Una crónica sobre la decisión de transicionar tu género
Las tiras de los Monobloques de Villa Soldati, desde el aula de la vieja EEM 1 DE 5º |
Lo más jodido de mi laburo son los velorios de estudiantes.
En quince años de aula ya participé en una docena. Es una bronca universal
cuando muere alguien de quince o dieciséis, por lo prematuro, por lo injusto.
Ahí te das cuenta todo lo que te aliena este laburo, cuando
te dan la novedad por el mail o el wasap de la escuela y no reconocés el
nombre.
Putiás por la muerte, siempre absurda, ya sea por los
balazos de la policía, de los ruchis que laburan para la yuta o los narcos, ya
sea por el presupuesto que la mafia del IVC no puso en los monoblocks de
Soldati, o el presupuesto que no ponen en higiene o señalización de tránsito
desde Plaza Túpac Amaru (ex Virreyes) hasta Rabanal. Siempre es el mismo
asesino con distinto rostro, el Estado. Garante también de construir los
ghuettos donde obligan a vivir a la enorme masa de familias obreras y de
pequeño burguesía pobre en nuestra ciudad, de donde cada tanto desalojan en
verdaderos progroms avalados desde los medios masivos de comunicación, que ya
han construido al chivo expiatorio ideal de una sociedad barbárica, el villero,
la villerita. Seres descartables, un poco más caros que los perros o los
caballos que les acompañan.
Y putiás también porque no podés relacionar uno de los
cientos de rostros a los que les tomaste lista en estos quince años de condena
en las aulas, también abandonadas por el presupuesto del Estado, con ese nombre
y apellido en la pantalla. Te das cuenta que el ritmo de híper-explotación que
el Estado viene aplicando con intensidad a la docencia en Argentina en los
últimos veinte años te deshumanizó, sos une robot que registra piezas de
información y las va descartando a la papelera de reciclaje cada ciclo lectivo
para hacer espacio y poner nueva información, que va a ser tan fugaz como la
anterior.
Y mientras te vas preparando para el velorio, decidís qué
ropa te ponés, qué carajo le vas a decir a esa familia destrozada, si conviene
caer a una casilla dentro del barrio copada por los ñerys del difunto, a punta
de pistola y en pie de guerra, mientras te vas poniendo lo que toda la cultura
dice que corresponde en estos casos, absurdo todo, vas cotejando y reconstruyendo
los últimos minutos de esa vida, con compañeres que te van tirando recuerdos de
gestos o acciones de ese pibe o esa piba, sobrenombres, retacitos de biografías
desde el punto de vista de gente que te registró durante un décimo de tu vida,
como fogonazo en la escuela, que viene a ser una pantalla de mil pantallas,
pasando doscientas series en simultáneo.
Así vas armando con la Lumi o el Maps, del papel a la
pantalla de tu paso por esta secuencia del siglo, el recorrido y las
combinaciones para llegar a la sala velatoria, y el esfuerzo por unir rostro,
anécdotas y el nombre de la lista te va retorciendo la conciencia, te tortura
doble el dolor de que ese cadáver alguna vez fue un total extraño frente a vos
durante varias horas en las que intentaste transmitirle alguna cosa útil para
su vida entre tanta historia y geografía.
Carajo, y recién cuando pasaste por la pasarela de saludos y
pésames de jóvenes caritas con los ojitos colorados, con los iris de colores
cambiados por el prisma del llanto estacionado, dejando los saludos
protocolares a autoridades y compañeres de laburo para después, para después
que te acerques al segundo piso, la sala del fondo, donde sea que se hace un
hueco y un cajón de madera rodeado de roscas verdes y bendecido por una cruz de
bronce, te deja ver entre los tules blancos y el maquillaje profesional, ese
rostro que iba con ese nombre y esas anécdotas, y sus gestos, y de repente se
rompe una compuerta, se agrieta el iceberg que la alienación te construyó en el
corazón y con la catarata de tus lágrimas y mocos te vienen a la memoria
también la voz y la mirada de ese ser humane con quien tantos momentos
significativos de tu vida y de su vida compartieron en la calidez de la
relación de enseñanza y aprendizaje, una de las más bellas y tiernas formas de
amor fraterno que nuestra especie inventó hace millones de años para sobrevivir
en un mundo hostil.
Como si no pudiera escribirles doce historias tan terribles,
quiero ahora contarles una, porque se viene el juicio del Estado contra Higui,
y porque la muerte de Yastin, en febrero de 2019, fue el gatillo que me disparó
a expresar mi identidad de género autopercibido también en las escuelas donde
laburo.
Una vez me descolocaron con una pregunta delicada si se
responde desde la honestidad, no si se la piensa desde la correctitud política.
¿Vos decidiste ser una persona transgénero
o ya lo sentías? Resulta pues que yo comencé públicamente mi transición de
género en la primavera de 2018, casi treinta y seis años después de haber
reprimido por primera vez mi deseo a los seis años, como reacción defensiva
ante el abuso de mis conmilitones del primer grado del Colegio San Roque
González de la ciudad hermosa con nombre horrible, Posadas, en la más bella de
las 23 provincias argentinas, Misiones.
A tu edad, es una decisión muy íntima y delicada salir del
clóset. Ya tenés una familia, un laburo, toda una vida andamiada y más cuando
te amoldaste lo mejor que pudiste al disfraz de varón heterosexual desde el CBC
hasta terminar la facu, durante toda tu militancia universitaria, barrial y
sindical. Son muchas relaciones ya tejidas que llevan más de dos décadas
habituadas al disfraz de convenciones culturales que vestiste todos estos años.
Y desde los católicos hasta los troskos, todos los ambientes que frecuentaste
son conservadores –como mínimo, reaccionarios en algunos extremos- con respecto
a las relaciones familiares, el deseo sexual y las identidades no
heteronormadas. O sea, pakis hechos y derechos.
Lo sabés bien porque vos mismo lo fuiste, lo militaste, lo
sostuviste en la piel y la palabra. Vos también reprodujiste prejuicios de
género y te mofaste en masculino de las compañeras trans, vos mismo no
entendías un pomo de todo este asunto hasta hace tan poco, tanto que te negaste
a vos misme la chance de saber quién carajo eras debajo del traje que te
pusieron el Registro Civil, tu familia, la Iglesia, la escuela, la UBA, tus
amistades, tus patrones. Entonces, cuando tenés que cambiar todo tu vestuario,
las convenciones culturales esas, y mostrarte al mundo de una forma más honesta
con lo que sos, cuando sabés que vas a salir desnude al mundo de nuevo, desde
novo, lo pensás un montón.
Estuve cuatro meses en terapia específica para personas
trans después de un año de sufrir crisis de identidad de género y cuatro años
explorando mi bisexualidad después de dos grandes crisis vitales en los últimos cinco años, en las que
perdí los dos grandes mandatos que organizaban mi camino en la vida, mi familia
y mi partido político, antes de tomar la decisión.
Porque, las organizaciones y militantes de la comunidad
LGTTTBIQ+ tienen toda la razón cuando batallan que no se trata de caprichos,
sino de que nos expresamos como nos sentimos, como somos en realidad. Por lo
tanto la elección de una identidad de género que exprese nuestro deseo sexual o
nuestra forma de percibirnos, o ambas, es en realidad la puesta en
funcionamiento de todos nuestros mecanismos emotivos y sociales para intentar
liberar lo que estaba dentro nuestro, reprimido. Pero también es una decisión
que se toma todos los días, desde el primero hasta el último de tu vida, cuando
enfrentás a la misma caterva de convenciones culturales y sus gendarmes, que te
mantuvieron a raya y que quieren corregirte para que vuelvas a la cárcel de
donde decidiste irte.
Yastin había nacido en una familia de los monoblocks de
Soldati con un nombre de mujer, criada de acuerdo a las leyes más extendidas e
invisibles que determinaron que la vulva en su cuerpo de bebé definía que debía
ser una mujercita. Como Higui, cuando Yastin se sintió atraída sólo por cuerpos
con vulva, que entendía eran mujeres, tuvo que defender su lesbiandad como
se debe defender la lesbiandad en nuestras barriadas obreras, a las piñas, a lo
guapo. Ser gay en Villa Soldati, que es el barrio obrero que mejor conozco,
aunque imagino que en los demás pasa lo mismo, ser gay en la villa exige tener
mucho aguante. Como muchas lesbianas jóvenes que conocí en la escuela estos
últimos diez años, Yastin comenzó a pedir cancha en los potreros para
aguantarse el mano a mano con la bocha bajo la suela, tirar gambetas imposibles
sobre y alrededor de las guadañas impunes, rompehuesos, que se permiten en los
reglamentos no aprobados por AFA de nuestras barriadas.
Así le conocí, con una camiseta de algún club de fútbol pintada al
cuerpo, todo el tiempo, todo el día, en el aula, en el comedor, en la esquina y
en todo lugar donde la encontrase una selfie o una instastory. Pero Yastin
empezó a sentir que ella era algo más, que no se terminaba en una orientación
sexual por personas de su misma genitalidad, ella no era ella, era él. Y así, a
lo guapo, como en la cancha o en los pasillos, entre las tiras, Yastin un día
se puso Yastin en el perfil, por su adorado Bieber, pero así, Yastin, así con
gramática de su barrio, con su voz y su acento en el nombre autopercibido y
salió a enfrentarse al mundo como un varón trans.
La verdad es que no lo viste, en tu aula nunca te animaste a
preguntarle cuáles pronombres prefería para que la llamases cuando debías
pedirle lección o corregirle o lo que sea que tu función de profe te obligaba a
dirigirle la palabra. Cómo le ibas a preguntar si eras uno de los 80 docentes
de la escuela que no sabía nada de la Ley Nacional de Identidad de Género ni de
protocolos que nadie te había informado ni sabías que en 1992 una tal Judith
Butler concluyó que el género es performático para comprender a su tía travesti
fallecida después de miles de torturas en una cárcel de Texas.
Pero el día del velorio te contaron que Yastin, a quien la
mitad de sus adoradas y afectuosas hermanas seguían mencionando con su nombre
de mujer, sin malicia, por costumbre, llegó a proponerle a su novia darle el
apellido a su hijo, casarse por ley, sin siquiera conocer la ley o haber
consultado a une profesional ni siquiera haber pasado por el proceso que va del
flash en una ESI hasta la terapia y el asesoramiento. Así, de guapo, sin pedir
permiso para su deseo. Así como decidió terminar de sufrir cuando todo ese
mundo que lo rodeaba pareció complotarse para que no pueda ser feliz con su
deseo en la piel.
Lo cierto es que Yastin también tomó una decisión provocada
por una insoportable presión que le surgía de lo más profundo de su ser, como
yo, como cualquiera que salió del clóset. Pero el clóset donde lo quisieron
encadenar era más fuerte, y sus recursos para destruirlo menores, o más
débiles; lo cierto es que fracasamos como barrio y como escuela para ayudarlo a
ser quien quería ser. No estuvimos a la altura, no supimos sostenerlo y se nos
cayó de entre las manos.
Esa noche al final del verano en Nueva Pompeya, apoyé la
mano derecha sobre el cajón, como tantas veces hicieron mis ancestros antes que
yo, y le juré a Yastin, como le había jurado a Teresa que iba a enfrentar la
vida que a ella le arrancaron en la plenitud, como le juré a Mariano que iba a
ser todo lo buen bolchevique que pudiera como él, me juré a mí misma que no iba
a volver a esconder mi identidad en la misma escuela en la que él cursó y en la
que yo laburo todavía. Ni en ningún lugar de trabajo, o de juego, o de ocio, o
de lucha, o de lo que sea, ni siquiera en la mesa familiar. Que yo no me
disfrazaba más, que iba a tener el coraje que él tuvo y que iba a dejar la vida
ayudando a otres como él para que no terminen tan solitaries a la hora de tomar
decisiones tan importantes como vivir o abandonar la vida.
En marzo comenzaron las clases de nuevo en Villa Soldati y
en Balvanera, las dos escuelas donde laburo hace doce años continuos. En mayo,
el insulto de una estudiante con quien teníamos un muy buen vínculo, le puso
tope a los dos meses que llevaba aguantándome insultos contra mi género
autopercibido, y decidí que antes de responder con la violencia necesaria o
seguir aguantando la tortura, debía preservarme y después de dos meses de
batallas legales contra la inoperancia de mi patronal, ayudada por mi delegada,
asistida por las secretarias de género de otros dos sindicatos docentes a los
que no estoy afiliada y por la inestimable ayuda legal y humana del equipo
LGTBI de la Defensoría del Pueblo de la CABA, logramos que mi patronal
relocalizara (trans)itoriamente mis horas cátedra de Soldati a Balvanera para no exponer mi
seguridad física o psicológica, hasta que pudiesen garantizármela en la misma
escuela.
Mi patronal, el Ministerio de Educación porteño, nunca me
propuso preservar mi integridad física y emocional a pesar de haber sufrido
siete robos e intentos de homicidio itinere
en los primeros ocho años de trabajo como docente, pero reaccionó frente al
ataque a mi condición de género. Hipocresía, dirán muches de ustedes. Puede
ser. También es cierto que la movilización de las organizaciones que luchan por
los derechos de género y de las mujeres tiene mucha más fuerza concreta y
transformadora que la de las burocracias sindicales que ayudan a destruir la
poca conciencia de clase autónoma que queda entre nuestra clase obrera. Y el
Estado entrega los derechos que nos merecemos sólo cuando tiene miedo que
nuestra fuerza lo lastime mucho más de lo que le costará intentar aplacarnos.
Durante el segundo cuatrimestre del ciclo lectivo que
inauguramos enterrando a Yastin en
Soldati, pude concentrar toda mi capacidad
en una sola escuela, donde Mauro decidió por primera vez hacer pública su
identidad de jóven varón trans, frente a estudiantes y docentes, primero, y frente a
su familia después. La decisión que tomé esa noche en Nueva Pompeya me permitió
verlo y colaborar con el equipo docente que se puso a acompañarlo para que su
proceso fluyera con menos resistencias o más recursos, o más aguante de los
costados. El día que se cumplía el primer aniversario del comienzo consciente
de mi transición de género, un 7 de noviembre, mi cumpleaños revolucionario de
trava trosca, asistimos a la primer clase sobre identidades de género de la
historia de nuestra escuela, Mauro y yo, juntes.
Cerramos ese 2019 en diciembre celebrando su salida del
clóset con alegría cuando le entregamos su primer boletín con la fórmula que la
Ley establece se puede usar previo al cambio definitivo ante el Registro Civil
y un juego de calificaciones excelente.
El universo se comporta así, pensás, con crueldad. Taba o
culo, muerte o vida. El resultado de la lucha de nuestras decisiones conscientes
o guiadas por lo que no sabemos de nosotres mismes, en medio de las enormes e
invisibles presiones del medio social y cultural en el que nadamos cada día para
no dejar de respirar, no lo podemos definir nosotres. Ninguna de las variables
que pueden definir nuestra suerte está ni cerca del nulo poder individual que
necesitaríamos para aspirar a vencer. Somos la clase más desposeída y explotada
de nuestra ciudad y al mismo tiempo habitamos identidades de género
incomprendidas y repudiadas. Somos les últimes del barro más hondo.
No obstante, guarda, podemos decidir dar pelea, mantenernos
en guardia, entrenando para sostenernos y aguantarnos entre quienes estamos en
la misma. Y si el agua fluye o la tierra tiembla, alguna vez el barro será alud
y en desbordándonos todes por la faz de la tierra del paraíso heteronormado y
patriarcal de este capitalismo descompuesto y senil, nuestra lucha, del barro
se hará limo, nutriente de todas las vidas jóvenes que ayudaremos a fortalecer
para que no les quiebren, en defensa de su deseo, de su felicidad.
Y la Tierra será el Paraíso para todos los Yastin y Mauro de
este jodido mundo.
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