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viernes, 9 de diciembre de 2016

El sueño del pibe

No estoy en condiciones de rechazar ninguna invitación. Desde que cambié de laburo no me invitaron nunca más a jugar al fulbo. Y yo necesito el fulbo, si no mato a alguien. Descargo un montón ahí. Además de todo el tema de la conexión con mi infancia y que en una cancha vuelvo a creer en la humanidad.

Así que aunque era una propuesta muy rara, acepté sin pensarlo dos veces. El Pelado medio que se cagaba de risa cuando me vino a invitar, se lo tomaba medio en joda. Pero la verdad es que entre la edad y los quilombos familiares y horarios de laburo, los profes de esta escuela nunca llegaban a juntar diez para una sintética. Además las pibas ofrecieron pagar la cancha, y el Pelado no dudó.

Sabía que el fulbo se estaba poniendo de moda entre las mujeres porque me contaban las pibas de la escuela y veo las fotos en el feisbuk de un par de contactos de esos que ni sabés por qué los tenés. Pero nunca me había tocado en carne propia.

Resulta que las compañeras del jardín de infantes de la nocturna y las auxiliares del jardín de la vuelta tenían un equipo permanente de siete y les costaba encontrar rivales en el barrio. En Bajo Flores era más común, por el tema de San Lorenzo y todo el laburo con el barrio, pero en Soldati era casi imposible ver pibas jugando en las plazas o los patios escolares. Ser mujer en Villa 3 y Piletones es para guerreras solamente.

Cuestión que se animaron a desafiarnos a un mixto. En mi puta vida jugué un mixto y no tenía idea cómo era. Pero la capitana de ellas, una compañera alta y de hombros sólidos (seguro sería la 9), lo encaró al Pelado una tarde y le explicó. Se pusieron a cranear equipos como en el box, midiendo pesos, alturas y complexiones, para que no fuera despareja por ese lado. Igual no había mucho que reclutar.

La cosa es que quedamos un viernes después del laburo en la canchita grande que está debajo de la autopista, enfrente de la Estación Saguier del Premetro, que es como la zona neutral de los dos barrios. Hace mil años que no jugaba, así que llegué tempranito, precalenté y me estiré lo mejor que pude. Igual ya estaba más para el vendaje y la tobillera porque los músculos se negaban a reacciones rápidas como cuando era pibe.

El partido fue lindo. Las pibas son terribles jugadoras. Claro, debe ser que arrancaron hace poco y ellas lo viven con una pasión y la alegría que nosotros teníamos en la adolescencia o de pibitos. Y me sorprendía que estaban siempre con una sonrisa tallada en la cara, mientras corrían, se divertían mucho más.

Al principio estaba cohibido, porque nunca había jugado contra mujeres y me daba no se qué lastimar a alguna. Encima a mí siempre me eligen porque soy el único que juega abajo, de central por la derecha o de cuatro. Y como soy muy físico -por no decir rústico- me daba algo de cosa tener que dedicarme a una marca prolija y sin alevosía. Tampoco estaba acostumbrado a eso.

Pero las dudas me las removió la 9 de ellos, o sea, del otro equipo. Es difícil, este idioma no se inventó para comentar fútbol mixto. Bueno, la 9 del equipo rival. Que efectivamente era la capitana que yo conocía del jardín, Luciana. En una encaró el punto del penal para bajar un pase en profundidad que le había tirado el profe de Química, le decíamos “el Fino”, tanto para la gastada como el elogio. La piba la paro con el empeine y cuando salí a taparla me topeteó con el hombro y me sentó de culo contra el sintético que todavía me arde la nalga.

Así que dije esto va en serio nene, para qué andar con chiquitas, y cuando se quiso mandar picando por la punta en la próxima la barrí con pelota y todo para que supiera que me había agarrado “políticamente correcto” pero que no se la iba a dejar tan fácil el resto del partido.
Las pibas tenían los mismos códigos que nosotros, así que se puso muy lindo y la verdad que nos cagamos de la risa toda la hora y media.

Lo otro que me resultaba incómodo no lo pude solucionar del todo, aunque también me ayudo una del equipo contrario. O sea, yo fui mentalizado a no mirar culos ni tetas, viste, ni de mis compañeras, ni de las contrarias. Para que no se sientan incómodas pero también para concentrarme en lo importante.

Pero, no sé si será por la posición o qué, pero me quedé pelotudo con la marcadora central del equipo rival. Una petisa morocha con unas gambas de escultura, el shorcito más erótico que vi en toda mi vida, sobre los pechos una franja de oro le cruzaba la camiseta azul ajustada y una mirada de acero con madera, loco; pelo azabache y unos huevos…, perdón, unos ovarios enormes para guapearla en el área, trabar abajo y salir picando por la punta derecha para revolear el centro.

Me partió el marote desde que arrancamos hasta el final. Me concentré en la marca y el partido tratando de no mirar para su lado nunca. Sólo en un córner nos cruzamos y nos trabajamos las costillas a los codazos. La piba se mueve re bien con los brazos. No se come ninguna.

Entonces me empezó a pasar algo muy raro. Me empecé a dar cuenta que éramos muy parecidos jugando. Marcadores sacrificados, los dos derechos, sin mucha ductilidad, con un repertorio de tres o cuatro posiciones básicas del pie y pura entrega todo el tiempo. Me parece que se avivó porque me crucé su mirada después de un par de veces que fui abajo sin tener piedad con mi propia integridad física. Le brillaron los ojitos como si me estuviese felicitando por dentro.

La nochecita estaba ideal también, de esas últimas nochecitas de primavera en las que todo el día hizo un calor insoportable y a la noche refresca, que no son ni calientes ni frías, perfectas para la cervecita y la charla pos-partido. La forma de jugar de las pibas cambió la gastada sexista típica por un tremendo respeto. El partido fue parejo y la charla después también. Se armó un lindo clima, y entre las chanzas por las jugadas, los mano a mano y toda la tradicional se fueron mezclando las cosas de la escuela, y terminamos comprometiéndonos a hacerla más seguido y ver si también nos juntábamos para armar una asamblea y organizarnos para reclamarle a los hijos de puta del Ministerio que aflojen la guita de sueldos y el presupuesto para los jardines y la secundaria.

Ella me seguía partiendo el bocho en la charla. Tiraba anécdotas de la ciudad sin costanera de la costa del Río Uruguay donde se había criado y de las miles de veces que le pasaron cosas raras en la 14. No paraba de fascinarme y encima era del Litoral como yo, le gustaba pescar y matear en el río, como yo, y manejar por la ruta de noche, como yo.

Pero la sorpresa vino después. Siempre hago lo mismo y me voy estirando mientras hacemos el tercer tiempo, dejo que las duchas se vayan vaciando así me agarro algo de agua caliente. Si no me baño al toque, después soy una mugre en el 141 y se me agarrotan todos los músculos. Así que cuando nos empezamos a despedir, apronté para el vestuario y tranquilo empecé los rituales con las vendas y la ropa y me dí una flor de ducha caliente que me relajó hasta lo más hondo.

Y entonces pasó lo que te quería contar, el central de ellas se metió en la ducha conmigo.

-Me estás jodiendo.

-No, boludo, te lo juro por lo que más quieras.

-El sueño del pibe.

-El sueño del pibe de una. No me acuerdo pero creo que no dijo nada. Cuando me dí cuenta la tenía encima mío comiéndome la boca. No tiene unos labios carnosos, son finitos, pero con una forma muy rara, y firmes. Toda ella es de cuerpo firme, fibrosa. Aunque tenemos casi la misma edad, se nota que juega seguido o mete rutina de algo cada tanto, porque tiene los músculos del cuerpo firmes y duros pero no trabajados, no de pose de gimnasio, viste.

-¿Te la cojiste en el vestuario? No te la puedo creer.

-Mirá que sos animal, Fede. No me estás escuchando o hablo al pedo. ¿Cómo que “me la coji”, boludo? Si me encaró ella en la ducha, si me clavó alto beso. Más bien al revés. Después de la sorpresa me rearmé y estuvimos cogiendo como en una lucha grecorromana, se me subió con las piernas enlazándome las caderas y me montó de parado como una gladiadora mientras yo le hacía el aguante con la misma intensidad. Estábamos enfurecidos. Cuando acabamos los dos se dio vuelta mirando a la pared, dándome la espalda, todo en silencio, y en un movimiento certero puso las manos en el piso y tiró una vertical a la pared, ofreciéndome su vagina abierta, para que se la coma de placer. Cuando me mandé con toda la sed que podía sacar de las vísceras siento que me abraza la cabeza con las piernas, hace fuerza, y me la empieza a comer en esa posición. Yo había terminado recién pero no sé, la situación, el vestuario, la adrenalina del partido, la audacia de la piba, las historias del río, la brisa en la noche de verano, la cerveza… se me puso dura de nuevo, como si tuviese veinticuatro años menos.

-No te lo puedo creer. Es la mejor historia que inventaste hasta ahora.

-No seas boludo, Fede, te estoy contando la posta. Lo que me pasó esa tarde me cambió la vida para siempre, me transformó.

-No era para menos, nene, esas cosas no pasan nunca.

-Es que todavía no terminé de contarte.

-¿Hay más? ¿Qué puede ser más flashero que lo que me acabás de contar?

-Resulta que cuando estábamos a punto caramelo después del 69 vertical que nos mandamos, me agarra la nuca con firmeza, me come la lengua bajo la ducha caliente y con mucha suavidad me acomoda el torso contra la pared, se pone detrás de mí, acariciándome, lamiéndome con muchísima dulzura la oreja izquierda y con el índice y el dedo mayor enjabonados, me empieza a penetrar de a poquito, y a medida que me voy abriendo y dejándola entrar, con mucha sensibilidad va subiendo el ritmo, despacito, despacito, cada vez más fuerte, me encuentra el punto “g”. Se da cuenta por el movimiento de mi cadera, por mis gemidos. En medio de esa locura inexplicable giro la cabeza todo lo que puedo y la veo perdida de éxtasis, acompañando a sus dedos como si fuesen un ariete de su propio cuerpo, surgido en su bajo abdomen, y empuja su mano con los golpes de su pelvis, acomodando el clítoris para que cada embestida le diese tanto placer a ella como el que me estaba dando a mí.

-No entiendo nada.

-Está bastante claro todo.

-Pero…

-No hace falta que lo entiendas. Sólo te digo que fue la mejor experiencia sexual de mi vida entera. Nunca pensé que algo así me iba a pasar. ¿Sabés lo que es tener un cuerpo lleno de marcas y prohibiciones? Casi cuarenta años cargando una masa de músculo y hueso donde cada parte tiene un rol asignado por la sociedad, la familia, la Iglesia y hasta el porno. Ella desarmó todo eso, le borró las etiquetas, desdibujó los límites, rompió en pedazos las prescripciones y me soldó de nuevo. Descubriendo mi analidad, me hizo conocer un tipo de placer físico y emocional que no había sentido nunca, me encastró, puso la última de las 1000 piezas del rompecabezas, dio la pincelada final sobre el bastidor, me completó.



Me hizo varón de nuevo. Me hizo otro.

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