(Publicada el 7 de marzo de 2014 en http://www.plazademayo.com/2014/03/orgullo-arabe-de-mujer-en-soldati/; perteneciente a la serie FLORES EN EL BOQUETE)
El piberío de nuestras barriadas populares
utiliza un concepto muy particular para describir el acto de recuperarse de una
situación trágica por tus propios medios: “rescatarse”. Esta es la historia de
una mujer de Villa Soldati que se “rescató” de la pobreza y el mundo machista
siguiendo una pasión prácticamente desconocida para su barrio, las danzas
árabes.
Rossana Benítez (31) , nacida y criada en lo
que Catastro llama lacónicamente Villa 3 y sus habitantes se acostumbraron a
llamar Barrio Fátima, por la parroquia católica de la localidad.
Hija de los primeros inmigrantes paraguayos
que poblaron esos terrenos baldíos y pantanosos en los años ´70, como toda
mujer tuvo que luchar contra las miles de adversidades que el mundo opone a su
género, pero además, como mujer pobre de familia paraguaya tuvo que pelearse
con algunas más, propias de las mujeres de su condición social.
Sumida en una familia dirigida con mano de
hierro por su padre, arpista y a la vez uno de los primeros presidentes del
barrio, desde muy pequeña Rossana buscó en la música ese puente afectivo con el
padre distante. Pero la vida quiso que no fuese la pasión por las polkas ni las
guaranias las que enamoraran a la niña, sino una música desconocida y extraña,
la música árabe que escuchó de casualidad (cosa inexistente) en alguna emisora
radial y siguiendo las pioneras transmisiones de Araceli Odalisca (pionera del
género en nuestro país) en televisión.
Poco le importó que sus amigas de la primaria
y el secundario la miraran como un bicho raro. “Si no entendés lo que dicen y
la música es rarísima”, le decían y ella se ríe hoy recordando que a fines de
los ´80 la moda imponía grupos como Bon Jovi o Gun´s & Roses, de música
estridente y extraña en un idioma también desconocido. Peor fue en su casa, donde
el padre censuró su gusto usando los mismos argumentos “estéticos” pero
agregando uno de su propio cuño cultural, ya que para un católico ferviente esa
era “música del demonio”. Poco importó que Rossana nunca haya comulgado con una
de las religiones con la que se emparenta siempre a la cultura árabe, el islam.
Este prejuicio tan sencillo, pero de más de
mil años de antigüedad, hizo que a los 13 años tuviese que ratearse de la
escuela (la secundaria católica de Fátima) para ocultar su primer visita a una
clase de danzas árabes en un localcito olvidado cerca de la Estación de tren de
Villa Lugano.
Ese día sintió la música metida “en el cuerpo
y en el corazón” y comenzó un camino que la rescataría de todas las
adversidades de su vida.
Repitió el primer año del secundario porque
los horarios coincidían con la escuela y a la mentira descubierta siguieron la
prohibición de continuar su pasión por dos años.
Como tantas mujeres de su barrio, cuenta que a
los 15 tuvo que “juntarse” con un novio para poder salir de la casa familiar y
hacer lo que ella quisiera. Pero en esa nueva relación “libre” también tenía
que ocultarle al joven marido que mientras el salía a trabajar ella se
escabullía a bailar árabe. Porque a los novios, más que el problema religioso –relata-,
les molesta que su novia “baile como una puta”, otro extendido prejuicio sobre
las mujeres que bailan árabe.
Prejuicio que también tiene su raíz histórica,
porque, contradictoriamente, una de las danzas más sensuales del mundo tiene su
origen en una de las culturas más machistas del planeta. Sólo las awalim, bailarinas de alto nivel, tienen
permitido seducir con su cuerpo y su piel a los jeques de la tribu y sus amigos
varones. Mientras las awalim, como
gueishas, se quitan los velos usando su cuerpo como arma de seducción, el resto
de las mujeres árabes vive “respetando” el pudor de los varones bajo un enorme
y eterno velo negro que opaca su figura.
Pero esta cultura, mucho antes de ser dominada
por religiones machistas y oscurantistas, también contempló la rebeldía
femenina. Rossana nos cuenta que existe una danza particular, “la Milleia”, que
relata la leyenda de la awalim que se
rebeló contra las prohibiciones sexuales inventando el baile más erótico de las
danzas árabes.
Rossana cumplió casi todos sus sueños,
llegando a reemplazar años de trabajos como empleada doméstica, de limpieza en
empresas y administrativa en una clínica privada con el aporte económico que le
brindó su profesión de instructora de danzas árabes. Llegó a ser socia, amiga y
segunda mano de su ídola infantil, Araceli Odalisca y bailó junto a las mejores
en su profesión, de aquí y del mundo.
Hoy día sostiene desde hace siete años, sin
ayuda financiera ni de la colectividad (las embajadas árabes que la discriminan
por su laicicismo, los grandes burgueses de la colectividad porque no tienen
plata para gastar en la difusión de su cultura), su propio instituto, “Luces de
Oriente”, en la calle Gaddini151 de Tristán Suárez, partido de Ezeiza. En él
enseña a más de cien jóvenes, desde los 4 hasta los 50 años de edad, la pasión
que a ella le salvó la vida.
Sin embargo hay dos sueños que le restan
cumplir, el primero actuar en algún escenario de Egipto, el segundo, que casi
quedó trunco, hace de esta entrevista una nota especial.
Entre 2011 y 2012, Rossana mantuvo a pulmón un
taller de danzas y cultura árabe en su barrio natal de Soldati. Casi sin cobrar
un peso, haciendo ella misma los bordados, mostacillas y la costura de los
hermosos trajes de las bailarinas y peleando para mantener a raya a
delincuentes y varones lascivos lejos de niñas y adolescentes que iban y venían
vestidas en ajustadas calzas, sostuvo su ilusión de aportar a las mujeres de su
barrio la salida que ella encontró para una vida tan difícil.
Porque aunque Rossana no estudió psicología ni
pedagogía, descubrió en la práctica algo que estas ciencias ya concocían, los
valores terapéuticos de la danza para la regeneración psicológica de personas
con una autoestima destrozada.
Porque la danza árabe, como otras, apela al
ejercicio físico, dotando de confianza en el propio cuerpo y mejorando la
salud; su repetición de coreografías hace jugar la memoria, la coordinación y
el trabajo en solidaridad con otras personas; el espacio lúdico del baile
grupal permite conectarse y conocer a personas que sufren las mismas
desgracias, permitiendo construir vínculos en grupos humanos que se
caracterizan por venir de familias y grupos de amistad deteriorados; la
sistematicidad y la disciplina que requiere un ballet para actuar en público
(las jóvenes de Soldati debutaron en el Paseo La Plaza el 2 de noviembre del
2012 para orgullo de ellas mismas pero sobre todo de sus madres) son
fundamentales para toda persona que necesite superar una vida de frustraciones
y luchar por “rescatarse”.
Las danzas árabes tienen un particular efecto
sobre la autoestima femenina gracias al reconocimiento de su cuerpo, la
adopción de nuevas capacidades, la indescriptible sensación de orgullo que
genera emocionar al público y arrancar el aplauso y el reconocimiento en
espíritus quebrados por el abandono, la frustración y la represión del otro.
De toda esta terapia fue testigo Rossana, primero
en su propia vida y luego como docente de centenares de mujeres que pasaron por
su taller. Vio reconstruir sus vidas a niñas y adolescentes víctimas de abuso y
violación, perdidas en las adicciones terribles o a madres que dejaron de lado
sus sueños propios en décadas de devota dedicación a sus hijos y su esposo.
El club vecinal que la cobijó prefirió
expulsarla para colaborar en la destrucción de la juventud de Soldati
reemplazando la mostacilla y la música “rara” por un pool y la venta
inescrupulosa de alcohol y vaya a saber qué más.
Rossana hoy lucha para mantener su instituto
sin subsidio municipal ni de ningún tipo y no abandona la batalla para que
alguna escuela de Soldati, ceda un par de horas de sus sábados a esta soñadora
que se rescató bailando la música más maravillosa y extraña que se escuchó
nunca en Soldati... la de su amor por sí misma y por las suyas.
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