No estoy en condiciones de rechazar ninguna invitación.
Desde que cambié de laburo no me invitaron nunca más a jugar al fulbo. Y yo
necesito el fulbo, si no mato a alguien. Descargo un montón ahí. Además de todo
el tema de la conexión con mi infancia y que en una cancha vuelvo a creer en la
humanidad.
Así que aunque era una propuesta muy rara, acepté sin
pensarlo dos veces. El Pelado medio que se cagaba de risa cuando me vino a
invitar, se lo tomaba medio en joda. Pero la verdad es que entre la edad y los
quilombos familiares y horarios de laburo, los profes de esta escuela nunca
llegaban a juntar diez para una sintética. Además las pibas ofrecieron pagar la
cancha, y el Pelado no dudó.
Sabía que el fulbo se estaba poniendo de moda entre las
mujeres porque me contaban las pibas de la escuela y veo las fotos en el
feisbuk de un par de contactos de esos que ni sabés por qué los tenés. Pero
nunca me había tocado en carne propia.
Resulta que las compañeras del jardín de infantes de la
nocturna y las auxiliares del jardín de la vuelta tenían un equipo permanente de
siete y les costaba encontrar rivales en el barrio. En Bajo Flores era más
común, por el tema de San Lorenzo y todo el laburo con el barrio, pero en
Soldati era casi imposible ver pibas jugando en las plazas o los patios
escolares. Ser mujer en Villa 3 y Piletones es para guerreras solamente.
Cuestión que se animaron a desafiarnos a un mixto. En mi
puta vida jugué un mixto y no tenía idea cómo era. Pero la capitana de ellas,
una compañera alta y de hombros sólidos (seguro sería la 9), lo encaró al
Pelado una tarde y le explicó. Se pusieron a cranear equipos como en el box,
midiendo pesos, alturas y complexiones, para que no fuera despareja por ese
lado. Igual no había mucho que reclutar.
La cosa es que quedamos un viernes después del laburo en la
canchita grande que está debajo de la autopista, enfrente de la Estación
Saguier del Premetro, que es como la zona neutral de los dos barrios. Hace mil
años que no jugaba, así que llegué tempranito, precalenté y me estiré lo mejor
que pude. Igual ya estaba más para el vendaje y la tobillera porque los
músculos se negaban a reacciones rápidas como cuando era pibe.
El partido fue lindo. Las pibas son terribles jugadoras.
Claro, debe ser que arrancaron hace poco y ellas lo viven con una pasión y la
alegría que nosotros teníamos en la adolescencia o de pibitos. Y me sorprendía
que estaban siempre con una sonrisa tallada en la cara, mientras corrían, se divertían
mucho más.
Al principio estaba cohibido, porque nunca había jugado
contra mujeres y me daba no se qué lastimar a alguna. Encima a mí siempre me
eligen porque soy el único que juega abajo, de central por la derecha o de
cuatro. Y como soy muy físico -por no decir rústico- me daba algo de cosa tener
que dedicarme a una marca prolija y sin alevosía. Tampoco estaba acostumbrado a
eso.
Pero las dudas me las removió la 9 de ellos, o sea, del otro
equipo. Es difícil, este idioma no se inventó para comentar fútbol mixto.
Bueno, la 9 del equipo rival. Que efectivamente era la capitana que yo conocía
del jardín, Luciana. En una encaró el punto del penal para bajar un pase en
profundidad que le había tirado el profe de Química, le decíamos “el Fino”,
tanto para la gastada como el elogio. La piba la paro con el empeine y cuando
salí a taparla me topeteó con el hombro y me sentó de culo contra el sintético
que todavía me arde la nalga.
Así que dije esto va en serio nene, para qué andar con
chiquitas, y cuando se quiso mandar picando por la punta en la próxima la barrí
con pelota y todo para que supiera que me había agarrado “políticamente
correcto” pero que no se la iba a dejar tan fácil el resto del partido.
Las pibas tenían los mismos códigos que nosotros, así que se
puso muy lindo y la verdad que nos cagamos de la risa toda la hora y media.
Lo otro que me resultaba incómodo no lo pude solucionar del
todo, aunque también me ayudo una del equipo contrario. O sea, yo fui
mentalizado a no mirar culos ni tetas, viste, ni de mis compañeras, ni de las
contrarias. Para que no se sientan incómodas pero también para concentrarme en
lo importante.
Pero, no sé si será por la posición o qué, pero me quedé
pelotudo con la marcadora central del equipo rival. Una petisa morocha con unas
gambas de escultura, el shorcito más erótico que vi en toda mi vida, sobre los
pechos una franja de oro le cruzaba la camiseta azul ajustada y una mirada de
acero con madera, loco; pelo azabache y unos huevos…, perdón, unos ovarios
enormes para guapearla en el área, trabar abajo y salir picando por la punta
derecha para revolear el centro.
Me partió el marote desde que arrancamos hasta el final. Me
concentré en la marca y el partido tratando de no mirar para su lado nunca.
Sólo en un córner nos cruzamos y nos trabajamos las costillas a los codazos. La
piba se mueve re bien con los brazos. No se come ninguna.
Entonces me empezó a pasar algo muy raro. Me empecé a dar
cuenta que éramos muy parecidos jugando. Marcadores sacrificados, los dos
derechos, sin mucha ductilidad, con un repertorio de tres o cuatro posiciones
básicas del pie y pura entrega todo el tiempo. Me parece que se avivó porque me
crucé su mirada después de un par de veces que fui abajo sin tener piedad con
mi propia integridad física. Le brillaron los ojitos como si me estuviese
felicitando por dentro.
La nochecita estaba ideal también, de esas últimas
nochecitas de primavera en las que todo el día hizo un calor insoportable y a
la noche refresca, que no son ni calientes ni frías, perfectas para la
cervecita y la charla pos-partido. La forma de jugar de las pibas cambió la
gastada sexista típica por un tremendo respeto. El partido fue parejo y la
charla después también. Se armó un lindo clima, y entre las chanzas por las
jugadas, los mano a mano y toda la tradicional se fueron mezclando las cosas de
la escuela, y terminamos comprometiéndonos a hacerla más seguido y ver si
también nos juntábamos para armar una asamblea y organizarnos para reclamarle a
los hijos de puta del Ministerio que aflojen la guita de sueldos y el
presupuesto para los jardines y la secundaria.
Ella me seguía partiendo el bocho en la charla. Tiraba
anécdotas de la ciudad sin costanera de la costa del Río Uruguay donde se había
criado y de las miles de veces que le pasaron cosas raras en la 14. No paraba
de fascinarme y encima era del Litoral como yo, le gustaba pescar y matear en
el río, como yo, y manejar por la ruta de noche, como yo.
Pero la sorpresa vino después. Siempre hago lo mismo y me
voy estirando mientras hacemos el tercer tiempo, dejo que las duchas se vayan
vaciando así me agarro algo de agua caliente. Si no me baño al toque, después
soy una mugre en el 141 y se me agarrotan todos los músculos. Así que cuando
nos empezamos a despedir, apronté para el vestuario y tranquilo empecé los
rituales con las vendas y la ropa y me dí una flor de ducha caliente que me
relajó hasta lo más hondo.
Y entonces pasó lo que te quería contar, el central de ellas
se metió en la ducha conmigo.
-Me estás jodiendo.
-No, boludo, te lo juro por lo que más quieras.
-El sueño del pibe.
-El sueño del pibe de una. No me acuerdo pero creo que no
dijo nada. Cuando me dí cuenta la tenía encima mío comiéndome la boca. No tiene
unos labios carnosos, son finitos, pero con una forma muy rara, y firmes. Toda
ella es de cuerpo firme, fibrosa. Aunque tenemos casi la misma edad, se nota
que juega seguido o mete rutina de algo cada tanto, porque tiene los músculos
del cuerpo firmes y duros pero no trabajados, no de pose de gimnasio, viste.
-¿Te la cojiste en el vestuario? No te la puedo creer.
-Mirá que sos animal, Fede. No me estás escuchando o hablo
al pedo. ¿Cómo que “me la coji”, boludo? Si me encaró ella en la ducha, si me
clavó alto beso. Más bien al revés. Después de la sorpresa me rearmé y
estuvimos cogiendo como en una lucha grecorromana, se me subió con las piernas
enlazándome las caderas y me montó de parado como una gladiadora mientras yo le
hacía el aguante con la misma intensidad. Estábamos enfurecidos. Cuando
acabamos los dos se dio vuelta mirando a la pared, dándome la espalda, todo en
silencio, y en un movimiento certero puso las manos en el piso y tiró una
vertical a la pared, ofreciéndome su vagina abierta, para que se la coma de
placer. Cuando me mandé con toda la sed que podía sacar de las vísceras siento
que me abraza la cabeza con las piernas, hace fuerza, y me la empieza a comer
en esa posición. Yo había terminado recién pero no sé, la situación, el
vestuario, la adrenalina del partido, la audacia de la piba, las historias del
río, la brisa en la noche de verano, la cerveza… se me puso dura de nuevo, como
si tuviese veinticuatro años menos.
-No te lo puedo creer. Es la mejor historia que inventaste
hasta ahora.
-No seas boludo, Fede, te estoy contando la posta. Lo que me
pasó esa tarde me cambió la vida para siempre, me transformó.
-No era para menos, nene, esas cosas no pasan nunca.
-Es que todavía no terminé de contarte.
-¿Hay más? ¿Qué puede ser más flashero que lo que me acabás
de contar?
-Resulta que cuando estábamos a punto caramelo después del
69 vertical que nos mandamos, me agarra la nuca con firmeza, me come la lengua
bajo la ducha caliente y con mucha suavidad me acomoda el torso contra la
pared, se pone detrás de mí, acariciándome, lamiéndome con muchísima dulzura la
oreja izquierda y con el índice y el dedo mayor enjabonados, me empieza a
penetrar de a poquito, y a medida que me voy abriendo y dejándola entrar, con
mucha sensibilidad va subiendo el ritmo, despacito, despacito, cada vez más
fuerte, me encuentra el punto “g”. Se da cuenta por el movimiento de mi cadera,
por mis gemidos. En medio de esa locura inexplicable giro la cabeza todo lo que
puedo y la veo perdida de éxtasis, acompañando a sus dedos como si fuesen un
ariete de su propio cuerpo, surgido en su bajo abdomen, y empuja su mano con
los golpes de su pelvis, acomodando el clítoris para que cada embestida le
diese tanto placer a ella como el que me estaba dando a mí.
-No entiendo nada.
-Está bastante claro todo.
-Pero…
-No hace falta que lo entiendas. Sólo te digo que fue la
mejor experiencia sexual de mi vida entera. Nunca pensé que algo así me iba a
pasar. ¿Sabés lo que es tener un cuerpo lleno de marcas y prohibiciones? Casi
cuarenta años cargando una masa de músculo y hueso donde cada parte tiene un
rol asignado por la sociedad, la familia, la Iglesia y hasta el porno. Ella
desarmó todo eso, le borró las etiquetas, desdibujó los límites, rompió en
pedazos las prescripciones y me soldó de nuevo. Descubriendo mi analidad, me
hizo conocer un tipo de placer físico y emocional que no había sentido nunca,
me encastró, puso la última de las 1000 piezas del rompecabezas, dio la
pincelada final sobre el bastidor, me completó.
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