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viernes, 31 de enero de 2020

Bienvenida al género

Otoño de 2019, ponele, todavía usaba jeans ajustados, esa es una de las primeras remeras que me regaló Andrea Z., eterna gratitud.


De repente te importa el espejo. No es narcisimo -aunque me veo hermosa, carajo-. Es lo más importante que tenés, tu identidad. De repente le das bola a cada accesorio que te ponés encima de la piel. Desde la infancia y la adolescencia tu ropa siempre te importó un carajo, cuarenta y siete camisas  regaladas por tu vieja en el placard lo atestiguan, otro tanto de bóxers ajustados de tela, otro tanto de medias aburridísimas -azules o grises, siempre con rombos-, lo atestiguan. Es lo único que quise dejar atrás en el clóset, mis ropas de presidiarie.

Privilegios de varón, delegar el tiempo de pesquisa y compra de la segunda piel -de fábrica- mucho más necesaria para sobrevivir en Babylon que la piel de útero. Además a nadie le va a importar lo que te pongas, nadie te va a decir nada siempre que se corresponda con tu barba o tu nuez de adán. Salvo que te vistas demasiado pobre para cierto barrio o laburo.

Ahora es lo más importante del día, con qué piel postiza vas a saludar a tus compañeras de laburo, a les estudiantes, qué identidad vas a transmitirle al resto de tu especie hoy. Como te ven, te tratan y yo ya no quiero que me traten como un macho, como un varón cis, porque no lo soy, porque no me miento más, porque no quiero seguir disfrazándome de eso. Porque nunca lo fui y nunca más quiero volver a serlo.

Pero siempre supiste (te lo juraste a vos misma, ¿recordás?) que ibas a morirte trabajadore, obrere, laburante, que esa identidad la vas a seguir portando, también por opción –y a mucha honra, carajo- más allá del esfuerzo físico e intelectual que te obliguen a machacar para seguir comiendo. Al menos lo vas a seguir siendo hasta que haya una revolución que implante un gobierno obrero y de expectativas comunistas, y en todo el mundo, y que se revolucione a sí mismo permanentemente, porque si no, se sabe, no es revolución.

Y ahí viene un problemón que no figura en ningún protocolo pero sí en muchas novelas de base auto-biográfica: es un montón de guita cambiar tu vestuario. (Ibas a escribir y comprarte maquillaje, pero recordaste por las risas en el otro cuarto que empezaste –y todavía seguís- usando maquillajes de tu hija).

Y entonces te asalta un ataque de pánico de sabor nuevo ¿qué me pongo? ¿qué tengo que comprar? ¿Dónde? ¿Además del diseño, la calidad de la tela, que te dure, que te entre, en qué millones de cosas tengo que reparar para elegir las dos o tres prendas que me puedo dar el “lujo” de comprar con mi salario de laburante de segunda casta en cómodas trescientas cuotas?

Y entonces pasó algo maravilloso que te hizo encontrar una salida posible,  y rápida. Una salida, un camino de entrada a la salida, digamos, que impida que este obstáculo de hierro arraigase en una nueva y genial razón para postergar los pasos de tu propia revolución de género. Una, al menos, que te hace mucho más feliz esta transición.

Primero, al comienzo del verano, y de tu decisión, la madre de la nena, la última pareja con la que conviviste 6 hermosos años, todavía disfrazade de chongo, te regala un pantalón de esos que tienen vuelos livianos y parecen, de lejos, una pollera. Otra amiga me regala un pareo. Otra, un hermoso chiripá jipón de los 90 (algún día tenés que escribir sobre ese chiripá). Entrando marzo, cuando el clima empieza a cambiar, requiriéndote más telas encima del lomo, una amiga con la que hablé, no sé, cuatro horitas hace cuatro años, te regala una docena de blusas que no sólo te quedaban bien, sino que, además, te encantaron desde el primer momento que las viste.

Y después vino otra amiga, que habías conocido en enero, y que ya estaba parando en casa porque emigró de la ciudad santafecina donde pasó sus primeros dieciocho años para estudiar cine acá en Baires, que te sacó -pura prepotencia soberbia de la juventud- a la feria del Parque del Centenario y te la hizo conocer por primera vez después de quince años de (trans)itarla. Te llevó por cada puesto de ropa usada por 50 pesos y compraron jeans con cortes “para mujeres” y remeritas diseñadas para marcar “el busto” y hasta unos lentes para sol, de diva setentista. Ella además te regaló una hermosa calza de raso brillante color borra vino por diez pe que te hizo descubrir en el cuerpo y la mente el increíble mundo de la comodidad y la femineidad que nuestra sociedad reserva para las mujeres que descansan en la calza para resolver mil veces el problema de vestirse para salir a laburar y a bolichear.

La Puxi me dio pescado y además me enseñó a pescar.

Y después esa amigaza enorme, la Cande, la gallegaza de Escalada, que te regaló tus primeras botas de cuero y taco cuando llevaba un mes rebotando en las zapaterías de Villa Crespo con vendedoras que intentaban venderte calzado masculino a pesar que todos tus rasgos exteriores, incluso la palabra, les pedían unos tacos como esos de vidriera en 41 o 42, y rebotaste también con vendedoras empáticas que se disculpaban ellas por no tener en ese modelo, ni en ningún modelo, debido a la discriminación de cuerpos estandarizados de la industria nacional. Y te regaló también tus primeros zapatitos de transparencia y aguja, que algún día vas a debutar en alta fiesta para celebrar algo hermoso, te lo juro.

Justo en el otoño ya tenía el vestuario elemental para ir al laburo en la mejor versión de mí misma que podía, después de treinta y seis años de disfrazarme de chongo. Justo a tiempo para dar un paso enorme y necesario en mi camino, en este destino que estás torciendo, con sistematicidad trosca, hace tan poco.

Se lo comento a mi hermana por opción de la escuela, que todas mis amigas,  y mujeres desconocidas también, incluso quienes no comprenden el 90 por ciento de las razones o explicaciones de mi transición, algunas que todavía no saben cómo decirme, me regalan unas calzas, un vestido, aritos o maquillajes, pero sobre, todo no dudaban en regalarme la ropa buena que no usaban o que preferían dejar de usar. Se lo comento toda asombrada de mi suerte increíble de haber solucionado un tema tan difícil y oneroso de forma tan sencilla. Vos tan esperando el drama y la tragedia, ya te ibas a llamar La Desvestida. Mucho más te sorprendió su respuesta:

-Nosotras somos así, Leo. Desde amigas en el secu nos pasamos la ropa, los zapatos, compartimos los maquillajes, los perfumes. Bienvenida al género, amiga.

Y te puedo asegurar que a cada mujer mayor de veinte años a la que le comenté la respuesta asombrosa de la Sofi hizo un gesto de afirmación automático con la cabeza, como si mi asombro mostrara ya un nivel de ridículo ante tamaña certeza y obviedad.

Te asombra ese gesto de intercambiar vestimenta y calzado entre amigas sin importar la propiedad privada, te extraña ese gesto de aprecio y afecto, porque no existe en el mundo de la sociabilidad masculina en que te formaste y creciste. Nunca viviste nada similar, ni parecido. Imaginate que a los doce o quince tu mejor amigo, con el que vas al secundario de varones católico, con el que jugás al fútbol en el club o la plaza, con el que vas a taekwondo o la pile, lo que sea, te regala su canzoncillo preferido. Es puto. Te quiere coger. Se volvió loco.
No se hace, está prohibido por los códigos de la masculinidad.

Ese gesto hermoso te obliga a dudar de tus más sagradas convicciones con respecto al género. La femineidad que vos admiraste tantas décadas en tu vida, que mamaste e idealizaste tantas veces en las mujeres con las que compartiste el camino en diversas relaciones –de amor, de camaradería, de laburo- no está en la segunda piel de la fábrica, ni en los gestos corporales, ni siquiera reside en ese lugar sagrado que es el cuerpo que viene del útero. La femineidad que vos deseás soltar y liberar de vos misma está en esos rituales afectivos que las mujeres supimos inventar para salvar a la especie de todas las dificultades y obstáculos que nos pone en el camino de ser felices esta guerra cotidiana en la que vivimos, desde que del otro lado de la trinchera estaban los elementos y circunstancias del ambiente hasta que empezamos ese camino tortuoso hace cinco mil años de explotación de clases y patriarcado.

Esos rasgos culturales, que las mujeres antes que vos tuvieron que forjar en las cárceles a las que fueron sometidas –tanto las evidentes cuanto las invisibles- que no aquéllos que les quisieron obligar a vestir, como verdaderos trajes de presidio, también, son los que vos estás imitando y construyendo para vos misma.

Por eso es tan importante en tu vida encontrarte con esas maravillosas personas y su increíble capacidad de bienvenirte al género, de apoyarte concretamente en tu personal revolución permanente.

A ellas,eternas mil gracias, amigas.

lunes, 27 de enero de 2020

Arriba les trans pobres del mundo


Una crónica sobre la decisión de transicionar tu género
Las tiras de los Monobloques de Villa Soldati, desde el aula de la vieja EEM 1 DE 5º


Lo más jodido de mi laburo son los velorios de estudiantes. En quince años de aula ya participé en una docena. Es una bronca universal cuando muere alguien de quince o dieciséis, por lo prematuro, por lo injusto.

Ahí te das cuenta todo lo que te aliena este laburo, cuando te dan la novedad por el mail o el wasap de la escuela y no reconocés el nombre.

Putiás por la muerte, siempre absurda, ya sea por los balazos de la policía, de los ruchis que laburan para la yuta o los narcos, ya sea por el presupuesto que la mafia del IVC no puso en los monoblocks de Soldati, o el presupuesto que no ponen en higiene o señalización de tránsito desde Plaza Túpac Amaru (ex Virreyes) hasta Rabanal. Siempre es el mismo asesino con distinto rostro, el Estado. Garante también de construir los ghuettos donde obligan a vivir a la enorme masa de familias obreras y de pequeño burguesía pobre en nuestra ciudad, de donde cada tanto desalojan en verdaderos progroms avalados desde los medios masivos de comunicación, que ya han construido al chivo expiatorio ideal de una sociedad barbárica, el villero, la villerita. Seres descartables, un poco más caros que los perros o los caballos que les acompañan.

Y putiás también porque no podés relacionar uno de los cientos de rostros a los que les tomaste lista en estos quince años de condena en las aulas, también abandonadas por el presupuesto del Estado, con ese nombre y apellido en la pantalla. Te das cuenta que el ritmo de híper-explotación que el Estado viene aplicando con intensidad a la docencia en Argentina en los últimos veinte años te deshumanizó, sos une robot que registra piezas de información y las va descartando a la papelera de reciclaje cada ciclo lectivo para hacer espacio y poner nueva información, que va a ser tan fugaz como la anterior.

Y mientras te vas preparando para el velorio, decidís qué ropa te ponés, qué carajo le vas a decir a esa familia destrozada, si conviene caer a una casilla dentro del barrio copada por los ñerys del difunto, a punta de pistola y en pie de guerra, mientras te vas poniendo lo que toda la cultura dice que corresponde en estos casos, absurdo todo, vas cotejando y reconstruyendo los últimos minutos de esa vida, con compañeres que te van tirando recuerdos de gestos o acciones de ese pibe o esa piba, sobrenombres, retacitos de biografías desde el punto de vista de gente que te registró durante un décimo de tu vida, como fogonazo en la escuela, que viene a ser una pantalla de mil pantallas, pasando doscientas series en simultáneo.

Así vas armando con la Lumi o el Maps, del papel a la pantalla de tu paso por esta secuencia del siglo, el recorrido y las combinaciones para llegar a la sala velatoria, y el esfuerzo por unir rostro, anécdotas y el nombre de la lista te va retorciendo la conciencia, te tortura doble el dolor de que ese cadáver alguna vez fue un total extraño frente a vos durante varias horas en las que intentaste transmitirle alguna cosa útil para su vida entre tanta historia y geografía.

Carajo, y recién cuando pasaste por la pasarela de saludos y pésames de jóvenes caritas con los ojitos colorados, con los iris de colores cambiados por el prisma del llanto estacionado, dejando los saludos protocolares a autoridades y compañeres de laburo para después, para después que te acerques al segundo piso, la sala del fondo, donde sea que se hace un hueco y un cajón de madera rodeado de roscas verdes y bendecido por una cruz de bronce, te deja ver entre los tules blancos y el maquillaje profesional, ese rostro que iba con ese nombre y esas anécdotas, y sus gestos, y de repente se rompe una compuerta, se agrieta el iceberg que la alienación te construyó en el corazón y con la catarata de tus lágrimas y mocos te vienen a la memoria también la voz y la mirada de ese ser humane con quien tantos momentos significativos de tu vida y de su vida compartieron en la calidez de la relación de enseñanza y aprendizaje, una de las más bellas y tiernas formas de amor fraterno que nuestra especie inventó hace millones de años para sobrevivir en un mundo hostil.

Como si no pudiera escribirles doce historias tan terribles, quiero ahora contarles una, porque se viene el juicio del Estado contra Higui, y porque la muerte de Yastin, en febrero de 2019, fue el gatillo que me disparó a expresar mi identidad de género autopercibido también en las escuelas donde laburo.

Una vez me descolocaron con una pregunta delicada si se responde desde la honestidad, no si se la piensa desde la correctitud política. ¿Vos decidiste ser una persona transgénero o ya lo sentías? Resulta pues que yo comencé públicamente mi transición de género en la primavera de 2018, casi treinta y seis años después de haber reprimido por primera vez mi deseo a los seis años, como reacción defensiva ante el abuso de mis conmilitones del primer grado del Colegio San Roque González de la ciudad hermosa con nombre horrible, Posadas, en la más bella de las 23 provincias argentinas, Misiones.

A tu edad, es una decisión muy íntima y delicada salir del clóset. Ya tenés una familia, un laburo, toda una vida andamiada y más cuando te amoldaste lo mejor que pudiste al disfraz de varón heterosexual desde el CBC hasta terminar la facu, durante toda tu militancia universitaria, barrial y sindical. Son muchas relaciones ya tejidas que llevan más de dos décadas habituadas al disfraz de convenciones culturales que vestiste todos estos años. Y desde los católicos hasta los troskos, todos los ambientes que frecuentaste son conservadores –como mínimo, reaccionarios en algunos extremos- con respecto a las relaciones familiares, el deseo sexual y las identidades no heteronormadas. O sea, pakis hechos y derechos.

Lo sabés bien porque vos mismo lo fuiste, lo militaste, lo sostuviste en la piel y la palabra. Vos también reprodujiste prejuicios de género y te mofaste en masculino de las compañeras trans, vos mismo no entendías un pomo de todo este asunto hasta hace tan poco, tanto que te negaste a vos misme la chance de saber quién carajo eras debajo del traje que te pusieron el Registro Civil, tu familia, la Iglesia, la escuela, la UBA, tus amistades, tus patrones. Entonces, cuando tenés que cambiar todo tu vestuario, las convenciones culturales esas, y mostrarte al mundo de una forma más honesta con lo que sos, cuando sabés que vas a salir desnude al mundo de nuevo, desde novo, lo pensás un montón.

Estuve cuatro meses en terapia específica para personas trans después de un año de sufrir crisis de identidad de género y cuatro años explorando mi bisexualidad después de dos grandes crisis vitales en los últimos cinco años, en las que perdí los dos grandes mandatos que organizaban mi camino en la vida, mi familia y mi partido político, antes de tomar la decisión.

Porque, las organizaciones y militantes de la comunidad LGTTTBIQ+ tienen toda la razón cuando batallan que no se trata de caprichos, sino de que nos expresamos como nos sentimos, como somos en realidad. Por lo tanto la elección de una identidad de género que exprese nuestro deseo sexual o nuestra forma de percibirnos, o ambas, es en realidad la puesta en funcionamiento de todos nuestros mecanismos emotivos y sociales para intentar liberar lo que estaba dentro nuestro, reprimido. Pero también es una decisión que se toma todos los días, desde el primero hasta el último de tu vida, cuando enfrentás a la misma caterva de convenciones culturales y sus gendarmes, que te mantuvieron a raya y que quieren corregirte para que vuelvas a la cárcel de donde decidiste irte.

Yastin había nacido en una familia de los monoblocks de Soldati con un nombre de mujer, criada de acuerdo a las leyes más extendidas e invisibles que determinaron que la vulva en su cuerpo de bebé definía que debía ser una mujercita. Como Higui, cuando Yastin se sintió atraída sólo por cuerpos con vulva, que entendía eran mujeres, tuvo que defender su lesbiandad como se debe defender la lesbiandad en nuestras barriadas obreras, a las piñas, a lo guapo. Ser gay en Villa Soldati, que es el barrio obrero que mejor conozco, aunque imagino que en los demás pasa lo mismo, ser gay en la villa exige tener mucho aguante. Como muchas lesbianas jóvenes que conocí en la escuela estos últimos diez años, Yastin comenzó a pedir cancha en los potreros para aguantarse el mano a mano con la bocha bajo la suela, tirar gambetas imposibles sobre y alrededor de las guadañas impunes, rompehuesos, que se permiten en los reglamentos no aprobados por AFA de nuestras barriadas.

Así le conocí, con una camiseta de algún club de fútbol pintada al cuerpo, todo el tiempo, todo el día, en el aula, en el comedor, en la esquina y en todo lugar donde la encontrase una selfie o una instastory. Pero Yastin empezó a sentir que ella era algo más, que no se terminaba en una orientación sexual por personas de su misma genitalidad, ella no era ella, era él. Y así, a lo guapo, como en la cancha o en los pasillos, entre las tiras, Yastin un día se puso Yastin en el perfil, por su adorado Bieber, pero así, Yastin, así con gramática de su barrio, con su voz y su acento en el nombre autopercibido y salió a enfrentarse al mundo como un varón trans.

La verdad es que no lo viste, en tu aula nunca te animaste a preguntarle cuáles pronombres prefería para que la llamases cuando debías pedirle lección o corregirle o lo que sea que tu función de profe te obligaba a dirigirle la palabra. Cómo le ibas a preguntar si eras uno de los 80 docentes de la escuela que no sabía nada de la Ley Nacional de Identidad de Género ni de protocolos que nadie te había informado ni sabías que en 1992 una tal Judith Butler concluyó que el género es performático para comprender a su tía travesti fallecida después de miles de torturas en una cárcel de Texas.

Pero el día del velorio te contaron que Yastin, a quien la mitad de sus adoradas y afectuosas hermanas seguían mencionando con su nombre de mujer, sin malicia, por costumbre, llegó a proponerle a su novia darle el apellido a su hijo, casarse por ley, sin siquiera conocer la ley o haber consultado a une profesional ni siquiera haber pasado por el proceso que va del flash en una ESI hasta la terapia y el asesoramiento. Así, de guapo, sin pedir permiso para su deseo. Así como decidió terminar de sufrir cuando todo ese mundo que lo rodeaba pareció complotarse para que no pueda ser feliz con su deseo en la piel.

Lo cierto es que Yastin también tomó una decisión provocada por una insoportable presión que le surgía de lo más profundo de su ser, como yo, como cualquiera que salió del clóset. Pero el clóset donde lo quisieron encadenar era más fuerte, y sus recursos para destruirlo menores, o más débiles; lo cierto es que fracasamos como barrio y como escuela para ayudarlo a ser quien quería ser. No estuvimos a la altura, no supimos sostenerlo y se nos cayó de entre las manos.

Esa noche al final del verano en Nueva Pompeya, apoyé la mano derecha sobre el cajón, como tantas veces hicieron mis ancestros antes que yo, y le juré a Yastin, como le había jurado a Teresa que iba a enfrentar la vida que a ella le arrancaron en la plenitud, como le juré a Mariano que iba a ser todo lo buen bolchevique que pudiera como él, me juré a mí misma que no iba a volver a esconder mi identidad en la misma escuela en la que él cursó y en la que yo laburo todavía. Ni en ningún lugar de trabajo, o de juego, o de ocio, o de lucha, o de lo que sea, ni siquiera en la mesa familiar. Que yo no me disfrazaba más, que iba a tener el coraje que él tuvo y que iba a dejar la vida ayudando a otres como él para que no terminen tan solitaries a la hora de tomar decisiones tan importantes como vivir o abandonar la vida.

En marzo comenzaron las clases de nuevo en Villa Soldati y en Balvanera, las dos escuelas donde laburo hace doce años continuos. En mayo, el insulto de una estudiante con quien teníamos un muy buen vínculo, le puso tope a los dos meses que llevaba aguantándome insultos contra mi género autopercibido, y decidí que antes de responder con la violencia necesaria o seguir aguantando la tortura, debía preservarme y después de dos meses de batallas legales contra la inoperancia de mi patronal, ayudada por mi delegada, asistida por las secretarias de género de otros dos sindicatos docentes a los que no estoy afiliada y por la inestimable ayuda legal y humana del equipo LGTBI de la Defensoría del Pueblo de la CABA, logramos que mi patronal relocalizara (trans)itoriamente mis horas cátedra de Soldati a Balvanera para no exponer mi seguridad física o psicológica, hasta que pudiesen garantizármela en la misma escuela.

Mi patronal, el Ministerio de Educación porteño, nunca me propuso preservar mi integridad física y emocional a pesar de haber sufrido siete robos e intentos de homicidio itinere en los primeros ocho años de trabajo como docente, pero reaccionó frente al ataque a mi condición de género. Hipocresía, dirán muches de ustedes. Puede ser. También es cierto que la movilización de las organizaciones que luchan por los derechos de género y de las mujeres tiene mucha más fuerza concreta y transformadora que la de las burocracias sindicales que ayudan a destruir la poca conciencia de clase autónoma que queda entre nuestra clase obrera. Y el Estado entrega los derechos que nos merecemos sólo cuando tiene miedo que nuestra fuerza lo lastime mucho más de lo que le costará intentar aplacarnos.

Durante el segundo cuatrimestre del ciclo lectivo que inauguramos enterrando a Yastin en 
Soldati, pude concentrar toda mi capacidad en una sola escuela, donde Mauro decidió por primera vez hacer pública su identidad de jóven varón trans, frente a estudiantes y docentes, primero, y frente a su familia después. La decisión que tomé esa noche en Nueva Pompeya me permitió verlo y colaborar con el equipo docente que se puso a acompañarlo para que su proceso fluyera con menos resistencias o más recursos, o más aguante de los costados. El día que se cumplía el primer aniversario del comienzo consciente de mi transición de género, un 7 de noviembre, mi cumpleaños revolucionario de trava trosca, asistimos a la primer clase sobre identidades de género de la historia de nuestra escuela, Mauro y yo, juntes.

Cerramos ese 2019 en diciembre celebrando su salida del clóset con alegría cuando le entregamos su primer boletín con la fórmula que la Ley establece se puede usar previo al cambio definitivo ante el Registro Civil y un juego de calificaciones excelente.

El universo se comporta así, pensás, con crueldad. Taba o culo, muerte o vida. El resultado de la lucha de nuestras decisiones conscientes o guiadas por lo que no sabemos de nosotres mismes, en medio de las enormes e invisibles presiones del medio social y cultural en el que nadamos cada día para no dejar de respirar, no lo podemos definir nosotres. Ninguna de las variables que pueden definir nuestra suerte está ni cerca del nulo poder individual que necesitaríamos para aspirar a vencer. Somos la clase más desposeída y explotada de nuestra ciudad y al mismo tiempo habitamos identidades de género incomprendidas y repudiadas. Somos les últimes del barro más hondo.

No obstante, guarda, podemos decidir dar pelea, mantenernos en guardia, entrenando para sostenernos y aguantarnos entre quienes estamos en la misma. Y si el agua fluye o la tierra tiembla, alguna vez el barro será alud y en desbordándonos todes por la faz de la tierra del paraíso heteronormado y patriarcal de este capitalismo descompuesto y senil, nuestra lucha, del barro se hará limo, nutriente de todas las vidas jóvenes que ayudaremos a fortalecer para que no les quiebren, en defensa de su deseo, de su felicidad.

Y la Tierra será el Paraíso para todos los Yastin y Mauro de este jodido mundo.

sábado, 25 de enero de 2020

Los colores del corazón

Con Marito en el Parque del Centenario, 21 de setiembre de 2018


Marito en casa, con Cata
In Memoriam, 
Mario Domínguez, 
hermano del cosmos


-Menos mal que llegaste, faltabas vos.

-¿Qué pasó?

-No podemos acomodar la sala hasta que nos lean el testamento a todos juntos.

-Qué testamento, si era más pobre que las arañas.

-Yo dije lo mismo, pero la abogada se puso firme.

-¿Tenía abogada?

-Es la hermana de la ex, la que les hizo los trámites del divorcio. Vení que te la presento. Doctora, ya estamos todos, podemos arrancar.

-Hola, Eze, qué verga, hermano.

-Sí, Alejo, una cagada.

-Bueno, muchas gracias, mucho gusto. Como le decía a sus amigos, para mí también se trata de una situación extraña. Recibí un mensaje de Leo hace pocos días pidiendo que les lea esta carta a sus tres mejores amigos antes de que se hagan los arreglos del velorio. Entiendo que para ustedes es un momento muy duro…

-La verdad que estamos confundidos, dotora. No sé qué arreglos faltan, Marquitos se peleó con el sindicato para conseguir la sala, el Eze trajo la bandera, el resto contactamos a la familia y los conocidos…

-Les repito lo que les vengo diciendo, yo tampoco sé nada, respeté la última voluntad de Leo y todavía no la abrí.

-Dejá que lea la carta, Alejo y así nos enteramos de una vez.

-Sí, Eze, sí. Dele, dele, dotora, mil disculpas.

-No hay problema, leo:

Buenos Aires, invierno de 2017.

Por la presente y en pleno uso de mis facultades mentales, yo, Leonardo José Grande Cobián, como última voluntad dejo expresas instrucciones de que mi féretro sea tapado con la bandera de mi club de la infancia, el Social y Deportivo Jorge Gibson Brown.

-¿Cómo?

-No puede ser, es una joda.

-Calmémonos, muchachos. Doctora, con todo respeto, esto debe ser un error. O el documento es falso. Leo es hincha de Boca desde la cuna, religiosamente. Amaba la Bombonera al punto que creía en serio que estaba viva, siempre contaba que sus primeras palabras fueron “Boca Campeón” de tanto que su hermano mayor rompió las pelotas con la primera Libertadores, que la ganamos justo cuando Leo nació. ¿Quién le explica esto a su hermano, eh? Digan, ¿quién se lo dice?

-Yo los entiendo, pero me limito a leer lo que dice acá, ¿reconocen la letra?

-Sí, sí, es la letra de Leíto… pero el Eze tiene razón, en una de esas se chifló por la quimio, es un documento vaciado de ilegalidad, dotora. ¿Y de dónde mierda salió ese clú, alguno lo registra?

-Es la primera vez que lo oigo nombrar, Alejo, pero tengamos paciencia, che, la carta es larga, que siga leyendo a ver si se entiende algo.

-No Marquitos, no. Es un insulto a todo lo sagrado de nuestra amistad, no podemos admitir una cosa así. Este es el trapo que todos dijimos que íbamos a usar en el cajón, como en la canción, viejo, como en la canción…

-¿Qué canción?

-La que tiene la música de Jhonny Tolengo, también la cantábamos en el Partido, pero con otra letra, sobre cambiar la Historia y dejarse de joder.

-Miren, yo comprendo que se trata de un momento difícil, pero como abogada les sugiero que respeten la última voluntad de su amigo…

-La dotora tiene razón, loco, es una verga, pero dejemos que termine y después vemos qué carajo hacemos… dele dotora, prosiga.

-Cómo no…

Entiendo que mi decisión los va a encabronar, pero les juro que lo pensé mucho y creo que es la mejor forma de cumplir con nuestro juramento de honrar las canciones que cantamos juntos en el templo.

Si están leyendo esta carta es porque la quimio no pudo parar veinticinco años de pucho. Los médicos no se la quieren jugar pero me parece que son manotazos de ahogado. Desde que entré a la terapia intensiva no hago más que repasar mi vida entera. Cuarenta años parecen una bicoca cuando se van así. Siempre dije que el pucho era mi contrato con la muerte en cómodas cuotas y ahora me doy cuenta cuánta razón tenía y qué pelotudo que fui.

Me hubiera hundido en un pozo depresivo si no hubiese sido por ustedes, la familia y una persona muy especial que les quiero presentar en esta carta y que explica el cambio de mi decisión.”

-Yo sabía, alguien que le llenó el bocho. Hay que impugnar todo, doctora, compañeros. Lo manipularon en un momento trágico, ese documento no tiene validez, es inimputable.

-Dejá de interrumpir, Eze, porque no terminamos más.

-¿Vos de qué lado estás Marquitos? El pibe tiene razón. Somos amigos mucho antes que aparezca cualquier coso y le sacamos la ficha a nuestro ñery mejor que cualquiera.

-Boludo, no te la agarrés conmigo que estoy igual de anonadado que todos. Lo único que digo es que dejemos que la abogada termine de leer así nos enteramos de qué se trata de una puta vez.

-Dejen de discutir, che, estamos en una situación grave. Siga por favor, doctora, terminemos con el misterio.

Ustedes saben que para mí las coincidencias ordenan el mundo de mierda en que vivimos. Parece que todas las decisiones que tomé me trajeron a esta terapia intensiva para conocer a Marito. Aunque no lo puedan creer, Marito nació y se crió en Posadas, como yo. Se fue al sur cuando le tocó la colimba para la misma época que mi viejo nos arrastraba a toda la familia a buscar fortuna en el norte. Su fortuna, nuestra desgracia. Es como si Posadas hubiera exigido al azar un reembolso por el hijo que perdía. Porque Marito no volvió nunca más, agarró laburo en Río Gallegos, primero como empleado de Lotería y Casinos, después pasó a la muni, y tuvo su familia allá.

Así que llevamos varias semanas compartiendo recuerdos de dos ciudades diferentes, la de su adolescencia en los 70 y la de mi crianza en los 80, que ya no existen más. Ahora tiene millón y medio de habitantes y cuando yo me fui en el 91 a no llegaba a los 200 mil.

Además, Marito fue uno de los primeros constructores del Partido en Santa Cruz. Ustedes ya saben que a pesar de haberme fundido nunca me voy a arrepentir de tantos años de militancia, de las pocas cosas que me llevo con orgullo.

Así que se imaginarán lo asombrado que estoy. Marito ha sido el compañero ideal para estos últimos momentos. Hace veinte años que sobrevive una enfermedad de mierda y con su experiencia me contiene en los momentos más feos del tratamiento. Pero además con él puedo repasar las situaciones más importantes de mi vida y contar con la opinión de alguien que siente igual que yo. Ha sido una especie de Osiris de oferta, ayudándome a sacarle peso a una vida de recuerdos.

Él me contó la historia del Yípson Braun (así le dice, con tonadita guaraní). Es el segundo club más viejo de Posadas y tiene la cancha en el barrio donde se crió Marito, Villa Urquiza. Otra sincronía asombrosa, el mismo nombre del barrio donde milité mi primer campaña electoral con el Partido en 2007 ¿increíble no?.

Ustedes me van a saber entender muchachos. Cuando éramos chicos, mi hermano mayor, de carne y hueso, vino a suplantar a mi viejo en la tarea de enseñarme a ser un varón, me hizo fanático de Boca y me enseñó a jugar al fútbol, en ese orden. En esas tórridas siestas, cuando intentaba adiestrarme en las técnicas elementales - pegarle con las dos piernas, el empeine y no la punta, detectar el ritmo del partido para cubrir el avance enemigo o acompañar el ataque, revolearla o definir, el centro a la carrera, atrás o de rastrón, buscar la comba y las esquinas, nunca el cuerpo del arquero- o las nuevas leyes del orsai, en esas sofocantes siestas, algo muy profundo dentro mío prefería oír su dulce voz y disfrutar su entusiasmo en lugar de someterse a la disciplina y el destino.

Así quedé, rústico cuatro sin ambiciones, eterno elegido al final del pan y queso. Pero qué lindo era mi hermano Dani, qué bellos sus amigos y qué bella su amistad de siestas robadas a la vigilancia adulta. Siempre me salvaba de las trompadas únicamente porque entraba y salía del club bajo su falda, por decirlo así. Porque era tan bruto que me destacaba únicamente en el fiero arte de cagar a patadas todo lo que se me cruzaba, sin pasión, hay que decirlo, pero sin piedad tampoco, vale confesar.

Una de mis víctimas me puso el primer sobrenombre de la vida, sintetizando mis habilidades y pasiones futbolísticas con fina crueldad, el Buitre.

También fue mi hermano quien me introdujo en la pasión tradicional por el más grande de los clubes obreros de este lado del Río de la Plata. A él le debo haber pisado la Bombonera en un entrenamiento del equipo del Loco Gatti y todos esos hermosos años aprendiendo de lo que somos capaces los hombres cuando actuamos en masa, la Gloria y la Barbarie.

Les conté mil veces que después que la Barra del Abuelo se cobró un dos a cero con River, de locales, asesinando dos pibes en una esquina de Necochea, algo empezó a quebrar ese idilio monogámico. No fue sólo eso, claro, sin embargo, al romperse el embrujo de la masa de tetosterona pude apreciar lo más bello que adoraba de mi club en los otros clubes. 

Maltratado como hereje, festejé igual las Libertadores del Vélez de Bianchi y la del Estudiantes de Sabella. No me importó que todos me putiaran en chino cuando empecé a decir que era fanático de un club por ciudad, porque entendí que amaba la misma mística de garra y coraje en la victoria del menos favorecido tanto en Peñarol de Montevideo, la lepra rosarina, el sabalero de Santa Fe o el Strongest de La Paz. Desde entonces a cada lugar donde llego, busco, pregunto y descubro un nuevo club que agregar al listado. Las camisetas amontonándose en las gavetas del placar de las casas donde viví lo atestiguan. 

En los últimos mundiales ya me acostumbré a hinchar por la Celeste del Maestro Tavárez y al carajo con la patria futbolera.

Ahora que la muerte me obliga la evocación, recuerdo que con mi hermano de sangre teníamos un problema que bien podría ser la causa de este viejo malestar: la Boca quedaba muy lejos del Alto Paraná y nuestra pasión infantil necesitaba algo menos platónico para acariciar. De todos los clubes posadeños, en los 80 el único que jugaba Nacional B y liguillas pre-libertadores era el Guaraní-Antonio Franco. A veinte cuadras de nuestra casa pudimos ver en vivo y directo a los clubes más grandes del país. Pero había una traba muy jodida, la camiseta es igual a la de River.

¿Qué puede ser más importante en la idolatría infantil que los colores del club amado?
En el momento central de la vida donde aprendemos a querer, yo me encontraba doblemente huérfano, con Boca idealizado a mil doscientos kilómetros –sin televisión HD ni pleistéishon- y con un club de barrio al que no podía entregarme totalmente.

Marito me ayudó a reparar este vacío, justo a tiempo. Me contó una historia impresionante de su fundación, allá por el 1910, cuando Posadas era una aldea de contrabandistas alrededor de su puerto, la Bajada Vieja. No habían llegado todavía el Allan Poe uruguayo Horacio Quiroga ni el comunista Alfredo Varela para inmortalizarlas y ponerlas en el radar nacional, cuando cuatro amigos fundaron un club de fútbol para no tener que andar nostalgiando de lejos los domingos. Ni radio tenían en esa época, tenían que esperar que llegara algún diario para saber cómo le había ido al club de sus amores.

Cuenta Marito que lo fundaron en una de las placitas céntricas donde mi vieja setenta años después nos llevaba a jugar y patinar, la San Martín, de donde salía la caravana tradicional del Corpus Cristi que desembocaba en la Catedral y la Plaza 9 de Julio.

Resulta que los cuatro amigos eran fanáticos del club más popular de toda Sudamérica antes del profesionalismo, el viejo Alumni, fundado por profesores de origen escocés. De allí sus colores, los bastones verticales rojos y blancos que replicaron su fama en todo el territorio (el pincha de La Plata, el milrayitas de Lomas, el tallarín de los ferroviarios de Escalada, el Central de Barracas, también ferroviario, el santo tucumano o el tatengue santafecino y otros tantos que Wikipedia podría certificar). Para no pecar de imitadores, decidieron mantener el diseño y uno de los dos colores, porque coincidía con el colorado característico de las tierras misioneras pero en vez del blanco -delator del plagio- eligieron el verde esmeralda de la selva.

Me pareció la historia de la invención de una camiseta más original que escuché.

Con el nombre, también rompieron todas las tradiciones y le pusieron el de su ídolo de la infancia, el primer gran goleador del fútbol rioplatense, un alumno del colegio inglés llamado Jorge Gibson Brown. No puedo dejar de pensar que si nosotros cuatro hubiésemos fundado un club en el 2000 seguramente le habríamos puesto “Social y Deportivo Martín Palermo”.

¿Porque, qué es lo primero que hacen cuatro amigos que van a fundar un club de fútbol? Si están pensando en hacer negocios, piensan en la Comisión Directiva, quién firma los cheques y dónde consiguen un permiso de la municipalidad para un predio. Pero si quieren al fúlbo sólo como un juego, lo primero que discuten es el nombre y, claro, los colores.

Aunque parezca increíble, el Yípson Braun ganó un solo campeonato posadeño a pesar de ser el segundo club más viejo de la liga, el mismo año en que Boca ganó su primera Copa Libertadores y que yo vine a la vida.

Aunque ame eternamente a Balvanera y a mi hermano, siempre me sentí misionero. 
Después de haber elegido una vida entera de militancia por el socialismo y tirado a la mierda el machismo, la misoginia, la heterosexualidad y la puta religión católica en que me entrenaron, si tuviera la opción de elegir un barrio y un hermano coherentes con las decisiones que corrigieron mi destino, hubiera elegido nacer en Villa Urquiza y a Marito. 

Eso no se puede hacer, lamentablemente: elegir vivir tu vida de nuevo, renacer como en las pelis yanquis y las mitologías véddicas que contaba Dolina todas las medianoches, como una Sherezade en el Café Tortoni. 

Pero sí puedo cambiar la anécdota famosa y elegir mis primeras palabras, porque de haber estado en Villa Urquiza desde el comienzo hubiera gritado “Yípson Braun Campeón”.

Muchachos, cuántas veces nos planteamos que nuestra vida amorosa y afectiva es una bosta en parte porque no “elegimos” las personas de quienes nos enamoramos, que la mayoría son productos idealizados de preferencias heredadas, impuestas inconscientemente por nuestra familia y la sociedad en nuestra más tierna infancia. 

Cuántas noches de escabio concluimos que sería mucho mejor poder construir amores conscientes para dejar de recaer en la merca barata del amor romántico. 

Pues bien, así como nunca dejé de amar a mi hermano de sangre cuando los fui eligiendo a ustedes para amarlos como los he amado todos estos años, como verdaderos hermanos del alma, déjenme que lo incorpore al Marito a la banda y no se ofendan si les digo, con plena conciencia, que los colores y el nombre del Yípson Braun son el mejor símbolo del amor consciente que tengo por el fútbol. Siempre anduve buscando algo mejor, algo que además de los resultados y los ídolos, reflejara exactamente lo que pienso. Lejos de la bosta del negocio que nos arruinó todo, de los dirigentes empresarios que usaron nuestras alegrías deportivas como base para sus aspiraciones políticas, de las patotas que matan hinchas como mataron a Mariano, que ensucian la pasión colectiva insultando a mis amigos y amigas de Bolivia y Paraguay, carajo, insultando mi sexualidad como sinónimo de humillación, y queriéndome discutir que se trata de folclore. Estoy podrido que me acusen de marciano porque me niego a aceptar la representación de la AFA y el circo de los mundiales que encubren estados genocidas y asesinos, como el de Videla hace cuarenta años, como el de la Rusia del sorete de Putin mañana…

Nunca fui capaz de encontrar una pareja con la que vivir un amor sano, ustedes lo saben mejor que nadie porque me sufrieron cada fracaso. Al menos denme la oportunidad, el día que me muera, de poder elegir para mi cajón, como en la canción que juramos respetar, los colores que llevo en el corazón, ahora, que al fin los encontré.

Un abrazo de gol para todos, nos vemo en la victoria, 

Leo.

miércoles, 22 de enero de 2020

La Cotidiana


Ya aprendiste, te decís, Tranquila que no te vuelven a agarrar regalada, nunca más, porque darse manija emocional es fundamental antes de salir de nuevo. Sobre todo si retomás después de una paliza como esa. Hay que remontar mucho más que la rutina de siempre, la dieta, el sacrificio de los meses anteriores. Hay que remontar de la confianza, el orgullo, que todavía quedó en la lona.

Vos podés, vamos, dale. Concentrada, uno a uno los dedos, pasá la cinta firme pero sin ahogar la sangre, en cada falange –¿falangeta, falangita? ¿cómo era?- así, así, bien. También el metatarso, fundamental el metatarso para que no se abolle si mete golpe y golpe, que no se manque, que no se astille.

Ahí va, muy bien. Firme, segura, también en la articulación, que no haya esguinces ni fisuras, tiene que aguantar el trote, sobre todo si la cosa va a ser larga. Dale, muy bien. Cada vez te sale mejor, y sin que nadie te haya enseñado, vosfi. Campeona.

Ahora, las medias, fundamental. El protector también, cómodo, que no raspe ni moleste, que no se paspe con el roce de la ropa y que no te complique en medio del baile. Así, sí –no sé por qué me excito, ¿estará bien? ¿le pasará a todas o soy un freak?- bien, mirá el espejo, tas perfecta. Diosa. Hermosa.

Te ponés de pie, las meneás frente al espejo, perfecto el vendaje, se sienten poderosas, ágiles y potentes, zig, zag, uno, dos, uno-dos. Tomá pa vos, hoy sí, hoy la rompés. Vos mamá, sí, Vos, qué yegua sos, guerrera, diosa cazadora carajo.

Al final, te calzás el cuero sobre las vendas y la piel de las heridas que ya curaste, los algodones con cinta sobre las viejas ampollas -¿me cuido los callos también o es exagerado?- se siente acolchonadito y firme por dentro, indestructible por fuera, una segunda piel de cuero rojo brillante, recién encerado. 

Gata. No, cómo gata, qué boluda. Serpiente, sí. No, mejor dragón, Dragona qué carajo, me falta echar fuego por la boca porque soy toda fuego por los demás lugares, mia`môr.

Es lo más importante, después, la ropa haciendo juego, las sombras bien oscuras del delineador, para darle fuerza también a la mirada, knockear a golpe de vista, qué no. Sí, re va. Los anillos, los aritos de 25 pesos que parecen de oro, el bolso, el celu, los documentos, la billetera, las llaves de calle y a yugarla miamor que hoy ganamos, carajo, que hoy no nos para nadie.

Chau Cata, más tarde vuelve la mami, portate bien chuchita.

Culeándose a la Tradición


Una lectura fanática de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámera, Buenos Aires, Random House, octubre de 2017.


Con Las aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámera se comprueba sin duda alguna como la propuesta más subversiva de la literatura argentina presente. ¿Qué podrá significar en un contexto donde las propuestas más subversivas sufren un nuevo proceso de fragmentación golpeadas por la zanahoria de la prebenda democrática y la represión del Estado? Una esperanza, que no es poco.

Gabriela fue hasta donde estaba marcada la tradición de la literatura fantástica y la cultura literaria, encontró ese hito de academias y oropeles y cagó encima; pero cagó encima de una forma tan bien escrita, y con un sentido tan profundo que abrió un nuevo canal, señaló un nuevo oriente hacia donde poder caminar.

Tomó de Borges la idea original de pensar la vida de los personajes secundarios de la primera novela épica argentina, El gaucho Martín Fierro (1872; 1879) y desarrollarla. Donde Borges sólo se animó a quizás uno de sus mejores cuentos, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, casi rompiendo con el pesimismo filosófico de su matriz shopenhaueriana del eterno retorno para darnos un renegado que en el momento definitorio de su vida y su epopeya se pasa de bando, rompe con el Estado para defender a un perseguido por la ley; allí Cabezón Cámera rompe con Borges y no se limita a la construcción de otra parte del escenario que justifica y consolida la gran obra de Hernández, la destruye. Políticamente la destruye y literariamente la destruye.


Destruyendo el primer mito nacional


Ciento cuarenta años tuvieron que pasar de metabolismos en la producción cultural argentina, ciento cuarenta años de regurgitar académico, de luchas en las calles y las almas, para que una heredera de la vieja Filosofía y Letras re-pensara la epopeya gauchesca desde el punto de vista de les oprimides y explotades. La China Iron es la esposa de Martín Fierro, que narra cómo fue violada por el héroe para parirle sus hijos, después que la secuestrase de manos de su primer tormentador, el Negro payador con el que Fierro se trenzaba bucólicamente en duelo. Una mirada descarnada, impiadosa de lo que significaba ser mujer en las familias campesinas proletarizadas por el avance de la estancia ganadera en la provincia de Buenos Aires, un revés de la misma trama que quiso denunciar Hernández en su primer libro, cuando buscaba en la verdad subversiva del obrero rural pampeano el combustible incendiario para demolerle la base popular al gobierno del masacrador de gauchos, federales e indios Domingo Faustino Sarmiento.

El gaucho perseguido y oprimido en sus libertades previas por los ejecutores del Código Rural de Mitre y Vélez Szársfield, eyacula en la novela de Cámera su frustración y su poder masculino sobre las hembras que son de su propiedad exclusiva, las que no comparte con el patrón ni la peonada, su esposa legítima ante dios. Último eslabón de la cadena de esclavitudes de la llanura pampeana, la China de Fierro huye de su cárcel, que es decir de la tapera donde está condenada y de su matrimonio. Y en esa huida aprende a convertirse en un ser humano, incorpora diecinueve siglos de producción cultural humana, de ciencia y arte, en una odisea también clásica, en la que Odiseo es una hermosa mujer escocesa buscando a su Penélope sobre una barca mágica que viene a ser un carretón tucumano, de esos de la colonia, anchos y altos, tirados por bueyes, que se fabricaban para poder atravesar la inmensidad famosa de la pampa sin morir ni volverse loque. Y esa hija desviada de la Gran Albión le enseñó a la chinita esclava no sólo a pensarse y saberse humana desde la cultura, sino lo más importante, le enseño a sentirse objeto de deseo, sujeto de derechos, amante y amada.

En ese aprendizaje la protagonista y narradora describe la verdadera vida que se esconde difuminada en esos versos lacerantes de Hernández que conmovieron a la propia gauchada allá en el último tercio del diecinueve. Ataca con viva claridad el sufrimiento de animales y seres humanos con la intención obsesiva de empatizar en el dolor ajeno que ya le vimos como marca distintiva en su La Virgen Cabeza, de 2009 (http://leomburucuyacapobianco.blogspot.com/2019/10/la-virgen-cabeza-un-facundo-al-filo-del.html). Pero si esa violencia misógina nos pareció excesiva y contraproducente en un escenario contemporáneo harto de violencia contra mujeres y transfeminidades, nos parece en esta novela exacto, porque desnuda lo que ciento cuarenta y más años de tradición han querido edulcorar detrás de las estampitas y acuarelas de Molina Campos.

Si la llanura pampeana fue el corazón de la Argentina granero del mundo octava potencia que la oligarquía soñó un destino imperialista como el de Canadá o Australia en el fin del ochocientos y la primera mitad del siglo veinte, Cabezón Cámera viene a desollarle el cuero pulido for export y mostrarnos las vísceras con todo y sus olores y sus moscas. Es una novela que ataca todos los sentidos, no buscando la decoración de la trama sino la indignación de cada sentido por separado para construir en nuestra consciencia un coro de luces, olores, aullidos y terrores en la piel para situarnos en el sufrimiento de las clases explotadas de ese campo bucólico, incluso el del propio Hernández una vez que se quitó de encima a Sarmiento y volvió al tono educativo del patrón de estancia progresista y masón que siempre supo ser.

Porque Cabezón Cámera, cuando creías que estaba en la senda de Borges, simplemente delirando una de las personajes secundarias de la Gran Novela Épica Nacional, encuentra en el famoso fortín donde el gaucho Martín Fierro encontró la esencia del infierno en la tierra, el Ejército Argentino de fronteras, al propio Hernández encarnando al mismo tiempo al estanciero, el político, el coronel y el fundador de la literatura nacional, macho a cargo de un infierno que Cámera llega a describir como Dante en su Divina Comedia (1300) o Tarantino en Django Unchained (2012). La estancia es la patria, la célula básica del Estado y aquí también fortín de castigo donde se trata de reformar al gaucho de su salvajismo e inyectarle la civilización europea para que sea un obrero disciplinado del naciente taylorismo. La verdadera argentina es la que la maestra yanqui de Sarmiento destrozada por sus alumnos engendra en ese Campo Malo.

Cabezón se anima a lo que nadie en el campo literario argento se había animado, destrozar la figura mítica del buen burgués, del burgués progresista encarnada por Hernández. Lo coloca de nuevo en su lugar, un macho orgulloso de su estirpe y su clase social, un responsable y copartícipe del genocidio de gauchos, chinas e indios que parió el capital en estas tierras. Nadie se había animado a tanto, entre les intelectuales más a la izquierda, comunistas, maoístas y kirchneristas Juan Manuel de Rosas fue siempre el límite de la crítica, el Estado Nacional criollo con sentido nacionalista y antioligárquico –del que celebra el insulto Incalaperra- fue siempre el mito a defender.

Mayor sacrilegio el de Cámera porque su ámbito político es ese. Quizás ya la intelectualidad argentina no se enerve más por este tipo de panfeltismos literarios, y nadie le vaya a negar el saludo o la cátedra a Cabezón Cámera, pero para quienes vivimos y sentimos la necesidad de la verdad dicha clara y en la cara, con la esperanza de construir armas de destrucción masiva de la conciencia alienante y colonizante de las clases dominantes, esta novela será Biblia –o Corán- y su autora, profeta.

Una literatura hedonista


Y hay que decir que además Cabezón Cámera se tomó el trabajo de pulir su mensaje, de hacer imposible que la crítica erudita la encuentre en un renuncio. Su prosa es caótica pero prolija, te quema el cerebro en una ametralladora de imágenes originales y audaces, pero comprensibles y asimilables, sin desbordarse un segundo por fuera de la estructura gramatical o la morfología para que el resultado sea un grito desbalanceado. ¡Cómo imagina Cabezón Cámera y cómo escribe! Su prosa es épica, o sea que viene de una esencia, de un alma, y parece que son los grandes héroes y dioses griegos hablando desde el conocimiento de la eternidad misma, pero su esencia no es la Alta Cultura, el Palacio Azul o el Olimpo, no, su esencia es la carne, la corporalidad, la sensualidad de los sentidos. Se trata de una épica hedonista que ataca también la sacralidad platónica de la literatura consagrada, que ataca el pundonor y las falsas buenas costumbres, que ataca, en suma, la hipocresía sobre la que se construyó toda nuestra sociedad.

Subversiva a fondo, las protagonistas de Cámera son lesbianas y gozan de sus cuerpas y su sexualidad de la misma forma que se aventuran en un océano dominado por machos carniceros. Las escenas eróticas de la novela pueden arrancarte un orgasmo o al menos la urgencia de acabar acariciándote en el toilette más cercano si estás leyendo en un bar o una plaza. Valga este espoiler alert para que planifiquen su lectura en un lugar cómodo que admita la intimidad.

Y cuando esa voluptuosidad estalla en la conciencia en formación de la China Iron, que la narra en su primera persona impetuosa de mujer que conoce al mismo tiempo el amor, el placer y su propio cuerpo, el alcance de esa usina de placer, la novela vuelve a mutar, ya definitivamente.

Hay una única concesión a la tradición, creo, en Las aventuras de la China Iron, permanece la dualidad diseñada por los intelectuales criollos del liberalismo: civilización y barbarie. A Cabezón Cámera no le tiembla la mano para establecer que la mejor educación la china la recibe de la cultura inglesa, de la revolución industrial, aunque venga de una mujer empática, al mismo tiempo intrépida aventurera, como una pirata o una paleontóloga buscando nuevas especies y no de ingenieros y comerciantes, o incluso banqueros. Y tampoco comete el triste y patético tropezón del intelectual americanista con culpa, de idealizar al gaucho y la china como esencia de un salvajismo pre civilizado que no conoce de opresión; todo lo contrario en las primeras dos partes, incluso en su proceso de educación sexual, las dos mujeres contraponen dos arquetipos de humanidad, la China Iron deja siempre claro el barro de brutalidad animal de donde viene, las vejaciones de los machos salvajes contra ella, etcétera.

Sin embargo, cuando llegan a su objetivo final, las dos viajeras, una que huye mientras se educa y la otra que mientras educa persigue su Paraíso monogámico y patronal que salvará de las privaciones a su familia -porque la escocesa en el fondo vino a hacerse L`América como cualquier inmigrante en estos cinco siglos- encuentran algo más, la utopía. La lectora ingenua como yo, que empezaba a ralentar la lectura para no llegar al triste destino de la Tierra de Indios que trazara Hernández en su libro, para que no llegara el destino fatal que una sabe de toda mujer pobre e india que lucha por emanciparse, como si la novela fuera a convertirse en un perrito viejo que ya pronto deberemos sacrificar o simplemente despedir, es sorprendida por la construcción de un futuro utópico, un país deseado, justo allí donde el Estado criollo lo destruyó y sembró de infamias.

Abolir las clases y los géneros


Cabezón Cámera acusa a Hernández de escribir desde el punto de vista del patrón y de robarle la voz al gaucho y también lo acusa de haber participado en esa gran empresa intelectual y política en la que la burguesía argentina construyó el primer enemigo interno, demonio deshumanizado al que justificaba masacrar, torturar, desaparecer: el indio. Y lejos de ofrecernos un detalle descarnado de sufrimiento de millones de pueblos originarios de la Patagonia, la Pampa y el litoral del Paraná y de cómo el Estado criollo, el del odiado Roca sí, pero también del bendecido Hernández, les robó tierras y vidas, Cabezón Cámera construye su Paraíso en la Tierra, una vida organizada con las mismas leyes de selk`nam, tewelche y mapuche antes de las Conquistas: una vida igualitaria, familias que comparten todos los recursos y aprendizajes, donde todo es de propiedad común, hasta el punto de abolir la propiedad, y las clases sociales, y les géneros.

Que nadie acuse de ilusa a la escritora sin pecar de ignorante. Ese es justo el punto de quiebre en la contradicción civilización-barbarie que le saltó a la vista al mismo Charles Darwin cuando conoció a les yamana en las costas de Tierra del Fuego, a bordo del buque negrero y pirata Beagle:

“La perfecta igualdad que reina entre los individuos de las tribus fueguinas no puede menos de retrasar por largo tiempo el desarrollo de su civilización. Así como los animales cuyo instinto los compele a vivir en sociedad y obedecer a un jefe son más capaces de progreso, así también las razas humanas. Bien sea causa, o bien efecto, el hecho es que los pueblos más civilizados son los que tienen gobiernos más artificiales.
[…] En Tierra del Fuego, hasta que surja algún jefe con poder suficiente para consolidar cualquier ventaja alcanzada, por ejemplo, la cría de animales útiles, apenas parece posible que pueda mejorar el estado político del país. Al presente, hasta el menor retazo de tela que se de a un fueguino es hecho jirones y distribuido; de suerte que ningún individuo puede llegar a ser más rico que otro. Por otra parte, es difícil comprender cómo puede aparecer un jefe en tanto que no se reconozca alguna clase de propiedad por la que sea dable manifestar su superioridad y acrecentar su poder.” (17 de diciembre de 1832, Diario de un naturalista alrededor del mundo)

La pulsión de la acumulación privada de riquezas o la “perfecta igualdad” que no reconoce ni propiedad privada, ni acumulación, ni diferencias de poder, he ahí la piedra filosofal que descubren, en éxtasis, las protagonistas de Cabezón Cámera cuando al fin llegan al “desierto” donde mora “el otro cultural”, “el indio salvaje” sobre cuya estigmatización y exterminio se construyeron las bases de la sociedad argentina moderna.

Esa perfecta igualdad que ha venido chocando a los descendientes del Conquistador europeo en nuestra Abya Yala durante los últimos quinientos años, la misma que aún hoy asusta y ofende al estudiante más avanzado lleno de pañuelos verdes, naranjas y de todas las justas causas y colores, es la que subyace a las palabras poéticas que Cabezón Cámera rescata del olvido del castellano impuesto y nombra costumbres y filosofías que reunifican al ser humano a su ambiente como una parte más del todo, y proponen un futuro productivo sentado en las mismas bases que sostuvieron a la humanidad los tres millones de años previos a la aparición de las clases explotadoras y destructoras de ambiente.

La utopía que borda la imaginación de Cámera no es utopía por imposible de recrear sino porque señala un futuro deseable, fabricado con la mejor materia prima de nuestro pasado colectivo, el de las filosofías ancestrales de los pueblos originarios, no para la idealización y la remera o el pin, sino para la construcción posta de una civilización que merezca ser llamada humana, que suplante esta decadente senilidad de un capitalismo que se perpetua sobre la base de putrefaccionar todo lo que toca y existe.

La autora acompaña la mejor veta de su clase social, que aprovechando el privilegio de recursos materiales que la sostengan lejos de la alienación cotidiana a la que somos condenades les laburantes, trabaja reflexionando en lo más avanzado de la autoconciencia, en el mismo eje que los trabajos de Segato, impugna también al Estado criollo como heredero y continuador necesario del programa de explotación de clase y de géneros, porque es esa igualdad organizativa del metabolismo social la que permite liberar los géneros.
Me permito el crimen contemporáneo del espoiler al decir que Cabezón Cámera desacraliza al héroe épico del nacionalismo criollo culeándose a Martín Fierro, quien es liberado de su mandato atávico de macho dominante, pura hombría de coraje y muerte, quien encuentra el amor en todos sus niveles y perfecciones en Tadeo Isidoro Cruz, que no sólo lo salva de la partida de policías, que lo rescata de la tortura y la muerte a manos del ejército, pero además lo penetra analmente y le permite redescubrirse, Martín Fierro se redime de sus crímenes como macho-esposo dueño y paterfamilia encontrando un género autopercibido como travesti, se cruza de bando él también hacia el lado opuesto de su mandato de macho violador, como madre matriarcal de todos los gauchos guachos de la pampa en una toldería eterna. La última parte de la novela es una epifanía en la que Cámera toma el gajo original de la poética de Walt Withman de su raíz originaria, la carta del Jefe Seattle al presidente yanqui, por ejemplo, y la prende al gajo firme y verdadero de la cosmovisión de los pueblos originarios de la Patagonia hasta el Paraná.  

Una literatura deseable y posible


Se pretende encasillar a Cabezón Cámera, ubicarla como a mapuches y ranqueles, qoms y pilagá en reservaciones para que su literatura encuentre el límite biológico de la inanición y el aislamiento y no prospere. Se la juzga de “literatura queer” como alguna vez la academia intentó focalizar una literatura feminista para distraerla del mandato de toda literatura de ser programa universal. En la contratapa de su libro, la reseñista de Ñ María Moreno a pedido de la impresa imperialista Random House se plantea la posibilidad de que las frases de su novela “se repitan hasta olvidar el nombre de la autora, como se dice un verso de tango o del mismo Marín Fierro”. Propone esperar que su literatura se imponga de esta manera en el tiempo y venza las tradiciones, supere los límites actuales de una cultura de masas que expropia a las mayorías populares de la posibilidad de leer libros que cualquier sueldo medio debe pagar endeudándose o bien robar de los anaqueles.

Nos negamos a aceptar esa conclusión. El particular énfasis de la autora en liberar a sus personajes de los límites que el sentido común literario impone a los géneros también en la ficción, absolutamente novedoso y desconocido para nosotres, no la obliga a ser una extraña y particular. La literatura de Cabezón Cámera es universal porque sus raíces son el materialismo dialéctico o histórico bien aplicado, lo mejor de la filosofía oriental re-elaborada en occidente, porque su programa es también universal: la libertad y la fraternidad que occidente se cansa de proponer para el engaño de las grandes masas y reniega de cumplir, para su escarnio.

Los versos inmortales del Martín Fierro no lo son producto de lo implacable de la idea sobre la tradición, existe un operativo enorme y monstruoso –es decir, de varias caras- de un Estado y una clase social dominante que han dispuesto recursos, sueldos y todo el modo de producción simbólico de las academias, las editoriales y la escuela secundaria al servicio de imprimir en la conciencia popular esos versos y no otros, no los de payadores afrodescendientes, que existieron y fueron borrados de la faz conciente del pueblo letrado y del que no sabía leer, como la gauchada que iba a la pulpería a oir que les leyeran el libro del Marín Fierro, por el mismo operativo monstruoso que construyó la Novela Épica Nacional.
Para que la literatura que parió tan hermosa Cabezón Cámera tenga el mismo destino, necesita del mismo modo que una clase social se yerga victoriosa de su más profunda explotación y embrutecimiento planificado, asalte los resortes materiales del Estado, reconstruya el metabolismo social sobre nuevas bases, con la misma perspectiva de igualdad y libertad que sueña la escritora en su utopía, y en liberando las conciencias de las cadenas de la tradición libere también los corazones para que se repitan en las aulas y las camas, como lo hice yo estas primeras semanas del 2020, una y otra vez las palabras de la China Iron hasta que su mantra sea real.

Será esa la lucha que nos propone esta visión de las cosas, quitarle del aislamiento de las cofradías intelectuales y de gentes evolucionadas en sus nichos autocomplacientes y preñarla en las conciencias colectivas de las millones de mujeres esclavizadas y géneros disidentes que parimos movimientos revolucionarios en las calles, los sindicatos, las fábricas y las aulas, que sus bellas banderas permitan ponerle nombre a nuestros sueños comunes, ayuden a calibrar el astrolabio de nuestro deseo colectivo de ser libres, de todo yugo material que encadena nuestro esfuerzo cotidiano, nuestros vínculos afectivos primarios, nuestro deseo.

Ahora que el éxito de las revoluciones permanentes parece cada vez más lejano, otra vez colocado como con Fukuyama en ese olvido sarcástico de lo imposible, ahora que todas nuestras grandes voces y pensadorxs parecen ganades por la política de lo posible, quizás sea ahora el mejor momento para compostar nuestros sueños de un mundo sin explotación con una literatura revolucionaria como la que Gabriela Cabezón Cámera con tanto ahínco decide sostener.