Una lectura fanática de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámera, Buenos
Aires, Random House, octubre de 2017.
Con Las aventuras de
la China Iron, Gabriela Cabezón Cámera se comprueba sin duda alguna como la
propuesta más subversiva de la literatura argentina presente. ¿Qué podrá
significar en un contexto donde las propuestas más subversivas sufren un nuevo
proceso de fragmentación golpeadas por la zanahoria de la prebenda democrática
y la represión del Estado? Una esperanza, que no es poco.
Gabriela fue hasta donde estaba marcada la tradición de la
literatura fantástica y la cultura literaria, encontró ese hito de academias y
oropeles y cagó encima; pero cagó encima de una forma tan bien escrita, y con
un sentido tan profundo que abrió un nuevo canal, señaló un nuevo oriente hacia
donde poder caminar.
Tomó de Borges la idea original de pensar la vida de los
personajes secundarios de la primera novela épica argentina, El gaucho Martín Fierro (1872; 1879) y
desarrollarla. Donde Borges sólo se animó a quizás uno de sus mejores cuentos, “Biografía
de Tadeo Isidoro Cruz”, casi rompiendo con el pesimismo filosófico de su matriz
shopenhaueriana del eterno retorno para darnos un renegado que en el momento
definitorio de su vida y su epopeya se pasa de bando, rompe con el Estado para
defender a un perseguido por la ley; allí Cabezón Cámera rompe con Borges y no
se limita a la construcción de otra parte del escenario que justifica y
consolida la gran obra de Hernández, la destruye. Políticamente la destruye y
literariamente la destruye.
Destruyendo el primer mito nacional
Ciento cuarenta años tuvieron que pasar de metabolismos en
la producción cultural argentina, ciento cuarenta años de regurgitar académico,
de luchas en las calles y las almas, para que una heredera de la vieja
Filosofía y Letras re-pensara la epopeya gauchesca desde el punto de vista de
les oprimides y explotades. La China Iron es la esposa de Martín Fierro, que
narra cómo fue violada por el héroe para parirle sus hijos, después que la
secuestrase de manos de su primer tormentador, el Negro payador con el que
Fierro se trenzaba bucólicamente en duelo. Una mirada descarnada, impiadosa de
lo que significaba ser mujer en las familias campesinas proletarizadas por el
avance de la estancia ganadera en la provincia de Buenos Aires, un revés de la
misma trama que quiso denunciar Hernández en su primer libro, cuando buscaba en
la verdad subversiva del obrero rural pampeano el combustible incendiario para
demolerle la base popular al gobierno del masacrador de gauchos, federales e
indios Domingo Faustino Sarmiento.
El gaucho perseguido y oprimido en sus libertades previas
por los ejecutores del Código Rural de Mitre y Vélez Szársfield, eyacula en la
novela de Cámera su frustración y su poder masculino sobre las hembras que son
de su propiedad exclusiva, las que no comparte con el patrón ni la peonada, su
esposa legítima ante dios. Último eslabón de la cadena de esclavitudes de la
llanura pampeana, la China de Fierro huye de su cárcel, que es decir de la
tapera donde está condenada y de su matrimonio. Y en esa huida aprende a
convertirse en un ser humano, incorpora diecinueve siglos de producción
cultural humana, de ciencia y arte, en una odisea también clásica, en la que
Odiseo es una hermosa mujer escocesa buscando a su Penélope sobre una barca
mágica que viene a ser un carretón tucumano, de esos de la colonia, anchos y
altos, tirados por bueyes, que se fabricaban para poder atravesar la inmensidad
famosa de la pampa sin morir ni volverse loque. Y esa hija desviada de la Gran
Albión le enseñó a la chinita esclava no sólo a pensarse y saberse humana desde
la cultura, sino lo más importante, le enseño a sentirse objeto de deseo,
sujeto de derechos, amante y amada.
En ese aprendizaje la protagonista y narradora describe la
verdadera vida que se esconde difuminada en esos versos lacerantes de Hernández
que conmovieron a la propia gauchada allá en el último tercio del diecinueve.
Ataca con viva claridad el sufrimiento de animales y seres humanos con la
intención obsesiva de empatizar en el dolor ajeno que ya le vimos como marca
distintiva en su La Virgen Cabeza, de
2009 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2019/10/la-virgen-cabeza-un-facundo-al-filo-del.html).
Pero si esa violencia misógina nos pareció excesiva y contraproducente en un
escenario contemporáneo harto de violencia contra mujeres y transfeminidades,
nos parece en esta novela exacto, porque desnuda lo que ciento cuarenta y más
años de tradición han querido edulcorar detrás de las estampitas y acuarelas de
Molina Campos.
Si la llanura pampeana fue el corazón de la Argentina
granero del mundo octava potencia que la oligarquía soñó un destino
imperialista como el de Canadá o Australia en el fin del ochocientos y la
primera mitad del siglo veinte, Cabezón Cámera viene a desollarle el cuero pulido
for export y mostrarnos las vísceras con todo y sus olores y sus moscas. Es una
novela que ataca todos los sentidos, no buscando la decoración de la trama sino
la indignación de cada sentido por separado para construir en nuestra
consciencia un coro de luces, olores, aullidos y terrores en la piel para
situarnos en el sufrimiento de las clases explotadas de ese campo bucólico,
incluso el del propio Hernández una vez que se quitó de encima a Sarmiento y
volvió al tono educativo del patrón de estancia progresista y masón que siempre
supo ser.
Porque Cabezón Cámera, cuando creías que estaba en la senda
de Borges, simplemente delirando una de las personajes secundarias de la Gran
Novela Épica Nacional, encuentra en el famoso fortín donde el gaucho Martín
Fierro encontró la esencia del infierno en la tierra, el Ejército Argentino de
fronteras, al propio Hernández encarnando al mismo tiempo al estanciero, el
político, el coronel y el fundador de la literatura nacional, macho a cargo de
un infierno que Cámera llega a describir como Dante en su Divina Comedia (1300) o Tarantino en Django Unchained (2012). La estancia es la patria, la célula básica
del Estado y aquí también fortín de castigo donde se trata de reformar al gaucho
de su salvajismo e inyectarle la civilización europea para que sea un obrero
disciplinado del naciente taylorismo. La verdadera argentina es la que la
maestra yanqui de Sarmiento destrozada por sus alumnos engendra en ese Campo
Malo.
Cabezón se anima a lo que nadie en el campo literario
argento se había animado, destrozar la figura mítica del buen burgués, del
burgués progresista encarnada por Hernández. Lo coloca de nuevo en su lugar, un
macho orgulloso de su estirpe y su clase social, un responsable y copartícipe
del genocidio de gauchos, chinas e indios que parió el capital en estas
tierras. Nadie se había animado a tanto, entre les intelectuales más a la
izquierda, comunistas, maoístas y kirchneristas Juan Manuel de Rosas fue
siempre el límite de la crítica, el Estado Nacional criollo con sentido
nacionalista y antioligárquico –del que celebra el insulto Incalaperra- fue siempre el mito a defender.
Mayor sacrilegio el de Cámera porque su ámbito político es
ese. Quizás ya la intelectualidad argentina no se enerve más por este tipo de
panfeltismos literarios, y nadie le vaya a negar el saludo o la cátedra a
Cabezón Cámera, pero para quienes vivimos y sentimos la necesidad de la verdad
dicha clara y en la cara, con la esperanza de construir armas de destrucción
masiva de la conciencia alienante y colonizante de las clases dominantes, esta
novela será Biblia –o Corán- y su autora, profeta.
Una literatura hedonista
Y hay que decir que además Cabezón Cámera se tomó el trabajo
de pulir su mensaje, de hacer imposible que la crítica erudita la encuentre en
un renuncio. Su prosa es caótica pero prolija, te quema el cerebro en una
ametralladora de imágenes originales y audaces, pero comprensibles y
asimilables, sin desbordarse un segundo por fuera de la estructura gramatical o
la morfología para que el resultado sea un grito desbalanceado. ¡Cómo imagina
Cabezón Cámera y cómo escribe! Su prosa es épica, o sea que viene de una
esencia, de un alma, y parece que son los grandes héroes y dioses griegos
hablando desde el conocimiento de la eternidad misma, pero su esencia no es la
Alta Cultura, el Palacio Azul o el Olimpo, no, su esencia es la carne, la
corporalidad, la sensualidad de los sentidos. Se trata de una épica hedonista
que ataca también la sacralidad platónica de la literatura consagrada, que
ataca el pundonor y las falsas buenas costumbres, que ataca, en suma, la
hipocresía sobre la que se construyó toda nuestra sociedad.
Subversiva a fondo, las protagonistas de Cámera son
lesbianas y gozan de sus cuerpas y su sexualidad de la misma forma que se
aventuran en un océano dominado por machos carniceros. Las escenas eróticas de
la novela pueden arrancarte un orgasmo o al menos la urgencia de acabar
acariciándote en el toilette más cercano si estás leyendo en un bar o una
plaza. Valga este espoiler alert para que planifiquen su lectura en un lugar
cómodo que admita la intimidad.
Y cuando esa voluptuosidad estalla en la conciencia en
formación de la China Iron, que la narra en su primera persona impetuosa de
mujer que conoce al mismo tiempo el amor, el placer y su propio cuerpo, el
alcance de esa usina de placer, la novela vuelve a mutar, ya definitivamente.
Hay una única concesión a la tradición, creo, en Las aventuras de la China Iron,
permanece la dualidad diseñada por los intelectuales criollos del liberalismo:
civilización y barbarie. A Cabezón Cámera no le tiembla la mano para establecer
que la mejor educación la china la recibe de la cultura inglesa, de la
revolución industrial, aunque venga de una mujer empática, al mismo tiempo
intrépida aventurera, como una pirata o una paleontóloga buscando nuevas
especies y no de ingenieros y comerciantes, o incluso banqueros. Y tampoco comete
el triste y patético tropezón del intelectual americanista con culpa, de
idealizar al gaucho y la china como esencia de un salvajismo pre civilizado que
no conoce de opresión; todo lo contrario en las primeras dos partes, incluso en
su proceso de educación sexual, las dos mujeres contraponen dos arquetipos de
humanidad, la China Iron deja siempre claro el barro de brutalidad animal de
donde viene, las vejaciones de los machos salvajes contra ella, etcétera.
Sin embargo, cuando llegan a su objetivo final, las dos
viajeras, una que huye mientras se educa y la otra que mientras educa persigue
su Paraíso monogámico y patronal que salvará de las privaciones a su familia -porque
la escocesa en el fondo vino a hacerse L`América como cualquier inmigrante en
estos cinco siglos- encuentran algo más, la utopía. La lectora ingenua como yo,
que empezaba a ralentar la lectura para no llegar al triste destino de la
Tierra de Indios que trazara Hernández en su libro, para que no llegara el
destino fatal que una sabe de toda mujer pobre e india que lucha por
emanciparse, como si la novela fuera a convertirse en un perrito viejo que ya
pronto deberemos sacrificar o simplemente despedir, es sorprendida por la
construcción de un futuro utópico, un país deseado, justo allí donde el Estado
criollo lo destruyó y sembró de infamias.
Abolir las clases y los géneros
Cabezón Cámera acusa a Hernández de escribir desde el punto
de vista del patrón y de robarle la voz al gaucho y también lo acusa de haber
participado en esa gran empresa intelectual y política en la que la burguesía
argentina construyó el primer enemigo interno, demonio deshumanizado al que
justificaba masacrar, torturar, desaparecer: el indio. Y lejos de ofrecernos un
detalle descarnado de sufrimiento de millones de pueblos originarios de la
Patagonia, la Pampa y el litoral del Paraná y de cómo el Estado criollo, el del
odiado Roca sí, pero también del bendecido Hernández, les robó tierras y vidas,
Cabezón Cámera construye su Paraíso en la Tierra, una vida organizada con las
mismas leyes de selk`nam, tewelche y mapuche antes de las Conquistas: una vida
igualitaria, familias que comparten todos los recursos y aprendizajes, donde
todo es de propiedad común, hasta el punto de abolir la propiedad, y las clases
sociales, y les géneros.
Que nadie acuse de ilusa a la escritora sin pecar de
ignorante. Ese es justo el punto de quiebre en la contradicción
civilización-barbarie que le saltó a la vista al mismo Charles Darwin cuando
conoció a les yamana en las costas de Tierra del Fuego, a bordo del buque
negrero y pirata Beagle:
“La perfecta igualdad que reina
entre los individuos de las tribus fueguinas no puede menos de retrasar por
largo tiempo el desarrollo de su civilización. Así como los animales cuyo
instinto los compele a vivir en sociedad y obedecer a un jefe son más capaces
de progreso, así también las razas humanas. Bien sea causa, o bien efecto, el
hecho es que los pueblos más civilizados son los que tienen gobiernos más artificiales.
[…] En Tierra del Fuego, hasta
que surja algún jefe con poder suficiente para consolidar cualquier ventaja
alcanzada, por ejemplo, la cría de animales útiles, apenas parece posible que
pueda mejorar el estado político del país. Al presente, hasta el menor retazo
de tela que se de a un fueguino es hecho jirones y distribuido; de suerte que
ningún individuo puede llegar a ser más rico que otro. Por otra parte, es
difícil comprender cómo puede aparecer un jefe en tanto que no se reconozca
alguna clase de propiedad por la que sea dable manifestar su superioridad y
acrecentar su poder.” (17 de diciembre de 1832, Diario de un naturalista alrededor del mundo)
La pulsión de la acumulación privada de riquezas o la “perfecta igualdad”
que no reconoce ni propiedad privada, ni acumulación, ni diferencias de poder,
he ahí la piedra filosofal que descubren, en éxtasis, las protagonistas de
Cabezón Cámera cuando al fin llegan al “desierto” donde mora “el otro cultural”,
“el indio salvaje” sobre cuya estigmatización y exterminio se construyeron las
bases de la sociedad argentina moderna.
Esa perfecta igualdad que ha venido chocando a los descendientes del
Conquistador europeo en nuestra Abya Yala durante los últimos quinientos años,
la misma que aún hoy asusta y ofende al estudiante más avanzado lleno de
pañuelos verdes, naranjas y de todas las justas causas y colores, es la que
subyace a las palabras poéticas que Cabezón Cámera rescata del olvido del
castellano impuesto y nombra costumbres y filosofías que reunifican al ser
humano a su ambiente como una parte más del todo, y proponen un futuro
productivo sentado en las mismas bases que sostuvieron a la humanidad los tres
millones de años previos a la aparición de las clases explotadoras y
destructoras de ambiente.
La utopía que borda la imaginación de Cámera no es utopía por imposible
de recrear sino porque señala un futuro deseable, fabricado con la mejor
materia prima de nuestro pasado colectivo, el de las filosofías ancestrales de
los pueblos originarios, no para la idealización y la remera o el pin, sino
para la construcción posta de una civilización que merezca ser llamada humana,
que suplante esta decadente senilidad de un capitalismo que se perpetua sobre
la base de putrefaccionar todo lo que toca y existe.
La autora acompaña la mejor veta de su clase social, que aprovechando el
privilegio de recursos materiales que la sostengan lejos de la alienación
cotidiana a la que somos condenades les laburantes, trabaja reflexionando en lo
más avanzado de la autoconciencia, en el mismo eje que los trabajos de Segato,
impugna también al Estado criollo como heredero y continuador necesario del
programa de explotación de clase y de géneros, porque es esa igualdad
organizativa del metabolismo social la que permite liberar los géneros.
Me permito el crimen contemporáneo del espoiler al decir que Cabezón
Cámera desacraliza al héroe épico del nacionalismo criollo culeándose a Martín
Fierro, quien es liberado de su mandato atávico de macho dominante, pura
hombría de coraje y muerte, quien encuentra el amor en todos sus niveles y
perfecciones en Tadeo Isidoro Cruz, que no sólo lo salva de la partida de
policías, que lo rescata de la tortura y la muerte a manos del ejército, pero
además lo penetra analmente y le permite redescubrirse, Martín Fierro se redime
de sus crímenes como macho-esposo dueño y paterfamilia encontrando un género
autopercibido como travesti, se cruza de bando él también hacia el lado opuesto
de su mandato de macho violador, como madre matriarcal de todos los gauchos
guachos de la pampa en una toldería eterna. La última parte de la novela es una
epifanía en la que Cámera toma el gajo original de la poética de Walt Withman de
su raíz originaria, la carta del Jefe Seattle al presidente yanqui, por
ejemplo, y la prende al gajo firme y verdadero de la cosmovisión de los pueblos
originarios de la Patagonia hasta el Paraná.
Una
literatura deseable y posible
Se pretende encasillar a Cabezón Cámera, ubicarla como a mapuches y
ranqueles, qoms y pilagá en reservaciones para que su literatura encuentre el
límite biológico de la inanición y el aislamiento y no prospere. Se la juzga de
“literatura queer” como alguna vez la academia intentó focalizar una literatura
feminista para distraerla del mandato de toda literatura de ser programa
universal. En la contratapa de su libro, la reseñista de Ñ María Moreno a pedido de la impresa imperialista Random House se
plantea la posibilidad de que las frases de su novela “se repitan hasta olvidar
el nombre de la autora, como se dice un verso de tango o del mismo Marín Fierro”. Propone esperar que su literatura se imponga de
esta manera en el tiempo y venza las tradiciones, supere los límites actuales
de una cultura de masas que expropia a las mayorías populares de la posibilidad
de leer libros que cualquier sueldo medio debe pagar endeudándose o bien robar
de los anaqueles.
Nos negamos a aceptar esa conclusión. El particular énfasis de la autora
en liberar a sus personajes de los límites que el sentido común literario
impone a los géneros también en la ficción, absolutamente novedoso y
desconocido para nosotres, no la obliga a ser una extraña y particular. La literatura de Cabezón Cámera es universal
porque sus raíces son el materialismo dialéctico o histórico bien aplicado, lo
mejor de la filosofía oriental re-elaborada en occidente, porque su programa es
también universal: la libertad y la fraternidad que occidente se cansa de proponer
para el engaño de las grandes masas y reniega de cumplir, para su escarnio.
Los versos inmortales del Martín
Fierro no lo son producto de lo implacable de la idea sobre la tradición,
existe un operativo enorme y monstruoso –es decir, de varias caras- de un
Estado y una clase social dominante que han dispuesto recursos, sueldos y todo
el modo de producción simbólico de las academias, las editoriales y la escuela
secundaria al servicio de imprimir en la conciencia popular esos versos y no
otros, no los de payadores afrodescendientes, que existieron y fueron borrados
de la faz conciente del pueblo letrado y del que no sabía leer, como la
gauchada que iba a la pulpería a oir que les leyeran el libro del Marín Fierro,
por el mismo operativo monstruoso que construyó la Novela Épica Nacional.
Para que la literatura que parió tan hermosa Cabezón Cámera tenga el
mismo destino, necesita del mismo modo que una clase social se yerga victoriosa
de su más profunda explotación y embrutecimiento planificado, asalte los
resortes materiales del Estado, reconstruya el metabolismo social sobre nuevas
bases, con la misma perspectiva de igualdad y libertad que sueña la escritora
en su utopía, y en liberando las conciencias de las cadenas de la tradición
libere también los corazones para que se repitan en las aulas y las camas, como
lo hice yo estas primeras semanas del 2020, una y otra vez las palabras de la
China Iron hasta que su mantra sea real.
Será esa la lucha que nos propone esta visión de las cosas,
quitarle del aislamiento de las cofradías intelectuales y de gentes
evolucionadas en sus nichos autocomplacientes y preñarla en las conciencias
colectivas de las millones de mujeres esclavizadas y géneros disidentes que
parimos movimientos revolucionarios en las calles, los sindicatos, las fábricas
y las aulas, que sus bellas banderas permitan ponerle nombre a nuestros sueños
comunes, ayuden a calibrar el astrolabio de nuestro deseo colectivo de ser
libres, de todo yugo material que encadena nuestro esfuerzo cotidiano, nuestros
vínculos afectivos primarios, nuestro deseo.
Ahora que el éxito de las revoluciones permanentes parece
cada vez más lejano, otra vez colocado como con Fukuyama en ese olvido
sarcástico de lo imposible, ahora que todas nuestras grandes voces y pensadorxs
parecen ganades por la política de lo posible, quizás sea ahora el mejor
momento para compostar nuestros sueños de un mundo sin explotación con una
literatura revolucionaria como la que Gabriela Cabezón Cámera con tanto ahínco
decide sostener.
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