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lunes, 27 de enero de 2020

Arriba les trans pobres del mundo


Una crónica sobre la decisión de transicionar tu género
Las tiras de los Monobloques de Villa Soldati, desde el aula de la vieja EEM 1 DE 5º


Lo más jodido de mi laburo son los velorios de estudiantes. En quince años de aula ya participé en una docena. Es una bronca universal cuando muere alguien de quince o dieciséis, por lo prematuro, por lo injusto.

Ahí te das cuenta todo lo que te aliena este laburo, cuando te dan la novedad por el mail o el wasap de la escuela y no reconocés el nombre.

Putiás por la muerte, siempre absurda, ya sea por los balazos de la policía, de los ruchis que laburan para la yuta o los narcos, ya sea por el presupuesto que la mafia del IVC no puso en los monoblocks de Soldati, o el presupuesto que no ponen en higiene o señalización de tránsito desde Plaza Túpac Amaru (ex Virreyes) hasta Rabanal. Siempre es el mismo asesino con distinto rostro, el Estado. Garante también de construir los ghuettos donde obligan a vivir a la enorme masa de familias obreras y de pequeño burguesía pobre en nuestra ciudad, de donde cada tanto desalojan en verdaderos progroms avalados desde los medios masivos de comunicación, que ya han construido al chivo expiatorio ideal de una sociedad barbárica, el villero, la villerita. Seres descartables, un poco más caros que los perros o los caballos que les acompañan.

Y putiás también porque no podés relacionar uno de los cientos de rostros a los que les tomaste lista en estos quince años de condena en las aulas, también abandonadas por el presupuesto del Estado, con ese nombre y apellido en la pantalla. Te das cuenta que el ritmo de híper-explotación que el Estado viene aplicando con intensidad a la docencia en Argentina en los últimos veinte años te deshumanizó, sos une robot que registra piezas de información y las va descartando a la papelera de reciclaje cada ciclo lectivo para hacer espacio y poner nueva información, que va a ser tan fugaz como la anterior.

Y mientras te vas preparando para el velorio, decidís qué ropa te ponés, qué carajo le vas a decir a esa familia destrozada, si conviene caer a una casilla dentro del barrio copada por los ñerys del difunto, a punta de pistola y en pie de guerra, mientras te vas poniendo lo que toda la cultura dice que corresponde en estos casos, absurdo todo, vas cotejando y reconstruyendo los últimos minutos de esa vida, con compañeres que te van tirando recuerdos de gestos o acciones de ese pibe o esa piba, sobrenombres, retacitos de biografías desde el punto de vista de gente que te registró durante un décimo de tu vida, como fogonazo en la escuela, que viene a ser una pantalla de mil pantallas, pasando doscientas series en simultáneo.

Así vas armando con la Lumi o el Maps, del papel a la pantalla de tu paso por esta secuencia del siglo, el recorrido y las combinaciones para llegar a la sala velatoria, y el esfuerzo por unir rostro, anécdotas y el nombre de la lista te va retorciendo la conciencia, te tortura doble el dolor de que ese cadáver alguna vez fue un total extraño frente a vos durante varias horas en las que intentaste transmitirle alguna cosa útil para su vida entre tanta historia y geografía.

Carajo, y recién cuando pasaste por la pasarela de saludos y pésames de jóvenes caritas con los ojitos colorados, con los iris de colores cambiados por el prisma del llanto estacionado, dejando los saludos protocolares a autoridades y compañeres de laburo para después, para después que te acerques al segundo piso, la sala del fondo, donde sea que se hace un hueco y un cajón de madera rodeado de roscas verdes y bendecido por una cruz de bronce, te deja ver entre los tules blancos y el maquillaje profesional, ese rostro que iba con ese nombre y esas anécdotas, y sus gestos, y de repente se rompe una compuerta, se agrieta el iceberg que la alienación te construyó en el corazón y con la catarata de tus lágrimas y mocos te vienen a la memoria también la voz y la mirada de ese ser humane con quien tantos momentos significativos de tu vida y de su vida compartieron en la calidez de la relación de enseñanza y aprendizaje, una de las más bellas y tiernas formas de amor fraterno que nuestra especie inventó hace millones de años para sobrevivir en un mundo hostil.

Como si no pudiera escribirles doce historias tan terribles, quiero ahora contarles una, porque se viene el juicio del Estado contra Higui, y porque la muerte de Yastin, en febrero de 2019, fue el gatillo que me disparó a expresar mi identidad de género autopercibido también en las escuelas donde laburo.

Una vez me descolocaron con una pregunta delicada si se responde desde la honestidad, no si se la piensa desde la correctitud política. ¿Vos decidiste ser una persona transgénero o ya lo sentías? Resulta pues que yo comencé públicamente mi transición de género en la primavera de 2018, casi treinta y seis años después de haber reprimido por primera vez mi deseo a los seis años, como reacción defensiva ante el abuso de mis conmilitones del primer grado del Colegio San Roque González de la ciudad hermosa con nombre horrible, Posadas, en la más bella de las 23 provincias argentinas, Misiones.

A tu edad, es una decisión muy íntima y delicada salir del clóset. Ya tenés una familia, un laburo, toda una vida andamiada y más cuando te amoldaste lo mejor que pudiste al disfraz de varón heterosexual desde el CBC hasta terminar la facu, durante toda tu militancia universitaria, barrial y sindical. Son muchas relaciones ya tejidas que llevan más de dos décadas habituadas al disfraz de convenciones culturales que vestiste todos estos años. Y desde los católicos hasta los troskos, todos los ambientes que frecuentaste son conservadores –como mínimo, reaccionarios en algunos extremos- con respecto a las relaciones familiares, el deseo sexual y las identidades no heteronormadas. O sea, pakis hechos y derechos.

Lo sabés bien porque vos mismo lo fuiste, lo militaste, lo sostuviste en la piel y la palabra. Vos también reprodujiste prejuicios de género y te mofaste en masculino de las compañeras trans, vos mismo no entendías un pomo de todo este asunto hasta hace tan poco, tanto que te negaste a vos misme la chance de saber quién carajo eras debajo del traje que te pusieron el Registro Civil, tu familia, la Iglesia, la escuela, la UBA, tus amistades, tus patrones. Entonces, cuando tenés que cambiar todo tu vestuario, las convenciones culturales esas, y mostrarte al mundo de una forma más honesta con lo que sos, cuando sabés que vas a salir desnude al mundo de nuevo, desde novo, lo pensás un montón.

Estuve cuatro meses en terapia específica para personas trans después de un año de sufrir crisis de identidad de género y cuatro años explorando mi bisexualidad después de dos grandes crisis vitales en los últimos cinco años, en las que perdí los dos grandes mandatos que organizaban mi camino en la vida, mi familia y mi partido político, antes de tomar la decisión.

Porque, las organizaciones y militantes de la comunidad LGTTTBIQ+ tienen toda la razón cuando batallan que no se trata de caprichos, sino de que nos expresamos como nos sentimos, como somos en realidad. Por lo tanto la elección de una identidad de género que exprese nuestro deseo sexual o nuestra forma de percibirnos, o ambas, es en realidad la puesta en funcionamiento de todos nuestros mecanismos emotivos y sociales para intentar liberar lo que estaba dentro nuestro, reprimido. Pero también es una decisión que se toma todos los días, desde el primero hasta el último de tu vida, cuando enfrentás a la misma caterva de convenciones culturales y sus gendarmes, que te mantuvieron a raya y que quieren corregirte para que vuelvas a la cárcel de donde decidiste irte.

Yastin había nacido en una familia de los monoblocks de Soldati con un nombre de mujer, criada de acuerdo a las leyes más extendidas e invisibles que determinaron que la vulva en su cuerpo de bebé definía que debía ser una mujercita. Como Higui, cuando Yastin se sintió atraída sólo por cuerpos con vulva, que entendía eran mujeres, tuvo que defender su lesbiandad como se debe defender la lesbiandad en nuestras barriadas obreras, a las piñas, a lo guapo. Ser gay en Villa Soldati, que es el barrio obrero que mejor conozco, aunque imagino que en los demás pasa lo mismo, ser gay en la villa exige tener mucho aguante. Como muchas lesbianas jóvenes que conocí en la escuela estos últimos diez años, Yastin comenzó a pedir cancha en los potreros para aguantarse el mano a mano con la bocha bajo la suela, tirar gambetas imposibles sobre y alrededor de las guadañas impunes, rompehuesos, que se permiten en los reglamentos no aprobados por AFA de nuestras barriadas.

Así le conocí, con una camiseta de algún club de fútbol pintada al cuerpo, todo el tiempo, todo el día, en el aula, en el comedor, en la esquina y en todo lugar donde la encontrase una selfie o una instastory. Pero Yastin empezó a sentir que ella era algo más, que no se terminaba en una orientación sexual por personas de su misma genitalidad, ella no era ella, era él. Y así, a lo guapo, como en la cancha o en los pasillos, entre las tiras, Yastin un día se puso Yastin en el perfil, por su adorado Bieber, pero así, Yastin, así con gramática de su barrio, con su voz y su acento en el nombre autopercibido y salió a enfrentarse al mundo como un varón trans.

La verdad es que no lo viste, en tu aula nunca te animaste a preguntarle cuáles pronombres prefería para que la llamases cuando debías pedirle lección o corregirle o lo que sea que tu función de profe te obligaba a dirigirle la palabra. Cómo le ibas a preguntar si eras uno de los 80 docentes de la escuela que no sabía nada de la Ley Nacional de Identidad de Género ni de protocolos que nadie te había informado ni sabías que en 1992 una tal Judith Butler concluyó que el género es performático para comprender a su tía travesti fallecida después de miles de torturas en una cárcel de Texas.

Pero el día del velorio te contaron que Yastin, a quien la mitad de sus adoradas y afectuosas hermanas seguían mencionando con su nombre de mujer, sin malicia, por costumbre, llegó a proponerle a su novia darle el apellido a su hijo, casarse por ley, sin siquiera conocer la ley o haber consultado a une profesional ni siquiera haber pasado por el proceso que va del flash en una ESI hasta la terapia y el asesoramiento. Así, de guapo, sin pedir permiso para su deseo. Así como decidió terminar de sufrir cuando todo ese mundo que lo rodeaba pareció complotarse para que no pueda ser feliz con su deseo en la piel.

Lo cierto es que Yastin también tomó una decisión provocada por una insoportable presión que le surgía de lo más profundo de su ser, como yo, como cualquiera que salió del clóset. Pero el clóset donde lo quisieron encadenar era más fuerte, y sus recursos para destruirlo menores, o más débiles; lo cierto es que fracasamos como barrio y como escuela para ayudarlo a ser quien quería ser. No estuvimos a la altura, no supimos sostenerlo y se nos cayó de entre las manos.

Esa noche al final del verano en Nueva Pompeya, apoyé la mano derecha sobre el cajón, como tantas veces hicieron mis ancestros antes que yo, y le juré a Yastin, como le había jurado a Teresa que iba a enfrentar la vida que a ella le arrancaron en la plenitud, como le juré a Mariano que iba a ser todo lo buen bolchevique que pudiera como él, me juré a mí misma que no iba a volver a esconder mi identidad en la misma escuela en la que él cursó y en la que yo laburo todavía. Ni en ningún lugar de trabajo, o de juego, o de ocio, o de lucha, o de lo que sea, ni siquiera en la mesa familiar. Que yo no me disfrazaba más, que iba a tener el coraje que él tuvo y que iba a dejar la vida ayudando a otres como él para que no terminen tan solitaries a la hora de tomar decisiones tan importantes como vivir o abandonar la vida.

En marzo comenzaron las clases de nuevo en Villa Soldati y en Balvanera, las dos escuelas donde laburo hace doce años continuos. En mayo, el insulto de una estudiante con quien teníamos un muy buen vínculo, le puso tope a los dos meses que llevaba aguantándome insultos contra mi género autopercibido, y decidí que antes de responder con la violencia necesaria o seguir aguantando la tortura, debía preservarme y después de dos meses de batallas legales contra la inoperancia de mi patronal, ayudada por mi delegada, asistida por las secretarias de género de otros dos sindicatos docentes a los que no estoy afiliada y por la inestimable ayuda legal y humana del equipo LGTBI de la Defensoría del Pueblo de la CABA, logramos que mi patronal relocalizara (trans)itoriamente mis horas cátedra de Soldati a Balvanera para no exponer mi seguridad física o psicológica, hasta que pudiesen garantizármela en la misma escuela.

Mi patronal, el Ministerio de Educación porteño, nunca me propuso preservar mi integridad física y emocional a pesar de haber sufrido siete robos e intentos de homicidio itinere en los primeros ocho años de trabajo como docente, pero reaccionó frente al ataque a mi condición de género. Hipocresía, dirán muches de ustedes. Puede ser. También es cierto que la movilización de las organizaciones que luchan por los derechos de género y de las mujeres tiene mucha más fuerza concreta y transformadora que la de las burocracias sindicales que ayudan a destruir la poca conciencia de clase autónoma que queda entre nuestra clase obrera. Y el Estado entrega los derechos que nos merecemos sólo cuando tiene miedo que nuestra fuerza lo lastime mucho más de lo que le costará intentar aplacarnos.

Durante el segundo cuatrimestre del ciclo lectivo que inauguramos enterrando a Yastin en 
Soldati, pude concentrar toda mi capacidad en una sola escuela, donde Mauro decidió por primera vez hacer pública su identidad de jóven varón trans, frente a estudiantes y docentes, primero, y frente a su familia después. La decisión que tomé esa noche en Nueva Pompeya me permitió verlo y colaborar con el equipo docente que se puso a acompañarlo para que su proceso fluyera con menos resistencias o más recursos, o más aguante de los costados. El día que se cumplía el primer aniversario del comienzo consciente de mi transición de género, un 7 de noviembre, mi cumpleaños revolucionario de trava trosca, asistimos a la primer clase sobre identidades de género de la historia de nuestra escuela, Mauro y yo, juntes.

Cerramos ese 2019 en diciembre celebrando su salida del clóset con alegría cuando le entregamos su primer boletín con la fórmula que la Ley establece se puede usar previo al cambio definitivo ante el Registro Civil y un juego de calificaciones excelente.

El universo se comporta así, pensás, con crueldad. Taba o culo, muerte o vida. El resultado de la lucha de nuestras decisiones conscientes o guiadas por lo que no sabemos de nosotres mismes, en medio de las enormes e invisibles presiones del medio social y cultural en el que nadamos cada día para no dejar de respirar, no lo podemos definir nosotres. Ninguna de las variables que pueden definir nuestra suerte está ni cerca del nulo poder individual que necesitaríamos para aspirar a vencer. Somos la clase más desposeída y explotada de nuestra ciudad y al mismo tiempo habitamos identidades de género incomprendidas y repudiadas. Somos les últimes del barro más hondo.

No obstante, guarda, podemos decidir dar pelea, mantenernos en guardia, entrenando para sostenernos y aguantarnos entre quienes estamos en la misma. Y si el agua fluye o la tierra tiembla, alguna vez el barro será alud y en desbordándonos todes por la faz de la tierra del paraíso heteronormado y patriarcal de este capitalismo descompuesto y senil, nuestra lucha, del barro se hará limo, nutriente de todas las vidas jóvenes que ayudaremos a fortalecer para que no les quiebren, en defensa de su deseo, de su felicidad.

Y la Tierra será el Paraíso para todos los Yastin y Mauro de este jodido mundo.

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