Un comentario
sobre Que de lejos parecen moscas,
Punto de Encuentro, 2014, premio Semana Negra de Gijón, de Kike Ferrari
Generosidad
Kike Ferrari es
un escritor generoso. Se toma un enorme, disciplinado y paciente trabajo para
darnos a sus lectores una gran historia muy bien escrita. Eso es, me parece,
antes que nada, Que de lejos parecen
moscas, una gran historia muy bien escrita. Con Ferrari se puede recuperar
la pasión de arrancar un libro y no largarlo ni en el bondi, retomarlo en el
baño y postergar el sueño hasta que se termine.
Eso que tanto
nos gusta de la literatura no surge espontáneamente en la cabeza del escritor.
Se tiene por los escitores y escritoras la fantasía que todo laburante tiene
del laburo ajeno: siempre es mejor que el de uno/a. Según el imaginario popular
los camioneros son poco menos que millonarios y Moyano en lugar de una familia
de mafiosos es el apellido ilustre del dirigente más combativo del mundo. Nadie
sabe que a fines de los treinta, la espalda del camionero empieza a triturarse,
que sus nervios están más crispados a los cuarenta que su familia, a quienes
seguro ha perdido entre viaje y viaje. No hay buen sueldo que pague tamaña
explotación.
El oficio de
escribir literatura es duro. Ningún escritor nace con palabras y perfectas
estructuras narrativas en la cabeza; no hay un catálogo universal de historias
para inventar esperando que uno haga copy past. Hay que laburar, ni más ni
menos. Sobre todo para escribir novelas casi perfectas de 150 páginas como Que de lejos parecen moscas.
Y si el oficio
de escribir literatura es duro pa cualquiera no le cuento para un escritor de
origen proletario como Kike, que tiene que deslomarse barriendo estaciones de
subte de 23pm a 5 am todos los días para conseguir el sueldo que alimente a su
familia; porque encima es un padre afectuoso y presente y para colmo le ha dado
por la militancia gremial y construye con sus compañeros/as la Asociación
Gremial de Trabajadores/as del Subte y Premetro.
Además de
brindar todo su esfuerzo para que les lectores pasemos la mejor experiencia
posible, Kike es un escritor generoso porque brinda su conocimiento del oficio
y su lugar en la literatura argentina contemporánea a jóvenes proyectos de
escritores como quien estas hojas firma. En la presentación de mi primer novela
citó la metáfora de su amigo Salem creo, donde el escritor que está
participando de la fiesta de la literatura pone el pie en la puerta del salón
para hacer el aguante y que pasen de colados gentes aventureras y caraduras
como yo.
Agradecido como
lector y agradecido como proyecto de escritor quiero sin embargo decir algo
sobre la novela de Kike que probablemente no le guste. Pero, en sus propios
términos, simplemente ofrezco una lectura, la mía.
Una novela negra
Kike siempre
cuenta que él quiso escribir una novela negra, lo que antes se llamaba un buen
policial, “una de tiros”. Creo que lo logró. Se trata de una novela con un
nivel de acción cinematográfico, atrapante, adrenalínico. Su ambiente es la
ciudad de la furia, descrita con conocimiento de causa; sus protagonistas hablan
en criollo y Kike hace algo muy de Borges, resume la personalidad de los
personajes en las primeras pinceladas, en gestos, signos, en el dialecto que
hablan. Claro que la clave de todo está en la trama que inventó Kike, en la
historia, en un suspenso de 150 páginas de búsqueda frenética del asesino y un
final absolutamente novedoso para el género negro; y eso que debe ser uno de
los géneros de la literatura más populares, más prolíficos y más viejos, con lo
cual encontrar un final “absolutamente novedoso” no es para nada fácil.
Sin embargo,
como todo el mundo le señala, Kike también escribió un ensayo sobre la
decadencia material y moral de la clase social que domina y organiza la vida de
cuarenta millones en este país, la famosa “burguesía nacional”. Y para quienes
gustamos que la literatura nos ayude a pensar nuestro lugar en el mundo y nos
dé herramientas para transformarlo, carajo, es la mejor novela que hemos leído
en mucho tiempo de leer geniales novelas que nos hablan de un presente que no
existe en ningún lado.
El escritor
revolucionario
Voy a decir una
barbaridad, pero creo que es la mejor novela de nuestra generación hasta ahora,
de la generación que vivió y luchó el argentinazo. Creo que Kike no miente, le
creo cuando dice que no se propuso nunca conscientemente escribir un manifiesto
político, lo que se suele reducir peyorativamente al género del “panfleto”
(género que, por otro lado, reivindico). Es muy esperanzador y moralizante que
entre los escombros de una cultura oficial, diseñada con esmero por el régimen
capitalista descompuesto, ese que ejerce su dictadura “democrática” censurando
a los escritores de origen obrero con las imposiciones de academias y
editoriales, con el hambre y el anonimato para quienes nos resistimos a dejar
de luchar contra ellas, haya emergido con tanta fuerza y claridad una voz tan
potente, tan firme, tan bien escrita como la de Kike.
¿Entonces cómo
se explica que sin haberlo deseado, probablemente incluso en contra de su
deseo, un escritor haya publicado la novela en que puede reconocerse un
revolucionario contemporáneo? ¿Acaso debemos creer que tienen razón los
agoreros de una realidad imposible de ser explicada con racionalidad y
abandonarnos al relativismo infinito y reaccionario?
Tengo otra
hipótesis, que no es mía, que tomo prestada de Brecht. En su debate contra el
realismo socialista de los comisarios estalinistas del arte, de los burócratas
de la poesía (que los hubo, los hay y esperemos alguna vez no los haya), el
genial dramaturgo alemán decía que el artista revolucionario no debía crearse
en un laboratorio de formas estéticas “revolucionarias”, “proletarias” o “socialistas”,
creando inútilmente una estantería de cajoncitos con etiquetas donde pondrían la forma que se ajuste al decreto estalinista y
las que no.
Brecht decía que
el artista revolucionario se hacía militando, cuando se dedicaba a comprender y
transformar la realidad social, organizado en un sindicato con sus compañeros
de laburo, en un partido político con los camaradas de su clase social. Un
artista es o no es revolucionario si ha estudiado la realidad para
transformarla, incorporando las herramientas teóricas del materialismo
dialéctico. Brecht mandaba a los artistas que pretendían ser revolucionarios a
leer Das Kapital, no tal o cual
manifiesto de artistas revolucionarios.
Así, cuando un
artista estudia y lucha por el socialismo se va forjando en su materia prima
emocional, en su subsconsciente, una manera de comprender el mundo, una
particular forma de pararse en la realidad, una ética en suma, que no puede ser
controlada conscientemente, que va a fluir sin saberlo en cada coma, en cada
decisión estético-formal, sea esta cual fuere.
Creo que eso
pasa con Kike, en su esfuerzo consciente por escribir una excelente novela de
suspenso y tiros (lo logra al punto que el certamen con mayor reconocimiento de
los escritores y lectores del género negro lo ha premiado), se le ha escapado
una concepción revolucionaria de la sociedad en que vive y lucha.
Los discípulos
de Reedson
Kike es para mí
el mejor heredero de Andrés Rivera que tuve oportunidad de leer. En Que de lejos parecen moscas logra un
estilo propio pero arrancando desde El
Precio, la primer novela de Rivera, cuando todavía era un delegado textil
en Villa Lynch y no lo habían rajado del Partido Comunista por su herejía de
defender a Cuba contra Codovilla y a la revolución permanente en clave maoísta
contra la “coexistencia pacífica” de los continuadores de Stalin.
Pero la ruptura
política de Rivera con el estalinismo en que se crió se anticipó en su literatura
con El Precio, que como bien señalaba
La Rosa Blindada de Mangieri en la contratapa de su edición de Cita en 1966, “desató una ruda polémica”.
Es que Rivera ofrecía una descripción descarnada, brutal y cruel, sin compasión, llena de odio de clase, del precio que pagaban los obreros textiles de la fábrica por la explotación cotidiana que sufrían así como también del precio humano que la vida le cobraba al sorete irredento del dueño de la fábrica. Rivera, todavía dentro del PC, no escribió un largo y erudito texto explicando su posición sobre el programa revolucionario en la literatura y por qué el cánon zdhanoviano le parecía una completa bosta. Hizo algo mejor, construyó una novela inmortal para describir el sufrimiento obrero y la decadencia moral y biológica de la burguesía peronista –objetivo ético/literario que compartía con sus compañeros de militancia- utilizando sin embargo los recursos formales anatemizados por el estalinismo: Faulkner y Joyce.
Es que Rivera ofrecía una descripción descarnada, brutal y cruel, sin compasión, llena de odio de clase, del precio que pagaban los obreros textiles de la fábrica por la explotación cotidiana que sufrían así como también del precio humano que la vida le cobraba al sorete irredento del dueño de la fábrica. Rivera, todavía dentro del PC, no escribió un largo y erudito texto explicando su posición sobre el programa revolucionario en la literatura y por qué el cánon zdhanoviano le parecía una completa bosta. Hizo algo mejor, construyó una novela inmortal para describir el sufrimiento obrero y la decadencia moral y biológica de la burguesía peronista –objetivo ético/literario que compartía con sus compañeros de militancia- utilizando sin embargo los recursos formales anatemizados por el estalinismo: Faulkner y Joyce.
Retomando las
formas del “monólogo interior” Kike imagina la vida en 2013 del hijo del
burgués que Rivera destroza en 1957, el heredero de esa fábrica textil, que
transa con la patota de la Triple A y de Videla para voltear a la comisión
interna combativa (en la que estaría Arturo Reedson, alterego ficcional que
construyó Rivera para imaginarse la mejor versión de sí mismo) y que luego
lleva a la quiebra para cobrar el seguro, cerrarla y canjearla por un cabarulo
de mala muerte y mucha guita, codeándose con lo peor de la escoria capitalista,
la industria del narcotráfico y la explotación de cuerpos de mujeres como
prostitutas vip y de varones como obreros tercerizados o boxeadores arruinados.
Machi, es el ingenioso apellido apocopado que elije para su protagonista
principal, con ingenio, Kike.
Después Kike
sigue su propio camino, sin andar mirando con inmadurez el camino trazado por
su mentor, como corresponde a un escritor maduro.
Hay que soñar,
dijo Lenin
Aquí la
polémica. Lamentablemente no corren los mismos tiempos que en los 60 y 70, ya
nadie desarrolla polémicas políticas basándose en sus lecturas de novelas. Una
tradición sepultada por un mercado y una academia que pretenden lo imposible,
purgar a la literatura de su carnadura política. Pero lo lindo de ser escritores que
conseguimos nuestro sustento bajo la explotación de otros amos, que ni deben
saber lo que es leer, es que podemos darnos el gusto de decir lo que se nos
cante y retomar tradiciones sepultadas por el mercado.
Siendo el mejor
discípulo del maestro, como corresponde al camino del guerrero genuino, Kike
Ferrari supera a Andrés Rivera en un punto: mientras en la literatura de sus últimos
veinte años Rivera narró con maestría y genialidad la profunda descomposición y
la barbarie en que se empantanó la sociedad argentina desde –y como producto
lógico de- la derrota del último proceso revolucionario parido por el Cordobazo
en 1969, queriendo sostener esa misma mirada de desolación y falta de
esperanza, en mi opinión Kike Ferrari, sin embargo, todavía cree la Revolución
puede llegar a ser algo más que un sueño.
Mientras Rivera
ve en Castelli un símbolo premonitorio para toda intención de transformación
radical de la sociedad y construcción de un Paraíso en la Tierra, o sea,
mientras Rivera en los años 80 sacó la conclusión definitiva que las esperanzas
de llegar al socialismo quedaban reducidas por la derrota del 75-76 y el
colapso de la URSS a las buenas pero estériles intenciones de héroes trágicos y
soñadores (como la nefasta utopía de Galeano, que sólo sirve para caminar hacia
ella pero que nunca va a ser alcanzada), en la novela de Kike hay un tipo que
sueña una novela en la que la burguesía puede ser, sino derrotada, al menos
torturada por sus víctimas. Es la consigna revolucionaria que nos emociona de
Las Manos de Fillippi cuando señala con sencillez cuál es el origen de toda la
porquería que vivimos.
La generación
gloriosa que entregó su vida a cantarle a la revolución socialista desde el
arte y diferentes programas y estrategias ya no existe más. Militantes,
simpatizantes y artistas de izquierda llevamos décadas oyendo sus discos,
releyendo sus poesías y libros, admirando sus pinturas, películas y teatro del
mismo modo que admiramos sus biografías de lucha, exilio y muerte. Viven en
nuestro registro emocional más elemental. En ese Hades tan personal, como el de
Dante, donde no les reprochamos –aunque los distinguimos con claridad- sus
errores tácticos o estratégicos.
Toda generación
debe alzarse sobre los límites de la admiración e idealización de sus padres y
madres, de sus maestros, si pretende ser protagonista de su propio camino
colectivo hacia el socialismo. Con las enormes diferencias políticas que tengo
con él (sobre la década ganada, sobre la vigencia del partido leninista, sobre
la táctica del Frente Único, sobre la relación entre agrupación sindical y
partido político revolucionario, incluso sobre fútbol) debo decir que Kike Ferrari
en su obra me mostró un camino posible para empezar a dar pasos de bebé desde
la desmoralización realista de Reedson hacia ese sucio y barbudo pelotudo
Felipe o Federico, novio de la hija de Machi, que vivía de otra cosa pero
soñaba con ser escritor y que “decidió en ese momento que un día escribiría una
novela” para vengarse de toda la podredumbre del régimen capitalista en el que
vivimos.
Gracias, Leo, una vez más, por tu lectura y por reflexionar sobre mi laburo
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