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viernes, 24 de marzo de 2017

Carta de un docente al Gobierno Nacional

Acto escolar del Día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia de 2017.

Compañeras y compañeros, estudiantes, docentes y auxiliares. Hoy recordamos el inicio de la última dictadura militar de la historia argentina, hace 41 años, el 24 de marzo de 1976. Hoy es un día especial para hacer memoria porque tenemos un gobierno que pretende borrarla, desdibujarla y anularla. Funcionarios del Estado andan diciendo, otra vez, que no fue un genocidio, que no fueron 30 mil, que por algo será y que tenemos que dejar el pasado atrás.

El ejercicio de la memoria es inútil si no cumple con dos condiciones también incluidas en el nombre oficial de este feriado, Verdad y Justicia. Porque si hacemos Memoria sin buscar la Verdad podemos caer en la estafa histórica y si hacemos Memoria buscando la Verdad necesariamente tenemos que exigir Justicia. Sólo así podremos construir un presente y un futuro dignos de ser vividos.

Hablemos de la Verdad entonces.

A pocas cuadras de nuestra escuela, en San Juan y Entre Ríos, el 25 de marzo de 1977, exactamente hace 40 años, una patota de militares emboscaba y asesinaba a uno de los más grandes periodistas y escritores de la historia cultural argentina, el rionegrino Rodolfo Walsh. El día anterior Walsh había escrito y publicado su último trabajo, un balance del primer año de gobierno de la dictadura de Videla, describiendo en detalle la catástrofe económica y social y el genocidio que ya había empezado.

Perseguido, buscado, Walsh no dejó de luchar y escribir, su Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar es una prueba que refutaba en la cara las mentiras del régimen militar hace 40 años y que las sigue desmintiendo hoy, cuarenta años después y que la seguirá desmintiendo cada vez que alguien vuelva a querer mentir sobre lo que pasó. Sería bueno que vayamos a la biblioteca y la volvamos a leer para refrescarles la memoria a los funcionarios.

Porque está largamente comprobado que lo que hizo especial a la dictadura de 1976 fue la construcción de un plan sistemático de secuestro, tortura y exterminio de la población que luchaba por transformar la vida social y económica y construir un país sin pobreza, sin explotación, donde se garanticen los Derechos Humanos para todos y todas, independiente del poder de las principales potencias industriales del mundo. Con diferencias estratégicas y tácticas, esa generación se inspiraba en el socialismo triunfante en 1917 en la Unión Soviética, en el de la República Popular China de 1949 y en el de la República de Cuba de 1959.

Por eso reclamamos que se trató de un genocidio, comparable con el exterminio de paraguayos y gauchos federales durante la Guerra de la Triple Alianza y el de los pueblos originarios de la Patagonia y el Chaco llevados a cabo 100 años antes con alevosía por los gobiernos de Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca. Genocidios que el Estado ha querido ocultar, por caso llamando “Conquista del Desierto” a la masacre de aborígenes que el actual Ministro de Educación Nacional acaba de reivindicar hace pocos meses.

La comparación es pertinente porque la dictadura de Videla, Massera, Agosti y sus continuadores se llamó a sí misma Proceso de Reorganización Nacional precisamente porque se inspiraba en las acciones de esas presidencias liberales, que se conocen en los manuales de historia como el Proceso de Organización Nacional.

El uso de los mismos métodos sanguinarios para eliminar al pueblo que quería otro destino no fue lo único que imitaron los militares. El Proceso de Videla y compañía, como el de Mitre y compañía, organizó una economía agroexportadora y dependiente del capital y la industria extranjera, liquidando el escaso desarrollo industrial que existía, fundando el negocio de la soja que hoy es el principal y único sostén de la economía nacional; como en el siglo 19, se generó una deuda externa que las investigaciones del Congreso Nacional han demostrado fue fraudulenta, se vaciaron y destruyeron las empresas de comunicaciones y energía que eran del Estado y se pasaron al Estado las deudas de empresas privadas que antes de la dictadura estaban al borde de la quiebra y hoy son las empresas privadas más millonarias, el Grupo Clarín y Techint a la cabeza.

Podríamos decir que este 24 de marzo el famoso neo-liberalismo cumple 41 años en nuestro país.

Aproximadamente 30 mil personas fueron secuestradas, torturadas, asesinadas u obligadas a irse del país. Se censuraron canciones y artistas musicales, pinturas, fotografías y artistas visuales, libros y escritores, diarios y periodistas, sindicatos y sindicalistas, editores y editoriales, centros de estudiantes y delegaciones estudiantiles. Abogados, médicos, docentes, metalúrgicos… no hay oficio o profesión que no cuente con cientos y miles de desaparecidos, torturados, cesanteados, exiliados.

El proceso de destrucción de la educación y la salud gratuita, científica y laica alcanzó con la dictadura un salto de calidad, la verdadera “caída” detrás de las palabras del presidente.

La memoria es un ejercicio inútil sino sirve para entender el presente. El país que tenemos, la sociedad, la economía, la política que hoy vivimos es producto de la dictadura que comenzó hace 41 años. No se trata de recordar y poner en una foto lo que pasó, se trata de mirarnos en esa foto y ver qué nos pasa hoy.

En la actualidad existen casi 4500 leyes que organizan la vida en nuestro país. Un diez por ciento de ellas, 417, fueron dictadas sin ninguna legitimidad por una dictadura que clausuró el Congreso. El régimen de organización de la Policía, cómo juzgamos al delito juvenil, las entidades financieras, la venta de tierras públicas del Ejecutivo sin pasar por el Congreso, el pago de sueldos a la Iglesia Católica con dineros estatales, las leyes laborales y muchos otros aspectos fundamentales de la vida en sociedad todavía hoy se siguen rigiendo con las leyes de la dictadura genocida y no han sido derogadas por ningún gobierno. Al contrario, se aprovechan de ellas.

En 41 años todavía no hemos podido hacer justicia con los responsables del genocidio de los años 70. Según el Centro de Estudios Legales y Sociales 2.800 sujetos fueron acusados de delitos de lesa humanidad, la mitad todavía está libre, uno de ellos, incluso, llegó a ser Jefe del Ejército hasta hace poco; de los que fueron juzgados y condenados sólo el 38% recibieron cadena perpetua; muchos de ellos tienen el privilegio de cumplir su condena en la comodidad de sus hogares y no en una cárcel común; hoy sólo hay 13 juicios en desarrollo; 50 genocidas condenados están prófugos de la ley; 426 se han muerto de muerte natural antes de ser juzgados.

En estos 41 años ningún gobierno fue capaz de promover y garantizar la investigación judicial y la condena de ninguno de los empresarios que se beneficiaron, promovieron y financiaron la dictadura militar. Tampoco fueron juzgados los políticos que avalaron estos crímenes manteniendo sus funciones en el aparato del estado nacional, provincial ni municipal; ni los jueces y religiosos de distinto rango que colaboraron con la dictadura.

¿Qué tipo de justicia puede tener una sociedad que tarda 41 años en condenar a personajes que diseñaron un gigantesco plan de exterminio como el que sufrimos?

En algo tiene razón el gobierno cuando dice que no fueron 30 mil. Como no hubo justicia, las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos siguen engrosando la cuenta incluso con más de treinta años de democracia.

La impunidad permitió que las fuerzas de seguridad continuaran con las viejas prácticas. En los barrios obreros más humildes de todo el país se siguen produciendo violaciones a los derechos jurídicos más elementales y tenemos documentados por CORREPI casi cinco mil casos de asesinatos en movilizaciones o protestas sociales, gatillo fácil, desaparición forzada, y asesinatos de personas detenidas en comisarías o cárceles.

Dos dolorosos ejemplos de los nuevos desaparecidos. En 2006 las fuerzas de seguridad sobrevivientes desaparecieron a Jorge Julio López, mientras era testigo en uno de los juicios contra quienes lo habían secuestrado y torturado en los setenta. En 2009 la policía bonaerense secuestró y asesinó a Luciano Arruga de 16 años porque se había negado a robar para ellos, fue enterrado en una tumba sin nombre en el Cementerio de Chacarita hasta que fue descubierto en 2014. Hay 200 tumbas sin nombre en el mismo Cementerio. 

¿Cuántas tumbas sin nombre existen en los cementerios del país? ¿Cuántos Luciano Arruga siguen sin ser descubiertos?

El Estado calcula que existen más de 6 mil personas desaparecidas, secuestradas por redes de trata para la esclavitud sexual o laboral, la gran mayoría mujeres, niñas y niños. El crecimiento del narcotráfico ha tenido un desarrollo impresionante en los últimos veinte años.

El secuestro de personas y la operatividad de las redes de narcotráfico a estos niveles es imposible de llevarse adelante sin la colaboración activa de las fuerzas de seguridad, las instancias judiciales y los aparatos políticos. El caso de México es, lamentablemente, el espejo donde nos miramos todos los países de América Latina.

Los niveles de violencia contra las mujeres que estamos viviendo son insoportables e inauditos. Todavía no se cumple el más mínimo derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Se calculan 3 mil mujeres muertas por abortos clandestinos en más de treinta años de democracia.

Si sacamos bien las cuentas fueron 30 mil y vienen siendo cuarenta y cinco mil.

¿Y qué pasó en estos 41 años con los otros derechos humanos, los económicos y sociales?

En marzo de 2012, en su presentación frente al Congreso Nacional, la presidenta de la Nación argumentó que el desfinanciamiento de los trenes que provocó la muerte de 52 trabajadores en el choque de una formación sin frenos del FFCC Sarmiento en Estación Once se debía a un hecho absolutamente cierto: la mayor parte del presupuesto nacional se destina al pago de la deuda externa, que en su mayoría contrató la dictadura.

El estado lamentable de las rutas argentinas, que promueve una de las principales causas de muerte en nuestro país, el estado de los trenes y colectivos, los cortes de luz, la falta de agua potable y cloacas en la mayor parte del país, el deterioro de los hospitales y las escuelas públicos se deben a lo mismo, amén de la corrupción: el presupuesto que se pone en el pago de la deuda externa de la dictadura.

Seguimos dependiendo de la importación de bienes industriales del exterior y del endeudamiento externo para vivir; dependemos de la exportación de soja que está generando un genocidio ecológico con los suelos y aguas potables, transformando tierras fértiles en desiertos y generando inundaciones mientras la calidad de los alimentos que consumimos se degrada sistemáticamente, colaborando en el aumento de los índices de mortalidad infantil y enfermedades crónicas.

Se vota el pago de la deuda externa a los buitres extranjeros mientras se agita desde el Estado el odio contra los extranjeros e inmigrantes como causa de todos los males, fogoneando la violencia en nuestros barrios.

Todo esto quiere decir que los derechos humanos elementales, a la salud, la educación, la vivienda, el alimento y el trabajo, que deberían ser garantizados por el Estado a todos los habitantes del país no se cumplen.

Tenemos 13 millones de personas bajo la línea de pobreza, un millón y medio no llegan a juntar ingresos suficientes para alimentarse mínimamente. La mitad de la población en condiciones de trabajar tiene trabajo en negro, sin ningún derecho, el promedio salarial está en los 6 mil u 8 mil pesos, las jubilaciones mínimas en 6 mil pesos cuando la canasta familiar está entre los 13 mil y los 19 mil pesos. Mientras se expulsan manteros y artesanos de las plazas y se pide represión a los piquetes de la pobreza, se cierran fábricas todos los días.

Para finalizar, ¿qué podemos aprender de este repaso por la memoria histórica de nuestro pueblo?

A los 30 mil compañeros y compañeras desaparecidos los secuestraron por luchar. Es decir, que todo ese plan tenía el objetivo de que nunca más la población volviera a luchar por los derechos humanos plenos. Querían meternos miedo para que no lo volvamos a hacer.

Sin embargo, hace unos años atrás, los delegados del Subte, que después de veinte años recuperaron su organización sindical y conquistas laborales arrancadas por la dictadura, obligaron al Estado a ponerle el nombre de Walsh a la estación de la línea E de San Juan y Entre Ríos. Todo un símbolo.



A pocas cuadras de aquí, en Chile y Virrey Cevallos, funciona un Centro Cultural en el edificio donde funcionaba un Centro Clandestino de Detención, Tortura y exterminio regentado por la Fuerza Aérea. Su historia también es un símbolo. Dos jóvenes que sobrevivieron al secuestro y la tortura en ese infierno, y veinte años después junto a otros sobrevivientes y familiares de nuestro barrio, dieron una lucha incansable para que el Estado expropie el inmueble y hoy ese edificio es la principal prueba en el juicio contra los genocidas que los secuestraron y torturaron.

Nadie les regaló nada. Volvieron de la muerte, lucharon contra todos los obstáculos y obligaron a todos los gobiernos.

Tres semanas atrás millones de mujeres se movilizaron el 8 de marzo en todo el país para denunciar la violencia machista y exigir sus derechos, las mujeres en Argentina son las orgullosas fundadoras de uno de los movimientos de lucha más importantes e imitados de todo el mundo, el niunamenos.

Ayer mismo, medio millón de docentes, estudiantes y familiares nos movilizamos para poner freno al saqueo de la educación pública, a pesar de las mentiras y las infamias que vende la prensa adicta al gobierno, a pesar que el presidente diga que estudiar en la escuela pública es “caerse” de algún lado importante acusando a la juventud y la docencia de vagos, faltadores y poco capacitados. A pesar que nos descuenten los días de huelga, violando el derecho a protestar y a pesar de que manden a la policía a tomar asistencia a las escuelas, como hace 41 años.

Quisieron exterminar una generación de jóvenes que querían un mundo sin miseria, donde se garantizaran todos los derechos humanos elementales y no pudieron.

El camino es, entonces, no bajar los brazos ante la adversidad, por más cruel que 
haya sido, por más dolorosa e injusta que sea nuestra vida todos los días. No nos dejemos vencer, encontremos en nuestras compañeras y compañeros, en nuestros vecinos y vecinas, la fuerza necesaria para encontrar el camino y la salida.

Organicémonos con ellos una y mil veces, insistamos todo lo que sea necesario hasta conquistar nuestros derechos no importa lo grande que sea el poder que nos enfrenta.

Tenemos que comprobar hoy, en esta escuela sin presupuesto suficiente, con docentes que laburamos con sueldos muy bajos, con estudiantes que hacen un esfuerzo cotidiano por asistir y estudiar, todes nosotres pertenecientes a esa sociedad castigada que describíamos antes, que a pesar de todo, la Dictadura no venció, que no han logrado, a pesar de todo, que nos adaptemos, que nos callemos ante la injusticia, que todavía luchamos.

Que en cada esfuerzo nuestro de cada día, la memoria y los sueños de la generación que fue asesinada siguen vivos.


Que en nuestra lucha cotidiana, los 30mil desaparecidos, están presentes. 

Entonces, el futuro es nuestro.

martes, 7 de marzo de 2017

Rohayhu che Revolución

Una opinión sobre El mosto y la queresa, de Mario Castells, premio provincial de literatura 2012, Editorial Municipal de Rosario.


Hace unos años nos sorprendía gratamente descubrir que un sindicato había recuperado una tradición histórica de los anarquistas fundadores del movimiento obrero en el Río de la Plata: el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Construcción (SITRAIC) editaba su boletín en castellano y guaraní. Lejos de una jactancia progresista, la conducción del sindicato enfrentado a la UOCRA monopolizada por el servicio Gerardo Martínez daba cuenta de una imposibilidad, organizar a los albañiles que en su inmensa mayoría hablan y leen la lengua madre de la selva y el río.

El impacto enorme de la inmigración guaraní hablante en la conformación de la clase obrera en el Río de la Plata y la cuenca del Paraná no ha tenido todavía su equivalente atención entre intelectuales y organizadores cuyo sujeto es la clase obrera, ya sea para domesticarla como para ayudar en su liberación definitiva. No al menos en la contundencia y simpleza del SITRAIC.

Sin embargo, rascando debajo de las costras de la cultura oficial, de derecha y de izquierda, se puede encontrar una novela –y por lo tanto un artista detrás de ella- que señala la punta de un inmenso iceberg que bien llevado por el azar de los vientos de la lucha de clases podría derribar a su momento varios Titánics.

Estamos intentando reseñar El mosto y la queresa, obra de Mario Castells, una de las ganadoras del Concurso Provincial de Literatura “Ciudad de Rosario” en 2012.

Por el camino del realismo barretiano


Se trata de una novela que retrata magistralmente las raíces que explican la vida cotidiana, la mentalidad, la sociabilidad de la clase obrera de origen paraguayo en nuestra región. Las diferentes capas de lectura de la novela son sólo posibles una vez que les lectores/as sensibles podemos hacer el esfuerzo de salirnos de la contradictoria empatía con la que su autor logra emboscarnos. 

Construida como la narración de un recuerdo biográfico épico, donde el hermano menor describe casi sin subjetividad la epopeya del primogénito paraguayo campesino, sin ahorrarnos los aspectos que una conciencia moral debería repudiar sin ambagues, sin embargo logra su cometido, llevar ese repudio hacia las raíces políticas y sociales que han obligado a esa biografía épica.

Quien mira de afuera, sin siquiera sospechar las leyes invisibles que conforman la sociabilidad de los individuos, rechaza instintivamente el machismo atávico, el alcoholismo endémico, la bizarra mezcla de símbolos, el sonido irreconocible de un idioma extraño. Castells trabaja en una tensión casi imposible de imaginar, una descripción objetiva, sin juicios morales, rayana en el costumbrismo, no para ennoblecer al emigrante paraguayo pero logrando conmovernos contra las presiones políticas y sociales que lo han engendrado.

Se trata de un relato que describe sin avisarnos una mutación particular, la del campesino semifeudal en su transición a la adultez en paralelo de su transformación en un obrero calificado, al mismo tiempo que es desarraigado y reimplantado como un gajito de tipa al otro lado de la frontera. Describe en la historia de su hermano mayor la historia de toda la clase obrera paraguaya que es explotada en Argentina, Uruguay y Brasil. Pero al mismo tiempo que sigue con dedicación y respeto la descripción de esa triple mutación, el narrador también va mutando, desde la mirada abrumada e idealizante del comienzo maravilloso de la novela donde la magnífica y abrumadora naturaleza de la selva y el río nos embriagan de fascinación y terror hasta las conclusiones, cuando el propio narrador ha madurado, producto de su propio desarraigo, de su propio paso a la vida adulta, de su propia proletarización en la emigración forzada.

Si Castells se hubiera limitado a dejar las cosas aquí ya habría alcanzado para aplaudirlo. Porque esta estructura imperceptible de la novela ya alcanza para que les lectores/as sensibles podamos descubrirnos llevados a ese camino de maduración consciente a través de la empatía con el camino de sus personajes centrales. 

No hay manera que nadie en su sano juicio pueda zafar del disfrute de una estructura narrativa donde cada aspecto de la vida del campesino paraguayo contemporáneo brota con naturalidad en los momentos justos: la íntima relación del bravo paisaje en la conformación de las conciencias individuales y colectivas, los íntimos detalles que describen con poder de aguafuerte las relaciones familiares desde la comida cotidiana hasta el lugar de la radiofonía y la música en el entramado de las comunidades. Todo Paraguay está vivo en la novela, las relaciones entre el campo y la ciudad, la descripción justa de los mecanismos de expropiación del campesino, la borrosa frontera de la legalidad política y económica y la presión clave del desborde natural –la inundación- en la configuración última de los procesos culturales.

Es una descripción impresionante del dolor de varias generaciones de explotados/as y oprimidos/as paraguayos/as, desde los violentos orígenes de la colonia hasta la actualidad. 
Un campesinado y un proletariado desvastados en todos los niveles de la vida material y cultural posibles. Sin embargo, Castells no ha escrito para conmover al llanto y la nostalgia, apelando al inmovilismo emotivo del llanto de la guarania o el purahéi jahe’o. En cualquier lectura de su novela uno puede comprender con absoluta franqueza los motivos genuinos de ese dolor que la cultura popular guaraní ha elevado a niveles de emotividad difíciles de superar y que la iguala con las mejores expresiones mundiales del desarraigo. Castells toma de la esencia propia de la cultura y la estirpe el dolor hecho bravura, la nostalgia hecha combustible y tozudez para enfrentar las causas del dolor y erradicarlas como a la hierba mala. Su novela no es triste lamento, sino doloroso y consciente grito de guerra, consigna y bandera.

La lengua madre


No obstante, Castells se anima a coronar su obra con un desafío todavía superior. Está escrita en un idioma propio, donde el castellano rioplatense y litoraleño se entretejen con el castellano paraguayo, el guaraní y el jopara, castellano guaranizado y guaraní castellanizado de habla popular en el Paraguay contemporáneo. No imagino el impacto de este desafío en una sensibilidad criada en guaraní y jopara pero ya es increíble el resultado en una conciencia nacida y formada culturalmente en el castellano. 

Porque la novela no se traba con la repetida aparición de diálogos y giros idiomáticos extraños, todo lo contrario. Mario va usando diferentes recursos técnicos en momentos diversos para precisamente no cortar el flujo de la historia sin abandonar su pretensión de ofrecerle a una conciencia castellana una mejor comprensión de lo que ocurre.

No se trata solamente de felicitar por un ejercicio artesanal que demuestra preocupación y elaboración consciente del escritor, sino de admirar la capacidad técnica de Castells para coronar su objetivo político y literario con el uso correcto del idioma. Es que no se puede comprender ni siquiera superficialmente la vida del campesino y proletario paraguayo abstrayéndose de la importancia que tiene en ella el guaraní. La mitología de las poblaciones que convivieron con los invasores españoles asigna a la palabra humana la misma importancia en la vida social que la Biblia le asignaba en la vida política de las tribus del desierto mesopotámico. Como Jhavé, el primer creador de la mitología guaraní, antes que la tierra, creó la palabra, el verbo.

El guaraní ha permitido mantener unido a su pueblo, como si fuese la forma más concreta de las relaciones de parentesco familiares, desde la era donde dominaban vastos espacios desde las selvas y costas del caribe hasta la llanura pampeana, sin contar con un Estado imperial centralizado, como sus vecinos hostiles, los Inkas, hasta el sostén de las familias dispersas en la diáspora.

El guaraní tiene la misma importancia explicativa que sus equivalentes culturales en las “nacionalidades” obligadas a una vida de éxodo permanente más conocidas y estudiadas en nuestra cultura oficial, el yiddishe entre los judíos, el romaní y el flamenco entre los “gitanos”, los ritmos y tradiciones religiosas entre les africanos/as arrancados de su continente desde el siglo 15.

Algo más todavía. Toda la narración sostiene una voz muy particular, uno que ha escuchado a esta estirpe contar anécdotas en fogones o jodas, puede detectar en el tono de todo el relato esa musicalidad propia del aedo guaraní, no en la frase en el idioma desconocido, aunque también, pero sobre todo en esa cadencia asincopada tan particular, amiga de la ironía y la guasada igual que de la conclusión corta y al pié.

Literatura y revolución en carne propia


Todo esto lo sabe, obviamente, Mario Castells. Entonces nos pasa otra cosa maravillosa, que en el afán de comprender las estrategias narrativas que nos han deslumbrado el goce hedonista de su obra, uno termina descubriendo –con el método de Colón- la envergadura impresionante de un intelectual de alto calibre.

Pues no se puede hacer una novela de estas características dejándose llevar por las musas y las emociones. Es obligatorio haber recorrido un camino de trabajo consciente y sistemático con la complejidad de fenómenos que se quieren enhebrar en el tejido del texto. Es prioritario tener una comprensión muy dialéctica del objeto que uno ha decidido narrar para ofrecer un producto final que, para colmo, no muestre la hilacha con la torpeza del narrador novato, que interrumpe el fluir de la historia con burdas llamadas al pie que explican al espectador el significado del chiste.

Entonces descubrimos que Mario Castells no ha nacido de un repollo, que ha decidido organizar toda su vida material de intelectual proletario –labura de albañil- en función de comprender y transformar el mundo donde ha nacido y vive, junto a las personas que comparten con él dolores y alegrías, su propia clase social, la obrera, y en particular aquélla de origen paraguayo.

Su camino se ha venido esclareciendo dialécticamente desde que enfrentó la realidad desde la experiencia de la lucha organizada desde temprano en la construcción de organizaciones sindicales y políticas en los secundarios de fines de los ochenta y principios de los 90 en su Rosario natal; que lo llevó a seguir el derrotero de un militante revolucionario pleno, organizador de un partido de izquierda, de inspiración trotskista, en todos los frentes de la lucha de clases, movimiento obrero, villero, desocupados, juventud, universitario, etc. Mario reivindica desde el sentimiento, la experiencia y un estudio profundo y objetivo la corriente política que lo ha formado, el morenismo, y su propia experiencia que lo ha llevado a conocer de primera mano las organizaciones derivadas del MAS que mayor relevancia tuvieron en la política nacional de los últimos veinte años.

Uno que viene desde un conjunto de veredas de enfrente (admiré la cultura guaraní desde la vereda de enfrente de un hijo de europeos de la clase media pacata posadeña y luego desde mi emigración a Buenos Aires; intento ayudar a la toma de conciencia de su identidad social y étnica a les estudiantes de familia guaraní de la escuela de Villa Soldati donde trabajo; me esfuerzo atropelladamente en seguir los pasos de les artistas revolucionarios que admiro escribiendo con las herraduras; me he formado en una confrontación equivalente con el estalinismo y el morenismo en todos los planos de interpelación de la realidad) no puede más que alegrarse ante el descubrimiento de la pólvora, ya que Mario Castells en su biografía personal y su obra literaria es una nueva demostración del poder creativo y revolucionario de la clase obrera hija del Argentinazo.

Castells nos demuestra palmariamente que no tenemos que seguir yendo a bucear entre los intelectuales proletarios de los 60-70, en la generación anarquista y socialista del centenario y Boedo para encontrar en nuestras propias filas ejemplos  para admirar e imitar.

Se trata de una de esas maravillosas gentes que escupe a la hipocresía de los intelectuales a la cara, haciendo carne las biografías y tradiciones que admira. Porque en El mosto y la queresa Castells construye una obra en la que se puede observar una forma genuina y contemporánea de resolver los mismos objetivos complejos que se propusieron los intelectuales proletarios de izquierda que tanto admiró en sus estudios juveniles, Augusto Roa Bastos y Rafael Barret.

En un ensayo de Mario y su hermano Carlos publicado en 2010 por el Centro de Estudios de América Latina Contemporánea de la Universidad Nacional de Rosario, Rafael Barrett: el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal, encontramos una caracterización de Rodó que bien vale para esta novela.

Castells, como Barrett, no cae en los límites del naturalismo libertario o socialista del 900 en adelante ni tropieza con la pura reivindicación nostálgica e idalizada del pobre y sufrido campesino. Su descripción tiene la crudeza necesaria para despegarnos de la empatía boba y permitirnos ver el entramado social y político que explica la desgracia. Nos lleva a empatizar con el desgraciado y no con las barbaridades que la vida le llevaron a cometer. Por eso nos permite buscar las razones, ponerle nombre a esta realidad desesperante y delirante del sufrimiento del Paraguay, intentar identificar un programa que le dé salida.

Siguiendo a Barrett, la obra de Castells le pone nombre a las causas, porque se ha esforzado en comprenderlas, en estudiarlas, en contrastarlas en la lucha de clases concreta. Y ese esfuerzo es invisible en la superficie de la novela, pero trabaja sin descanso para sostenerla desde lo esencial. Ahí si se quiere el éxito político y estético de la obra de Roa Bastos, quien reconoce haber encontrado en Barrett la clave para comprender la realidad tan compleja y dura que le tocó desnudar en su literatura.

Castells no se ha limitado a prologar y difundir la vida y obra de quienes fundaron lo mejor de la cultura paraguaya –que ya sería un trabajo digno de llenar el esfuerzo de un intelectual- sino que habiendo comprendido la médula de la estrategia vital y artística, ha intentado hacer lo propio teniendo en cuenta las nuevas herramientas aportadas por la experiencia crítica de las tradiciones admiradas y aquéllas que aporta la evolución técnica del capitalismo en los últimos años.

La obra de Castells nos justifica con pruebas concretas y renueva la confianza en la inagotable fuerza creativa de una clase social expropiada de todo, incluso de la fe en sus propias fuerzas para detener el enorme genocidio que el Estado capitalista nos labra en los huesos y las conciencias.

Paradójicamente, el principal opositor dentro de la izquierda trotskista de la tradición política de Castells nos imprimió a quienes lo seguimos una máxima que explica muy bien por qué creemos digna de admiración e imitación su trabajo. “Si la poesía se juntara con la clase obrera y la clase obrera se juntara con la poesía tendríamos una revolución social” o algo así dijo Altamira en medio de la campaña electoral del 2015 y muchos de los artistas que nos criamos en su tradición política hemos tomado esa idea como una especie de programa personal con esperanzas de que algún día sea todo lo orgánico que deseamos y necesitamos (http://www.revistaelotro.com/2015/02/17/entrevista-a-jorge-altamira-si-la-poesia-se-juntara-con-la-clase-obrera-y-la-clase-obrera-con-la-poesia-tendriamos-una-revolucion-social/).

La obra y la biografía de Castells nos vuelven a convencer que la clase obrera en la cuenca del Paraná ya está haciendo poesía, música, literatura y arte en el camino de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad.

Como diría el Che, así las cosas, el futuro es nuestro, del mosto y la queresa de los humillados de esta tierra.

jueves, 2 de marzo de 2017

Prensa o Andamio: defecto de homografía

Las palabras homógrafas, dice el mataburros, son aquéllas que aunque se escriban de la misma manera, sin embargo, contienen significados diferentes.
Entre las tradiciones que se reivinidican herederas de una estrategia política marxista, leninista y trotskista, hace por lo menos 15 años que viene horadando una equivocación derivada de una homografía lamentable. Es que "prensa" y "prensa", aunque se escriban igual, por efecto de la política revolucionaria, no significan lo mismo.
Cuando surgieron los primeros partidos obreros socialistas, en la segunda mitad del siglo 19, el desarrollo tecnológico más avanzado seguía haciendo necesaria, para la transmisión, difusión y cohesión de ideas políticas, la impresión de letras escritas en papel, su organización en formato diario o revista, su tirada diaria, semanal o mensual y su distribución en mano.
Cuando Lenin basaba la organización de un partido político obrero y socialista en la construcción de una sólida "prensa" no había tanto espacio para la polémica. Puesto que un órgano de difusión de ideas y las tareas necesarias para la construcción de una empresa periodística cualquiera, eran casi idénticas.
Ahora que existe la difusión de ideas por internet, que existen redes mucho más eficaces para conectar individuos, como Facebook, tuiter, Instagram, etc., la situación del viejo mercado de publicaciones en papel y distribución física ha entrado en una crisis irreversible y son varias las empresas editoriales que han bajado los brazos, limitándose a la impresión de sus diarios los días domingos (en que la burguesía, la pequeñoburguesía y la clase obrera con acceso a la cultura leída ponen las patas en la palangana y disfrutan del viejo ritual de la lectura impresa) y revalorizando las revistas semanales o mensuales.
En el campo de la izquierda que reivindica las viejas tradiciones políticas se nota un abandono progresivo - aunque no necesariamente progresista- del periódico o semanario impreso. Organizaciones que imprimen su prensa regularmente y la regalan, organizaciones que han cambiado el formato físico por el electrónico -e incluso abandonaron el viejo nombre para no tener que sufrir por el recuerdo permanente de una otrora intención revolucionaria- y organizaciones que no terminan de decidir "qué hacer", con lo que sostienen el peor hibridismo, el que no se beneficia con ninguna de las dos opciones mientras recibe las peores consecuencias de ambas.
Cuando una organización leninista cede ante la presión del mercado editorial, regala sus producciones impresas o lisa y llanamente las abandona por un periódico digital, ha decidido que su "prensa" es la misma "prensa" de los medios de difusión tradicionales, su competencia es con el mercado de la información, han pasado a ser una empresa periodística, se plantean políticamente "influir en la opinión pública" pero no organizar un partido obrero.
Más aún si estas organizaciones han leído y estudiado a Gramsci con detenimiento y religiosidad, ya que es el gran comunista internacionalista italiano quien mejor ha dejado constancia de esta homografía.

Hay que volver al famoso texto fundador del bolchevismo en el congreso de 1902 para aclarar, una y otra vez, la confusión homográfica. Lenin compara la prensa de un partido obrero (vale para cualquier intento organizativo, sindical, cultural, etc.) con un "andamio" para explicar la diferencia con un medio de prensa con intenciones periodísticas.
¿Por qué un andamio? Porque Lenin no quiere “vender” un periódico para discutir cuántas ganancias dio el último número y decidir el contenido del próximo en un análisis de lo que “el lector” quiere leer y esas encuestas rápidas típicas de los comités editoriales de la prensa comercial; Lenin quiere tener una idea de cuántos –y cuántas- militantes están activos/as, acercándole sus ideas a cuántos y cuántas obreros y obreras. Cuántos/as de ellos/as se suscriben a las ideas políticas allí expresadas y cuántos/as las rechazan, y de ser posible por qué.
Esa es la medida de una prensa revolucionaria, cuyo simple y sencillo informe de ventas es una radiografía objetiva del tamaño e influencia real y físico de una organización política.
Esta radiografía es prácticamente imposible de conseguir en medios virtuales, aunque cada vez son más las herramientas que se diseñan para lograrlo. La cantidad de megustas y favoritos, sobre todo los compartidos y el retuiteo, son muestras de la adhesión a tal o cual contenido, pero no muestran con claridad si ese individuo tiene un nivel de compromiso con la idea compartida o megusteada que lo lleve a invertir parte de sus ingresos mensuales en sostener esas ideas, o en dejar parte de su tiempo libre para sostenerlas con el cuerpo, mucho menos si estaría dispuesto/a a comprometer su trabajo o su integridad física y/o moral en la conquista de las mismas metas políticas.
Es que todavía no se ha inventado un método de organización política, sindical o cultural de los cuerpos y las conciencias físicas que pueda basarse en algo más que una identificación virtual y efímera de los gustos y simpatías. La necesidad del andamio sigue vigente para toda organización que pretenda una construcción sólida para intervenir en la dura y áspera realidad callejera, en el combate de ideas fábrica por fábrica, escuela por escuela, hospital por hospital.
El andamio no se contrapone con las herramientas de difusión comercial innovadoras del mercado de ideas, siempre que éstas últimas estén al servicio de hacer más conocido al andamio. Pero lo que se observa entre las organizaciones de izquierda, políticas y sindicales, es un abandono del viejo andamio, por viejo y por andamio, y su reemplazo por un medio de prensa comercial a la altura de los nuevos desafíos “tecnológicos” del mercado.
Por el contrario, el abandono del andamio hace que las nuevas prensas digitales no hayan aprovechado la tecnología al servicio del andamio como pretendía Lenin, por ejemplo, contribuyendo a una formación cultural de obreros y obreras entrenados en la redacción de informes de la situación política, social y cultural de sus barrios y fábricas, en esa guerrilla de los procesos moleculares que permitiría al mismo tiempo un informe mucho más realista que el que pueden dar las impresiones de las empresas encuestadoras.
No se leen en estos portales publicaciones de trabajadores y trabajadoras que hayan pasado por un proceso de escritura/corrección político-gramatical/aprendizaje de lo que informan.
Como mucho, la nueva prensa electrónica permite dar la palabra a un conjunto enorme de periodistas desempleados que han sido expulsados de las redacciones físicas de los medios comerciales en retirada y plena campaña de reducción de personal y de salarios, como de flexibilización laboral del o la periodista contratado/a.
La crisis del mercado de la prensa comercial es de suma utilidad porque permite una clarificación política de esa confusión homográfica antigua. Cada organización tiene ahora entre sus manos una decisión clara que tomar: "prensa" o "andamio".
Por el bien de las posibilidades organizativas y políticas de una clase obrera que necesita crecer en poder físico antes que virtual, por el bien de las perspectivas de poder reales de la clase obrera y por lo tanto, por el bien de las metas de una sociedad sin explotación ni clases sociales ni opresión de minorías étnicas ni géneros, esperemos que triunfen quienes prefieren los andamios a las prensas.
A menos que la revolución sea, contra toda perspectiva, televisada en vivo por feisbuk.