Reseña de El PC argentino y la dictadura militar. Militancia, estrategia política
y represión estatal, de Natalia Casola, Dra. en Historia UBA, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2015.
Sentí que era capaz de escribir esta reseña no bien terminé
de leer la Introducción del libro de Casola. Cada página, cada capa que
asimilaba, me fue confirmando esa sensación primitiva. Hasta que llegué al
corazón del libro, y pude ver claramente que no me había equivocado en mi
primera impresión: estaba frente a un excelente libro de historia.
Yo creo que un libro de historia debe tener al menos cinco virtudes cardinales para ser
un excelente libro: buscar la verdad, demostrar con la contundencia de la prueba, narrar
con sencillez, sostenerse en la honestidad intelectual y ser
pertinente para el presente.
Los buenos libros de historia pueden tener alguno de estos
elementos, pero aquellos que contienen los cinco son, sencillamente,
excelentes. Casola cumple con esas cinco pautas desde mi punto de vista.
Cualquier lector o lectora puede darse cuenta que está
frente a una historiadora que confía en su trabajo desde el prólogo. Casola ha
tenido acceso a los archivos claves para su investigación y lo sabe; Casola se
ha quemado las pestañas con cada investigación o fuente secundaria que se ha
publicado sobre el tema que investiga y lo sabe; Casola ha encontrado la clave
interpretativa de una madeja compleja y lo sabe. Ese conocimiento le da aplomo
a la hora de escribir y narrar lo que ha encontrado.
En su introducción explica pacientemente, con las palabras
justas y necesarias el problema que quiso dilucidar, el método que se dio para
encontrar las pruebas y la verdad que descubrió del otro lado del archivo. Una
prosa narrativa breve, concisa y contundente que permite leer con fluidez las
casi trescientas páginas del libro.
Es el programa, estúpido
¿Qué verdad quiso dilucidar Casola en su libro? La pregunta
del millón: por qué razón el Partido Comunista argentino, fundado en 1918 en
defensa de la revolución rusa contra el ala moderada de la Segunda
Internacional, o sea el PS de Juan B. Justo, apoyó abiertamente la dictadura
más sanguinaria y contrarrevolucionaria que vivió Argentina hasta el día de la
fecha, la del Proceso de Reorganización Nacional entre 1976 y 1983.
Coincidimos con Casola en que la respuesta a esa pregunta debería interesar a toda la
nueva generación de militantes y simpatizantes de la izquierda en nuestro país
pero también a nivel mundial. Desde fines del siglo pasado, al calor de las
sucesivas crisis de una economía capitalista en estado senil (muy bien
definidas como “capitalismo zombie” por Pablo Heller, dirigente del Partido Obrero,
en un libro que todavía no leímos) una nueva generación se ha lanzado a la
lucha política con la izquierda, combatiendo en las calles al Estado capitalista
desde los Caracazos y Argentinazos hasta la primavera del Magreb y las banllieurs
en París, el mundo entero ha visto alzarse a las masas en rebelión.
Y cada generación está obligada a plantearse los mismos
problemas de las generaciones anteriores si han decidido que su lucha no sea
una mera rabieta pasajera.
El libro de Casola nos trae, a estas nuevas generaciones en lucha contra el viejo enemigo, el análisis de la putrefacción de la que fue durante sesenta o setenta años la herramienta más emblemática de la historia humana en la lucha contra el capitalismo. Porque no importa de dónde uno venga, la bandera de la URSS y los partidos ligados oficialmente a la Internacional Comunista ha sido siempre la referencia obligada para cualquiera que se pusiera entre ceja y ceja terminar con la explotación y la opresión en el mundo.
Ahora bien, han pasado treinta años desde el Congreso del
PCA que planteó la “autocrítica”. ¿Qué puede aportar a un debate de treinta
años una investigación? Casola analiza cada respuesta dada al apoyo del PC a
Videla, las investiga una por una, demuestra la exacta participación de cada
factor en la resolución del problema, pero además, encuentra una explicación
que faltaba, y que después de leer con detenimiento cada fuente, cada nota al
pie, uno se convence por la contundencia de la prueba de que Casola ha
encontrado la explicación que anuda y explica todas las otras.
La dirección del PCA explicó siempre que su apoyo a Videla
estaba basado en una caracterización política: que ante el hecho consumado del
golpe de Estado había que defender al sector menos malo de la facción
pinochetista que luchaba por imponerse. En el debate posterior a la dictadura
esa misma dirección reconoció que se había equivocado. Claro, el pinochetismo
se había fumado 30 mil compañeros y estuvo haciendo ese trabajo desde antes de tomar el poder Videla, desde que el
decreto que combatía legalmente la “subversión” en Tucumán se hizo extensivo a
todo el territorio nacional antes del 24 de marzo del 76.
Tempranamente el PCR y otras variantes del maoísmo –que habían
roto con el PCA en el 64- explicaron el “error” por “el oro de Moscú”, es
decir, porque la dirección del PCA habría funcionado como correa de transmisión
de las necesidades económicas de la URSS que la llevaron a contratar los envíos
de cereales con Videla a pesar de que Videla estuviese masacrando una
generación revolucionaria, incluyendo a sus propios militantes.
Casola se toma el tiempo de registrar en detalle la
influencia de Moscú dentro del comunismo argentino (los dos miembros más
antiguos de la dirección eran representantes oficiales del PCUS) y la
importancia económica de los acuerdos comerciales para ambos lados del
mostrados. Sin embargo, con total audacia se pregunta en qué lugar deja esa
explicación a la enorme militancia del comunismo. ¿O acaso debemos quedarnos
con la idea de que dos tipos digitaban a miles de mujeres y hombres que
entregaron su vida a una lucha como simples títeres sin conciencia ni voluntad?
Casola indaga en las experiencias de la militancia para
tratar de ver con sus propios ojos cómo asimilaron la militancia de base, las
direcciones intermedias, la consigna del "apoyo crítico al régimen
cívico-militar”. Y revisando entrevistas y experiencias militantes
individuales, pero también informes de las regionales a la dirección nacional y
documentos oficiales del partido, descubre que la militancia aceptó casi sin
fisuras la caracterización y sólo empezó a enfrentarse a la “línea” cuando
vivió en carne propia el genocidio en desarrollo.
Entonces cuando la represión del “ala moderada” del ejército
mostró su cara contra el PCA –sobre todo en Córdoba y el NOA- y los comunistas
que militaban en el frente sindical o de los derechos humanos empezaron a
registrar que los acuerdos comerciales con la URSS y la “legalidad” del PCA no
alcanzaban a proteger a dirigentes sindicales y juveniles comprometidos en la
lucha y que había un genocidio en marcha que no podía disculparse con la lucha
contra “el terrorismo de izquierda” de las orgas guerrilleras, aparecieron las
disidencias.
Casola demuestra con amplia fundamentación que el acuerdo
del PCA con Videla le permitió contar con una herramienta en la lucha contra la
represión que no tenían las organizaciones declaradas ilegales. Pero muestra
también que esa herramienta intentó ser usada por la dirección del partido en
contra de las víctimas de otras organizaciones (el PCA gestionó con la embajada
de la República Federal de Alemania que no se diera asilo a militantes que no
fueran del PCA; la dirección bajaba órdenes a sus abogados para no defender
guerrilleros, etc.) por lo que en lugar de ser una buena explicación para su “apoyo
crítico” terminó siendo una herramienta de colaboración (así, con toda la carga
política de esa palabra) con la dictadura fascista. El PC argentino y la URSS
mocionaron en OEA y ONU para que no se dictaminara la de Videla como una
dictadura que violaba convenciones de Derechos Humanos, promovieron una lucha
contra el boicot al Mundial del 78 y sólo después de 1979 y Malvinas se dejaron
vencer por las voces mayoritarias de la militancia de base que pedía a gritos
la ruptura de la alianza con Videla y compañía.
Pero si el “oro de Moscú”, los cereales para la URSS, la
obsecuencia de los gerontes del CC hacia Moscú y la conveniencia de la
legalidad no terminan de explicar lo que pasó, ¿qué lo haría?
Casola defiende con excelentes argumentos y pruebas que la
explicación del apoyo comunista a Videla es producto, en primer instancia, del
programa político trazado por el comunismo para la región y para el país desde
mediados de los años 30: la revolución democrático-burguesa como paso previo y
necesario para la construcción –posterior- del socialismo. El programa del PCA
en el que se educaron decenas de camadas de militantes y dirigentes durante
cuarenta años ayudó a visualizar a Videla como el brazo armado de una burguesía
nacionalista que iba a chocar objetivamente con el imperialismo yanqui para
concretar su segunda independencia.
Así, el libro de Casola no sólo tiene la virtud de encontrar
una explicación verdadera del
problema estudiado sino que además tiene la
virtud de demostrar con contundencia de archivo la importancia que tienen los
programas, las estrategias, en la construcción de las organizaciones políticas
y sindicales y en los procesos sociales. Porque no solamente el PCA, sino que
toda una mayoritaria porción de las masas que se lanzó a luchar contra el
Estado después de 1955 llegaron a la derrota más fabulosa de la historia de la
lucha de clases en Argentina desde la represión al anarquismo entre 1919
(Semana Trágica) y 1931 (fusilamiento público de Di Giovanni) precisamente
porque algún sector de la burguesía nacional “progresista” los traicionó:
llámese Perón con la Triple A o el Ejército Sanmartiniano de Videla y su lacra.
El pasado como arma de futuro
Casola no ha publicado una investigación para hacer leña del
árbol caído o fundamentar maliciosamente treinta años de chicanas troscas
contra el PC. Su mirada se explica únicamente por la obligación moral de darle
un valor a la militancia. Por eso es un libro tan valioso, porque está pensado
para aportar a un balance, pensado para que militantes de carne y hueso puedan
comprender qué pasó y luchar denodadamente para que no vuelva a pasar.
Su análisis del período autocrítico abierto por el Congreso
de 1986, que parió el PCA que conocemos todos, (el del desguace del Hogar
Obrero y el uso de los ahorros de varias generaciones para construir y sostener
un Banco y una cámara empresarial de Bancos y el Centro Cultural de la
Cooperación, el de su definitiva disolución en el peronismo bajo el ala
kirchnerista) es sencillamente magistral. Porque demuestra que la dirección
renovadora que expulsó a los resabios de la dirección estalinista a pesar de
tanto documento y revisión y de palabras fuertes, no terminó de abandonar el
programa de la “revolución democrático-burguesa” y la táctica etapista y como
mucho pasó a adoptar un seguidismo culpógeno del peronismo. Casola no lo señala,
pero eso explicaría la adaptación total del comunismo argentino, no al
peronismo del 46 sino al menemismo (lo que explica a un Asís), del duhaldismo o
el kirchnerismo.
Es decir que habiendo acertado en su hipótesis, Casola puede
ofrecer un aporte imprescindible para la militancia actual. Y entiendo que
servirá también a muchos compañeros y compañeras que sufrieron los vaivenes de
la militancia honesta en las filas de ese partido en los 70 y 80 para poder
colocar en algún lado tanto dolor y sufrimiento.
La importancia de los métodos
Permítame extender un poco más esta lectura con algo de mi
cosecha personal. Soy de los que estamos convencidos que el programa alcanzado
por Marx, Lenin y Trotsky, el de la dictadura del proletariado y la revolución
permanente es la única forma concreta de terminar con el sufrimiento humano.
También entiendo que la herramienta más eficaz para lograrlo es la construcción
de un partido obrero, una organización centralista/democrática que permita
organizar a la clase obrera como clase para sí y tomar el poder político de
cada sociedad en este planeta.
Usted comprenderá –ya sea que acuerde o no con esta
creencia- que es muy difícil sostenerla hoy día. En particular desde la enorme
decepción que cundió en las filas de la clase obrera y el pueblo ante cada
traición, desde la socialdemocracia de la segunda internacional en 1914, el
estalinismo y toda una cadena larguísima de etcéteras.
La enorme dificultad de organizar una Cuarta Internacional
desde 1938 hasta la fecha no es más que un durísimo dato que demuestra la
envergadura del problema.
Ante cada hecho consumado la pregunta que nos asalta es la
misma: ¿es que el problema está en la misma concepción del partido que tenemos?
Cuántas veces se ha decretado la inutilidad del partido
leninista ante cada defraudación. Incontables. Cuántas organizaciones que se
reclaman de izquierda o revolucionarias mantienen en su programa el norte de la
dictadura del proletariado. Casi ninguna.
La presión de las lecturas históricas difundidas por las
academias, los manuales de historia y los medios de comunicación es muy fuerte
desde 1917 y no hizo más que crecer desde la caída del muro. Parece olvidarse que
la burguesía tardó casi mil años en pasar de ser una clase en sí a tomar
conciencia de su lugar en la lucha de clases y hacerse con el poder social,
desde su aparición en el siglo XI en las ciudades comerciales europeas al calor
de la expansión comercial católica hasta la consolidación de la República
burguesa en la segunda mitad del siglo XIX. En comparación, la lucha obrera no
ha recorrido ni un décimo de ese camino. Pero es suficiente para condenarla al
cajón de las utopías.
Contradictoriamente el libro de Casola no contribuye a la
desmoralización sino que aporta elementos para comprender que precisamente la
traición del PC argentino no radica en su leninismo sino más bien en la ruptura
del centralismo democrático:
“Una
característica propia del PC era la tendencia a fomentar la cultura de la
autoproclamación. Como las disidencias creaban sospechas los funcionarios
solían exagerar aquellos aspectos que mostraban al partido como una gran y
poderosa maquinaria, siempre en crecimiento, como resultado de una línea
correcta. En este caso, puede pensarse que la transmisión de los “mejores”
números y el ocultamiento de las “bajas” buscaba mostrar la eficiencia del
funcionario a cargo de la regional y al mismo tiempo ratificar la corrección de
la línea.”
[Página
128]
“El
relato de Carlos Loza aporta otro elemento que también explica la aceptación de
la línea por los militantes: la creencia en la infalibilidad de la dirigencia.
Si las formas de producción y circulación de la información históricamente
habían seguido los caminos del verticalismo, la dictadura, con su batería de
prohibiciones, exacerbó este modo de construcción. El militante del PC,
habituado a creer en la palabra de su dirigencia a la que se le atribuía una
capacidad de acceso a información superior a la que se tenía en realidad, no
contaba con otros medios para formarse una caracterización amplia […]”
[Página
141 ]
“Hay
que decir que el tema de los métodos de dirección nos sorprendió por la
magnitud y el espacio que ocupó en el debate. Pareció estallar algo que venía
de lejos, trayendo consigo una verdadera crisis de credibilidad, de confianza
en la dirección (…). Se desnudaron nuestros viejos defectos de formación, las
transgresiones al centralismo democrático, la persistencia del “ordeno y mando”
y los resabios del culto a la personalidad en los diferentes niveles que, en
definitiva, es uno de los orígenes de lo que llamamos criterio de “infalibilidad”,
de la soberbia y de los mecanismos de autocríticas “para abajo”, es decir, “después
de uno”.
(Extracto
del Informe del Comité Central del Partido Comunista al XVI Congreso, 4 de
noviembre de 1986, p. 16, citado en Casola, págs.. 216 y 217.)
Casola ha publicado este libro para que sea un aporte a las
nuevas generaciones que se acercan a la izquierda. Al menos si cada militante,
sea de la organización que sea, puede aprender de la historia del PC argentino
lo importante, es decir, la necesidad de defender la lucha teórica por
desenvolver el mejor programa político para la etapa, y mantener con firmeza
las bases del centralismo democrático, Casola habrá logrado su propósito.
De los malos ejemplos, aunque dolorosos, también se puede
aprender lo que no hay que hacer.
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