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sábado, 31 de diciembre de 2016

Un 2016 negro

“Se termina el peor año” se oye y se lee repetidas veces sobre el 2016. Nadie lo va a negar: para quienes vivimos de un sueldo este ha sido un año despiadado y cruel. Pero su crueldad está intensificada por un hecho relevante que nadie subraya lo suficiente. Es el tercer año seguido de recesión industrial con inflación galopante. Tres años de tarifazos paulatinos y a cuenta gotas que rematan en un salto de cantidad en calidad. El primer año de ajuste macrista lleva en su dureza y crueldad sin límites los nutrientes de los años previos.

Y así podríamos seguir. Tuve ese debate con mi madre, que patea Buenos Aires desde 1958, cuando vino a los 15 desde su hermosa aldea. Ella dice que el peor año siempre fue el año con nombre, el Rodrigazo, 1975; pero también señala al 82 y quién no se acuerda del terrible 88 y la híper o -claro está- el 2001. Entonces nos damos cuenta que en los últimos cuarenta años al menos, el calendario nos golpeó con crueldad una o dos veces por década con "un año de mierda".

Y también coincidimos en la regla del año embarazado de años, porque el 75 venía con la crisis del petróleo del 73 encima, porque el 82 cargaba con la debacle económica de la dictadura, porque el 88 fue la explosión con fuegos de artificio de toda la última mitad de los 80 y la quiebra del Plan Austral y porque al 2001 llegamos con los desocupados gritando en el santiagueñazo del 93, los fogoneros de Cutral Có en el 96 señalando la privatización de YPF y la recesión desde el 98.

Por lo tanto lo cruel de este 2016 no va a terminar cuando den las 12 y se alcen las copas, porque no es un problema místico del calendario el que explica la mierda que fue este año sino la forma en que funciona nuestra sociedad. Y ella va a seguir existiendo con total seguridad no bien rueden los primeros segundos del año nuevo.

Sin embargo, en este año pasaron dos cosas que son realmente esperanzadoras.

Una agrupación con un largo trabajo sindical que la prestigia, basado en la entrega y la honestidad, de combate contra los métodos burocráticos y el hostigamiento patronal; una agrupación que eligió una estrategia de independencia política de la patronal y las patronales, que luchó desde una seccional a contramano de los Moyano, los Caló y los Micheli, en los últimos cuatro años; una agrupación que llamó a terminar con las disputas faccionales y egoístas y se alió con claridad a un partido político obrero y socialista, porque hizo todo eso, conquistó en las urnas la dirección de un sindicato industrial nacional con proyección estratégica en la matriz productiva argentina y regional. Recuerdo el triunfo de la Lista Negra en las elecciones del Sindicato Único de Trabajadores del Neumático, a fines de abril de este año. No pasaba una cosa así desde el Sitrac-Sitram, en el 72.

El miércoles 19 de octubre las arterias de las ciudades de todo el país –y de varios países más en el mundo- estallaron con millones de mujeres en huelga contra la impunidad de una sociedad que permite que una mujer sea asesinada, torturada, secuestrada, vendida, humillada cada segundo, cada hora, cada veinticuatro horas, todo el tiempo. El Miércoles Negro por justicia para Lucía, la pibita de Mar del Plata, asesinada salvajemente por dos transas que le venden al Intendente –intendente clerical, nazi, misógino y muy Vaticano-. El Miércoles Negro sacudió cada milímetro como un terremoto emocional, social y político. Mucha más gente hubo en Buenos Aires que el 19 de diciembre de 2001. Bajo los millones de hongos de mil colores de los paraguas, aturdía el ulular de las mujeres imitando las voces de la intifada palestina, inundando oídos, corazones y gargantas del grito de libertad de las esclavas modernas en pie de guerra. Su fuerza y claridad hicieron que muchos velos se quemaran, que muchas personas aprendieran a ver la violencia en sus relaciones cotidianas, que muchas denuncias se animaran y que muchos calvarios se terminaran.

Todo lo que existe es al mismo tiempo uno/a y su contrario.

La vida no puede ofrecernos con toda crudeza más que lo que nos dio este 2016, la muerte gobernando y su contrario luchando por vencer.

Fíjense la paradoja de quienes dirigen la muerte de millones de laburantes, usan colores claros y pastel, el amarillo de los globos, el naranja de los culos de las promotoras, el celeste y blanco en los carteles de la obra pública; pero las humilladas y humillados de la tierra, usamos este año el color Negro en las banderas.

Negra es la tierra húmeda y llena de nutrientes capaz de engendrar la vida nueva de la semilla y por eso en el antiguo país de Kmet, donde todo nació, el negro era el color de la vida; negro es el color que mejor identifica la lucha milenaria de los esclavos y esclavas que fueron masacrados por millones para parir el capitalismo explotando los recursos nuevos de América para Europa, color de piel producto del trabajo cotidiano bajo el Sol durante centenas de millones de años.

Interesante, el negro de la piel es el resultado contradictorio de una piel desnuda ante la fuente de toda claridad y luz.

"Negro de mierda" es el insulto con que nos bautizan a los humillados y humilladas de toda estirpe y género y que llevamos con orgullo en los oídos y las memorias, el odio de clase de nuestros enemigos transmutado en combustible vital para soportar la tortura y vencerlos algún día.

El año negro nos ha dado el brutal ajuste y dos claras respuestas. Ser serios/as en el camino, barrer con las disputas egoístas en nuestras filas, poner como único enemigo al Estado y la clase social que lo sostiene, llámese Mauricio o Cristina y no tolerar nunca más y bajo ningún aspecto la violencia contra las mujeres, no amparar violadores y abusadores, sean de la clase social que sean y militen en el espacio político que militen.

Limpiarnos de faccionalismo entre nosotres y depurarnos moralmente de los descompuestos métodos que nos inyecta el enemigo.

Para que el próximo año, que arranca en el otoño, sea un año rojo, rojo de sangre vital, rojo de llamarada que purifica, rojo de rebelión, rojo de justicia, rojo de abundancia para quienes tanto sufrimos.

Nos deseo.

lunes, 26 de diciembre de 2016

El bogdanovismo tardío de RyR: una crítica entre 50 chicanas

Eduardo Sartelli ha decidido “responder” a las críticas de “estalinismo” que pesan sobre la organización política que fundó y dirige. En un breve artículo (http://razonyrevolucion.org/ryr-y-el-stalinismo-eduardo-sartelli/) ha decidido romper con un silencio autoimpuesto hasta aquí para no sobre-valorar a sus críticos. 

La caracterización de RyR  como una organización estalinista no es nueva pero no la habían refutado hasta aquí apelando al recurso del “ninguneo”, desmereciendo la importancia de sus críticos.

Evidentemente Sartelli ha encontrado razones de peso para cambiar una estrategia de ninguneo por una de insulto a sus críticos, manteniendo no obstante el ninguneo a la caracterización. Dejaremos para el final un intento de explicar tan inesperado cambio para no entreverar más un entreverado y confuso debate.


Sobre la “imbecilidad” de sus críticos y el silogismo de la chicana


El artículo encierra en sus primeros párrafos una verdadera guía para comprender todo el asunto.

Dice: “Una crítica común y corriente entre nuestros críticos es una imbecilidad llamada “stalinismo”. Digo “imbecilidad”, no solo porque carece de todo asidero, sino porque es lo único que se les ocurre a la mayoría de nuestros críticos. Se trata de una leyenda que tiene por lo menos dos fuentes: los fundidos de RyR; nuestra posición sobre el arte y los artistas.

Es extraño que alguien que pretende defenderse de ataques que considera infundados y guiados únicamente por la malicia y el ánimo de dañar a una organización usando chicanas comience insultando a sus críticos/as y chicaneando sus posiciones. Sartelli todavía no ha demostrado que la crítica que le hacen sea incorrecta y ya impugna a sus autores con un argumento falaz: se basa en los “fundidos” de RyR.

La función del insulto y la chicana en política es la de esquivar el debate de posiciones con argumentos y pruebas, quitándole legitimidad al crítico desde el vamos. Como bien se queja Sartelli, si yo no comulgo con el estalinismo, y considero que quien me habla lo es, ergo no le presto atención a lo que dice o tengo un juicio previo contra su persona que es más importante que sopesar la veracidad de sus argumentos.

Pero Sartelli comienza precisamente desde donde se queja: la crítica no vale porque viene de la boca de “fundidos”. En lo personal considero que el mote “fundido” debería ser eliminado por decreto de toda organización de izquierda mínimamente seria. Porque se sobre entiende que “fundido” es todo aquel que ha dejado la militancia en una organización con argumentos falsos, porque ha perdido la “fe” en el programa de esa organización, porque ha contrapuesto sus intereses egoístas a los del colectivo donde participaba o simplemente porque “se ha pasado de bando”.  Entonces el “fundido” no tiene argumentos válidos, todo lo que diga será interpretado de una única manera: su rencor hacia la vieja organización. Con la categoría de “fundido” se construyen sectas.

Extraño entonces que Sartelli se tome el tiempo de contestar por escrito después de tantos años los argumentos de los “fundidos”. 

De paso, como supuesto “fundido” de RyR, donde milité desde 1999 hasta junio de 2006, llegando a ser parte de su dirección, como me han mentado, justifico mi derecho a opinar. Y, nobleza obliga, por aquello de que quien calla, otorga, desmiento terminantemente que esta o las anteriores polémicas que hice públicas sobre RyR hayan sido pedidas o dictadas por ningún miembro del PO donde milité -valga la aclaración también para desalentar preventivamente la chicana- hasta agosto de este año. Incluso más, los materiales que escribí en algunos casos los propuse para ser publicados y fueron negados. Creo que sólo una vez se publicó algo, perdido en los insondables links de la página web del PO.

Por otro lado, la caracterización del estalinismo de RyR no es más propiedad exclusiva de sus “fundidos” desde que decidieron reivindicar públicamente al estalinismo en la frase más osada impresa por una organización que disputa desde sus orígenes la periferia del trotskismo argentino y latinoamericano: “Stalin encarna, con las deformaciones que se quiera, el impulso transformador de Octubre.”.

Este renglón no lo escribió ninguno de las decenas de "fundidos/as" de RyR, sino su mentor y dirigente más importante en un Prólogo que se hizo famoso porque es en realidad un pequeño libro camuflado dentro de otro y que ya hemos criticado en su momento (http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2016/07/gambeta-al-partido.html).

Por lo tanto, si el uso de chicanas e insultos invalida una discusión seria y estigmatizar de entrada los argumentos enemigos reduciéndolos a “palabra de fundido” no vale como argumento; si la caracterización de “estalinista” no se basa únicamente en los dichos de “fundidos” sino más bien en una defensa clara y llana del estalinismo por parte de su principal dirigente; es decir, si las dos premisas son falsas, debemos concluir que no tiene nada de “imbécil” la crítica a RyR.

Algo más: no se trata de la única caracterización que se ha dado de esa organización. En mi reseña del bendito Prólogo que no lo es, los caracterizo de “bogdanivistas tardíos”, sin embargo por razones que intentaremos dilucidar al final, no han elegido este guante para tomar, sino el de estalinistas. Cabe la posibilidad que a RyR no le moleste tanto el sayo de bogdanovistas o les haya parecido una crítica “inteligente”.


El neo-estalinismo rancio de RyR


El estalinismo que defiende RyR sólo sorprende al público de izquierda que se vincula en torno a las organizaciones trotskistas. Cualquiera que haya leído materiales del Partido Comunista o el PCR se ha familiarizado con la defensa del “Gran Defensor de la URSS” contra el nazismo. De hecho Sartelli no ofrece ninguna defensa novedosa del proceso estalinista en la URSS, basada en ninguna investigación nueva o fuentes nunca vistas.
Esa es la crítica más importante que se le puede hacer, ya que viola las reglas que la propia RyR pretende imponerle a toda la izquierda: la prueba científica.

En el extenso Prólogo que no lo es, Sartelli no da una sola prueba de sus argumentos, no cita una sola fuente, no contrasta con pruebas ninguna de las acusaciones del “trotskismo liberal” contra Stalin. O sea que simplemente son sus opiniones personales, cual charla de café, elaboradas sobre un sentido común ramplón que consumió de sus relaciones personales con militantes maoístas, guevaristas y exPRT.

El sujeto que corre a la dirección del Partido Obrero porque “no tiene un equipo de investigación científico de la realidad sobre la que actúa” basa las definiciones políticas estratégicas de su organización en simples opiniones personales. ¿Sus militantes no le exigen pruebas científicas de sus definiciones estratégicas o les basta con la fé y no fundirse?

Todos sus argumentos se pueden sintetizar en dos grandes “ideas” más viejas que Carracuca. La primera: Stalin hizo lo que tenía que hacer, con las condiciones que tenía y en lugar de un freno a la revolución hizo triunfar la industrialización y ganó la Segunda Guerra. Esto de tan viejo huele a naftalina.

Extraña que un científico tan riguroso con sus “aprendices” no lo sea en la justipreciación de sus propias bravatas.

La segunda: todo lo que se le critica a Stalin lo hicieron Lenin y Trotsky con anterioridad.
Veamos ambas en detalle.


¿Basta de pelotudeces moralistas?


“Stalin no solo es un revolucionario por su propia historia previa en el Partido Bolchevique, sino que lo es por su tarea durante el proceso revolucionario mismo. A fines de los ’20, cuando la marea kulak amenazaba terminar con la revolución, Stalin concentró en torno a sí todo lo que quedaba vivo del partido (lo que incluía a buena parte de la fracción “trotskista”) y obtuvo una victoria definitiva. Es decir, completó la tarea pendiente más importante de la revolución. Una década después, guió a la URSS a la victoria contra el nazismo, constituyéndola en la segunda potencia mundial. Se podrá decir mucho acerca de cómo consiguió tales resultados, pero son resultados que consolidaron las conquistas materiales de la revolución y modificaron definitivamente la historia. Pueden no gustarnos esos métodos, pueden parecernos repudiables, pero no pueden ser evaluados en abstracción de contextos, procesos y situaciones. Seguramente otros podrían haberlo hecho mejor, pero de directores técnicos que ganan partidos el día después con el diario en la mano está lleno el mundo…”

Sartelli hace gala de una falta de condicionamiento ético muy común: los fines justifican los medios. Digo, porque la industrialización del Estado Obrero bajo la dirección estalinista justificaría el “método” de la “colectivización forzosa” -es decir, uno de los más impresionantes genocidios que haya conocido la historia humana- del mismo modo que haber “concentrado en torno a sí todo lo que quedaba del partido”, un eufemismo para el proceso de infamias, torturas, deportaciones y fusilamientos de toda la vanguardia bolchevique opositora al estalinismo conocido mundialmente como las “purgas”.

No estamos contra el “resultadismo amoral de Sartelli” porque no somos, como él piensa, filisteos liberales y pacifistas. Ante una polémica similar contra dirigentes políticos e intelectuales de derecha e izquierda, el propio León Trotsky escribió un poco recordado folleto que bien valdría la pena re-editar en un formato legible y barato para que vuelva a ocupar un lugar central en las “bibliotecas militantes”.

Se trató de Su moral y la nuestra, firmado en febrero de 1938 en su exilio mexicano de Coyoacán (tomo la edición electrónica del IPS para mayor comodidad http://www.ceip.org.ar/Su-moral-y-la-nuestra-4969).

En él encontramos una extensa justificación de la opinión de Sartelli. Trotsky discute y demuestra que la apelación a la moral ha sido históricamente un método de las clases dominantes para impugnar la violencia de las clases explotadas y oprimidas en el campo de batalla de la lucha de clases.

Entonces, con total hipocresía, los noticieros de la Tele lloran contra los piquetes “que impiden ir a trabajar a los trabajadores” pero aplauden la represión democrática de Berni y Nilda Garré usando los métodos de la dictadura de Videla.

Allí demuestra también que la apelación a una ética o una moral “eternas” y por fuera de las clases sociales no existe, ya que cada individuo se guía por una moral propia surgida de los condicionamientos sociales en que está inmerso, es decir, que tiene la moral de su clase social. O lo que es más concreto: la justificación o repudio de una conducta moral depende, efectivamente, de los fines concretos y no de los métodos en abstracción. Para repetir viejos ejemplos, el asesinato de un torturador, enjuiciado por tribunales populares es de reivindicar contra el asesinato sin juicio de luchadores populares por parte del Estado, sea la “democracia” de Irigoyen, la “democracia” de Uriburu-Justo o la dictadura de Videla.

La violencia no tiene una carga moral “abstracta” en una sociedad de clase, depende de quién la ejerza y contra quién.

¿Pero entonces Trotsky tiene, al igual que Sartelli, una posición “amoral” de la lucha de clases y le vale lo mismo el uso de cualquier método? Para nada. Porque a diferencia de Sartelli, Trotsky convoca a juzgar seriamente los “fines” que mueven al uso de los “medios”.

Las “purgas” y los “gulags” son repudiados por Trotsky no porque el jefe del Ejército Rojo durante la cruenta guerra civil se indignara hipócritamente de fusilar gente, sino porque se usaron para combatir los intereses del proletariado soviético y asegurar los “fines” egoístas de una camarilla de burócratas.

“16.- INTERDEPENDENCIA DIALÉCTICA DEL FIN Y DE LOS MEDIOS

El medio sólo puede ser justificado por el fin. Pero éste, a su vez, debe ser justificado. Desde el punto de vista del marxismo, que expresa los intereses históricos del proletariado, el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder del hombre sobre la naturaleza y a la abolición del poder del hombre sobre el hombre.
¿Eso significa que para alcanzar tal fin todo está permitido? -nos preguntará sarcásticamente el filisteo, revelando que no ha comprendido nada. Está permitido –responderemos– todo lo que conduce realmente a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin sólo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee – indispensablemente– un carácter revolucionario. Se opone irreductiblemente no sólo a los dogmas de la religión, sino también a los fetiches idealistas de toda especie, gendarmes filosóficos de la clase dominante. Deduce las reglas de la conducta de las leyes del desarrollo de la humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes.
¿Eso significa, a pesar de todo, que en la lucha de clases contra el capitalismo todos los medios están permitidos: la mentira, la falsificación, la traición, el asesinato, etc.? –insiste todavía el moralista. Sólo son admisibles y obligatorios –le responderemos– los medios que acrecen la cohesión revolucionaria del proletariado, inflaman su alma con un odio implacable por la opresión, le enseñan a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas, le impregnan con la conciencia de su misión histórica, aumentan su bravura y su abnegación en la lucha. Precisamente de eso se desprende que no todos los medios son permitidos. Cuando decimos que el fin justifica los medios, resulta para nosotros la conclusión de que el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase obrera contra las otras; o que intentan hacer la dicha de las demás sin su propio concurso; o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas y en su organización, sustituyendo tal cosa por la adoración de los “jefes”. Por encima de todo, irreductiblemente, la moral revolucionaria condena el servilismo para con la burguesía y la altanería para con los trabajadores, es decir, uno de los rasgos más hondos de la mentalidad de los pedantes y moralistas pequeño-burgueses.”

En un capítulo memorable, Trotsky llama a juzgar los fines y desde allí también los métodos. ¿Conseguir “confesiones” bajo tortura sería, por ejemplo, un “método justificado” por las necesidades de victoria del proletariado? No, porque son medios indignos, que desmoralizan al proletariado, reducen la confianza de las masas en su propia fuerza y las reducen al servilismo con los verdugos.


¿A quién servía el estalinismo?


Entonces discutamos los “fines” del estalinismo. ¿Es cierto que condujo a la victoria de la URSS contra el nazismo?

Sartelli debería demostrar que el momento clave del contrataque, el levantamiento del sitio de Stalnigrado, no fue garantizado por una sublevación de las masas obreras de la ciudad contra la dirección del Estado Mayor estalinista como sugieren las investigaciones más creíbles.

Y suponiendo que no fuese así ¿debemos olvidar porque tenemos el “diario del lunes” que la blitzkrieg nazi llegó a las puertas de Stalingrado gracias precisamente a las decisiones tomadas por ese Estado Mayor y la burocracia que dirigía el Kremlin y la internacional?
¿Sartelli ha olvidado los manuales de historia más elementales y las películas de Ken Loach que tanto solían agradarle al punto de desconocer que fueron las derrotas de las revoluciones obreras en España, Francia, Alemania y China de los años 20 y 30 las que abrieron el canal por donde se desarrolló el nazismo mucho antes del mayor gesto de estupidez táctica que conociese la historia militar moderna, el pacto de no agresión entre Alemania y la URSS conocido como Von Ribbentrop-Molotov?

Hasta que Sartelli se tome el tiempo de hacer una investigación seria y demostrar lo contrario, la tesis de Trotsky acerca de que la dirección estalinista condujo a la barbarie nazista a la victoria debido precisamente a que tomaba decisiones en función del interés de supervivencia de una camarilla y no de la dictadura obrera y socialista en el mundo, debería llamarse a silencio o al menos hablar con un poco más de humildad.


La “amoralidad” de Lenin y Trotsky


El otro “argumento” que ofrece Sartelli es que, incluso si se considerasen los “medios” del estalinismo como incorrectos, ellos eran propios de la tradición bolchevique clásica, según Sartelli utilizados por Lenin y Trotsky mucho antes que por el carnicero Stalin.

Sorprende que una organización de científicos mantenga su prestigio frente a sus lectores/as con barbaridades tan viejas. Hace 78 años Trotsky escribía para defenderse de burgueses “demócratas” y anarquistas por las mismas acusaciones, que los métodos excecrables de Stalin fueron usados por el propio Lenin y él mismo, y siempre se va al mismo ejemplo: Kronsdtat y Gherko.

Trotsky se hace cargo de haber utilizado los crueles métodos de una guerra civil pero además de justificarse amparándose en una gran diferencia, que sus “fines” habían sido la defensa de la dictadura del proletariado y no de los intereses de una camarilla contra la dictadura del proletariado, reivindica que nunca se usaron métodos atroces contra compañeros del propio partido bolchevique o contra las masas de obreros y campesinos indefensos.

La ruina del partido bolchevique –episodio de la reacción mundial– no disminuye, sin embargo, su importancia en la historia mundial. En la época de su ascenso revolucionario, es decir, cuando representaba verdaderamente la vanguardia proletaria, fue el partido más honrado de la historia. Cuando pudo, claro que engañó a las clases enemigas; pero dijo la verdad a los trabajadores, toda la verdad y sólo la verdad. Únicamente gracias a eso fue como conquistó su confianza, más que cualquier otro partido en el mundo.
Los dependientes de las clases dirigentes tratan al constructor de ese partido de “amoralista”. A ojos de los obreros conscientes, esta acusación le rinde honor. Significa que Lenin se rehusaba a reconocer las reglas de moral establecidas por los esclavistas para los esclavos, y nunca observadas por los esclavistas mismos; significa que Lenin incitaba al proletariado a extender la lucha de clases inclusive al dominio de la moral.
¡Quien se incline ante las reglas establecidas por el enemigo no vencerá jamás!
La “amoralidad” de Lenin, es decir, su rechazo a admitir una moral por encima de las clases, no le impidió conservarse durante toda su vida fiel al mismo ideal; darse enteramente a la causa de los oprimidos; dar pruebas de la mayor honradez en la esfera de las ideas y de la mayor intrepidez en la esfera de la acción; no tener la menor suficiencia para con el “sencillo” obrero, con la mujer indefensa y con el niño. ¿No parece que la “amoralidad” sólo es, en este caso, sinónima de una más elevada moral humana?

Sartelli debería ofrecer pruebas concretas de que Trotsky miente para decir, como dice, que Stalin, Trotsky y Lenin construyeron un partido con los mismos métodos. En una lectura seria de su Prólogo que no lo es, sobresalen la innumerable cantidad de oportunidades en que interpreta decisiones de Lenin, Trotsky y Krupskáia contra la cofradía de intelectuales ligados a Bogdanov durante el debate sobre el Proletkult como estúpidas e irracionales decisiones egoístas, basadas en una especie de lógica faccional esencial y compartida por todo el Partido Bolchevique incluso desde sus comienzos.

Trotsky defiende otra tesis, que Sartelli no ha demostrado incorrecta, a saber, que los “medios” usados por Stalin se corresponden a un momento histórico diferente al del partido bolchevique previo a 1924, el momento histórico que caracteriza por la asunción de una camarilla bonapartista (que se coloca con relativa independencia “por encima” de los intereses de las clases en la URSS) y que inaugura el momento “thermidoriano” de la Revolución Rusa (la contrarrevolución). Los fines y los medios deben ser juzgados, para usar los propios términos que propone Sartelli, científicamente, a la luz de un examen minucioso de las opiniones y pruebas que confronta alegremente.


Tengo estos principios, si no le gustan, tengo éstos otros


Sin embargo, asombra a quienes seguimos esta polémica con detenimiento, la aparente incongruencia de una organización que reivindica sin tapujos el rol progresivo de Stalin en el proceso revolucionario de la Unión Soviética  para repudiar cada vez que se lo acusa de estalinista los métodos del estalinismo, achacándoselos a todo el partido de Lenin.

¿En qué quedamos, Stalin usó métodos correctos persiguiendo fines correctos o sus métodos son repudiables y extensivos a toda la tradición bolchevique?

Sartelli, como citamos antes, sale de la paradoja por el lugar más sencillo: no les quedaba otra, hicieron lo que podían hacer frente a las circunstancias históricas que les tocaron.
Hace 78 años Trotsky refutaba la falacia de esta idea, y no con el diario del lunes precisamente:
“Si Otto Bauer censura suavemente la justicia de Vichinsky, es para sostener, con tanta mayor “imparcialidad”, la política de Stalin. El destino del socialismo –según reciente declaración de Bauer– parece estar ligado a la suerte de la Unión Soviética. “Y el destino de la Unión Soviética –continúa diciendo– es el del stalinismo, mientras el desenvolvimiento de la Unión Soviética misma no haya superado la fase stalinista”. ¡Todo Bauer, todo el austromarxismo, toda la mentira y toda la podredumbre de la socialdemocracia están en esa frase magnifica! “Mientras” la burocracia stalinista sea suficientemente fuerte para exterminar a los representantes progresistas del “desenvolvimiento interior”, Bauer se queda con Stalin. Cuando las fuerzas revolucionarias, a despecho de Bauer, derroquen a Stalin, entonces Bauer reconocerá generosamente el “desenvolvimiento interior”, con un retraso de unos diez años, cuando más.”

Le echan la culpa del estalinismo al desarrollo “en última instancia” de las fuerzas productivas. El título del capítulo donde Trotsky señala esto, el noveno, es significativo: “Disposición política de los personajes”.

Porque, en el fondo, ¿de qué se trata toda esta discusión entreverada y confusa donde alguien dice una cosa y todo lo contrario en el mismo artículo?

Se trata de sostener y fundamentar posiciones concretas en la lucha de clases. Trotsky se pasa todo el folleto riéndose de lo ridículo que son los argumentos que encuentran “con el diario del lunes” identidades esenciales y genéticas entre el estalinismo y el trotskismo, cuando Stalin gastó todos los “medios” a su mano en el intento de ahogar en sangre al trotskismo. Sabemos ahora que incluso asesinó al autor de Su moral y la nuestra dos años después.

Nadie va a comprender nunca las aparentes “contradicciones” de RyR hasta que se le ponga nombre concreto a su interés material concreto. A RyR le interesa desde 2002 hasta hoy esmerilar con cualquier recurso a su mano la autoridad política de la dirección del Partido Obrero y su influencia entre la clase obrera y la pequeño burguesía radicalizada.

Y Sartelli ha tenido, finalmente después de trece años, la honestidad de decirlo abiertamente y de publicar casi trescientas páginas de un Prólogo que no lo es para fundamentar “científicamente” su posición concreta en la lucha de clases concreta.

En su artículo se hace cargo de que “RyR se estructuró como una organización de cuadros cuasi profesionales, para producir un aparato de investigación que permitiera dar una base programática sólida a un partido revolucionario futuro.”

Simple y sencillo. Aunque como todo lo que viene de su pluma, encubre falsas verdades.

RyR publicó su primer revista en el otoño de 1995 y fue, hasta el Congreso del Partido Obrero de 2002 simplemente eso, un agrupamiento de historiadores que publicaban una revista científica cuyo único objetivo era la defensa del marxismo en el ámbito restringido de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Su enemigo no era el Estado burgués ni la burguesía imperialista o nacional, sino el más modesto Luis Alberto Romero, quien dirigía la historia académica de la facultad y de las editoriales de manuales de historia secundarios y terciarios hacia una visión centificista y alfonsinista de la historia argentina.

Ninguno de quienes nos acercamos a esa revista por esos años fuimos incorporados a conformar una organización de cuadros cuasi profesionales, para producir un aparato de investigación que permitiera dar una base programática sólida a un partido revolucionario futuro. No es un hecho menor, porque luego dirá que la adscripción a RyR es voluntaria, sí, pero al menos para los que llegamos en los 90, nuestra voluntad no firmó ese acuerdo.

De hecho, la mayoría de nosotros/as nos incorporamos como parte del ascenso de la lucha contra el menemismo y la alianza, empujados hacia las posiciones de la izquierda. Sartelli en esos años era reconocido como un excelente profesor, acérrimo defensor del marxismo con una sutileza que no se conocía en esas aulas y en un contexto de furiosa represión de las ideas marxistas por parte de la academia; pero también porque era miembro de la Comisión Interna del sindicato docente de Fylo y del Partido Obrero. Incluso más puedo decir, gran parte del prestigio de RyR se basaba en que sostenía las posiciones del PO en la coyuntura que concluyó en el argentinazo (hasta 2002 defendía en soledad con el PO una lectura catastrofista de la crisis económica mundial) y en que Eduardo Sartelli en términos objetivos era un fiel heredero de Pablo Rieznik.

Por esos años fundacionales, la mayoría del comité de redacción de RyR militaba activamente en el PO y si tenía diferencias con su dirección eran de orden secundario o al menos no ameritaron ningún debate público. No tenía posiciones políticas en contra de la actividad sindical del PO en AGD ni en la juventud. Es importante, porque quienes llegábamos ahí lo hacíamos sobre la base de ese compromiso.

Eso vino después. La participación de sus miembros más destacados en la coyuntura política del argentinazo llevó a Sartelli al dilema que primero resolvió en la práctica para catorce años después encontrarle una definición teórica. ¿Debíamos seguir invirtiendo la mayor parte de nuestro tiempo en las tareas políticas que nos tocaron vivir en los sindicatos, los centros de estudiantes y las Asambleas Populares o debíamos resignar esa militancia para abocar todo nuestro tiempo útil a la investigación?

La ruptura con el PO en el Congreso de 2002 preparó las condiciones para la publicación de un órgano diferente a la revista, diseñado para una intervención propagandística sobre la vanguardia de la izquierda de esos años, El Aromo y RyR pasó a autodenominarse Organización Cultural Razón y Revolución, decretando que la militancia en ella excluía cualquier otra militancia política y sindical.

Sin embargo, hasta el conflicto con el campo en 2008 las diferencias programáticas con el PO se resumían en la concepción del trabajo sobre el frente cultural (arte y ciencia) y en una idea de que la revolución en Argentina no la iba a conducir un único partido sino organismos de frente único como la Asamblea Piquetera. 

Por eso El Aromo y el Frente de Artistas de RyR se dirigieron al intento (fracasado y luego abortado) de organizar artistas y científicos y sobre esa base disputar un lugar en las Comisiones de Cultura de la ANT. Una disputa concreta por participar de la dirección del proceso político de las masas en las que no ahorramos –vale confesar- “medios” del todo facciosos y canibalescos, como el ataque teórico a experiencias de organización y producción progresivas como el Ojo Obrero, DOCA, el FELCO y Morena Cantero Jrs. o incluso contra experiencias muy valiosas para la cultura de izquierda contemporánea como Sudestada.

En defensa de los fundidos


Para concluir, estamos obligados a criticar dos aseveraciones absolutamente incorrectas y canallescas del artículo de marras.

La primera: “se reclutó gente con o sin la formación necesaria. La que no la tuviera, que resultó ser la mayoría, la recibiría. […] (resultados que, en su mayoría, no eran producto de la actividad “libre” de los “fundidos”, a los que por lo general no se les caía una idea, ni antes ni ahora) ”.

Sartelli es un perfecto estalinista en este punto, que considera que la creación intelectual es producto de una disciplina hermética en torno a la figura de un ser infalible y todo-poderoso. Según él, toda la producción intelectual de RyR en estos veintiún años debería haberla firmado él mismo, pero en toda su generosidad decidió formar gente bruta, gratuitamente, y permitirles fraguarse un nombre que de no ser por él no habríamos tenido nunca.

Falta de generosidad elemental cuando debería reconocer que hasta que conoció a Pablo Rieznik no pasaba de ser un ingenioso y verborrágico discípulo de Hilda Sábato, cosa que no debería tomarse como un insulto y que cualquier historiador puede comprobar con revisar papeles viejos y hacer unos pares de entrevistas.

Obviamente recibimos una formación que no teníamos. En mi caso personal aprendí a leer y escribir textos académicos y una visión deformada del marxismo. Sin embargo, para poder ser un buen docente tuve que despojarme a los golpes de realidad de una formación pedante y provocadora que hizo que me rajaran de todos los secundarios en que trabajé hasta 2005; el “método” patotero tan conocido de Sartelli, Kabat y Harari sólo sirve para ganarse un nombre rápidamente en un mundillo de intelectuales pusilánimes y con alumnos fácilmente maravillables. Pero cuando se dá clases a adolescentes es un método rayano en el abuso sicológico.

Como escritor, la experiencia de RyR me dio una prosa horriblemente sobreactuada y recargada que sólo me viene quitando la experiencia de publicar materiales de propaganda y agitación (El Aromo claro, pero sobre todo los centenares de volantes y boletines sindicales en los que participé durante mi experiencia militante en el PO); mientras tanto, la investigación de la narrativa argentina de izquierda en los 60 que llegué a realizar el último año bajo su guía así como me dotó de una base empírica fabulosa también me inhibió para la creación de mi propia literatura, cuestión que he podido destrabar después de diez años.

Sartelli debería reconocer que las primeras y rudimentarias ideas sobre qué libros editar y qué estrategia editorial correspondía llevar adelante las fuimos descubriendo basándonos más en la experiencia de un pibe que laburaba en una librería de la Galería Güemes que en su clarividencia excepcional. O si no que explique cómo se le ocurrió editar El 69 y Lucha de calles, lucha de clases de las hermanas Balvé y de dónde sacó la estrategia de producir “longsellers” (libros que garantizan una tirada pequeña pero sistemática en el largo plazo) en lugar de “bestsellers” (libros que aseguran grandes ventas en plazos cortos) que constituye la base de todo su éxito en el mundo editorial, lo que llevó a decidirlos a abrir librerías en lugar de locales político-gremiales.

En el famoso “campo artístico” sus mejores productos, un libro de cuentos del que prefieren no acordarse, un excelente libro de dibujos, un mural que todavía vive y el CD de Río Rojo surgieron gracias al enorme talento de los/as artistas que le pusieron cuerpo y alma, casi a contramano de discusiones eternas con un comisario político que solamente fantaseaba con ser artista. Todo mientras luchaban para poner en pie Centros de Estudiantes en los terciarios artísticos que estudiaban, tarea que fue boicoteada sistemáticamente por Sartelli hasta que logró removerlos de ellas.

Los mejores de ellos/as, hace rato tuvieron que decidirse a abandonar RyR para progresar… como artistas.

RyR si tuvo algo de bueno fue que siempre fue un producto de esa extraña y sufrida combinación de talentos individuales y debates metafísicos. No es propia de un individuo esclarecido. Sartelli debería tener para con quienes lo acompañaron en estos veintiún años un poco del agradecimiento que le niega a sus enemigos acérrimos.


La formación de RyR


¿Qué formación le debemos casi en exclusiva a su capacidad individual? Una idea falsa de la disciplina y la moral revolucionaria, que defiende la necesidad de utilizar los métodos más inmorales incluso contra los propios compañeros y compañeras.

Entre el 2000 y el 2006, tiempo que puedo atestiguar, RyR no se regía por el centralismo democrático sino por un verticalismo militar, la idolatría de la dirección, la manipulación sicológica de la militancia y el complot permanente de cuatro individuos contra el resto.
Sartelli y yo deberíamos estar agradecidos a la “indescifrable máquina del azar” que hoy podemos hablar vagamente de “fundidos” y no de “quebrados”. Porque el método preferido de RyR contra el disenso en las propias filas era utilizar todo tipo de estrategias para “quebrar” al disidente, para que perdiera confianza en sí mismo/a, aislarlo/a de sus relaciones afectivas familiares y de militancia, hostigarlo/a hasta que se sometiera, o abandonara la organización “voluntariamente” luego de haberlo/a maltratado/a lo suficiente para que no se le ocurriera en su perra vida volver a intentar una experiencia militante o científica.

Llevo diez años de psicoterapia y confrontación honesta con la realidad del movimiento obrero en tratamiento para des”ryr”zarme de tan sagrada “formación”. Entiendo que lo mismo ha pasado con decenas de compañeros y compañeras que recuperaron la confianza en la clase obrera y la izquierda en experiencias de militancia verdaderamente sanas, y siempre, oh casualidad, ligados/as a la lucha de la clase obrera de carne y hueso y no a la “gris teoría” y los “húmedos archivos”.

Pero eso no es lo más preocupante. La lucha de clases es cruel para todes y el camino de les luchadores y luchadoras va a estar sembrado siempre de este tipo de obstáculos. Una combinación incontrolable de factores harán que encontremos caminos saludables o no y que logremos alguna vez re-educarnos realmente.

Lo que me importa destacar, lo que justifica tanto tiempo invertido en la polémica contra este grupo, es la implicancia nefasta del bogdanovismo para la lucha de la clase obrera por el poder.


Bogdanovismo tardío: una caracterización que explica


Así, al calor de las necesidades concretas de financiamiento de sus militantes y de la organización, no gracias a una “científica” reflexión sobre nuestro papel en la lucha de clases (aunque modestamente nos auto-asignamos el lugar de “destacamento cultural de la vanguardia obrera revolucionaria”) fue naciendo una política empírica que 13 años después coagula en el reconocimiento consciente del bogdanovismo: “una escuela de cuadros semiprofesionales para un sólido partido futuro”, que es lo que RyR es hoy.

Es la situación concreta de los personajes la que explica sencillamente sus grandes elucubraciones teóricas. Mal que le pese a Sartelli –y a Bogdanov- la existencia determina la conciencia y no al revés. Tardíamente y al calor del crecimiento electoral del kirchnerismo entre el universo universitario y científico RyR fue tensando diferencias políticas estratégicas con el PO, sublimadas en el paroxismo de publicar un erudito libro que acusaba a Lenin de no ser marxista por su caracterización del imperialismo como fase superior del capitalismo, es decir, rompiendo tempranamente con el “catastrofismo” que nos vió nacer.

Se debe prestar mucha atención al artículo de Sartelli cuando señala que “En esa etapa, que acaba de concluir no porque se haya terminado sino porque viene a solaparse con otras tareas en un proceso evolutivo previsto y necesario”. Está reconociendo que su apelación a la tradición bogdanoviana ciento diez años después de la ruptura de Bogdanov y Vperiod con el partido de Lenin se justifica también por una reorientación de su trabajo y sus objetivos en la lucha de clases actual.

Sartelli intuye que la implosión del kirchnerismo, el avance del neo menemismo macrista y el ascenso de la izquierda en las ilusiones de las masas va a abrir un escenario similar al del 2001 y busca su lugar en los organismos de masas que surjan en ese proceso. Putea al “catastrofismo” del PO pero sigue basando sus decisiones tácticas en él.

Eso explica la nueva publicación La hoja socialista  para precisar una tarea de propagada y reclutamiento entre las filas de partidos y organizaciones sindicales o las nuevas agrupaciones sindicales entre docentes de media, superior y universitaria.

Su mayor audacia ha pasado sin embargo bajo el radar, con los cursos de formación política que viene desarrollando al interior de uno de los sindicatos clasistas y combativos que han surgido en los últimos años, el SITRAIC, en las propias barbas del “partido futuro” que niegan.

Se nota que han entendido que los “cuadros semi-profesionales”  criados en los últimos catorce años ya están maduros para dedicarse a las “grises tareas” que demanda la organización político-sindical de sectores de la clase obrera; se dan cuenta que no alcanza con criticar cada coma que se imprima para ganarse un lugar en el “futuro partido” que pueda o no emerger de esta coyuntura. Al decir de Trotsky, si las cosas no salen bien, ya tendrán tiempo para volver a los archivos y las aulas a despotricar contra los “errores” de la izquierda “pacifista, parlamentarista y liberal".

Como no pueden blanquear sus análisis más mezquinos, se amparan en una caracterización muy forzada, según la cual la clase obrera en Argentina hoy no tendría el atraso “cultural” que tuvo en la Rusia del 17 y la ausencia de “campesinado” también haría innecesario el “estalinismo”. Algo habían anticipado en el Prólogo que no es un prólogo.

Digamos simplemente dos cosas en este punto: ¿Sartelli creerá realmente que la sobre-representación de trabajadores/as docentes, estatales y profesionales dentro de la clase obrera argentina la inmuniza contra la “falta de cultura”? ¿Qué hacemos con el 70% de trabajadores/as precarizados y el crecimiento exponencial de la barbarie y la hiperexplotación? ¿Qué no haya campesinado en el campo es suficiente para descartar las posiciones barbarizantes en las masas? ¿Qué hacemos con el crecimiento explosivo del lumpenismo, producto de décadas de desocupación forzosa? ¿No han crecido las relaciones de servidumbre personal de forma alarmante en América Latina producto del desarrollo “catastrofista” de las industrias ligadas al tráfico de mujeres y varones para su esclavitud, el narcotráfico y la venta de armas?

Si entendimos algo del debate probablemente no haya habido nunca mejores condiciones de embrutecimiento económico y social para que pasten bonapartismos reaccionarios como el de Stalin en nuestro mundo actual.


Idealismo, oportunismo, faccionalismo


En 1907, en el contexto de un fuerte reflujo debido a la derrota de la Revolución de 1905, un grupo de dirigentes bolcheviques bastante importante rompió con el partido acusando a Lenin de una desviación “democrático burguesa” por su participación en la Duma convocada por el Zar a resultas de la revolución.

Sacaron la conclusión de que la única explicación posible para tamaña desviación contrarrevolucionaria del Partido Bolchevique, que tenía una dirección floja de papeles en lo teórico y una base social de ignorantes que seguían a su dirección en manada.

Se autoexiliaron en la bucólica Capri y se dieron la tarea de formar una escuela de cuadros para formar a los dirigentes que competirían con el leninismo por la dirección del partido y en 1917 volvieron a Rusia para desarrollar centros culturales en sindicatos y barriadas para educar a las masas y salvarlas de sus brutos dirigentes.

En su hermosa, tierna y fundada biografía de Lenin, Nadieznda Krupskáia (basureada canallescamente por Sartelli y su esposa) cuenta que Lenin puso en tensión a todo el partido bajo la furibunda represión zarista para que llegara a cada círculo su folleto de 1908 Materialismo y empiriocriticismo. La anécdota ilustra la importancia que le dio Lenin al daño potencial que el grupo de Bogdanov podía propinarle a su organización. En síntesis, Lenin desarrolla una extensa exposición sobre las bases filosóficas que separan al bogdanovismo del marxismo. Básicamente que son idealistas: o sea, que creen que primero vienen las ideas y luego la realidad, que las ideas tienen una potencia creadora, dando vuelta a Marx, primero la conciencia luego la experiencia.

El corazón de la propuesta de RyR está mancado porque pretenden desligar artificialmente la producción de conocimiento científico de la participación concreta en la lucha de clases. Lenin y Trotsky pudieron dirigir a la clase obrera rusa y el campesinado a la toma del poder en octubre de 1917 no porque se hayan encerrado en el exilio a “pensar” cómo hacerlo, sino porque se embarraron el cerebro en las millones de reuniones y tareas prácticas que involucraban mantener viva una organización política revolucionaria de la clase obrera, porque tenían informes de primera mano de la situación concreta de las masas en su país, datos “moleculares” que no salían en periódicos digitales y que terminaron sorprendiendo a más de un “iluminado” científico.

Otro punto clave en el que Sartelli rompe definitivamente con su maestro Rieznik: pretende disolver, separar, desunir la praxis revolucionaria entre teoría y experiencia.
El bogdanovismo además se traza un objetivo egoísta: construir un lugar en la dirección del proceso político ahorrándose las tareas de conformación colectiva de una dirección, un programa y un partido para un selecto grupo de intelectuales. No tiene en su mira los intereses generales, históricos ni colectivos de la clase obrera en su lucha. Por el contrario, subordina los “medios” a fines egoístas y en pos de su autoconstrucción no tiene la más mínima moral, compasión ni humildad.

Su método es el oportunismo teórico y político, dependiendo de qué principios sean los mejores para llegar a sus resultados. No dudan en hacer gala de un eclecticismo ezquizofrénico con tal de sostenerse en pie. Fíjense la paradoja de científicos que reivindican el derecho de las clases sociales gobernantes a ejercer una dictadura de censura material y moral sobre el arte y la ciencia pero participan de una medida de lucha para impedir que Macri y Barañao, “personal político del Estado burgués”, les apliquen esa censura a sus becarios e investigadores.

El mismo caso, fresco aún y en el que han abierto una vez más un ataque contra la agrupación de Jóvenes Científicos Precarizados y el Partido Obrero (https://web.facebook.com/razonyrevolucion/posts/10155737820167818), nos ofrece otra muestra clara del otro cáncer que RyR propone al movimiento obrero: un faccionalismo sin límites.

La misma agrupación que castiga a JCR por no haber construido una agrupación sindical de envergadura nacional frente al ajuste en MCyT y CONICET (como si fuese tan sencillo, como si una idea con sólo brotar de la cabeza de Minerva pudiese concretarse así nomás) cuando fue impactada por el mismo recorte sobre sus investigadores lejos de llamar a organizar nada intentó una campaña montada en la figura pública y mediática de un solo individuo, que asumía las funciones de un mártir mesiánico frente a las cámaras de C5N.

Se reconoce al tigre por su mañas. Hace diez años que terminé mi fatídica experiencia personal con esa organización y no puedo decir que siga funcionando de la misma forma. Sinceramente espero por la salud mental de sus militantes que no sea así. Pero en el análisis objetivo de su conducta editorial, política y sindical RyR abre esta nueva etapa basándose en los mismos principios que la fundaron: idealismo, oportunismo y faccionalismo.  

sábado, 24 de diciembre de 2016

Vida y obra de Andrés Rivera: una polémica con Prensa Obrera

[contratapa de Cita, ediciones La Rosa Blindada de 1966 se lee "su primer novela, EL PRECIO (1957), desató una ruda polémica"]

Las lecturas posibles sobre la obra de un artista son siempre relativamente válidas. Estamos hablando de niveles de sensibilidad muy complejos y sutiles que entran en juego cuando un/a lector/a interpreta una obra cualquiera.

En el caso de un autor con la envergadura de Andrés Rivera –su prolífica obra, los diferentes períodos históricos que vivió y lo influyeron, etc.- hace que inevitablemente surjan muchas miradas y lecturas posibles. Rivera merece que todas ellas se publiquen y se desarrolle un debate que enriquezca la importancia de su aporte a la cultura argentina que fue silenciado por las industrias culturales y académicas oficiales.

Quiero contraponer una lectura personal a la necrológica de Alejandro Guerrero del 23/12 en Prensa Obrera (http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/cultura/la-muerte-de-andres-rivera-un-enorme-escritor-y-su-tragedia#.WF6Zx6nZswM.facebook) no desde el punto de vista emocional y subjetivo (se trata de uno de los escritores que más me influyó personalmente) sino para poner a debate frente al público lector de ese periódico (militancia y simpatizantes) una serie de apreciaciones que me parecen claramente equivocadas.

La victoria de un escritor obrero y socialista

En primer lugar entiendo que la biografía personal que se ofrece es limitada y ambigua. El principal mérito de Rivera es haber llegado al podio de la literatura argentina desde un lugar por lo menos incómodo para el establishment y creo yo que absolutamente revolucionario: Marcos Ribak fue, durante toda su vida, un obrero. Nació en una familia de inmigrantes europeos, judíos para más datos y se crió en un conventillo de la calle Padilla, a orillas del Maldonado, cerca del segundo polo industrial de Buenos Aires después del Riachuelo.

El dato no es menor, porque si uno lee ingenuamente “Villa Crespo” a su memoria viene uno de los barrios más atildados (caretas) de la pequeño burguesía acomodada de la ciudad. No es para nada el barrio obrero y fabril donde se crió Rivera.

Además, su padre llegó a ser uno de los más destacados y desconocidos militantes sindicales textiles del movimiento obrero clasista, combativo e independiente de esos años. Tampoco se puede resumir la influencia político-sindical de la familia de Rivera en la fórmula de “su padre era del PC”. Porque el PC del padre de Rivera estaba en las antípodas del comunismo que supieron derrumbar los epígonos del estalinismo desde 1928 en adelante. Dirigente sindical combativo de la barriada obrera más combativa de su época, que parió la segunda gran huelga histórica después de la Semana Trágica que paralizó la producción de toda la ciudad durante una semana de enero de 1936 y que llegó a desenvolver las acciones directas y el enfrentamiento callejero más importante durante la Década Infame.

Ahí se crió Rivera, que obviamente vivió la crisis emocional y política de toda una generación frente al abandono de su partido de esa combatividad e independencia de clase a partir del final de esa misma huelga, cuando se torcieron las velas hacia el Frente Popular, la conciliación de clases con la burguesía nativa y el imperialismo en función de sostener los intereses económicos de la burocracia moscovita en el plano internacional, lo que terminó en el nefasto Frente con la embajada yanqui, el imperialismo británico, el PS y el liberalismo gorila en 1945.

En esa bisagra del peronismo Rivera salió el mismo a ganarse la vida como su padre en una fábrica textil de Villa Lynch, donde llegó a ser delegado –recuerden que el comunismo estaba proscripto por Perón- y donde según se deduce de su propia obra tuvo la contradictoria tarea de armar un frente con delegados peronistas para enfrentar después de 1955 al mismo tiempo a la dictadura gorila, a un empresario textil peronista y judío y al propio Perón que había huido dejando en banda a sus seguidores.

Eso es, sin más, lo que coagula en su primer novela, El Precio, de 1957.

Luego Rivera siguió siendo un obrero, pasando al oficio de periodista, que claramente potenció su trabajo como escritor. Es necesario señalar en detalle esto porque si uno conoce a Rivera por Prensa Obrera puede que la escueta descripción de Guerrero -“y fue, también él, obrero textil durante seis años (entre sus 20 y 26 de edad) en una fábrica en Villa Lynch”- permita una lectura clasista incorrecta del autor. Rivera llegó a la cumbre de la cultura argentina habiendo sido, toda su vida, un obrero, no como un pequeñoburgués que se jactaba de haber sido obrero sólo 6 años.

Además desde siempre fue un militante de izquierda. Y no uno que se llenaba la boca porque estaba de moda en esos años, sino uno que ligó su obra y su vida al combate por el socialismo. Claro que primero militó en el PC y luego en el maoísmo hasta que después del alfonsinismo tuvo como poco una actitud descreída de la militancia revolucionaria y me animo a decir sin saber que hasta debe haber abogado públicamente por el fracaso de los partidos leninistas.

¿Pero cuántos militantes y simpatizantes del comunismo no hicieron la misma experiencia negativa con el fracaso de las ilusiones revolucionarias planteadas por el Cordobazo ante la dictadura de Videla, el colapso de la URSS y el reconocimiento póstumo de las barbaridades del comunismo vernáculo en su famosa autocrítica de 1984-86?

Miles. Sí, miles de los que Andrés Rivera no escapó. Ojo. Miles de personas que entregaron su vida a una estrategia de construcción hacia el socialismo que fracasó y produjo derrotas históricas, pero que no eran los burócratas que lo hicieron a consciencia. Miles de Riveras que los militantes que suscriben y piquetean Prensa Obrera vienen intentando ganar a la ilusión renovada de construir un partido leninista desde los 80 hasta hoy. En lo personal no creo que lo puedan hacer desde el reproche acrítico de su pasado sino desde la comprensión de la enorme diferencia entre un dirigente estalinista y un militante intermedio o de base. Ni que hablar de la enorme periferia que tuvo el PC hasta el kirchnerismo.

Literatura y Revolución todo de nuevo

En segundo lugar Guerrero ofrece a los lectores de Prensa Obrera  dos caracterizaciones político-estéticas de su obra que simplemente se pueden refutar con datos objetivos.

No es cierto que “su primera novela es de 1956, El precio, seguida de otra, Los que no mueren. En los años siguientes publicó tres libros de cuentos: Sol de sábadoCita y El yugo y la marcha. Hasta El yugo y la marcha (1968) sigue la línea que el estalinismo le imponía a toda producción artística: el “realismo socialista” (no era realista y mucho menos socialista). Ambientadas en el mundo fabril, aquellas obras describen las huelgas y las luchas de los trabajadores con un optimismo sin fisuras, en medio de un avance lineal hacia la revolución. La representatividad de los personajes está dada sólo por la realidad social, por su lugar en las relaciones de producción.”

No sólo no es cierto, sino que cualquiera que conozca mínimamente por arriba la historia del impacto que generó El Precio entre la militancia y el frente cultural del PCA sabe que su novela fue uno de los tantos emergentes de toda una ruptura política y generacional contra el realismo socialista y el estalinismo.

Para resumir el problema. Rivera comparte con el estalinismo la pretensión de que una obra de arte tenga un resultado ético y moral, que sea un aporte para el desarrollo de una conciencia revolucionaria en sus lectores, que apunte obviamente a la construcción de su partido y su programa. Eso lo compartieron y lo compartimos otros que no fueron ni somos estalinistas.

Pero el decreto de Lúkacs, Zdhanov, Gorki y José Stalin de 1934 iba más allá: proponía un estrecho catálogo de formas estéticas que representaban una obra socialista y anatemizaba duramente a los que no lo hacían. Entonces la novela revolucionaria debía sí o sí ser costumbrista, naturalista al estilo de Zolá, Balzac, etc. y todos los personajes debían ser arquetipos de las clases sociales y sus rasgos individuales debían ser borrados. Obviamente la trama y la estructura debían ofrecer un choque entre posiciones políticas claras (burguesía liberal, proletariado, etc.) y tenían que ganar los “buenos”. Entre los enemigos estéticos más odiados se encontraba el recurso formal del “monólogo interior” inmortalizado por el Ulisses, del irlandés James Joyce. Una novela de centenares de páginas que transcurre en un solo día y se cuenta desde la cabeza del protagonista.

El estalinismo escribió océanos de tinta explicando que ese recurso sostenía una visión hiper-individualista de la sociedad y que por lo tanto era la puerta de entrada para otro demonio literario de la época: el existencialismo sartreano o camusiano.

El precio, cuenta los horrores de la explotación cotidiana de los obreros textiles de Villa Lynch de una forma hermosa, que reivindica la sensibilidad de un explotado ante el intento de embrutecimiento de su patrón. Al mismo tiempo y en paralelo va describiendo la hipocresía y la descomposición moral de un patrón que vendió a sus compañeros de etnia y de trabajo para transar con el peronismo la apertura de su fábrica y cagar obreros a más no poder. En esto acuerdo con Guerrero, se trata de una obra guiada por un interés moral y político: destrozar la imagen de la burguesía nacional y popular que el peronismo había sembrado en la cabeza de la clase obrera. 

Pero lo hizo usando recursos técnicos de los dos escritores más odiados por el Realismo Socialista: el norteamericano William Faulkner y James Joyce mencionado más arriba. El caso de Faulkner es sintomático. Fue uno de los autores de los años 30 más admirados por la literatura argentina, Borges y Cortázar a la cabeza. Su obra es una descripción alucinante y tormentosa de la descomposición del pequeño y mediano campesino blanco yanqui ante el avance demoledor de la crisis del ´30. Como Balzac, sin ser proletario ni tener ideas progresistas, Faulkner dejó un testimonio inapelable contra el capitalismo yanqui. Tanto es así que fue la guía de otros escritores norteamericanos que sí tenían una conciencia de izquierda y anticapitalista (con matices de todos colores), muchos de ellos que se hicieron comunistas y fueron perseguidos brutalmete por el macartismo en los 40 y 50.

Su prosa es lenta y tediosa, acompañando el efecto de tedio y putrefacción que quería semblantear en sus lectores a la hora de explicar la sociedad norteamericana.
Fíjense que paradoja, el estalinismo negaba la obra de un tipo con los mismos argumentos con que reivindicaba a Balzac o Emile Zolá sólo porque era yanqui y su literatura es francamente demoralizadora. Pero además se oponía a lo mejor de la literatura norteamericana, afiliada al PC de su país, que daba una lucha cultural en la conciencia de la clase obrera en el corazón del imperialismo.

Lo mismo podemos decir de la negación del “monólogo interior”. Es un absurdo lógico creer que porque se narra desde el interior de la cabeza de un solo tipo las conclusiones políticas necesariamente deben ser individualistas. El propio Rivera lo demuestra, porque en El Precio nos mete dentro de la cabeza de un ser despreciable, un burgués que tiene la cabeza llena de la peor escoria que pueda concebir la humanidad. 

Y de paso nos permite comprender el origen lógico de seres humanos corrompidos por el afán de lucro.

Pero claro, estas incongruencias del estalinismo se explican por su enorme falta de comprensión dialéctica de la literatura y la lucha social, de los mecanismos intelectuales y anímicos que se ponen en juego en la sensibilidad de los lectores. Stalin y sus secuaces imaginaban (imaginan todavía) que la gente es boluda, que cualquier cosa que lea la va a leer igual y que somos títeres que tomamos decisiones políticas basados en lo que leímos en una novela. Por eso utilizaban como método la censura y la anatemización oficial, en lugar de apelar al debate franco, al desarrollo de una conciencia crítica de sus militantes. A ver si de tanto pensar con su propia cabeza se terminaban yendo del partido.

La rebelión de la juventud comunista de los 60 contra el estalinismo

Y eso es precisamente lo que habilitó Rivera. Un profundo debate entre las filas de la FJC y el PC sobre la porquería del realismo socialista. Para más datos, la novela se publicó en Editorial Platina, dirigida por Enrique Giúdici, una editorial que recibía fondos del PC pero que tenía una identidad no oficial, no era Anteo ni Lautaro.

Esto producto de Héctor P. Agosti, miembro del CC del PCA que si bien coincidía con la línea oficial entendía que debía alentarse un debate menos cerrado, amparándose en la línea del comunismo italiano y francés, que en los 50 y 60 promovía frentes con intelectuales liberales y católicos enfrentados al nacismo y el fascismo. Agosti habilitaba fondos para los camaradas que no pensaban como Zdhanov pero fuera de la cuerda de las empresas editoriales oficiales, para no comprometer la línea oficial del partido.  

Es el mismo proceso que llevó entre 1955 y 1964 a la ruptura de la generación de poetas comunistas jóvenes como Juan Gelman con la revista El pan duro, de González Tuñón y Mangieri con La rosa blindada o de Abelardo Castillo con El escarabajo de oro.

Grandes escritores con mucho menos cartel hoy en día provocaron rupturas de la misma intensidad y calidad entre la literatura de izquierda, como Juan José Manauta aplicando tempranamente la tradición de Walt Whitman a una literatura social que llegaría al paroximo en la obra de su coterráneo entrerriano Juan L. Ortíz; el inextinguible Enrique Wernique que la descosió con su novela de 1956 La Ribera, donde reivindica la costosa organización revolucionaria de los trabajadores de las islas del Tigre frente a las innumerables dificultades de un ambiente sepultado por las inundaciones y la naturaleza en una prosa explícitamente existencialista, rabiosamente sartreana que, sin embargo, se coloca muy a la izquierda de un excelente y muy camusiano Haroldo Conti con Sudeste para la misma época.

Al contrario de lo que escribe Guerrero, podríamos decir que toda una generación de militantes de origen obrero que además eran artistas rompieron con el realismo socialista antes de romper con el PC. Me arriesgaría a proponer una hipótesis mucho más audaz: la ruptura con el cánon zdhanoviano habría generado una toma de distancia intelectual y material tan fuerte con los métodos partidarios que sentó las bases de las posteriores rupturas políticas definitivas de esta generación. Generación que rompió finalmente no por cuestiones estéticas sino por la traición del estalinismo a Cuba entre 1959 y 1962, por la invasión a Hungría en el 56 y Praga en el 68, por la “coexistencia pacífica” y el debate contra la pretensión de Mao de dar batalla al imperialismo en cada rincón del 3er mundo en 1964.

Eso expresa la obra y la vida política de Andrés Rivera hasta la dictadura.

Triste, solitario y final: las voces de la derrota

La otra caracterización estética que arriesga Guerrero sobre su literatura posterior a 1972 también es falsa, sin ir más lejos, su reconocida biografía de Juan Manuel de Rosas, El farmer, vuelve a usar el soliloquio interior del burgués de El Precio, cuarenta años después. Si hasta algunos seguidores le critican que no hizo más que reversionarse a sí mismo.

Después podemos debatir la última apreciación de Prensa Obrera: “En todos esos procesos, Rivera sugiere su propio desánimo, su decepción, las luchas enormes y la inevitabilidad de la derrota, como si el estalinismo hubiera roto las ilusiones del artista hasta que le fue imposible reconstruirlas. Así, incluso desde el punto de vista estilístico Rivera se replegó en la brevedad del cuento y la nouvelle.” (resaltado mío)

En lo personal -aclarando que no soy más que un simple lector y no he tenido oportunidad de conocer el pensamiento de Rivera expresado en infinidad de artículos periodísticos, charlas y entrevistas- creo que en su literatura posterior a 1982, Rivera cabalga en la contradicción permanente entre la desmoralización de la derrota y la necedad de seguir luchando aún sin pruebas, casi como una cuestión de fé. Creo haber leído eso en Nada que perder y La revolución es un sueño eterno.

Hasta donde sé, Rivera abandonó la militancia en el mismo grado de compromiso inversamente proporcional que había tenido hasta los setenta. Sin embargo siguió escribiendo y acompañando la impresionante obra de construcción social de su compañera en una barriada obrera de Córdoba.

Esa contradicción entre el desánimo, el pesimismo y la desmoralización creo que se terminaron de imponer después del argentinazo, cuando Rivera asistió a una nueva ilusión truncada. Sus libros posteriores al 2004 son muy dolorosos: describe con genialidad imposible de no conmoverse una clase obrera descompuesta por la presión del narcotráfico y la barbarie.

¿Eso lo hace un autor reaccionario? Entiendo que no y doy mis razones. En primer lugar que alguien me venga a discutir que no es cierto que la clase obrera argentina ha sido condenada a la barbarie en un grado nunca visto antes. No se puede acusar a Rivera de mentiroso ni mucho menos. Pero además imagínese usted el impacto que puede tener en la sensibilidad de un tipo que nació y se crió al calor de las generaciones más maravillosas del proletariado argentino y mundial: la generación de las revoluciones más importantes de la historia, las del siglo XX.

Pero además se me ocurre ahora que esa visión de la barbarie posterior al argentinazo, escrita y publicada a contramano de las falsas ilusiones y los espejitos de colores que lanzaron a toda su generación excomunista al abrazo fraterno con el kirchnerismo, Rivera estuvo dignamente a la izquierda de los suyos. No aceptó en ningún momento la ilusión izquierdista de la “década ganada”. Y por eso, quizás, no fue uno de sus intelectuales predilectos.

Entiendo que Rivera haya perdido la fe en la capacidad del proletariado para resurgir de esa mierda y volver a soñar con tomar el cielo por asalto. Lo entiendo incluso aunque no la comparta. Pero me parece injusto acusarlo de reaccionario.

Luego descreía y entiendo que públicamente incluso atacaba a los partidos de izquierda leninistas como “paleoizquierda” o algo por el estilo. Claro, el compañero entiende que el estalinismo y el maoísmo llevaron las ilusiones de cinco generaciones a la basura de la historia y cree que todos van a terminar igual. También lo comprendo aunque no lo comparta. Pero tampoco son ideas que corresponde tirar a la basura así nomás. La izquierda se debe todavía un profundo debate sobre sus programas, estrategias y métodos. Creo con esperanzas que los está dando y sueño conque los mejores triunfen.

¿Significa eso que el estalinismo quebró al artista? Me parece una barbaridad. Rivera venció al estalinismo desde 1957 con la contundencia de una obra exquisita y profundamente revolucionaria, desde lo estético y desde lo conceptual. Porque es imposible leer a Rivera y salir de allí sin millones de dudas y cuestionamientos de la realidad y de uno mismo. Y eso es todo lo contrario del estalinismo.

Por eso Rivera caló hondo en mi generación. Porque entre tanta bosta alfonsinista y llanto pusilánime de la derrota foquista del 70 Rivera desnudó el alma partida de un militante genuino que luchó contra la desmoralización de la derrota hasta el último día, sin darnos un veredicto definitivo. Incluso más, sembrando en su obra elementos suficientes para que nosotres, sus lectores/as, pudiésemos criticar su propia desmoralización.

Lo último es sencillamente incomprensible. ¿Por qué esta idea que se refugió en la nouvelle y el cuento corto en relación a su derrota política y moral? Rivera escanció en el cuento corto y la nouvelle casi inmediatamente después de El Precio. Pero además cualquier escritor de medio pelo como yo sabe que la extensión contemporánea de las obras literarias está dictada por el costo del papel y por lo tanto por los intereses del mercado editorial.

Pero además, esa interpretación soslaya que en la forma breve de la narrativa de sus últimos veinte años, Rivera encontró su mejor nivel como artesano de la palabra, sintetizando en pocos centímetros universos enteros de color y filosofía. Lo mismo que Guerrero glorifica en Borges minimiza en Rivera. ¿Por qué? Ni idea.

Contradictoriamente a medida que avanzaba su convencimiento de la inevitabilidad de la barbarie, su prosa se tornó más justa, más clara, más revolucionaria.

No me animo a ofrecer una explicación de las interpretaciones ofrecidas por Guerrero aunque coincido plenamente con él –con motivos opuestos- en que se trató de un “enorme e imprescindible escritor”.

Espero sencillamente haber hecho un aporte al debate, en el que muchos saben mucho más que yo.