Translate

sábado, 1 de marzo de 2014

La magia del Carnaval

(Artículo de divulgación científica de la serie Nuestro pasado común acerca del origen paleolítico de los carnavales, su relación con el nacimiento de la ciencia y su actualidad en Buenos Aires hoy)


Millones de porteños viven los corsos del carnaval como una molestia inexplicable para el tránsito en los fines de semana de febrero que deberían ser, paradójicamente, los más livianos. No se trata de una simple incomodidad más de las tantas que sufrimos cotidianamente. Tiene de particular la ausencia de una justificación lógica.

Y es que el carnaval comparte con otras formas de ritualidad que forman parte de nuestra rutina, la misma cualidad de ser resabios de cosas que alguna vez tuvieron un sentido claro, un motivo compartido con miles, olvidado ya por el paso del tiempo y la transformación vertiginosa de nuestras vidas.

 Lo que sigue pretende aportar, no una justificación o defensa del carnaval, sino tan sólo el recuerdo de sus razones, para borrarlo al menos de nuestra lista de rabietas porteñas.

La Magia en el origen de la Ciencia


Nuestra vida es tan corta que nos cuesta imaginar que nuestra especie tiene casi tres millones y medio de años habitando este planeta desde los primeros seres que mutaron separándose definitivamente de los primates. En aquéllas épocas remotas, cuando nos interesamos por primera vez en comprender de qué forma se movía la realidad que nos rodeaba, inventamos el pensamiento mágico. La idea más primitiva todavía sobrevive en el estudiante que repite la ropa y las rutinas del día que aprobó hasta el futbolista que se persigna cuando entra a la cancha. Consiste en creer que uno (o una) puede ayudar a la realidad a moverse en función de sus deseos.

No se trata de una magia de creación, al estilo de Harry Potter y su varita mágica, se trata de una magia de imitación. La diferencia es importante, porque consiste en imitar aquellas cosas del mundo que existe para que aparezcan cuando uno las requiere. Creo que si tiro agua al suelo desde un árbol haré que llueva pronto, por ejemplo. De ahí que el niño (o la niña) luche contra sus padres para retener en perfecto estado de mugre y barro las medias con las que hizo un gol, para repetir el efecto que supuestamente quedó metido entre las fibras y el hedor.

Y es que esta magia es producto de una etapa optimista de nuestra especie. Cuando comenzamos a transformar la naturaleza para sobrevivir lo hicimos para superar la angustia de la absoluta dependencia del medio ambiente. Somos la especie más débilmente preparada por la naturaleza para sobrevivir sólo con nuestro cuerpo. Y cuando comenzamos a desarrollar nuestras habilidades para trabajar las piedras, la madera y el barro, y construirnos un mundo más habitable, seguramente empezamos a creer que podíamos vencer a la muerte que nos acechaba por todos lados.

Porque la magia imitativa, con todo lo irracional y equivocada que es, no deja de ser nuestro primer descubrimiento importante, a saber, que la realidad se mueve de acuerdo a algunos patrones, regularidades y permanencias. Hasta ese momento sólo nos limitábamos a sufrirla pasivamente porque no imaginábamos poder hacer otra cosa. La magia imitativa implica asumir que el mundo tiene leyes, que pueden ser descubiertas y utilizadas en nuestro favor y esa es una de las bases más sólidas de la verdadera ciencia.

El ritual más antiguo

El carnaval es uno de los rituales mágicos colectivos (que involucran al conjunto de la comunidad) más antiguos de nuestra especie. No sólo eso, fue practicado por casi todas las culturas del planeta durante millones de años. Por poblaciones que nunca se vieron ni se imaginaron que existían. En todos esos casos, se basa en la misma idea: enterrar a la muerte para ayudar a la vida a renacer.

Los primeros seres humanos que dejaron el primitivo método de robarse las sobras de carne muerta que comían los grandes depredadores (cleptocarroñería) y comenzaron a cazar animales por su cuenta, usaban la magia para que los animales aparecieran por su región y “se dejaran” cazar sin matar muchos miembros de la tribu en el proceso. Los cazadores y cazadoras festejaban diversas formas de carnaval para que el crudo invierno se alejara y la primavera volviera a llenar el vientre de la tierra, de las plantas y los animales. La vida de sus hijos e hijas dependía de ello.

Cuando descubrimos -gracias a la curiosidad y perseverancia de las mujeres embarazadas del clan- que los frutos vegetales podían domesticarse y abrazamos la mayor innovación de la historia humana hasta la Revolución Industrial, la agricultura, inventamos carnavales mágicos para apurar al frío a retirarse y dejar los campos listos para dar fruto.

Eso explica la enorme coincidencia en miles de culturas del carnaval como una forma de entierro festivo. ¿Quién festeja en un funeral sino aquel que está enterrando algo negativo? Los muñecos enormes y feos que se prenden fuego, las máscaras de horribles demonios y toda la alegría del carnaval se explica porque ha llegado el momento del año donde dejamos atrás la muerte y comenzamos otra vez a trabajar para que florezca la vida.

Y es que, se sabe, muerte y vida forman parte de un mismo ciclo, haciendo que alegría y tristeza sean también formas de atravesar la vida; aunque creamos que son sentimientos contrapuestos, destinados unos a perseguirse en su forma más pura posible y otros a ser evadidos a como dé lugar.

Los carnavales en la vida moderna

Uno de los que mejor demostró esto que decimos fue el científico escocés James George Frazer que dejó su forma mortal a los 87 años en 1941 pero permaneció vivo en esa inmensa, estricta, rigurosa y poética obra llamada La Rama Dorada, Magia y Religión. Quienes fuimos adolescentes durante los ´80 y los ´90 en el Río de la Plata lo conocimos gracias a esa mágica medianoche de radio con Alejandro Dolina, ya que era una de sus fuentes predilectas para encantarnos con divagaciones delirantes -y no tanto- sobre la mitología humana.

En las conclusiones de su capítulo “La occisión del espíritu del árbol”, en el apartado llamado “La maga primavera”, se puede leer lo que sigue:

“Con el avance del conocimiento, estas ceremonias o dejaron de ejecutarse por completo o se mantuvieron por la fuerza del hábito mucho tiempo después de haberse olvidado el propósito con que fueron instituidas. Así, cayendo de un alto rango, dejaron de ser consideradas como ritos solemnes, de cuya puntual observancia dependía el bienestar y hasta la vida de la sociedad, y se hundieron gradualmente al nivel de simples espectáculos, mojigangas y pasatiempos, hasta llegar a un grado final de degradación, en que son totalmente abandonadas por la gente formal, aunque en otro tiempo fueran la ocupación más seria del sabio, degenerada al fin en un fútil juego de chicos.”.

Cuántas cosas en nuestra vida cotidiana son simples repeticiones rutinarias de rituales que, si alguna vez tuvieron un sentido claro, ahora son cáscaras vacías que repetimos sin saber muy bien por qué. Y es que en el mismo momento que hace millones de años comenzamos a transformar la naturaleza inventamos una ficción. Hoy más que nunca, más de trescientos años desde la Revolución Industrial no queda nada a nuestro alrededor que no haya sido inventado por nosotros.

Pero mientras no lleguemos a fabricar el espermatozoide y el óvulo, seguiremos atados por mucho tiempo a nuestro origen animal, formas derivadas de combinaciones químicas y físicas que nos unen profundamente al resto del universo no creado por el ser humano. Y cada tanto, si por alguna razón que nos arranca de la costumbre, nos dejamos atraer por ese ser primitivo ubicado muy profundo en nuestro interior y nos detenemos a averiguar el origen de las cosas, es probable que tengamos la chance de aprender algo más sobre nosotros mismos.

La tragedia del corso porteño

La tragedia porteña puede tener también, otra causa. Incluso quienes celebramos el carnaval ignoramos su origen. Si el motivo primigenio de la celebración consistía en despedir a la muerte invernal y dar paso a la vida renovada de la primavera, pues en este hemisferio, contradictoriamente, estamos festejando lo inverso: el fin del estallido de la vida del verano y el adevnimiento de la muerte cíclica que anticipa el otoño. (La similitud con la tragedia de las navidades con pinos llenos de nieve y vendedores de shopping torturados por abrigos rojos y barbas postizas en medio de calores tropicales no es para nada una simple coincidencia).

Sin embargo, en este carnaval de febrero de 2014, el primer fin de semana coincidió con la luna llena y el último anticipa el renacimiento posterior a la luna nueva. Eventos que hacen pensar en que esta vez -quizás sólo por esta vez-, estén anunciando que entroncamos otra vez con el sentido original.

Porque no importa la ideología y el interés explícito o camuflado de quien lo diga, desde la devaluación para acá, todos los analistas coinciden en que en Argentina el modelo o régimen económico y político que fue el organizador de nuestra vida social durante estos últimos diez años ha muerto. La mayoría de las clases sociales que lo vivieron están hoy tan desgastadas por él que celebran su desaparición. Algunos –aunque no lo digan a viva voz- con intenciones de retomar con más fuerza los apsectos antipopulares que el “modelo” sostiene; otros, con la esperanza más trabajosa de que su muerte permita algún camino que nos lleve al tan añorado paraíso terrenal de una buena vez.

Y nótese que en nuestras tierras el carnaval adopta la forma de un corso anarquista, donde el pueblo más llano depone al Rey Momo, símbolo satírico del poder absoluto, para imponer el reinado de la multitud sin jerarquías de ninguna clase. Como todo lo anárquico tiene el déficit de sostener un pacto tácito de no ponerse a discutir cómo rábanos sostendremos ese momento mágico en el que todos gobernamos en el tiempo. Y peor ahora que el corso anarquista no sólo forma parte del calendario oficial del Estado del Rey Momo sino que incluso en muchos lugares es el propio Rey quien financia y sostiene a las murgas llamadas a derrocarlo, haciendo que la farsa sea insoportablemente hipócrita.

Alumbrar la nueva vida


Por último, la enseñanza más importante del estudio de los carnavales es la razón por la que seres humanos tan primitivos, sin ninguno de los recursos intelectuales, tecnológicos ni científicos con los que hoy contamos, hayan podido detectar que cada tanto el invierno se va y aparece la primavera: es que con sólo vivir un par de décadas es suficiente para darse cuenta que la naturaleza repite patrones cíclicamente. Todos los días el Sol vuelve a darnos su calor a pesar de que también todos los días se retira; todos los años la vida vuelve a renacer no importa que tan duro e insoportable haya sido el mortífero invierno.

Así también, la gente que construye diariamente este país, aunque ignore en absoluto de leyes y economía, por el sólo hecho de tener memoria, reconoce que a pesar de tener una crisis descomunal cada 7 o 10 años, a pesar de que varios han intentado encaramarse en el poder eternamente, siempre la rueda volvió a girar.

Esta generación verá desaparecer al poder que hasta hoy parece increíble que pueda morir; los símbolos cuasi religiosos que este régimen pretendió instalar para siempre en la conciencia de las masas en poco tiempo serán motivo de chiste, y la mayoría ya lo son.

Abramos, entonces, nuestras conciencias todo lo posible mientras duren estas lunas de carnaval, atravesemos el corso celebrando y bailando, disfrazados, permitámonos despojarnos de las rutinas mentales que nos hacen creer que el mundo con sus miserias será siempre igual. Porque, como la vida humana, a diferencia del mundo natural, no tiende a repetirse cíclicamente, es posible que esta vez, la nueva vida no se parezca en nada a la vieja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario