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sábado, 30 de julio de 2016

La novela negra: donde literatura y política mejor se leen

Aclaración previa: Lo que sigue es la crónica de un debate sumamente enriquecedor sobre el presente de la literatura negra en hispanoamérica, que presenciamos el pasado viernes 29 en la Biblioteca Nacional. El texto expresa únicamente las opiniones del autor -presente allí por casualidad-, quien declara abiertamente no ser un especialista en el género, no haber tomado nota de los nombres de todos los autores mencionados y no conocer antes de esa fecha el proyecto cultural de diez años que es Evaristo Cultural (que nos pareció excelente) ni tener ningún tipo de interés económico que lo ligue a ninguno de los personajes aquí criticados, entendiendo la crítica y la crónica como un género que promueve el debate constructivo y no caníbal. La extensión y el estilo se corresponden a que el autor se dirige a un público que, como él, no es especialista en lo que reseña pero está muy interesado en comprenderlo, para agregar un conocimiento significativo nuevo a su vida y que no trabaja para ningún medio y no cuenta con editores que le exijan o discutan podar o mejorar su texto.


¿Qué debaten les intelectuales?

Una parte de la sociedad se dedica a pensar, vive de las creaciones de su imaginación y su pensamiento. Por muchos prejuicios que se tenga sobre los intelectuales, siempre es interesante saber qué piensan para quienes no tenemos el tiempo y la guita para dedicarnos tiempo completo a pensar –lo que no quiere decir que no podamos pensar a tiempo completo, ojito-.

El azar y la admiración por la obra del escritor Kike Ferrari nos llevaron a presenciar una esgrima de intelectuales muy interesante y politizada el viernes 29 de julio en el tercer piso de la Biblioteca Nacional de Austria y Las Heras. En la Sala Juan L. Ortíz los responsables del proyecto cultural Evaristo (que según descubrimos allí surgió como una iniciativa independiente en 2006 bajo el formato de una revista digital de actualización primero semestral, luego mensual y actualmente como portal de actualización diaria) presentaron el libro Rastros. Entrevistas de género negro, que compila 45 entrevistas a los mejores escritores del género popularmente conocido como “literatura policial” o también “novelas de detectives” en la actualidad.

Para hacerlo tuvieron la inesperada pero exitosa idea de convocar una mesa de juristas (especialistas en Derecho) y escritores/as reconocidos del género para fundamentar su propia mirada sobre el género, que expresa una crítica, o devela una inconsistencia, del sistema jurídico-legal sobre el que se basa la sociedad actual. La presentación y el cierre corrieron a cargo de Damián Blas Vives (codirector de Evaristo Cultural, gestor y coordinador del Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y de Rastros: Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal y coordinó el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno hasta julio de 2016) y Rodrigo de Echeandía  (abogado, psicólogo social, secretario de Publicaciones de U.P.C.N. comisión directiva, codirector de Evaristo Cultural y miembro del consejo editor de Evaristo Editorial) mientras que el panel contó con la presencia destacada de Claudia Piñeiro (escritora, dramaturga, guionista de TV y colaboradora de distintos medios gráficos quien ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, teatral y periodística; autora de las novelas Las viudas de los jueves, Premio Clarín de Novela 2005; Tuya 2005, Alfaguara, 2008; Elena sabe, Premio LiBeraturpreis 2010, Clarín/Alfaguara, 2007; Las grietas de Jara, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2010, Alfaguara, 2009; Betibú, Alfaguara, 2011, Un comunista en calzoncillos Alfaguara, 2013 y Una suerte pequeña, Alfaguara, 2015) y Kike Ferrari (autor de Operación Bukowski, Lo que no fue, primer accesit del Premio Casa de las Américas, Cuba; Que de lejos parecen moscas, 2012 premio Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, España, a la mejor primera novela y Punto Ciego, escrita a cuatro manos con Juan Mattio, dos libros de cuentos: Entonces sólo la noche, premio 2008 al fomento literario del Fondo Nacional de las Artes y Nadie es Inocente; tres relatos suyos han sido premiados en el certamen de relatos policíacos de la Semana Negra en 2010, 2011 y 2014) y el reconocido jurista Ricardo Rodolfo Gil Lavedra (abogado, juez y político argentino que se destacó por haber integrado el tribunal que en 1985 condenó a los militares que gobernaron el país durante el Proceso de 1976-1983 en el llamado Juicio a las Juntas; Ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación entre 1999 y 2000 y Presidente del Bloque de Diputados de la UCR hasta hoy).

¿Novela policial o novela negra?

Para quienes somos simplemente lectores hedonistas de la literatura “policial” se trató de un verdadero descubrimiento. La aclaración es necesaria porque esta reseña está escrita desde el asombro y no desde la especialización. Como siempre, reivindico el poder escribir opinando sobre lo que no sabemos, con la honestidad de aclararlo para que nuestras opiniones no ofendan a nadie, pero sobre todo con el orgullo intacto de quien opina para hacer oír su voz, su intento de saber más.

Lo primero que nos enseñó esta presentación es que todos los escritores del género coinciden en demoler esa idea popular que lo considera un género “policial”. La policía, como toda fuerza del “orden”, representa al Estado, es decir, a los defensores de la organización social que rige las vidas de los millones de individuos que habitamos este planeta. Y lo que toda la mesa estuvo de acuerdo en señalar es que el orden establecido en nuestra sociedad, el capitalismo, está tan evidentemente en crisis a los ojos de los habitantes, que las fuerzas que lo defienden –policías, detectives, fiscales, legisladores, políticos, etc.- han perdido la confianza y la legitimidad a los ojos de los simples ciudadanos.

La velada comenzó con un compilado de videos con fragmentos de algunas de las entrevistas que conforman el libro, de autores que no estaban presentes en el panel porque en su mayoría eran extranjeros. Pedimos disculpas por nuestra falta de precisión a la hora de citarlos con nombre y apellido porque no tuvimos la velocidad mental suficiente a la hora del apunte.

Uno de ellos, argentino, sintetizó el argumento central: es imposible que un escritor pretenda que sea creíble una novela o cuento donde el policía o detective policíaco sea un héroe en quien los lectores y lectoras puedan creer o confiar, porque en Argentina nadie confía en la policía.

Algo que subrayó desde la mesa Kike Ferrari, que planteó su negativa a identificarse nunca con el término “policial” precisamente por la connotación política de ese término y defendió, como parece ser el consenso entre los escritores del género, del término “novela negra”. Ferrari fue más audaz y comparó al género con el rock, un género musical que se define con una sola ley inmutable, como el I Ching: que está en permanente mutación.

La negrura del capitalismo

Damián Blas Vives señaló de una manera clara para un público no especializado una caracterización del género. Nacido a mediados del siglo 19 como novela policial o de enigmas policiales de la mano de Edgar Allan Poe y popularizado Arthur Connan Doyle con su famosísimo Sherlock Holmes en 1887, la estructura básica del género consiste en el planteo al lector/a de un enigma que debe ser descubierto, un crimen –robo, asesinato, etc.- en el que se debe descubrir al responsable. Como bien señala Vives, mientras el capitalismo estaba en su apogeo, el género se basaba en la confianza en la racionalidad de los especialistas del Estado para resolver conflictos, asumiendo un clima de época, la confianza en la capacidad del capitalismo y su clase social rectora, la burguesía, para volver a poner orden en el caos abierto por el enigma.

Parafraseando, un delincuente, un representante del mal, de lo desviado, del caos, generaba un problema en el funcionamiento armónico de la sociedad y el escritor debía ofrecer un creíble agente del Estado, del orden, de las leyes y la civilización que pudiera desentrañar su origen, sus intereses, deducir con su inteligencia, encontrar al responsable, encarcelarlo, anularlo, y volver a poner orden en el mundo.

Esa sensación de orden y los mecanismos del género (una aventura con pistas y enigmas y una invitación a les lectores/as a participar de la búsqueda del descubrimiento) lo convirtieron en uno de los más adorados por el público de todas las clases sociales y de todos los países del orbe. La novela policial o negra sigue siendo hasta la actualidad uno de los productos artísticos más populares. Ahora no tanto como consumo de lectura –para desgracia de los escritores- ya que, por ejemplo, el precio de los libros y el desguazamiento del sistema educativo gratuito logró que en un país de 40 millones de habitantes como el nuestro las grandes editoriales consideren un riesgo publicar tiradas de más de quinientos ejemplares, cuando en los 90 el mínimo por libro era de 3 mil y en los lejanos años 70 del siglo pasado nadie que tirase menos de 10 mil libros podría ser considerado siquiera como escritor. Pero en todas las películas y series que consumen miles de millones en todo el globo, las más queridas tienen en su estructura todavía los recursos y efectos del policial.

Vives, ofreció la conclusión que desprendió de las entrevistas, a saber, que desde la crisis de la bolsa de Nueva York en 1929, que marcó la profundidad de la crisis capitalista en el siglo 20, para las masas lectoras del género ya no se podía aceptar la premisa de la confianza en la racionalidad del Estado para resolver los conflictos. El capitalismo se mostraba en crisis permanente, el sistema establecido era puro caos y los defensores del mismo eran vistos como responsables de la injusticia social y no como los portadores del bien. El editor del libro impuso por lo tanto a la considerable audiencia ese día un llamado de atención que al menos yo no esperaba oír en ese contexto: la novela negra llama la atención sobre la crisis de la sociedad capitalista contemporánea.

Algo que dos escritores españoles ejemplificaron correctamente en el video. El más moderado de ellos explicaba que había una distancia entre la concepción de las leyes y la justicia en la sociedad española y usó un ejemplo emblemático de la crisis hipotecaria que disparó la enorme crisis capitalista actual en 2007-2008. Según este escritor la sociedad en su mayoría comprende que las leyes deberían haberse escrito para organizar el bienestar común, pero que cuando es legal desahuciar (desalojar decimos acá) a un padre o madre de familia con cinco hijos/as de su hogar porque los echaron del trabajo y no tienen con que pagar la cuota de la hipoteca, la mayoría de la gente entiende que esa “legalidad” no es justa.

El otro escritor español entrevistado fue todavía más lejos. De unos cuarenta o cincuenta años, hizo un balance personal que expresa el sentir de varias generaciones jóvenes de la España post crisis, ya que se han dado cuenta que después de treinta años de democracia los trabajadores en el Reino tienen menos derechos laborales que bajo la dictadura de Franco, que repudian. Pero algo más, dijo, que el abandono de la tradición histórica de organización política y sindical del pueblo español los ha dejado enfrentados a la cruda realidad de que son capaces de estallar en las calles y tumbar alcaldes o presidentes pero que son impotentes de vencer a las fuerzas económicas que tienen el poder de organizar la vida social.

La crisis llegó al Parnaso

En suma, fuimos a presenciar una juntada de intelectuales de la pequeña-burguesía acomodada sobre literatura en la cumbre del Parnaso y nos encontramos con un debate sobre la profunda sensación de crisis social que sienten esos mismos sectores sociales.

Porque como bien dijo Claudia Piñeiro, probablemente la escritora argentina que mejor personifica la “alta cultura” hoy, citando a otro intelectual argentino, las novelas negras no reflejan lo que pasa en la sociedad pero ciertamente expresan lo que los escritores piensan sobre lo que ocurre en esta sociedad. Para sostener su opinión dio un ejemplo literario muy claro, cada sociedad se asombra ante los crímenes propios de su sociedad. En los países de un capitalismo desarrollado, como Suecia o Estados Unidos, los crímenes que más “atrapan” la conciencia de las masas son las masacres sangrientas de los individuos que agarran un hacha o una escopeta y disparan sobre los inocentes mientras que en sociedades como la nuestra los crímenes más comunes son 30 mil desaparecidos o los 52 asesinados por la corrupción estatal de los ferrocarriles.

Vale decir, que cada sociedad produce los crímenes que expresan las contradicciones propias de su particular forma de organizarse. Para la autora, el público del capitalismo “desarrollado” se fascina ante los individuos que evidencian las “fallas” del “sueño americano”, mientras que el/la lector/a inteligente en América Latina se fascinarían con los crímenes perpetrados por el Estado.

Algo más dijo Piñeiro, que suscitó debate y es que la novela negra atrae a la población porque, a diferencia de los medios de comunicación que también describen la realidad criminal en los diarios y la tele, la literatura ofrece una explicación sobre esa realidad enigmática. Uno busca en la novela una “verdad” que explique el origen del mal, de la violencia, mientras que como ciudadano no encuentra en el diario o la tele una explicación de los crímenes y la violencia social cotidiana.

La intervención de Kike Ferrari fue disruptiva desde el arranque, porque se presentó defendiendo su identidad de “miembro de la clase obrera” antes que escritor. Irrumpió como proletario en medio de un panel y un público que en su amplia mayoría no provenía de ese lugar. Y lejos de hacerlo como jactancia descolgada, lo hizo para explicar su posición en el debate. Dejó boquiabiertos a los presentes al oponer su visión a la del escritor español antes citado, explicando que desde su punto de vista las leyes no son escritas en función de organizar el bienestar y la armonía social sino que tienen como objetivo final garantizar un robo, el del plusvalor producido por los obreros. Incluso más, tomando la argumentación de Piñeiro sobre los 30 mil desaparecidos, ubicó a la audiencia y al panel recordando que esta sociedad parió en su momento la Ley de Obediencia Debida, para garantizar la impunidad de los responsables de ese genocidio.

En el plano del debate literario –que en este contexto no estuvo nunca separado del debate político de fondo- Ferrari argumentó contra esa pretensión de verdad que Piñeiro atribuyó al género.

Desde su punto de vista, y usando como prueba su propio trabajo, Ferrari consideró que en esta sociedad descompuesta y corrompida, la verdad es imposible. Su novela ciertamente rompe esa “norma” del género, ya que nadie sabe quién fue el asesino al final. Del mismo modo se manifestó en contra del punto de vista de otro autor que se pudo ver en el video, el irlandés John Connolly, quien defendió la necesidad de presentar a les lectores/as una mirada optimista, una forma de enfrentar la distopía característica del género.

Para Ferrari, lo que precisamente destaca al género negro del resto de la literatura es que expresaría la realidad vivida por la gran mayoría de la población, que el capitalismo es puro caos y que no es posible encontrar la solución reparadora del orden existente porque es el orden existente el que genera la violencia y la insatisfacción popular con el Estado, sus leyes y funcionarios policíacos.

Donde vienen a encallar los que perdieron la fe

En este contexto, la posición de Gil Lavedra era quizás la más esperada. Convocado como representante del Derecho, por su reconocida trayectoria como fiscal, la charla lo colocó doblemente como representante del Estado, ya que fue la personificación del momento más progresista de la UCR y por eso es uno de los elementos más amigables a la población que puede aportar la alianza que gobierna el Estado hoy, Cambiemos.

¿Cómo iba a posicionarse Gil Lavedra en una virtual asamblea de admiradores de la literatura negra que parecía aprobar mayoritariamente el diagnóstico de un capitalismo en crisis, de un Estado visto con desconfianza por todas las clases sociales?

El corazón de la intervención de Lavedra estuvo en intentar contener ese descontento social dentro de los marcos del mismo sistema criticado. Recordó a la audiencia que el Estado de Derecho moderno, hijo de la Ilustración y la Revolución burguesa del siglo 18 y 19, nació con el objetivo de poner un límite al poder punitivo y represivo del Estado feudal previo.
Las leyes modernas –defendió- nacieron no para reprimir al ciudadano sino para defender los derechos de los acusados por el Estado de criminales frente a lo que era claramente un Estado Absolutista que los desconocía.

Reivindicó pues lo más progresista del Estado democrático burgués dando un ejemplo caro a los intereses de los que allí estábamos, denunciando los crímenes del Estado y citó con maestría al Derecho Canónico que llevó a la Santa Inquisición a masacrar legalmente a más de un millón de mujeres bajo acusación de brujería en la Edad Media.

En su visión, el Derecho, las leyes, nacieron para proteger a los sujetos sociales que el Estado estigmatiza como encarnaciones de los males del sistema, las mujeres, los negros, los judíos (derrapó o mostró la hilacha, quién lo sabe, cuando metió en la misma bolsa a los narcotraficantes, a quienes no consideramos bajo ningún punto de vista minorías oprimidas por el Estado, sino más bien la carroña amparada por el mismo).

Llegó al máximo desarrollo de su defensa del Estado democrático aportando una particular caracterización sobre la coyuntura actual de nuestro país. Según Lavedra, el mayoritario reclamo de todas las clases sociales en nuestro país sobre la “inseguridad” no expresaría un reclamo contra la incapacidad del Estado para garantizar el derecho a la vida y a la propiedad de la “gente” sino que se correspondía con una justa “demanda” de una población que, como el Estado democrático promueve la defensa de los derechos ciudadanos, cada vez le exige más.

En síntesis, entendemos que Gil Lavedra pretendió (paradójicamente como si fuese uno de los superados escritores de novelas policiales del siglo 19) ofrecer una verdad que satisfaga la demanda del lector/a y vuelva a dar un “orden” tranquilizador que cicatrice la herida abierta por los introductores del “caos”. En el fondo, para Gil Lavedra no se trata de un capitalismo en su crisis final, una sociedad descompuesta y sin verdades para ofrecer, sino de una sociedad que muestra falencias que pueden y deben ser corregidas, para ampliar su capacidad de defensa de los derechos de los ciudadanos.

Respondiendo a la pregunta disparador con la que Blas Vives lo interpeló (¿el derecho debe ser arrastrado o empujado?, que rescató de un planteo de un jurista del Partido Socialista de los años 40) Gil Lavedra sintetizó su resolución tranquilizadora con la idea de otro jurista del socialismo reformista, esta vez alemán, declarando que el Derecho y la Justicia no deben ser ni arrastrados ni empujados, deben ser luchados, en la concepción de que el Estado es el resultado de la lucha de los diferentes integrantes de la sociedad por conseguir que sus derechos sean respetados.

Como dirían Lilita Carrió o Cristina F. de Kirchner, el Estado somos todos.

El abogado a quien correspondió el cierre de la charla, en representación de los organizadores del evento y miembro del colectivo Evaristo Cultural, ofreció un puente para contener el debate en un punto medio. Se manifestó también como miembro de la clase obrera, definiéndose como trabajador estatal, y reivindicó el sentido dado por Lavedra al Derecho y al Estado pero un poco a la izquierda.

Recordó que esa “lucha” por el Derecho llevó al movimiento obrero argentino y latinoamericano a regar con su sangre la vida social del último decenio, y que no se trata de una lucha “abstracta” o “armónica”. Pero reconoció que, efectivamente, el Estado es el resultado de esa lucha y que, por lo tanto, si los oprimidos por las leyes y el derecho saben organizarse en partidos y sindicatos, es decir, jugando bien las reglas del juego, sus derechos pueden alcanzar un lugar en ese Estado.

¿Quién lo mató y quién podrá defendernos?

La duración de la presentación no permitió que se pudieran expresar las opiniones de los más de cien espectadores que se mantuvieron atentos a esta enriquecedora discusión y en parte por eso escribimos esta crónica, para poder expresar nuestro balance personal de la misma.

Nos hemos llevado algo muy valioso que no teníamos al llegar a la BN (cansados además después de una extensa jornada de movilización y denuncia contra Peña Nieto, representante del Estado mexicano, asesino de los 43 estudiantes del magisterio de Ayotzninapa en confabulación con los narcotraficantes que lo financian o de los ochenta y pico de docentes movilizados en Oaxaca contra la Reforma Educativa que la OCDE y el Estado argentino, que pretenden implementar en nuestras tierras). Los mejores especialistas de uno de los géneros literarios más populares de los últimos ciento cincuenta años en el mundo entero nos hicieron comprender que el éxito de la novela negra no radica solamente en las herramientas técnicas que los artesanos de la palabra y la imaginación usan para crearlo, sino sobre todo en que meten el bisturí en la conciencia popular para desenmascarar un régimen social que se manifiesta incapaz de sostener la vida, un régimen social que solo puede prohijar la violencia y la descomposición social.

Como lectores y lectoras ingenuos, no especializados, nuestro placer intelectual se alimenta de una buena historia, atrapante, que nos invita a participar de una entretenida aventura en busca de encontrar al culpable y resolver el misterio pero sobre todo porque parten de mostrarnos la realidad descompuesta en la que vivimos y comprender por qué se cae a pedazos encima nuestro, alrededor nuestro, por todas partes.

Vivimos bajo los pedazos de un capitalismo agónico que no puede ofrecernos paz, armonía, progreso ni civilización, como nos había prometido en su nacimiento y desarrollo hace más de cien años.

También nos llevamos un hermoso producto cultural aportado por Evaristo, las pruebas más contundentes que la literatura negra es una literatura profundamente política, quizás el género que más acabadamente permite que esa dialéctica sea evidente –junto a la literatura fantástica y la ciencia ficción si se nos permite la aventura-.

Pero además nos permitió corroborar por qué nos gusta tanto la obra de Kike Ferrari, a quien sí tuvimos el privilegio de leer, porque en ella se puede leer la mirada de un explotado ente este régimen descompuesto. Aunque a Ferrari no le guste, su obra ofrece una verdad, una resolución del problema, que –y en esto coincidimos con él- no es la verdad que reivindican Connelly, Piñeiro, Gil Lavedra o el escritor español a quien no conocemos.

La solución del enigma pasa por fuera del sistema y no en la corrección del mismo. La verdad reformista, que el progresismo radical y socialista nos ofrece, ha muerto ante la evidencia del mundo real después de Lehmann Brothers, nuestra propia versión del crack de la bolsa de Nueva York de 1929. Este régimen es imposible de ser reformado o mejorado, ni por el kirchnerismo ni por los mejores intencionados dentro de Cambiemos (entendiendo que Gil Lavedra no expresa lo peor de los cuadros protofascistas del macrismo, ni siquiera de una versión mucho más reaccionaria del radicalismo alfonsinista como la ultra-vaticana Lilita Carrió).

El verdadero criminal en la obra de Ferrari, a nuestro entender, es el protagonista, aunque en la novela sea la víctima: un empresario burgués que hizo sus ganancias explotando trabajadores textiles, vaciando la fábrica para montar un palacio de prostitución y apuestas ilegales. Los verdaderos culpables de todo son él mismo y sus contactos del mundo de la cultura, funcionarios del Estado, policías, políticos, jueces y fiscales, proxenetas y narcos.

La verdad en la obra de Ferrari -y en las novelas negras que más nos gustan- es aquella que sufrimos cotidianamente quienes como Ferrari nos deslomamos bajo el imperio absoluto –mal que le pese al liberal democrático con buenas intenciones- de un Estado de derecho que, como bien señaló el escritor español, nos ha quitado en democracia muchos más derechos sociales, culturales y económicos que las dictaduras fascistas del siglo 20.

Porque el Estado, como bien señaló en su momento Karl Marx, no es la arena pública donde todos los intereses “luchan” por imponer la defensa de sus intereses particulares y conquistar un equilibrio y armonía colectivas, sino el instrumento de una clase social –“las fuerzas económicas que tienen el verdadero poder detrás de los alcaldes y presidentes”- la burguesía, que lo utiliza para garantizar un único interés, el suyo propio: la garantía de poder seguir robándonos el producto de nuestro trabajo colectivo.

Y ese es todo el asunto. Y creo yo, finalmente, que desde esa comprensión en algún momento algún escritor o escritora que provenga de esta experiencia social, que pueda expresar en su obra la forma en que los explotados y oprimidos concebimos la sociedad en la que vivimos, encontrará las herramientas artístico-formales que le permitan construir al detective que no sólo denuncie al verdadero criminal -cosa que ya pasa en la literatura negra contemporánea-, sino además la solución para erradicarlo de la trama sin que eso parezca un dictado artificial y abstracto.

Lo cierto es que para que eso ocurra, para que eso pueda “funcionar” literariamente, primero los trabajadores y trabajadoras que sufrimos este mundo tendremos que conquistar el poder social y político necesario para terminar con este caos y construir un nuevo orden social que nos permita mandar también a esta nueva fase del género negro al pasado, junto con el capitalismo decrépito que la ha parido.

martes, 26 de julio de 2016

Ventisca sub tropical

-Como en la montaña –piensa Santos Capobianco mientras encara la calle dispuesto a cruzar.

Para los porteños, habitantes solitarios de una enorme masa de cemento injertada durante quinientos años sobre las faldas barrosas de un delta que no conocen y al que nunca han visto siquiera, las tormentas como éstas son la peor de las maldiciones.

Toda su vida planificada se complica. Tomarse el colectivo pasa de ser un gesto automático como atarse los cordones a transformarse en el más bestial de los sufrimientos humanos.

-Esto no es una tormenta- se la pasa explicando Santos Capobianco a cada porteño o porteña que se cruza en el camino y que hace el comentario ritualizado sobre el clima. –Se llama ventisca. Los ingleses le han puesto un nombre que se ajusta más a su condición bélica, blizzard, le dicen.

Pasa que es muy difícil usar conceptos en la sociedad porteña actual. Nuestro idioma entero se fraguó en llanuras secas y montañosas en el corazón de una península que recibían los vientos cálidos y secos del Mediterráneo.

Para colmo es heredero popular de un idioma forjado a golpes de espada por una estirpe de conquistadores allende los Alpes. Lo mezclaron con restos del fenicio y griego que usaban los comerciantes de las factorías del Levante, con muchas de las palabras sagradas y plebeyas de los descendientes del desierto, también estirpe de conquistadores, aunque blandiendo poéticas cimitarras en lugar de toscas espadas de hierro.

Con todo, nuestro calendario solar expresa las sensaciones trastocadas de un universo paralelo e inversamente proporcional al nuestro. Los oráculos y horóscopos orientales, ya sea el chino o el babilónico, base de todos los horóscopos de los diarios y la internet se guían por un flujo estelar aplicable –con las sospechas del caso- al ciclo de estaciones propio del Norte.

-¿Se tomarán el trabajo de trasladar las interpretaciones estacionales a nuestra realidad a la hora de alumbrar una mejor interpretación del futuro? –piensa con algo de temor por las víctimas de arúspices tan poco serios.

Imagínese el siguiente dictamen: “el signo del invierno, diciembre: no es propicio emprender ninguna cosecha” en medio de julio.

-Es el problema de los porteños –vuelve a subrayar Capobianco- su cultura es una invención de gentes muy lejanas, trasladada sin traducción a estos barrizales.

La barba rala, de una semana. Una mueca de sonrisa en la comisura izquierda –que es donde gusta estacionar la boquilla de la pipa- por la que fluye el penacho de humo con sabor a chocolate y whisky del tabaco made in Sarandí que puede pagar, escondidas bajo la sombra de la gran ceja de la gorra y al abrigo de las solapas extendidas de su enorme gabán de cuero.

Lo miran pasar como un ridículo. Algunos sesudos eruditos han caracterizado a sus espaldas que se trata de un queer. Otros, amigos cercanos, piensan que se disfraza para sobrevivir de alguna forma a una vida cotidiana que le es insoportable, pero que no quiere abandonar.

Camina abstraído del caos urbano a su alrededor. Firme, sin torcer la espalda, con las manos enguantadas y en los bolsillos del gabán, los pies sin humedad dentro de los borcegos de tela impermeable. Sin exceso de abrigo en el tórax, ni el inútil paraguas entorpeciendo el caminar.

-Una ventisca –explica una vez más- es común en las montañas nevadas o en alta mar. Son vientos cruzados, mezclados, atolondrados, de una fuerza superior a los vientos normales, pero menor a los huracanados. No te mueven del piso, quiero decir, pero te fajan. Lo que ustedes llaman lluvia no es esto, tampoco garúa. La gota no es gota, es un pequeño puñal frío y delgado, que punza y penetra la piel, la tela, lo que le pongan delante o debajo.

Es la esencia de todas las metáforas que se puedan hacer sobre la vida en esta ciudad, que está lo suficientemente cerca de la Patagonia y del Atlántico Sur para recibir sus ventiscas pero demasiado lejos del Polo para que el líquido se congele.

El resultado es que ni los meteorólogos de la radio avisan que hay ventisca, porque no tienen la más puta idea de lo que es, ni aunque lo hicieran el porteño podría prevenirse, porque tampoco la conoce.

En el mejor de los casos habría un debate nacional en cada bar, cada escuela o sala de espera u oficina, sobre si se trata de una ventisca o no. Los enciclopedistas se agarrarían de que no hay nieve y no claudicarían su posición aunque se les presenten sensatos argumentos sobre los tres estados del agua.

Y así vamos, sufriendo las inclemencias de nuestra obtusa capacidad de conocer lo que nos toca vivir si no se ajusta al molde de alguien más certero o especialista que nosotros.

Y Santos Capobianco, entrenado en ventiscas mucho más densas que ésta, capaz de entrar en cualquier Havanna y clavarse un café con leche con la tarjeta, recuerda el sabor de la ventisca en los huesos cuando la carpa de montaña avisa que ya no aguanta como en la juventud. Y lo costoso de hacerse un fuego en el descampado bajo una ventisca furiosa y permanente, de esas que duran días enteros con sus noches intentando dormir en el duro y frío suelo.

Piensa que ese cartonero salió mejor preparado para la ventisca de hoy que el ejecutivo de caro traje y corbata que por alguna razón hoy no pudo sacar a relucir su BMW negro impecable.

-Será porque toda su vida es una puta ventisca.

Pensó y se arrepintió del insulto políticamente incorrecto, aunque no encontró otro menos visceral para escupir su rabia.

domingo, 3 de julio de 2016

En ese dulce momento, cuando la música se termina.

Reflexiones sobre Jim Morrison, un domingo 3 de julio a cuarenta y cuatro años de su asesinato a manos de un transa, que lo habría inducido a una sobredosis contra su voluntad a pedido de las discográficas, para coincidir con el aniversario del fallecimiento de Brian Jones, de los Stones.

-Cáncel mai suskripchion to –silencio- jaus ov detencho-on!

Canta Santos Capobianco mientras danza como un chamán cherokee por la sala, con su camiseta de piqué del club de su infancia posadeña –la que nunca tuvo, la que se inventó- mientras escucha su álbum preferido de los Doors, la banda que lo flasheó entre los 15 y los 24 años, acompañando su duelo del catolicismo hacia el peronismo de izquierda, el existencialismo de izquierda hacia la izquierda verdadera, de la mano de la lucha de calles junto al pueblo.

Se escucha una voz casi adolescente, clara y fuerte, saliendo del minicomponente del lívin: 

Cancel my suscripcion to the resurrección, 
send my credencials to the house of detention, 
I have some friends inside, 
a Feast of Friends, 
Alive she cry, 
waiting for me, 
outside 

La imagen, una cárcel. Una cárcel particular: es una cárcel diseñada para ser eterna y es una cárcel a la que se llega, y de la que uno se va, voluntariamente, la cárcel de la Resurrección, la vida eterna prometida a los muertos de todas las religiones a cambio de una vida fiel a las leyes y normas del Estado. "Manden mis credenciales a la Casa de Detención" ruge con orgullo, irrespetuosamente, el poeta. "Tengo amigos y amigas adentro", un Festín, una enorme Fiesta de Amigos y amigas, un quilombo africano, un aquelarre celta, una dionisíaca helénica, un fogón neolítico. 

Su Paraíso preferido y diseñado en la vigilia de los sueños es una enorme fiesta con amigos y amigas.

Ella está viva y grita, grita en vida, grita con vida, grita porque vive y vive porque grita. Esperando por mí, afuera de mi cárcel, afuera de mí mismo.

-Los Doors son una marca muy definida de mi vida- señala Santos así, con delicadeza.

Su álbum preferido es el doble de tapas negras, el del Hollywood Bowl del 68, y grabaciones en vivo de diferentes lugares, New Haven, Chicago, New York, Los Ángeles. Es un compilado de recitales que hicieron ellos mismos, o sea, los recitales que más les gustaron, que coinciden con el gusto de quienes estuvieron en ellos desde el campo y las gradas, que han inmortalizado esos momentos en miles de expresiones artísticas posteriores.

Santos estuvo en un recital de los Doors. Se da vuelta bajo los rulos de su largo cabello, mirando debajo de la sombra de las cejas, de reojo, maliciosamente y con sabiduría. Y recita en castellano porteñizado de estudiante universitario o profe piola.

¿Sabés que el día destruye a la noche?
¿Sabés que la noche divide al día?
¡Tratá de correr!
¡Tratá de esconderte!
¡Rompéte hacia el otro lado!
¡Rompéte hacia el otro lado!!!!

Sólo se ve una luz blanca cegadora, un vaho de vapor hecho del sudor de los miles que pueblan el campo a mi alrededor. La música me aturde los oídos y las ondas vibratorias de los enormes elefantes mudos y negros de los parlantes me golpean al ritmo de la batería. El ritmo de la batería de esta banda es muy raro, mezcla el blues de los esclavos africanos en el sur, con las bases rítmicas de los cherokees, pobladores originales de estas planicias semidesérticas del sudoeste norteamericano.

-Es música de oprimidos, Leo, de invadidos, de derrotados que siguen la lucha, en las peores condiciones. –dice Capobianco ya dispuesto a irse al otro lado, de sí mismo.

-Como el candombe del barrio de Palermo, en Montevideo, donde estaba el edificio okupado de los negros. Una centena de descendientes de los primeros esclavos liberados revive, vuelve a caminar el camino que hicieron sus ancestros, desde el puerto a los mercados de venta, desde donde serían separados, padres de hijas, hijas de abuelas, amantes de amados, a criterio del resultado azaroso de la oferta y la demanda, hacia las diferentes latitudes de las estancias asesinas de vacas del Uruguay de la Guitarra Negra de Alfredo.

En las llamadas, vamos de un lado al otro de la península con monte, pasos cortos, tardan una tarde entera, repiten los movimientos de los esclavos limitados por grilletes de hierro forjado, en los tobillos, las manos a la cintura, y, barbarie absoluta, a los cuellos, entrelazados entre sí por cadenas que los unían en su ausencia absoluta de libertad y soberanía individual. Seres humanos, desencidentes directos de una estirpe de tres millones de años de libertad, igualitarismo y nomadismo, todavía bajo el manto protector de la propiedad común que fue el matriarcado, de repente quebrados en lo más íntimo de su esencia humana, en su soledad.

Pero seguían juntos. Vivos y vivas. Habían sobrevivido. Y no les podían arrebatar todo, entonces hacían música como el ser humano se dice hizo música por primera vez, haciendo percusión con objetos sólidos, piedras o tronquitos. Hacían percusión con las cadenas, con los ritmos que tocaban los diferentes matices de tambores en las piernas –liberadas de cadenas- de las mujeres y los varones de la tribu, organizados/as en rondas según las jerarquías en la comunidad, determinadas en consenso asambleario según las mejores capacidades y experiencia de cada quien.

Y tenían que fluir, dialogar en hermético silencio, porque ellos eran los últimos sobrevivientes del largo trayecto en la panza de los buques de madera podrida y escorbuto, peste negra de las ratas de alta mar, y de las razzias/prógroms/citaenvenenada que las clases dominantes de la costa hacían sobre las aldeas seminómades del interior de la selva, cazando a sus ancestros y primos cercanos para venderlos a los traficantes europeos, de seres humanos como de tabaco, especias, sedas, opio o lo que sea que la aristocracia y burguesía industrial Europea del siglo XIX esté dispuesta a comprar.

Entonces ellos y ellas distinguían las aldeas y tribus de las que venían por sus ritmos clánicos. Y así nació todo lo que podemos admirar del jazz, el blues, el rythym&blues, el rock n roll, hasta la última mutación, el punk, que cambió todo: la improvisación permanente, la eterna mutación. El juego con leyes precisas del azar, la vida en su esencia.

Entonces miro a mi alrededor, las luces de los reflectores pegan sobre las nubes de sudor humano, la música me aturde los sentidos, no puedo ver ni oir lo que los rostros y los cuerpos gritan a ritmo, rompiendo la garganta para que escuche el tipo ese que grita allá lejos, en la bruma iluminada y brillante del escenario principal. El tipo todo vestido de cuero negro, bailando como un chamán, absolutamente drogado pero muy lúcido, actúa movimientos de una serpiente encantadora, de una enorme lagarto. Defiende en las entrevistas que él ha llegado a la sabiduría, a la comprensión de la sabiduría original de la Madre Tierra, la sabiduría neolítica del indio americano en el desierto de Los Ángeles, que la verdad estaba allí y no en las ciudades perfectas hechas por el imperialismo de su padre, Almirante de la USNavy, asesina de campesinos en las islas selváticas del sudeste asiático y en las selvas urbanizadas de Centro América. Élite de invasores, saqueadores y violadores de niñas embarazadas.

James Morrison, Jimbo, a sus veintidós o veinticuatro. Lo íbamos a ver todos jóvenes de familias pequeñoburguesas o de obreros muy bien pagados, los mismos que nos veíamos en las marchas y movilizaciones con Martin Luther King contra el fascismo WASP del sur.

Jimbo había quebrado con su familia y se había ido a vagar por los desiertos que unen la selva de la Florida donde nació hasta la meca del arte y de la libertad, L.A.. Allí descubrió “la mente universal”, lo que en la facultad de cine había leído en letras de Nietzsche, o de William Blake más atrás, pero que en realidad se remontaba a Zaratustra y Buda, el nirvana. 
Lo mismo que los ancestros dorios, aqueos, primos lejanos de los persas transformaron en religión, en doctrina filosófica, el hedonismo. Los hedonistas griegos formaron un movimiento político en contra del ideliasmo platónico, en contra de la idea de la dualidad cuerpo-alma y la necesidad de sufrir para alcanzar la sabiduría. Sufrir negando el cuerpo, aniquilándolo, destrozándolo.

No, dijeron. La sabiduría puede y debería alcanzarse a partir del conocimiento profundo del universo que nos rodea y del que somos parte, puerta al conocimiento verdadero de uno mismo como parte y como todo. Y los puentes materiales de nuestra conciencia y contacto con el universo son nuestros sentidos orgánicos, nuestra piel y tacto, nuetra nariz y olfato, la mirada y los ojos, el gusto. Las puertas que nos comunican o nos separan del universo son los sentidos, hay que abrirlas si uno tiene acceso sencillo a las llaves,o romperlas a patadas si están tan sólidamente cerradas.

Hay que hundirse en lo profundo de uno mismo, en nuestros más secretos e íntimos miedos, bailar con ellos, seducirse mutuamente, y volver.

Miro la gente bailando, saltando, los cuerpos sudorosos con pocos trapos encima, caras brillosas, hermosas, de quince a veinte, cuerpos atléticos, entrenados, bien alimentados, gente sonriente, disfrutando, gritando o cantando, moviéndose a compás, descontrolada en un perfecto orden, somos una gran ronda de oprimidos parando en la noche y madrugada a pasar del otro lado, con sustancias químicas que desordenan las normas que el Estado puso en nuestras conciencias, buscando remover las lápidas que pesan en nuestra conciencia como muertos enterrados en las contracturas del lomo.

El rock más puro y bello fluye desde los instrumentos, nos inunda, nos une en comunidad. La poesía de Jimbo es lúgubre, nos invita a pasar del otro lado, es nuestro Virgilio, en él confiamos en este viaje al desconocido inconsciente de nuestra cultura de jóvenes blancos de clase media enfurecidos contra la sociedad de nuestros viejos.

Pero es rock. No es hipismo pajero y monotributista. Es el jipismo combativo, que le canta a la Molotov, que canta consignas que coreamos en la movilización

-Como cuando estalla el grito al medio del recitado de When the Music is Over, WE WONT DE WORLD AND WE WONT IT NOW, del estilo de esas consignas surrealistas del mayo francés.

Claro, porque los jóvenes de todo el mundo conocido estábamos luchando en el mismo tiempo contra todas las lacras de la opresión humana. En cada continente obreros, campesinos y jóvenes estudiantes universitarios y secundarios luchábamos contra el imperialismo yanky, europeo, estalinista, la opresión blanca, el machismo, la destrucción ecológica de las megaempresas multinacionales, la explotación de plusvalor, todo.

Los poetas de las luchas revolucionarias de los años 10, 20 y 30 del siglo veinte habían inmortalizado la consigna “pan y rosas” para todos y todas los habitantes del planeta. Síntesis de arte y alimento, como derechos básicos y banderas de guerra de clases.
Morrison cantaba Five to one, Cinco a uno, cinco a uno… y no va a quedar ninguno, como se cantaba en las calles de Corrientes, de Córdoba, de Santa Fé, de Mendoza y Tucumán o en las baunllieurs de argelinos desocupados de París, o en las sangrientas calles de New Haven, bajo la represión feroz de las fuerzas policiales, estaduales y federales en defensa del Partido Republicano y el Demócrata, quienes representaban a los burgueses que hacían negocios invadiendo a los modestos campesinos de arroz de Vietnam.

Cinco a uno era la proporción estadística entre la población menor de 30 años y los mayores de 50 en esas décadas. Les gritaban, en suma, que así tengan todo el poder tecnológico para matar, la mayoría abrumadora iba a terminar por imponerse y ganar.

Nos reuníamos entre batalla y batalla, para encontrarnos, darnos calor en la noche con nuestros latidos de sangre bullente, músculo y órgano. Rituales orgiásticos como los que fundaron los hedonistas griegos cuatroscientos años antes de que Roma matase al Cristo en Palestina, grandes comilonas para destrabar el placer del gusto, mucho sexo libre y respetuoso, grupal e individual, de a dos o tres, sin barreras de género ni sexualidad, para destrabar los cinco sentidos, música para permitirnos razonar sin palabras ni conceptos fijos, y nos pasábamos del otro lado, juntos y por separado, borrachos, embebidos, drogados, alienados de nuestra conciencia. Nos dábamos vuelta dentro de los pliegues de la piel para reconocernos por primera vez y renacer verdaderos nosotros mismos.
Santos Capobianco viaja sin límites, no necesita transitar caminos reales para viajar o moverse. Vive el recuerdo de sus recitales.

-Lo mismo me pasó con Divididos.- le digo yo. Yo llegué a los Doors por Tony, un chamán que vive en el edificio enorme de Donado y Combatientes de Malvinas, de frente al Tornú, divididos entre Parque Chas y Ortúzar o unidos por la misma avenida doble mano, un chamán que había pogueado a los 18 con V8, bajo la represión nazi de Videla y que había viajado por los pliegues del delirio en un sucucho húmedo y maloliente con Luca Prodan y Sumo. Tony me dijo Si te gustan Sumo y Divididos tenés que escuchar a los Doors.

-Hay una conexión musical, hedonista, entre los guerreros del ejército de los oprimidos. En todos lados y en todos los tiempos. –concluímos con Santos Capobianco, al unísono, o al menos en armonía coral.

 -Divididos mantiene una idea del recital que tenían los Doors. El recital es el premio. Es el lugar preferido por el verdadero artista, el del contacto con su receptor, con su público. El diálogo, el baile, la danza en comunidad con quien siente, piensa y lucha el mundo a tu lado, en la calle, en la plaza, en el laburo, en el aula y en la cama. Mollo se brinda por completo. Dá algo más que en el disco, cidí, en el grabado.

-La magia real de los Doors era en vivo. Era una gran reunión comunitaria, una gran asamblea donde se hablaba con el cuerpo todo y se votaba de mil formas. Gritándole a Jim en las pausas místicas que hacía, tirándole cosas.

-I was doing time…

Cantaba Jimbo en trance, contándonos un viaje. Él había “hecho un tiempo”, una expresión muy estadunidense para conjugar dos imágenes, la de un preso, obligado a “pasar un tiempo” en cana y la de un ser meditando

…in the Universal Mind

“en la Mente Universal”, pasando un tiempo condenado a vivir, a meditar, en el lugar donde habita la sabirduría máxima, la mente del universo, el Nirvana, el Cielo o el Paraíso.

And I was doing all right

Y la estaba pasándo bárbaro el chabón, re tranqui

I was turning keys

“Estaba dando vuelta llaves”, o sea, abriendo puertas, conciencias, cuerpos

I was setting people free

“Estaba dejando libre a la gente”, dejando libre ¿ves? Haciendo lo necesario para que vos tomes la decisión de cómo seguir tu camino

And I was doing all right

“Y lo estaba haciendo bien”, acá el mismo doing que antes lo usó como expresión de estando ahora lo usa en su otra acepción de haciendo, estaba “haciéndolo bien” o “estaba haciendo el bien”.

Después cambia el ritmo y el tono y dice

Then you came alone
With a suitcase and a song

“Luego apareciste vos
Con una valija y una canción”

Turn my head around

Me diste vuelta la cabeza, me volaste la cabeza, me rompiste la cabeza…

Now I´m so alone

“Ahora”, dice ahora, en el presente de la soledad, en el instante en que estoy solo, “estoy tan solo”, tan solo haciendo énfasis en que hay algo nuevo, que me desgarró del Nirvana donde todo era perfecto y quieto y armónico. Y caíste vos, nómade, con una valija con tus cosas, con tu valija de viaje, y una canción como símbolo y síntesis de lo que pensás de la vida, canción carta de presentación y límite en las negociaciones paritarias de los convivientes.

Una pasajera bajando del tren esperado en la Estación bucólica del Sur.

Just looking for a home
In every face I see

“Ahora estoy tan solo, únicamente buscando un hogar en cada cara que veo”…

¡Por favor qué versos! –grita Santos Capobianco, interrumpiendo el ritmo de la narración, el embrujo que había creado con su relato lisérgico y lisergizante.

Y repite:

-Qué versos: me siento tan solo en mi momento de soledad que lo único que hago en la vida es andar buscando una persona para construir un hogar común en cada rostro que veo. Qué sublime forma de dibujar en tres líneas de seis o siete sílabas ese borde perfecto donde tenés que decidir de qué lado te pensás quedar, si en tu soledad o en la comunidad con los demás.
I´m The Freedom Man, termina diciendo Jimbo como conclusión consciente, es el 
Libertador, el Hombre Libertad, aquel que Libera.

En medio del campo, sudando yo mismo, mi torrente sanguíneo estallando en los riachuelos del músculo, inundado de calor y energía, conmovido, al borde de mí mismo, aparece ella, desde el fondo de ese mar humano, su cara angulosa y amplia, su perfecta sonrisa que se expande, uniendo en un ritmo invisible los contornos de sus grandes pómulos y sus dos ojos al mismo tiempo redondos y rasgados. Diosa producto final del azar genético de las razas color de piel sin Sol de las montañas que protegen al gran ojo de agua salada del Cáucaso con esas otras tan mongoles, tan extremadamente orientales, de las montañas más elevadas del mundo del Nepal y más allá, hija de las estirpes que poblaron de caballos y espadas de hierro las faldas verdecidas del Monte Ararat, inmortalizado por la imaginación de los primeros sumerios como cuna del mundo después del diluvio, que lo vieron como pequeña isla donde renació la vida, como en el mito de la Serpiente Ra o la flor de Loto –protectora natural de un néctar de reacciones similares al opio alucinógeno de la heroína-  que emerge del océano interior del abdomen del Buda.

Coreando la misma canción profunda que yo, admirándome como un guerrero del amor y la lucha contra el odio de clase, en medio de una movilización.

Y me abraza, emerge del mar y me abraza, o me pone sus largos brazos alrededor del cuello y me invita a bailar, a moverme, a correr y agitar los brazos arrojándole piedras al cordón de policías enemigos, a luchar juntos entre las frazadas frías del primer semestre de Macri, sobreviviendo al frío invierno del ajuste, dándonos calor y energía como en la primer noche invernal de nuestra especie, cogiéndonos, nadándonos, navegándonos, llenándonos del otro que es otra también, arrancándole conscientemente un segundo de eternidad a la vida sufriente del trabajo torturante y explotador.

Y me salva. Me libera. El rock, ella, su amor. Y me permite liberarme de mi sabiduría, de lo que conozco de mí mismo y el universo, y volver a pensarlo todo de nuevo y otra vez, hasta el próximo encuentro, la próxima reunión de círculo, la próxima asamblea, la próxima movilización, el próximo choque.

Y así vamos, viajando por estas aguas turbulentas, dejando estelas en la mar, haciendo el viaje a medida que viajamos.


Que el dulce sabor de la Victoria de Miel sea nuestro premio, es mi mejor deseo.

viernes, 1 de julio de 2016

Gambeta al Partido

Reseña de “Un largo y sinuoso surco rojo”, de Eduardo H. Sartelli y Rosana López Rodrigues, Prólogo a Trotsky, León: Literatura y Revolución, Ediciones ryr, Bs. As., 2015, pp. 7-189.

Después de 13 años la dirección de la Organización Cultural Razón y Revolución (en adelante RyR) ha publicado una defensa teórica de su ruptura con el Partido Obrero en 2002 y de su estrategia política en el ámbito cultural de la lucha de clases.
Sin embargo no la ha presentado abiertamente. Está contenida en el Prólogo al libro que compila la totalidad de los textos conocidos en los que León Trotsky opina sobre arte y cultura.

El Prólogo al que nos referimos tampoco es estrictamente un Prólogo, en el sentido tradicional del texto que antecede a una compilación destinado a explicar al lector los criterios que llevaron a la misma, la metodología que se usó para traducir las fuentes originales o lo que sea. Se trata en realidad de un estudio de 168 páginas donde se pretende caracterizar científicamente el programa, la estrategia defendida por Trotsky para el frente cultural de la lucha de clases. Tampoco es un estudio que se limite a ofrecer un contexto detallado para la mejor comprensión de los textos compilados, sino que tiene la intención de demostrar que la posición de Trotsky en este frente es incorrecta.

Nos encontramos pues ante un texto sumamente paradójico: un estudio para fundamentar una posición política –la de los editores- contraria a la del autor que firma el 80 por ciento de las páginas del libro, que son en realidad las que motivan la compra del mismo.

Pero el interés de esta reseña no está en cuestionar una política comercial de la Editorial ryr, aunque por lo menos digamos que es deshonesta. Nuestro interés está en discutir el alcance de las tesis que ofrece RyR como propuesta política para los interesados en la construcción de una alternativa revolucionaria a la sociedad existente. No tanto por la importancia relativa que RyR pueda llegar a tener hoy en día, sino porque ha encarnado una estrategia de construcción política que siempre ha aparecido como posibilidad en las diferentes coyunturas de la izquierda argentina.

Aclarando para no oscurecer

La principal crítica que podemos hacerle al texto es precisamente que oculta su motivación y por lo tanto compromete dos aspectos importantes de una obra que pretende ser científica. En primer lugar que expropia al lector de una premisa fundamental para poder comprender cabalmente la obra.

Efectivamente, si se ataca la lectura sin saber que se está leyendo la justificación de la posición política de una agrupación enfrentada a otras concretas, la comprensión del texto va a ser por lo menos confusa. Por ejemplo, en la introducción se dice que el interés del estudio es cuestionar la “caricatura Trotsky”, en particular la que han construido corrientes llamadas “liberal-trotskistas” en pos de fundamentar su política para el frente cultural. ¿A quiénes se refiere? ¿Por qué no las menciona con nombre y apellido? No aclarar con quién se debate inhabilita la comprensión del debate y hace casi imposible una contra-argumentación.

Pero lo más importante es que al ocultar su verdadero interés, el estudio no puede hacer explícita la contradicción que sostiene a todo el texto, y que fundamenta todas las interpretaciones de las fuentes que utiliza para su argumentación.  El interés concreto del fundador y dirigente principal de RyR es el que guía todo su análisis, eso hace que las interpretaciones y conclusiones de su Prólogo guíen desde la selección de las fuentes y las pruebas hasta el ordenamiento particular del texto. Sin esta aclaración el texto es muy difícil de comprender. Todo el texto sería más fácil de leer y comprender si los autores hicieran explícita esta premisa desde el comienzo.

Se puede inferir que ello hubiera obligado a una tarea más extensa de cuestionar las tesis de RyR contra la realidad de su trabajo durante estos trece años, es decir, contraponer su propuesta teórica contra las pruebas fácticas de su propia labor y la de quienes ellos consideran adversarios de su programa. Está claro que esa tarea sería mucho más compleja y difícil, ya que implica un balance autocrítico de hondo alcance y que además agregaría varias páginas a un relato ya de por sí extenso.

Para no calcar el error que criticamos, debemos aclarar que quien firma esta reseña fue uno de los dos firmantes del documento interno que llevó a la ruptura con el PO en el 2002 y por lo tanto fue el co-fundador de la experiencia RyR y miembro de su dirección hasta que fuera expulsado en agosto de 2006 después de aceptar voluntariamente ser sometido a un juicio interno. No puedo soslayar el interés personal que me motiva a hacer un análisis de las bases teóricas que explican mi primer acercamiento a la vida política y sus consecuencias.
Intentaremos que los enconos personales y los viejos rencores no opaquen nuestro análisis concreto. Como siempre, dependerá del/a lector/a considerar si hemos logrado nuestro propósito.

¿Qué dicen?

Las tesis de RyR se pueden resumir así. Trotsky nunca tuvo una estrategia para el frente cultural, en parte porque no lo consideró nunca como un frente estratégico o prioritario para un partido revolucionario. Su posición siempre fue de un oportunismo táctico, interesado en construir alianzas con intelectuales o personalidades del ámbito cultural que apoyaran su causa.

Esta ausencia de una política coherente y sistemática en el frente cultural no es exclusiva de Trotsky, dicen los prologuistas, sino que forma parte de un déficit en la génesis misma del Partido Bolchevique. Así, los bolcheviques habrían rechazado y censurado a algunos intelectuales y promovido la adhesión de otros (en algunos casos los mismos individuos son acercados y rechazados) no sobre bases teóricas, estéticas o programáticas sino dependiendo de las necesidades coyunturales de la política del momento.

La única política cultural que tuvo el PCUS se instauró en 1932-34 con el decreto del realismo socialista, no porque Stalin tuviese un programa para el frente sino que surgió como producto –otra vez- de un largo proceso de respuestas coyunturales del partido en el debate con los diferentes agrupamientos culturales originado en 1918 ante la emergencia del Proletkult, continuado en 1925 con la resolución del PCUS frente al debate con la Asociación de Escritores Proletarios (VAPP) y concluido entre 1932 y 1934 con la constitución de la Unión de Escritores de la URSS.

Finalmente, RyR ha encontrado una tradición donde identificar su propio programa cultural en Alexander Bogdanov, dirigente bolchevique a quien consideran la única figura de peso teórico capaz de equipararse o incluso superar a Lenin, quien rompiera con el partido en 1907 para fundar Vpered (Adelante) y que fuera el inspirador del Proletkult y de los escritores proletarios que fundaron la VAPP, aunque lo desligan de haber inspirado al realismo socialista.

En sus conclusiones, los autores proponen una línea de intervención, una política cultural elemental para quien desee construir una dentro de un partido revolucionario en la actualidad, que recopila aquélla que justificó la ruptura con el Partido Obrero en 2002 y por lo tanto la fundación de RyR como organización política particular y que, en última instancia, sostiene lo fundamental de la propuesta bogdanovista.  

Para defender estas tesis, los autores nos ofrecen un detallado recorrido por las características sociológicas de los diferentes grupos de intelectuales que protagonizaron la lucha de tendencias en el frente cultural antes de la revolución del 17 y durante los tres períodos claves de la fundación el Estado Soviético: el comunismo de guerra (1917-1921), la NEP (1922-1928) y el ascenso de Stalin al poder (1928-1934). Lo más importante de su análisis se basa en fuentes secundarias, es decir, en estudios de otros investigadores, probablemente la totalidad de las existentes para el caso y en la reconstrucción de las biografías político-intelectuales de los principales protagonistas, poco conocidos incluso para lectores/as de la historia del proceso revolucionario ruso. También se han tomado el trabajo de analizar críticamente las fuentes primarias más relevantes, esto es, el conjunto de documentos que produjeron los protagonistas del debate incluyendo además de los textos obvios (los producidos por los dirigentes bolcheviques) las novelas de los escritores centrales.

Aquí se encuentra el aporte más importante del texto: en la reconstrucción de un proceso histórico poco estudiado por la academia o por la izquierda en Argentina. Sin embargo, cabe repetir que la estrategia utilizada para construir la descripción (ocultar el interés concreto que guía el texto) y el recurso permanente a deducciones de orden psicológico sobre las acciones de los protagonistas, en particular de aquéllos que sostienen argumentos contrapuestos a las tesis de los autores, obligan a sospechar incluso de la pertinencia del recorte de fuentes seleccionadas. Sin embargo, como no contamos con el tiempo suficiente para encarar un estudio pormenorizado de las fuentes, deberemos conformarnos con aceptar el recorte propuesto como válido.

También es justo decir que todo este relato no hace más que compilar fuentes secundarias, es decir, que Sartelli-Rodrigues no han accedido a las fuentes originales sobre las que sacan conclusiones tan audaces, simplemente ofrecen conclusiones basadas en investigaciones de otros. Lo que no está mal si pretendieran ofrecernos un estado de situación de las investigaciones sobre el problema, pero que es una base frágil para concluir tan audazmente una política revolucionaria para el frente cultural.

Trotsky nunca tuvo un programa para la cultura

La tesis principal es que Trotsky nunca tuvo una estrategia para el campo cultural de la lucha de clases. La publicación de sus textos sobre cultura tienen la función de ofrecer al lector las pruebas de esta aseveración. La intención es demostrar que las estrategias culturales de los partidos trotskistas argentinos (resumida en la consigna “toda libertad al arte” que se desprende del famoso manifiesto acordado con Rivera y Bretón) se basa en una caracterización falsa de la política cultural de Trotsky.

Después de un análisis detallado y exhaustivo de las fuentes secundarias, Sartelli y Rodrigues creen haber demostrado que para el dirigente revolucionario el frente cultural es secundario dentro de las tareas políticas del partido y que sólo debe ser tenido en cuenta tácticamente, es decir, cuando haya algo que aprovechar según la coyuntura política lo demande. Así, para los autores quedaría claro que las ideas de Trotsky sobre arte varían dependiendo de la coyuntura política que se trate: antes de tomar el poder, mientras es parte de la dirección del partido y el Estado soviético y después de su expulsión y exilio.
Trotsky es definido entonces como un oportunista en lo que refiere al frente cultural. Así, sus opiniones sobre arte no deberían constituir las bases de una política cultural para ningún partido revolucionario, ya que están dictadas no por una comprensión concreta del problema sino más bien por las necesidades coyunturales de la lucha.

Siguiendo a los autores, hasta febrero del 17 Trotsky habría entendido la producción artística sólo como un fenómeno superficial de la vida social que expresa por lo tanto la forma en que determinada clase o capa social vive y comprende un momento particular de la lucha de clases. O sea, que Trotsky se limitaría a ver la producción artística como una prueba, un documento, de lo que las clases piensan o sienten en un momento dado.

Una vez en el poder y con la tarea de desarrollar el trabajo de construcción de una sociedad diferente, Trotsky abordaría una posición positiva sobre el arte y la cultura, estableciendo una línea de intervención concreta. Pero en este punto, como nunca habría pensado el problema, se habría limitado a construir su propia visión sobre la base del enfrentamiento con el Proletkult y la VAPP, entre 1918 y 1925, posición que coagula en su libro más famoso y el que da el título a la compilación de RyR, Literatura y revolución. Finalmente, una vez expulsado del partido y de la URSS por el estalinismo, Trotsky se habría desdicho de sus posiciones frente al Estado soviético para ofrecer a los intelectuales la más amplia libertad de creación, no como producto de una posición honesta sino más bien por la necesidad de rodearse de figuras de renombre universal ante el severo aislamiento político de la corriente que intentó fundar contra un estalinismo en su momento de mayor influencia sobre la intelectualidad de izquierda en el mundo.

Debemos decir que esta concepción sobre la “política cultural de Trostsky” estuvo como base de sustento del proyecto RyR desde su comienzo, aunque recién ahora ha sido defendida con un exhaustivo despliegue de argumentos y pruebas documentales.

Lo más importante para Sartelli-Rodrigues es demostrar sin lugar a duda que antes de ligarse a los surrealistas franceses, Trotsky demostró en sus acciones y escritos todo lo contrario a una posición de absoluta libertad en el campo cultural. Son muchas y contundentes las ocasiones reseñadas en que el dirigente bolchevique ejerce la censura programática contra las obras que considera opuestas a la ideología revolucionaria, incluyendo desde la censura material (prohibición, recorte de fondos, etc.) hasta la crítica despiadada de obras artísticas.

Los autores no critican esta situación, sino que por el contrario la justifican como parte de las responsabilidades que requiere un verdadero funcionario de una dictadura obrera. Lo que critican es la “falsa imagen” liberal que habrían construido las corrientes trotskistas a partir del manifiesto de Bretón. ¿Cómo explican entonces la aparente contradicción de la consigna de “máxima libertad a los artstas”? Sencillamente porque era la mejor forma táctica para establecer una alianza con los intelectuales opuestos al realismo socialista y por ende al estalinismo. Incluso admiten la posibilidad de una impostura deshonesta de parte de Trotsky, ya que en su consideración, el dirigente bolchevique compartiría con la vieja guardia del partido una predilección estética por las formas más conservadoras, como el realismo del siglo XIX y un profundo desprecio por las vanguardias estéticas como el futurismo o el surrealismo.

Aquí debemos señalar que los autores utilizan una serie de argumentos que no se sostienen en ningún documento. A partir del señalamiento correcto de las posiciones de Trotsky que se desprenden de sus textos y del contexto en que fueron escritos, puede admitirse que las posiciones de 1921-25 estaban guiadas por la necesidad coyuntural de la lucha contra la pretensión de varios grupos de intelectuales de elevarse a la dirección del partido y del Estado en contra de los intereses de Trotsky y de la dirección bolchevique, pero no se demuestra que esas intenciones hayan sido guiadas por el interés mezquino de una camarilla de dirigentes de impedir el acceso de otros, reduciéndolo todo a una intrincada maraña de miserias y faccionalismos. Los autores del Prólogo no cuestionan sus afirmaciones preguntándose si Trostsky intentaba interpretar sinceramente los intereses del proletariado ruso, o de la humanidad entera.

Del mismo modo, concluir que el Manifiesto firmado con Bretón y el surrealismo se trata de un oportunismo ramplón e incluso hipócrita se desprende únicamente de los prejuicios de los prologadores. No se preguntan, y por lo tanto no indagan otras fuentes que podrían responder si Trostsky no ha llegado a una maduración de sus posiciones originales, si precisamente el análisis consciente de la experiencia vivida en carne propia desde la toma del poder hasta el surgimiento y victoria del estalinismo le hicieron comprender  que la posición correcta era la expresada en el Manifiesto, incluso contrariando sus propios gustos estéticos si ese fuese el caso.

Se podría decir que ofrecemos una mirada indulgente con Trotsky, incluso religiosa. Pero ese no es el tema, el tema es que la pretensión de un texto científico como el Prólogo que reseñamos debe ser encontrar la verdad, a riesgo de quedar reducido a una simple justificación de una posición particular. Entendemos que el Prólogo no se propone la crítica de otras fuentes que podrían llegar a encontrar respuestas diferentes a sus preguntas sobre el problema de la política cultural del trotskismo.

Es decir, que no cuestionan una interpretación alternativa de su tesis, a saber, que en lugar de un oportunismo coyuntural haya habido una evolución, una mutación de las ideas de Trotsky a partir de un análisis crítico de su propia experiencia.

Tampoco tienen en cuenta una segunda variable, a saber, que lo que ellos tildan de “oportunismo” no es más que la correcta forma de moverse en el frente siempre que se considere que Trotsky tenía como prioridad la construcción de un partido revolucionario y no de una organización de intelectuales. Es indiscutible que Trotsky dedicó casi toda su vida adulta a la construcción de un partido de combate contra el régimen burgués, por lo que sería lógico comprender que en lo tocante al campo cultural buscase siempre la mejor forma de construir puentes con sectores sociales autónomos del partido e incluso de clases sociales no proletarias que pudiesen ayudar a su sostenimiento y desarrollo.

Criticar a Trotsky por poner como único requisito para una relación con los intelectuales únicamente el apoyo a la Revolución de Octubre o a la IV Internacional es pretender que Trotsky fuese alguien absolutamente diferente de quien fue.  

El Partido Bolchevique, nido de facciosos

Los autores son audaces. Pretenden que esta suerte de improvisación oportunista que ven en Trostsky es propia de toda la dirección del Partido Bolchevique, de la que Trostsky es una mera expresión. Eso justifica un extenso examen de la dinámica entre el propio partido en su relación con la intelectualidad rusa antes y después de la toma del poder.

Lo más sustancial del texto es la descripción de ese proceso, en particular del debate en torno al Proletkult, la resolución sobre el arte de 1925 y la formación de la Unión de Escritores de la URSS en 1932 paralela a la constitución del cánon del realismo socialista.
Y decimos que su descripción de los debates del Estado y el Partido sobre estos tres ítems es lo más sustancial del Prólogo porque efectivamente su lectura es imprescindible para comprender cabalmente Literatura y revolución. Tradicionalmente se considera este libro de Trotsky como la expresión más acabada de una posición sobre las tareas del partido en el campo cultural, pero realmente se trata de una intervención puntual para dar respuesta a una coyuntura abierta por la lucha de dos agrupamientos de intelectuales –muchos de ellos militantes bolcheviques y muchos otros no- que reivindican para sí el reconocimiento como los únicos poseedores de un programa revolucionario en el campo cultural y que, por lo tanto, exigen al Partido ser colocados al frente del aparato cultural del Estado Soviético.

En esta lectura tenemos un acuerdo total con el Prólogo. Como en las épocas previas al capitalismo donde toda discusión sobre religión era en última instancia un debate sobre la conducción del Estado, detrás de todo el debate estético con el Proletkult y la VAPP se traduce un debate político que expresa resultados materiales concretos, como la asignación de partidas presupuestarias, edición de libros, sueldos, etc.

Efectivamente queda claro que Lenin y Trotsky lideran una batalla principalmente contra Bogdanov y todos sus seguidores dentro y fuera del partido para evitar que asuman lugares de importancia en el control de recursos materiales en el nuevo Estado Soviético, haciendo posible que sus ideas logren amplia difusión y por lo tanto puedan dirigir las conciencias de la militancia bolchevique y por su intermedio de las masas.

Lo que no acordamos es, otra vez, con la interpretación que hacen los autores de este debate pero, sobre todo, con su método. Entendiendo que se trata de un debate de posiciones políticas, Sartelli-Rodrigues banalizan los argumentos de Lenin y Trotsky como meras invenciones sin sustento para justificar una política de exclusividad de la dirección.

Según ellos, la dirección bolchevique decide privatizar la dirección de todo el proceso revolucionario al reducido grupo representado por su partido, excluyendo de la dirección del proceso revolucionario a otros grupos políticos que a ciencia cierta habrían contribuido a la lucha contra el zarismo y al éxito de la Revolución, como los mencheviques –de gran inserción en el movimiento obrero industrial-, los socialistas revolucionarios –dirigentes de la masa campesina sublevada- o el anarquismo –de una presencia real y activa entre los marineros y los obreros calificados como así también entre el campesinado y la juvendtud urbana-.

Aquí llegamos al nudo problemático del texto de RyR, la concepción del proceso revolucionario ruso que explica su posición sobre el frente cultural. El Prólogo adopta la crítica conocida como “socialismo libertario”, que adjudica a la propia filosofía de la dirección leninista los orígenes de la burocratización del partido bajo el estalinismo, ampliamente reconocida por todas las corrientes marxistas a excepción claro de las estalinistas y maoístas. Para RyR la concepción del partido revolucionario del bolchevismo es la madre del borrego y de ella toman distancia.

El problema, piensan, es creer que sólo un agrupamiento de revolucionarios puede y debe dirigir un proceso revolucionario, es decir, la lucha por el poder político de una sociedad. Ese proceso obliga a la intervención de muchos agrupamientos que mientras reclaman ser los herederos de la mejor expresión del interés de su clase van construyendo los organismos que terminan enfrentando al enemigo y derrotándolo.

Por lo tanto, esos diferentes agrupamientos deberían tener una expresión concreta, material, un lugar en el poder estatal surgido de la revolución. Se deduce de este texto que Sartelli defiende una idea “gramsciana” del partido. La dirección del Estado soviético no debería haber quedado en manos exclusivas del Partido Bolchevique, sino que debería haber admitido a cada grupo –descartando obviamente a los defensores del zarismo o de un régimen burgués- un lugar en el Estado y la conformación de una dictadura proletaria sostenida por un Estado con máxima democracia entre las diferentes fracciones políticas. Como los bolcheviques prohibieron a las otras tendencias –fuera y dentro del partido- instalaron una dictadura bolchevique dentro de la dictadura proletaria, es decir, coparon el Estado y eso posibilitó el triunfo de Stalin primero sobre el partido y luego sobre el Estado.
Aquí cabe decir dos cosas. En primer lugar que quien escribe no comparte esta mirada de la Revolución Rusa, contando con muchos menos elementos de juicio y lectura que los autores del Prólogo, nobleza obliga. No se trata simplemente de una lucha de tendencias que expresan a las clases sociales o fracciones de clase que enfrentan al enemigo común. Según esta idea de partido se podrían admitir en un Estado Proletario la presencia de partidos que expresen los intereses de una burguesía local mercado-internista contra la burguesía imperialista. Pero el resultado de una ecuación tal no sería un Estado Obrero sino una República Popular, más allá que la dirija un Primer Ministro bolchevique.

Sartelli y Rodrigues se enfurecen contra la expulsión del partido y del Estado de la corriente bogdanovista, de la destrucción de la autonomía del Proletkult y de la represión parcial de los escritores proletarios, pero no se enfadan tanto con la supresión de la libertad política para anarquistas, eseritas y mencheviques. Acá también hay una contradicción interesante que recorre todo el Prólogo. Por un lado Sartelli no adopta una crítica ética ni política contra el estalinismo. Es más, contradice –sin pruebas ni fuentes que lo sostengan- la interpretación trotskista sobre el auge del stalinismo. Lo entiende como parte de un proceso lógico del que el propio Trostsky fue parte.

Acusa al Trotsky de Alma Ata y a las corrientes trotskistas de “liberales-democráticas” porque reclaman derechos democráticos a una revolución que debe ser autoritaria y dictatorial contra las ideologías enemigas de la revolución. Está en la base de su crítica en el campo cultural. Si las corrientes políticas trotskistas no dudan un segundo en atacar con fiereza las posiciones burguesas en economía, política o salud pública por qué no hacer lo mismo en el terreno del arte y la cultura. Se trata de una concesión liberal a la ideología burguesa, dice Sartelli.

En un extremo, plantea que el ascenso de Stalin no se debe al reflujo de las masas soviéticas después de la Guerra Civil, la NEP y las purgas, sino que simplemente se trata de un personal político que supo moverse en la dinámica interna del partido bolchevique mejor que Trotsky, Bujarin, Zinoviev o cualquier otro, aprovechando una sensibilidad especial sobre el humor de las bases del partido y el proletariado soviético.

La crítica no es nueva, hasta donde conocemos se trata la misma crítica expresada por muchos militantes de la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky, que le exigieron en su momento y luego en el exilio, no haber sabido o querido construirse un lugar sólido dentro de la estructura partidaria para enfrentar al estalinismo.

Aquí vale la crítica previa, es decir, que para sostener esta tesis de forma científica –pretensión de los autores- deberían revisarse los argumentos del propio Trotsky ante esta acusación. Sartelli/Rodrigues no lo hacen, simplemente tachan de hipocresía toda argumentación contraria, confiados en la seguridad de su propia argumentación.
Pero algo más se puede decir también, a diferencia de la crítica anarquista, que identifica al estalinismo con el propio marxismo ya que sería la consecuencia lógica de una posición autoritaria de la dictadura del proletariado, Sartelli acepta como válidos los métodos de que se valió el estalinismo para hacerse con el poder, proponiendo a Trotsky haber hecho simplemente lo mismo y mejor. ¿Cómo puede pretenderse construir organismos democráticos de lucha si se parte de aceptar como válidas las maniobras faccionalistas y fraudulentas en la constitución misma de esos organismos?

De hecho Trostsky y Lenin se han empeñado desde temprano en la lucha contra el faccionalismo y el burocratismo, en innumerables textos pero sobre todo en una tenaz lucha por defender el centralismo democrático como forma de organización superadora, dialécticamente hablando, de la contradicción entre la necesidad de crear partidos de combate eficientes y centralizados, con una dirección y unas bases disciplinadas y al mismo tiempo la necesidad de que las posiciones políticas surjan de un amplio debate de posiciones de forma democrática que exprese la voluntad general de los militantes y no simplemente los intereses de una minoría dirigente.

Sartelli no se da el tiempo de criticar esta realidad, simplemente, a la luz de los hechos, tiende a concluir que se trata de propuestas románticas, imposibles de llevar a la práctica, cuando no meras declamaciones demagógicas e hipócritas.
En su análisis del proceso revolucionario más general no llega a ser tan crudo pero sí lo es en el análisis detallado del proceso de extinción de la corriente bogdanovista.

La herejía de Bogdanov

Bogdanov encabezó la ruptura de un grupo de dirigentes bolcheviques después de 1907, basada en una diferencia de fondo contra la dirección de Lenin en lo tocante a la participación del partido bolchevique en el parlamento burgués creado por el Zar para contener las demandas democrático-burguesas de la población sublevada y de esa forma poder poner fin a la revolución.

Bogdanov y otros achacaban a esta decisión de Lenin una responsabilidad en el fracaso de dicha revolución. Como resultado concreto funda Vpered y concluye en la necesidad de una renovación profunda de los cuadros dirigentes del partido, para lo que decide fundar en el exilio –en el bucólico contexto de las bellas Capri y Bologna- una universidad de cuadros, destinada a formar teóricamente a los elementos más avanzados para que ellos pudiesen generar los anticuerpos teóricos suficientes que evitasen nuevas desviaciones en el partido y garantizar así el éxito de la revolución.

Como consecuencia práctica, los intelectuales nucleados en Vpered se insertaron a partir de 1916 en todas las organizaciones autónomas, ligadas a la vida sindical y fabril de izquierda –anarquistas, mencheviques e incluso bolcheviques- que desarrollaban tareas de formación intelectual y artística entre los obreros industriales de Moscú y San Petersburgo. Estas organizaciones desarrollaban una tarea fundamental de auto educación para una clase obrera que estaba excluida de la educación formal en las escuelas del zarismo, ni hablar de la formación secundaria y universitaria.

Cuando la Revolución de Febrero triunfó, el esfuerzo de los vperistas –algunos dentro del partido bolchevique, otros como el propio Bogdanov, afuera- se consumó con la construcción de un movimiento unificado de todas estas experiencias culturales obreras en el Congreso de las organizaciones de cultura proletaria de toda Rusia, el Proletkult por su abreviatura en ruso. Uno de sus dirigentes más importantes fue el propio Lunacharski, a quien Lenin coloca después de Octubre y sostiene hasta su muerte al frente del Ministerio de Educación de la URSS.

Surgido fuera del partido, incluso con un fuerte sesgo de autonomía frente al Estado de Kerenski, el Proletkult saludó la vitoria bolchevique de Octubre y pretendió ser reconocido al menos en su autonomía como la herramienta de formación y educación de las masas obreras de toda la URSS. Al principio el bolchevismo lo reconoció como aparato de apoyo al Ministerio de Educación en la misma tarea, sobre todo por las necesidades enormes de formación cultural en el duro contexto material de la Guerra Civil, pero antes de la constitución de la NEP en 1922 el propio Lenin encabezó una campaña para subordinar el Proletkult al Estado Soviético, que terminó con la liquidación de su estructura autónoma y su dilución dentro del aparato cultural oficial.

Un desprendimiento del proletkultismo al interior del partido bolchevique lo representaron un grupo de periodistas y escritores jóvenes, surgidos del Ejército Rojo, es decir, cuadros combatientes en la primer línea de fuego de la revolución, que pretendían expresar el verdadero programa de Octubre en el plano del arte. Es el grupo que reclamaría en medio de la NEP que se los ponga al frente de la política cultural del Estado Soviético al que enfrentarían Lenin y Trotsky y que concluye con la Resolución de 1925 y el libro Literatura y Revolución pedido por Lenin para justificar con argumentos teóricos y estéticos la resolución final.

Hasta aquí los hechos, bien reseñados por el Prólogo que criticamos y, repetimos, bastante desconocidos incluso para la militancia que suele discutir este tipo de cosas. El problema empieza en las caracterizaciones.

Estaríamos parcialmente de acuerdo con los autores del Prólogo que el centro del debate no radica en la tesis bogdanoviana de la necesidad de una Cultura Proletaria. Parcialmente porque entendemos con los autores del Prólogo que la definición final del debate no estuvo asentada en las posiciones filosóficas y estéticas en pugna, sino por las posiciones políticas concretas que se desprenden del mismo.

Pero hasta aquí llega nuestra coincidencia. Porque entendemos que Sartelli/Rodrigues separan demasiado rápidamente el enfrentamiento filosófico de las posiciones políticas que encarna.

Según los autores del Prólogo, la clase obrera tiene una forma de enfrentar la realidad propia o por lo menos que debería tenerla para poder alcanzar una conciencia para sí, una conciencia de su independencia como clase, de la necesidad de erigirse como gobierno de la sociedad en su conjunto.

Sartelli pretende salvar la tesis de la Cultura Proletaria de Bogdanov en su esencia y no en la crítica que se le ha hecho. Reconoce que Lenin y Trotsky tienen razón, que una clase desposeída de recursos materiales e intelectuales elementales no puede nunca parir una ciencia, una filosofía y una técnica propias. Incluso le parece una verdad de perogrullo. Pero sí reivindica la posibilidad de que el proletariado asuma la necesidad de contar con una visión propia, basada en sus intereses históricos, para guiar el desarrollo de la ciencia, la filosofía, el arte y la técnica.

En ese sentido podríamos decir que Trotsky y Lenin no estarían en desacuerdo, se puede comprobar en las directivas de la dirección bolchevique sobre el Ministerio de Cultura y las Universidades una vez en el poder.

El desacuerdo radica en quién decide en nombre del proletariado qué debe guiar a la cultura, y cuáles son concretamente los aspectos que debería desarrollar una cultura proletaria. En este punto Sartelli no es claro. En ningún momento de las 169 páginas desarrolla un sólo aspecto puntual de lo que llama el conjunto de “valores y sentimientos” propios de una visión no burguesa del mundo. Pero, lo que es más grave, es que defiende acríticamente a Bogdanov en la idea de que es una condición previa para el éxito de la revolución que el partido revolucionario desarrolle entre la vanguardia de la clase obrera al menos una cultura proletaria para poder triunfar –arrancarle el poder a la burguesía- y sostenerse con éxito –evitando desviaciones burguesas o burocratización-.

Sartelli y Rodrigues desdeñan rápidamente todos los cuestionamientos filosóficos de Lenin y Trotsky contra la tesis de la Cultura Proletaria, incluso arañando el insulto personal, tildándolos de mera hipocresía. Reducen el problema a una disputa mezquina de Lenin que no quiere ser eclipsado por un dirigente más capaz intelectualmente y con amplia influencia en la izquierda rusa, incluyendo su propio partido. Así, mientras se toman el trabajo artesanal de seguir cada biografía de los involucrados en el debate para distinguir taras sicológicas de posiciones políticas serias en la explicación de cada paso del entreverado proceso, en dos renglones reducen la participación de Nadézna Krupskaia, ministra de Instrucción Pública a un simple y miserable papel de forra de su marido desarrollando una manipulación facciosa contra Lunacharski para “domesticarlo” y así destrozar al Proletkult.

No tenemos, hay que admitirlo de nuevo, el tiempo y los recursos necesarios para contraponer en el análisis lo que debería haber hecho Sartelli, es decir, revisar las fuentes que justifican otra interpretación plausible a la suya y refutarlas. Simplemente podemos ofrecer dos críticas.

En primer lugar la ya señalada, al admitir como una premisa básica que todo el Partido Bolchevique funciona con métodos faccionales de camarilla –por lo menos desde la prohibición de las fracciones en 1921- para Sartelli las opiniones públicas de todos los entreverados –excepto las de los proletkultistas y la VAPP- son sencillamente chamuyo para la gilada, excusas para decisiones burocráticas de inclusión y exclusión de adictos al grupo leninista. No creemos que eso sea cierto, pero más allá de nuestra creencia inocente o religiosa, lo importante es que no queda suficientemente demostrado.

Y vamos a decir por qué. Hasta un militante con escasos recursos y conocimientos como quien firma esta reseña, sabe que Lenin encabeza en el exilio una furiosa campaña para que todo el partido lea su folleto Materialismo y empiriocriticismo, probablemente la obra sobre filosofía más importante escrita por Lenin, con el objetivo de enfrentar y desenmascarar lo que creía una ideología nefasta promovida por Bogdanov y Lunacharski, reconocidos ex bolcheviques que justificaban en su acercamiento a la filosofía de Mach, una revisión del materialismo dialéctico de Marx y por lo tanto una crítica a las bases teóricas y filosóficas que dirigían al partido bolchevique en esos años.

¿Qué es lo que Lenin quiere evitar que se propague en las conciencias de la vanguardia bolchevique? Eso Sartelli no lo discute en profundidad, aunque parece tener un acuerdo con Bogdanov en el punto. Se trata de una crítica al idealismo. Según Lenin, la defensa de Vpered de Mach es una maniobra muy sutil de reconciliar el materialismo de Marx con algún tipo de idealismo filosófico remozado. No importa en este punto que Bogdanov y Lunacharski hayan renunciado al machismo con posterioridad, porque por lo que el propio Sartelli reseña, la defensa de Feuerbach que el propio Lunacharski hace explícita en el Proletkult –la idea de que el proletariado debe construir una ética seudo religiosa propia, sin dios en el centro- sigue siendo deudora del idealismo criticado por Lenin en su libro.

¿Qué es el idealismo? La idea de que la conciencia puede determinar la realidad. La idea de que una buena idea, una buena interpretación del mundo, por sí misma, puede construir el mundo real. Es lógico que el idelismo sea la filosofía de las clases dominantes en general y también de la Burguesía, ya que es la única clase social que puede valerse de los recursos materiales necesarios para pensar, para edificar esquemas de ideas y conceptualizaciones sobre el universo que le permitan desde la creación de edificios y máquinas hasta leyes y literatura que permitan moldear el mundo según sus intereses.

Es muy común entre los intelectuales, incluso si provienen del proletariado, la fascinación con la capacidad creadora del pensamiento. A tal punto que incluso siendo marxistas y revolucionarios, en los momentos donde el proletariado es derrotado, adjudiquen una influencia en esa derrota al bajo desarrollo de la conciencia de la clase obrera.

Bogdanov en 1912 se hace eco de una tesis muy sutil defendida por Max Weber contra marxistas académicos en la interpretación sobre las revoluciones burguesas. En su famosísimo tratado La ética potestante y los orígenes del capitalismo, el sabio alemán propone que la cultura burguesa se forjó en las mentes y mentalidades de la burguesía que terminaría tomando el poder en el siglo XVIII mucho antes de que existieran las bases materiales para el poder burgués, mucho antes de que existiera la Revolución Industrial y las relaciones de producción capitalistas hubo una concienica burguesa, una ciencia burguesa, una filosofía burguesa y un arte burgués.

La mayoría de los académicos progresistas defienden una interpretación dialéctica de Weber, a saber que introduce un elemento explicativo central que “complementa” las explicaciones marxistas basadas en el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales que permitieron el triunfo del capitalismo. Pero eso no está en Weber. Su estudio hace una defensa del papel predominante, previo y necesario de las ideas en la transformación de la realidad.

Por eso Lenin arranca yendo al fondo del asunto en su libro, criticando a Berkeley, quien es considerado por todo el mundo como el más serio sostenedor de la versión radical del idealismo: las cosas del mundo sólo existen cuando existen en la mente del sujeto.
La consecuencia práctica de este razonamiento lleva a Bogdanov a concentrar sus esfuerzos –magros, como el resto de los revolucionarios perseguidos por la reacción zarista- en la construcción de esa cultura proletaria previa en las cabezas de la vanguardia y de la clase obrera, la creación de cursos de formación en Italia.

Mientras tanto, la dirección bolchevique en el exilio, Lenin a la cabeza, se esfuerza por sostener y dirigir los magros recursos a la construcción de un partido de combate, de una organización concreta que organice a los trabajadores y la juventud en la lucha contra el zarismo en las fábricas y los lugares de estudio, en cada pueblo de Rusia, como condición necesaria del triunfo.

Entre 1907 y 1917 no se podían hacer ambas cosas, había que elegir. La línea de Bogdanov llevaba al bolchevismo, de aceptarla, a remover a sus principales cuadros de la construcción de la herramienta de poder, el partido obrero, a la formación de cursos y academias en el extranjero, debido a la prácticamente imposible tarea de hacerlos bajo la represión zarista. Desde el punto de vista de Lenin esa línea implicaba liquidar al partido de combate proletario en aras de la formación de obreros lúcidos sin partido que dirigir. No es por aprovecharse del diario del lunes, pero la realidad histórica comprobó el acierto de Lenin y el error filosófico de Bogdanov.

No sabemos qué hubiera pasado si Vpered tomaba la dirección del Partido Bolchevique en 1912, pero podemos imaginar que se habrían criado los elementos suficientes para construir casas de educación cultural en cada fábrica rusa –eso fue el Proletkult- pero no una organización de masas preparada y entrenada para enfrentar al enemigo de clase en cada fábrica o barriada obrera de San Peterburgo, que fue lo que construyeron Lenin y los suyos.
Entonces, creo que existen elementos de prueba que justifican, al menos, que el Prólogo de Sartelli debería haber hecho un esfuerzo mayor en la crítica de las posiciones “hipócritas” si pretendía ofrecer un estudio científico del problema, más allá de su deshonestidad intelectual al criticar tan lábilmente a personajes de la talla militante de Krupskaia.

Bogdanovismo tardío

Volvemos a pedir disculpas por la insuficiencia de una crítica a la altura del estudio reseñado. También debemos justificar la ausencia de citas textuales en pos de una mayor brevedad del texto y por la insuficiencia misma del soporte en que publicamos esta crítica. Esperamos la compasión del lector o lectora ante tantas y tan repetidas falencias.
Para concluir una serie de observaciones estrictamente personales.

Si como creemos RyR acaba de entender que su lugar en la lucha de clases pasa por desarrollar aquella función que ningún partido que se propone a dirigir al proletariado en la lucha por el poder político estaría desarrollando, debería también pasar por el tamiz de la crítica su propia experiencia ya recorrida en estos años.

Efectivamente, RyR luchó por cumplir su propuesta de extraer un conjunto de intelectuales o estudiantes universitarios de tareas “prácticas” ligadas a la construcción de partidos políticos o agrupaciones sindicales clasistas –tarea que RyR no desdeña ni mucho menos- para el desarrollo de un aparato material que permita la creación y difusión entre la vanguardia que lucha contra el Estado de una “cultura proletaria” que adaptada al contexto histórico real han llamado “cultura piquetera”.

Sin embargo, el proletariado en Argentina no cuenta con una cantidad infinita de personas dispuestas a dejar sus tardes de Sol y torta frita a cambio del esfuerzo personal que implica construir organizaciones que luchen por la dictadura obrera. Todo lo contrario, si algún éxito podemos reconocerle al proceso de reacción abierto por la vuelta de Perón en el 73, la dictadura fascista de Videla et al y la democracia restauradora en estos cuarenta y pico de años es que pudieron frenar parcialmente ese proceso que abierto por el mayo francés y la lucha revolucionaria del 68 que volcaba a capas numerosas de la pequeño burguesía y la clase obrera a las filas de la revolución.

Digo parcialmente porque de lo contrario no estaríamos acá, ni todo el mundo árabe se habría sublevado ni toda América Latina estaría metida en una crisis de poder desde el caracazo de 1999 hasta hoy.

En este duro contexto, habría que discutir si están las condiciones dadas para que un partido revolucionario pueda dedicarse al mismo tiempo a construir editoriales, librerías y fábricas de intelectuales proletarios y la organización a nivel nacional y sudamericano de organizaciones de combate, sindicatos, etc.

En todo caso, habría que comparar qué ha aportado la salida bogdanoviana de RyR al reflujo posterior al argentinazo y qué ha aportado la contraparte que decidió quedarse en el PO –o volver a él en algún momento-. No es el caso ponerse a comparar trayectorias personales buscando justificar el lugar que cada uno ha decidido tomar.

Pero la crítica más importante al planteo de RyR, es que abandona la dialéctica idea de la praxis. ¿Cómo se desarrolla la conciencia proletaria más fundamental que necesita la clase obrera hoy, a saber, la necesidad de independizarse de la burguesía y acaudillar ella misma la vida social? ¿Se desarrolla haciendo catarsis en las novelas que lee, en obras de teatro o documentales? ¿Se desarrolla simplemente dándose cuenta que el mundo es una mierda y encontrando algún libro que le permita entender por qué lo hace?

Creemos que no. Creemos que es necesario que se enfrente a una crisis vital, que choque en su experiencia de vida contra la opresión y la explotación del Estado y su burguesía y que haga el esfuerzo consciente de organizarse en contra. Es decir que la experiencia de lucha contra el Estado es la que va a generar la necesidad de una conciencia para enfrentarlo.
Por lo tanto si alguna cosa es necesaria antes de tomar el poder es la organización contra la burguesía no sólo en cuanto a sus intereses corporativos, económicos, sindicales sino además en sus intereses de conjunto, en la necesidad de lo que llamamos un partido obrero. 

Es ese el verdadero surco sinuoso y traumático que debe transitar el proletariado, en toda su material dificultad, en todo su angustiante parto, para sembrar un porvenir deseado donde nadie explote a nadie. En ese camino deberá ver cuándo y cómo organiza y destaca a sus militantes para las tareas necesarias en cada frente donde se reclame, entre los cuales obviamente es importante la batalla ideológica, comunicacional e incluso de valores contra la burguesía.

RyR pretende, como Bogdanov, que la lucha de clases es larga y sinuosa, que no va a haber un solo agrupamiento que pueda acaudillar el proceso de rebelión de las masas contra el Estado –que parecen dar por descontado- y que basta edificarse un lugar propio y esperar a que se desencadene la cosa para reclamarse como los mejores especialistas y pretender ocupar un lugar en el futuro Estado Obrero.

Esquivan la tarea de construir un partido, incluso a veces pareciera que pretenden “educarlo” correctamente para que no caiga en errores que se podrían haber prevenido de consultarlos a ellos –resumiendo su conclusión sobre el debate contra el campo en 2008-. Piensan que la clase obrera de alguna forma encontrará su camino a la insurrección, total ya existen varias organizaciones intentando construir los partidos políticos que seguramente le darán una dirección al proceso, llegado el caso basta con ocupar un lugar en las comisiones de cultura de los organismos de poder que se creen –como hizo RyR en la constitución de la Asamblea de Trabajadores, a la que consideraba el organismo del cual surgiría el gobierno obrero- y reclamar –como el Proletkult y los VAPP- su derecho a presidir los organismos de cultura del nuevo Estado, basados en sus capacidades específicas.

Ahora bien, suponiendo que alguien pudiese defender abiertamente este cúmulo de barbaridades sin ruborizarse, ¿para qué? ¿Para desarrollar la cultura proletaria de que los partidos son necesarios pero se hacen solos? ¿Para distribuir entre los militantes la desconfianza en que sus direcciones son genéticamente burocráticas o repodridamente facciosas? ¿Desarrollar la idea de que el imperialismo es un invento de un Lenin bastante bruto? ¿Defender en la cabeza de los obreros la idea de que si se forman culturalmente tomarán el poder?

Seguramente los partidos que pretenden organizar a los trabajadores para alcanzar un gobierno obrero que nos saque de la barbarie capitalista tienen mucho que mejorar en su relación con los intelectuales o en su dedicación al “frente cultural”, pero preferimos ayudar a encontrar esos caminos mientras ayudamos a construir una organización de combate contra el enemigo de clase, sin esquivar el bulto, sin gambetear la tarea cultural más urgente para el proletariado hoy en día, construir su propio partido político.