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sábado, 25 de enero de 2020

Los colores del corazón

Con Marito en el Parque del Centenario, 21 de setiembre de 2018


Marito en casa, con Cata
In Memoriam, 
Mario Domínguez, 
hermano del cosmos


-Menos mal que llegaste, faltabas vos.

-¿Qué pasó?

-No podemos acomodar la sala hasta que nos lean el testamento a todos juntos.

-Qué testamento, si era más pobre que las arañas.

-Yo dije lo mismo, pero la abogada se puso firme.

-¿Tenía abogada?

-Es la hermana de la ex, la que les hizo los trámites del divorcio. Vení que te la presento. Doctora, ya estamos todos, podemos arrancar.

-Hola, Eze, qué verga, hermano.

-Sí, Alejo, una cagada.

-Bueno, muchas gracias, mucho gusto. Como le decía a sus amigos, para mí también se trata de una situación extraña. Recibí un mensaje de Leo hace pocos días pidiendo que les lea esta carta a sus tres mejores amigos antes de que se hagan los arreglos del velorio. Entiendo que para ustedes es un momento muy duro…

-La verdad que estamos confundidos, dotora. No sé qué arreglos faltan, Marquitos se peleó con el sindicato para conseguir la sala, el Eze trajo la bandera, el resto contactamos a la familia y los conocidos…

-Les repito lo que les vengo diciendo, yo tampoco sé nada, respeté la última voluntad de Leo y todavía no la abrí.

-Dejá que lea la carta, Alejo y así nos enteramos de una vez.

-Sí, Eze, sí. Dele, dele, dotora, mil disculpas.

-No hay problema, leo:

Buenos Aires, invierno de 2017.

Por la presente y en pleno uso de mis facultades mentales, yo, Leonardo José Grande Cobián, como última voluntad dejo expresas instrucciones de que mi féretro sea tapado con la bandera de mi club de la infancia, el Social y Deportivo Jorge Gibson Brown.

-¿Cómo?

-No puede ser, es una joda.

-Calmémonos, muchachos. Doctora, con todo respeto, esto debe ser un error. O el documento es falso. Leo es hincha de Boca desde la cuna, religiosamente. Amaba la Bombonera al punto que creía en serio que estaba viva, siempre contaba que sus primeras palabras fueron “Boca Campeón” de tanto que su hermano mayor rompió las pelotas con la primera Libertadores, que la ganamos justo cuando Leo nació. ¿Quién le explica esto a su hermano, eh? Digan, ¿quién se lo dice?

-Yo los entiendo, pero me limito a leer lo que dice acá, ¿reconocen la letra?

-Sí, sí, es la letra de Leíto… pero el Eze tiene razón, en una de esas se chifló por la quimio, es un documento vaciado de ilegalidad, dotora. ¿Y de dónde mierda salió ese clú, alguno lo registra?

-Es la primera vez que lo oigo nombrar, Alejo, pero tengamos paciencia, che, la carta es larga, que siga leyendo a ver si se entiende algo.

-No Marquitos, no. Es un insulto a todo lo sagrado de nuestra amistad, no podemos admitir una cosa así. Este es el trapo que todos dijimos que íbamos a usar en el cajón, como en la canción, viejo, como en la canción…

-¿Qué canción?

-La que tiene la música de Jhonny Tolengo, también la cantábamos en el Partido, pero con otra letra, sobre cambiar la Historia y dejarse de joder.

-Miren, yo comprendo que se trata de un momento difícil, pero como abogada les sugiero que respeten la última voluntad de su amigo…

-La dotora tiene razón, loco, es una verga, pero dejemos que termine y después vemos qué carajo hacemos… dele dotora, prosiga.

-Cómo no…

Entiendo que mi decisión los va a encabronar, pero les juro que lo pensé mucho y creo que es la mejor forma de cumplir con nuestro juramento de honrar las canciones que cantamos juntos en el templo.

Si están leyendo esta carta es porque la quimio no pudo parar veinticinco años de pucho. Los médicos no se la quieren jugar pero me parece que son manotazos de ahogado. Desde que entré a la terapia intensiva no hago más que repasar mi vida entera. Cuarenta años parecen una bicoca cuando se van así. Siempre dije que el pucho era mi contrato con la muerte en cómodas cuotas y ahora me doy cuenta cuánta razón tenía y qué pelotudo que fui.

Me hubiera hundido en un pozo depresivo si no hubiese sido por ustedes, la familia y una persona muy especial que les quiero presentar en esta carta y que explica el cambio de mi decisión.”

-Yo sabía, alguien que le llenó el bocho. Hay que impugnar todo, doctora, compañeros. Lo manipularon en un momento trágico, ese documento no tiene validez, es inimputable.

-Dejá de interrumpir, Eze, porque no terminamos más.

-¿Vos de qué lado estás Marquitos? El pibe tiene razón. Somos amigos mucho antes que aparezca cualquier coso y le sacamos la ficha a nuestro ñery mejor que cualquiera.

-Boludo, no te la agarrés conmigo que estoy igual de anonadado que todos. Lo único que digo es que dejemos que la abogada termine de leer así nos enteramos de qué se trata de una puta vez.

-Dejen de discutir, che, estamos en una situación grave. Siga por favor, doctora, terminemos con el misterio.

Ustedes saben que para mí las coincidencias ordenan el mundo de mierda en que vivimos. Parece que todas las decisiones que tomé me trajeron a esta terapia intensiva para conocer a Marito. Aunque no lo puedan creer, Marito nació y se crió en Posadas, como yo. Se fue al sur cuando le tocó la colimba para la misma época que mi viejo nos arrastraba a toda la familia a buscar fortuna en el norte. Su fortuna, nuestra desgracia. Es como si Posadas hubiera exigido al azar un reembolso por el hijo que perdía. Porque Marito no volvió nunca más, agarró laburo en Río Gallegos, primero como empleado de Lotería y Casinos, después pasó a la muni, y tuvo su familia allá.

Así que llevamos varias semanas compartiendo recuerdos de dos ciudades diferentes, la de su adolescencia en los 70 y la de mi crianza en los 80, que ya no existen más. Ahora tiene millón y medio de habitantes y cuando yo me fui en el 91 a no llegaba a los 200 mil.

Además, Marito fue uno de los primeros constructores del Partido en Santa Cruz. Ustedes ya saben que a pesar de haberme fundido nunca me voy a arrepentir de tantos años de militancia, de las pocas cosas que me llevo con orgullo.

Así que se imaginarán lo asombrado que estoy. Marito ha sido el compañero ideal para estos últimos momentos. Hace veinte años que sobrevive una enfermedad de mierda y con su experiencia me contiene en los momentos más feos del tratamiento. Pero además con él puedo repasar las situaciones más importantes de mi vida y contar con la opinión de alguien que siente igual que yo. Ha sido una especie de Osiris de oferta, ayudándome a sacarle peso a una vida de recuerdos.

Él me contó la historia del Yípson Braun (así le dice, con tonadita guaraní). Es el segundo club más viejo de Posadas y tiene la cancha en el barrio donde se crió Marito, Villa Urquiza. Otra sincronía asombrosa, el mismo nombre del barrio donde milité mi primer campaña electoral con el Partido en 2007 ¿increíble no?.

Ustedes me van a saber entender muchachos. Cuando éramos chicos, mi hermano mayor, de carne y hueso, vino a suplantar a mi viejo en la tarea de enseñarme a ser un varón, me hizo fanático de Boca y me enseñó a jugar al fútbol, en ese orden. En esas tórridas siestas, cuando intentaba adiestrarme en las técnicas elementales - pegarle con las dos piernas, el empeine y no la punta, detectar el ritmo del partido para cubrir el avance enemigo o acompañar el ataque, revolearla o definir, el centro a la carrera, atrás o de rastrón, buscar la comba y las esquinas, nunca el cuerpo del arquero- o las nuevas leyes del orsai, en esas sofocantes siestas, algo muy profundo dentro mío prefería oír su dulce voz y disfrutar su entusiasmo en lugar de someterse a la disciplina y el destino.

Así quedé, rústico cuatro sin ambiciones, eterno elegido al final del pan y queso. Pero qué lindo era mi hermano Dani, qué bellos sus amigos y qué bella su amistad de siestas robadas a la vigilancia adulta. Siempre me salvaba de las trompadas únicamente porque entraba y salía del club bajo su falda, por decirlo así. Porque era tan bruto que me destacaba únicamente en el fiero arte de cagar a patadas todo lo que se me cruzaba, sin pasión, hay que decirlo, pero sin piedad tampoco, vale confesar.

Una de mis víctimas me puso el primer sobrenombre de la vida, sintetizando mis habilidades y pasiones futbolísticas con fina crueldad, el Buitre.

También fue mi hermano quien me introdujo en la pasión tradicional por el más grande de los clubes obreros de este lado del Río de la Plata. A él le debo haber pisado la Bombonera en un entrenamiento del equipo del Loco Gatti y todos esos hermosos años aprendiendo de lo que somos capaces los hombres cuando actuamos en masa, la Gloria y la Barbarie.

Les conté mil veces que después que la Barra del Abuelo se cobró un dos a cero con River, de locales, asesinando dos pibes en una esquina de Necochea, algo empezó a quebrar ese idilio monogámico. No fue sólo eso, claro, sin embargo, al romperse el embrujo de la masa de tetosterona pude apreciar lo más bello que adoraba de mi club en los otros clubes. 

Maltratado como hereje, festejé igual las Libertadores del Vélez de Bianchi y la del Estudiantes de Sabella. No me importó que todos me putiaran en chino cuando empecé a decir que era fanático de un club por ciudad, porque entendí que amaba la misma mística de garra y coraje en la victoria del menos favorecido tanto en Peñarol de Montevideo, la lepra rosarina, el sabalero de Santa Fe o el Strongest de La Paz. Desde entonces a cada lugar donde llego, busco, pregunto y descubro un nuevo club que agregar al listado. Las camisetas amontonándose en las gavetas del placar de las casas donde viví lo atestiguan. 

En los últimos mundiales ya me acostumbré a hinchar por la Celeste del Maestro Tavárez y al carajo con la patria futbolera.

Ahora que la muerte me obliga la evocación, recuerdo que con mi hermano de sangre teníamos un problema que bien podría ser la causa de este viejo malestar: la Boca quedaba muy lejos del Alto Paraná y nuestra pasión infantil necesitaba algo menos platónico para acariciar. De todos los clubes posadeños, en los 80 el único que jugaba Nacional B y liguillas pre-libertadores era el Guaraní-Antonio Franco. A veinte cuadras de nuestra casa pudimos ver en vivo y directo a los clubes más grandes del país. Pero había una traba muy jodida, la camiseta es igual a la de River.

¿Qué puede ser más importante en la idolatría infantil que los colores del club amado?
En el momento central de la vida donde aprendemos a querer, yo me encontraba doblemente huérfano, con Boca idealizado a mil doscientos kilómetros –sin televisión HD ni pleistéishon- y con un club de barrio al que no podía entregarme totalmente.

Marito me ayudó a reparar este vacío, justo a tiempo. Me contó una historia impresionante de su fundación, allá por el 1910, cuando Posadas era una aldea de contrabandistas alrededor de su puerto, la Bajada Vieja. No habían llegado todavía el Allan Poe uruguayo Horacio Quiroga ni el comunista Alfredo Varela para inmortalizarlas y ponerlas en el radar nacional, cuando cuatro amigos fundaron un club de fútbol para no tener que andar nostalgiando de lejos los domingos. Ni radio tenían en esa época, tenían que esperar que llegara algún diario para saber cómo le había ido al club de sus amores.

Cuenta Marito que lo fundaron en una de las placitas céntricas donde mi vieja setenta años después nos llevaba a jugar y patinar, la San Martín, de donde salía la caravana tradicional del Corpus Cristi que desembocaba en la Catedral y la Plaza 9 de Julio.

Resulta que los cuatro amigos eran fanáticos del club más popular de toda Sudamérica antes del profesionalismo, el viejo Alumni, fundado por profesores de origen escocés. De allí sus colores, los bastones verticales rojos y blancos que replicaron su fama en todo el territorio (el pincha de La Plata, el milrayitas de Lomas, el tallarín de los ferroviarios de Escalada, el Central de Barracas, también ferroviario, el santo tucumano o el tatengue santafecino y otros tantos que Wikipedia podría certificar). Para no pecar de imitadores, decidieron mantener el diseño y uno de los dos colores, porque coincidía con el colorado característico de las tierras misioneras pero en vez del blanco -delator del plagio- eligieron el verde esmeralda de la selva.

Me pareció la historia de la invención de una camiseta más original que escuché.

Con el nombre, también rompieron todas las tradiciones y le pusieron el de su ídolo de la infancia, el primer gran goleador del fútbol rioplatense, un alumno del colegio inglés llamado Jorge Gibson Brown. No puedo dejar de pensar que si nosotros cuatro hubiésemos fundado un club en el 2000 seguramente le habríamos puesto “Social y Deportivo Martín Palermo”.

¿Porque, qué es lo primero que hacen cuatro amigos que van a fundar un club de fútbol? Si están pensando en hacer negocios, piensan en la Comisión Directiva, quién firma los cheques y dónde consiguen un permiso de la municipalidad para un predio. Pero si quieren al fúlbo sólo como un juego, lo primero que discuten es el nombre y, claro, los colores.

Aunque parezca increíble, el Yípson Braun ganó un solo campeonato posadeño a pesar de ser el segundo club más viejo de la liga, el mismo año en que Boca ganó su primera Copa Libertadores y que yo vine a la vida.

Aunque ame eternamente a Balvanera y a mi hermano, siempre me sentí misionero. 
Después de haber elegido una vida entera de militancia por el socialismo y tirado a la mierda el machismo, la misoginia, la heterosexualidad y la puta religión católica en que me entrenaron, si tuviera la opción de elegir un barrio y un hermano coherentes con las decisiones que corrigieron mi destino, hubiera elegido nacer en Villa Urquiza y a Marito. 

Eso no se puede hacer, lamentablemente: elegir vivir tu vida de nuevo, renacer como en las pelis yanquis y las mitologías véddicas que contaba Dolina todas las medianoches, como una Sherezade en el Café Tortoni. 

Pero sí puedo cambiar la anécdota famosa y elegir mis primeras palabras, porque de haber estado en Villa Urquiza desde el comienzo hubiera gritado “Yípson Braun Campeón”.

Muchachos, cuántas veces nos planteamos que nuestra vida amorosa y afectiva es una bosta en parte porque no “elegimos” las personas de quienes nos enamoramos, que la mayoría son productos idealizados de preferencias heredadas, impuestas inconscientemente por nuestra familia y la sociedad en nuestra más tierna infancia. 

Cuántas noches de escabio concluimos que sería mucho mejor poder construir amores conscientes para dejar de recaer en la merca barata del amor romántico. 

Pues bien, así como nunca dejé de amar a mi hermano de sangre cuando los fui eligiendo a ustedes para amarlos como los he amado todos estos años, como verdaderos hermanos del alma, déjenme que lo incorpore al Marito a la banda y no se ofendan si les digo, con plena conciencia, que los colores y el nombre del Yípson Braun son el mejor símbolo del amor consciente que tengo por el fútbol. Siempre anduve buscando algo mejor, algo que además de los resultados y los ídolos, reflejara exactamente lo que pienso. Lejos de la bosta del negocio que nos arruinó todo, de los dirigentes empresarios que usaron nuestras alegrías deportivas como base para sus aspiraciones políticas, de las patotas que matan hinchas como mataron a Mariano, que ensucian la pasión colectiva insultando a mis amigos y amigas de Bolivia y Paraguay, carajo, insultando mi sexualidad como sinónimo de humillación, y queriéndome discutir que se trata de folclore. Estoy podrido que me acusen de marciano porque me niego a aceptar la representación de la AFA y el circo de los mundiales que encubren estados genocidas y asesinos, como el de Videla hace cuarenta años, como el de la Rusia del sorete de Putin mañana…

Nunca fui capaz de encontrar una pareja con la que vivir un amor sano, ustedes lo saben mejor que nadie porque me sufrieron cada fracaso. Al menos denme la oportunidad, el día que me muera, de poder elegir para mi cajón, como en la canción que juramos respetar, los colores que llevo en el corazón, ahora, que al fin los encontré.

Un abrazo de gol para todos, nos vemo en la victoria, 

Leo.

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