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viernes, 7 de agosto de 2020

Duelo de Damas

 Mujeres, nacionalismos y cine: de Malvinas a Irak (y un bonus track en Belfast)

(Publicada conforme a su aparición previa en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2020/07/31/duelo-de-damas/?fbclid=IwAR2--ekjPMSCTtIVDSEp0MRO-SFM7twMCO_P6uVSzsNyrN8IcWJD1Cs_Nzw)

El cine es quizás la más fascinante de las maquinarias que hemos inventado para reelaborar la realidad en artificios, ficciones. Donde estas elaboraciones son menos visibles es en las biopics basadas en historias de personas y hechos que tuvieron un lugar concreto en el tiempo y el espacio. La mirada ingenua –la que mejor disfruta el cine o la literatura como bien enseñaba Borges- es atraída por este subgénero con la transparencia de las moscas que vuelan en línea recta contra las luces calientes que las terminan matando.

Aquí nos proponemos un juego doble de espejos enfrentados para iluminar otra lectura ingenua –desastroso enfoque para les animales políticos- sobre ficciones que tienen consecuencias más nefastas, las de los relatos feministas y nacionalistas de la industria del cine contemporáneo.

Confrontaremos dos películas sobre dos mujeres que lograron una enorme visibilidad debido a sus acciones en la lucha política. Las dos, películas y protagonistas, del mismo origen, Inglaterra; las dos historias ligadas por el mismo hecho histórico: el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano en el contexto de la Guerra de Malvinas/ Falklands War de 1982 y su impacto en la ley que concentra en su cifrado la base fundamental del Estado Policíaco moderno, disfrazado bajo otra ficción muy eficaz, la democracia liberal, la Official Secrets Act del Reino Unido de la Gran Bretaña, prima hermana de la posterior USA Patriotic Act del 2001 y abuela de nuestra Ley Antiterrorista del 2007.

Las dos pelis también están protagonizadas por dos actrices que construyen su interpretación apoyándose en la gestualidad y el cuerpo, la entonación de la voz y las miradas, logrando no sólo el efecto “realista” exigido por sus directeres, aportando el concepto más importante de la historia, la empatía de les espectederes con su sufrimiento.

Nos proponemos, entonces, contemplar Official Secrets de 2019 sobre la trabajadora estatal Katherine Gun que en 2004 filtró un memorándum secreto de la oficina de espionaje del Estado Británico para intentar frenar la invasión de EE.UU. el Reino Unido y sus aliados contra Irak y las vicisitudes del juicio que tuvo que enfrentar, a la luz que aporta el espejo de The Iron Lady, de 2011, la biografía de la primera mujer en ocupar el poder ejecutivo de una gran potencia imperialista en la Era del Capitalismo, Margaret Thatcher.


Una mujer poderosa contra el machismo


La primera secuencia en The Iron Lady/ La dama de hierro puede servirnos para comprender el alcance político de una representación ficcional de una historia real. Una octogenaria sobreponiéndose a los obstáculos de su falta de movilidad y la falta de empatía elemental de otros consumidores que actúan como si no existiera, o bien fastidiados por su existencia, en un supermercado londinense intentando comprar una pinta de leche. Una Meryl Streep en el pináculo de su sabiduría artística nos convoca a abrazarla y acudir en su ayuda sin dudar un segundo. Luego nos iremos enterando que esta frágil mujer anciana es la última fase en la vida de una de las mujeres más poderosas del planeta. Hacía falta todo el poder de la imaginación y de una actriz como nunca volveremos a contemplar para ablandar hasta la mirada más crítica de la mujer que personificó la destrucción de la industria siderúrgica inglesa, el desarme de los derechos laborales de una de las expresiones más avanzadas de la clase obrera mundial y el avance de la reacción conservadora del neoliberalismo que nos ha gobernado los últimos cuarenta años.

Esta primera imagen de la última Margaret es la que enhebra toda su biografía, un ser humano que lidia con el duelo de la pérdida definitiva, de su compañero de vida, de sus hijes mellices, del dominio de su propia conciencia, en fin, de su muerte. Su pasado es narrado con el velo confuso y contradictorio de los recuerdos de la vejez y no desde el punto de vista fáctico-argumentativo del documental. Una peli romántica y tierna que nos va contando la historia de cómo Margaret Roberts pasó de ser la hija-empleada en la grocery store -almacén en criollo- de su padre bajo el bombardeo nazi hasta convertirse en la única mujer batallando en el gallinero del Parliament británico antes de ser Secretaria de Educación del gobierno conservador de 1971 y finalmente no sólo la primera –y única- Prime Minister de la historia del constitucionalismo monárquico fundado en 1688, sino además una de las que más tiempo ocupó la oficina mítica de Downin Street 10, once años entre 1979 y 1990.

Una mujer que sobrevive a la hecatombe nazi y obtiene los mayores triunfos frente al entramado de micromachismos y discriminación misógina de la burocracia política del primer imperio del capitalismo mundial.

Nadie con algo de sangre en las venas en lugar de jugo de tomate frío puede más que compadecerse de esta mujer expulsada del género por sus amigas en la juventud y por la corporación machista de la burocracia política en la adultez porque había decidido nunca adaptarse al rebaño de características que la sociedad imponía a su género. Contra la frivolidad perversa de un destino de ama de casa sometida al esposo dominante, la joven Maggie invertía su tiempo de ocio en estudiar una carrera política en Oxford en lugar de dedicarse a la moda, las danzas o cualquiera de las estrategias necesarias para conseguirse al príncipe azul, el buen partido que asegurase su vida material.

“No quiero morir lavando una taza de té” es la única condición que opone para aceptar la propuesta de matrimonio de su novio en los años cincuenta.

En toda su trayectoria política se obceca en negarse a ejercer un rol “de madre” para ganar votos o tomar decisiones de macro-economía, batalla contra aliados y opositores la obligación de ver más allá de su género las ideas políticas que defiende; la directora pone en su personaje de ficción una contraposición entre sentimientos y racionalidad que no sabemos si guió la ética de la persona representada, pero que caería en el reconocimiento de una dualidad propia del discurso machista. Así las cosas, cabe preguntarse si la propia Margaret Thatcher no se auto percibía como una mujer fuerte debido a que hacía propias características  e idealizaciones que la cultura otorga al género masculino, como la racionalidad.

Con mucho ingenio, los aspectos más horribles de esta estadista se dejan para el nudo narrativo, sin despejar del todo el velo emocional del flashbak de la anciana tierna y atormentada.

La mujer despiadada que no cedió a la huelga de hambre de los diez presos políticos irlandeses, apoyados por manifestaciones de masas y del Vaticano, por votaciones mayoritarias para darles estatus parlamentario y les dejó morir como “criminales convictos que eligieron suicidarse” aparece en cambio como víctima de dos intentos de homicidio por bombas del IRA. La peli además se filma en el contexto de los atentados de Al Qaeda de principios del siglo 21 en las capitales más importantes de Occidente, ejerciendo una doble reivindicación histórica de la estrategia que inmortalizaría para nuestra generación otro nefasto estadista del imperio, George W. Bush: no negociamos con terroristas, los aniquilamos.

La mujer despiadada que no sucumbe a la serie de huelgas con enfrentamientos callejeros contra las fuerzas represivas más larga y violenta de la historia inglesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, desde fines de los setenta hasta la gran huelga minera de 1985, que sumió a la economía británica en el proceso de desindustrialización y desempleo más violento de toda su historia, quebrando el poder de esas famosas tradeunion de la aristocracia obrera que tanto obsesionaban el análisis de Marx, Engels y Lenin en el siglo 19 y sepultando para siempre el carácter de clase del Partido Laborista, aggiornado de márquetin como mero contendiente “progre” por el niñobonito Tony Blair que lo dirigió entre 1997 y 2007 para conquistar el triste galardón de haber conducido al Reino Unido a la guerra ilegal de Bush junior contra Irak. Se la muestra como la ama de casa que asume la responsabilidad de aplicar una medicina desagradable con la justificación de mejorar la salud del enfermo.

La película no se cuestiona el hecho de que Thatcher y su política de ajuste fiscal brutal en educación y salud estatal, tanto en salarios como en recursos, el aumento brutal de la carga impositiva para las familias obreras y de clase media, no sanó al maltrecho capitalismo inglés que entró en su enésima crisis en los años 70 debido a la crisis mundial del petróleo, sino que le dio el golpe de gracia para abrirle paso a una nueva economía, en la que el capital financiero transformaría a Londres en una sucursal de la timba especulativa de Nueva York, una plataforma para que el imperialismo yanqui mantenga a raya el potencial del capital europeo dirigido por Alemania y Francia, un puente para la “recapitalización” de la Rusia post-estalinista y la administración de la acumulación de negocios ilegales por las nuevas burguesías feudales que conocemos con el nombre folletinesco de “mafias rusas”.

La despiadada mujer que tomó la decisión de incurrir en un crimen de guerra, decretando el hundimiento del crucero ARA General Belgrano fuera de la zona de exclusión el 2 de mayo de 1982 y que persiguió judicialmente a su propio Ministro de Defensa después que filtrara las pruebas de dicho crimen hasta que las lagunas legales en la legislación lo absolvieron en 1985, se nos muestra como una estoica heroína que defiende el territorio soberano, a sus ciudadanes desprotegides y enfrenta a una “banda oportunista de asesinos fachistas” como la Junta del gobierno militar argentino que provocó la invasión y el estallido de la guerra “una agresión unilateral no forzada por la hostilidad británica”.

El feminismo desplegado por la directora Phillida Lloyd (Mamma mía, 2008) en su The Iron Lady es todo lo reaccionaria que puede ser una narrativa que limita el enfoque de la realidad histórica en uno sólo de sus aspectos, la opresión de género. Lo cierto es que esa “pobre” anciana era torturada por los fantasmas que ella misma se encargó de encerrar en su closet, aunque luchando contra la opresión patriarcal impuesta por su propia clase social a sus miembras femeninas. No deja nunca de participar de una reivindicación feminista de Grandes Mujeres que lograron triunfar en las alturas de sociedades milenariamente patriarcales precisamente por corporizar los máximos intereses masculinos del Estado Imperial, no como resultado de un heroísmo matriarcal anti-machista. La peli entronca con la idealización de modelos femeninos como las grandes reinas de la tradición británica, desde Elizabeth Primera de Inglaterra en el siglo 17 hasta la contemporánea Reina Isabel, también entrando en su etapa nonagenaria.


Una mujer sin poder contra el fachismo


En una inteligente reseña sobre The Iron Lady el crítico Graham Fuller se pregunta con sagacidad “one wonders how this material would have fared in the hands of Ken Loach, who 20 years ago in Hidden Agenda, for example, made his Airey Neave surrogate a dangerous right-wing conspirator, whereas in The Iron Lady he is simply the nice guy who takes Thatcher under his wing.” Algo así como “une se pregunta cómo hubiera encajado este material en las manos de Ken Loach, quien veinte años atrás en Hidden Agenda, por ejemplo, hizo a su Airey Neave un peligroso conspirador de extrema derecha, mientras que en The Iron Lady es simplemente el buen tipo que cobijó a Thatcher bajo su ala”.

Claramente se nos pierde en la traducción de nuestra experiencia como habitantes de una nación dominada el reflejo de toda una serie de elementos de juicio que puede tener une espectadore que viva en el Reino Unido. Este tal Airey Neave es cierto que aparece en The Iron Lady como el responsable de la campaña electoral que llevó a Margaret primero a la presidencia del Partido Conservador en 1975 y luego al cargo de Primera Ministra en 1979. Es el responsable de un equipo de especialistas en marketing que “suaviza” los aspectos culturales que la sociedad de su momento identifica con la femineidad para lograr vender una imagen más votable.

Efectivamente se lo presenta como un aliado simpático con la condición de mujer encasillada y discriminada dentro de la política pero que se enfoca en sus ideales políticos. Como también ha notado este crítico al representación del atentado que lo voló de un bombazo en su coche en marzo del 79, adjudicado por el gobierno al nacionalismo irlandés, es colocada para justificar las acciones más brutales del gobierno Thatcher contra el reclamo de independencia de Irlanda del Norte y colaborar en la exégesis de sus aspectos más odiados por la población.

Carajo, si le mataron un amigo re copado, un macho en decostrucción, un “aliade”, cómo no iba a ser tan dura.

Resulta que quienes conocen la política íntima de Inglaterra recuerdan que el buen tipo era un alto mando del MI-6 (no el idealizado organismo de justicia mundial de las sagas de James Bond o Mission Imposible sino la podrida agencia de inteligencia del imperialismo británico, la CIA de las islas) y se sospecha que lo habrían liquidado los propios servicios en medio de una intriga de corrupción y diferencias insalvables sobre la cuestión irlandesa, que Ken Loach habría revelado en su película de 1990. Un súper Stiusso, o Nissman, según se lo mire.

En esa peli de Loach (Agenda Oculta en castellano) se despliega una perfecta muestra de lo mejor del realismo del género negro, policial o de espías, para montar una hipótesis que el correr del tiempo viene demostrando muy plausible, a saber, que el ascenso al poder del ala derecha del Partido Conservador en 1979 no habría escapado a las tramas secretas de los servicios de inteligencia y las Secretarías de Estado de los Estados Unidos y el Reino Unido. Loach ensaya una excelente traslación del drama de 1982 Missing, en el que Costa Gavras y su equipo denuncian la colaboración estrecha de Henry Kissinger, la CIA y la Embajada de EEUU con el golpe de Estado fachista de Pinochet en 1973 contra el gobierno del Frente Popular dirigido por el Partido Socialista de Chile y su presidente Salvador Allende. El concepto es que el gobierno británico aplica en el territorio de Irlanda del Norte las mismas tácticas que el terrorismo de Estado desenvolvió en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia y Paraguay en los setenta, el nefasto Plan Cóndor que tanto conocemos y tan poco divulgamos.

Desapariciones ilegales, prisioneros políticos, tortura seguida de asesinato, ejecuciones sumarias contra civiles indefensos, Loach denuncia a la caída de Thatcher lo que numerosos intelectuales y artistes denunciaron durante su gobierno, la constitución de un Estado Policial montado sobre el poder ilimitado de los servicios de inteligencia para conducir la reorganización económica que demandaba la banca financiera internacional y liderar la reconstrucción de la “civilización occidental, cristiana y capitalista” sobre las cenizas del último proceso revolucionario anti-capitalista que hizo temblar al hemisferio occidental.

Vaya si el crítico de The Iron Lady lleva razones. Su querida directora esconde bajo los tiernos recuerdos de una mujer atormentada por el machismo vigente en las instituciones políticas de la burocracia estatal británica, las raíces purulentas de un gobierno dirigido por una mujer poderosa hacia la fascistización “legal” de un Estado “democrático”. Alan Moore lo dejó impreso de una forma mucho más metafórica pero igual de efectiva que Loach en su novela gráfica V for Vendetta que con algún toque de romanticismo ingenuo las hermanas Wachowtski popularizaron en 2005 con otra enorme actuación femenina, la de Natalie Portman interpretando a Eve. Imposible no mencionar aquí el impacto disruptivo tanto en lo formal como en el contenido político de la última revolución en el rock británico producida como resistencia cultural de la clase obrera joven contra el thatcherismo, el punk, desde la voz alzada contra el belicismo en Should I stay o Shoul I go de 1982 de los The Clash hasta Sunday Bloody Sunday de la ex banda contestataria de Belfast, U2 en 1983.

Y como estamos metides en el tema, la única protagonista que tiene las agallas para luchar contra las capas y capas de encubrimiento policial, militar y de servicios de inteligencia, la única que se jugó la vida sin una sola herramienta favorable en Santiago de Chile bajo la dictadura de Pinochet y en Belfast bajo la de Margaret Thatcher, es su personaje ficticio Ingrid Jessner, otra asombrosa y políticamente excelente interpretación de la gran Frances McDorman (Oscar por sus monumentales actuaciones en la inolvidable Fargo de 1996 y la denuncia contra los femicidios en Three billboards outside Ebbing, Missouri de 2017). En cuanto a las clases sociales, a diferencia de Phillida, Loach coloca su fe en la posibilidad de redención final en una cineasta que se transforma en activista por los derechos humanos después de que el mismo Estado Imperial le asesine dos maridos en la misma década en dos semi-colonias. No se le puede pedir más a una mirada masculina de izquierda que la idealización del coraje femenino de la madre-esposa devota. Pero es mucho mejor como denuncia del verdadero sustrato del poder femenino de Thatcher que la apologética de Lloyd.

Y para terminar podemos sugerir también como el crítico de arriba, otra de Loach para caracterizar el impacto humano de las políticas antiobreras y liberales de la Thatcher en su genial epopeya de los trabajadores desocupados y precarizados inmigrantes del nuevo paraíso financiero de Londres, también de 1990, la genial Riff Raff que encuentra sus consecuencias nefastas hasta el día de hoy en la dura y angustiante experiencia que significa ser obrere en Londres, tanto afrodescendiente como blanco, mujer o varón, en la durísima I, Daniel Blake de 2017.


Una mujer poderosa sin poder


En el espejo de enfrente tenemos a una gran heroína obrera, Katherine Gun, interpretada también con contundencia por la inglesa Keira Knigthley (la delicada y fuerte Lizzy en Orgullo y prejuicio de 2005; la inmortal e icónica Elizabeth Swan de la saga Piratas del Caribe 2003, 2006 y 2007, la histriónica Silvina Spielrein de Un método peligroso de 2008) cuya victimización por el Estado Británico es producto precisamente de la modificación de la Ley de Secretos de Estado propiciada por Margaret Thatcher en 1985, en la que no sólo se prohíbe la difusión pública de secretos oficiales a tode funcionarie público sino que también se le coarta el derecho a una defensa legal y se impugna cualquier resolución judicial que no termine en la cárcel. Hidden Agenda denuncia a la Official Affaires Act como la base legal para la consumación de un Estado gobernado por las agencias de inteligencia de las fuerzas de seguridad por encima de los mecanismos típicos de la democracia liberal, el parlamento, la justicia y la prensa.

Katherine Gun es conocida por haber arriesgado su sueldo, su carrera profesional, su matrimonio y la vida de su esposo, refugiado político kurdo en Inglaterra, al decidir hacer público el memorándum que la Agencia Nacional de Seguridad (la NSA, una de las tantas agencias de espionaje yanquis) le envió a su par GCHQ británica exigiendo produjeran información de inteligencia (hackeando mails y celulares privados) de miembros de las delegaciones de países del tercer mundo en el Consejo de Seguridad de la ONU con el objetivo de chantajearles para que votasen a favor de la declaración de guerra a Irak en 2004. Poco importa que Bush y el carilindo Tony Blair tuvieran decidida la invasión de la tercera nación productora de petróleo del planeta más allá de que se cumpliera el derecho internacional fijado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Katherine comprometió sus condiciones más elementales de existencia en una acción de lucha política claramente aislada e individual que podría haber hecho volar por los aires al menos la participación británica en la cruzada imperialista y en el mejor de los casos –suponiendo una burguesía que acatase sus propias leyes- evitar el derramamiento de sangre.

Aunque Official secrets está construida con lo mejor del trhiller policial o del género “películas de espías”, el trabajo sobre el foco de las presiones sicológicas que el Estado inglés concentra sobre Katherine le imprime un sentido de profundo humanismo. Desde el interrogatorio en la oficina de su jefa –una déspota mucho antes de que Katherine decidiera “traicionar a su gobierno”-a manos de un arquetípico agente sádico de asuntos internos, hasta el estrecho pasillo que lleva a les acusades a su lugar en un tribunal británico, su vida es la de una víctima desarmada dentro de un laberinto angustiante diseñado por el poder más despótico del planeta. Un Estado que amaga deportar a su esposo a una muerte segura en el Kurdistán ocupado por el genocida Hussein, que interviene sus dispositivos de comunicación y la persigue cotidianamente pero que nunca logra quebrarla. Knightsley construye una heroína tímida que va tomando decisiones como lo haría cualquiera de nosotres, sin medirla demasiado, guiada sólo por sus principios morales, que ante cada agresión parece desmoronarse pero sin embargo lucha, se afirma, sobrevive.

Una mujer tan real como la Maggie Roberts de The Iron Lady pero que a diferencia de ella está desposeída de prácticamente cualquier forma de poder social, mucho más vulnerable que Margaret incluso en su etapa final de alucinaciones seniles. Comparando las dos narrativas, las dos interpretaciones actorales, el contraste nos ilumina la única clave que determina con claridad la opresión de género: el poder del Estado. Protegiendo como un campo de fuerza impenetrable a la noble ancianita de The Iron Lady, provocando un vacío de angustia y desesperación en torno del cuerpo febril y quebradizo de la valiente oficinista estatal en Official Secrets.


Feminismos y nacionalismos


Y sin embargo, ambas protagonistas son inglesas. A este juego de especulaciones sobre la construcción de las identidades, se le superpone nuestra propia mirada del otro gran aspecto enjuiciado en ambas películas: el sentimiento nacionalista. Katherine Gun se defiende argumentando que pretendía evitar que el gobierno de su país traicionara a su nación. Aunque presentada como heroína humilde de toda la humanidad –incluyendo las 150 almas masacradas finalmente por EE UU y sus aliados en la Guerra del Golfo- el principal argumento en su defensa legal y ficcional es su patriotismo, su compromiso con los intereses comunes de les ciudadanes de su nación. Ya que el director Gavin Hood decide no examinar a fondo las características y fenómenos biográficos que nos permitirían explicarnos la decisión heroica de Katharine Gun, nos permitimos preguntarnos si su decisión de emplearse como espía para una de las dos agencias de inteligencia más importantes del imperio británico después de los atentados terroristas de Al-Qaeda en Nueva York, Londres y Madrid no nos mostrarían una persona convencida de la justificación de ciertas guerras imperialistas como la de Afganistán, más de cincuenta mil muertes entre militares y civiles, o la invasión de los cascos azules de la ONU en Yugoeslavia, Haití y tantos países del planeta.

Esta posibilidad se sostendría de ser precisa la caracterización del personaje de Gun como una mujer de una importante formación sobre geo-política y de firmes principios morales.

Como en el caso de The Iron Lady, nos es imposible despegarnos de las impresiones traumáticas que nos dejó el imperialismo británico a sus naciones oprimidas no sólo durante los meses posteriores a la invasión de Malvinas en 1982 sino durante los doscientos años de nuestra existencia como nación moderna y los doscientos años previos en los que ofició de importadora exclusiva de esclaves africanes y protagonista excluyente de nuestra sumisión colonial al comercio internacional dirigido desde las monarquías europeas. O como recuerda Loach de los ocho siglos de explotación y genocidio sobre la población campesina y obrera de Eire.

Pero Malvinas nos propone otra monumental contradicción, la que opone la justicia de la reivindicación territorial de una nación capitalista subyugada en su territorio soberano, Argentina, contra una nación capitalista imperial, frente al repudio de un gobierno genocida y reaccionario que usó esa justa reivindicación para sostenerse artificialmente y quebrar la lucha abierta de las masas obreras que venían a derrocarla con una sumatoria de huelgas y puebladas desde fines de los años 70. En ese punto Galtieri y Thatcher estaban del mismo lado de la grieta. Una horda de aventureros fachistas –aunque promovidos y respaldados por- los dos gobiernos “democráticos y civilizados” más fachistas que se recuerden, si sumamos al hermano mayor de la Thatcher y su principal sostén internacional, el de Reagan en EE.UU. que sabemos alentó la intentona de Galtieri para intentar salvar el apoyo popular del régimen de facto y toda su estrategia contrainsurgente en América del Sur y Central desde mediados de los setenta.


Género, clase y nación: la lucha de clases entre el relato y la realidad


En el cine, el arte consiste en narrar desde un punto de vista con la astucia de enmascarar la propia postura y que el mensaje surja naturalmente de la trama y les protagonistas. Estos mecanismos son universalmente aceptados por las leyes escritas e invisibles de la industria de ficciones. Mientras mejor armada la mentira se le considerará mejores cualidades formales a le artiste, como a Lloyd y Streep, mientras más muestre la hilacha se le colgará el sanbenito de panfletarie, como a Loach.

Eso no es lo importante. Lo que importa es que el juego se juega con dados cargados y que detrás de las construcciones de sentido, las distancias entre enunciado y enunciataries y otras tantas coartadas, la realidad juega en serio. Y es en este terreno y no en las pantallas compartidas o individuales que nuestra existencia y la de nuestres seres queridos de hoy y mañana están en compromiso. Es menester orientarnos sobre estas buenas artes, tanto para ser espectaderes inteligentes pero sobre todo para ser políticamente sujetes de acción y transformación.

Las narrativas feministas no son asépticas. Ninguna lo es, ni si quiera las que reclaman una sororidad pura o las que la rechazan todo feminismo de plano bajo acusación de posmodernismo imperialista. Todes esconden un muerto en el placard. Aquéllas que promociona el mainstream, mujeres fuertes triunfando en un mundo machista, ocultan denodadamente toda pista que devele el lugar ocupado por la cuerpa femenina en cuestión en la lucha de clases. Éstas, que militan los Encuentros de Mujeres haciendo gala de un clasismo irreconciliable miran para otro lado su subordinación vergonzosa a los maltratos patriarcales en sus propias organizaciones, cuando no en la miserable posición que les conceden sus maridos rojos rojitos en sus propias familias.

En la última organización que milité orgánicamente la consigna era “no es una cuestión de género sino de clase”. Consigna del frente de lucha de mujeres, ojo. Antes de mi renuncia solía proponer una corrección que me terminó llevando fuera de la organización por sostener su defensa: “es una cuestión de clase y de género”.

“Dialéctica pura” como dice el tango menos conocido de Homero Expósito, los relatos políticos que estructuran necesariamente el sentido de la lucha de las organizaciones militantes deben ser decodificados también para permitirnos la claridad que necesitamos quienes hemos decidido luchar contra la expansión global de un femigenocidio y transgenocidio planetario encarado con decisión por Estados imperialistas y coloniales y sus más eficaces agencias de construcción ideológica, las religiones y medios de comunicación patriarcales.

Sin ser especialistas en el tema, dejamos este juego de espejos y damas poderosas en tus manos para aportar desde lo único que sabemos hacer bien, leer, a la toma de conciencia estética y política de las que somos objeto de explotación y opresión, en la comprensión que sólo de nosotras saldrán las armas y herramientas capaces de derribarles y construir un mundo sin explotación de clase, género o etnia.

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