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viernes, 1 de julio de 2016

Gambeta al Partido

Reseña de “Un largo y sinuoso surco rojo”, de Eduardo H. Sartelli y Rosana López Rodrigues, Prólogo a Trotsky, León: Literatura y Revolución, Ediciones ryr, Bs. As., 2015, pp. 7-189.

Después de 13 años la dirección de la Organización Cultural Razón y Revolución (en adelante RyR) ha publicado una defensa teórica de su ruptura con el Partido Obrero en 2002 y de su estrategia política en el ámbito cultural de la lucha de clases.
Sin embargo no la ha presentado abiertamente. Está contenida en el Prólogo al libro que compila la totalidad de los textos conocidos en los que León Trotsky opina sobre arte y cultura.

El Prólogo al que nos referimos tampoco es estrictamente un Prólogo, en el sentido tradicional del texto que antecede a una compilación destinado a explicar al lector los criterios que llevaron a la misma, la metodología que se usó para traducir las fuentes originales o lo que sea. Se trata en realidad de un estudio de 168 páginas donde se pretende caracterizar científicamente el programa, la estrategia defendida por Trotsky para el frente cultural de la lucha de clases. Tampoco es un estudio que se limite a ofrecer un contexto detallado para la mejor comprensión de los textos compilados, sino que tiene la intención de demostrar que la posición de Trotsky en este frente es incorrecta.

Nos encontramos pues ante un texto sumamente paradójico: un estudio para fundamentar una posición política –la de los editores- contraria a la del autor que firma el 80 por ciento de las páginas del libro, que son en realidad las que motivan la compra del mismo.

Pero el interés de esta reseña no está en cuestionar una política comercial de la Editorial ryr, aunque por lo menos digamos que es deshonesta. Nuestro interés está en discutir el alcance de las tesis que ofrece RyR como propuesta política para los interesados en la construcción de una alternativa revolucionaria a la sociedad existente. No tanto por la importancia relativa que RyR pueda llegar a tener hoy en día, sino porque ha encarnado una estrategia de construcción política que siempre ha aparecido como posibilidad en las diferentes coyunturas de la izquierda argentina.

Aclarando para no oscurecer

La principal crítica que podemos hacerle al texto es precisamente que oculta su motivación y por lo tanto compromete dos aspectos importantes de una obra que pretende ser científica. En primer lugar que expropia al lector de una premisa fundamental para poder comprender cabalmente la obra.

Efectivamente, si se ataca la lectura sin saber que se está leyendo la justificación de la posición política de una agrupación enfrentada a otras concretas, la comprensión del texto va a ser por lo menos confusa. Por ejemplo, en la introducción se dice que el interés del estudio es cuestionar la “caricatura Trotsky”, en particular la que han construido corrientes llamadas “liberal-trotskistas” en pos de fundamentar su política para el frente cultural. ¿A quiénes se refiere? ¿Por qué no las menciona con nombre y apellido? No aclarar con quién se debate inhabilita la comprensión del debate y hace casi imposible una contra-argumentación.

Pero lo más importante es que al ocultar su verdadero interés, el estudio no puede hacer explícita la contradicción que sostiene a todo el texto, y que fundamenta todas las interpretaciones de las fuentes que utiliza para su argumentación.  El interés concreto del fundador y dirigente principal de RyR es el que guía todo su análisis, eso hace que las interpretaciones y conclusiones de su Prólogo guíen desde la selección de las fuentes y las pruebas hasta el ordenamiento particular del texto. Sin esta aclaración el texto es muy difícil de comprender. Todo el texto sería más fácil de leer y comprender si los autores hicieran explícita esta premisa desde el comienzo.

Se puede inferir que ello hubiera obligado a una tarea más extensa de cuestionar las tesis de RyR contra la realidad de su trabajo durante estos trece años, es decir, contraponer su propuesta teórica contra las pruebas fácticas de su propia labor y la de quienes ellos consideran adversarios de su programa. Está claro que esa tarea sería mucho más compleja y difícil, ya que implica un balance autocrítico de hondo alcance y que además agregaría varias páginas a un relato ya de por sí extenso.

Para no calcar el error que criticamos, debemos aclarar que quien firma esta reseña fue uno de los dos firmantes del documento interno que llevó a la ruptura con el PO en el 2002 y por lo tanto fue el co-fundador de la experiencia RyR y miembro de su dirección hasta que fuera expulsado en agosto de 2006 después de aceptar voluntariamente ser sometido a un juicio interno. No puedo soslayar el interés personal que me motiva a hacer un análisis de las bases teóricas que explican mi primer acercamiento a la vida política y sus consecuencias.
Intentaremos que los enconos personales y los viejos rencores no opaquen nuestro análisis concreto. Como siempre, dependerá del/a lector/a considerar si hemos logrado nuestro propósito.

¿Qué dicen?

Las tesis de RyR se pueden resumir así. Trotsky nunca tuvo una estrategia para el frente cultural, en parte porque no lo consideró nunca como un frente estratégico o prioritario para un partido revolucionario. Su posición siempre fue de un oportunismo táctico, interesado en construir alianzas con intelectuales o personalidades del ámbito cultural que apoyaran su causa.

Esta ausencia de una política coherente y sistemática en el frente cultural no es exclusiva de Trotsky, dicen los prologuistas, sino que forma parte de un déficit en la génesis misma del Partido Bolchevique. Así, los bolcheviques habrían rechazado y censurado a algunos intelectuales y promovido la adhesión de otros (en algunos casos los mismos individuos son acercados y rechazados) no sobre bases teóricas, estéticas o programáticas sino dependiendo de las necesidades coyunturales de la política del momento.

La única política cultural que tuvo el PCUS se instauró en 1932-34 con el decreto del realismo socialista, no porque Stalin tuviese un programa para el frente sino que surgió como producto –otra vez- de un largo proceso de respuestas coyunturales del partido en el debate con los diferentes agrupamientos culturales originado en 1918 ante la emergencia del Proletkult, continuado en 1925 con la resolución del PCUS frente al debate con la Asociación de Escritores Proletarios (VAPP) y concluido entre 1932 y 1934 con la constitución de la Unión de Escritores de la URSS.

Finalmente, RyR ha encontrado una tradición donde identificar su propio programa cultural en Alexander Bogdanov, dirigente bolchevique a quien consideran la única figura de peso teórico capaz de equipararse o incluso superar a Lenin, quien rompiera con el partido en 1907 para fundar Vpered (Adelante) y que fuera el inspirador del Proletkult y de los escritores proletarios que fundaron la VAPP, aunque lo desligan de haber inspirado al realismo socialista.

En sus conclusiones, los autores proponen una línea de intervención, una política cultural elemental para quien desee construir una dentro de un partido revolucionario en la actualidad, que recopila aquélla que justificó la ruptura con el Partido Obrero en 2002 y por lo tanto la fundación de RyR como organización política particular y que, en última instancia, sostiene lo fundamental de la propuesta bogdanovista.  

Para defender estas tesis, los autores nos ofrecen un detallado recorrido por las características sociológicas de los diferentes grupos de intelectuales que protagonizaron la lucha de tendencias en el frente cultural antes de la revolución del 17 y durante los tres períodos claves de la fundación el Estado Soviético: el comunismo de guerra (1917-1921), la NEP (1922-1928) y el ascenso de Stalin al poder (1928-1934). Lo más importante de su análisis se basa en fuentes secundarias, es decir, en estudios de otros investigadores, probablemente la totalidad de las existentes para el caso y en la reconstrucción de las biografías político-intelectuales de los principales protagonistas, poco conocidos incluso para lectores/as de la historia del proceso revolucionario ruso. También se han tomado el trabajo de analizar críticamente las fuentes primarias más relevantes, esto es, el conjunto de documentos que produjeron los protagonistas del debate incluyendo además de los textos obvios (los producidos por los dirigentes bolcheviques) las novelas de los escritores centrales.

Aquí se encuentra el aporte más importante del texto: en la reconstrucción de un proceso histórico poco estudiado por la academia o por la izquierda en Argentina. Sin embargo, cabe repetir que la estrategia utilizada para construir la descripción (ocultar el interés concreto que guía el texto) y el recurso permanente a deducciones de orden psicológico sobre las acciones de los protagonistas, en particular de aquéllos que sostienen argumentos contrapuestos a las tesis de los autores, obligan a sospechar incluso de la pertinencia del recorte de fuentes seleccionadas. Sin embargo, como no contamos con el tiempo suficiente para encarar un estudio pormenorizado de las fuentes, deberemos conformarnos con aceptar el recorte propuesto como válido.

También es justo decir que todo este relato no hace más que compilar fuentes secundarias, es decir, que Sartelli-Rodrigues no han accedido a las fuentes originales sobre las que sacan conclusiones tan audaces, simplemente ofrecen conclusiones basadas en investigaciones de otros. Lo que no está mal si pretendieran ofrecernos un estado de situación de las investigaciones sobre el problema, pero que es una base frágil para concluir tan audazmente una política revolucionaria para el frente cultural.

Trotsky nunca tuvo un programa para la cultura

La tesis principal es que Trotsky nunca tuvo una estrategia para el campo cultural de la lucha de clases. La publicación de sus textos sobre cultura tienen la función de ofrecer al lector las pruebas de esta aseveración. La intención es demostrar que las estrategias culturales de los partidos trotskistas argentinos (resumida en la consigna “toda libertad al arte” que se desprende del famoso manifiesto acordado con Rivera y Bretón) se basa en una caracterización falsa de la política cultural de Trotsky.

Después de un análisis detallado y exhaustivo de las fuentes secundarias, Sartelli y Rodrigues creen haber demostrado que para el dirigente revolucionario el frente cultural es secundario dentro de las tareas políticas del partido y que sólo debe ser tenido en cuenta tácticamente, es decir, cuando haya algo que aprovechar según la coyuntura política lo demande. Así, para los autores quedaría claro que las ideas de Trotsky sobre arte varían dependiendo de la coyuntura política que se trate: antes de tomar el poder, mientras es parte de la dirección del partido y el Estado soviético y después de su expulsión y exilio.
Trotsky es definido entonces como un oportunista en lo que refiere al frente cultural. Así, sus opiniones sobre arte no deberían constituir las bases de una política cultural para ningún partido revolucionario, ya que están dictadas no por una comprensión concreta del problema sino más bien por las necesidades coyunturales de la lucha.

Siguiendo a los autores, hasta febrero del 17 Trotsky habría entendido la producción artística sólo como un fenómeno superficial de la vida social que expresa por lo tanto la forma en que determinada clase o capa social vive y comprende un momento particular de la lucha de clases. O sea, que Trotsky se limitaría a ver la producción artística como una prueba, un documento, de lo que las clases piensan o sienten en un momento dado.

Una vez en el poder y con la tarea de desarrollar el trabajo de construcción de una sociedad diferente, Trotsky abordaría una posición positiva sobre el arte y la cultura, estableciendo una línea de intervención concreta. Pero en este punto, como nunca habría pensado el problema, se habría limitado a construir su propia visión sobre la base del enfrentamiento con el Proletkult y la VAPP, entre 1918 y 1925, posición que coagula en su libro más famoso y el que da el título a la compilación de RyR, Literatura y revolución. Finalmente, una vez expulsado del partido y de la URSS por el estalinismo, Trotsky se habría desdicho de sus posiciones frente al Estado soviético para ofrecer a los intelectuales la más amplia libertad de creación, no como producto de una posición honesta sino más bien por la necesidad de rodearse de figuras de renombre universal ante el severo aislamiento político de la corriente que intentó fundar contra un estalinismo en su momento de mayor influencia sobre la intelectualidad de izquierda en el mundo.

Debemos decir que esta concepción sobre la “política cultural de Trostsky” estuvo como base de sustento del proyecto RyR desde su comienzo, aunque recién ahora ha sido defendida con un exhaustivo despliegue de argumentos y pruebas documentales.

Lo más importante para Sartelli-Rodrigues es demostrar sin lugar a duda que antes de ligarse a los surrealistas franceses, Trotsky demostró en sus acciones y escritos todo lo contrario a una posición de absoluta libertad en el campo cultural. Son muchas y contundentes las ocasiones reseñadas en que el dirigente bolchevique ejerce la censura programática contra las obras que considera opuestas a la ideología revolucionaria, incluyendo desde la censura material (prohibición, recorte de fondos, etc.) hasta la crítica despiadada de obras artísticas.

Los autores no critican esta situación, sino que por el contrario la justifican como parte de las responsabilidades que requiere un verdadero funcionario de una dictadura obrera. Lo que critican es la “falsa imagen” liberal que habrían construido las corrientes trotskistas a partir del manifiesto de Bretón. ¿Cómo explican entonces la aparente contradicción de la consigna de “máxima libertad a los artstas”? Sencillamente porque era la mejor forma táctica para establecer una alianza con los intelectuales opuestos al realismo socialista y por ende al estalinismo. Incluso admiten la posibilidad de una impostura deshonesta de parte de Trotsky, ya que en su consideración, el dirigente bolchevique compartiría con la vieja guardia del partido una predilección estética por las formas más conservadoras, como el realismo del siglo XIX y un profundo desprecio por las vanguardias estéticas como el futurismo o el surrealismo.

Aquí debemos señalar que los autores utilizan una serie de argumentos que no se sostienen en ningún documento. A partir del señalamiento correcto de las posiciones de Trotsky que se desprenden de sus textos y del contexto en que fueron escritos, puede admitirse que las posiciones de 1921-25 estaban guiadas por la necesidad coyuntural de la lucha contra la pretensión de varios grupos de intelectuales de elevarse a la dirección del partido y del Estado en contra de los intereses de Trotsky y de la dirección bolchevique, pero no se demuestra que esas intenciones hayan sido guiadas por el interés mezquino de una camarilla de dirigentes de impedir el acceso de otros, reduciéndolo todo a una intrincada maraña de miserias y faccionalismos. Los autores del Prólogo no cuestionan sus afirmaciones preguntándose si Trostsky intentaba interpretar sinceramente los intereses del proletariado ruso, o de la humanidad entera.

Del mismo modo, concluir que el Manifiesto firmado con Bretón y el surrealismo se trata de un oportunismo ramplón e incluso hipócrita se desprende únicamente de los prejuicios de los prologadores. No se preguntan, y por lo tanto no indagan otras fuentes que podrían responder si Trostsky no ha llegado a una maduración de sus posiciones originales, si precisamente el análisis consciente de la experiencia vivida en carne propia desde la toma del poder hasta el surgimiento y victoria del estalinismo le hicieron comprender  que la posición correcta era la expresada en el Manifiesto, incluso contrariando sus propios gustos estéticos si ese fuese el caso.

Se podría decir que ofrecemos una mirada indulgente con Trotsky, incluso religiosa. Pero ese no es el tema, el tema es que la pretensión de un texto científico como el Prólogo que reseñamos debe ser encontrar la verdad, a riesgo de quedar reducido a una simple justificación de una posición particular. Entendemos que el Prólogo no se propone la crítica de otras fuentes que podrían llegar a encontrar respuestas diferentes a sus preguntas sobre el problema de la política cultural del trotskismo.

Es decir, que no cuestionan una interpretación alternativa de su tesis, a saber, que en lugar de un oportunismo coyuntural haya habido una evolución, una mutación de las ideas de Trotsky a partir de un análisis crítico de su propia experiencia.

Tampoco tienen en cuenta una segunda variable, a saber, que lo que ellos tildan de “oportunismo” no es más que la correcta forma de moverse en el frente siempre que se considere que Trotsky tenía como prioridad la construcción de un partido revolucionario y no de una organización de intelectuales. Es indiscutible que Trotsky dedicó casi toda su vida adulta a la construcción de un partido de combate contra el régimen burgués, por lo que sería lógico comprender que en lo tocante al campo cultural buscase siempre la mejor forma de construir puentes con sectores sociales autónomos del partido e incluso de clases sociales no proletarias que pudiesen ayudar a su sostenimiento y desarrollo.

Criticar a Trotsky por poner como único requisito para una relación con los intelectuales únicamente el apoyo a la Revolución de Octubre o a la IV Internacional es pretender que Trotsky fuese alguien absolutamente diferente de quien fue.  

El Partido Bolchevique, nido de facciosos

Los autores son audaces. Pretenden que esta suerte de improvisación oportunista que ven en Trostsky es propia de toda la dirección del Partido Bolchevique, de la que Trostsky es una mera expresión. Eso justifica un extenso examen de la dinámica entre el propio partido en su relación con la intelectualidad rusa antes y después de la toma del poder.

Lo más sustancial del texto es la descripción de ese proceso, en particular del debate en torno al Proletkult, la resolución sobre el arte de 1925 y la formación de la Unión de Escritores de la URSS en 1932 paralela a la constitución del cánon del realismo socialista.
Y decimos que su descripción de los debates del Estado y el Partido sobre estos tres ítems es lo más sustancial del Prólogo porque efectivamente su lectura es imprescindible para comprender cabalmente Literatura y revolución. Tradicionalmente se considera este libro de Trotsky como la expresión más acabada de una posición sobre las tareas del partido en el campo cultural, pero realmente se trata de una intervención puntual para dar respuesta a una coyuntura abierta por la lucha de dos agrupamientos de intelectuales –muchos de ellos militantes bolcheviques y muchos otros no- que reivindican para sí el reconocimiento como los únicos poseedores de un programa revolucionario en el campo cultural y que, por lo tanto, exigen al Partido ser colocados al frente del aparato cultural del Estado Soviético.

En esta lectura tenemos un acuerdo total con el Prólogo. Como en las épocas previas al capitalismo donde toda discusión sobre religión era en última instancia un debate sobre la conducción del Estado, detrás de todo el debate estético con el Proletkult y la VAPP se traduce un debate político que expresa resultados materiales concretos, como la asignación de partidas presupuestarias, edición de libros, sueldos, etc.

Efectivamente queda claro que Lenin y Trotsky lideran una batalla principalmente contra Bogdanov y todos sus seguidores dentro y fuera del partido para evitar que asuman lugares de importancia en el control de recursos materiales en el nuevo Estado Soviético, haciendo posible que sus ideas logren amplia difusión y por lo tanto puedan dirigir las conciencias de la militancia bolchevique y por su intermedio de las masas.

Lo que no acordamos es, otra vez, con la interpretación que hacen los autores de este debate pero, sobre todo, con su método. Entendiendo que se trata de un debate de posiciones políticas, Sartelli-Rodrigues banalizan los argumentos de Lenin y Trotsky como meras invenciones sin sustento para justificar una política de exclusividad de la dirección.

Según ellos, la dirección bolchevique decide privatizar la dirección de todo el proceso revolucionario al reducido grupo representado por su partido, excluyendo de la dirección del proceso revolucionario a otros grupos políticos que a ciencia cierta habrían contribuido a la lucha contra el zarismo y al éxito de la Revolución, como los mencheviques –de gran inserción en el movimiento obrero industrial-, los socialistas revolucionarios –dirigentes de la masa campesina sublevada- o el anarquismo –de una presencia real y activa entre los marineros y los obreros calificados como así también entre el campesinado y la juvendtud urbana-.

Aquí llegamos al nudo problemático del texto de RyR, la concepción del proceso revolucionario ruso que explica su posición sobre el frente cultural. El Prólogo adopta la crítica conocida como “socialismo libertario”, que adjudica a la propia filosofía de la dirección leninista los orígenes de la burocratización del partido bajo el estalinismo, ampliamente reconocida por todas las corrientes marxistas a excepción claro de las estalinistas y maoístas. Para RyR la concepción del partido revolucionario del bolchevismo es la madre del borrego y de ella toman distancia.

El problema, piensan, es creer que sólo un agrupamiento de revolucionarios puede y debe dirigir un proceso revolucionario, es decir, la lucha por el poder político de una sociedad. Ese proceso obliga a la intervención de muchos agrupamientos que mientras reclaman ser los herederos de la mejor expresión del interés de su clase van construyendo los organismos que terminan enfrentando al enemigo y derrotándolo.

Por lo tanto, esos diferentes agrupamientos deberían tener una expresión concreta, material, un lugar en el poder estatal surgido de la revolución. Se deduce de este texto que Sartelli defiende una idea “gramsciana” del partido. La dirección del Estado soviético no debería haber quedado en manos exclusivas del Partido Bolchevique, sino que debería haber admitido a cada grupo –descartando obviamente a los defensores del zarismo o de un régimen burgués- un lugar en el Estado y la conformación de una dictadura proletaria sostenida por un Estado con máxima democracia entre las diferentes fracciones políticas. Como los bolcheviques prohibieron a las otras tendencias –fuera y dentro del partido- instalaron una dictadura bolchevique dentro de la dictadura proletaria, es decir, coparon el Estado y eso posibilitó el triunfo de Stalin primero sobre el partido y luego sobre el Estado.
Aquí cabe decir dos cosas. En primer lugar que quien escribe no comparte esta mirada de la Revolución Rusa, contando con muchos menos elementos de juicio y lectura que los autores del Prólogo, nobleza obliga. No se trata simplemente de una lucha de tendencias que expresan a las clases sociales o fracciones de clase que enfrentan al enemigo común. Según esta idea de partido se podrían admitir en un Estado Proletario la presencia de partidos que expresen los intereses de una burguesía local mercado-internista contra la burguesía imperialista. Pero el resultado de una ecuación tal no sería un Estado Obrero sino una República Popular, más allá que la dirija un Primer Ministro bolchevique.

Sartelli y Rodrigues se enfurecen contra la expulsión del partido y del Estado de la corriente bogdanovista, de la destrucción de la autonomía del Proletkult y de la represión parcial de los escritores proletarios, pero no se enfadan tanto con la supresión de la libertad política para anarquistas, eseritas y mencheviques. Acá también hay una contradicción interesante que recorre todo el Prólogo. Por un lado Sartelli no adopta una crítica ética ni política contra el estalinismo. Es más, contradice –sin pruebas ni fuentes que lo sostengan- la interpretación trotskista sobre el auge del stalinismo. Lo entiende como parte de un proceso lógico del que el propio Trostsky fue parte.

Acusa al Trotsky de Alma Ata y a las corrientes trotskistas de “liberales-democráticas” porque reclaman derechos democráticos a una revolución que debe ser autoritaria y dictatorial contra las ideologías enemigas de la revolución. Está en la base de su crítica en el campo cultural. Si las corrientes políticas trotskistas no dudan un segundo en atacar con fiereza las posiciones burguesas en economía, política o salud pública por qué no hacer lo mismo en el terreno del arte y la cultura. Se trata de una concesión liberal a la ideología burguesa, dice Sartelli.

En un extremo, plantea que el ascenso de Stalin no se debe al reflujo de las masas soviéticas después de la Guerra Civil, la NEP y las purgas, sino que simplemente se trata de un personal político que supo moverse en la dinámica interna del partido bolchevique mejor que Trotsky, Bujarin, Zinoviev o cualquier otro, aprovechando una sensibilidad especial sobre el humor de las bases del partido y el proletariado soviético.

La crítica no es nueva, hasta donde conocemos se trata la misma crítica expresada por muchos militantes de la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky, que le exigieron en su momento y luego en el exilio, no haber sabido o querido construirse un lugar sólido dentro de la estructura partidaria para enfrentar al estalinismo.

Aquí vale la crítica previa, es decir, que para sostener esta tesis de forma científica –pretensión de los autores- deberían revisarse los argumentos del propio Trotsky ante esta acusación. Sartelli/Rodrigues no lo hacen, simplemente tachan de hipocresía toda argumentación contraria, confiados en la seguridad de su propia argumentación.
Pero algo más se puede decir también, a diferencia de la crítica anarquista, que identifica al estalinismo con el propio marxismo ya que sería la consecuencia lógica de una posición autoritaria de la dictadura del proletariado, Sartelli acepta como válidos los métodos de que se valió el estalinismo para hacerse con el poder, proponiendo a Trotsky haber hecho simplemente lo mismo y mejor. ¿Cómo puede pretenderse construir organismos democráticos de lucha si se parte de aceptar como válidas las maniobras faccionalistas y fraudulentas en la constitución misma de esos organismos?

De hecho Trostsky y Lenin se han empeñado desde temprano en la lucha contra el faccionalismo y el burocratismo, en innumerables textos pero sobre todo en una tenaz lucha por defender el centralismo democrático como forma de organización superadora, dialécticamente hablando, de la contradicción entre la necesidad de crear partidos de combate eficientes y centralizados, con una dirección y unas bases disciplinadas y al mismo tiempo la necesidad de que las posiciones políticas surjan de un amplio debate de posiciones de forma democrática que exprese la voluntad general de los militantes y no simplemente los intereses de una minoría dirigente.

Sartelli no se da el tiempo de criticar esta realidad, simplemente, a la luz de los hechos, tiende a concluir que se trata de propuestas románticas, imposibles de llevar a la práctica, cuando no meras declamaciones demagógicas e hipócritas.
En su análisis del proceso revolucionario más general no llega a ser tan crudo pero sí lo es en el análisis detallado del proceso de extinción de la corriente bogdanovista.

La herejía de Bogdanov

Bogdanov encabezó la ruptura de un grupo de dirigentes bolcheviques después de 1907, basada en una diferencia de fondo contra la dirección de Lenin en lo tocante a la participación del partido bolchevique en el parlamento burgués creado por el Zar para contener las demandas democrático-burguesas de la población sublevada y de esa forma poder poner fin a la revolución.

Bogdanov y otros achacaban a esta decisión de Lenin una responsabilidad en el fracaso de dicha revolución. Como resultado concreto funda Vpered y concluye en la necesidad de una renovación profunda de los cuadros dirigentes del partido, para lo que decide fundar en el exilio –en el bucólico contexto de las bellas Capri y Bologna- una universidad de cuadros, destinada a formar teóricamente a los elementos más avanzados para que ellos pudiesen generar los anticuerpos teóricos suficientes que evitasen nuevas desviaciones en el partido y garantizar así el éxito de la revolución.

Como consecuencia práctica, los intelectuales nucleados en Vpered se insertaron a partir de 1916 en todas las organizaciones autónomas, ligadas a la vida sindical y fabril de izquierda –anarquistas, mencheviques e incluso bolcheviques- que desarrollaban tareas de formación intelectual y artística entre los obreros industriales de Moscú y San Petersburgo. Estas organizaciones desarrollaban una tarea fundamental de auto educación para una clase obrera que estaba excluida de la educación formal en las escuelas del zarismo, ni hablar de la formación secundaria y universitaria.

Cuando la Revolución de Febrero triunfó, el esfuerzo de los vperistas –algunos dentro del partido bolchevique, otros como el propio Bogdanov, afuera- se consumó con la construcción de un movimiento unificado de todas estas experiencias culturales obreras en el Congreso de las organizaciones de cultura proletaria de toda Rusia, el Proletkult por su abreviatura en ruso. Uno de sus dirigentes más importantes fue el propio Lunacharski, a quien Lenin coloca después de Octubre y sostiene hasta su muerte al frente del Ministerio de Educación de la URSS.

Surgido fuera del partido, incluso con un fuerte sesgo de autonomía frente al Estado de Kerenski, el Proletkult saludó la vitoria bolchevique de Octubre y pretendió ser reconocido al menos en su autonomía como la herramienta de formación y educación de las masas obreras de toda la URSS. Al principio el bolchevismo lo reconoció como aparato de apoyo al Ministerio de Educación en la misma tarea, sobre todo por las necesidades enormes de formación cultural en el duro contexto material de la Guerra Civil, pero antes de la constitución de la NEP en 1922 el propio Lenin encabezó una campaña para subordinar el Proletkult al Estado Soviético, que terminó con la liquidación de su estructura autónoma y su dilución dentro del aparato cultural oficial.

Un desprendimiento del proletkultismo al interior del partido bolchevique lo representaron un grupo de periodistas y escritores jóvenes, surgidos del Ejército Rojo, es decir, cuadros combatientes en la primer línea de fuego de la revolución, que pretendían expresar el verdadero programa de Octubre en el plano del arte. Es el grupo que reclamaría en medio de la NEP que se los ponga al frente de la política cultural del Estado Soviético al que enfrentarían Lenin y Trotsky y que concluye con la Resolución de 1925 y el libro Literatura y Revolución pedido por Lenin para justificar con argumentos teóricos y estéticos la resolución final.

Hasta aquí los hechos, bien reseñados por el Prólogo que criticamos y, repetimos, bastante desconocidos incluso para la militancia que suele discutir este tipo de cosas. El problema empieza en las caracterizaciones.

Estaríamos parcialmente de acuerdo con los autores del Prólogo que el centro del debate no radica en la tesis bogdanoviana de la necesidad de una Cultura Proletaria. Parcialmente porque entendemos con los autores del Prólogo que la definición final del debate no estuvo asentada en las posiciones filosóficas y estéticas en pugna, sino por las posiciones políticas concretas que se desprenden del mismo.

Pero hasta aquí llega nuestra coincidencia. Porque entendemos que Sartelli/Rodrigues separan demasiado rápidamente el enfrentamiento filosófico de las posiciones políticas que encarna.

Según los autores del Prólogo, la clase obrera tiene una forma de enfrentar la realidad propia o por lo menos que debería tenerla para poder alcanzar una conciencia para sí, una conciencia de su independencia como clase, de la necesidad de erigirse como gobierno de la sociedad en su conjunto.

Sartelli pretende salvar la tesis de la Cultura Proletaria de Bogdanov en su esencia y no en la crítica que se le ha hecho. Reconoce que Lenin y Trotsky tienen razón, que una clase desposeída de recursos materiales e intelectuales elementales no puede nunca parir una ciencia, una filosofía y una técnica propias. Incluso le parece una verdad de perogrullo. Pero sí reivindica la posibilidad de que el proletariado asuma la necesidad de contar con una visión propia, basada en sus intereses históricos, para guiar el desarrollo de la ciencia, la filosofía, el arte y la técnica.

En ese sentido podríamos decir que Trotsky y Lenin no estarían en desacuerdo, se puede comprobar en las directivas de la dirección bolchevique sobre el Ministerio de Cultura y las Universidades una vez en el poder.

El desacuerdo radica en quién decide en nombre del proletariado qué debe guiar a la cultura, y cuáles son concretamente los aspectos que debería desarrollar una cultura proletaria. En este punto Sartelli no es claro. En ningún momento de las 169 páginas desarrolla un sólo aspecto puntual de lo que llama el conjunto de “valores y sentimientos” propios de una visión no burguesa del mundo. Pero, lo que es más grave, es que defiende acríticamente a Bogdanov en la idea de que es una condición previa para el éxito de la revolución que el partido revolucionario desarrolle entre la vanguardia de la clase obrera al menos una cultura proletaria para poder triunfar –arrancarle el poder a la burguesía- y sostenerse con éxito –evitando desviaciones burguesas o burocratización-.

Sartelli y Rodrigues desdeñan rápidamente todos los cuestionamientos filosóficos de Lenin y Trotsky contra la tesis de la Cultura Proletaria, incluso arañando el insulto personal, tildándolos de mera hipocresía. Reducen el problema a una disputa mezquina de Lenin que no quiere ser eclipsado por un dirigente más capaz intelectualmente y con amplia influencia en la izquierda rusa, incluyendo su propio partido. Así, mientras se toman el trabajo artesanal de seguir cada biografía de los involucrados en el debate para distinguir taras sicológicas de posiciones políticas serias en la explicación de cada paso del entreverado proceso, en dos renglones reducen la participación de Nadézna Krupskaia, ministra de Instrucción Pública a un simple y miserable papel de forra de su marido desarrollando una manipulación facciosa contra Lunacharski para “domesticarlo” y así destrozar al Proletkult.

No tenemos, hay que admitirlo de nuevo, el tiempo y los recursos necesarios para contraponer en el análisis lo que debería haber hecho Sartelli, es decir, revisar las fuentes que justifican otra interpretación plausible a la suya y refutarlas. Simplemente podemos ofrecer dos críticas.

En primer lugar la ya señalada, al admitir como una premisa básica que todo el Partido Bolchevique funciona con métodos faccionales de camarilla –por lo menos desde la prohibición de las fracciones en 1921- para Sartelli las opiniones públicas de todos los entreverados –excepto las de los proletkultistas y la VAPP- son sencillamente chamuyo para la gilada, excusas para decisiones burocráticas de inclusión y exclusión de adictos al grupo leninista. No creemos que eso sea cierto, pero más allá de nuestra creencia inocente o religiosa, lo importante es que no queda suficientemente demostrado.

Y vamos a decir por qué. Hasta un militante con escasos recursos y conocimientos como quien firma esta reseña, sabe que Lenin encabeza en el exilio una furiosa campaña para que todo el partido lea su folleto Materialismo y empiriocriticismo, probablemente la obra sobre filosofía más importante escrita por Lenin, con el objetivo de enfrentar y desenmascarar lo que creía una ideología nefasta promovida por Bogdanov y Lunacharski, reconocidos ex bolcheviques que justificaban en su acercamiento a la filosofía de Mach, una revisión del materialismo dialéctico de Marx y por lo tanto una crítica a las bases teóricas y filosóficas que dirigían al partido bolchevique en esos años.

¿Qué es lo que Lenin quiere evitar que se propague en las conciencias de la vanguardia bolchevique? Eso Sartelli no lo discute en profundidad, aunque parece tener un acuerdo con Bogdanov en el punto. Se trata de una crítica al idealismo. Según Lenin, la defensa de Vpered de Mach es una maniobra muy sutil de reconciliar el materialismo de Marx con algún tipo de idealismo filosófico remozado. No importa en este punto que Bogdanov y Lunacharski hayan renunciado al machismo con posterioridad, porque por lo que el propio Sartelli reseña, la defensa de Feuerbach que el propio Lunacharski hace explícita en el Proletkult –la idea de que el proletariado debe construir una ética seudo religiosa propia, sin dios en el centro- sigue siendo deudora del idealismo criticado por Lenin en su libro.

¿Qué es el idealismo? La idea de que la conciencia puede determinar la realidad. La idea de que una buena idea, una buena interpretación del mundo, por sí misma, puede construir el mundo real. Es lógico que el idelismo sea la filosofía de las clases dominantes en general y también de la Burguesía, ya que es la única clase social que puede valerse de los recursos materiales necesarios para pensar, para edificar esquemas de ideas y conceptualizaciones sobre el universo que le permitan desde la creación de edificios y máquinas hasta leyes y literatura que permitan moldear el mundo según sus intereses.

Es muy común entre los intelectuales, incluso si provienen del proletariado, la fascinación con la capacidad creadora del pensamiento. A tal punto que incluso siendo marxistas y revolucionarios, en los momentos donde el proletariado es derrotado, adjudiquen una influencia en esa derrota al bajo desarrollo de la conciencia de la clase obrera.

Bogdanov en 1912 se hace eco de una tesis muy sutil defendida por Max Weber contra marxistas académicos en la interpretación sobre las revoluciones burguesas. En su famosísimo tratado La ética potestante y los orígenes del capitalismo, el sabio alemán propone que la cultura burguesa se forjó en las mentes y mentalidades de la burguesía que terminaría tomando el poder en el siglo XVIII mucho antes de que existieran las bases materiales para el poder burgués, mucho antes de que existiera la Revolución Industrial y las relaciones de producción capitalistas hubo una concienica burguesa, una ciencia burguesa, una filosofía burguesa y un arte burgués.

La mayoría de los académicos progresistas defienden una interpretación dialéctica de Weber, a saber que introduce un elemento explicativo central que “complementa” las explicaciones marxistas basadas en el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales que permitieron el triunfo del capitalismo. Pero eso no está en Weber. Su estudio hace una defensa del papel predominante, previo y necesario de las ideas en la transformación de la realidad.

Por eso Lenin arranca yendo al fondo del asunto en su libro, criticando a Berkeley, quien es considerado por todo el mundo como el más serio sostenedor de la versión radical del idealismo: las cosas del mundo sólo existen cuando existen en la mente del sujeto.
La consecuencia práctica de este razonamiento lleva a Bogdanov a concentrar sus esfuerzos –magros, como el resto de los revolucionarios perseguidos por la reacción zarista- en la construcción de esa cultura proletaria previa en las cabezas de la vanguardia y de la clase obrera, la creación de cursos de formación en Italia.

Mientras tanto, la dirección bolchevique en el exilio, Lenin a la cabeza, se esfuerza por sostener y dirigir los magros recursos a la construcción de un partido de combate, de una organización concreta que organice a los trabajadores y la juventud en la lucha contra el zarismo en las fábricas y los lugares de estudio, en cada pueblo de Rusia, como condición necesaria del triunfo.

Entre 1907 y 1917 no se podían hacer ambas cosas, había que elegir. La línea de Bogdanov llevaba al bolchevismo, de aceptarla, a remover a sus principales cuadros de la construcción de la herramienta de poder, el partido obrero, a la formación de cursos y academias en el extranjero, debido a la prácticamente imposible tarea de hacerlos bajo la represión zarista. Desde el punto de vista de Lenin esa línea implicaba liquidar al partido de combate proletario en aras de la formación de obreros lúcidos sin partido que dirigir. No es por aprovecharse del diario del lunes, pero la realidad histórica comprobó el acierto de Lenin y el error filosófico de Bogdanov.

No sabemos qué hubiera pasado si Vpered tomaba la dirección del Partido Bolchevique en 1912, pero podemos imaginar que se habrían criado los elementos suficientes para construir casas de educación cultural en cada fábrica rusa –eso fue el Proletkult- pero no una organización de masas preparada y entrenada para enfrentar al enemigo de clase en cada fábrica o barriada obrera de San Peterburgo, que fue lo que construyeron Lenin y los suyos.
Entonces, creo que existen elementos de prueba que justifican, al menos, que el Prólogo de Sartelli debería haber hecho un esfuerzo mayor en la crítica de las posiciones “hipócritas” si pretendía ofrecer un estudio científico del problema, más allá de su deshonestidad intelectual al criticar tan lábilmente a personajes de la talla militante de Krupskaia.

Bogdanovismo tardío

Volvemos a pedir disculpas por la insuficiencia de una crítica a la altura del estudio reseñado. También debemos justificar la ausencia de citas textuales en pos de una mayor brevedad del texto y por la insuficiencia misma del soporte en que publicamos esta crítica. Esperamos la compasión del lector o lectora ante tantas y tan repetidas falencias.
Para concluir una serie de observaciones estrictamente personales.

Si como creemos RyR acaba de entender que su lugar en la lucha de clases pasa por desarrollar aquella función que ningún partido que se propone a dirigir al proletariado en la lucha por el poder político estaría desarrollando, debería también pasar por el tamiz de la crítica su propia experiencia ya recorrida en estos años.

Efectivamente, RyR luchó por cumplir su propuesta de extraer un conjunto de intelectuales o estudiantes universitarios de tareas “prácticas” ligadas a la construcción de partidos políticos o agrupaciones sindicales clasistas –tarea que RyR no desdeña ni mucho menos- para el desarrollo de un aparato material que permita la creación y difusión entre la vanguardia que lucha contra el Estado de una “cultura proletaria” que adaptada al contexto histórico real han llamado “cultura piquetera”.

Sin embargo, el proletariado en Argentina no cuenta con una cantidad infinita de personas dispuestas a dejar sus tardes de Sol y torta frita a cambio del esfuerzo personal que implica construir organizaciones que luchen por la dictadura obrera. Todo lo contrario, si algún éxito podemos reconocerle al proceso de reacción abierto por la vuelta de Perón en el 73, la dictadura fascista de Videla et al y la democracia restauradora en estos cuarenta y pico de años es que pudieron frenar parcialmente ese proceso que abierto por el mayo francés y la lucha revolucionaria del 68 que volcaba a capas numerosas de la pequeño burguesía y la clase obrera a las filas de la revolución.

Digo parcialmente porque de lo contrario no estaríamos acá, ni todo el mundo árabe se habría sublevado ni toda América Latina estaría metida en una crisis de poder desde el caracazo de 1999 hasta hoy.

En este duro contexto, habría que discutir si están las condiciones dadas para que un partido revolucionario pueda dedicarse al mismo tiempo a construir editoriales, librerías y fábricas de intelectuales proletarios y la organización a nivel nacional y sudamericano de organizaciones de combate, sindicatos, etc.

En todo caso, habría que comparar qué ha aportado la salida bogdanoviana de RyR al reflujo posterior al argentinazo y qué ha aportado la contraparte que decidió quedarse en el PO –o volver a él en algún momento-. No es el caso ponerse a comparar trayectorias personales buscando justificar el lugar que cada uno ha decidido tomar.

Pero la crítica más importante al planteo de RyR, es que abandona la dialéctica idea de la praxis. ¿Cómo se desarrolla la conciencia proletaria más fundamental que necesita la clase obrera hoy, a saber, la necesidad de independizarse de la burguesía y acaudillar ella misma la vida social? ¿Se desarrolla haciendo catarsis en las novelas que lee, en obras de teatro o documentales? ¿Se desarrolla simplemente dándose cuenta que el mundo es una mierda y encontrando algún libro que le permita entender por qué lo hace?

Creemos que no. Creemos que es necesario que se enfrente a una crisis vital, que choque en su experiencia de vida contra la opresión y la explotación del Estado y su burguesía y que haga el esfuerzo consciente de organizarse en contra. Es decir que la experiencia de lucha contra el Estado es la que va a generar la necesidad de una conciencia para enfrentarlo.
Por lo tanto si alguna cosa es necesaria antes de tomar el poder es la organización contra la burguesía no sólo en cuanto a sus intereses corporativos, económicos, sindicales sino además en sus intereses de conjunto, en la necesidad de lo que llamamos un partido obrero. 

Es ese el verdadero surco sinuoso y traumático que debe transitar el proletariado, en toda su material dificultad, en todo su angustiante parto, para sembrar un porvenir deseado donde nadie explote a nadie. En ese camino deberá ver cuándo y cómo organiza y destaca a sus militantes para las tareas necesarias en cada frente donde se reclame, entre los cuales obviamente es importante la batalla ideológica, comunicacional e incluso de valores contra la burguesía.

RyR pretende, como Bogdanov, que la lucha de clases es larga y sinuosa, que no va a haber un solo agrupamiento que pueda acaudillar el proceso de rebelión de las masas contra el Estado –que parecen dar por descontado- y que basta edificarse un lugar propio y esperar a que se desencadene la cosa para reclamarse como los mejores especialistas y pretender ocupar un lugar en el futuro Estado Obrero.

Esquivan la tarea de construir un partido, incluso a veces pareciera que pretenden “educarlo” correctamente para que no caiga en errores que se podrían haber prevenido de consultarlos a ellos –resumiendo su conclusión sobre el debate contra el campo en 2008-. Piensan que la clase obrera de alguna forma encontrará su camino a la insurrección, total ya existen varias organizaciones intentando construir los partidos políticos que seguramente le darán una dirección al proceso, llegado el caso basta con ocupar un lugar en las comisiones de cultura de los organismos de poder que se creen –como hizo RyR en la constitución de la Asamblea de Trabajadores, a la que consideraba el organismo del cual surgiría el gobierno obrero- y reclamar –como el Proletkult y los VAPP- su derecho a presidir los organismos de cultura del nuevo Estado, basados en sus capacidades específicas.

Ahora bien, suponiendo que alguien pudiese defender abiertamente este cúmulo de barbaridades sin ruborizarse, ¿para qué? ¿Para desarrollar la cultura proletaria de que los partidos son necesarios pero se hacen solos? ¿Para distribuir entre los militantes la desconfianza en que sus direcciones son genéticamente burocráticas o repodridamente facciosas? ¿Desarrollar la idea de que el imperialismo es un invento de un Lenin bastante bruto? ¿Defender en la cabeza de los obreros la idea de que si se forman culturalmente tomarán el poder?

Seguramente los partidos que pretenden organizar a los trabajadores para alcanzar un gobierno obrero que nos saque de la barbarie capitalista tienen mucho que mejorar en su relación con los intelectuales o en su dedicación al “frente cultural”, pero preferimos ayudar a encontrar esos caminos mientras ayudamos a construir una organización de combate contra el enemigo de clase, sin esquivar el bulto, sin gambetear la tarea cultural más urgente para el proletariado hoy en día, construir su propio partido político.

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