso y sexual donde por si fuera poco se ridiculiza con
justo criterio las interpretaciones fantasiosas que adjudicaban a tres mujeres
libidinosas y un hechicero la
responsabilidad de todos los errores políticos cometidos por el Rey que
lograron sublevar al pueblo. Las actrices que intercambian el rol de
presentadoras en diferentes transiciones de la obra se lucen, como parece ser
la costumbre predominante en el grupo, precisamente por la valentía y capacidad
técnica con que enfrentan a un público escéptico e instruido en los dos planos,
el estético y el político.
Se me ocurrió
pensar que esta propuesta logra el objetivo que se propuso Brecht mejor que él
mismo. Otro elemento que invita a seguir con fanatismo de hincha al Grupo Tambo
Teatro. Porque en la continuidad de las acciones es donde mejor se ve el
programa, el sentido estratégico de la propuesta artística de este genial
colectivo.
El año pasado la actriz que interpretó el
doble protagónico, el actor que hizo de dios, la presentadora/aguatero y algún
personaje más (aclaro que no conozco los nombres de cada intérprete y por eso
no los cito, no por descortesía sino por falta de labor periodística) se
destacaron claramente del conjunto. Y eso no es achacable a les intérpretes
sino al propio Brecht, porque en la misma estructura de la obra el contraste
entre protagónicos y coro es marcado. En esta obra el efecto coral es
impecable. Costaba un verdadero esfuerzo individualizar o intentar siquiera
retener en la memoria las caras ante el torbellino de cambios de vestuario
(espectacular, de paso) y diálogos. Mérito de la autora y de sus intérpretes
locales.
Marat o Perón
Creo que el
único déficit de la experiencia de hoy fue el público. Que se me entienda bien
y con todo respeto, pero el público no estuvo a la altura de la propuesta que
presenciamos. Sin embargo llenó la sala y se mantuvo la hora y media fascinado.
Y les artistas lograron arrastrarnos por los estados de ánimo que quisieron, a
piaccere, nos tuvieron fascinados como serpiente encantada a la flauta.
¿Entonces qué
falló para que toda la sala aplaudiera al finalizar la escena de la toma de la
Bastilla, que fue la experiencia más conmovedora de mi vida como espectador?
Cuando me dí
cuenta que estaba aplaudiendo junto a una decena nada más, y que le decía a les
actores y actrices casi en la cara “impresionante, impresionante, la rompieron”,
no pude evitar pensar en que esta obra fue creada por jóvenes de veintipico de
años revolucionarios/as durante el mayo francés de 1968, para ser representada
frente a una juventud universitaria y obrera en la lucha más importante de
París a cien años de la Comuna y doscientos de la toma de la Bastilla.
Esta
obra fue hecha por artistas y público revolucionarios. Puedo dar fe que entre
ese grupo de personas hay quienes tienen pergaminos de ser la generación del
Argentinazo y de luchar en las filas de la izquierda más revolucionaria de
nuestro país hoy. Por eso han elegido la obra y por eso se han jugado alma y
vida en su resolución.
Pero el público
no. Las escenas de crítica a la hipocresía y la doble moral de la burguesía y
sus políticos son las únicas que generaron un consenso unánime, sobre todo las
satíricas. Por su performance y por esa cultura de Pinti, Tato Bores y Capusotto
tan propia y característica de la clase media progresista y culta de nuestra
ciudad. Se podía sentir la tensión política en el ambiente de aquelarre dionisíaco
que produjo el grupo cuando Marat subrayaba que la clave explicativa de toda la
revolución, el factor activo, fueron los movimientos populares, es decir, la
intervención organizada de las grandes masas en el control de sus propios
destinos, parafraseando la pluma genial de León Trotsky.
La
personificación de Marat es sencilla y genial. Todo el tiempo con las vendas
que hizo famoso el óleo La muerte de
Marat de Jacques-Luis David, de 1793 que recordó otra obra fundamental del
teatro y la vanguardia de izquierda, el Marat-Sade
del trotskista alemán Peter Weiss, estrenada en 1964, inspirada en Brcht y
Artaud, que seguramente influyó en la obra de Mnouchkine.
Se nota un serio
trabajo de investigación en la base de toda la ejecución. Lo que me permite
pensar que hay decisiones políticas tomadas por el Grupo para enfatizar o
subrayar aspectos de la obra. Por ejemplo esa interrupción que el banquero le
hace al primer soldado popular de la Guardia Nacional que ingenuamente había
entendido la órden de “vaya y arme al pueblo” y le aclara: “No, armar al pueblo no, yo dije levantar al pueblo”.
Tampoco es
políticamente inocente haber elegido el lugar donde un excelente actor (que
hizo más de tres personajes distintos durante la obra) interpretó la traición
del General que había sido idolatrado y nombrado por el pueblo armado de París
como su jefe. El particular púlpito que el director ha elegido para acentuar esta
escena a cualquier habitante de Argentina de más de 20 años le hace pensar en
el mismo personaje histórico. Es una lectura histórica muy certera del rol del
caudillo de masas en los procesos revolucionarios justo en la revolución que
parió el modelo arquetípico, que le da nombre al concepto de bonapartismo. Un
flor de acierto de la obra.
En ese punto es
equiparable al acierto político y artístico de Rodolfo Walsh en su cuento “Un
oscuro día de justicia” en el que explica con genialidad y promueve la
desconfianza en el poder del líder (y el
pueblo comprendió...) generando un clima empático del lector con la
situación del pueblo.
La síntesis del éxito político y estético de este hecho artístico es
el lugar y el tratamiento que le da al coro, al colectivo, al pueblo. Toda la
obra es un manifiesto con una gran conclusión táctica: las clases dominantes y el
Estado nos van a querer usar de comparsa para lograr sus objetivos y tarde o
temprano nos van a traicionar. Es una prueba más de la confianza de hierro en
la capacidad humana para superar el poder más terrible el hecho que verdaderos
profesionales del arte tengan hoy en día la capacidad política de entre tantas
cosas enfatizar en una enorme conclusión táctica y empírica que surge del
análisis de la historia.
Agrupémonos todos en la lucha final
Quería dejar para el final lo que más me conmovió desde la pura subjetividad de un espectador hedónico e intentar explicarme mi asombro con la obra de esta noche.
Intentando no
cometer el delito de espoilearles nada, porque sinceramente creo que todo
el mundo tiene derecho a experimentar algo así, quiero decir que la escena de
la toma de la Bastilla casi me hizo llorar. De alegría. De repente y sin aviso
treinta personas que hasta hace segundos eran nobles, burgueses, campesinos,
rey y reina, etcétera, ahora estaban todes igual vestidos, encarando
directamente al público, explicándoles con amabilidad y serenidad cómo fueron
los hechos en detalle de la toma de la Bastilla. Es como si yo te parase mañana
en una mesita en la calle y te explicara cómo fue el 19 y el 20 o la toma de
Brukman, o Puente Pueyrredón. Desde el lenguaje llano y emocional de un
militante de base.
Siempre me dio mucha
más vergüenza encarar a las personas de a unx que encararlas a todas juntas en
una asamblea. Imagino que debe ser algo común. Por eso me pareció encomiable el
esfuerzo de este grupo de artistas valiente y jugado que se animó a sostener un
monólogo individual con cada espectador. Y los treinta al mismo tiempo.
El
clima fue conmovedor. No podía creer lo que estaba pasando. El director
recorría la sala pidiendo alternativamente que hablen más fuerte o más quedo,
con la batuta para afinar el conjunto musical. Sala donde se había disipado la
frontera entre público e intérpretes y yo sentí sencillamente que esto me
pasaba a mí solo pero al mismo tiempo que era parte de un cuerpo gigante de
personas haciendo lo mismo, sintiendo lo mismo. Y eso se siente cuando uno
combate junto a su pueblo contra el poder. Esa adrenalina, esa euforia que es
más maravillosa que cualquier sustancia sicodélica.
Y ese murmullo
que se hace colchón de voces y coro de gritos y canto colectivo.
Emocionante.
Vivo. Nos sacudió en la butaca.
Y luego, como en
la metáfora de otro artista revolucionario, la novela Mascaró del gran Haroldo Conti, la victoria del pueblo en armas
sobre mil años de hambre y opresión fue un estallido circense, con los mismos
actores y actrices ahora haciendo de payasos, de amaestradores, de mujer
barbuda y hombre forzudo, con trapecistas y soga incluídas.
Le digo más,
contento con la felicidad de un pibe porque una actriz me regaló un caramelo
picodulce.
Si el público hubiese
estado en las luchas de los últimos 15 años la sala completa se hubiese levantado a
aplaudir como hicimos algunxs locxs y dos niñas.
La sensación de
estar viviendo un momento al mismo tiempo íntimo y colectivo y la alegría
desbordada de un pueblo que triunfa, que vence, que alcanza la posibilidad de
mejorar su vida y la de su familia.
Luego un corte de
clima magistral, realizado con el pregón de un soldado que repetía una sola
palabra. Una sola palabra, un imperativo en realidad, que a todo el público lo
puso instantáneamente en marzo del 76 y por qué no, ya que de Santiago
Maldonado hablamos, nos colocó con dureza también en agosto de 2017. Esta
interrupción tan abrupta de nuestra alegría coral dio paso al análisis de la
contrarrevolución, y otra vez la defensa de la propiedad privada por parte de
las clases poseedoras fue colocada en el banquillo de los acusados, enfrentada
a la idea de igualdad y del poder ejercido por el pueblo en armas.
En suma, el
Grupo Tambo logró movilizarnos emocionalmente y alejarnos lo suficiente de esas
emociones tan intensas para que pudiésemos pensar y hacer un balance político.
En momentos tan
sombríos y terribles como los que estamos viviendo y en un año que parece
empantanarse en el Riachuelo de la democracia nostra, sólo cabe estar muy
agradecido a todes les integrantes del Grupo Tambó Teatro por el envión moral
que nos acaban de dar.
Estoy seguro que han logrado sacudir con honestidad y buenas armas hasta el alma más pasiva. El público, como pueblo, deberá también, a su tiempo, aprender a hacer una revolución. Presenciar esta obra seguramente les ayude a avanzar en su comprensión de la realidad y a tomar mejores decisiones políticas. Parece mucho para pedirle a una obra de teatro, pero 1789 del Grupo Tambo Teatro, cumple.
La potencia creativa de Marian Pe dándonos una República Armada y desafiante, reversionando a Delacroix. Foto gentileza de July Gonet |