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jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Por qué el Partido Comunista apoyó la dictadura de Videla?

Reseña de El PC argentino y la dictadura militar. Militancia, estrategia política y represión estatal, de Natalia Casola, Dra. en Historia UBA, Imago Mundi, Buenos Aires, 2015.



Sentí que era capaz de escribir esta reseña no bien terminé de leer la Introducción del libro de Casola. Cada página, cada capa que asimilaba, me fue confirmando esa sensación primitiva. Hasta que llegué al corazón del libro, y pude ver claramente que no me había equivocado en mi primera impresión: estaba frente a un excelente libro de historia.

Yo creo que un libro de historia debe tener  al menos cinco virtudes cardinales para ser un excelente libro: buscar la verdad, demostrar con la contundencia de la prueba, narrar con sencillez, sostenerse en la honestidad intelectual y ser pertinente para el presente.

Los buenos libros de historia pueden tener alguno de estos elementos, pero aquellos que contienen los cinco son, sencillamente, excelentes. Casola cumple con esas cinco pautas desde mi punto de vista.

Cualquier lector o lectora puede darse cuenta que está frente a una historiadora que confía en su trabajo desde el prólogo. Casola ha tenido acceso a los archivos claves para su investigación y lo sabe; Casola se ha quemado las pestañas con cada investigación o fuente secundaria que se ha publicado sobre el tema que investiga y lo sabe; Casola ha encontrado la clave interpretativa de una madeja compleja y lo sabe. Ese conocimiento le da aplomo a la hora de escribir y narrar lo que ha encontrado.

En su introducción explica pacientemente, con las palabras justas y necesarias el problema que quiso dilucidar, el método que se dio para encontrar las pruebas y la verdad que descubrió del otro lado del archivo. Una prosa narrativa breve, concisa y contundente que permite leer con fluidez las casi trescientas páginas del libro.

Es el programa, estúpido

¿Qué verdad quiso dilucidar Casola en su libro? La pregunta del millón: por qué razón el Partido Comunista argentino, fundado en 1918 en defensa de la revolución rusa contra el ala moderada de la Segunda Internacional, o sea el PS de Juan B. Justo, apoyó abiertamente la dictadura más sanguinaria y contrarrevolucionaria que vivió Argentina hasta el día de la fecha, la del Proceso de Reorganización Nacional entre 1976 y 1983.

Coincidimos con Casola en que la respuesta a esa pregunta debería interesar a toda la nueva generación de militantes y simpatizantes de la izquierda en nuestro país pero también a nivel mundial. Desde fines del siglo pasado, al calor de las sucesivas crisis de una economía capitalista en estado senil (muy bien definidas como “capitalismo zombie” por Pablo Heller, dirigente del Partido Obrero, en un libro que todavía no leímos) una nueva generación se ha lanzado a la lucha política con la izquierda, combatiendo en las calles al Estado capitalista desde los Caracazos y Argentinazos hasta la primavera del Magreb y las banllieurs en París, el mundo entero ha visto alzarse a las masas en rebelión.

Y cada generación está obligada a plantearse los mismos problemas de las generaciones anteriores si han decidido que su lucha no sea una mera rabieta pasajera.

El libro de Casola nos trae, a estas nuevas generaciones en lucha contra el viejo enemigo, el análisis de la putrefacción de la que fue durante sesenta o setenta años la herramienta más emblemática de la historia humana en la lucha contra el capitalismo. Porque no importa de dónde uno venga, la bandera de la URSS y los partidos ligados oficialmente a la Internacional Comunista ha sido siempre la referencia obligada para cualquiera que se pusiera entre ceja y ceja terminar con la explotación y la opresión en el mundo.

Ahora bien, han pasado treinta años desde el Congreso del PCA que planteó la “autocrítica”. ¿Qué puede aportar a un debate de treinta años una investigación? Casola analiza cada respuesta dada al apoyo del PC a Videla, las investiga una por una, demuestra la exacta participación de cada factor en la resolución del problema, pero además, encuentra una explicación que faltaba, y que después de leer con detenimiento cada fuente, cada nota al pie, uno se convence por la contundencia de la prueba de que Casola ha encontrado la explicación que anuda y explica todas las otras.

La dirección del PCA explicó siempre que su apoyo a Videla estaba basado en una caracterización política: que ante el hecho consumado del golpe de Estado había que defender al sector menos malo de la facción pinochetista que luchaba por imponerse. En el debate posterior a la dictadura esa misma dirección reconoció que se había equivocado. Claro, el pinochetismo se había fumado 30 mil compañeros y estuvo haciendo ese trabajo desde antes de tomar el poder Videla, desde que el decreto que combatía legalmente la “subversión” en Tucumán se hizo extensivo a todo el territorio nacional antes del 24 de marzo del 76.

Tempranamente el PCR y otras variantes del maoísmo –que habían roto con el PCA en el 64- explicaron el “error” por “el oro de Moscú”, es decir, porque la dirección del PCA habría funcionado como correa de transmisión de las necesidades económicas de la URSS que la llevaron a contratar los envíos de cereales con Videla a pesar de que Videla estuviese masacrando una generación revolucionaria, incluyendo a sus propios militantes.
Casola se toma el tiempo de registrar en detalle la influencia de Moscú dentro del comunismo argentino (los dos miembros más antiguos de la dirección eran representantes oficiales del PCUS) y la importancia económica de los acuerdos comerciales para ambos lados del mostrados. Sin embargo, con total audacia se pregunta en qué lugar deja esa explicación a la enorme militancia del comunismo. ¿O acaso debemos quedarnos con la idea de que dos tipos digitaban a miles de mujeres y hombres que entregaron su vida a una lucha como simples títeres sin conciencia ni voluntad?

Casola indaga en las experiencias de la militancia para tratar de ver con sus propios ojos cómo asimilaron la militancia de base, las direcciones intermedias, la consigna del "apoyo crítico al régimen cívico-militar”. Y revisando entrevistas y experiencias militantes individuales, pero también informes de las regionales a la dirección nacional y documentos oficiales del partido, descubre que la militancia aceptó casi sin fisuras la caracterización y sólo empezó a enfrentarse a la “línea” cuando vivió en carne propia el genocidio en desarrollo.

Entonces cuando la represión del “ala moderada” del ejército mostró su cara contra el PCA –sobre todo en Córdoba y el NOA- y los comunistas que militaban en el frente sindical o de los derechos humanos empezaron a registrar que los acuerdos comerciales con la URSS y la “legalidad” del PCA no alcanzaban a proteger a dirigentes sindicales y juveniles comprometidos en la lucha y que había un genocidio en marcha que no podía disculparse con la lucha contra “el terrorismo de izquierda” de las orgas guerrilleras, aparecieron las disidencias.

Casola demuestra con amplia fundamentación que el acuerdo del PCA con Videla le permitió contar con una herramienta en la lucha contra la represión que no tenían las organizaciones declaradas ilegales. Pero muestra también que esa herramienta intentó ser usada por la dirección del partido en contra de las víctimas de otras organizaciones (el PCA gestionó con la embajada de la República Federal de Alemania que no se diera asilo a militantes que no fueran del PCA; la dirección bajaba órdenes a sus abogados para no defender guerrilleros, etc.) por lo que en lugar de ser una buena explicación para su “apoyo crítico” terminó siendo una herramienta de colaboración (así, con toda la carga política de esa palabra) con la dictadura fascista. El PC argentino y la URSS mocionaron en OEA y ONU para que no se dictaminara la de Videla como una dictadura que violaba convenciones de Derechos Humanos, promovieron una lucha contra el boicot al Mundial del 78 y sólo después de 1979 y Malvinas se dejaron vencer por las voces mayoritarias de la militancia de base que pedía a gritos la ruptura de la alianza con Videla y compañía.

Pero si el “oro de Moscú”, los cereales para la URSS, la obsecuencia de los gerontes del CC hacia Moscú y la conveniencia de la legalidad no terminan de explicar lo que pasó, ¿qué lo haría?

Casola defiende con excelentes argumentos y pruebas que la explicación del apoyo comunista a Videla es producto, en primer instancia, del programa político trazado por el comunismo para la región y para el país desde mediados de los años 30: la revolución democrático-burguesa como paso previo y necesario para la construcción –posterior- del socialismo. El programa del PCA en el que se educaron decenas de camadas de militantes y dirigentes durante cuarenta años ayudó a visualizar a Videla como el brazo armado de una burguesía nacionalista que iba a chocar objetivamente con el imperialismo yanqui para concretar su segunda independencia.

Así, el libro de Casola no sólo tiene la virtud de encontrar una explicación verdadera del 
problema estudiado sino que además tiene la virtud de demostrar con contundencia de archivo la importancia que tienen los programas, las estrategias, en la construcción de las organizaciones políticas y sindicales y en los procesos sociales. Porque no solamente el PCA, sino que toda una mayoritaria porción de las masas que se lanzó a luchar contra el Estado después de 1955 llegaron a la derrota más fabulosa de la historia de la lucha de clases en Argentina desde la represión al anarquismo entre 1919 (Semana Trágica) y 1931 (fusilamiento público de Di Giovanni) precisamente porque algún sector de la burguesía nacional “progresista” los traicionó: llámese Perón con la Triple A o el Ejército Sanmartiniano de Videla y su lacra.

El pasado como arma de futuro

Casola no ha publicado una investigación para hacer leña del árbol caído o fundamentar maliciosamente treinta años de chicanas troscas contra el PC. Su mirada se explica únicamente por la obligación moral de darle un valor a la militancia. Por eso es un libro tan valioso, porque está pensado para aportar a un balance, pensado para que militantes de carne y hueso puedan comprender qué pasó y luchar denodadamente para que no vuelva a pasar.

Su análisis del período autocrítico abierto por el Congreso de 1986, que parió el PCA que conocemos todos, (el del desguace del Hogar Obrero y el uso de los ahorros de varias generaciones para construir y sostener un Banco y una cámara empresarial de Bancos y el Centro Cultural de la Cooperación, el de su definitiva disolución en el peronismo bajo el ala kirchnerista) es sencillamente magistral. Porque demuestra que la dirección renovadora que expulsó a los resabios de la dirección estalinista a pesar de tanto documento y revisión y de palabras fuertes, no terminó de abandonar el programa de la “revolución democrático-burguesa” y la táctica etapista y como mucho pasó a adoptar un seguidismo culpógeno del peronismo. Casola no lo señala, pero eso explicaría la adaptación total del comunismo argentino, no al peronismo del 46 sino al menemismo (lo que explica a un Asís), del duhaldismo o el kirchnerismo.

Es decir que habiendo acertado en su hipótesis, Casola puede ofrecer un aporte imprescindible para la militancia actual. Y entiendo que servirá también a muchos compañeros y compañeras que sufrieron los vaivenes de la militancia honesta en las filas de ese partido en los 70 y 80 para poder colocar en algún lado tanto dolor y sufrimiento.

La importancia de los métodos

Permítame extender un poco más esta lectura con algo de mi cosecha personal. Soy de los que estamos convencidos que el programa alcanzado por Marx, Lenin y Trotsky, el de la dictadura del proletariado y la revolución permanente es la única forma concreta de terminar con el sufrimiento humano. También entiendo que la herramienta más eficaz para lograrlo es la construcción de un partido obrero, una organización centralista/democrática que permita organizar a la clase obrera como clase para sí y tomar el poder político de cada sociedad en este planeta.

Usted comprenderá –ya sea que acuerde o no con esta creencia- que es muy difícil sostenerla hoy día. En particular desde la enorme decepción que cundió en las filas de la clase obrera y el pueblo ante cada traición, desde la socialdemocracia de la segunda internacional en 1914, el estalinismo y toda una cadena larguísima de etcéteras.
La enorme dificultad de organizar una Cuarta Internacional desde 1938 hasta la fecha no es más que un durísimo dato que demuestra la envergadura del problema.

Ante cada hecho consumado la pregunta que nos asalta es la misma: ¿es que el problema está en la misma concepción del partido que tenemos?

Cuántas veces se ha decretado la inutilidad del partido leninista ante cada defraudación. Incontables. Cuántas organizaciones que se reclaman de izquierda o revolucionarias mantienen en su programa el norte de la dictadura del proletariado. Casi ninguna.
La presión de las lecturas históricas difundidas por las academias, los manuales de historia y los medios de comunicación es muy fuerte desde 1917 y no hizo más que crecer desde la caída del muro. Parece olvidarse que la burguesía tardó casi mil años en pasar de ser una clase en sí a tomar conciencia de su lugar en la lucha de clases y hacerse con el poder social, desde su aparición en el siglo XI en las ciudades comerciales europeas al calor de la expansión comercial católica hasta la consolidación de la República burguesa en la segunda mitad del siglo XIX. En comparación, la lucha obrera no ha recorrido ni un décimo de ese camino. Pero es suficiente para condenarla al cajón de las utopías.

Contradictoriamente el libro de Casola no contribuye a la desmoralización sino que aporta elementos para comprender que precisamente la traición del PC argentino no radica en su leninismo sino más bien en la ruptura del centralismo democrático:

“Una característica propia del PC era la tendencia a fomentar la cultura de la autoproclamación. Como las disidencias creaban sospechas los funcionarios solían exagerar aquellos aspectos que mostraban al partido como una gran y poderosa maquinaria, siempre en crecimiento, como resultado de una línea correcta. En este caso, puede pensarse que la transmisión de los “mejores” números y el ocultamiento de las “bajas” buscaba mostrar la eficiencia del funcionario a cargo de la regional y al mismo tiempo ratificar la corrección de la línea.”
[Página 128]

“El relato de Carlos Loza aporta otro elemento que también explica la aceptación de la línea por los militantes: la creencia en la infalibilidad de la dirigencia. Si las formas de producción y circulación de la información históricamente habían seguido los caminos del verticalismo, la dictadura, con su batería de prohibiciones, exacerbó este modo de construcción. El militante del PC, habituado a creer en la palabra de su dirigencia a la que se le atribuía una capacidad de acceso a información superior a la que se tenía en realidad, no contaba con otros medios para formarse una caracterización amplia […]”
[Página 141 ]

“Hay que decir que el tema de los métodos de dirección nos sorprendió por la magnitud y el espacio que ocupó en el debate. Pareció estallar algo que venía de lejos, trayendo consigo una verdadera crisis de credibilidad, de confianza en la dirección (…). Se desnudaron nuestros viejos defectos de formación, las transgresiones al centralismo democrático, la persistencia del “ordeno y mando” y los resabios del culto a la personalidad en los diferentes niveles que, en definitiva, es uno de los orígenes de lo que llamamos criterio de “infalibilidad”, de la soberbia y de los mecanismos de autocríticas “para abajo”, es decir, “después de uno”.
(Extracto del Informe del Comité Central del Partido Comunista al XVI Congreso, 4 de noviembre de 1986, p. 16, citado en Casola, págs.. 216 y 217.)

Casola ha publicado este libro para que sea un aporte a las nuevas generaciones que se acercan a la izquierda. Al menos si cada militante, sea de la organización que sea, puede aprender de la historia del PC argentino lo importante, es decir, la necesidad de defender la lucha teórica por desenvolver el mejor programa político para la etapa, y mantener con firmeza las bases del centralismo democrático, Casola habrá logrado su propósito.


De los malos ejemplos, aunque dolorosos, también se puede aprender lo que no hay que hacer.

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