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miércoles, 22 de enero de 2020

Culeándose a la Tradición


Una lectura fanática de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámera, Buenos Aires, Random House, octubre de 2017.


Con Las aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámera se comprueba sin duda alguna como la propuesta más subversiva de la literatura argentina presente. ¿Qué podrá significar en un contexto donde las propuestas más subversivas sufren un nuevo proceso de fragmentación golpeadas por la zanahoria de la prebenda democrática y la represión del Estado? Una esperanza, que no es poco.

Gabriela fue hasta donde estaba marcada la tradición de la literatura fantástica y la cultura literaria, encontró ese hito de academias y oropeles y cagó encima; pero cagó encima de una forma tan bien escrita, y con un sentido tan profundo que abrió un nuevo canal, señaló un nuevo oriente hacia donde poder caminar.

Tomó de Borges la idea original de pensar la vida de los personajes secundarios de la primera novela épica argentina, El gaucho Martín Fierro (1872; 1879) y desarrollarla. Donde Borges sólo se animó a quizás uno de sus mejores cuentos, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, casi rompiendo con el pesimismo filosófico de su matriz shopenhaueriana del eterno retorno para darnos un renegado que en el momento definitorio de su vida y su epopeya se pasa de bando, rompe con el Estado para defender a un perseguido por la ley; allí Cabezón Cámera rompe con Borges y no se limita a la construcción de otra parte del escenario que justifica y consolida la gran obra de Hernández, la destruye. Políticamente la destruye y literariamente la destruye.


Destruyendo el primer mito nacional


Ciento cuarenta años tuvieron que pasar de metabolismos en la producción cultural argentina, ciento cuarenta años de regurgitar académico, de luchas en las calles y las almas, para que una heredera de la vieja Filosofía y Letras re-pensara la epopeya gauchesca desde el punto de vista de les oprimides y explotades. La China Iron es la esposa de Martín Fierro, que narra cómo fue violada por el héroe para parirle sus hijos, después que la secuestrase de manos de su primer tormentador, el Negro payador con el que Fierro se trenzaba bucólicamente en duelo. Una mirada descarnada, impiadosa de lo que significaba ser mujer en las familias campesinas proletarizadas por el avance de la estancia ganadera en la provincia de Buenos Aires, un revés de la misma trama que quiso denunciar Hernández en su primer libro, cuando buscaba en la verdad subversiva del obrero rural pampeano el combustible incendiario para demolerle la base popular al gobierno del masacrador de gauchos, federales e indios Domingo Faustino Sarmiento.

El gaucho perseguido y oprimido en sus libertades previas por los ejecutores del Código Rural de Mitre y Vélez Szársfield, eyacula en la novela de Cámera su frustración y su poder masculino sobre las hembras que son de su propiedad exclusiva, las que no comparte con el patrón ni la peonada, su esposa legítima ante dios. Último eslabón de la cadena de esclavitudes de la llanura pampeana, la China de Fierro huye de su cárcel, que es decir de la tapera donde está condenada y de su matrimonio. Y en esa huida aprende a convertirse en un ser humano, incorpora diecinueve siglos de producción cultural humana, de ciencia y arte, en una odisea también clásica, en la que Odiseo es una hermosa mujer escocesa buscando a su Penélope sobre una barca mágica que viene a ser un carretón tucumano, de esos de la colonia, anchos y altos, tirados por bueyes, que se fabricaban para poder atravesar la inmensidad famosa de la pampa sin morir ni volverse loque. Y esa hija desviada de la Gran Albión le enseñó a la chinita esclava no sólo a pensarse y saberse humana desde la cultura, sino lo más importante, le enseño a sentirse objeto de deseo, sujeto de derechos, amante y amada.

En ese aprendizaje la protagonista y narradora describe la verdadera vida que se esconde difuminada en esos versos lacerantes de Hernández que conmovieron a la propia gauchada allá en el último tercio del diecinueve. Ataca con viva claridad el sufrimiento de animales y seres humanos con la intención obsesiva de empatizar en el dolor ajeno que ya le vimos como marca distintiva en su La Virgen Cabeza, de 2009 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2019/10/la-virgen-cabeza-un-facundo-al-filo-del.html). Pero si esa violencia misógina nos pareció excesiva y contraproducente en un escenario contemporáneo harto de violencia contra mujeres y transfeminidades, nos parece en esta novela exacto, porque desnuda lo que ciento cuarenta y más años de tradición han querido edulcorar detrás de las estampitas y acuarelas de Molina Campos.

Si la llanura pampeana fue el corazón de la Argentina granero del mundo octava potencia que la oligarquía soñó un destino imperialista como el de Canadá o Australia en el fin del ochocientos y la primera mitad del siglo veinte, Cabezón Cámera viene a desollarle el cuero pulido for export y mostrarnos las vísceras con todo y sus olores y sus moscas. Es una novela que ataca todos los sentidos, no buscando la decoración de la trama sino la indignación de cada sentido por separado para construir en nuestra consciencia un coro de luces, olores, aullidos y terrores en la piel para situarnos en el sufrimiento de las clases explotadas de ese campo bucólico, incluso el del propio Hernández una vez que se quitó de encima a Sarmiento y volvió al tono educativo del patrón de estancia progresista y masón que siempre supo ser.

Porque Cabezón Cámera, cuando creías que estaba en la senda de Borges, simplemente delirando una de las personajes secundarias de la Gran Novela Épica Nacional, encuentra en el famoso fortín donde el gaucho Martín Fierro encontró la esencia del infierno en la tierra, el Ejército Argentino de fronteras, al propio Hernández encarnando al mismo tiempo al estanciero, el político, el coronel y el fundador de la literatura nacional, macho a cargo de un infierno que Cámera llega a describir como Dante en su Divina Comedia (1300) o Tarantino en Django Unchained (2012). La estancia es la patria, la célula básica del Estado y aquí también fortín de castigo donde se trata de reformar al gaucho de su salvajismo e inyectarle la civilización europea para que sea un obrero disciplinado del naciente taylorismo. La verdadera argentina es la que la maestra yanqui de Sarmiento destrozada por sus alumnos engendra en ese Campo Malo.

Cabezón se anima a lo que nadie en el campo literario argento se había animado, destrozar la figura mítica del buen burgués, del burgués progresista encarnada por Hernández. Lo coloca de nuevo en su lugar, un macho orgulloso de su estirpe y su clase social, un responsable y copartícipe del genocidio de gauchos, chinas e indios que parió el capital en estas tierras. Nadie se había animado a tanto, entre les intelectuales más a la izquierda, comunistas, maoístas y kirchneristas Juan Manuel de Rosas fue siempre el límite de la crítica, el Estado Nacional criollo con sentido nacionalista y antioligárquico –del que celebra el insulto Incalaperra- fue siempre el mito a defender.

Mayor sacrilegio el de Cámera porque su ámbito político es ese. Quizás ya la intelectualidad argentina no se enerve más por este tipo de panfeltismos literarios, y nadie le vaya a negar el saludo o la cátedra a Cabezón Cámera, pero para quienes vivimos y sentimos la necesidad de la verdad dicha clara y en la cara, con la esperanza de construir armas de destrucción masiva de la conciencia alienante y colonizante de las clases dominantes, esta novela será Biblia –o Corán- y su autora, profeta.

Una literatura hedonista


Y hay que decir que además Cabezón Cámera se tomó el trabajo de pulir su mensaje, de hacer imposible que la crítica erudita la encuentre en un renuncio. Su prosa es caótica pero prolija, te quema el cerebro en una ametralladora de imágenes originales y audaces, pero comprensibles y asimilables, sin desbordarse un segundo por fuera de la estructura gramatical o la morfología para que el resultado sea un grito desbalanceado. ¡Cómo imagina Cabezón Cámera y cómo escribe! Su prosa es épica, o sea que viene de una esencia, de un alma, y parece que son los grandes héroes y dioses griegos hablando desde el conocimiento de la eternidad misma, pero su esencia no es la Alta Cultura, el Palacio Azul o el Olimpo, no, su esencia es la carne, la corporalidad, la sensualidad de los sentidos. Se trata de una épica hedonista que ataca también la sacralidad platónica de la literatura consagrada, que ataca el pundonor y las falsas buenas costumbres, que ataca, en suma, la hipocresía sobre la que se construyó toda nuestra sociedad.

Subversiva a fondo, las protagonistas de Cámera son lesbianas y gozan de sus cuerpas y su sexualidad de la misma forma que se aventuran en un océano dominado por machos carniceros. Las escenas eróticas de la novela pueden arrancarte un orgasmo o al menos la urgencia de acabar acariciándote en el toilette más cercano si estás leyendo en un bar o una plaza. Valga este espoiler alert para que planifiquen su lectura en un lugar cómodo que admita la intimidad.

Y cuando esa voluptuosidad estalla en la conciencia en formación de la China Iron, que la narra en su primera persona impetuosa de mujer que conoce al mismo tiempo el amor, el placer y su propio cuerpo, el alcance de esa usina de placer, la novela vuelve a mutar, ya definitivamente.

Hay una única concesión a la tradición, creo, en Las aventuras de la China Iron, permanece la dualidad diseñada por los intelectuales criollos del liberalismo: civilización y barbarie. A Cabezón Cámera no le tiembla la mano para establecer que la mejor educación la china la recibe de la cultura inglesa, de la revolución industrial, aunque venga de una mujer empática, al mismo tiempo intrépida aventurera, como una pirata o una paleontóloga buscando nuevas especies y no de ingenieros y comerciantes, o incluso banqueros. Y tampoco comete el triste y patético tropezón del intelectual americanista con culpa, de idealizar al gaucho y la china como esencia de un salvajismo pre civilizado que no conoce de opresión; todo lo contrario en las primeras dos partes, incluso en su proceso de educación sexual, las dos mujeres contraponen dos arquetipos de humanidad, la China Iron deja siempre claro el barro de brutalidad animal de donde viene, las vejaciones de los machos salvajes contra ella, etcétera.

Sin embargo, cuando llegan a su objetivo final, las dos viajeras, una que huye mientras se educa y la otra que mientras educa persigue su Paraíso monogámico y patronal que salvará de las privaciones a su familia -porque la escocesa en el fondo vino a hacerse L`América como cualquier inmigrante en estos cinco siglos- encuentran algo más, la utopía. La lectora ingenua como yo, que empezaba a ralentar la lectura para no llegar al triste destino de la Tierra de Indios que trazara Hernández en su libro, para que no llegara el destino fatal que una sabe de toda mujer pobre e india que lucha por emanciparse, como si la novela fuera a convertirse en un perrito viejo que ya pronto deberemos sacrificar o simplemente despedir, es sorprendida por la construcción de un futuro utópico, un país deseado, justo allí donde el Estado criollo lo destruyó y sembró de infamias.

Abolir las clases y los géneros


Cabezón Cámera acusa a Hernández de escribir desde el punto de vista del patrón y de robarle la voz al gaucho y también lo acusa de haber participado en esa gran empresa intelectual y política en la que la burguesía argentina construyó el primer enemigo interno, demonio deshumanizado al que justificaba masacrar, torturar, desaparecer: el indio. Y lejos de ofrecernos un detalle descarnado de sufrimiento de millones de pueblos originarios de la Patagonia, la Pampa y el litoral del Paraná y de cómo el Estado criollo, el del odiado Roca sí, pero también del bendecido Hernández, les robó tierras y vidas, Cabezón Cámera construye su Paraíso en la Tierra, una vida organizada con las mismas leyes de selk`nam, tewelche y mapuche antes de las Conquistas: una vida igualitaria, familias que comparten todos los recursos y aprendizajes, donde todo es de propiedad común, hasta el punto de abolir la propiedad, y las clases sociales, y les géneros.

Que nadie acuse de ilusa a la escritora sin pecar de ignorante. Ese es justo el punto de quiebre en la contradicción civilización-barbarie que le saltó a la vista al mismo Charles Darwin cuando conoció a les yamana en las costas de Tierra del Fuego, a bordo del buque negrero y pirata Beagle:

“La perfecta igualdad que reina entre los individuos de las tribus fueguinas no puede menos de retrasar por largo tiempo el desarrollo de su civilización. Así como los animales cuyo instinto los compele a vivir en sociedad y obedecer a un jefe son más capaces de progreso, así también las razas humanas. Bien sea causa, o bien efecto, el hecho es que los pueblos más civilizados son los que tienen gobiernos más artificiales.
[…] En Tierra del Fuego, hasta que surja algún jefe con poder suficiente para consolidar cualquier ventaja alcanzada, por ejemplo, la cría de animales útiles, apenas parece posible que pueda mejorar el estado político del país. Al presente, hasta el menor retazo de tela que se de a un fueguino es hecho jirones y distribuido; de suerte que ningún individuo puede llegar a ser más rico que otro. Por otra parte, es difícil comprender cómo puede aparecer un jefe en tanto que no se reconozca alguna clase de propiedad por la que sea dable manifestar su superioridad y acrecentar su poder.” (17 de diciembre de 1832, Diario de un naturalista alrededor del mundo)

La pulsión de la acumulación privada de riquezas o la “perfecta igualdad” que no reconoce ni propiedad privada, ni acumulación, ni diferencias de poder, he ahí la piedra filosofal que descubren, en éxtasis, las protagonistas de Cabezón Cámera cuando al fin llegan al “desierto” donde mora “el otro cultural”, “el indio salvaje” sobre cuya estigmatización y exterminio se construyeron las bases de la sociedad argentina moderna.

Esa perfecta igualdad que ha venido chocando a los descendientes del Conquistador europeo en nuestra Abya Yala durante los últimos quinientos años, la misma que aún hoy asusta y ofende al estudiante más avanzado lleno de pañuelos verdes, naranjas y de todas las justas causas y colores, es la que subyace a las palabras poéticas que Cabezón Cámera rescata del olvido del castellano impuesto y nombra costumbres y filosofías que reunifican al ser humano a su ambiente como una parte más del todo, y proponen un futuro productivo sentado en las mismas bases que sostuvieron a la humanidad los tres millones de años previos a la aparición de las clases explotadoras y destructoras de ambiente.

La utopía que borda la imaginación de Cámera no es utopía por imposible de recrear sino porque señala un futuro deseable, fabricado con la mejor materia prima de nuestro pasado colectivo, el de las filosofías ancestrales de los pueblos originarios, no para la idealización y la remera o el pin, sino para la construcción posta de una civilización que merezca ser llamada humana, que suplante esta decadente senilidad de un capitalismo que se perpetua sobre la base de putrefaccionar todo lo que toca y existe.

La autora acompaña la mejor veta de su clase social, que aprovechando el privilegio de recursos materiales que la sostengan lejos de la alienación cotidiana a la que somos condenades les laburantes, trabaja reflexionando en lo más avanzado de la autoconciencia, en el mismo eje que los trabajos de Segato, impugna también al Estado criollo como heredero y continuador necesario del programa de explotación de clase y de géneros, porque es esa igualdad organizativa del metabolismo social la que permite liberar los géneros.
Me permito el crimen contemporáneo del espoiler al decir que Cabezón Cámera desacraliza al héroe épico del nacionalismo criollo culeándose a Martín Fierro, quien es liberado de su mandato atávico de macho dominante, pura hombría de coraje y muerte, quien encuentra el amor en todos sus niveles y perfecciones en Tadeo Isidoro Cruz, que no sólo lo salva de la partida de policías, que lo rescata de la tortura y la muerte a manos del ejército, pero además lo penetra analmente y le permite redescubrirse, Martín Fierro se redime de sus crímenes como macho-esposo dueño y paterfamilia encontrando un género autopercibido como travesti, se cruza de bando él también hacia el lado opuesto de su mandato de macho violador, como madre matriarcal de todos los gauchos guachos de la pampa en una toldería eterna. La última parte de la novela es una epifanía en la que Cámera toma el gajo original de la poética de Walt Withman de su raíz originaria, la carta del Jefe Seattle al presidente yanqui, por ejemplo, y la prende al gajo firme y verdadero de la cosmovisión de los pueblos originarios de la Patagonia hasta el Paraná.  

Una literatura deseable y posible


Se pretende encasillar a Cabezón Cámera, ubicarla como a mapuches y ranqueles, qoms y pilagá en reservaciones para que su literatura encuentre el límite biológico de la inanición y el aislamiento y no prospere. Se la juzga de “literatura queer” como alguna vez la academia intentó focalizar una literatura feminista para distraerla del mandato de toda literatura de ser programa universal. En la contratapa de su libro, la reseñista de Ñ María Moreno a pedido de la impresa imperialista Random House se plantea la posibilidad de que las frases de su novela “se repitan hasta olvidar el nombre de la autora, como se dice un verso de tango o del mismo Marín Fierro”. Propone esperar que su literatura se imponga de esta manera en el tiempo y venza las tradiciones, supere los límites actuales de una cultura de masas que expropia a las mayorías populares de la posibilidad de leer libros que cualquier sueldo medio debe pagar endeudándose o bien robar de los anaqueles.

Nos negamos a aceptar esa conclusión. El particular énfasis de la autora en liberar a sus personajes de los límites que el sentido común literario impone a los géneros también en la ficción, absolutamente novedoso y desconocido para nosotres, no la obliga a ser una extraña y particular. La literatura de Cabezón Cámera es universal porque sus raíces son el materialismo dialéctico o histórico bien aplicado, lo mejor de la filosofía oriental re-elaborada en occidente, porque su programa es también universal: la libertad y la fraternidad que occidente se cansa de proponer para el engaño de las grandes masas y reniega de cumplir, para su escarnio.

Los versos inmortales del Martín Fierro no lo son producto de lo implacable de la idea sobre la tradición, existe un operativo enorme y monstruoso –es decir, de varias caras- de un Estado y una clase social dominante que han dispuesto recursos, sueldos y todo el modo de producción simbólico de las academias, las editoriales y la escuela secundaria al servicio de imprimir en la conciencia popular esos versos y no otros, no los de payadores afrodescendientes, que existieron y fueron borrados de la faz conciente del pueblo letrado y del que no sabía leer, como la gauchada que iba a la pulpería a oir que les leyeran el libro del Marín Fierro, por el mismo operativo monstruoso que construyó la Novela Épica Nacional.
Para que la literatura que parió tan hermosa Cabezón Cámera tenga el mismo destino, necesita del mismo modo que una clase social se yerga victoriosa de su más profunda explotación y embrutecimiento planificado, asalte los resortes materiales del Estado, reconstruya el metabolismo social sobre nuevas bases, con la misma perspectiva de igualdad y libertad que sueña la escritora en su utopía, y en liberando las conciencias de las cadenas de la tradición libere también los corazones para que se repitan en las aulas y las camas, como lo hice yo estas primeras semanas del 2020, una y otra vez las palabras de la China Iron hasta que su mantra sea real.

Será esa la lucha que nos propone esta visión de las cosas, quitarle del aislamiento de las cofradías intelectuales y de gentes evolucionadas en sus nichos autocomplacientes y preñarla en las conciencias colectivas de las millones de mujeres esclavizadas y géneros disidentes que parimos movimientos revolucionarios en las calles, los sindicatos, las fábricas y las aulas, que sus bellas banderas permitan ponerle nombre a nuestros sueños comunes, ayuden a calibrar el astrolabio de nuestro deseo colectivo de ser libres, de todo yugo material que encadena nuestro esfuerzo cotidiano, nuestros vínculos afectivos primarios, nuestro deseo.

Ahora que el éxito de las revoluciones permanentes parece cada vez más lejano, otra vez colocado como con Fukuyama en ese olvido sarcástico de lo imposible, ahora que todas nuestras grandes voces y pensadorxs parecen ganades por la política de lo posible, quizás sea ahora el mejor momento para compostar nuestros sueños de un mundo sin explotación con una literatura revolucionaria como la que Gabriela Cabezón Cámera con tanto ahínco decide sostener.

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