Translate

martes, 26 de julio de 2016

Ventisca sub tropical

-Como en la montaña –piensa Santos Capobianco mientras encara la calle dispuesto a cruzar.

Para los porteños, habitantes solitarios de una enorme masa de cemento injertada durante quinientos años sobre las faldas barrosas de un delta que no conocen y al que nunca han visto siquiera, las tormentas como éstas son la peor de las maldiciones.

Toda su vida planificada se complica. Tomarse el colectivo pasa de ser un gesto automático como atarse los cordones a transformarse en el más bestial de los sufrimientos humanos.

-Esto no es una tormenta- se la pasa explicando Santos Capobianco a cada porteño o porteña que se cruza en el camino y que hace el comentario ritualizado sobre el clima. –Se llama ventisca. Los ingleses le han puesto un nombre que se ajusta más a su condición bélica, blizzard, le dicen.

Pasa que es muy difícil usar conceptos en la sociedad porteña actual. Nuestro idioma entero se fraguó en llanuras secas y montañosas en el corazón de una península que recibían los vientos cálidos y secos del Mediterráneo.

Para colmo es heredero popular de un idioma forjado a golpes de espada por una estirpe de conquistadores allende los Alpes. Lo mezclaron con restos del fenicio y griego que usaban los comerciantes de las factorías del Levante, con muchas de las palabras sagradas y plebeyas de los descendientes del desierto, también estirpe de conquistadores, aunque blandiendo poéticas cimitarras en lugar de toscas espadas de hierro.

Con todo, nuestro calendario solar expresa las sensaciones trastocadas de un universo paralelo e inversamente proporcional al nuestro. Los oráculos y horóscopos orientales, ya sea el chino o el babilónico, base de todos los horóscopos de los diarios y la internet se guían por un flujo estelar aplicable –con las sospechas del caso- al ciclo de estaciones propio del Norte.

-¿Se tomarán el trabajo de trasladar las interpretaciones estacionales a nuestra realidad a la hora de alumbrar una mejor interpretación del futuro? –piensa con algo de temor por las víctimas de arúspices tan poco serios.

Imagínese el siguiente dictamen: “el signo del invierno, diciembre: no es propicio emprender ninguna cosecha” en medio de julio.

-Es el problema de los porteños –vuelve a subrayar Capobianco- su cultura es una invención de gentes muy lejanas, trasladada sin traducción a estos barrizales.

La barba rala, de una semana. Una mueca de sonrisa en la comisura izquierda –que es donde gusta estacionar la boquilla de la pipa- por la que fluye el penacho de humo con sabor a chocolate y whisky del tabaco made in Sarandí que puede pagar, escondidas bajo la sombra de la gran ceja de la gorra y al abrigo de las solapas extendidas de su enorme gabán de cuero.

Lo miran pasar como un ridículo. Algunos sesudos eruditos han caracterizado a sus espaldas que se trata de un queer. Otros, amigos cercanos, piensan que se disfraza para sobrevivir de alguna forma a una vida cotidiana que le es insoportable, pero que no quiere abandonar.

Camina abstraído del caos urbano a su alrededor. Firme, sin torcer la espalda, con las manos enguantadas y en los bolsillos del gabán, los pies sin humedad dentro de los borcegos de tela impermeable. Sin exceso de abrigo en el tórax, ni el inútil paraguas entorpeciendo el caminar.

-Una ventisca –explica una vez más- es común en las montañas nevadas o en alta mar. Son vientos cruzados, mezclados, atolondrados, de una fuerza superior a los vientos normales, pero menor a los huracanados. No te mueven del piso, quiero decir, pero te fajan. Lo que ustedes llaman lluvia no es esto, tampoco garúa. La gota no es gota, es un pequeño puñal frío y delgado, que punza y penetra la piel, la tela, lo que le pongan delante o debajo.

Es la esencia de todas las metáforas que se puedan hacer sobre la vida en esta ciudad, que está lo suficientemente cerca de la Patagonia y del Atlántico Sur para recibir sus ventiscas pero demasiado lejos del Polo para que el líquido se congele.

El resultado es que ni los meteorólogos de la radio avisan que hay ventisca, porque no tienen la más puta idea de lo que es, ni aunque lo hicieran el porteño podría prevenirse, porque tampoco la conoce.

En el mejor de los casos habría un debate nacional en cada bar, cada escuela o sala de espera u oficina, sobre si se trata de una ventisca o no. Los enciclopedistas se agarrarían de que no hay nieve y no claudicarían su posición aunque se les presenten sensatos argumentos sobre los tres estados del agua.

Y así vamos, sufriendo las inclemencias de nuestra obtusa capacidad de conocer lo que nos toca vivir si no se ajusta al molde de alguien más certero o especialista que nosotros.

Y Santos Capobianco, entrenado en ventiscas mucho más densas que ésta, capaz de entrar en cualquier Havanna y clavarse un café con leche con la tarjeta, recuerda el sabor de la ventisca en los huesos cuando la carpa de montaña avisa que ya no aguanta como en la juventud. Y lo costoso de hacerse un fuego en el descampado bajo una ventisca furiosa y permanente, de esas que duran días enteros con sus noches intentando dormir en el duro y frío suelo.

Piensa que ese cartonero salió mejor preparado para la ventisca de hoy que el ejecutivo de caro traje y corbata que por alguna razón hoy no pudo sacar a relucir su BMW negro impecable.

-Será porque toda su vida es una puta ventisca.

Pensó y se arrepintió del insulto políticamente incorrecto, aunque no encontró otro menos visceral para escupir su rabia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario